domingo, 28 de febrero de 2010

Enviamos médicos y no soldados

REFLEXIÓN DEL COMPAÑERO FIDEL CASTRO
[24.01.2010]- Actualización 10:40 am de Cuba

En la Reflexión del 14 de enero, dos días después de la catástrofe de Haití que destruyó ese hermano y vecino país, escribí: “Cuba, a pesar de ser un país pobre y bloqueado, desde hace años viene cooperando con el pueblo haitiano. Alrededor de 400 médicos y especialistas de la salud prestan cooperación gratuita al pueblo haitiano. En 127 de las 137 comunas del país laboran todos los días nuestros médicos. Por otro lado, no menos de 400 jóvenes haitianos se han formado como médicos en nuestra Patria. Trabajarán ahora con el refuerzo de médicos nuestros que viajaron ayer para salvar vidas en esta crítica situación. Pueden movilizarse, por lo tanto, sin especial esfuerzo, hasta mil médicos y especialistas de la salud que ya están casi todos allí y dispuestos a cooperar con cualquier otro Estado que desee salvar vidas haitianas y rehabilitar heridos.”
“La situación es difícil ―nos comunicó la jefa de la Brigada Médica Cubana― pero hemos comenzado ya a salvar vidas.”
Hora tras hora, de día y de noche, en las pocas instalaciones que quedaron en pie, en casas de campaña o en parques y lugares abiertos, por temor de la población a nuevos temblores, los profesionales cubanos de la salud comenzaron a laborar sin descanso.
La situación era más grave que lo imaginado inicialmente. Decenas de miles de heridos clamaban por auxilio en las calles de Puerto Príncipe, y un número incalculable de personas yacían, vivas o muertas, bajo las ruinas de barro o adobe con que habían sido construidas las viviendas de la inmensa mayoría de la población. Edificios, incluso más sólidos, se derrumbaron. Fue necesario además localizar, en medio de los barrios destruidos, a los médicos haitianos graduados de la ELAM, muchos de los cuales fueron afectados directa o indirectamente por la tragedia.
Funcionarios de Naciones Unidas quedaron atrapados en varios de sus albergues y se perdieron decenas de vidas, incluidos varios de los jefes de la MINUSTAH, una fuerza de Naciones Unidas, y se desconocía el destino de cientos de otros miembros de su personal.
El Palacio Presidencial de Haití se derrumbó. Muchas instalaciones públicas, incluso varias de carácter hospitalario, quedaron en ruinas.
La catástrofe conmovió al mundo, que pudo presenciar lo que estaba ocurriendo a través de las imágenes de los principales canales internacionales de televisión. De todas partes, los gobiernos anunciaron el envío de expertos en rescate, alimentos, medicinas, equipos y otros recursos.
De conformidad con la posición pública formulada por Cuba, personal médico de otras nacionalidades, como españoles, mexicanos, colombianos y de otros países, laboró arduamente junto a nuestros médicos en instalaciones que habíamos improvisado. Organizaciones como la OPS y países amigos como Venezuela y de otras naciones suministraron medicamentos y variados recursos. Una ausencia total de protagonismo y chovinismo caracterizó la conducta intachable de los profesionales cubanos y sus dirigentes.
Cuba, al igual que lo ha hecho en situaciones similares, como cuando el Huracán Katrina causó grandes estragos en la ciudad de Nueva Orleáns y puso en peligro la vida de miles de norteamericanos, ofreció el envío de una brigada médica completa para cooperar con el pueblo de Estados Unidos, un país que, como se conoce, posee inmensos recursos, pero lo que se necesitaba en ese instante eran médicos entrenados y equipados para salvar vidas. Por su ubicación geográfica, más de mil médicos de la Brigada “Henry Reeve” estaban organizados y listos con los medicamentos y equipos pertinentes para partir a cualquier hora del día o de la noche hacia esa ciudad norteamericana. Por nuestra mente no pasó siquiera la idea de que el Presidente de esa nación rechazara la oferta y permitiera que un número de norteamericanos que podían salvarse perdieran la vida. El error de ese Gobierno tal vez consistió en su incapacidad para comprender que el pueblo de Cuba no ve en el pueblo norteamericano un enemigo, ni como culpable de las agresiones que ha sufrido nuestra Patria.
Tampoco aquel Gobierno fue capaz de comprender que nuestro país no necesita mendigar favores o perdones de quienes durante medio siglo han tratado inútilmente de ponernos de rodillas.
Nuestro país, igualmente en el caso de Haití, accedió de inmediato a las solicitudes de sobrevuelo en la región oriental de Cuba y a otras facilidades que requerían las autoridades de Estados Unidos para prestar asistencia lo más rápidamente posible a los ciudadanos norteamericanos y haitianos afectados por el terremoto.
Estas normas han caracterizado la conducta ética de nuestro pueblo que, unido a su ecuanimidad y firmeza, han sido los rasgos permanentes de nuestra política exterior. Eso lo conocen bien cuantos han sido adversarios nuestros en la esfera internacional.
Cuba defenderá firmemente el criterio de que la tragedia que ha tenido lugar en Haití, la nación más pobre del hemisferio occidental, constituye un reto a los países más ricos y poderosos de la comunidad internacional.
Haití es un producto neto del sistema colonial, capitalista imperialista impuesto al mundo. Tanto la esclavitud en Haití como su ulterior pobreza fueron impuestas desde el exterior. El terrible sismo se produce después de la Cumbre de Copenhague, donde fueron pisoteados los derechos más elementales de 192 Estados que forman parte de la Organización de Naciones Unidas.
Tras la tragedia, se ha desatado en Haití una competencia por la adopción precipitada e ilegal de niños y niñas, que obligó a que la UNICEF tomara medidas preventivas contra el desarraigo de muchos niños, que despojaría a familiares allegados de tales derechos.
El número de víctimas mortales sobrepasa ya las cien mil personas. Una elevada cifra de ciudadanos ha perdido brazos o piernas, o ha sufrido fracturas que requieren rehabilitación para el trabajo o el desenvolvimiento de sus vidas.
El 80% del país debe ser reconstruido y crear una economía suficientemente desarrollada para satisfacer las necesidades en la medida de sus capacidades productivas. La reconstrucción de Europa o Japón, a partir de la capacidad productiva y el nivel técnico de la población, era una tarea relativamente sencilla en comparación con el esfuerzo a realizar en Haití. Allí, como en gran parte de África y en otras áreas del Tercer Mundo, es indispensable crear las condiciones para un desarrollo sostenible. En solo 40 años la humanidad tendrá más de 9 mil millones de habitantes, y enfrenta el reto de un cambio climático que los científicos aceptan como una realidad inevitable.
En medio de la tragedia haitiana, sin que nadie sepa cómo y por qué, miles de soldados de las unidades de infantería de marina de Estados Unidos, tropas aerotransportadas de la 82 División y otras fuerzas militares han ocupado el territorio de Haití. Peor aún, ni la Organización de Naciones Unidas, ni el Gobierno de Estados Unidos han ofrecido una explicación a la opinión pública mundial de estos movimientos de fuerzas.
Varios Gobiernos se quejan de que sus medios aéreos no han podido aterrizar y transportar los recursos humanos y técnicos enviados a Haití.
Diversos países anuncian, por su parte, el envío adicional de soldados y equipos militares. Tales hechos, desde mi punto de vista, contribuirían a caotizar y complicar la cooperación internacional, ya de por sí compleja. Es necesario discutir seriamente el tema y asignar a la Organización de Naciones Unidas el papel rector que le corresponde en este delicado asunto.
Nuestro país cumple una tarea estrictamente humanitaria. En la medida de sus posibilidades contribuirá con los recursos humanos y materiales que estén a su alcance. La voluntad de nuestro pueblo, orgulloso de sus médicos y cooperantes en actividades vitales, es grande y estará a la altura de las circunstancias.
Cualquier cooperación importante que se ofrezca a nuestro país no será rechazada, pero su aceptación estará subordinada por entero a la importancia y trascendencia de la ayuda que se requiera de los recursos humanos de nuestra Patria.
Es justo consignar que, hasta este instante, nuestros modestos medios aéreos y los importantes recursos humanos que Cuba ha puesto a la disposición del pueblo haitiano no han tenido dificultad alguna en llegar a su destino.
¡Enviamos médicos y no soldados!
Fidel Castro RuzEnero 23 de 20105 y 30 p.m.

viernes, 26 de febrero de 2010

Che Guevara y los desafíos de un discurso controversial, 45 años después

A propósito del 45º aniversario del discurso pronunciado por Ernesto Che Guevara en Argelia, el 24 de febrero de 1965, en el Seminario Afroasiático
María del Carmen Ariet
Rebelión

“Cuba llega a esta Conferencia a elevar por sí sola la voz de los pueblos de América y, como en otras oportunidades lo recalcaremos, también lo hace en su condición de país subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye el socialismo. No es por casualidad que a nuestra representación se le permite emitir su opinión en el círculo de los pueblos de Asia y de África. Una aspiración común, la derrota del imperialismo, nos une en nuestra marcha hacia el futuro; un pasado común de lucha contra el enemigo nos ha unido a lo largo del camino.”[2]Apenas seis años habían transcurrido del triunfo revolucionario en Cuba, sin embargo los enunciados del primer párrafo con que inicia el Che su último discurso oficial en Argel, como representante del Gobierno cubano, sintetizan el salto cualitativo emprendido por la revolución en su decisión de construir el socialismo y la esencia de tesis sustanciales que forman parte del pensamiento y la acción del Che y que obligan, pasado cuarenta y cinco años de esos pronunciamientos, a un examen valorativo acerca de definiciones, muchas de ellas polémicas para su época y su contexto histórico, y otras de singular trascendencia en los tiempos actuales, sobre todo por la persistencia y solidez de los pronósticos. Cuánto de optimismo, de advertencia, de visión o de utopía se encierran en dos elementos claves que definieron siempre su tránsito por la lucha revolucionaria: la unidad y la marcha hacia un futuro común tamizada por la derrota del imperialismo. La visión actual para alcanzar una correcta dimensión del profundo contenido de esas tesis, nos conduce a valorar la capacidad que tuvo para penetrar en la esencia de los problemas de su tiempo —sobre todo aquellos de importancia capital para los pueblos subdesarrollados—, al delimitar la posición de a quienes les correspondía comprometerse con acciones solidarias y en la voluntad política para hacerlo, olvidándose de que “no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud frente a la humanidad”,[3] sin excluir, lógicamente, la actitud que debían asumir los países pobres en aras de alcanzar su verdadera emancipación. A pesar de los inconvenientes e incomprensiones que encontraba en algunas tendencias y posiciones, cuánto de necesidad y de disyuntiva significaban en la lucha hacia el futuro. Esto último reviste una verdad irrefutable, porque su capacidad analítica le confiere a su teoría un valor inestimable, al concebir la política desde la revolución misma para la obtención del poder político y en el que se evidencia el carácter activo de la política y su interrelación con la ética, la economía y la educación. De igual forma, ello no quiere decir que haya que caer en la repetición banal de sus posiciones, equivocando predicciones generales y praxis políticas coyunturales, con entramados surgidos precisamente por no haberse vislumbrado el sentido real de la unidad y la lucha para con lo más empobrecido del mundo. El advenimiento del neoliberalismo y el verdadero rostro de la globalización no necesitaban de un hechicero para augurar los resortes de los poderes hegemónicos, cuando desde la segunda mitad del siglo XX se vislumbraba el agravamiento de las desigualdades de todo tipo a través de los mecanismos que paulatinamente fueron imponiéndose con espacios socioeconómicos de reparto, en todo el planeta. Lo importante del accionar del Che es que desde la multiplicidad de su pensamiento se definen, entre sus tesis más significativas, el análisis crítico acerca del papel del imperialismo y sus alianzas políticas, la forma directa y personal que asumió para involucrarse en la estrategia revolucionaria a escala internacional y la comprensión de entender los resortes del imperialismo y la revolución como un par contrapuesto, donde el uno intrínsecamente representa un fenómeno histórico contradictorio y, el otro, a los seres humanos luchando por cambiar el mundo y por eliminar las desigualdades, como zonas que hacen converger —para aquellos y estos tiempos—, a los oprimidos y explotados en lucha frontal contra los poderes omnímodos. Esas tesis y posiciones definidas en el discurso de Argel señalan la urgencia de luchar por alcanzarlas, sobre todo cuando se sabe que fueron el preludio de un camino definitorio, el internacionalismo, primero en el Congo y después en Bolivia, como cierre de un ciclo que en el Che devino perdurable. Ese esfuerzo previo, se materializó en trasladar a ideas la esencia de una historia común que identifica a los países colonizados de Asia y África en su lucha por la independencia o los que la habían adquirido, pero enfatizando en el riesgo que correrían de convertirse en neocolonias si se repitiera el ciclo de la penetración norteamericana como hicieron en Latinoamérica. Esos enunciados van más allá de una simple caracterización, al centrarlos dentro del conjunto de los países que conformaban las regiones más atrasadas y empobrecidas:
Identificación de la lucha, no solo en la obtención de la independencia formal, donde su eje preponderante debía enfocarse en contra de la pobreza y el atraso como la verdadera contradicción a solucionar, sino esencialmente en la necesidad de generar espacios escalonados que contribuyeran al debilitamiento del imperialismo hasta vislumbrar la posibilidad del triunfo, con la certeza de que “cada vez que un país se desgaja del árbol imperialista, se está ganando no solamente una batalla , sino contribuyendo a su real debilitamiento, y dando un paso hacia la victoria definitiva”.[4]
La defensa de la obtención de la soberanía nacional en etapas de un camino común como única opción para alcanzar una nueva sociedad más justa y desarrollada. Ese proceso es esencial pero en extremo complejo asumirlo, porque conlleva no solo el paso inicial de la soberanía política sino básicamente la adquisición de la soberanía económica como la gran batalla para eliminar la explotación.
La unidad entre los países subdesarrollados como una alianza capaz de conducirlos por una verdadera transición socialista, con independencia de los problemas que se advertían en el modelo soviético imperante que frenaban, no solo en lo interno el desarrollo del socialismo sino que en lo externo impedían el tránsito hacia la verdadera abolición de la explotación, al convertirse, con sus políticas pacifistas y el intercambio desigual con los países dependientes, en cómplices de los mecanismos de dominación capitalistas.
Advertencia, en términos de declive temporal, de las crisis del sistema y la pérdida relativa del dominio imperialista si se disminuye su capacidad de respuesta ante un enfrentamiento a escala universal, como táctica y estrategia de lucha a gran escala. Ha sido y es una constante del sistema ajustarse cíclicamente a determinados cambios por su potencial volumen de poder, sin embargo, la realidad es que esos ciclos abren cada vez más las brechas entre ricos y pobres por su carácter extorsionador, de ahí su importancia para frenar las posibles alianzas de la cadena imperialista y los mecanismos que ejerce para afianzar su poderío universal.
El proyecto revolucionario definido por el Che, además de sostener la importancia de la lucha y sus posibles dimensiones, centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista como la única válida para alcanzar la emancipación por medio de la unidad de los oprimidos, el desarrollo de una conciencia antiimperialista y una participación global que permita vislumbrar las potencialidades del proyecto.Como es de suponer, cuarenta y cinco años atrás el discurso no fue del agrado de los sistemas predominantes en el mundo. Muchas voces desde el socialismo lo consideraron una deslealtad al ser emplazados como cómplices de la explotación del poder hegemónico al minimizar el carácter revolucionario de la unión y el establecimiento de relaciones internacionales en pie de igualdad. Este clamor del Che no obedecía a ideas festinadas alejadas de su real comportamiento, sino que se basaban en el conocimiento y estudio de lo que estaba ocurriendo con el modelo socialista existente y el advenimiento de un futuro desmembramiento, como consecuencia de una catástrofe política y cultural en crisis derivada de la autocracia y de la falsa competencia generada por su empeño en alcanzar una equidad con el sistema capitalista, descuidando el papel central de la formación del hombre y el desarrollo de su conciencia.El fin del siglo XX trajo un cambio del mundo marcado por una sucesión de acontecimientos que mucho tuvieron que ver con lo acontecido en las décadas de los sesenta y setenta, y aunque no se trata de realizar un inventario de débitos y haberes, sin dudas las advertencias y augurios del Che conservan su sentido de actualidad, no solo por lo que se perdió sino por lo por venir, al eliminarse muchas veces de manera violenta los posibles instrumentos de oposición para enfrentar el poder imperial. La faz actual del mundo, marcada por el fenómeno de la globalización y el fin de conquistas alcanzadas a partir de las luchas reivindicativas logradas en años y del socialismo como sistema, más allá de sus limitaciones y debilidades, han propiciado un entramado complejo y adverso como consecuencia de conflictos en lo económico y en lo político, con una preeminencia del primero, además del agravamiento de las desigualdades de todo tipo. La trama urdida por el poder omnímodo del capitalismo actual está determinada por la universalización de un solo mecanismo distributivo y de poder de los mercados financieros que generan desigualdades abismales, operan en contra de una socialización del poder y propician aun más un viraje político antidemocrático, con una ideología intervencionista bajo una aparente desideologización y que tiene su origen “desde que los capitalistas monopolistas se apoderaron del mundo [y] han mantenido en la pobreza a la mayoría de la humanidad repartiéndose las ganancias entre el grupo de países más fuertes”.[5]En términos particulares, los Estados Unidos se convierten en el gendarme mundial al erigirse en el poder hegemónico central, sobre todo después de septiembre de 2001 y su propia guerra contra el terrorismo, que cubre el mundo entero y le da derecho a intervenir con total prepotencia e impunidad donde consideren. Si se compara lo analizado en años precedentes por el Che, se percibe un mayor y desigual reparto de los recursos naturales, lo que se suma al valor geoestratégico que adquieren determinadas regiones como consecuencia del daño indiscriminado al medio ambiente, amén de los conflictos cada vez más peligrosos, “peligros que no son inventados ni previstos para un lejano futuro por alguna mente superior, son el resultado palpable de realidades que nos azotan”[6]. Se incluye, bajo modalidades más abusivas, la existencia de un comercio internacional cuyo peso fundamental descansa en las multinacionales y el límite extremo impuesto a la división internacional del trabajo, tornándose para los países productores de materias primas su situación más angustiante al evolucionar desfavorablemente los términos de intercambios.[7]Tales resultados hacen que en el Sur la brecha entre ricos y pobres se agudice y las desventajas se acumulen, provocando, entre otros problemas, un decrecimiento del mercado laboral, con desenfreno del predominio de zonas francas industriales, sobre todo de manufacturas al margen de la ley y con las formas más brutales de explotación. Se suma una deuda externa incontrolable como consecuencia, además, del impacto de sucesivos ajustes monetarios de los Estados Unidos, que han obligado a los países subdesarrollados a absorberla y a pagar los costos económicos y sociales de los colapsos del sistema, con la sucesión de conflictos de baja intensidad dentro del tablero de juego de los poderosos, mediante el empleo de la violencia y la anuencia de la ONU.Se manifiesta una fuerza bruta, como afirmara el Che, “sin consideraciones ni tapujos de ninguna especie, es su arma extrema”.[8] En el caso particular de África, se observa una crisis total, desgarrada por una violencia desmesurada, escasez de inversiones extranjeras, políticas nacionales inadecuadas marcadas por la corrupción, crisis de la deuda externa y aumento de las importaciones, entre otros factores.Si se mira hacia América Latina, la existencia de tensiones permanentes resulta una constante derivada del agravamiento de las desigualdades y la pobreza, el resurgimiento de la inseguridad, la delincuencia, la pérdida de la solidaridad regional y como respuesta el resurgimiento de las luchas sociales y la recomposición de alternativas que abogan por cambios ineludibles. En contraposición, sobresale la respuesta de los Estados Unidos en la que se aumentan los presupuestos militares hacia la región al invocar una supuesta lucha contra el narcotráfico y el derecho de injerencia con modalidades tan tenebrosas, como el uso del terrorismo de Estado con el empleo de los paramilitares.Este breve recorrido nos pone frente a disyuntivas que necesariamente habría que asumir, pues de lo contrario se acabaría atrapado por mecanismos atroces como los implementados en épocas precedentes y que condicionaron, en buena medida, lo que sucede en la actualidad. Para ello valdría la pena intentar responder a algunas de las preguntas formuladas por el Che: ¿Es posible que los países dependientes puedan alcanzar una alternativa socialista para su desarrollo? ¿Bajo qué condicionamientos debe plantearse una transición socialista teniendo en cuenta las insuficiencias naturales y regionales como la verdadera opción para eliminar la explotación y la injusticia? ¿El carácter internacionalizado de la economía actual permitiría un desafío anticapitalista? ¿Es posible construir el socialismo bajo nuestra diversidad social y con una fuerte iniciativa popular? Una vez más desde sus alternativas más directas, pronunciadas hace ya cuarenta y cinco años, el Che nos proporciona la posibilidad de reconstruir el futuro: la necesidad de convencerse de la vialidad del proyecto socialista como expresión de la unidad entre los oprimidos y de la lucha en conjunto por alcanzar el modelo alternativo socialista, conformado sobre la base de la plena emancipación del ser humano y la radicalización de la conciencia popular, sin las cuales no se podría alcanzar. Por otra parte, convencerse de la certeza del proyecto para poder combatir renovadas normas de dominación que tienen como propósito conceptualizarlas como una era de avance poscapitalista que pone fin a la utopía revolucionaria. Es imprescindible agudizar la capacidad de respuestas y no dejarse seducir por aparenciales soluciones que, al final, tienen como objetivo preservar las bases de la estructura de la dominación capitalista. Ahí está, como señal indeleble, la aparente y absurda solución generada en Honduras después del golpe militar de junio de 2009, cuando muchos apostaban que a estas alturas no podía suceder en América Latina, y sin embargo se ha diluido dentro de una modalidad de dictadura con fuerte protagonismo militar.Se hace cada vez más necesario ampliar y radicalizar las bases de los movimientos sociales y las fuerzas revolucionarias para no caer en la trampa del reformismo de “nuevo tipo” o la tercera vía, que tan nefastas consecuencias pudieran acarrear a nuestras débiles economías, ni tampoco retomar soluciones obsoletas con mecanismos implantados y sectarios que frenen el poder libertario de un cambio verdaderamente socialista. Este requerimiento tiene que ser válido para un proyecto revolucionario global que apueste por la plena liberación del hombre en toda su extensión, mediante la construcción de un bloque socialista alternativo que promueva la emancipación individual y anticapitalista y que conduzca, como expresara el Che en Argelia, “a la creación de una sociedad nueva, rica y justa a la vez”. [9] Notas 1. Guevara, Ernesto Che: Discurso pronunciado en Argelia el 24 de febrero de 1965 en el Seminario Afroasiático, Che Guevara presente, Ocean Press, Australia, 2005. 2. Ibídem, p. 356. 3. Ibídem, p. 357. 4. Ibídem, p. 357. 5. Ibídem, p. 356. 6. Ibídem, p. 361. 7. Para ampliar y profundizar en esas ideas expuestas por el Che, consultar los discursos pronunciados en Ginebra en marzo de 1964 y en Naciones Unidas en diciembre de ese mismo año. Aparecen en la edición citada. 8. Ibídem, p. 361. 9. Ibídem, p. 20.María del Carmen Ariet es Coordinadora Científica, Centro de Estudios Che Guevara

La segunda arista de la concepción marxista del Mundo: la dialéctica (I)

Un prólogo para un clásico de la tradición
Salvador López Arnal
Rebelión

El materialismo era uno de los dos principios fundamentales de lo que Engels llamaba la “concepción comunista del mundo”; el otro era la dialéctica señalaba Sacristán en su prólogo a la traducción castellana del clásico engelsiano. Este segundo principio fundamental se inspiraba no tanto en el hacer científico-positivo sino en sus limitaciones del mismo.
[...] Un estudio, por breve que sea, del lugar de la dialéctica en el pensamiento marxista exige (si ese lugar quiere verse sin pagar un excesivo tributo, hoy innecesario, al origen histórico hegeliano del concepto marxista de dialéctica) un corto rodeo por el terreno del método de la ciencia positiva
Sacristán daba cuenta de estas limitaciones y del específico territorio dialéctico mediante la siguiente argumentación:
1. La ciencia positiva, las ciencias naturales y sociales, realizan el principio materialista-inmanentista a través de una metodología analítico-reductiva.
2. La eliminación de factores irracionales en sus explicaciones procede a través “de una reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos … y más homogéneas cualitativamente”. La tendencia a la reducción era tan extrema que el aspecto cualitativo perdía toda relevancia gnoseológica.
3. Este modo de proceder caracterizaba todo el trabajo científico a través de fases muy diversas, desde la mecánica antigua hasta la moderna búsqueda de las “partículas elementales”. De hecho, el análisis reductivo practicado por la ciencia contemporánea tendía a obviar conceptos con contenido cualitativo, limitándose en lo esencial al manejo “de relaciones cuantitativas o al menos, materialmente vacías, formales”.
4. El procedimiento se apreciaba ya claramente, apuntaba Sacristán, en los comienzos de la ciencia positiva moderna. Lo que hoy llamábamos “presión atmosférica” había sido manejado por la ciencia naciente con el viejo nombre de “horror de la naturaleza al vacío”
“[…] sin que el uso de esta noción tuviera grandes inconvenientes, pues lo que de verdad interesaba al análisis reductivo del fenómeno (desde Galileo [1] hasta su discípulo Torricelli) era la consecución de un número que midiera la fuerza en cuestión, cualquiera que fuera la naturaleza de ésta”!.
5. El análisis reductivo practicado tenía regularmente éxito, un éxito descomponible en dos aspectos:
“[…] por una parte, la reducción de fenómenos complejos a nociones más elementales, más homogéneas y, en el caso ideal, desprovistas de connotaciones cualitativas, permite penetrar muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de preguntas muy exactas (cuantificadas y sobre fenómenos “elementales”) a la naturaleza, así como previsiones precisas que, caso de cumplirse, confirman en mayor o menor medida las hipótesis en que se basan, y, caso de no cumplirse, las falsan definitivamente [2]. Por otra parte, el análisis reductivo posibilita a la larga la formación de conceptos más adecuados, aunque no sea más que por la destrucción de viejos conceptos inadecuados”.
6. Por todo ello, porque se basan en un análisis reductivo que prescindía de la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados y reducidos, los conceptos científicos eran invariablemente nociones generales cuyo lugar estaba en enunciados no menos generales, que informaban sobre clases enteras de objetos, no sobre singularidades.
“[…] Con ese conocimiento se pierde una parte de lo concreto: precisamente la parte decisiva para la individualización de los objetos. Esto es así no por alguna limitación accidental, sino por el presupuesto definidor de la metodología analítico-reductiva, que no responde más que al principio materialista de explicación de toda formación compleja, cualitativamente distinta, por unos mismos factores naturales más o menos homogéneos”.
7. Los “todos” concretos y complejos no aparecían, pues, en el universo del discurso de la ciencia aunque ésta suministrase todos los elementos de confianza para una comprensión de los mismos. Lo que no suministraba era su totalidad, su consistencia concreta. Pues bien: el campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico era precisamente, señalaba Sacristán, el de las totalidades concretas [3]. Hegel había expresado en su lenguaje poético esta motivación al decir que “la verdad es el todo”.
8. Una concepción del mundo tenía por fuerza que dar de sí una determinada comprensión de las totalidades concretas.
“[…] Pues la práctica humana no se enfrenta sólo con la necesidad de penetrar analítico-reductivamente en la realidad, sino también con la de tratar y entender las concreciones reales, aquello que la ciencia positiva no puede recoger”.
La tarea de una dialéctica materialista consistía, pues, en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo, sin concebir las cualidades que pierde el análisis reductivo como entidades que hubiera que añadir a los datos, sino como resultado nuevo de la estructuración de éstos en la formación individual o concreta, en los “todos naturales.” “El alma del marxismo” según expresión de Lenin, recordaba Sacristán, era el análisis concreto de la situación concreta. Pero la palabra “análisis” no tenía aquí el mismo sentido que en la ciencia positiva.
“El análisis marxista se propone entender la individual situación concreta (en esto es pensamiento dialéctico) sin postular más componentes de la misma que los resultantes de la abstracción y el análisis reductivo científicos (y en esto es el marxismo un materialismo).”
Con esto parecía quedar claro cuál era el nivel o el universo del discurso en el cual tenía realmente sentido hablar del pensamiento o análisis dialéctico: era el nivel de la comprensión de las concreciones o totalidades.
“[…] Concreciones o totalidades son, en este sentido dialéctico, ante todo los individuos vivientes, y las particulares formaciones históricas, las “situaciones concretas” de que habla Lenin, es decir, los presentes históricos localmente delimitados, etc. Y también, en un sentido más vacío, el universo como totalidad, que no puede pensarse, como es obvio, en términos de análisis científico-positivo, sino dialécticamente, sobre la base de los resultados de dicho análisis”.
Hasta aquí la argumentación sobre conocimiento positivo y el ámbito singular de la dialéctica, de este programa de investigación praxeológico.
Antes de proseguir la presentación del prólogo, vale la pena detenernos en la aproximación de Sacristán a esta noción, en mi opinión, una de sus mayores aportaciones teórico-filosóficas a la tradición marxista-comunista.
Seis años más tarde del prólogo y traducción del A-D, Sacristán impartió una conferencia en la Facultad de Letras de la Universidad de Zaragoza. Fue en febrero de 1970 y eran cuatro los puntos a desarrollar.
El primer versó sobre los sentidos antiguos de la noción: usos platónicos, aristotélicos, usos medievales, la noción en Kant.
“ 1. Usos platónicos. 1.1. Método de ascenso. 1.2. Método de operación con las formas. 1.3. En cualquier caso superior a los demás métodos de concurrencia. 1.4. Punta ética.
2. Usos aristotélicos. 2.1. Como meramente probable (y a veces solapamiento con “erística”). ¿Es una reflexión suya -basada en agrafa dógmata [doctrinas no escritas]- sobre la dialéctica de Platón?
3. Identificación medieval de “dialéctica” con “lógica”. 3.1. El trivium, en Hugo de San Victor, en Santo Tomás, etc. 3.2. Abelardo y los “dialécticos”. 3.2.1. Sic et non [El sí y el no]. 3.2.2. Dialéctica y dialogicidad.
4. Kant. 4.1. Uso trascendente de la razón-entendimiento. 4.2. Punta ética del uso trascendente.
5. Notas distintivas de los usos no- y pre-hegelianos.[4]. 5.1. Concepto referente a modo de razonar o pensar. 5.2. No formalmente demostrativo. 5.3. Con vinculación ética.”
El segundo punto estaba centrado en el nuevo arranque de la dialéctica en el “hegelismo”:
“1. El tema de la escisión y la exigencia de filosofía. 1.1. La interpretación de Lukács. 1.1.1. Buen descubrimiento de la sensibilidad social de Hegel. 1.1.2. Pero no probado como tesis, sino al contrario. 1.1.3. La alusión de Hegel es al kantismo.
2. Realización de ese conato por Hegel. 2. 1. Contradicción (mediación) -> positividad especulativa (idealismo). 2.1.1. Así lo entendieron los primeros discípulos.[5]. 2.1.2. Juicio de Merker. [6]. 2.2. Pero concretismo, “realismo”, cismundaneidad.
3. Balance. 3.1. Su dialéctica, como su conservadurismo, tienen mucho que ver con la general actitud contemplativa y especulativa de su filosofar. Éste es el lado malo de la conmovedora gana de verlo todo y al mismo tiempo. Esa gana es admirable: se compone de modestia, capacidad filosófica de asombro, capacidad de gozar y ausencia de miedo a la muerte, a la naturaleza. Todo lo cual ha compensado el sucio motivo académico de la diferenciación. 3.2. Pero queda en pie el carácter especulativo y salvador (conservador) de su dialéctica, su inseparabilidad del “sistema”, que está hecho con ella. La dialéctica hegeliana es un método para resolver en filosofía las contradicciones reales. 3.3. La semejanza con Marx no puede ser sino genética y léxica. 3.3.1. Léxica por proximidad y avatares. 3.3.2. Genética. 3.3.2.1. Ya por la génesis de la hegeliana. Crítica de Merker y justificación de Lukács (parcial). 3.3.2.2. Y por la génesis de la marxiana”.
El tercer apartado de la conferencia se centró en la concepción marxiana de la categoría y en sus aportaciones:
“1. Reacción al carácter especulativo de la dialéctica hegeliana. 1.1. La crítica generalmente recogida. La Umstülpung [inversión]. Incluso desde joven [7]. 1.1.1. Pero atenerse a eso es ignorar otro tipo de crítica, ya presente en el mismo texto. 1.2. Crítica del método, del proceder. 1.2.1. Complejidad de la misma inversión [8]. 1.2.2. La crítica es en dos frentes, no sólo por falseamiento de la empiria [9]. 1.2.3. El tema de la futura tesis sobre Feuerbach afecta ya a Hegel [10]
2. Reacción a la cismundaneidad de Hegel. 2.1. Posterior valoración del verlo todo (antes entendido sólo como vicio en la concepción de la idea). Oposición al filosofar abstracto post-hegeliano. 2.2. Valoración del esquema metafóricamente: El Capital.[11]
3. Síntesis especulativa (Hegel) y síntesis ”inductiva” (Marx). Marx, Kritik des Hegelschen Staatsrechts, MEW I 210 [Dialéctica de síntesis “inductiva”] [12] y [13]”
El cuarto y último apartado del esquema de la conferencia trazaba un panorama de “la problemática presente”.
“1. Abandono de las fórmulas hegelianas.
2. Ciencia y pensamiento dialéctico: planteamiento. 2.1. La negación de la positividad científica. 2.1.1. Su motivación: la abstracción positivista de la ciencia. 2.1.2. Su error: una concreción superior a la del conocimiento común sólo se consigue mediante buenas abstracciones. 2.1.2.1. La mala concreción de Hegel es un buen ejemplo. A contrario lo es la de Marx en El Capital. (La observación de Engels en Anti-Dühring). 2.2. Sobre esa base se puede situar bien el tema ciencia burguesa / ciencia socialista. 2.2.1 La distinción no tiene sentido si se practica entre dos presuntos cuerpos teóricos formalmente heterogéneos, uno positivo, otro dialéctico. 2.2.2. Tiene sentido entre dos entidades histórico-culturales. 2.2.2.1. Presupuestos económico-sociales y culturales. De aquí. 2.2.2.2. Temática accesible. 2.2.2.3. Funcionamiento institucional. 2.2.2.4. Funcionalidad social. 2.2.3. Sólo sobre esa base repercusión sobre cuerpos teóricos.
3. Ciencia y pensamiento dialéctico: consideración dialéctica de la ciencia positiva. 3.1. En el hacer del científico: sus condicionamientos personales y globales concretos: cambio histórico. 3.2. En el condicionamiento temático: 3.2.1. Condicionamiento por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas (incluida la ciencia misma). 3.2.2. Condicionamiento por los conceptos (incluida ella). 3.3. En su funcionalidad social. 3.3.1. Como fuerza productiva. 3.3.2. Como sobreestructura e ideología. 3.4. Sobreestructura e ideología. Hay concepto de martillo, pero no martillo de concepto. Consecuencias: 3.4.1. No reducir ciencia a fuerza productiva, a medio de producción. 3.4.2. ¿Permite pensar esa diferencia que el concepto sea objeto de total determinación básica, mientras que el martillo no, por ser base él mismo, o pre-base? No. Ambos están determinados básicamente. Hay elementos comunes entre base griega y hoy. Y ninguno de los dos está individualmente determinado por la base [¡ojo!].
4. Dialectizar es globalizar, totalizar, enterizar. 4.1. Sumas (la ciencia en la sociedad). 4.2. Sumandos (lo que hace en un momento dado el científico). 4.3. Conocimiento de lo concreto. “Comprensión".”
Fue este mismo esquema el que Sacristán usó tres años más tarde en una conferencia impartida en la Facultad de Derecho de la Autónoma [14]. No es posible dar cuenta de ella aquí de forma resumida, pero sí es posible resumir una de sus respuestas durante el coloquio, una de sus mejores aproximaciones en mi opinión a lo esencial de su propuesta dialéctica.
Un asistente formuló una larga e informada pregunta sobre el problema de la operatividad del pensamiento dialéctico que se centró en el ámbito del derecho y de los condicionamientos sociales. El interlocutor citó, en su exposición, a Hesse, Platón, Heráclito y Cerroni, y al final de su pregunta-intervención hizo referencia al neopositivismo y a Wittgenstein. En esencia, le preguntó a Sacristán por la posibilidad de realización de los objetivos de la dialéctica.
“Habría que volver a empezar, esto es todo el tema” respondió. Él iba a arrancar de la aceptación de lo principal, la palabra “sueño”. Si hubiera hecho, señaló, si se hubiera atrevido a desarrollar la última parte de la conferencia (¡tuvo inseguridad de la bondad didáctica de su exposición!) habría podido exponer lo que era su comprensión fundamental de la noción. Dada la pregunta, iba a intentar esa aproximación.
*
Notas:
[1] Sobre Galileo y sus mediciones, véase el esquema desarrollado de la conferencia “Detrás de una medición de Galileo”, dictada por Sacristán en 1964 en la Facultad de Medicina de la UB, guión depositado en Reserva de la Biblioteca Central de la UB. Igualmente, sus apuntes de “Fundamentos de Filosofía” (SEU, 1956, pp. log. 55-57).
[2] Comentarios críticos de Sacristán sobre el falsacionismo ingenuo, pueden verse en sus anotaciones de lectura de La lógica de la investigación científica (Reserva de la BC de la UB) y en las transcripciones de las grabaciones de sus clases de metodología de las ciencias sociales de los cursos de 1981-1982 (Joan Benach) y 1983-1984 (Salvador López Arnal).
[3] Al anotar ejemplos de concreciones o totalidades, repárese en la cláusula -“en un sentido más vacío”- que Sacristán introduce posteriormente antes del “universo como totalidad”. En cuanto a individuos vivientes como concreciones o totalidades, obsérvese también en este paso “dialéctico” de Oliver Sacks (Un antropólogo en Marte, Barcelona, Anagrama, pág. 307).
[...] No hay dos autistas iguales; su peculiar estilo o expresión es diferente en cada caso. Además, puede existir una interacción más intrincada (y potencialmente creativa) entre los rasgos autistas y los demás cualidades del individuo. Así, mientras una rápida ojeada puede bastar para el diagnóstico clínico, si deseamos comprender al autista como individuo precisamos ni más ni menos que una biografía total. [la cursiva es mía]
[4] Sacristán acompañó este apartado del siguiente texto: Merker 36, parafraseando la Differenz:
Hoy se asiste, sobre todo “en el mundo más sin prejuicios y juvenil” del que son expresión los Discursos sobre la religión de Schleiermacher, a la manifestación de la exigencia de una filosofía nueva en la cual se repare el “mal trato” que sufre la naturaleza en los sistemas de Kant y Fichte y “la razón se ponga en armonía con la naturaleza, pero siendo tal la armonía que la razón no deba renunciar a sí misma ni convertirse en una imitación insulsa de la naturaleza, sino que, por el contrario, ella misma se configure como naturaleza por su fuerza interior (D. 165).
[5] Esta vez fue el siguiente texto: J. K. F. Rosenkranz, Kritische Erlaüterungen das Hegelschen Systems [Comentarios críticos del sistema hegeliano], Königsberg, 1840, 156:
El que Hegel parta del presupuesto de que encontrará de nuevo la razón en la historia se justifica por el hecho de que el espíritu como sujeto de la historia es en sí mismo racional y, por lo tanto, también en la figuración objetiva que se dé a sí mismo ha de estar contenida la razón.
[6] El texto elegido era el siguiente: Merker, 85/86:
El motivo por el cual el esquema dialéctico es “muy universal y omnivalente, desprendido en el fondo de los ejemplos singulares y de su terreno genético” (Haering) está dado por el particular planteamiento especulativo que recibe en Hegel el problema de la superación de las oposiciones que es la exigencia de la filosofía.
[7] Ilustrado con el siguiente texto de Marx, Kritik des Hegelschen Staatsrechts [Crítica de la Filosofía del Derecho hegeliana], MEW I 206:
La familia y la sociedad civil son los presupuestos del Estado; ellos son los elementos propiamente activos; pero en la especulación sucede a la inversa
La “Umstülpung” clásica, anotó Sacristán.
[8] Complementado con el siguiente paso de Marx, Ibidem [Complejidad de la misma “Umstülpung”]: “
Lo importante es que Hegel hace en todas partes de la idea el sujeto, y del sujeto real, propio (...) el predicado. Pero el proceso va siempre por el lado del predicado.
[9] El texto de Marx (Ibidem, p. 206) era el siguiente:
Este hecho, esta situación real es enunciada por la especulación como apariencia, como fenómeno (...) son meramente el aparecer de una mediación que la idea real practica consigo misma (...) La realidad no se enuncia como ella misma, sino como otra realidad. La empiria corriente no tiene su propio espíritu por ley, sino un espíritu ajeno, mientras que la idea real no tiene una realidad desarrollada, a partir de sí misma sino que tiene como existencia la empiria corriente.
10] Ilustrado con el siguiente texto de Marx, Ibidem, pp. 207/208 [Aplicación a Hegel de la futura tesis sobre Feuerbach]:
Así, pues, se recoge la realidad empírica tal como es; incluso se la proclama racional pero no racional por su propia razón, sino porque el hecho tiene en su existencia empírica otra significación que sí mismo. El hecho del que se parte no se concibe como tal, sino como resultado místico. Lo real se convierte en fenómeno, pero la idea no tiene más contenido que ese fenómeno. Ni tiene tampoco la idea más objetivo que el lógico: “ser para sí espíritu real infinito”. En este párrafo yace todo el misterio de la filosofía del derecho de Hegel, y de toda su filosofía en general.
[11] Era un fragmento del epílogo a la segunda edición de Das Kapital, epílogo a la 2ª edición. MEW 23, 27 [OME 40, p. 19], el texto escogido:
Mi método dialéctico es por su fundamento no sólo diferente del de Hegel, sino incluso su contrario directo. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que transforma incluso en sujeto independiente bajo el nombre de Idea, es el demiurgo de lo real, lo cual constituye sólo su aparición externa. En mi caso, a la inversa, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza humana.
Hace ya casi treinta 30 años que critiqué el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana, en una época en la cual era aún moda del día. Pero precisamente mientras yo trabajaba en el primer tomo del Capital la desabrida y mediocre soberbia de los epígonos que ahora tienen la ruidosa palabra en la Alemania culta se complacía en tratar a Hegel como el buenazo de Moses Mendelssohn trató a Spinoza en tiempos de Lessing, a saber, como a un “perro muerto". Por eso me declaré abiertamente discípulo de aquel gran pensador y hasta coqueteé aquí y allá en el capítulo sobre la teoría del valor, con su peculiar modo de expresarse. La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel no impide en modo alguno que el filósofo exponga por vez primera sus formas generales de movimiento de una manera amplia y consciente. En su obra la dialéctica se encuentra cabeza abajo. Hay que darle la vuelta para descubrir el núcleo racional dentro del recubrimiento místico.
[12] El texto, esta vez, era el siguiente:
El pensamiento verdadero es: el despliegue del estado o de la constitución política en diferencias y la realidad de éstas es un despliegue orgánico. El presupuesto, el sujeto, son las diferencias reales o aspectos varios de la constitución política. El predicado es su determinación como orgánicos. En vez de eso, la idea se convierte en sujeto, las diferencias y su realidad se entienden como desarrollo de la idea, como su resultado, mientras que, a la inversa, la idea se tiene que desarrollar a partir de las diferencias reales. Lo orgánico es precisamente la idea de las diferencias, su determinación ideal. Pero aquí se habla de la idea como de un sujeto que se despliega constituyendo sus diferencias”.
Texto de Marx sobre el que Sacristán realizaba el siguiente comentario:
Puesto que esto último es la dialéctica hegeliana como método -no un mero aspecto suyo- la dialéctica “inductiva" marxiana es otra cosa, y también es la clave de la Umstülpung [inversión]. Se puede invertir un objeto y sale otro objeto. Pero no hay garantía de que invirtiendo un método (una herramienta) salga una herramienta (un método). Distinguir entre génesis y estructura”.
[13] Sacristán añadió a su esquema una nota manuscrita: “En realidad, lo recogido por Marx es el “sistema”, si Hegel ha fijado, como parece, su método. Pero no el método, el despliegue de las mediaciones de la Idea”.
[14] Véase Manuel Sacristán, Sobre dialéctica, El Viejo Topo, Barcelona, 2009, pp. 101-130.
Referencia Prólogo:
El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114
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miércoles, 24 de febrero de 2010

El exceso de centralización crea ineficiencia e impide el real protagonismo popular

Marta Harnecker
Rebelión

1. No hay protagonismo popular sin descentralización
El protagonismo popular se transforma en una mera consigna si la gente no tiene la posibilidad de pronunciarse y tomar decisiones en los espacios donde participa (espacios territoriales, centros de trabajo, centro de estudio, grupos de interés). Si el Estado central es el que lo decide todo, no hay cabida para las iniciativas locales y ese Estado termina por ser un freno, es decir —como dice Marx—, entorpece el “libre movimiento” de la sociedad. [1]
Es interesante observar que Itsván Mészáros considera que fue un exceso de centralización en el Estado soviético lo que determinó que “tanto los gobiernos como los consejos de de fábrica quedaran desprovistos de todo poder efectivo [...]” [2] .
No es extraño entonces que el autor húngaro se plantee como uno de los objetivos a alcanzar en el periodo de transición el “ lograr una autonomía y descentralización genuina de los poderes de toma de decisiones”, al contrario de lo que ocurre actualmente donde la “concentración y centralización” necesariamente produce “burocracia” [3]
La relación entre descentralización y protagonismo popular es un punto central del socialismo del siglo XXI que debemos tener muy presente. Pero también hay otros aspectos que aquí quisiéramos abordar como es la relación entre centralización y burocratismo. 2. La descentralización: antídoto contra el burocratismo
Claramente este no era el planteamiento de Lenin quien relacionó siempre el fenómeno burocrático con el Estado heredado. El dirigente bolchevique murió preocupado por la “úlcera burocrática” que afectaba [4] al aparato estatal soviético. En uno de sus últimos textos sostiene que éste es “en máximo grado una supervivencia del pasado [y que ha] sufrido en mínimo grado transformaciones sustanciales”. [5] Días antes lo había descrito como “una mezcolanza burguesa y zarista”. [6]
En enero de 1922, en su último texto acerca del papel de los sindicatos, llega a plantear que no se puede “renunciar de ningún modo a la lucha huelguística” siempre que ésta esté dirigida contra las desviaciones burocráticas del Estado proletario, aclarando, sin embargo, que esta lucha era muy distinta a la que se realizaba bajo el régimen capitalista. En ese caso se luchaba por destruir el Estado burgués, y en este caso se lucharía por fortalecer el poder proletario al luchar contra las “deformaciones burocráticas” de este Estado, contra sus enormes debilidades, contra “todo género de resabios del viejo régimen capitalista y sus instituciones, etcétera.” [7]
Como podemos ver, Lenin consideraba que las deformaciones burocráticas que caracterizaban al Estado soviético eran una herencia del pasado. Yo pienso que ese diagnóstico era errado y que, al serlo, impedía aplicar una correcta terapia a esa enfermedad. A mi entender, la causa más profunda del burocratismo —y mucho más trascendental que las herencias del pasado— radicaba en la excesiva centralización del Estado soviético. Conocemos perfectamente lo que ocurre cuando no sólo las decisiones estratégicas sino que la mayor parte de las decisiones es adoptada centralmente: el papeleo hacia arriba; el interminable “peloteo”; la lentitud con que se adoptan las decisiones; la falta de control...3. No se puede administrar todo centralmente . Sólo el control social puede evitar la corrupción
Una de las grandes lecciones que se obtuvo al no lograrse la meta propuesta por Fidel para la zafra azucarera de 1970 en Cuba fue justamente el comprender que era imposible que el Estado socialista pudiera administrar todo centralmente y mucho menos en un país subdesarrollado como Cuba y que para lograr un funcionamiento más efectivo del Estado era necesario crear espacios para que el pueblo pudiese controlar dicho funcionamiento. [8] Así lo reconoció el dirigente de la revolución en su discurso el 26 de julio de 1970.
“El propio proceso revolucionario ha ido demostrando — afirmó dos meses más tarde—los inconvenientes de los métodos burocráticos y a la vez también de los métodos administrativistas.” [9]
Después de señalar los errores que se habían cometido al identificar al Partido con la administración del Estado, y al permitir el debilitamiento de las organizaciones de masas, insistió en el papel que debía desempeñar el pueblo en la toma de decisiones y en las soluciones de los problemas.
“Imagínense —dijo entonces— una panadería en una cuadra, que es la que sirve pan a todos los vecinos, y un aparato administrativo que la controle desde arriba. ¿Cómo la controla? ¿Cómo puede desinteresarse el pueblo de cómo funciona aquella panadería? ¿Cómo puede desinteresarse de si un administrador es malo o no? ¿Cómo puede desinteresarse de si hay allí un privilegio o no, negligencia o no, insensibilidad o no? ¿Cómo puede desinteresarse de cómo brinda los servicios? ¿Cómo puede desinteresarse de los problemas de higiene de aquel sitio? ¿Y cómo puede desinteresarse de los problemas de la producción, del ausentismo, de la cantidad y de la calidad del producto? ¡De ninguna forma!
“¿Puede suponerse acaso que pueda haber ningún medio más efectivo para controlar esa actividad que las propias masas? ¿Acaso puede haber otro método de inspección? ¡No! Se puede echar a perder aquel hombre que dirige aquella microunidad productiva, se puede echar a perder el que inspeccione, se puede echar a perder todo el mundo. Los únicos que no se van a echar a perder son los afectados, ¡los afectados!”
Estas ideas fueron incorporadas en la nueva Constitución de la República de Cuba en 1976.
El nuevo modelo político se propuso descentralizar hasta el nivel municipal la mayor cantidad posible de funciones estatales. Aunque estas instancias debían estar subordinadas a las superiores, podían actuar con autonomía dentro de los marcos legales y normativos establecidos y “no debían estar sometidas al tutelaje constante y limitante de las instancias superiores.
Este mecanismo, “además de hacer más ágiles, operativas y acordes con las exigencias del momento y del lugar las decisiones a tomar — según Raúl Castro—, libera a las instancias superiores, y sobre todo a los organismos nacionales, de una pesada y voluminosa carga de tareas administrativas y corrientes que en la práctica no pueden cumplir debidamente [...] y que, por otro lado, les impiden desarrollar las tareas de responsabilidad de su verdadera competencia en lo relativo a normación, control e inspección de las actividades que atienden.” [10]
Con el transcurrir de los años la experiencia fue demostrando que era necesario descentralizar aún más la gestión y para ello se crea en 1990 en Ciudad de la Habana la figura del Consejo Popular, un órgano de gobierno menor al municipal que buscaba mejorar el control y la fiscalización sobre todas las entidades administrativas y encontrar fórmulas que permitiesen incorporar a todos los elementos de la comunidad a la solución de sus propios problemas. La idea, como dice Jesús García, era tener “una figura de gobierno fuerte, a nivel de barrio que pudiera organizar las fuerzas de la comunidad para la solución de los problemas de la base.” [11]
Infelizmente las grandes dificultades económicas que ha sufrido Cuba en las últimas dos décadas redujeron enormemente los recursos disponibles para atender las aspiraciones de la gente, los cuadros del Poder Popular comenzaron a desgastarse y cansarse, la gente perdió confianza y participación popular comenzó a debilitarse transformándose muchas veces en algo muy formal, y eso —junto a otras razones que aquí no podemos analizar— condujo a que el Poder Popular, que había comenzado con mucho brío y creatividad, empezara a desacreditarse.4. Marx plantea que hay que descentralizar todo lo que se pueda descentralizar
Las experiencias históricas me han convencido cada vez más que la descentralización es la mejor arma para luchar contra el burocratismo, ya que aproxima la gestión de gobierno al pueblo y permite ejercer un control social sobre el aparato de Estado. Por ello comparto el criterio de Marx de que es necesario descentralizar todo lo que se pueda descentralizar, guardando como competencias del Estado central sólo aquellas tareas que no puedan ser realizadas a nivel local 19. En su libro La guerra civil en Francia Marx sostenía: “Una vez establecido el régime comunal, el antiguo gobierno centralizado tendría que dejar paso también en las provincias a la auto administración de los productores. [...]” [12] 5. El estado central no se debilita, se fortalece
“Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un gobierno central, no se suprimirían, como se ha dicho, falseando intencionadamente la verdad, [...] No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, de la cual no era más que una excrescencia parasitaria. [13]
Por supuesto que no se trata de una descentralización anárquica. Debe existir un plan estratégico nacional articulador de los planes locales y c ada uno de los espacios descentralizados debe sentirse parte del todo nacional y estar dispuesto a colaborar con recursos propios para fortalecer el desarrollo de los espacios con mayores carencias. Se trata de una descentralización que debe estar impregnada de espíritu solidario. Uno de los papeles importantes del Estado central es, justamente, realizar este proceso de redistribución de los recursos a nivel nacional para proteger a los más débiles y ayudarlos a desarrollarse.
Luego de lo expuesto debe quedar claro que aquí no estoy hablando de la descentralización impulsada por el neoliberalismo. Comparto plenamente con el Presidente Chávez que se trata de una estrategia mundial para debilitar la unidad nacional y el Estado nacional. Lo que aquí defiendo es otra concepción de descentralización : una concepción socialista de la descentralización —aquella que está plasmada en numerosos artículos de la Constitución Bolivariana— [14] , que, por el contrario, al fortalecer a las comunidades, a las comunas, que son los cimientos del Estado nacional, contribuye de hecho a la profundización de la democracia y al fortalecimiento del Estado central, instrumento fundamental para defender nuestra soberanía y conducir el país hacia la nueva sociedad que queremos construir. [15]
[1] . Marx, La guerra civil en Francia.
[2] . István Meszáros, Más allá del capital, Vadell hnos, Caracas, 1995, p.1046. Original en inglés: Beyond Capital, Monthly Review Press, New York, 1995, Según István Meszáros, las referencias positivas que Lenin hizo en El Estado y la Revolución “a la Comuna de París (como la participación directa de todos los sectores empobrecidos y explotados de la población en el ejercicio del poder) desaparecieron de sus discursos y sus escritos y se puso el acento sobre ‘la necesidad de una autoridad central [...]’ [2] Y agrega más adelante: “El ideal de la acción autónoma de la clase trabajadora había sido reemplazado por la defensa de la ‘mayor centralización posible’”. p.1044.
[3] . Op.cit p.809. inglés p.703. Yo emplearía la palabra burocratismo en lugar de burocracia. Textualmente dice “al contrario de su concentración y centralización existente cuyo funcionamiento sin ‘burocracia’. resulta imposible.”.
[4] . Lenin, “X Congreso del PC (b) R (16 de marzo de 1921), en Obras completas, t. 35, p.35.
[5] . Lenin, ¿Qué debemos hacer con la inspección obrera y campesina? (9 de enero de 1923), Obras completas, t.36, pp.510‑511.
[6] . Lenin, El problema de las nacionalidades de la “autonomización” (30 de diciembre de 1922), Obras completas, t.36, p.485.
[7] . Lenin, Sobre el papel y las funciones de los sindicatos” (30 de diciembre de 1921-4 de enero de 1921), Obras completas, t, 36, pp. 109-110.
[8] . Lo que a continuación se expone sobre el tema ha sido extraído en gran medida de la introducción de Marta Harnecker a su libro: Cuba ¿Dictadura o Democracia, Siglo XXI, México, 8ava Ed. ampliada en 1979.
[9] . Discurso del 28 de septiembre, en el X Aniversario de la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución.
[10] . Seminario que se da a los delegados al Poder Popular de Matanzas el 22 de agosto de 1974
[11] . Jesús García, Cinco tesis sobre los consejos populares, Revista Cubana de Ciencias Sociales, La Habana, año 2000.
[12] . Marx , La guerra civil en Francia .
[13] . Marx, Op.cit.
[14] . Artículos 16, 157, 158, 185, 269.
[15] . Sobre este tema ver: Marta Harnecker (coordinadora), La descentralización ¿fortalece o debilita el estado nacional?, libro que recoge las intervenciones de los participantes en el taller del 23 y 24 septiembre 2008, organizado en el Centro Internacional Miranda. Publicado en www.rebelion.org .

martes, 23 de febrero de 2010

El 23-F y el refuerzo de la voluntad de resistencia de la izquerda

Salvador López Arnal
Rebelión

Desgraciadamente, señalaba Manuel Sacristán en una entrevista de 1976 [1], “me parece obligado partir de un supuesto pesimista”. Por lo menos en una primera fase, apuntaba el ex dirigente del PSUC-PCE pocos meses después del fallecimiento del general golpista africanista, las clases dominantes españolas (y sistemas, clases y grupos internacionales afines) jugarían a su antojo en un campo por ellas elegido. Lo más que podía hacer la oposición antifranquista por el momento, ésta era sin duda una de las tareas de la hora, era “echarle arena en los cojinetes” a la programación establecida. El fascismo español no había sido derrotado por la “crítica de las armas”, sino que sólo habia sido vaciado ideológicamente por el “arma de la crítica”.
Como no podía ser de otro modo, Sacristán intervino sobre nudos y aristas de lo que suele llamarse la transición (transacción) política española. La mayoría de sus notas y trabajos sobre la temática están recogidos en los volúmenes Intervenciones políticas y Pacifismo, ecologismo y política alternativa [2]. Entre estas aproximaciones cabe destacar “A propósito del ‘Eurocomunismo”, “Seguridad ciudadana”, “En muchas partes cuecen desencantos”, “A propósito del V Congreso del PSUC”, “Hambres, huelgas, huelgas de hambre”, “Intoxicación de masas, masas intoxicadas”, “Realismo fantasmagórico”, “La salvación del alma y la lógica”, “La OTAN hacia dentro”, “La salvación del alma y la lógica”, “Los partidos marxistas y el movimiento por la paz”, etc.
Arrojan luz complemetaria sobre sus posiciones algunas de las entrevistas que aparecen recogidas en De la primavera de Praga al marxismo ecologista [3]. Cito entre ellas: “Conversación con Manuel Sacristán sobre la crisis de la Universidad y el mundo estudiantil” (1976), “Manuel Sacristán un marxista que se acerca al anarquismo” (1983), “Entrevista con Argumentos” (1983) y “Entrevista con Mundo Obrero” (1985), la última entrevista que concedió.
Muy poco después de las primeras elecciones legislativas de 1977, Sacristán escribía un editorial en la revista Materiales [4] en el que señalaba algunas consideraciones básicas sobre la reciente contienda electoral que daban buena cuenta de sus posiciones del momento:
Probablemente ni siquiera en los momentos más agitados de la campaña electoral olvidara nadie en la izquierda que las elecciones no podrían disipar la agobiante pesadilla de estos años, las evidencias sumadas de una profunda crisis social y de la impotencia para superarla revolucionariamente. Los resultados de las elecciones del 15 de junio no alivian el bochorno. No es que no sean importantes, ni que carezcan, como se suele decir, de “aspectos positivos”. Han sido importantes y “tienen muchos aspectos positivos”, principalmente el de clarificar las condiciones de lucha de las fuerzas obreras y socialistas. Pero la subrayada presencia del Ejército como árbitro, el hondo dominio de grandes áreas del ánimo popular por el poder en sí (¿quién habría ganado, si Fraga hubiera sido presidente del gobierno?) y el éxito de la publicidad a la yanqui y germano-occidental (que es irracionalismo ante todo) en la campaña de oposición mejor acogida por el electorado son, entre otros, elementos de la nueva situación que continúan la anterior sin ninguna ruptura decisiva.
No hará falta decir que tampoco se ha aclarado nada para los problemas graves de la izquierda revolucionaria, como no sea la prueba de la inexistencia social de varias opciones de las que ya se sabía que eran minoritarias, aunque no tanto. Pero sobre los grandes interrogantes de la revolución social en “Occidente” el acontecimiento electoral que hemos vivido no nos podría decir gran cosa, naturalmente. En este número 4 de Materiales esta problemática ha desbordado el marco que estaba previsto inicialmente para ella, a saber, el del bloque sobre “el problema Stalin”, que presenta dos artículos: el de Valentino Gerratana “Sobre las relaciones entre leninismo y estalinismo”, y el de Jean Ellenstein sobre “El fenómeno estalinista: política y teoría”...[la cursiva es mía]
“El éxito de la publicidad a la yanqui y germano-occidental (que es irracionalismo ante todo) en la campaña de oposición mejor acogida por el electorado”. La referencia al PSOE y a sus importadas estrategias politico-publicitarias es nítida. Es de imaginar qué diría Sacristán sobre los procedimientos seguidos en las actuales elecciones.
En la contraportada del número 3 de la citada revista, Sacristán presentó el diseño de un proyecto de bandera española -un gran rectángulo en rojo acompañado de los otros dos colores republicanos en rectángulos de menor extensión- acompañado de la siguiente observación:
A muchos las banderas no nos habían dicho gran cosa hasta ahora. Lo que menos podíamos suponer era que eso de las banderas fuera un asunto estimulador de la imaginación. Hoy se tiene que reconocer que lo es. En materia de banderas están pasando cosas muy originales. Eso anima la productividad de todo el mundo, y así nosotros mismos, que hasta hace poco nos contábamos entre los insensibles, hemos dibujado el siguiente modelo que proponemos como modesta contribución al certamen:
Salvo error o desinformación por mi parte, Sacristán votó la candidatura del PSUC-PCE en las elecciones de 1977; se abstuvo -parte de la izquierda comunista tomó también esta posición- en el referéndum constitucional de 1978; probablemente siguió apoyando al PSUC en las elecciones municipales de 1979 y en las siguientes legislativas, y en 1980, en las primeras elecciones al parlamento catalán, apoyó públicamente, junto con sus compañeros y compañeras de mientras tanto, y votó la candidatura de la izquierda revolucionaria catalana: LCR, MCC, etc.
Sea como fuere, tiene indudable interés en mi opinión dar cuenta detallada de una intervención suya realizada poco después, una semana aproximadamente, del golpe de Estado militar-fascista del 23-F. Sacristán intervino en una mesa redonda celebrada en el Centre de Treball I Documentació (CTD) de Barcelona, una reunión en la que, entre otros, también intervino su amigo y compañero Víctor Ríos [5].
“Yo he asistido ya a varias discusiones sobre el golpe del 23 de febrero y he de decir que todas son bastante deprimentes”. Con estas palabras abría su intervención. La que habían tenido hacía pocos días en un círculo de amigos que editaban la revista mientras tanto había sido calificada con mucho acierto, señalaba, “más que sentido del humor aunque tiene bastante, por uno de nuestros amigos, por Víctor Ríos, como una coordinadora de angustias”. Eso era, efectivamente, lo que solía ocurrir en las reuniones que se celebraban sobre el reciente golpe señalaba Sacristán.
En ellas solían intervenir gente sin partido y militantes de partido. La gente sin partido, por regla general, solía ponerse muy analítica. “Como en realidad ya recibimos nuestro merecido hace años, a saber, ya sufrimos bastante trauma el día que salimos de nuestros partidos al cabo de más o menos decenios de estar en ellos [6], parece que hayamos desarrollado una cierta capacidad estoica de ir analizando lo mal que vamos desde siempre”. Las personas que representan a los partidos en esas reuniones, proseguía, solían intentar echar “al asunto” un poco de euforia: resultaba tan increíble que, en su opinion, “todavía le detiene más que el análisis pesimista de los sin partidos”.
Conjeturaba Sacristán que la reunión de aquella noche iba a ser igual de deprimente que todas las restantes. Por ello, señaló, tenía cierto resentimiento contra el CTD y contra él mismo “por habernos convocado aquí a sufrir durante un par de horas más de las varias que vamos sufriendo en estas reuniones”.
¿Por qué había acudido entonces si tenía esa convicción? Por modestia, señaló, porque tenía “la esperanza de ver si me equivoco y lleva razón la comisión directiva del CTD cuando piensa que lo que hay que hacer es insistir mucho, hacer varias sesiones, seguir hablando de esto”. A lo mejor era verdad que esas coordinadoras de angustias reforzaban “una cierta voluntad de resistencia” entre la ciudadanía de izquierdas y democrática.
Hasta aquí sus palabras introductorias.
En todo caso, él había venido a decir de entrada muy pocas cosas; si había discusión, ya se vería si resultaba más deprimente o más eufórica. Por lo demás, apuntó, algunas de las pocas palabras que quería decir ya estaban dichas.
Sobre todo las palabras de partida: el golpe, llegue o no a ser lo que Pep Subirós acaba de llamar golpe blando logrado, por lo menos es evidente que refuerza la derechización del país. Como está a la vista de todo el mundo, no pienso haceros gastar un minuto más en ello.
En medio de esa derechización, los partidos de la izquierda parlamentaria (es decir, entonces, 1981, el PSOE y el PCE-PSUC) se echaban resueltamente a la derecha.
La verdad es que no lo digo por interés en criticarlos, que a estas alturas es ya materia demasiado digerida. ¡Para qué vamos a ponernos ahora a criticar recientes tomas de posición!
No valía la pena, señaló. Más interés tenía darse cuenta de la honrada convicción con que lo hacían. Las declaraciones que había leído hasta entonces le dejaban poca duda –“ya me diréis si pensáis que me equivoco”- acerca de que no se trataba de oportunismo en sentido trivial, “sino de oportunismo en un sentido muy profundo”. En su opinion, esas organizaciones estaban completamente convencidas de que hacían lo que tenían que hacer “al capitular integralmente, al presentar una capitulación total, no ya sólo acerca de lo que se ve”, lo que se veía, indicaba el propio Sacristán, era fundamentalmente el nuevo tratamiento de las autonomías, caballo de batalla en aquel entonces de la derecha fascista, y la temática de los derechos individuales, sino
[…] recordarlo, sobre aquéllo de lo cual ya ni se habla, a saber, que los partidos de la izquierda parlamentaria eran partidos del cambio social, eran partidos en cuya tradición y en cuya ideología estaba inscrito el cambio social al que, normalmente, en épocas con menos pudor y con menos desastre, llamábamos revolución.
No iba a seguir poniéndose camp. “Después de haber usado la palabra “revolución” por una vez, basta”. La gran convicción con que se desplazaban a la derecha los partidos parlamentarios de izquierda tenía mucho que ver, en su opinión, no sólo con la situación nacional española, “estatal quiero decir” matizó, sino con la situación internacional, “con el mundo de los Estados”.
Cuando un dirigente de los partidos parlamentarios indicados, Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, “cuando insiste en que no hay más política que la que él hace, hay que reconocer que está diciendo una cosa que, sea toda la verdad o parte de la verdad, es por lo menos demasiado impresionante”. ¿Por qué? Porque, admitía Sacristán, “ninguno de nosotros sabríamos oponer -esto es verdad, como él insiste mucho- una política práctica, para realizar mañana, con implicaciones parlamentarias y en el ámbito de poderes centrales o territoriales, o que los englobara todos, distinta de la que hace”.
El problema pendiente era entonces, apuntaba Sacristán, qué ocurría con la tradición del cambio social, con la tradición revolucionaria de la izquierda social. Éste era el asunto al que se quería referir en los pocos minutos en los que iba a usar la palabra.
La primera impresión que se tenía en aquellos momentos era que el cambio social, de orientación nada socialista desde luego, estaba en manos de las fuerzas objetivas y subjetivas que dominaban la crisis.
Quiere decirse: empieza a dar la sensación, incluso a escala mundial y no sólo española, que quien está dominando el cambio social que se avecina son las viejas clases dominantes, en una recomposición interesante, en la que los ejércitos tienen mucha más importancia que antes, como lo sugiere la nueva política norteamericana, por ejemplo, o el hecho recientemente revelado de que contra lo que se creía también el ejército federal alemán tiene entre sus activos un despliegue nuclear ya hoy, a pesar de que oficialmente todavía es un ejército desnuclearizado, etc.
Con la novedad de que en la recomposición política de las clases dominantes el factor militar jugaba un papel politico directo que tal vez no había jugado hasta entonces, se podia afirmar que era el viejo conjunto de clases dominantes el que estaba gestionando y dirigiendo el cambio social que venía “a través de la recomposición del capital fijo, de la división internacional del trabajo, de cosas como la gran ofensiva nuclear que estamos viviendo otra vez después de unos años en que estuvo en sordina para hacer frente a la resistencia popular, las otras revoluciones tecnológicas, el paso de industrias ligeras a la periferia imperial”. En fin, indicaba Sacristán, todas aquellas cosas que no era posible detallar en aquel momento, y que “sería más propio de un análisis económico con detalle” que él no podía hacer. Daba la impresión de que el cambio social estaba integralmente en manos de estas fuerzas, “fuerzas en sentido objetivo -esas nuevas características de recomposición de la división internacional del trabajo- y fuerzas en sentido subjetivo”, las viejas clases dominantes con un nuevo ascenso politico directo de los ejércitos en ellas.
En su opinión, había que arrancar de esa perspectiva tan desfavorable, de esa ambiente internacional e hispánico muy hostil a las motivaciones y finalidades de la izquierda social. Habia que partir pues de la convicción de que lo que esperaba a la izquierda revolucionaria era una larga travesía en el desierto, había que admitir entre luchadores de su generación que los nuevos diez días en los que se iba a transformar al mundo no estaban al alcance de nuestras manos..
Seguramente me ayuda en eso la edad: ya no tengo pelos en la lengua y estaría dispuesto a decir que empieza a ser razonable pensar que la gente de la izquierda social de mi generación no vamos a ver ya un cambio positivo. Hasta ese punto creo que vale la pena convencerse al menos subjetivamente para estar preparados. Yo creo que la gente de mi edad, de aquí hasta su muerte, vamos a estar en esta situación de derrota, con mayores o menores cambios, y que es la gente más joven la que acaso pueda pensar en otra cosa.
Para que gentes más jovenes puideran pensar en otra cosa le parecía a Sacristán absolutamente necesario admitir, como había hecho Lukács, a quien estudió y tradujo y con quien se carteó, poco antes de morir, que había que retomar fuerzas de nuevo, como si se estuviera en 1845 o 1846, antes de los procesos revolucionarios europeos.
Eso quería decir, no había que ocultarlo, muchas cosas negativas pero alguna positiva también.
Hay que empezar por una autoafirmación moral. Saber que en medio de esta espantosa derrota material, de todos modos, lo que ofrecen quienes están rigiendo el cambio social en estos momentos, no es más que la exacerbación de los horrores que estamos viendo, la exacerbación del hambre en el tercer mundo, del desarrollo de tecnologías destructoras del planeta, etc, sin olvidar el punto del etcétera que más importa, a saber, la amenaza de guerra.
En su opinión, los únicos valores poliéticos positivos seguían estando donde estaban, en la izquierda social, por derrotada que ésta estuviera. Desde esos valores había que volver a empezar otra vez como si se hubiera perdido, si bien, de hecho, apuntaba Sacristán ocho años antes de la caída del muro y diez años antes de la desintegración de la URSS:
[…] la hemos perdido -disculparme la brutalidad de viejo con la que he decidido hablar esta noche aunque sea brevemente-, como hemos perdido lo que empezó en 1848. Si se tiene en cuenta que el único lugar donde hay en estos momentos en Europa un movimiento obrero importante es Polonia, ya está dicho todo. El único movimiento obrero importante del continente en estos momentos es un movimiento que se levanta contra las versiones tópicas, triviales, de lo que empezó en 1848 como una esperanza. Reconocer este hecho, con los dos ojos, es darse cuenta de dónde hay que empezar.
El lado positivo tenía otras coordenadas: si había que empezar de nuevo como si se estuviera a mediados del siglo XIX, habría que hacerlo como si no existieran las divisiones en la tradición obrera-emancipatoria, como si no se estuviera dividido
[…] en las distintas corrientes del movimiento de renovacion social, como si todos fuéramos socialistas, comunistas y anarquistas, sin prejuicios entre nosotros, volviendo a empezar de nuevo, a replantearnos cómo son las cosas, en qué puede consistir ahora el cambio, y, sobre todo, al servicio de qué valores, admitiendo de una vez que lo que hay en medio lo hemos perdido [la cursiva es mía]
De aquí le salía una receta, “aunque sea vergonzoso usar la palabra “receta”, pero es así”: qué podía hacerse ahora y aquí en un plano que no fuera sólo el fundamental, al que se acababa de referir de la reafirmación moral y cultural. Lo siguiente:
Creo que lo primero que podemos hacer es pedir urgentemente a los partidos de la izquierda social extraparlamentaria que se fusionen, que se dejen de historias, de que si unos son trotskistas y otros son lo que sean, y que intenten incluso la fusión también con las juventudes libertarias, que se acabe la historia de los grupúsculos y volvamos a empezar desde antes del 48, a ver qué conseguimos hacer.
Si eso no pasara, comentaba Sacristán, entonces la única posibilidad política de apoyo, de refuerzo, de lucha cultural y moral, sería hacer entrismo
[…] por decirlo con la vieja palabra trotskista, volver otra vez todos a las grandes organizaciones de masa, con un sano escepticismo pero con mucha pasión, para intentar desde ellas algún cambio.
Lo fundamental era saber, “para no entrar en desesperaciones fuera de lugar”, que aunque el cambio previsible estaba en manos de las clases dominantes estas clases no ofrecían ningún nuevo valor, “los valores serios para una convivencia social, humana, moral, siguen estando en la izquierda”.
De ese arranque de rearme moral había que partir, insistía, sin que ello quisiera decir que despreciara la receta que había dicho antes: urgir a las fuerzas realmente existentes en la izquierda social a que se fusionaran, “a que den pie, a que intenten apoyar orgánicamente el renacimiento del movimiento”.
*
En el coloquio, finalizadas todas las intervenciones, Ignasi Álvarez Dorronsoro, entonces dirigente, secretario político del MCC, preguntó a Sacristán directamente sobre la forma de concebir la unidad de la izquierda comunista.
Muy lejos de mi el meterme a maestro ciruela, señaló en su respuesta. Él no compartía el capricho, muy frecuente ya entonces entre intelectuales, de considerar que lo más deseable era no militar en ningún partido. Todo lo contrario, apuntó. “Yo siempre he considerado que es una desgracia. También me parecen muy impertinentes y no aprecio nada la gente que se levanta desde fuera de los partidos a darles consejos”.
Sacristán daba razón a su interlocutor cuando había señalado que la fusion de dos partidos de la izquierda revolucionaria de aquel período –el PTE [Partido del Trabajo de España] y la ORT [Organización revolucionaria de trabajadores]- había sido “para restar en vez de para sumar”. No había sido una experiencia gloriosa. En absoluto. Lo que él quiero apuntar, expresándolo como un deseo, “y sin la petulancia y la impertinencia de que sea un consejo”, era más bien una receta:
Algo para tener a la vista y que se podría hacer es que probablemente una de las tareas más fecundas de los partidos extraparlamentarios en estos momentos -extraparlamentarios o también sectores que sean verdaderamente revolucionarios de partidos parlamentarios, lo mismo me da, en este momento no quiero hacer ninguna división sectaria-, yo creo que una de las tareas más importantes sería preparar el terreno para un tipo de unidad que partiera de la base de una gran seguridad cultural, o moral, como lo queráis decir, a través de la cual se superara el sentimiento de inferioridad […], el sentimiento de inferioridad producido por la larga derrota a la que tú también te has referido, que recuperando entonces una moral alta sobre la base de una recuperación, de una nueva toma de conciencia, de la calidad cultural [7[ y de la propuesta de futuro que subyace desde siempre en la izquierda social, buscara una nueva forma de unión, no una fusión entre partidos, con las características tradicionales.
Era muy probable que el MC, el Movimiento Comunista, en alguna época “por lo menos, no sé si ahora”, visto desde fuera, estuviera “particularmente bien situado para ello” porque no les ataba ninguna de las grandes tradiciones marxistas-comunistas que podían “determinar patriotismos de partido en el resto de la izquierda marxista”. Las franjas revolucionarias del PSUC o del PCE, por ejemplo, estaban más o menos vinculadas (política y psicológicamente) por la herencia de la III Internacional. Los militantes de la LCR, por ejemplo, con la tendencia de la IV Interncional. Ellos, los militantes del MCC, remarcaba Sacristán, tenían una posición ligeramente protagonista y por eso no le ocultaba que al verle en la reunion le había parecido, con mayor seguridad, que algo iba a decir sobre el asunto de la unidad
[…] pero no con ningún ánimo de impertinente consejo, sino como reconocimiento o expresión de la convicción de que algo nuevo hay que hacer, si me permitís hablar así de vagamente.
Ese algo nuevo que había que hacer fue una de las tareas de Sacristán desde entonces. Relacionar la tradición marxista y los entonces llamados nuevos movimientos socials fue una de esos nudos. Combatir la permanencia de España en la OTAN fue otras de las aristas. Sobre este desaguisado escribió uno de sus artículos más inolvidables y más certeros: “La OTAN hacia dentro”: pocos análisis le superan en su mirada sobre la corrupción politico-cultural que significa violentar la consciencia de la ciudadanía española y de una militancia que supuestamente defendía valores socialistas.
[...] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos.
Hacia dentro, concluía Sacristán, la OTAN era para España tan terrible como hacia fuera. Y, además, más corruptora.
*
Notas:
[*] Dada la proximidad de 23 de febrero, es conveniente aplazar la aproximación a la conferencia de Sacristán de 1954 sobre crisis históricas y sentido común y centrar nuestra atención en una intervención suya sobre el golpe de 23-F de 1981. La semana próxima continuaremos la aproximación a la conferencia de 1954.
[1]“Conversación con Manuel Sacristán sobre la crisis de la Universidad y el movimiento estudiantil”. En Salvador López Anal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, p. 72.
[2] M. Sacristán, Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Público-Icaria, Madrid, 2009 (colección Pensamiento crítico).
[3] De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004 (edición, presentación y notas de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal).
[4] Materiales 4, julio-agosto 1977, pp. 3-4.
[5].Se conserva una copia de la grabación entre la documentación depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la UB. La trascripción es mía.
[6] Sacristán dimitió del comité ejecutivo del PSUC, no de comité central del PCE, en 1969. Siguió siendo, eso sí, militante del partido de los comunistas catalanes. Creo que dejó de asistir al comité central del PCE a partir de 1970, y dejó la militancia en el PSUC en 1978 o 1979. Militó, pues, en el partido de López Raimundo durante más de veinte años, desde su vinculación en la primavera de 1956.
[7] La palabra “cultural”, apuntaba Sacristán, la había usado varias veces, con intención que compartía, por otro de los intervinientes, Pep Subirós, dirigente entonces de una fuerza de izquierda comunista. OIC, si no ando errado.

domingo, 21 de febrero de 2010

Las pretensiones político-filosóficas de la sociobiología

Salvador López Arnal
El viejo topo
David N. Stamos, Evolución: los grandes temas. Sexo, raza, religión y otras cuestiones. Barcelona, Biblioteca Buridán, 2009, 391 páginas (ed original 2008); traducción de Josep Sarret Grau.

Breve preámbulo: este no es un libro socialista, éste no es un libro afable con el marxismo, éste es un libro que en ocasiones no infrecuentes provoca irritación justificada. No es tampoco un ensayo que combata el cientificismo. Es sin duda un libro que se acerca con alguna frecuencia a las peligrosas aguas del combate contra lo políticamente correcto a través de una heterodoxia algo histriónica y en ocasiones chulesca. Es ciertamente un ensayo que da una visión injusta, una mera caricatura, de la tradición marxista y de otras tradiciones políticas de izquierda (el feminismo, por ejemplo), pero es, mirado como se quiera mirar, un excelente material para un seminario en 10 u 11 sesiones en el que los ciudadanos/as y activistas de izquierda, no importa la orientación concreta, mucho podríamos debatir y aprender. De hecho, me atrevo a sugerir una recomendación así a quien pueda corresponder.
Excelentemente escrito (el traductor juega aquí su importante papel como es sabido), ampliamente documentado, rigurosa y brillantemente argumentado en general (por ejemplo, en su aproximación a la idea de razón suficiente de Leibniz (p. 308)), pletórico de debates científico-filosóficos de interés, con humor muy british y visión cinematográfica muy a lo Hollywood, epistemológicamente algo tradicional (véase su acercamiento a la filosofía de la ciencia de Popper y a la distinción entre los contextos de descubrimiento y justificación), Evolución: los grandes temas está compuesto de una Introducción sustantiva, de nueve capítulos -1. La evolución y el conocimiento. 2. La evolución y la conciencia. 3. La evolución y el lenguaje 4. La evolución y el sexo. 5. La evolución y el feminismo. 6. La evolución y la raza. 7. La evolución y la ética. 8. La evolución y la religión. 9. La evolución y el significado de la vida-, de un apéndice sobre errores comunes en la comprensión de la evolución y de un informativo glosario. Su autor, David N. Stamos, enseña filosofía en la York University de Toronto y es colaborador usual de las principales revistas académicas centradas en temáticas de filosofía de la biología, además de autor de otros dos ensayos sobre el legado de Darwin: The Species Problem (2003) y Darwin and the Nature of Species (2007).
Con Evolución Stamos no pretende realizar una defensa per se de la ciencia de la biología evolutiva. Es innecesario: ese es, en su razonable opinión, un debate superado entre los científicos y entre las personas informadas, algo ya hecho en numerosas ocasiones y que no es necesario repetir. La ciencia evolucionista, la biología evolutiva “es uno de los mayores y más sólidos logros del conocimiento humano” (p. 15), posiblemente, señala Stamos, “el más importante de todos los tiempos”. Negar la evolución es negar la naturaleza y el valor de la propia evidencia empírica.
El objetivo del autor es, pues, otro muy distinto: “se trata de averiguar si, y en qué medida, la biología evolutiva puede contribuir a esclarecer las grandes cuestiones que se debaten en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales” (p. 16). Dichas así las cosas es difícil por no decir imposible, responder negativamente: la biología evolutiva puede contribuir a esclarecer numerosas cuestiones que se debaten en los ámbitos señalados por el autor. El tema principal, como Stamos reconoce a continuación, presente en todos los capítulos del volumen, es otro. Se trata de intervenir –no es necesario que les señale la posición del autor- en el debate entre las explicaciones evolucionistas y lo que, según Stamos se ha dado en llamar el modelo estándar de las ciencias sociales (SSSM, por sus siglas en inglés) y que el presenta en los términos siguientes: “el SSSM es una forma de considerar la naturaleza humana que puede encontrarse en diversos campos, en la sociología, en la psicología evolutiva, en la antropología cultural, en el marxismo y en los estudios de género, feministas u homosexuales” (p. 17). Aunque una dicotomía excluyente no sería admisible, apunta Stamos, el debate no ha cambiado tanto “como para que ya n sea posible establecer una clara distinción entre los dos modelos en conflicto” (p. 17). El debate, apunta, no es entre naturaleza versus crianza, sino entre naturaleza-crianza contra crianza. Los biólogos afirman rutinariamente que una exposición completa de un rasgo determinado, físico o conductual, requiere una explicación genética y en última instancia evolutiva además de una explicación medioambiental (crianza). Por el contrario, el SSSM, hace todo lo posible para “minimizar el papel de la biología y maximizar el papel del entorno, concretamente, el de la cultura y el condicionamiento” (p. 18). La SSSM, señala, considera en última instancia a la naturaleza como algo enormemente plástico, muy moldeable. Lo erróneo del modelo estándar no es que sea completamente erróneo sino que “es una forma de pensar que produce resistencia, incluso fobia o rechazo, ante el hecho de que los humanos somos una especie biológica” (p. 21). De ahí una de las conclusiones políticas del autor: “… es posible afirmar que el experimento comunista ha fracasado en muchos países del mundo, igual que fracasó la experiencia de las comunas hippies de los años sesenta, no porque detrás de estos experimentos hubiese gente estúpida o malvada, sino porque partían de una teoría errónea de la naturaleza humana” (p. 24).
Este es, pues, el eje básico en discusión en todos los capítulos del ensayo. No es posible trazar aquí un resumen de estas aproximaciones. Me limitaré a señalar algunos puntos debatibles de la posición y argumentación del autor, un profesor de la York University que ha dictado y dirigido seminarios, como él mismo señala en el volumen, sobre teoría de la argumentación.
Alguna maldad, no siempre inocente, y algún error argumentativo se escapan de su pluma. Ejemplos de lo primero, “Empezaremos por un artículo muy popular escrito en colaboración por el ya fallecido paleontólogo Stephen Jay Gould (famoso por sus populares ensayos y libros sobre la evolución)…”, señala. Stephen J. Gould no es sólo famoso por esos ensayos y libros de divulgación. Tampoco esta anotación esta merece ser olvidada: comentando elogiosamente la reseña de Dawkins al Not in our Genes de Rose, Kamin y Lewontin, al que líneas más adelante llama “fervoroso marxista” (p. 67), Stamos escribe complacido: “Dawkins lleva a cabo un rápido pero excelente trabajo poniendo al descubierto el fondo ideológico y las falacias comunes en los críticos de un punto de vista evolucionista de la naturaleza humana. El fondo ideológico es el antirreduccionismo izquierdista, la negación de que la sociología y la psicología puedan reducirse de algún modo a la biología” (p. 63). ¿Esa conjetura, esa posición metodológica, es forzosamente antirreducccionismo izquierdista? Igualmente, la referencia a que “muchos de nosotros vivimos actualmente en una especie de tierra de la abundancia” al hacer referencia en nota (p. 67) a una explicación biológica (poco afinada) de la obesidad, apuntan a una cosmovisión poliética muy satisfecha y algo conservadora del autor, eso sí, con varias homenajes y reconocimientos a la figura de Martin Luther King (“..quien decía que lo importante no es el color de la piel de un hombre sino el contenido de su carácter. Nunca se han pronunciado unas palabras más verdaderas que estas, ni siquiera repitiéndolas desde una perspectiva evolucionista” (p. 227)). La expresión “estudiantes-reclutas” (p. 178) para referirse a las militantes feministas universitarias norteamericana va en la misma línea poco afable políticamente, al igual que la conclusión que extrae Stamos al referirse a leyes ”que establezcan por la fuerza la igualdad de sexos” (p. 181): la única esperanza de conseguir una sociedad plenamente igualitaria, una sociedad que minimice el género, dado que hay que combatir la biología desarrollada a lo largo de millones de años de evolución, sería “la práctica a fondo de la ingeniería genética, una esperanza emparentada con el sueño convertido en pesadilla del Parque Jurásico” (p. 181). Sin olvidar este paso sobre el racismo de las minorías y la naturaleza humana que parece sentar cátedra en tierra abierta: “Las minorías también dan frecuentemente muestras de racismo, y no solamente respecto a la mayoría, sino hacia otros grupos minoritarios, un rasgo de la naturaleza humana que pone muy acertadamente de relieve la película Crash” (p. 227).
En cuanto a argumentaciones poco afinadas, doy también sólo unos ejemplos. Refiriéndose a Gould y a su artículo “Argumentos racistas y CI”, señala Stamos que “Gould era marxista y, como todos los marxistas, creía en la ideología de la plasticidad humana” (p. 225). Tanto da que Gould fuera o no marxista, como él señala, tiembla uno cuando Stamos habla de “buenos marxistas” pensando en quienes y en qué opinión tienen de los “malos marxistas”, pero es absolutamente inadmisible que Stamos haga referencia a que todos los marxistas acepten, sean buenos o malos, la plasticidad de la naturaleza humana en el sentido al que Stamos parece aquí apuntar: todo es posible si nos empeñamos social y políticamente en ello (Ni que decir tiene que Lewontin también es un marxista “motivado por la ideología de la plasticidad de la naturaleza humana” (p. 226)). En el último capítulo del volumen Stamos apunta que la mejor definición de filosofía que conoce es la que afirma que la filosofía intenta responder de una forma sistemática y rigurosa a la pregunta “¿qué es x?”, donde x es una variable que se sustituye por diversos conceptos fundamentales (así, conocimiento, ciencia, especie, ley de la naturaleza). Ni que decir tiene que una definición así, sin delimitación de la noción “conceptos fundamentales”, tarea que Stamos no realiza, no es una ninguna definición; por consiguiente, la mejor definición de filosofía que Stamos conoce no es de hecho ni siquiera una definición (por favor, tengan la gentileza de no preguntarme cuál es mi candidata a mejor definición). De la misma forma cuando en el glosario define Stamos el modelo estándar de las ciencias sociales (p. 354), señala que es un modelo explicativo, común nada más y nada menos que al conductismo, a la antropología cultural, al marxismo, al feminismo y a los estudios sobre la sexualidad, que niega efectivamente la existencia de una naturaleza humana para centrarse en el entorno para una explicación completa de aspectos de la conducta humana como la homosexualidad, la violación o el racismo, apuntando inmediatamente, como definición equivalente (“en otras palabras”, según sus palabras) algo que no es en absouto una definición equivalente: “en la medida en que el modelo estándar tiene en cuenta a la naturaleza humana, lo hace no como algo innato sino como algo totalmente plástico (moldeable)”.
Carlos López-Fanjul, profesor de genética de la Universidad Complutense, comentando la obra el Charles Darwin de Michael Ruse, valoraba la prudencia intelectual de este filósofo canadiense de la biología: Ruse era plenamente consciente de que al proyectar el neodarwinismo sobre fenómenos como las teorías sobre el conocimiento humano, la moral o la religión, se estaba haciendo uso de unos mecanismos selectivos que se han aplicado con indudable éxito en el estudio de la forma, la función y el comportamiento de organismos no humanos, pero a los que ahora se les obligaba a operar en frecuentes ocasiones sobre el sustrato genético de la conducta humana en líneas generales aún desconocido. La cautela de Ruse, por cierto uno de los autores más citados y comentados por Stamos, acaso no siempre haya sido cultivada por este último.
Por lo demás, y en cuanto a la tradición marxista y a su total lejanía de las explicaciones de base naturalista, reiteradamente apuntada críticamente por el autor, vale la pena recordar este pasaje de una comunicación que un filósofo hispánico, expulsado de la Universidad en 1965 y trasterrado por presiones del arzobispado barcelonés a la Facultad de Económicas desde la Facultad de Filosofía por explicar Kant y la ilustración años antes, presentaba a un congreso de filosofía celebrado en Guanajuato, México, en 1981, hace ya más de un cuarto de siglo: “Una cosa es estar de acuerdo en que las ciencias biológicas –y, en particular, con la sociobiología si llega a mayoría de edad- son el fundamento inmediato de la investigación social, su “antidisciplina” según el término de Wilson, y otra muy distinta aceptar que, como escribe éste en el último y más popular libro de su “trilogía”, la sensualidad y el claroscuro del mundo emocional religioso o artístico no se pueden estudiar dignamente más que desde el punto de vista biológico… Una posición así, indistinguible del clásico imperialismo de ciertas disciplinas científicas en épocas cuya ingenuidad se suponía superada, implica la negación de la autonomía categorial de las ciencias sociales. Cuando los sociobiólogos mantienen posiciones así… llegan a observaciones y afirmaciones que, con independencia de su verdad material, tienen mucho de ignorationis elenchi”. Es innecesario recordar el autor de la comunicación. Por si ha habitado el olvido: Manuel Sacristán Luzón (1925-1985). PS: Señalaba Gustavo Duch (“UNA VACA Y UN CAMINO”, El Correo Vasco, 31 de Agosto de 2009), que según un reciente estudio chileno, aun en los caracoles, el estereotipo de la lentitud, los individuos que no se estresan viven más años. La lógica es conocida, el saber popular hace siglos que insiste sobre ello, la experiencia de todos nosotros lo confirma una y mil veces más. Pero ya se sabe que en la cosas de la ciencia hay que esperar a tener demostraciones que prueban que la selección natural escoge la calma y la favorece. Los caracoles con metabolismos más lentos viven más años puesto que cuentan con mayores reservas de energía para gastar en otras actividades, como el crecimiento o la reproducción. ¿No era Paul Lafargue, yerno de Marx por cierto, quien ya elogiaba a la pereza hace más de un siglo? ¿No hay, una vez más, una forma razonable de conciliar las enseñanzas de la tradición marxista con los argumentos y conclusiones de los estudios evolutivos? ¿No fue Singer quien ya sugirió hace una década que la izquierda debía ser darwinista aunque sea verdad, o parcialmente verdadero cuanto menos, como sugiere Maximo Sandín, profesor de Antropología Biológica de la Universidad Autónoma de Madrid, que las enseñanzas de Darwin son frecuentemente utilizadas por los poderosos contemporáneos para intentar mantener el control social