viernes, 25 de junio de 2010

La segunda arista de la concepción marxista del mundo: la dialéctica (décimoséptima aproximación

25-06-2010
Matices, aires de familia, distinciones y corolarios de una interpretación
Salvador López Arnal
Rebelión

La relación entre el enfoque sistémico a la Boulding y el proyecto dialéctico marxiano eran vistos por Sacristán del siguiente modo en 1981 [1]: “[…] La discusión del marxismo y de lo que Boulding llama “dialéctica” es poco simpatética en lo teórico y muy hostil en lo político. Boulding reconoce brevemente la destacada posición de Marx en la historia de los intentos de teoría social dinámica, pero se apresura a proclamar la inadecuación de sus tesis (...). Pese a que ese punto de vista sobre el marxismo -el primero que aparece en el libro, en la introducción-, podía haberle inducido a ver en el pensamiento de Marx un precedente más o menos aproximado de la ecodinámica, y en la dialéctica una vieja tradición que desde Platón forcejea especulativamente con los problemas sistémicos y dinámicos, prefigurando los métodos de la teoría general de sistemas, la ecología y la misma ecodinámica de Boulding, éste, como la mayoría de los autores contemporáneos, prefiere no tener que ver con ese pasado: reduce “la dialéctica” a una estrecha teoría del conflicto, ignorando la pretensión (pseudo)-lógica de esa tradición, que es lo que hace de ella una precursora del enfoque sistemático”. Las dimensiones del proyecto dialéctico eran analizada por Sacristán en un texo de 1983, en su presentación a la traducción catalana de Jordi Moners de El Capital [2]: “[…] una visión científica adecuada, ni cientificista ni apologética, tiene que partir de la revisabilidad de todo producto científico empírico. Lukács hizo una vez el experimento mental de preguntarse si quedaría algo del marxismo una vez que todas sus tesis particulares hubieran sido falsadas o vaciadas por la evolución social. Pensó que sí, que quedaría algo; a saber, el estilo de pensamiento muy abarcante y dinámico, histórico, que él llamó “método dialéctico”. Admitiendo que esta idea de Lukács es muy convincente, habría que añadirle o precisarle algo: el programa dialéctico de Marx -que engloba economía, sociología y política, para totalizarse en la historia- incluye un núcleo de teoría en sentido estricto que, sin ser todo El Capital, se encuentra en esta obra. El programa mismo era ya entonces inabarcable para un hombre solo; seguramente esto explica muchos de los padecimientos psíquicos y físicos de Karl Marx; y también da su estilo de época a una empresa intelectual que hoy consideraríamos propia de un colectivo, y no de un investigador solo. Por eso El Capital quedó en muñón, y por esto es inconsistente todo intento de convertir su letra en texto sagrado. Pero lo que sí parece imperecedero es su mensaje de realismo de la inteligencia: un programa revolucionario tiene que incluir conocimiento, poseer ciencia. Por su propia naturaleza, la ciencia real es caduca. Pero sin ella no puede llegar a ser aquello que no es ciencia. Por esta convicción ha dedicado Marx su vida y ha sacrificado mucho de su felicidad -con el turbio resultado que eso suele arrojar- en la redacción de estas miles de páginas que al final le producían tan escaso entusiasmo que se limitó a sugerir que Engels “hiciera algo” con ellas”. Años antes, en 1968, en su breve pero muy sustantiva presentación a la traducción castellana de los seis volúmenes de Sigma. El mundo de las matemáticas , Sacristán alertaba sobre los peligros del formalismo en los términos siguientes [3]: “[…] El mismo dios que aritmetiza, empero -el cual, aunque no omnisciente, se ha hecho ya un poco cauto al cabo de milenios de entusiasmos intelectuales-, querrá presumiblemente contestar aquí a sus fieles, y templar algo el himno recién entonado. Pues, si bien es verdad que instrumentos de origen matemático encuentran un campo de aplicación cada vez más amplio, destruyendo, entre otras cosas, el viejo prejuicio que levantaba una muralla metodológica insalvable entre la investigación de la naturaleza y de la sociedad, no lo es menos que el uso de conceptos meramente formales -y formales son todos los conceptos de naturaleza matemática- no produce por sí mismo conocimiento de lo concreto de cada objetividad. Esto es especialmente visible en las ciencias sociales, no porque la situación no se produzca también en las de la naturaleza (pues se da igualmente en ellas), sino porque el conocimiento rico de lo concreto es de interés vital en la aplicación de las primeras. Mas la falta de concreción de los conceptos de naturaleza matemática -por ejemplo, y señaladamente, el concepto formal de estructura antes aludido- se convierte con suma facilidad en ideologías destinadas a encubrir, bajo la analogía mera o, a lo sumo, bajo el isomorfismo de elementos estructurales formales, la diversidad concreta de los contenidos histórico-sociales. Así ocurre en una moda reciente, pero el hecho tiene, en cuanto a su sustancia, bastante tradición. El formalismo es camino tradicional de escamoteo de contenidos sociales: que las estructuras de parentesco de tal o cual pueblo primitivo sean más o menos isomórficas de fenómenos modernos de tal o cual sociedad adelantada puede pretender ser algo más que una interesante comprobación formal, y encubrir los muy diversos contenidos sociales que hacen de esas estructuras formales análogas estructuras históricas incoherentes, “disparata”. Ésta es una cuestión de determinación de la abstracción que interesa en cada caso. Y la sustitución de un determinado modo histórico de abstraer por otro determinado matemático-formal (pues no es verdad que las abstracciones matemático-formales no sean determinadas) puede acarrear la renuncia, intencionada o no, al conocimiento de lo concreto. Este riesgo es sensible en una época que ve la introducción instrumentalmente fecunda de métodos matemáticos y formales en las ciencias de la sociedad. Los cultivadores de estas ciencias que no se satisfacen con la descripción formal de los fenómenos sociales -porque sienten que su comprensión puramente formal tiende a ser estática, ahistórica- han cometido muchas veces el error de defenderse sólo psicológicamente de dicho riesgo, por el procedimiento de ignorar o negar la eficacia positiva de los métodos formales, en el estudio de la sociedad. Ésa es una reacción estéril”. De lo que se trataba, concluía Sacristán, era de situar los resultados de los análisis matemáticos y formales “en el móvil y resolutorio cuadro que es la historia de las relaciones entre los hombres, de sus productos y hasta de las relaciones de los hombres con la naturaleza”. Un primer paso necesario era la percepción “de la naturaleza histórica del pensamiento matemático-formal mismo”, y eso tanto en la génesis de ese pensamiento “cuanto en sus posibilidades de aplicación fecunda en el descubrimiento y en la interpretación”.

El “género literario” del Marx maduro, el tipo de obra de Marx, la finalidad práctico-gnoseológica que Marx había intentado, era vista por Sacristán en 1967 en los términos siguientes: “[…] El “género literario” del Marx maduro no es la teoría en el sentido fuerte o formal que hoy tiene esa palabra. Pero tampoco es -como querría Croce- el género literario de Ricardo. Y ello porque Ricardo no se ha propuesto lo que esencialmente se propone Marx: fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación de la sociedad . Esta especial ocupación -que acaso pudiera llamarse “praxeología revolucionaria”, de fundamentación científica de una práctica revolucionaria- es el “género literario” bajo el cual caen todas las obras de madurez de Marx, y hasta una gran parte de su epistolario. Por eso es inútil leer las obras de Marx como teoría pura en el sentido formal de la sistemática universitaria, y es inútil leerlas como si fueran puros programas de acción política. Ni tampoco son las dos cosas “a la vez”, sumadas, por así decirlo: sino que son un discurso continuo, no cortado, que va constantemente del programa a la fundamentación científica, y viceversa. Es obvio -y desconocerlo sería confundir la “praxeología revolucionaria” marxiana con un pragmatismo- que esa ocupación intelectual obliga a Marx a dominar y esclarecer científicamente la mayor cantidad de material posible y, por lo tanto, que siempre será una operación admisible y con sentido la crítica meramente científica de los elementos meramente teóricos de la obra de Marx. Como también lo es la operación que consiste en continuar, completar y desarrollar los aspectos puramente teóricos de esa obra (como hizo Hilferding), o el conjunto de su praxeología revolucionaria (como hizo Lenin). Lo único realmente estéril es hacer de la obra de Marx algo que tenga por fuerza que encasillarse en la sistemática intelectual académica: forzar su discurso en el de la pura teoría, como hizo la interpretación socialdemócrata y hacen hoy los althusserianos, o forzarlo en la pura filosofía, en la mera postulación de ideales, como hacen hoy numerosos intelectuales y católicos tan bien intencionados como unilaterales en su lectura de Marx”.
Sugerida esa lectura de la obra madura de Marx, proseguía Sacristán, había que sumar una advertencia para intentar impedir “que la concisión, siempre involuntariamente tajante y categórica” sugiriera un desprecio de la teoría pura, formal, acuñando para ello la categoría “praxeología revolucionaria”: “[…] la actitud de Marx, la actitud que aquí se propone llamar “praxeología revolucionaria”, ante la teoría pura no es ni puede ser de desprecio o ignorancia. La relación entre el “género literario” praxeológico revolucionario y el de la teoría pura (en sentido fuerte o formal) no es de antagonismo, sino de supraordinación: para la clarificación y la fundamentación de una práctica revolucionaria racional la teoría es el instrumento más valioso, aparte de su valor no instrumental, de conocimiento. Marx lo ha sabido muy bien -todavía hoy admira su erudición- y eso hace de él, precisamente, una figura única en la galería de los grandes revolucionarios de la historia.
Muy probablemente el planteamiento más académico de esta cuestión consistiría en tomarse en serio el subtítulo de El Capital : “Crítica de la Economía Política ”. Una interesante tesis doctoral en Economía (en Historia de las doctrinas económicas) podría proponerse tomar en serio esa “interpretación auténtica”, como dicen los filólogos y los juristas, o sea, esa autointerpretación de Marx; podría estudiar en qué medida parafrasea la Crítica de la Razón Pura de Kant -y se podría apostar, como hipótesis inicial, a que la parafrasea intencionadamente, aunque a través del “hegelianismo de izquierda”-; podría luego estudiar en qué medida eso supone que Marx no piensa estar haciendo Economía Política, sino otra cosa (su crítica), al modo como Kant no estaba haciendo “razón pura” tradicional (metafísica), sino otra cosa, sin abandonar por ello la temática cuya concepción tradicional crítica, etc”. La dialéctica revolucionaria era vista en un texto de 1974, en su presentación a su propia traducción de una obra de Jindrich Zeleny sobre la estructura lógica de El Capital , como superadora del conflicto entre los partidarios de la palabra y los favorables a la acción [5]: “[…] El hilo conductor de la investigación [de Jindrich Zeleny] es el análisis de la estructura lógica de El Capital. La concepción de Zeleny al respecto se podría resumir así: la principal obra de Marx sigue ante todo, en su estructura lógica, el movimiento de la sociedad burguesa. El sujeto del proceso que estudia El Capital no son los hombres. La causa de ello es que tampoco en el movimiento histórico real de la sociedad burguesa no son los seres humanos el sujeto soberano (Hasta aquí el resultado -no los análisis, incomparablemente más exactos en la obra de Zeleny- coincide con la posición ideológica del grupo Althusser). Pero si los hombres no son el sujeto del movimiento estudiado en El Capital, o no son el sujeto soberano de ese movimiento, es porque en la realidad burguesa el sujeto soberano es el capital. El sujeto del movimiento estudiado por El Capital es el capital. Se puede diferir de esa interpretación. Pero, en todo caso, es obligado reconocer que se trata de la versión más sólida del punto de vista que consiste en situar El Capital en el centro de la obra de Marx (la economía, pues, en el centro del pensamiento socialista) y no poner en primer término lo que fue título inicial de la empresa y se conserva como subtítulo de su parcial cumplimiento: Crítica de la economía política. Su solidez, la calidad científica, de la investigación de Zeleny, le evita presentar, en el plano epistemológico, hinchadas vaciedades como contenido de la revolución del concepto de ciencia por el marxismo. En las páginas de Zeleny Marx no aparece descubriendo continentes más conocidos que el Mediterráneo -como en la retórica francesa-, sino intentando con un éxito importante algo que estuvo desde antiguo presente en la intención intelectual de todos los pensadores revolucionarios: articular racionalmente el conocer con el hacer, lo que se sabe del mundo social con la voluntad de revolucionarlo. Zeleny, situado en el académico ambiente del marxismo centroeuropeo, dice eso con los tecnicismos tradicionales y, a la vez, de moda en la primera mitad de los años sesenta: la formación del marxismo significa según él la superación de la contraposición tradicional entre gnoseología y ontología en un método filosófico de investigación lógica de fundamentos que es nuevo en sus principios y se podría llamar, desde el punto de vista de su contenido, método “onto-praxeológico””. El importante ensayo de Zeleny, que Sacristán consideró muy positivamente, podría contribuir a poner en un marco exacto, limpio, añadía, “de retórica e imprecisión parisiense”, que no francesa, la lucha entre los que creían que en el principio de la dialéctica revolucionaria estaba la Palabra y los que, por el contrario, creían que estaba la Acción. Su categoría de praxeología revolucionario abonaba la misma superación. Todos estos textos abonan y son muestra de la riqueza de su posición final: no había que orillar, no se trataba de marginar ni de renunciar al proyecto dialéctico sino que, por el contrario, había que repensarlo. La brechtiana “Loa a la dialéctica”, en traducción de Antoni Doménech [6], es una forma consistente de finalizar esta antología de textos sobre la perspectiva dialéctica de Sacristán:
Y del jamás, saldrá el todavía. Notas: [1] Manuel Sacristán, “ La ecodinámica de K. E. Boulding”, Panfletos y materiales II, Icaria, Barcelona, 1984, pp. 441-442. [2] Manuel Sacristán, “Prólogo a la edición catalana de El Capital ”. Escritos sobre El Capital (y textos afines) . Barcelona, El Viejo Topo, 2004, p. 364. [3] Presentación de la edición castellana de Sigma. El mundo de las matemáticas , Grijalbo, Barcelona. [4] Manuel Sacristán, “Cien años después. ¿A qué género literario pertenece El Capital de Marx?”. Lecturas de filosofía moderna y contemporánea , Madrid, Trotta, 2007, pp. 190-191 (edición, notas y presentación de Albert Domingo Curto). [5] Presentación de la traducción castellana de J. Zeleny, La estructura lógica de El Capital de Marx. Ahora en M. Sacristán, Escritos sobre El Capital y textos afines , ob cit. [6] Manuel Sacristán, Sobre dialéctica . Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2009, p. 375.
Referencia Prólogo:
El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114
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domingo, 20 de junio de 2010

Los límites de la izquierda

20-06-2010
Andrés de Francisco
Rebelión


Hay logros sociales, políticos y constitucionales que sin duda se deben a la izquierda. El sufragio universal, conquistado o concedido, fue un logro de la izquierda y del movimiento obrero. Los derechos de huelga, reunión y manifestación, los sistemas de protección y seguridad social, los sistemas públicos de salud, los sistemas laicos de enseñanza obligatoria y gratuita, el derecho laboral favorable al factor trabajo. Todo este complejo sistema de derechos sociales y políticos es sin duda un logro de las fuerzas democráticas de la izquierda. Sin embargo, a la vez puede decirse que la izquierda ha sido derrotada.
Primero, porque esos logros están en franco retroceso tras tres décadas de durísima y eficaz ofensiva neoliberal, esto es, de desregulación, privatización y re-mercantilización de la vida social y económica que, naturalmente, afecta a unos países más que a otros. Y, como se puede comprobar a diario, la salida al gran crash del 98 y a la crisis sistémica subsiguiente se está saldando con un reajuste aun más duro en contra de las clases trabajadoras y de los sectores más vulnerables de la sociedad. Quedan muy lejos las medidas del laborista Clement Attlee quien, tras la II Guerra Mundial, nacionalizó el 20% de la economía británica, es decir, sus sectores estratégicos, y la axiología que informa las políticas públicas contemporáneas parece haber olvidado el célebre principio –freedom from want- que guiaba el informe Beveridge de 1942. Muy lejos de aquella audacia está la voluntad política de los representantes de la izquierda institucional de hoy. Pero la izquierda ha sido derrotada, en segundo lugar, como movimiento socialista, como ese conjunto de fuerzas revolucionarias y/o reformistas dispuestas a superar, destruir o enterrar el capitalismo, en beneficio de un modo de producción más eficiente y racional, y de un modelo social basado en la justicia y la igualdad. Como si del negativo de esa utopía se tratara, lo que tenemos ante nuestros ojos es una globalización grancapitalista con todo su espectáculo de miseria moral y material, de injusticia, corrupción y desenfreno, con todos sus fetichismos de la riqueza y el lujo, con su ética individualista del consumo irresponsable, con su frívola superficialidad posmoderna, etc.
Se trata de una derrota con profundas raíces históricas que a mi entender tiene tres episodios cruciales. Primero, la reacción fascista que siguió al fracaso revolucionario de la socialdemocracia europea en los años 20 del siglo pasado y que tuvo por misión, en parte cumplida, la destrucción del movimiento obrero y su cultura organizativa. Segundo, el estalinismo, que no sólo purgó criminalmente a la generación que hizo la revolución, sino que también arrebató la autonomía de los partidos comunistas europeo-occidentales, quebró su independencia intelectual, cercenó su creatividad y los empobreció moralmente. Tercero, el propio desarrollo del capitalismo tardío trajo consigo un conjunto de transformaciones tanto en la estructura de clases –diferenciando a las fuerzas del trabajo, eliminando la centralidad de la vieja clase obrera industrial y terciarizando la economía- como en el plano cultural –con el giro posmoderno- y el político –con la aparición de nuevos movimientos sociales con nuevas agendas políticas (igualdad de género, derechos de las minorías, o protección del medioambiente). Con sus mejores hombres y mujeres purgados, destruidas sus gloriosas tradiciones organizativas, descentrada su base social, faltos de autonomía y creatividad (tras refugiarse en la Realpolitik estalinista y en las tristes simplificaciones de la guerra fría), y para colmo desconcertados con la propia complejidad del capitalismo de la gran corporación…; con todos esos lastres a sus espaldas, la izquierda europea, sin verdadera implantación social, con direcciones aburguesadas y retóricas pseudorrevolucionarias, a la que el mismo Mayo del 68 pilló desprevenida, no estaba preparada para hacer frente a la tenaz ofensiva contra la democracia y la ciudadanía desatada en el último tercio del siglo XX.
Contra la democracia y la ciudadanía, en efecto, porque esa ofensiva ha impuesto un perfil netamente oligárquico en la estructura del poder social y porque, en esa misma medida, ha desfigurado por completo el principio de soberanía popular. A mi entender, a ello han contribuido decisivamente al menos los siguientes desarrollos:
1) La oligopolízación de los mercados, que supone una quiebra del principio (en alguna medida democrático) de soberanía del consumidor. En un mercado de competencia no oligopólica, los consumidores fijan los precios conformando una demanda agregada y en esa medida son soberanos. En los mercados oligopólicos, las grandes corporaciones imponen los precios al consumidor limitando la competencia entre productores y controlando la oferta. Un mercado muy importante para la cultura democrática es el de la información y la comunicación. Pues bien, se trata de un mercado altamente concentrado. Jerry Mander, de hecho, estima que 7 grandes corporaciones1 se reparten el control del 70% de los media mundiales, lo que incluye televisión, satélites, agencias de información, sistemas de cable, revistas, diarios, edición de libros, producción cinematográfica e internet. Esto significa que una exigua minoría tiene el enorme poder de influir en –y manipular- los contenidos de conciencia y el pensamiento de miles de millones de habitantes del planeta. La fuerte oligopolización del mercado mundial de la comunicación y el control de la oferta informativa suponen que la sociedad civil carece en buena medida de una opinión pública propia, autónoma, plural y críticamente formada, y que es llevada a pensar y saber lo que conviene a las élites del poder.2 La manipulación que sufrió la opinión pública mundial en la última guerra de Irak no es más que un ejemplo. Es verdad que hay redes, circuitos y grupos alternativos –en internet y fuera de ella- que conforman espacios de comunicación resistentes al proceso de homogeneización cultural vigente, pero su influencia real es muy limitada, si observamos, por ejemplo, que el americano medio ve 30.000 anuncios publicitarios al año o que el japonés medio se sienta ante el televisor 4 horas y media diarias.
2) La trasnacionalización corporativa que, entre otras muchas cosas, permite la opacidad contable de las operaciones entre empresas matrices y filiales, y supone la quiebra del principio democrático de la accountability. Tanto fiscal como financieramente, las grandes corporaciones trasnacionales escapan al control de los Estados y de cualesquiera organismos reguladores: la reciente crisis económica mundial es fuertemente deudora de esa impunidad con la que los altos directivos de tantas grandes empresas camuflaron sus malabarismos contables, especularon con productos financieros de altísimo riesgo y ocultaron su irresponsabilidad –y sus robos- tras una falsa pantalla de sedicentes ingenierías de inversión creativa. La fuerte financiarización de la economía global no ha hecho más que agravar estos de por sí ya graves problemas del capitalismo tardío.
3) La colonización del Estado, lograda por medio de los numerosos puentes de ida y vuelta entre los consejos de dirección de las grandes empresas o grupos financieros y los gobiernos, o lograda mediante amenazas de desinversión o deslocaliación de las multinacionales, o mediante presiones especulativas de mercados fuertemente controlados por potentes grupos de inversión. A esa colonización del Estado contribuye en paralelo el conjunto variable de mecanismos contramayoritarios de los sistemas representativos modernos, desde el veto presidencial o el bicameralismo hasta los sistemas electorales no proporcionales o sesgados para excluir a las minorías antisistema o más radicales, pasando por la marcada oligarquización de las estructuras de poder en los partidos políticos. Todo ello hace que el gobierno del Estado sobre-represente los intereses del dinero y la riqueza (los moneyed interests), mientras que los intereses de las mayorías trabajadoras y/o desempleadas –base social de la democracia- quedan sub-representados, diferidos, marginados o silenciados.
4) El sometimiento de pueblos enteros a través del mecanismo de la (re)negociación asimétrica de la deuda externa de los países. En todo el mundo, pero sobre todo en los países más pobres y endeudados, las instituciones de la gobernanza neoliberal (FMI, Banco Mundial, etc.) han impuesto condiciones salvajes –recortes sociales, privatizaciones, desinversiones- para la concesión de nuevos empréstitos, condiciones que han empobrecido aún más a esos pueblos atándolos por el cuello a la soga de una deuda externa creciente que sólo enriquece a los países y entidades acreedores. En el mundo griego antiguo, antes de las primeras reformas democráticas de Solón, a uno se le podía esclavizar si no saldaba sus deudas. En el mundo contemporáneo la deuda externa es la principal causa de que muchos países vean dramáticamente condicionada su soberanía nacional.
5) Finalmente, la geopolítica (neo)imperialista, militarmente sostenida, de las grandes potencias para el control y apropiación de las principales fuentes de energía y recursos –vegetales, hídricos, minerales o alimentarios- así como las principales rutas comerciales desde los países productores (muchos subdesarrollados) hacia los países ricos del hemisferio norte. El imperialismo no lo ha inventado el capitalismo, huelga decirlo. Antes bien, es el modus operandi histórico de los Estados fuertes, al margen del régimen político: la democracia ateniense fue imperialista, como lo fue la república romana, como lo han sido tantas y tantas tiranías. Sencillamente, las potencias capitalistas –con EE.UU a la cabeza- no se han quedado atrás, han continuado valiéndose de esa vieja lógica del poder, y el resultado ha sido el mismo de siempre: el expolio y la desposesión de los legítimos propietarios de esos recursos vitales, con la colaboración infame y servil de las oligarquías locales: otra batalla más ganada a la soberanía nacional de numerosos países.
Este ataque multilateral a la democracia ha tenido por consecuencia que los grupos (o países o pueblos), más pobres y vulnerables (y mayoritarios), masas ingentes de trabajadores o desempleados, tengan menos libertad, menos libertad de la opresión y menos libertad de la privación. Son menos soberanos como miembros del cuerpo cívico –del que muchos van quedando de facto excluidos- y viven más a merced de las decisiones de minoritarios pero muy poderosos grupos de interés. Desapoderadas política y socialmente, las mayorías que viven –o aspiran a vivir- de su trabajo quedan crecientemente expuestas a la amenaza terrible de la privación y la escasez. Este proceso multilateral y multinivel de oligarquización tiene –conviene subrayarlo- una terrible consecuencia: el paralelo deterioro de la cohesión social. En efecto, por la vía de la creciente concentración de la riqueza los índices de desigualdad se disparan hasta dar en la polarización social. Las clases medias se proletarizan, las clases obreras se empobrecen y precarizan, crecen las bolsas de marginación y exclusión, aumenta el miedo, la inseguridad y la desconfianza interpersonal.3 El vínculo societario se debilita, se exacerba el oportunismo y cunde el resentimiento de los más desfavorecidos hacia una sociedad que les da la espalda. Al final, rotos los lazos de unión entre el bien público y el privado, ya nadie cree en la sociedad como un proyecto compartido y cohesionado de cooperación social.


La libertad como eje irrenunciable de la izquierda

El diagnóstico anterior se asienta en una idea central: la libertad de los muchos es la gran víctima del proceso de globalización grancapitalista desatado en estas últimas décadas de ofensiva neoliberal. He insistido en esa idea porque, aunque a menudo se olvide, y es penoso tener que recordarlo, si el pensamiento de la izquierda ha tenido un eje central y prioritario, éste ha sido el de la libertad. La izquierda, en efecto, tanto en su gran matriz socialdemócrata clásica como en su vertiente anarquista, no ha tenido otra utopía que la de una sociedad emancipada, esto es, una sociedad de hombres y mujeres libres, libres de la opresión y libres de la necesidad. Sea dicho al paso que ambas formas de libertad negativa no son independientes. Marx, por ejemplo, creía firmemente que la libertad de la opresión sólo se alcanzaría una vez superadas las servidumbres de la necesidad. Pensamiento, sin duda, profundo, que tiene profundas raíces clásicas. Sea como fuere, y dejando de lado ahora estas y otras sutilezas de la libertad, sí quisiera llamar la atención sobre su importancia, sobre su centralidad para la utopía de la izquierda. ¿Por qué es tan prioritaria y urgente la libertad? ¿Por qué no puede la izquierda renunciar a ella? El más sabio de los locos jamás imaginado dice de la libertad que “es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; [que] con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”.4
¿Tiene razón Cervantes? ¿Por qué? Tiene razón, a mi entender, porque la libertad es la condición de la vida auténtica, esto es, de una vida basada en actividades y quehaceres queridos por ellos mismos. Dicho de otra forma, la libertad es la condición de la autorrealización individual y del desarrollo personal. Una vida impuesta por la voluntad ajena es una vida amputada y subalterna, expuesta siempre a la arbitrariedad del poder, una vida –como bien sabía Montesquieu- marcada por el miedo y el silencio. A fuerza de temer, callar y consentir, el hombre sin libertad aprende a renunciar a sí mismo, esto es, a hacer aquello que le permitiría realizar su potencial creativo. El horizonte vital de las personas está lleno de posibilidades, pero la vida real se va tejiendo a base de decisiones y de no-decisiones, de acciones y de no-acciones. La falta de libertad restringe y angosta ese horizonte vital: acota las decisiones y acciones en ámbitos de dominación –son acciones y decisiones forzadas- y desplaza al mundo imaginario de las no-decisiones y las no-acciones lo que el individuo haría por sí mismo, de buena gana, voluntariamente. La falta de libertad nos obliga a renunciar a lo que nos haría felices o apetecería y a hacer lo que a otros hace felices o apetece. Por eso, repito con nuestro hidalgo universal, la libertad “es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.
Que la izquierda ha olvidado su compromiso central con la libertad ha quedado testimoniado en muchas ocasiones. Todavía causa rubor recordar las torpes justificaciones del estalinismo en nombre de no se sabe qué baremos de igualdad o qué conjunto de necesidades básicas (como si la libertad no fuera la primera necesidad básica…). La revolución cubana es admirable en muchos sentidos, sin duda: lo es por sus logros sociales, por su diplomacia, por su solidaridad internacional, por su resistencia tenaz y a menudo heroica ante un largo historial de intentos de desestabilización desde fuera. Pero sorprende que buena parte de la izquierda no se atreva a criticar la falta de libertades del pueblo cubano (y se conforme con justificaciones contextualistas, que no dan tanto de sí, por importante que sea el bloqueo norteamericano).5 Y en la misma línea, prefieren ignorar la deriva cesarista de la revolución bolivariana en Venezuela6 o el peligro totalitario que encierran los “derechos colectivos” que nutren parte de la nueva marea nacionalista. Un autor tan sofisticado como Gerald Cohen, uno de los padres del llamado marxismo analítico y emblema de la izquierda académica contemporánea, no hace mucho que situaba los valores de la comunidad y la igualdad en la base de la utopía socialista7 con el ostensible olvido de la libertad. Sin duda, ellos son valores importantes, pero no conviene olvidar que buena parte de los afanes de la izquierda moderna consistieron también en liberar a la sociedad del yugo comunitario de la sociedad tradicional. O que el principio comunista de distribución pensado por Marx, “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, no es un principio igualitarista de distribución sino un criterio de solidaridad basado en el altruismo incondicional y la reciprocidad generalizada. En cualquier caso, una comunidad igualitaria sin libertades individuales parece más bien una contrautopía.
La consecuencia de este olvido de la libertad no es sólo la preocupante disociación entre libertad e igualdad sino una suerte de distribución de valores entre izquierda y derecha, por la cual distribución la libertad sería el principal valor de la derecha y la igualdad el de la izquierda. Así las cosas, no es de extrañar que gran parte de la filosofía política contemporánea se haya entregado –y en buena medida extraviado- en un complicado debate –en alguna medida estéril y bizantino- sobre la métrica de la igualdad, desde que Amartya Sen lanzara su célebre pregunta “¿Igualdad de qué?”.8 Es curioso constatar que de toda la batería de métricas propuestas –los recursos, las oportunidades, las capacidades, los funcionamientos- a nadie se le ocurriera proponer directamente la que siempre ha estado en la agenda republicano-democrática radical de la izquierda histórica, a saber, la libertad misma, y hacer de la igual libertad (la aequa libertas) el ideal a analizar.
Sea como fuere, la igual libertad –como decía antes- ha sido el eje central del proyecto emancipatorio de la izquierda histórica. Obviamente, no cualquier libertad, sino esencialmente la igual libertad de la opresión y la necesidad. La sociedad emancipada sería así una comunidad política (es decir, una sociedad de ciudadanos activos) en la que no hay dominadores ni dominados, sino sólo hombres y mujeres igualmente libres, con las condiciones políticamente garantizadas para desarrollar una vida digna y realizarse a sí mismos. La igual libertad de la opresión y la necesidad no exige que seamos iguales en muchos otros aspectos. No exige la igualdad de recursos, ni tampoco la igualdad de capacidades o funcionamientos. Pretender semejante igualdad sería un ejercicio absurdo y condenado al fracaso. Lo que exige la igual libertad de la opresión/necesidad son niveles de suficiencia material, garantías constitucionales y, como veremos, también límites institucionales; exige que todos tengamos un nivel suficiente de recursos, bienes e ingresos, un nivel suficiente de garantías frente a la enfermedad, frente a los golpes del azar y la fortuna, frente a la intromisión, la extorsión o la discriminación, etc., y que todos respetemos ciertos límites social-republicanos al uso de determinados bienes primarios. Que todo ello supone atacar la desigualdad, ocioso es decirlo; por ejemplo, exige la igualdad de oportunidades o la igualdad jurídica.9 Pero sobre todo supone atacar la extrema desigualdad material, esto es, la polarización social, por la cual amplias masas de la población mundial se ven condenadas a la exclusión de todos esos recursos, oportunidades y garantías mínimos, y forzadas por ello a llevar una vida miserable y sometida. Todas las propuestas interesantes que se han venido proponiendo en los últimos años (tasa Tobin, incremento fiscal de un 2% a la décima parte más rica del planeta, la renta básica de ciudadanía, la condonación de la deuda externa de los países más pobres) son medidas encaminadas a reducir o erradicar la extrema polarización del capitalismo contemporáneo, pero no tienen por objeto la igualdad como tal en ninguna de sus métricas convencionales.

Libertad y capitalismo

Armada con este principio normativo de la igual libertad de la opresión/necesidad, la izquierda, tanto la socialista de raíz republicano-democrática como la anarquista, ha sido y no puede dejar de ser una izquierda anticapitalista. Porque para esta izquierda, el capitalismo es un sistema de dominación social, es decir, un sistema donde una parte importante de la población –las clases subalternas- tiene seriamente cercenada su libertad, está sujeta a dominación, y vive –esto es- alienada. Y porque para esta izquierda el mercado capitalista es un sistema asimétrico de intercambio desigual entre grupos, pueblos y países, a resultas del cual los más vulnerables van quedando privados de sus medios de vida y desapoderados. La alienación es lo contrario de la libertad. Estar alienado, en efecto, significa ser alieni iuris, estar bajo la jurisdicción de otro, sometido a su voluntad. Para la izquierda la alienación está en el centro de la realidad cotidiana del capitalismo así como la desalienación o la emancipación humana está en el centro de su utopía. A mi entender, la izquierda del futuro tiene que ser en esto perfectamente radical y afirmar su identidad anticapitalista. Luego diré en qué precisos sentidos.
Ahora bien, el capitalismo es resistente y combatirlo o hacerle frente implica reconocer muchas cosas, pero entre ellas las tres siguientes sobre las que no suele ya insistirse demasiado.
Primera: el capitalismo genera la ilusión de la libertad, esto es, la falsa conciencia por la cual la dominación real –no reconocida en muchos casos- es voluntaria y libremente aceptada por los que la padecen. El contrato de trabajo es un contrato formalmente libre, nadie me obliga a aceptarlo, no hago más que alquilar libremente mi fuerza de trabajo, que es mía. Y sin embargo, la empresa capitalista es un espacio de dominación donde el trabajador está sometido a la ajena jurisdicción, pese a, y a través de, la libertad formal del contrato. Se trata de una ilusión muy poderosa que no sólo oculta la coacción estructural que padecen en general las clases asalariadas, unas más que otras, sino que se integra en otras propiedades del sistema capitalista como su alta complejidad, su desarrollada división del trabajo y sobre todo en la competencia generalizada, y es reforzada por ellas. Cuando uno compite en un sistema complejo, diferenciado y abierto, simplemente para ganarse la vida o prosperar, tenderá a pensar que sus logros y sus fracasos se los debe exclusivamente a su propio mérito y a su esfuerzo personal. Y comoquiera que eso del esfuerzo y el mérito son hechos reales, que efectivamente cuentan y retribuyen, el individuo tenderá a creerse íntegramente responsable de su destino social, plenamente dueño de sus propias decisiones y, por responsable, libre.
Segunda: el hecho de la competencia universal unido a la mencionada ilusión de la libertad genera una nueva ilusión, la del individualismo idiótico o apolítico, esto es, la ilusión según la cual los problemas de los individuos tienen una solución puramente individual, no colectiva. Este individualismo hay que entenderlo dinámica o dialécticamente en el siguiente sentido: crece y decrece según crezca o decrezca la capacidad de autoorganización política de las propias fuerzas anticapitalistas. Así, por ejemplo, la atomización social de la sociedad-masa del capitalismo globalizado contemporáneo ha facilitado enormemente la ofensiva neoliberal de las últimas tres décadas que, a su vez, ha dado un giro de tuerca a esa misma atomización. Sin organización no hay resistencia colectiva, sin resistencia las élites en el poder imponen su criterio. En décadas pasadas solía hablarse del “sujeto revolucionario” y hubo grandes debates sobre si la clase obrera había dejado de serlo y sobre si había otro sujeto en la recámara para sustituirlo. A mi entender, nunca hubo un sujeto revolucionario, al menos si por tal entendemos un ente colectivo hecho y acabado, que camina cual gigante pisoteando las contradicciones del sistema y dispuesto a sacarse de su enorme chistera la nueva y feliz sociedad. No hace falta haber leído a F. Engels o a E.P. Thompson para saber que ese “sujeto” siempre fue un movimiento frágil y fluido, que hubo de formarse y construirse políticamente y que siempre fue vulnerable a sus propias tensiones internas y a todo tipo de estrategias externas de división. Y, desde luego, justo es decir en honor a la verdad que fue un gran mérito de sus dirigentes y bases que el movimiento obrero del XIX alcanzara tal punto de autoorganización y autoconciencia política que llegara a plantar cara al poder social y político de la burguesía del XIX y aun del siglo XX. Pero, insisto, ese “sujeto” no existe sino que está siempre por construir. Ahora, más lábil y evanescente que nunca, también. Sin olvidar –conviene subrayarlo- que el individualismo idiótico y la ilusión de la libertad son dos de los principales obstáculos en el camino de esa tarea de arquitectura política y de reorganización de las fuerzas de la izquierda. Pero hay más.
Tercera: no todo es alineación y dominación en el capitalismo, lo cual, por más que salte a la vista, tampoco suele reconocerlo el pensamiento de la izquierda. Pero lo cierto es que el capitalismo genera muchos espacios de libertad real. Ese mismo trabajador precario y servil en su puesto de trabajo se siente libre en otras muchas facetas de su vida: elige, compra, decide, vota, opina, piensa, lee, habla, discute, sale, entra, va y viene… Tendrá miedo a quedarse sin trabajo, a no llegar a fin de mes; habrá muchas cosas que no podrá hacer, porque carecerá de los recursos necesarios... Todo eso es cierto y es grave, pero ese mismo trabajador precario no tiene miedo a que lo encarcelen sin ton ni son, a manifestar su opinión política, a movilizarse, a la policía secreta, al chivatazo de sus vecinos, a cambiar de fe, etc. En definitiva, hay muchos espacios no imaginarios sino reales de libertad negativa en el capitalismo, de cosas que uno puede hacer sin impedimento externo, sin miedo a ser reprimido.
Y es que las sociedades capitalistas no son sólo capitalistas. Son también sociedades plurales, abiertas, diferenciadas: en definitiva, modernas. Y aunque el capitalismo –como régimen de propiedad y dominación- es compatible con sistemas cerrados y dictatoriales, lo es aún más con sistemas representativos y parlamentarios con garantías jurídico-constitucionales a los derechos de libertad individual. Con ello no hago más que constatar la evidencia histórica, a saber que modernidad y capitalismo han ido de la mano y se han alimentado mutuamente.

El eje de la modernidad

Llegados a este punto, quisiera preguntar lo siguiente. Si la izquierda es anticapitalista ¿acaso ha de ser también antimoderna y renunciar al proyecto emancipatorio que la modernidad sin duda encierra? Si, por el contrario, la izquierda sigue apostando por la modernidad, ¿debe encontrar algún acomodo con el capitalismo?

La modernidad es una realidad histórica pero también es un proyecto político-social basado en la libertad. Supone la emancipación, para empezar, de la ignorancia –recordemos el sapere aude de Kant, el gran filósofo de la modernidad: ¡“atrévete a saber”!-, y abre de par en par las puertas del conocimiento: ya no hay castas sacerdotales “letratenientes” ni biblias en latín que nadie entiende. La modernidad promete también la emancipación del yugo comunitario, del estrecho cerco de sus necesidades básicas, de la tiranía del nacimiento y la sangre, de la jerarquía social heredada y la limitación corporativa, de la estrechez aldeana de miras y de las ataduras de la tradición. Rotas todas esas cadenas, queda el individuo casi desnudo e ilimitado, solo ante sí, ante un horizonte de posibilidades de autodespliegue y autocreación, de autodesarrollo y autorrealización. Queda el individuo moderno, con su alma fáustica, dispuesto a experimentarlo todo, a conocerlo todo, a apropiárselo todo, a traspasar barreras sociales y ascender hasta lo más alto, a transformar indefinidamente el mundo –a desarrollarlo- para plegarlo a sus crecientes, ilimitadas, siempre nuevas, necesidades.10 ¿Está dispuesta la izquierda a retroceder en ese camino, a volver a encadenar la libertad individual, a cercenar las posibilidades de autodespliegue del individuo? ¿O sigue asumiendo la izquierda el proyecto emancipatorio moderno, sin reparos, pese a sus contradicciones? ¿Debe la izquierda encontrar límites y ponerle bridas a la modernidad?
Yo creo que sí, que la izquierda debe ser crítica con la modernidad y encontrarle esos límites, pues de lo contrario la modernidad misma se autodestruye. Como ya dramatizó Goethe, hay en ese afán del hombre moderno por experimentar el mundo y desarrollarlo a su antojo un elemento diabólico. El desarrollismo moderno, en efecto, desata fuerzas que pronto escapan al control humano y en su impulso creativo arrasan con lo que encuentran a su paso. No sólo destruyen así, sin piedad, la inocencia de un mundo ya perdido que sólo aspiraba a su reproducción simple sino que pierden de vista la escala humana de la misma dinámica social y acaban por crear mundos artificiales, feos y disfuncionales, en los que no se puede vivir, pero que les son impuestos a poblaciones enteras inmoladas en el altar de los pingües beneficios de las grandes corporaciones y/o de los delirios de grandeza de gobernantes estúpidos y venales.

Mas, ¿cuáles han de ser esos límites? ¿Cómo y dónde echar el freno?
A mi entender, sin renunciar al proyecto emancipatorio de la modernidad, la izquierda ha de buscar dos tipos de límites: límites cívicos al individualismo y límites ecológicos al desarrollismo. Va de suyo que limitar algo no significa destruirlo. Antes al contrario, a veces la mejor manera de conservar algo es impedir, limitando sus manifestaciones, que crezca hasta volverse autodestructivo. El individualismo moderno tiene dimensiones maravillosas a las que no podemos renunciar. Tampoco sería razonable renunciar a lo que es constitutivo de la naturaleza humana, su creatividad transformadora y constructiva de mundos artificiales. El problema central de la modernidad es el desenfreno, esto es, la falta de límite del individualismo desarrollista. Así, pues, empezando por el primer tipo de límites, tarea de la izquierda es recuperar cosas que la modernidad parece haber olvidado, a saber: la obligación social frente al oportunismo individualista, el deber cívico frente a la desafección y el cinismo, la virtud frente a la idioteia y el narcisismo, en fin, el compromiso y la responsabilidad frente al nihilismo subyacente a la propia modernidad. En resumidas cuentas, la izquierda debería combatir el desenfrenado individualismo reinante, con todos sus fantasmas, y reclamar la presencia del ciudadano y su mirada política, la que apunta al bien público y no sólo al interés privado, la que deriva en acción política visible y democrática y desconfía de las manos invisibles y los mecanismos espontáneos de coordinación social tan caros al liberalismo económico, la que es capaz de controlar al poder político participando en la cosa pública en lugar de replegarse en una privacidad silenciosa y conformista. La cuestión es cómo: ¿cómo devolver el protagonismo al ciudadano y ponerlo en el centro de la vida pública, máxime cuando el capitalismo, de la mano de la competencia y sus libertades negativas, genera la ilusión –y la patología- del individualismo idiótico?
Además, ¿de qué ciudadano debemos hablar en el siglo XXI? Ciudadano viene de ciudad y, aunque no se advierte demasiado, es lo cierto que la globalización está suponiendo la remunicipalización del planeta. Mas la nueva centralidad de las ciudades no es la de la antigüedad mediterránea, ni la de Medievo, en las que resurge y se transforma el viejo ideal republicano de ciudadanía forjado por Grecia y Roma. Es más bien un escenario de gigantismo municipal, de megaciudades-región a una escala desconocida en el registro histórico. ¿Qué piensa la izquierda de este proceso de hiperconcentración urbana? ¿Tiene la izquierda un modelo de megacuidades-región para el siglo XXI? ¿Cuál es su modelo de desarrollo urbano? ¿Está más cerca del de un Robert Moses en Nueva York o de su gran oponente, la Jane Jacobs que defendía la barriada con todo su caudal de capital social? ¿Está por el hormigón o por la calle de nuestra infancia y la tienda de la esquina? ¿Apuesta por la velocidad de la vía rápida o por la comunidad y la cercanía del vecino? ¿Cómo devolver la escala humana al desarrollismo heredado? Por otro lado, hoy más que nunca el mundo es un sistema complejísimo de interdependencias globales, hasta tal punto que ya no se puede hablar de espacios públicos locales. Al contrario, muchos de los problemas locales son en realidad derivaciones de un espacio público planetario y por lo tanto sólo admiten soluciones globales. Esta aldea global parece reclamar más que nunca ciudadanos del mundo capaces de hacer suyos problemas de toda la humanidad. Éste es, sin duda, otro de los grandes retos de la izquierda: vertebrar una ciudadanía planetaria, cosmopolita, construir una sociedad civil transnacional capaz de hacer frente al proceso creciente de concentración oligopólica del poder económico a escala mundial y de armar la necesaria contra-hegemonía en el seno de la opinión pública global. Tarea sin duda de dimensiones titánicas.

Ahora bien, ese ciudadano de nuevo cuño, si ha de cobrar el debido protagonismo, no sólo debe cuidarse de la ciudad, esto es, del espacio público-político, por amplio que sea. En realidad, y vamos al segundo tipo de límites –los ecológicos-, la ciudad y la política tienen su alteridad. A eso que está más allá (o más acá) de la política los griegos lo llamaban physis. Las leyes de la ciudad constituían el nomos frente a las leyes de la naturaleza que constituían la physis. Esta dicotomía sigue vigente, por supuesto, y conviene decir que la naturaleza no sólo es el suelo sobre el que el hombre ha construido su mundo social. Al hacerlo, además, el hombre no ha dejado de transformar la naturaleza para adaptarla a sus necesidades. A decir verdad, no pudo ser de otra forma: la ciencia y la técnica son los colmillos y las garras con las que hemos aprendido a sobrevivir como especie. Pero de la misma manera que el mal ciudadano –el idiotés- explota y corrompe a su ciudad, se beneficia de forma oportunista del sacrificio de otros, también el homo faber ha llegado a sacrificar el esfuerzo de millones de años de dura selección natural a proyectos miopes de desarrollo repletos de efectos perversos a menudo irreversibles. La racionalidad instrumental sin la cual el hombre no se entiende a sí mismo se ha vuelto contra el propio hombre y ha levantado una devastadora lógica de la dominación que amenaza la viabilidad misma de la especie.
No cabe duda: hoy ya no podemos seguir viendo la naturaleza sólo con los ojos fríos y desencantados –modernos- de la ciencia y la técnica. Me atrevería a decir –y ello es urgente- que hay que volver a ungir a la naturaleza de misterio, de magia, de religiosidad. Y descubrir un nuevo modo –si se quiere, poético- de mirarla y relacionarse con ella. La biología evolucionaria puede explicar la precisa funcionalidad de un órgano, pero no la belleza del organismo. El árbol produce oxígeno, pero esa utilidad –vital para el hombre- no es la única justificación del árbol: además, es bello. Tal vez mirando a la naturaleza poéticamente –más allá de su utilidad y su función- seamos capaces de cultivar una verdadera conciencia ecológica. Como bien entendió Kant, el juicio estético es un juicio desinteresado; dicho de otra forma: cuando contemplamos la belleza en lo último que pensamos es en aprovecharnos de ella. Al contrario, la queremos por ella misma y deseamos que se quede intacta, tal como está, eternamente, pues cualquier intromisión o modificación la destruiría. Pese a las críticas de Nietzsche, tan influyentes, creo que Kant estaba en lo cierto al desligar el gusto por lo bello del interés de la voluntad.11 Y desde luego, mirando a la naturaleza no sólo como el resultado ciego y acumulativo del azar y la necesidad o como materia y energía susceptibles de ser utilizadas en nuestro beneficio, sino además como obra de arte, le devolveremos el “aura” que la ciencia y la técnica le han arrebatado, captaremos su absoluta singularidad y –como querría Benjamin- la contemplaremos como la “manifestación irrepetible de una lejanía”.12 Sólo así, siempre a la distancia estética, podríamos hacerla objeto de culto, y estaríamos en mejor situación de preservarla. Sea como fuere, con una estética subyacente o sin ella, parece claro que si la globalización pide ciudadanos del mundo y una cultura cosmopolita, ese concepto de mundo habrá de incluir al mundo natural, a la physis. La reconciliación no sólo debe ser la del hombre con su (cosmo)polis. Ha de ser más profunda: ha de ser también la del ciudadano con la tierra.

Cabe preguntarse, sin embargo, si el capitalismo es compatible con una estética contemplativa y con una verdadera conciencia ecológica. W. Sombart, en un texto memorable, expresaba elocuentemente sus dudas sobre la primera pregunta:

“la vida en un ambiente capitalista acostumbra al espíritu… a aquilatar también el valor de las cosas que se sitúan fuera de la esfera económica; esto quiere decir, a valorar las cosas y las personas midiéndolas con su valor pecuniario…De esta manera, respecto a las cosas se pierde el sentido de lo que sencillamente es bello sin más, de aquello que es solamente la perfección de la forma, es decir, el sentido artístico propiamente dicho, que ni se puede cuantificar ni pesar ni medir”.13

Así, sigue argumentando Sombart, el valor se convierte en precio, que es medible, la grandeza (greatness) se confunde con lo grande (bigness) y el éxito se ve reducido a riqueza contante y sonante: “Tener éxito –sigue diciendo- significa siempre adelantarse a otros, ser más, rendir más, tener más que otros, “ser más grande”. Por su naturaleza se valora más el éxito de aquel tipo que se puede expresar en números: es decir, la riqueza”.14 Esta filosofía cuantitativista no hace sino meterle presión competitiva al individuo, sacándolo de sí, e impide que rija su vida por el ideal de “la armonía de una personalidad centrada en sí misma”; bien al contrario, lo empuja a una vida de incesante autosuperación alimentada por una ambición “sin límite”.15 El espíritu del capitalismo no parece, pues, muy amigo de la contemplación estética; como diría Brecht, el hombre del capitalismo mira a la naturaleza con impaciencia.16
Pero hay más palos capitalistas –o modernistas- puestos en la rueda de la conciencia ecológica. En especial uno que tiene que ver ya no con las leyes de la economía sino con las de la energía. En efecto, la economía capitalista es un sistema termodinámico abierto basado en la masiva utilización de recursos no renovables y la no menos masiva emisión de residuos no reabsorbidos, sin cálculo alguno del llamado “coste físico de reposición”.17 Como tal sistema termodinámico, está sometido a la ley de la entropía y es temporalmente insostenible. Cualquier proyecto serio de reformas encaminadas a recuperar la sostenibilidad económica de nuestras sociedades industriales implicaría un cambio radical en el modo de vida occidental, basado en el confort y el consumismo, a su vez, basados en un acceso muy desigual a recursos limitados muy desigualmente apropiados y repartidos. Una reorientación ecológica de la economía moderna que tenga en cuenta su dimensión física y termodinámica –en la tradición “bioeconómica” iniciada por el gran Georgescu-Roegen18- es tan necesaria como seguramente irrealizable pues supone la renuncia a las señas de identidad mismas de la civilización industrial capitalista. Y tal vez no estemos dispuestos a semejante sacrifico o no sepamos cómo ejecutarlo. Pese a la sobrecogedora ironía con que lo dice, tal vez tenga razón el propio Roegen:
“Quizá el destino del hombre sea tener una vida corta pero ardiente, excitante y extravagante en vez de una existencia larga, sosa y vegetativa. Dejemos que otras especies –las amebas, por ejemplo, que no tienen ambiciones espirituales- hereden una tierra todavía bañada por un sol abundante.”19


Límites social-republicanos a la propiedad

Si analizamos pues críticamente el capitalismo como modelo de desarrollo, con mirada estética o sin ella, se deduce la necesidad de una política de límites bioeconómicos al crecimiento. Es una cuestión de pura racionalidad estratégica global. Ahora bien, el capitalismo no es sólo un modelo de desarrollo; es también, ya lo sabemos, un modelo de dominación social que arraiga en la estructura de la propiedad, en sus esquemas de distribución asimétrica, en sus sistemas mercantilizados de intercambio y asignación, y en sus pautas de acumulación. Entre otras “grandes transformaciones”, lo que el capitalismo ha hecho a lo largo de su joven historia moderna y contemporánea ha sido mercantilizar –esto es, convertir en mercancía- determinados bienes primarios que –al menos desde una perspectiva republicana- son esenciales para construir una identidad cívica, para dotar –esto es- a la condición de ciudadanía de un contenido material sustantivo. Son bienes cívico-constituyentes. Así ocurre, principalmente, con la vivienda, con el trabajo y con el capital mismo. En el capitalismo estos bienes han sido entregados al mercado y su uso apenas conoce límites a su enajenabilidad o a su acumulabilidad. Pues bien, una política anticapitalista de izquierdas, a mi juicio, debe buscar el modo de imponer justamente esos límites social-republicanos al uso de aquellos bienes, y desmercantilizarlos en la medida de lo razonablemente posible.20
La vivienda –el oikos- es un bien fundamental para la vida humana. Es el lugar de residencia, espacio de intimidad individual y familiar pero a la vez centro de gravedad de una geografía comunitaria donde el individuo construye sus vínculos vecinales más cercanos. En esa geografía está el barrio, el distrito, la circunscripción, y allí está la escuela, la asociación de vecinos, el mercado –el ágora-, la calle, la iglesia, el centro de salud, la agrupación del partido, etc. En esa geografía votamos, compramos, paseamos, charlamos, comentamos. La vivienda es la célula de ese pequeño pero complejo organismo social, y ha de quedar fijada, esto es, protegida de la esfera de la circulación comercial. La propiedad inmobiliaria consigue ese fin, dota de seguridad al individuo y hace a cada ciudadano un “demandante residual” de la riqueza comunitaria. Para el republicanismo, la vivienda tiene un significado cívico-político: significa un espacio físico seguro en la comunidad, no una mercancía cuyo valor está definido en un mercado impersonal. Así, todos los programas orientados a restringir la acumulabilidad y la capitalización de la vivienda tiene un fundamento social-republicano: alquileres de renta limitada, propiedad inmobiliaria con limitaciones sobre las plusvalías, limitación de los derechos de los acreedores sobre la vivienda del deudor (si es primera residencia), incremento de la presión fiscal sobre segundas viviendas vacías y cerradas. Etc. Desde un punto de vista social-republicano, la vivienda es un bien primario, que ha de ser universalizable como bien seguro y protegido de las disolventes leyes del mercado inmobiliario, que dejan sin techo a los grupos económicamente más vulnerables e incrementan artificialmente los costes hipotecarios, en beneficio de unos pocos, de la población en su conjunto. El que cada ciudadano posea un lugar seguro de residencia no puede depender sólo de un incierto y caprichoso mercado, o de los inciertos ingresos salariales de los ciudadanos, sino que tiene que implicar una activa política social-republicana de la vivienda.
Lo mismo ocurre con otros derechos de propiedad cruciales, cuales son los derechos de propiedad sobre el capital o sobre el trabajo. En efecto, hay formatos de empresa que congenian bien con los parámetros desmercantilizadores republicanos aquí propuestos. En concreto, la empresa cooperativa –ya se organice según el modelo yugoslavo o según el más flexible modelo Mondragón- impone restricciones decisivas a la acumulación y a la transferencia de activos o acciones por parte del miembro o socio, y también impone restricciones sobre el control y la distribución de beneficios residuales. Por lo común, el miembro de una cooperativa de producción ha de revender sus acciones a la empresa o dar a la empresa opciones de compra o derechos de veto o aprobación respecto de la transferencia de esas acciones. A su vez, los miembros y sólo los miembros son los demandantes residuales de las ganancias de la empresa, y nunca tienen una libertad irrestricta para enajenar sus derechos de pertenencia. A cambio de esas restricciones, el trabajador está protegido de la explotación y dominación capitalista, y de las incertidumbres e inseguridades de un mercado de trabajo que puede llegar a ser cruel.
El trabajo asalariado mismo también puede entenderse desde esta filosofía social-republicana y considerarlo un bien fundamental del trabajador que debe estar protegido de la lógica disolvente del mercado. De hecho, toda la normativa sobre rescisión de contratos por “causa justificada” tiene su fundamento en esa filosofía. El empresario no tiene una libertad irrestricta para despedir al trabajador a su antojo. Los costes asociados al despido también son mecanismos social-republicanos de protección del trabajo como un bien con características cercanas a la propiedad. Lo mismo ocurre con la representación de los trabajadores y la posesión de derechos de voto en el comité de dirección de la empresa, cuando se da el caso. Entre la mercantilización plena de la relación salarial y su constitucionalización en sentido social-republicano como un derecho de propiedad sobre el trabajo hay un continuum cuya solución de continuidad está siempre políticamente determinada según la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo, según el ciclo económico, según las políticas públicas de empleo, según el nivel de servicios asistenciales, etc. Es algo que estamos viviendo a diario.
La paradoja del argumento aquí defendido
Empezamos subrayando la centralidad para la izquierda del ideal de la libertad, y nos revolvimos contra su olvido. Sin embargo, según avanzaba el argumento, no hacíamos otra cosa que reclamar límites y más límites. La paradoja es que esos límites, en última instancia, son límites a la libertad individual, a la libertad de uso de determinados bienes, impidiendo por ejemplo venderlos o acumularlos o permitiéndolo bajo determinadas condiciones; límites al crecimiento, que sin duda supondrían innumerables cortapisas a la libertad de acción y elección. La restricción de la libertad individual en nombre de la propia libertad es una de las paradojas centrales de la teoría política republicana y toca cuestiones complejas como las de la naturaleza de la ley, la legitimidad democrática o el principio de soberanía. En este texto no hay ya lugar para desarrollar estos temas. Pero sí diré que la única salida posible a esta paradoja de la aequa libertas está en el punto de equilibrio en el que una comunidad política decide democráticamente poner límites a su propia capacidad de limitar las libertades individuales. Ese punto de equilibrio es inestable, sí, pero la aproximación a él ha de ser uno de los desiderata fundamentales de toda comunidad democrática que se tome realmente en serio la igual libertad de todos. El ideal regulativo que ha de guiar la búsqueda de ese equilibrio no puede ser otro que el de la justicia social: la justicia guiará el ejercicio de la soberanía democrática, dará legitimidad al proceso legislativo y hará que la ley sea expresión de lo universal. Los clásicos hicieron de la justicia una de las cuatro virtudes cardinales; y Rawls la convierte en la primera virtud de la sociedad bien ordenada. El problema es que la justicia no está dada, sino que hay que construirla teóricamente, y hay tantos modelos de justicia como teorías de la justicia. Pues bien, la izquierda debe entrar en ese debate y optar. Una pista: una de las teorías de la justicia más potentes y avanzadas jamás propuesta –la de John Rawls- da primacía a las libertades básicas, no cuenta los derechos de propiedad de los medios de producción entre dichas libertades básicas, y –un detalle no menor- es neta, manifiesta y radicalmente anticapitalista.
NOTAS
Agradezco a A. Greppi, J. Álvarez, F. Aguiar, J. Sola, I. Campillo, C. Fdez. Liria y J. A. Noguera, sus estimulantes comentarios a una versión previa de este artículo. Huelga decir que sólo yo soy responsable de los desaciertos que resten.
* A. de Francisco es profesor en la UCM.
1 Jerry Mander es el Director del International Forum on Globalization. Las 7 grandes son: Walt Disney Company, News Corporation, Time Warner, Sony, Bertelsmann, Viacom y General Electric.
2 Es verdad que hay un grado notable de pluralismo informativo aun en los medios convencionales de comunicación de masas, pero la distribución de contenidos responde a una curva normal en la que los programas de máxima audiencia y gran parte de la basura televisiva más el grueso de la publicidad se agrupan en torno a la moda, mientras que los programas más críticos, reflexivos, culturales o “alternativos” se dispersan en los minoritarios márgenes de la curva. Harvard tenía a su “izquierdista”, John Rawls, como el MIT tiene al suyo, Noam Chomsky, todavía más radical. Pero todos sabemos la extraordinaria función objetiva que cumplen Harvard y el MIT como instituciones en la reproducción del capitalismo norteamericano, nutriendo a sus élites dirigentes y reproduciendo valores concretos, como los de logro, competitividad e individualismo.
3 Cfr. R. Wilkinson y k. Pickett (2009), Desigualdad, Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Madrid: Turner.
4 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, cap. lviii.
5 Además de los hechos denunciados, por ejemplo, en el informe 2009 de Human Rights Watch, creo que la izquierda debería evaluar crítica y desprejuiciadamente si –y hasta qué punto- la institución del partido único (el PCC) supraordina y pervierte las estructuras asamblearias –parcialmente asimilables al modelo de la Comuna de París- del poder político en Cuba. Es una cuestión, a mi entender, decisiva.
6 Es cierto que un proceso de cambio social profundo, como el emprendido en Venezuela desde 1999, exige un fuerte liderazgo, incluso carismático. El problema de semejante liderazgo, empero, no es el líder en sí, sino el “séquito” que lo acompaña y que aspira a heredar su poder en lo que Max Weber denominó la rutinización del carisma, la cual suele desembocar en un tipo de dominación –la burocrática- tan celosa de sí misma que perseguirá su autoperpetuación aun a costa de traicionar los logros revolucionarios y de enterrar sus ilusiones.
7 Cfr. G.A. Cohen, “Vuelta a los principios socialistas”, en R. Gargarella y Félix Ovejero, comps. (2001), Razones para el socialismo, Barcelona: Paidós, pp. 153-170.
8 A. Sen (1980), “Equality of What?” , The Tanner Lectures on Human Values , Vol. 1, Cambridge, Mass.: Cambridge University Press.
9 Sin que ello impida acciones afirmativas o la asignación de derechos especiales a determinadas minorías o a determinados grupos de vulnerabilidad.
10 Cfr. M. Berman (1982), All that is Solid Melts into Air , Londres: Penguin.
11 Cfr. F. Nietzsche (1983), La genealogía de la moral, III, 6, Madrid: Alianza, pp. 120-123.
12 Cfr. W. Benjamín (1936), “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, epígrafe 3, en Discursos Interrumpidos, I, Buenos Aires: Taurus, 1989.
13 W. Sombart (2009), ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?, Madrid. Capitan Swing Libros., pp. 42-43.
14 Op. cit., pp.44-45.
15 Op. cit., pp.46.
16 Véase el poema “A los hombres del futuro” del libro Historias de almanaque (1939).
17 Al respecto, vid. J. M. Naredo (2007), Raíces económicas del deterioro ecológico y social, Madrid: Siglo XXI, cap. 4.
18 Véase, Nicholas Georgescu-Roegen (1996), La ley de la entropía y el proceso económico, Madrid: Argentaria-Visor.
19 N. Georgescu-Roegen (1976), "Energy and Economic Myths," Energy and Economic Myths, New York: Permagon Press, 3-36, pág. 35 (cit. por John Gowdy y Susan Mesneror, “ The Evolution of Georgescu-Roegen's Bioeconomics”, Review of Social Economy, vol. LVI, No. 2, Summer 1998.
20 Cfr. W.H. Simon, “Social-Republican property”, UCLA Law Review , 1991, 38: 1335-1413. La fórmula del texto “en la medida de los razonablemente posible” encierra dificultades evidentes y deja la cuestión abierta. En efecto, ni todo lo razonable (o deseable) es posible ni todo lo posible tiene por qué ser razonable o deseable. A la vez, la cuestión queda abierta porque el equilibrio entre lo deseable y lo razonable es un equilibrio en última instancia político en el que se dirimen no sólo cuestiones de factibilidad sino de eficiencia y también de justicia.

viernes, 18 de junio de 2010

La segunda arista de la concepción marxista del mundo: la dialéctica (decimosexta aproximación)

Génesis, observaciones y corolarios de una interpretación
Salvador López Arnal
Rebelión

En Si eres igualitarista, ¿por qué eres tan rico?, el recientemente malogrado Gerald A. Cohen señalaba: “Esta idea dialéctica es que toda cosa viviente, toda cosa que funcione, toda cosa viva, incluyendo no sólo las cosas vivas literales que se estudian en biología sino también sistemas de ideas o tendencias artísticas o sociedades con funcionamiento lineal o familias vigorosas, se desarrolla desplegando su naturaleza interna en formas externas y, cuando se ha elaborado completamente esa naturaleza, muere, desaparece, se transforma en una forma que la sucede precisamente porque ha tenido éxito al desarrollarse por completo. Así que la idea dialéctica es la idea de la autodestrucción que genera una nueva creación.”
La intepretación de Sacristán añadió nuevos matices a este primer nudo, básico, usual, una metáfora transitada.
¿De dónde su lectura? Entre los papeles, resúmenes y fichas depostitados en Reserva de la BC de UB, fondo Sacristán [1], puede verse este texto de Marx y una nota suya, una observación de su traductor al castellano:
“[...] Cita [Lassalle] una frase de “Heráclito el Oscuro”, en la cual éste, para ilustrar la reversión de todas las cosas en su contrario, dice: “Así, el oro se transforma en todas las cosas, y todas las cosas se transforman en oro”. El oro, dice Lassalle, es dinero aquí (c´est juste), y el dinero, valor. Es decir, lo ideal, lo general, la unidad (valor), y las cosas son lo real, lo particular, la pluralidad. Aprovecha esta sorprendente noción para ofrecer, en una extensa nota, an earnest of his discoveries in the science of political economy [un pregusto de sus descubrimientos en la ciencia de la economía política]. Cada palabra es un error, pero expuesto con notable pretensión. De esta nota deduzco que el tipo tiene la intención de exponer hegelianamente la economía política en su segunda gran opus. Con dolor habrá de aprender que una cosa es, mediante la crítica, llevar sólo una ciencia hasta el punto adecuado en que se la pueda exponer dialécticamente, y otra muy distinta es aplicar un sistema abstracto y acabado de la lógica a nociones precisamente de un sistema semejante. Pero, tal como te escribí de inmediato ante su primera carta de entusiasmo para consigo mismo, los hegelianos antiguos y los filólogos han de haber estado, en efecto, pleased de hallar una naturaleza tan antigua en un hombre joven, a quien se considera un gran revolucionario. Además, distribuye sonrisas y reverencias a diestra y siniestra, a fin de asegurarse una acogida favorable. En cuanto haya hojeado esa cosa, te la enviaré también a ti” (Marx a Engels (1/2/1858), MEW 20, 274-275).
El paso de esta carta de Marx era comentado por el autor de Sobre Marx y marxismo del modo siguiente:
“Me parece que tengo un texto definitivo para mi idea del uso correcto de ‘dialéctica’ en MEW 20, 275 (Carta de Marx a Engels, 1/2/1858).
El punto más necesitado de aclaración es la frase del primer paso. Por ahora la interpreto así: hay que criticar los datos y su sistematización estática. El método dialéctico es de exposición. No se puede meramente aplicar. Marx da por supuestos los hechos, el conocimiento. Pero se trata de criticarlo. Es el pésimo lado de la crítica, el resto de hegelismo joven” [la cursiva es mía].
Con su propia mirada, Sacristán se aproximó críticamente a autores que escribieron sobre la temática. Algunos de sus textos fueron comentados por él. Por oposición, podemos ahondar en su propia posición
Este primero es de Paul Sandor (Historia de la dialéctica, pp. 127-128): “La lógica formal es además un método que permite descubrir nuevos resultados, permite llegar de lo conocido a lo desconocido; así con mayor razón para la dialéctica que, rompiendo los límites estrechos de la lógica formal, lleva en sí los gérmenes de una concepción del mundo amplia y sintética. La situación es la misma en las matemáticas... No obstante, casi todas las pruebas de las matemáticas superiores son falsas desde el punto de vista de las matemáticas elementales. Y no puede ser de otro modo si se trata de probar los resultados obtenidos por vía dialéctica por medio de la lógica formal”.
Fueron dos las notas de Sacristán:
Para oscurantismo de la ortodoxia engelsiana.
Esta píldora del AD es una buena muestra condensada del oscurantismo de la concepción.
Del mismo modo, este paso Galvano della Volpe [2] -“Sobre la dialéctica. Una respuesta a los compañeros y a los demás”, pág. 72-“(...) todo saber digno de ser tal es ciencia y, por lo tanto, no mero saber o contemplación” merecía este comentario de Sacristán:
“Esta declaración de cientificismo, autocita de Rousseau a Marx, pág. 157, es la raíz de muchos vicios de la escuela. Si no hay más saber que la ciencia, todo lo que dice Marx tiene que ser ciencia; como no es corriente, es superciencia, dialéctica científica”.
El ejemplo marxiano de las parafinas, desarrollado por Engels en el Anti-Dühring –“Si, como es corriente en química, representamos un átomo de carbono por C, un átomo de hidrógeno por H, un átomo de oxígeno por O, y el número de átomos de carbono contenidos en cada combinación por n, podemos expresar del modo siguiente las fórmulas moleculares de algunas de esas series…” (A-D, pág. 131)-, era comentado atinadamente por Sacristán del modo siguiente:
“Aquí se acerca mucho Engels a lo serio. “Cualidad” es en este caso estructura. Ácido no es un C, dos H y dos O, sino una estructura realizada en los elementos que indica la fórmula meramente cuantitativa. La presencia de algo más en determinadas circunstancias que presuponen una previa estructura (la de ácido acético, la de las relaciones de que son capaces los elementos C, H y O) es incompatible con esa estructura, no permite su formación, sino la de otra. No es que la cantidad se haya transformado en cualidad, sino que una estructura no puede nacer sino en ciertas circunstancias cuantitativas. Esto es lo único serio. Pero las circunstancias cuantitativas no son toda la estructura, como prueban los ejemplos que Engels, naturalmente, pasa por alto. La estructura compleja depende de las circunstancias cuantitativas y de las estructuras previas (de C, H y O)”.
Textos clásicos de la ortodoxia marxista, como este paso de E. V. Iliénkov (Lógica dialéctica. Ensayos de historia y teoría, 1977, p.182): “(...) la dialéctica del pensamiento, aquella lógica que continúa siendo invisible para la mirada sin dotación filosófica, para el simple ‘sentido común”- eran anotados por el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal del modo siguiente: “Este elitismo antidemocrático, que viene del idealismo romántico, es religión ocultista: no la honrada del evangelio cristiano, sino la esotérica de los Agustines y los Hegel”.
Dos textos de R. Boudon estaban acompañados de las siguientes observaciones:
“Hay que señalar, por otra parte, que la utilización de tal o cual tipo de paradigma está a veces dictada por las características lógicas de los fenómenos analizados. Por ejemplo, no se ve cómo las teorías hipotético-deductivas del tipo de las que utiliza la física pudieran ser utilizadas -o en todo caso, pudieran ser exclusivamente utilizadas- en el análisis de los fenómenos singulares; por ello el análisis mertoniano de la máquina americana no puede tomar la forma de una teoría hipotético-deductiva” (R. Boudon, La crisis de la sociología, p. 221).
MSL: Este paso tiene dos debilidades fundamentales: la persistencia de la idea de que pueda haber teoría de lo singular, y la persistencia de la idea de que la teoría no sirva para entender lo singular. Toda la tecnología refuta esta idea, y Aristóteles ya refutó la primera.
El segundo texto de Boudon:
“Convenientemente traducidas y dilucidadas, las exigencias relativas a la “totalidad de las situaciones sociales” o a las “estructuras sociales” pueden, en efecto, transponerse en el lenguaje de las variables y de las relaciones entre variables. Basta con mostrar suficiente imaginación metodológica en la elaboración del plan de observación para satisfacerlas” (R. Boudon, Ibidem, p. 141).
MSL: Explicable por las muchas arbitrariedades de los de la totalidad, la formulación es excesiva y utópica. Boudon lleva razón en que no hay “lógica” diferente para la totalidad. Se equivoca al creer que la aspiración de totalidad es completamente teorizable en sentido fuerte.
Los sistemas de “lógica dialéctica” eran comentados críticamente por Sacristán. Este fragmento de Paul Sandor merecía la siguiente observación:
“[...] La negación dialéctica no significa que digamos no, o que pretendamos que una cosa no existe, ni siquiera que la destruyamos. No basta negarla, también hay que suprimir la negación. La primera negación debe ser tal que la segunda devenga posible. En cuanto a la manera de hacerla, varía según la naturaleza de cada caso particular. Si el grano de molido o si el insecto es aplastado [MSL: ejemplos de Engels, Anti-Dühring], se realiza el primer acto, pero se hace el segundo imposible. Cada cosa, cada concepto, cada noción exige una especie particular de negación, permitiéndose devenir el punto de partida de una evolución: la negación en el cálculo infinitesimal será diferente de la que interviene en el establecimiento de la potencia negativa de raíces negativas” (Paul Sandor, Historia de la dialéctica, pp. 128-129).
MSL: Para crítica de los sistemas de lógica dialéctica.
Pese a todos los refinamientos, los Dubarle y Peña, etc., tendrán que mantener esto. Y es bastante para destruir la idea de la dialéctica como lógica o como método. La única escapatoria es una idea muy abstracta de “negación” bajo cuya extensión cupieran infinitas negaciones, una por cada cosa o especie. La abstracción de esa operación es estéril.
De las Aproximaciones como las de Lorenzo Peña, se desmarcaba del modo siguiente: “En cuanto a cuáles son las intuiciones principales de la dialéctica: para él [Lorenzo Peña], la contradictoriedad de lo real; para mí, la interrelación de lo real, el o un holismo de lo inestable. Por eso él va a la lógica de la contradicción y yo a la teoría de sistemas.”
Su propia opinión sobre la dialéctica que él mismo creía inspirada directamente en el trabajo científico de Marx, se podía expresar, con sus propias palabras, en una tesis negativa y otra positiva [3]:
“La tesis negativa dice que la dialéctica no es lógica. Hay que rechazar la confusión hegeliana entre empiria y lógica. La dialéctica hegeliana es mala lógica (porque exige que la lógica dé de sí contenidos reales) y mala empiria (porque fuerza a la empiria a someterse a un esquema lógico desde dentro, por así decirlo).
[...] Mi tesis positiva es que “dialéctica” significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge. “Dialéctica” es un cierto trabajo intelectual, que, por un parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, le rebasa con mucho, en el doble sentido de que actúa también en el conocimiento ordinario pre-científico y en otro tipo de conocimiento, posterior al científico metodológicamente. Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán, tiene en Hegel una realización especulativa y busca en Marx una realización empíricamente plausible.
El estilo dialéctico consiste principalmente en proponerse un objetivo de conocimiento que estaba formalmente excluido por la filosofía de la ciencia desde Aristóteles, según el principio, explícito en unas épocas y tácito en otras, de que ”no hay ciencia de las cosas particulares”, de lo concreto. Tanto Hegel a su manera como Marx a la suya tienen, por el contrario, un programa de investigación que busca el conocimiento de algo particular o concreto: en el caso de Hegel, el discutible concreto que es el Todo; en el caso de Marx, la sociedad capitalista existente (...) pero, a pesar de ello (a pesar de los elementos de abstracción presentes en El Capital), lo construido en El Capital... tiene una concreción desconocida en el ideal tradicional de ciencia, tan eficaz en las ciencias de la naturaleza.
Sobre la idea de sobredeterminación dialéctica, se expresaba Sacristán del modo siguiente en 1980 [4]:
“Sus [de Althusser] intentos de exactificar ciertas intuiciones filosóficas tradicionales presentes en el marxismo por herencia hegeliana desembocan, desde un punto de vista lógico, en fracasos obvios y tienen además, ideológicamente considerados, un sentido apologético desagradablemente beato y escolástico. (Un aspecto muy principal de toda mentalidad escolástica, igual en Santo Tomás que en Stalin, consiste en pretender que lo vago es exacto, lo aleatorio determinado, lo empírico lógicamente necesario). Sea, por ejemplo, la interpretación por Althusser de la "contradicción dialéctica". En la lógica de verdad y en el uso normal del lenguaje, la negación contradictoria de una proposición está siempre unívocamente determinada: la contradictoria de "Todos los A son B" es "Algún A no es B", y la de 'Algún A es B" es "Ningún A es B". Pero la vaga contradictoriedad dialéctica es un concepto intuitivo, precientífico, carente de esa determinación: sólo si se lo dicen a uno, y con la sabiduría del después, se entera de que la "negación dialéctica" de un grano de cebada es ese mismo grano de cebada una vez sembrado, y que la negación de la negación de ese grano de cebada es la espiga que brotó de él. Pues bien: en vez de reconocer el carácter vago y altamente metafórico de semejante uso del lenguaje, pre-analítico e indeterminado, por más que acaso sugeridor poéticamente, Althusser sostiene que se trata de un modo de pensar ultra-exacto, "sobredeterminado". Así falsea las cosas con una intención claramente apologética y con un efecto destructor de la capacidad de rigor analítico y científico en sus discípulos. Lo peor de la influencia de Althusser es que enseña a gustar gato por liebre, logomaquia exactista por ciencia, verborrea cargada de términos pseudo-técnicos por teoría.
Los significados del concepto en la tradición eran vistos del modo siguiente [5]:
[…] la dialéctica de la negación de la negación, de la aparente radicalidad, podría decirse, no es toda la dialéctica, es la mala dialéctica, es la escolastización de la dialéctica. Entonces, en vez de decir “abandonemos la dialéctica”, acordémonos de que dialéctica ha querido decir muchas cosas en la tradición. Ha querido decir la escolástica de la negación de la negación, el cierre categorial desde el mal Hegel hasta Gustavo Bueno, pasando por Althusser, pero dialéctica ha querido decir también, para Platón, por ejemplo, el razonamiento seguro. Eso ha querido decir dialéctica en Platón y, en el mismo Aristóteles, el razonamiento incierto, el trabajo con lo difícil, el trabajo con lo impreciso, con lo que no se puede precisar, con aquello que si se precisa daría lugar a un caso de falacia de la falsa exactitud. Dialéctica ha querido decir también globalización, conocimiento de totalidades, atención a las totalidades (...) y aquí sí que viene una interesante reflexión. Se puede decir que tal vez los problemas ecológico-sociales sólo tienen solución por la vía del mesótes aristotélico. Eso también es dialéctica, buscar el sistema de equilibrios.
Ocurriría por tanto con la palabra “dialéctica” lo mismo que con las expresiones “materialismo histórico” o “materialismo dialéctico”. Uno se ve forzado en abandonar la expresión “materialismo dialéctico” si ha de ser el nombre de un sistema científico. Hay que abandonarlo como sistema. De todas maneras, sería primitivo decir: se acabó el materialismo histórico, porque en cambio no hay ninguna duda de que existe, que está justificado un modo de pensar que es materialista, en el sentido elemental de no idealista, y es dialéctico, en el sentido elemental de no fijista, de integrador”.
Sacristán no era, en todo caso, partidario de decir “se acabó la dialéctica”. Lo que había que hacer, en su opinión, era repensarla. Transitando por esta línea, vale la pena apuntar otros enfoques complementarios.
Por lo demás, al traducor de Brecht y Marcuse no le disustaba este poema de Erich Fried, “Dialéctica negativa”. Cien poemas apátridas.
La máxima de la escuela de Frankfurt
Los filósofos
no han hecho sino
interpretar el mundo
de forma distinta.
Lo que importa
es dejarse transformar
por él
dio lugar
a acerbas críticas.
La Escuela de Frankfurt podría rebatir
la acusación de pasividad
haciendo hincapié en que
sus más destacados miembros
desde hace tiempo y por propia iniciativa
contribuyen de forma activa
a transformar la base
de la interpretación.
Así llegó por ejemplo
a la siguiente conclusión:
No es suficiente
con interpretar de forma distinta
los textos de Walter Benjamin.
Lo que importa
es transformarlos.
Y eso es lo que hizo.
Notas:
[1] M. Sacristán, Sobre dialéctica. Barcelona, El Viejo Topo, 2010, pp. 363-373.
[2] Sobre Gustavo della Volpe, comentaba Sacristán:
a) Dificultades de traducción (1982)
Probablemente el autor, o uno de los autores (para no exagerar) con el que yo he tenido más dificultades en muchos años no era un alemán, sino un italiano, Della Volpe, que escribía al dictado y luego recogía el texto que le habían tomado dando a veces períodos de página y media y claro, la reconstrucción es delicada y difícil. Y no porque fuera un alemán.
b) Breve noticia (1966)
Galvano della Volpe nació en Imota (Bolonia), el 24-IX-1895. Sus principales obra son: La filosofia dell´esperiencia di Davide Hume (1933-1935); Eckhart o della filosofia mistica (1930-1952); Logica como scienza positiva (1950-1956); Rousseau e Marx e altri saggi di critica materialista (1957-1962).
c) Antifilosofía, antimetafísica (1968)
Numerosos marxistas contemporáneos mantienen esa tradición “antifilosófica” (propiamente: antimetafísica, contraria a la idea de filosofía como sistema). Así escribe, por ejemplo, el físico y filósofo J. P. Vigier. “(...) el marxismo representa una ruptura en la historia (...) de la filosofía. Antes de él se intentaba encerrar el mundo en el marco de una visión a priori de sistemas necesariamente terminados y limitados. La actitud de Marx es radicalmente inversa: la visión del mundo debe surgir de la ciencia, modificarse y transformarse con ella. La práctica del conocimiento -es decir, la ciencia- se confunde con la teoría filosófica misma. Con Marx irrumpe la ciencia en la filosofía y se hunde definitivamente la barrera que las separaba”. En un sentido muy análogo procede el filósofo italiano Galvano della Volpe.
d) Sistema y crítica (1968)
Un pensamiento marxista de esta orientación excluye ante todo la idea del tratado filosófico sistemático, reconstrucción doctrinal del mundo en la que forzosamente entrarán componentes ideológicos. Así por ejemplo, mientras el filósofo marxista de tendencia clásica, como Lukács, escribe una Estética marxista, un filósofo de tendencia crítico-analítica, como Della Volpe, se contenta con una Crítica del gusto, que es un intento de fijación de conceptos empíricos -como el de obra de arte u otros menores-, así como de precisar las relaciones entre los constituyentes formales de los objetos culturales y sus sentidos históricos, de clase.
Referencias: a) “Hablando con Manuel Sacristán sobre traducción”, Acerca de Manuel Sacristán, ed cit, pp. 162-163. b) Contraportada de la traducción castellana de Crítica del Gusto. C) Manuel Sacristán, “Corrientes principales del pensamiento filosófico”, Papeles de filosofía, Barcelona, Icaria, 1984, pp.395-396. d) Ibidem, p. 398.
[3] “Entrevista con Manuel Sacristán (Dialéctica)”, Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria, Barcelona, 1987 (edición de Juan-Ramón Capella), pp. 113-115.
[4] M. Sacristán, “Althusser sin eufemismos” (artículo finalmente no publicado escrito para el diario AVUI).
[5] “Una conversación con M. Sacristán”, por J. Guiu y A. Munné. Entrevista para El viejo Topo (1979)’, De la primavera de Praga al marxismo ecologista, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004 (edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal), pp. 113-114.
Referencia prólogo:
El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114

martes, 15 de junio de 2010

"Marx, lector anómalo de Spinoza (V)"

Nicolas González Varela
Rebelión

"La mistificación (Mystifikation) que sufre la Dialéctica en manos de Hegel, en modo alguno es obstáculo para que haya sido él quien, por primera vez, expuso de manera amplia y consciente las Formas generales del Movimiento (allgemeinen Bewegunsformen) de aquella." Karl Marx Debemos apartarnos momentáneamente del derrotero del joven Marx para señalar varios sucesos simultáneos y paralelos que tendrán una impronta decisiva en su formación intelectual y política. En 1838 un Privatdozent de la Universidad de Halle, Arnold Ruge y el filósofo Theodor Etchermeyer fundan una revista clave en el hegelianismo de izquierda: los Hallische Jahrbücher für deutsche Wissenschaft und Kunst (Anales de Halle para la Ciencia y el Arte alemán). [1] Los Anales, creados para combatir al Romanticismo y la literatura romantisierende, al inicio contaban con muchos colaboradores en el centro del Hegelianismo, políticamente se manifestaba favorable a la forma-estado prusiana y a su predominio sobre toda Alemania, fue derivando rápidamente hacia la izquierda liberal y el ateísmo radical. El objetivo de fondo era combatir el órgano oficial de los hegelianos conservadores, los Berliner Jahrbücher für wissenschaftliche Kritik (“Anales berlineses de Crítica científica”). Un cronista e hisoriador de la literatura observaba no sin mordacidad, que “los Hallische Jahrbücher señalan la caída en la desgracia divina de la filosofía hegeliana y su expulsión del Paraíso de los empleos del gobierno de Prusia”. [2] De legitimismo y una ideología monárquico constitucional, la revista evolucionó hacia la crítica político-religiosa, la defensa de la Aufklärung y el racionalismo y la atención sobre la cuestión social, anunciando una nueva etapa de liberación de los espíritus de las fuerzas del turbio irracionalismo (cuyo cúlmen era la filosofía de Schelling, el espíritu de la Reforma luterana y el Prusianismo). En 1839-1840 la revista ya tenía el apoyo incondicional del Doktorklub y de los hegelianos de izquierda de Berlín, que empezaron a colaborar con artículos. En los Jahrbücher brillaba con luz propia, aparte del mismo Ruge, un filósofo que marcará toda una época: Ludwig Feuerbach, quién ya criticaba al estado prusiano por haberse transformado en una forma institucional absolutista, burocrática, anticonstitucional y teocrática. Además con acidez fustigaba a la filosofía hegeliana por haber querido conciliar Religión y Razón con un idealista a priori. [3] Ruge era el escritor mas político del grupo y el hombre práctico por excelencia, fue el que comenzó la crítica radical a la forma-estado prusiana (y destruyendo por elevación los fundamentos de la Filosofía del Derecho). [4] Ruge, como otros jóvenes hegelianos, no duda en señalar el enorme avance de la Filosofía Política hegeliana con respecto a sus antecesores o a sus contemporáneos, incluso llegando a afirmar que Hegel había desarrollado “el concepto más profundo de Estado que la Humanidad había logrado hasta ahora.” [5] Ruge también fue un pionero en intuir que, si se escindía el método dialéctico de Hegel de su System filosófico idealista, se podían obtener conclusiones que socavaban el conservadurismo y la legitimidad del estado y la cultura prusiana vigente. El aparente conformismo y realismo de la Sittlichkeit hegeliana, la Eticidad, era algo extrínseco al método e incluso para Ruge “la ética de Hegel equivale a la actividad consciente (Praxis) de la Dialéctica Histórica”. La famosa frase de Hegel “Todo lo racional es real; y todo lo real es racional” debía interpretarse, no como una sanción que legitime filosóficamente lo estático, sino de manera dinámica, de que lo real tiene que ser convertido en racional mediante la adecuación del progreso a la Historia. El método dialéctico podía ser un elemento de crítica y progreso si se entendía como reflexión, ya que en el concepto de reflexión en Hegel, no se puede pensar una cosa sin negarla o superarla. El Methode se convierte en crítica, al sopesar en su juicio “lo que es” con lo que “podría ser”. Y además es un método no-contemplativo, ya que exige que sus conclusiones se traduzcan en actividad, en acción: “El verdadero contenido de la Geistesphilosophie de Hegel es Humanismo, su verdadero método es Crítica.”
Otro sucesos literarios-políticos de importancia en el desarrollo del joven Marx fueron la aparición de dos obras filosóficas críticas en Alemania. En 1838 la inversión materialista del Hegelianismus, que buscaban con desesperación los Jóvenes Hegelianos, tuvo su primer intento en el libro del aristócrata progresista August Dolega von Cieszkowski Prolegomena zur Historiosophie (“Prolegómenos a una Historiosofía”). [6] Cieszkowski también había estudiado en la Universidad de Berlín, había sido influenciado por las clases de Gans pero su lazo más estrecho de amistad lo había hecho con el hegeliano de centro Karl Ludwig Michelet, hugonote y affranchis. Michelet había tenido como alumno también a David F. Strauss. [7] Ya en su disertación para el doctorado, Cieszkowski desarrollaba una interesante visión sobre la filosofía antigua, en la cual Thales era el padre del Materialismo, Anaximandro el del Idealismo y Anaxímenes el creador, en una síntesis nueva, del Espiritualismo Especulativo-Concreto. [8] El libro Prolegomena… hace un giro en la temática del Hegelianismo, al abandonar la cuestión teológica por la problemática histórica y la cuestión de la praxis. Muchos comentaristas lo consideran la primera transformación “revolucionaria” de la filosofía de Hegel. [9] Cieszkowski, tal como harán Engels y Marx, no rechaza in toto al sistema hegeliano (llama a Hegel “el héroe de la Filosofía Moderna”), sino que cree que tiene un núcleo racional y que el pensamiento fundamental de Hegel es su idea de la Historia del Mundo (Weltgeschichte). Nuestra época es el umbral de un nuevo período de la Humanidad, abierto por Hegel, en el cual el hombre se posesionará de manera racional el curso de la Historia. El único error de Hegel fue el de considerar la actividad humana en determinaciones del pensamiento y no de voluntad, lo cual es falso: “…por el contrario, el Pensamiento es el que constituye nada más que un momento de la Voluntad, pues el Pensamiento que quiere realizarse adquiere la forma de Voluntad y Acción.” A la dimensión especulativa-pasiva de la filosofía de Hegel, sin influencia en el futuro del hombre, se la debe complementar con una verdadera Filosofía de la Acción, de la actividad práctica, de la Praxis. Cieszkowski señala que “llegar a ser una Filosofía Práctica, o, mejor dicho, una Filosofía de la Actividad Práctica, de la ‘Praxis’, que ejerza uan influencia directa sobre la vida social; desarrollar la Verdad en el dominio de la actividad concreta: ésta es la función que deberá desempeñar la Filosofía en el futuro.” [10] Por primera vez aparece tratado de manera filosófica el concepto de Praxis, concepto que será retomado por Marx, y además también introduce la temática de la transformación de la Filosofía como tal: “la Filosofía empezará a ser una Filosofía ‘aplicada’… y a ejercer su influencia normal sobre la determinación de la vida de los hombres, a fin de desarrollar la Verdad objetiva, no sólo en la realidad presente, sino en la realidad más evolucionada del futuro. Esto permite entender el prurito de nuestra época, que ha llegado a ser una verdadera monomanía, de edificar sistemas sociales y construir a priori la sociedad, tendencia que hasta el momento había adoptado sólo la forma del sentimiento oscuro de una exigencia de los tiempos presentes, de la cual los hombres no habían tenido aún una conciencia plena.” [11] Para Cieszkowski lo que transforma un pensamiento en una utopía es, por el contrario, el exceso de adaptación y adecuación a las condiciones del presente, y no su proyección hacia el futuro. Si el primer golpe serio contra la versión ortodoxa de Hegel lo había dado Strauss y Bauer, ahora las tesis de Cieszkowski provocaban un punto de no-retorno. El “completamiento” de Hegel lo realiza, como ya señaló Lukács y Cornu, [12] a través de un retorno a Fichte: se radicaliza el elemento de la autoconciencia (como Voluntad, Acción y Acto), cuya forma más efectiva y actual es la praxis: “…la determinación realmente práctica, aplicada, ejecutada, espontánea, voluntaria, libre; de ahí que abarque toda la esfera de la acción, los hechos y su significado, la teoría y la praxis, el concepto y su realidad; y engendra los ejecutores de la historia.” [13] La nueva ciencia filosófica de la Historiosofía es la interpretación de la Historia que incluye una visión del futuro como parte de su propia perspectiva. La determinación del futuro (para Hegel impensable, ya que es mera utopía) debe ser el objeto sublime de la nueva filosofía. Cieszkowski intentará un renacimiento del concepto de praxis de los griegos, en especial inspirándose en Aristóteles. La Praxis puede pensarse en diferentes determinaciones formales. Como actividad pre-teórica, propia del mundo de los hechos y de la certeza sensible, implica una actividad sin conciencia. A diferencia del carácter inmediato de los hechos, los actos suponen una Praxis que llama “post-teórica”, en la que el Pensamiento se coloca como figura de la mediación de la Acción: “…la Praxis post-teórica se nos manifiesta como la verdadera síntesis de lo teórico y de lo objetivo, puesto que el obrar en general es la verdadera síntesis sustancial del Ser y del Pensar.” [14] Lo Absoluto hegeliano es ahora la Acción, que anula toda escisión y separación: “del mismo modo que el Pensamiento y la Reflexión han superado a las Bellas Artes, la Acción y la Actividad Social están llamadas ahora a superar a la verdadera Filosofía.” [15] Cieszkowski incluso se atreve a destacar la importancia en última instancia en el Pensamiento de las relaciones de producción industriales (siguiendo a Fourier y Saint-Simon), aproximándose a la posición de un socialista utópico. [16] Habla sin tapujos, otra vez con graves resonancias spinozianas, de una nueva rehabilitación del Materialismo: “Y ésta, será entonces la verdadera rehabilitación de la Materia, al mismo tiempo que la reconciliación absoluta, justa y sustantiva, de lo Real y lo Ideal. Es este aspecto la Filosofía del Futuro será una trascendencia de la Filosofía más allá de sí misma.” [17] Un dèjá-vu asombroso de las famosas tesis sobre Feuerbach de Marx de 1845. Su libro fue además la primera obra filosófica alemana en la cual se nombra positivamente al socialista utópico Fourier. [18] Cieszkowski terminará sus días en una deriva mística y católica. Si bien no se ha conservado en su biblioteca personal un ejemplar de los Prolegomena, ni sobreviven extractos de esta obra en particular en el Nachlass literario de Marx, es poco plausible decir que en 1840 no se haya interesado por el libro. Engels en 1882 todavía recordaba con Marx el impacto en el ambiente hegeliano berlinés de Cieszkowski, y demostrando su familiaridad con el autor, llama al libro con ironía como un naturphilosopisch-botanische Buch. [19] Incluso Marx confiesa haberse encontrado personalmente con él durante su exilio en París en los años 1843-44. [20] Las tesis de la Filosofía de la Acción de Cieszkowski también llegaron al joven Marx a través de una fuente indirecta muy importante en su evolución intelectual, generalmente obviada por la Marxologie, como fue la obra de Moses Hess, el “Rabino Rojo”. [21]
En 1840 apareció el libro del filósofo Friedrich Adolph Trendelenburg, Logische Untersuchungen (”Investigaciones Lógicas”), [22] donde, desde el aristotelismo y cierto spinozismo, se crítica la filosofía de Hegel y su método dialéctico. [23] Dos críticas fundamentales que apuntan al corazón mismo de Hegel: la primera es que la Logik hegeliana en sus tres primeras categorías lógicas (Ser, Nada y Devenir) no tienen un punto de partida “sin presupuestos”, por el contrario, Trendelenburg demuestra que a partir del Ser puro como de la pura Nada es imposible concluir el Devenir, el Movimiento “ a no ser que preceda la representación del Devenir. A partir del Ser puro, abstracción confesada, y de la Nada, igualmente confesada abstracción, no puede nacer de improviso el Devenir, esa intuición concreta que domina la Vida y la Muerte… así, a partir de aquella Dialéctica, que no quiere ninguna presuposición, se presupone sin discusión, el Movimiento.” [24] La denuncia filosófica a las tramoyas de Hegel son el ataque más radical desde el Realismo contra el Idealismo objetivo: en el System existe un viciado proceso de interpolación subrepticia de elementos extraídos de la realidad empírica (que el joven Marx identificará como un proceso ideológico de hipostatización), convertidos en premisas generadas por un aparente automovimiento del Pensamiento en su pureza. La segunda crítica a Hegel de Trendelenburg plantea el problema que al inicio de la Logik el Espíritu se asume como una tabula rasa, entonces debemos preguntarnos: ¿qué mediación lógica posee la Dialéctica para producir la Idea Absoluta a partir del Ser vacío? A este fin Hegel posee dos medios: el de la Negación y el de la Identidad. Trendelenburg se pregunta: “¿Cuál es la esencia de la Negación dialéctica? Puede tener una doble naturaleza: o se concibe como puramente lógica, de forma que niegue absolutamente lo que afirma el primer concepto, sin poner nada nuevo en su lugar… o bien se la concibe como real, de modo que el concepto afirmante sea negado mediante otro concepto afirmante en cuanto que ambos deben estar referidos uno al otro… Al primer caso le llamamos ‘Negación lógica pura’ (reine logische Verneinung); al segundo ‘Oposición real’ (reale Gegensatz).” [25] Ahora bien, se pregunta: “¿puede la Negación lógica pura (A–no-A) condicionar de tal modo el progreso del Pensamiento hasta hacer que de él nazca un concepto nuevo, concepto que conecte necesariamente la afirmación y la negación que puramente se repelen? Esto es impensable. No existe un tercero ni entre, ni por encima de los dos miembros de la contraposición… La Negación lógica pura radica sólo en el Pensamiento…” Trendelenburg denuncia que Hegel, al construir su proceso dialéctico, se ha visto forzado a asumir elementos espúreos, tomados de la intuición empírica, porque “el Concepto afirmante recurre a la Realidad.” Por lo tanto no se puede, sobre dicha contradicción edificar el edificio dialéctico, porque el contenido nuevo debe tomarse de la intuición de la realidad. O sea: la validez de esta contraposición no se basa en la Form dialéctica, ya que debe recurrir, de manera oculta y sin confesarlo, a la empiria. Entonces, se pregunta Trendelenburg, ¿a partir de qué principio podrá resolverse el caso de la Oposición real (reale Gegensatz)? Aristóteles postula (en su principio de la no-contradicción) la imposibilidad de la coexistencia de dos determinaciones reales, de las cuales la segunda niegue a la primera, y la necesidad de elegir uno entre los dos términos contrapuestos. La única manera imprescindible es un “recurso a la realidad”, una intervención operativa que aprehenda lo real concreto, guiado por un programa de investigación (constatación u observación) de la Cosa. Principio que es no menos dialéctico que el principio de contradicción ortodoxo de Hegel, fundamento de una Dialéctica real, concreta científica, y no de una Dialéctica mistificada, idealista, apriorística, una Dialéctica materialista que ya no considere como imprescindible motor la superación de la reale Gegensatz en la mera Form de la contraposición.
El joven Marx llamará a este proceso “Hipostatización”, y consiste en separar un predicado de su sujeto, hipostasiarlo para hacer de él una categoría abstracta (a través de una separación/objetivación, una Vergenständlichung/Objektivation) que luego se encarna en una existencia empírica cualquiera. Hipóstasis era para Kant, quien le da un nuevo sentido al término clásico, la transformación del pensamiento en cosa u objeto, objeto fantasma que posee las mismas cualidades que uno externo al sujeto pensante. Kant califica a este mecanismo como un bloße Blendwerk, mera ilusión. [26] Al mecanismo ideológico de inversión del sujeto-predicado lo llamará Umkehrung, Inversión, componente esencial del Misticismo Lógico-Panteísta (logische, pantheistische Mystizismus) del sistema hegeliano. Dirá en su Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie (“Crítica a la Filosofía del Derecho hegeliana), escrito en el verano de 1843: “Lo importante es que Hegel erige siempre la Idea en tanto Sujeto, haciendo del Sujeto real y verdadero, como la mentalidad política, el Predicado. Y el desarrollo se opera siempre por el lado del Predicado… además de esta Inversión (Umkehrung) de Sujeto y Predicado, se suscita la apariencia de que se habla aquí de otra Idea más que del organismo.” Más adelante señala que la Hegelsche Darstellung, la exposición hegeliana “toma como punto de partida la ‘Idea’ o ‘Sustancia’ en cuanto Sujeto o Ser real (wirklichen Wesen), el Sujeto real aparece solamente como el último Predicado del Predicado abstracto… el contenido concreto, la determinación real, aparecen aquí como algo formal; toda la determinación formal abstracta aparece aquí como el contenido concreto” Marx expresa incluso el hypokeimenon ( ὑ ποκείμενον) aristotélico, el subiectum de la Escolástica, precisamente cuando denuncie el vicio “hipostatizante” del procedimiento místico-panteísta de la Filosofía Política de Hegel: “La existencia del Predicado es el Sujeto: por tanto, el Sujeto, la existencia de la Subjetividad, etc. Hegel sustantiva los predicados, los objetos, pero los sustantiva poniéndolos aparte de su Sustantividad efectiva (wirklichen Selbständigkeit), de su Sujeto. Luego, el Sujeto real aparece como resultado, siendo así que tendría que tener como punto de partida el Sujeto real, para considerar luego su Objetivación (Objektivation). Lo que se convierte, por lo tanto, en Sujeto efectivo es la Sustancia mística (mystiche Substanz) , y el Sujeto real aparece aquí como algo aparte, como un momento de la Sustancia mística. Precisamente en cuanto Hegel parte de los Predicados de la Determinación general (allgemeine Bestimmung) y no del Ente real ( ὑ ποκείμενον, Sujeto) ha de haber, sin embargo, un portador (Träger) de esta determinación, la Idea mística se convierte en dicho soporte.” [27] En Das Kapital Marx seguirá recordando a sus lectores que su método es producto de la crítica “el lado mistificador (mystifizierende Seite) de la Dialéctica hegeliana… la mistificación (Mystifikation) que sufre la Dialéctica en manos de Hegel, en modo alguno es obstáculo para que haya sido él quien, por primera vez, expuso de manera amplia y consciente las Formas generales del Movimiento (allgemeinen Bewegunsformen) de aquella.” [28] Recordemos que en su libro sobre las categorías, Aristóteles define al hypokeimenon ( ὑ ποκείμενον) como algo que puede ser predicado por otras cosas, pero no puede ser un predicado de los demás, es lo fundante y lo vuelve a desarrollar en detalle en el libro Z de la Metafísica. No es casualidad que en esa época Marx afirme que “Aristóteles tiene razón cuando dice que la Síntesis es la causa de todos los errores.”, es decir el error es una síntesis forzada y arbitraria de pensamiento y ser, o en el lenguaje jovenhegeliano entre formelle Bestimmung (Apariencia, Forma, Pensamiento, lo general) y materielle Bestimmung (Esencia, Ser, Materia, lo particular). El joven Marx parece estar utilizando indistintamente tanto el significado aristotélico como el mismo sentido que le da Spinoza a su Sustancia o Kant al noumeno. [29] Marx descubre las incongruencias hegelianas: la Materia es en Hegel, dirá, un mero capítulo de su Logik, y la Filosofía Política un “paréntesis de la Lógica, un hors d’ouvre de la argumentación real” (Marx). El elemento filosófico ya no es la Lógica de la Cosa (Logik der Sache), tal como el joven Marx la intenta desarrollar desde sus toscos principios materialistas (en la carta de 1837 a su padre), sino que se produce la inversión mistificadora de la mano de Hegel: la Logik der Sache se transforma, bajo una forma mistificada, en la Cosa de la Lógica (Sache der Logik).
Lo que Hegel presentaba como una exposición científica del “Automovimiento de la Cosa” (carente de presupuestos), es en realidad un movimiento elaborado a partir de la interpolación (Unterschiebung) de un Contenido (inmediato), de determinación empírica, no reconocido en su función preliminar en relación con la Forma. El movimiento dialéctico esconde y transvalora (en el peor sentido metafísico) el movimiento de la empiria. En la esfera de los problemas lógicos y de la conformación de contra-argumentos antihegelianos, la aportación de Trendelenburg le acerca tan esencialmente al joven Marx, que lo convierte en uno de sus más rigurosos, precisos e inmediatos precedentes históricos. En un momento Marx, a pedido de Bruno Bauer, intentó refutar a Trendelenburg: “Trendelenburg será una de las primeras víctimas que tú ofrecerás a la Filosofía ofendida”. Su otro amigo Köppen, también le pide que tenga el honor de dar una respuesta filosófica contundente “con motivo de Trendelenburg”. [30] La exigencia aristotélica del método de Trendelenburg, uso de las categorías con valencia realista, le lleva a realizar una crítica de método perfecta: será utilizada no sólo por Marx, sino por el mismo Feuerbach. [31] Marx, que estudiaba en detalle la Logik de Hegel como los textos de Aristóteles, Bacon, Hume y Spinoza, en pleno Hegelianismo, se propuso defender al System de Hegel de la crítica técnica de Trendelenburg.
La tarea de “invertir” la Dialéctica, para anular el Misticismo lógico-panteísta de Hegel, lo sigue teniendo como principio metodológico el Marx maduro, en el mismo Das Kapital, aunque hemos evolucionado de la inocente Umschlagen juvenil, pasando por la Umsturz y Umwälzen de su etapa intermedia, a la concreta y revolucionaria Umstülpen/Umkehrung de la Dialéctica materialista: “En Hegel la Dialéctica está con la cabeza al revés. Es necesario darla vuelta (umstülpen), para descubrir su núcleo racional (rationellen Kern), que se oculta bajo una envoltura mística (mystischen Hülle).” La Kritik joven-marxiana, que se remontaba a más de treinta años atrás, ha logrado, según el Marx de 1873, eliminar la forma mistificada (mystifizierten Form) de la Dialéctica hegeliana, que “parece glorificar lo existente” y superarla en una nueva forma racional (rationellen Gestalt). Es la rationellen Gestalt la que permite una “comprensión positiva de lo existente (positiven Verständnis des Bestehenden)” que incluye “la comprensión de su Negación (Verständnis seiner Negation), de su necesaria ruina, porque concibe toda Forma en el fluir de su Movimiento (Form in flusse der Bewegung), por lo tanto sin perder de vista su lado transitorio; porque nada la hace retroceder y es, por su esencia (ihrem Wesen) crítica y revolucionaria.” [32] Para el Marx maduro era plenamente vigente y operativo su trabajo crítico antihegeliano que había desarrollado entre los años 1838 y 1843. Obviamente Trendelenburg nunca será un Junghegelianer, sino un antihegeliano de derecha, teísta y políticamente conservador: su pensamiento tiende a una restitución de la Metafísica y a una teleología orgánica que intenta un híbrido entre Aristóteles (reconciliado con Platón) con el trascendentalismo de Kant. Marx poseerá en su biblioteca el libro de Trendelenburg, leído y anotado, y lo conservará hasta su muerte. [33]
Notas:
[1] Y por supuesto impresos en Leipzig por el editor Otto Wigand. Se han re-editado: Hallische Jahrbücher für deutsche Wissenchaft und Kunst, 5 Bde. in 10 Halb-Bdn., Auvermann, Glashütten (im Taunus), 1972. Sobre la historia de los Jahrbücher y su importancia en la generación de una izquierda antihegeliana, véase: Mc Lellan, David; Marx y los jóvenes hegelianos, Martinez Roca, Barcelona, 1971, p. 24; Rossi, Mario; La génesis del Materialismo Histórico. I, La izquierda hegeliana, Alberto Corazón editor, Madrid, 1971, p. 55 y ss. Sobre Ruge y los Anales: Cornu, Auguste, Karl Marx. El hombre y la obra. Del Hegelianismo al Materialismo Histórico, Editorial América, México, 1938, pp. 56-59. El poeta Heine con ironía llamaba a los Anales “un terrible homicidio de hojas de papel”.
[2] Gottschall, Rudolf; Die deutsche National Literatur in der ersten Halfte des neunzehnten Jahrhunderts, Band 2, Trewendt&Granier, Breslau, 1872 (la edición original es de 1855), p. 126 y ss. Gottschall le dedica todo un capítulo a la Escuela Hegeliana, centrándose en Strauss, Bauer, Feuerbach y Stirner. También su útil Arnold Ruge: Eine Charakteristik, Samter, Königsberg, 1848.
[3] Feuerbach, Ludwig; “Karl Streckfuss und das Preusentum”, en: los Hallische Jahrbücher für deutsche Wissenschaft und Kunst, nov. 1839.
[4] En dos artículos cruciales, escritos en 1840 y 1841; véase: Ruge, Arnold; “Zur Kritik des gegenwärtigen Staats- und Völkerrechts” [1840]; en: Hegel, G.W.F. ; Philosophie des Rechts, ed. H. Reichelt, Ullstein, Frankfurt, 1972, pp. 598-623; y “Die Hegelsche Rechtsphilosophie und die Politik unsere Zeit” [1842]; en: Riedel, Manfred, ed.; Materialien zu Hegels Rechtsphilosophie, Band 1, Suhrkamp, Frankfurt, 1975, pp. 323–349. Sobre Ruge como jóven hegeliano, véase: Zanardo, Aldo; “Arnold Ruge giovane hegeliano 1824-1849”, en: Annali Feltrinelli, XII, 1970, pp. 189- 382.
[5] En Riedel, Manfred, ed.; ibidem, p. 327.
[6] Cieszkowski, August von; Prolegomena zur Historiosophie, Veit und Co., Berlin, 1838. Después de haber sido olvidado durante más de un siglo, sólo recientemente ha sido resctado de la oscuridad. Existe una meritoria edición en español: Prolegómenos a la Historiosofía, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2002. Sobre Cieszkowski, véase: Liebich, André; Between Ideology and Utopia: The Politics and Philosophy of August Cieszkowski, D. Reidel, Dordrecht, 1978. El mismo Liebich es el editor de una selección en inglés muy útil de sus escritos: Selected Writings of August Cieszkowski, Cambridge University Press, New York, 1979.
[7] Sobre Michelet, véase: Waszek, Norbert; “Michelet, Karl Ludwig”, en: AA. VV.; Allgemeine deutsche Biographie, Band 17, Bayerische Staatsbibliothek, Berlin, 1994, p. 447. Lo trata en detalle, a pesar de sus conclusiones equivocadas, que Marx es el más sofisticado de los escatólogos, Leszek Kolakowski en su desigual Las principales corrientes del marxismo, I, Los Fundadores, Editorial Alianza, Madrid, 1980, pp. 92-95. Le otorga el rol de primer precusor Shlomo Avinieri en su libro El pensamiento social y político de Carlos Marx, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1983, p. 183-190.
[8] De philosophiae ionicae ingenio, vi, loco, Heildelberg, 1838. El texto no ha sobrevivido, André Liebich intenta una reconstrucción de su contenido en su estudio preliminar a la compilación de sus escritos: Selected Writings of August Cieszkowski, Cambridge University Press, New York, 1979, p. 20 y 120.
[9] Cf.: Cornu, Auguste; Carlos Marx y Federico Engels. Del Idealismo al Materialismo Histórico, Editorial Platina, Buenos Aires, 1965, p. 110.
[10] Cieszkowski, August von; Prolegomena zur Historiosophie, Veit und Co., Berlin, 1838, p. 129.
[11] Ibidem; pp. 131-132.
[12] Lukács, G.; “Moses Hess und die Probleme der idealistischen Dialektik”, en: Archiv fur die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, 12, 1926, pp. 3-8, aunque Lukács cree que la superación intentada por Cieszkowski de la absolutación de Hegel del presente por un abstracto “Deber-Ser”, repudia el realismo hegeliano como un todo, realismo que es el fundamento del materialismo de Marx.
[13] Ibidem; p. 16.
[14] Ibidem, p. 18.
[15] Ibidem, p. 130.
[16] Fruto de sus conocimientos de los teóricos del socialismo utópico y de la economía política liberal será su libro Du Crédit et de la Circulation, Treuttel et Wurtz, Paris, 1839.
[17] Cieszkowski, August von; Prolegomena zur Historiosophie, Veit und Co., Berlin, 1838, p. 127.
[18] Marx también tendrá en su biblioteca una obra posterior de Cieszkowski, De la Pairie et de l’Aristocratie moderne, D’Amyot, Paris, 1844, donde proponía soluciones políticas reformistas al problema de los restos reaccionarios de clases nobles y aristocráticas antiguas en la Francia moderna. En el libro se criticaba a la Gran Revolución Francesa por haber dado al hombre una libertad formal y abstracta, no real, una libertad meramente burguesa.
[19] Carta de Engels a Marx, 13 de junio, 1882; en: Werke, Band XXXV, Dietz Verlag, Berlin, 1973, p. 37. Dice Marx: “este Conde me visitó ciertamente en París durante el período de los ‘Anales’, e hizo mi vida tan insoportable que no puedo ni quiero leer sus pecados”. Los “pecados” de los que habla Marx son sus nuevos libros, llenos de nacionalismo polaco y misticismo católico.
[20] Carta de Marx a Engels, 12 de enero, 1882; en: ibidem, p. 35.
[21] Moses Hess fue, de todos los jóvenes hegelianos, el más influenciado por las tesis de Cieszkowski. Véase: Cornu, Auguste; Moses Hess et la gauche hégélienne, Alcan, Paris, 1934, pp. 31-34. Hess mismo confiesa que se sintió profundamente conmovido por Cieszkowski, cf.: Hess, Moses; Philosophische und sozialistische Schriften, Akademie Verlag, Berlin, 1961, p. 77 y 79. Sobre la influencia, muchas veces subestimada, de Hess sobre Marx, mi artículo “MoritzHess: vida y opiniones del ‘Rabino Rojo’”, on-line: http://www.rebelion.org/noticias/2007/8/54646.pdf
[22] Trendelenburg, Friedrich Adolph; Logische Untersuchungen, Band I, Bethge, Berlin, 1840. Se ha publicado un facsímil de la edición de 1862 por la editorial Elibron Classics, New York, 2003. Sobre Trendelenburg, véase: Bratuscheck, Ernst Carl L.; Adolf Trendelenburg, Henschel, Berlin, 1873. Más moderno: Wesseling, Klaus-Gunther: “Trendelenburg, Friedrich Adolf”, en: Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexikon, Band 12, Herzberg 1997, pp. 449–458. Es sintomático que el filósofo trabajó durante años como tutor del hijo de un amigo íntimo de Altenstein, el ministro liberal prusiano y protector de los jovenes hegelianos. Sobre el papel de Trendelenburg en la conformación de una izquierda filosófica antihegeliana y en particular su influencia en Marx, cf.: Rossi, Mario; La génesis del materialismo histórico, I, La izquierda hegeliana, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1971, pp. 78-86. Trata el tema de la relación entre Trendelenburg-Marx Néstor Kohan en su libro Marx en su (tercer) mundo: hacia un socialismo no colonizado, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1998, pp. 92-93.
[23] Trendelenburg escribirá una historia filosófica de las categorías, Historische Beiträge zur Philosophie, Bethge, Berlin, 1846, en la cual aparece en un capítulo dedicado a Spinoza. Luego le dedicará todo un libro: Über Spinoza's Grundgedanken und dessen Erfolg, Bethge, Berlin, 1850.
[24] Trendelenburg, Friedrich Adolph; Logische Untersuchungen, Band I, Hirzel, Leipzig, 1840, Kap. III, “Die dialektische Methode”, pp. 38-39.
[25] Ibidem , p. 56-57
[26] Kant, Immanuel; Kritik der reinen Vernunft, A 386, A 392, A 395, A 402 u.a. Kant creará en la jerga filosófica el verbo hypostasieren.
[27] En: Marx/Engels; Werke; Band I, Dietz Verlag, Berlin, pp. 209, 216 y 224. En español: Carlos Marx/Federico Engels, Obras fundamentales. Marx: Escritos de Juventud, FCE, México, 1982, pp. 325, 331 y 336-7. Traducción propia.
[28] Marx, Karl; Das Kapital, Ullstein Verlag, Berlin, 1983, “Nachwort zur zweiten Auflage, 1873”, p. 12. En español: El Capital, Tomo I, Volumen I, Siglo XXI Editores, México, 1983, “Epílogo a la segunda edición”, p. 20. Traducción propia.
[29] Sobre la influencia de Aristóteles sobre Marx, véase: McCarthy, George E. (Ed.); Marx and Aristotle: Nineteenth-Century German Social Theory and Classical Antiquity, Rowman & Littlefield, Savage, 1992, especialmente el artículo de Michael DeGolyer, “The Greek Accent of the Marxian Matrix”, p. 107 y ss.; también Natali, C.; “Aristotele in Marx (1837-1846)”, en: Rivista critica di storia della filosofia, XXXI, 1976, pp. 169-192. Sobre el papel de Aristóteles en las primeras críicas antihegelianas, véase: Berti, Enrico; “Aristote dans las prèmieres critiques adressées à Hegel par Feuerbach, Marx et Kierkegaard”, en: Thouard, Denis (éd.); Aristote au XIXe siècle, Presses Universitaires du Septentrion, Lille, 2005, pp. 23-35.
[30] Sucesivamente cartas de Bruno Bauer a Marx, 31 de junio de 1841 y de Friedrich Köppen del 3 de junio de 1841. Köppen también le pide que responda a la crítica de Hegel realizada por “ese loco del Doctor Schopenhauer”, en referencia al libro Die beiden Grundprobleme der Ethik: Ueber die Freiheit des menschlichen Willens, Ueber das Fundament der Moral de 1841. Schopenhauer trata a Hegel de charlatán grosero, criatura ministerial, pseudofilósofo despreciable, etc.
[31] A sugerencia de Bruno Bauer, incluso Marx había tenido la intención de refutar a Trendelenburg desde el Hegelianismo, habiendo estudiado en detalle el libro. El hecho que finalmente no la haya realizado, puede sugerir ya un germen de diferencias político-filosóficas con Bruno Bauer que más tarde significarán la ruptura entre el maestro y el discípulo. Sobre el proyecto anti-Trendelenburg de Marx véase el estudio preliminar de Rjazanov, David, B.; “Einleitung”, MEGA (1), I, 1, 2, p. XXI.
[32] Marx, Karl; Das Kapital, Ullstein Verlag, Berlin, 1983, “Nachwort zur zweiten Auflage, 1873”, p. 12. En español: El Capital, Tomo I, Volumen I, Siglo XXI Editores, México, 1983, “Epílogo a la segunda edición”, p. 20. Traducción propia.
[33] Marx poseía la primera edición de 1840 de Trendelenburg; véase: Kaiser, Bruno; Ex Libris. Karl Marx und Freidrich Engels. Schicksal und Verzeichnis einer Bibliothek , Dietz Verlag, Berlin, 1967, p. 227. Además Marx utilizó las traducciones de Trendelenburg de la obra de Aristóteles para sus Hefte de Berlin, como por ejemplo al edición de De anima: Aristotelis. De anima libri tres , Ad interpretum graecorum auctoritatem et codicum fidem recogn. commentar. illustr. Frider. Adolph Trendelenburg, Walzii, Jena, 1833.