Salvador López Arnal
Rebelión
Con el rigor al que no tiene acostumbrados, Àngel Ferrero ha traducido para sin permiso [1] –y rebelión reprodujo su traducción el pasado martes 29 de diciembre- una reseña de Mario Bunge de una reciente biografía de Engels -Tristram Hunt, Marx’s General: The Revolutionary Life of Friedrich Engels. Henry Holt and Co., New York, 2009-, trabajo, el de Bunge, que había sido publicada en la Review of Sociology and Anthropology 4.
Además de algunos simpáticos latiguillos muy bungianos –“¿Que no tuvo educación universitaria pero que asistió como oyente a las demenciales clases de Schelling en Berlín?”-, de afirmaciones que exigirían probablemente algún matiz – “¿Que terminó abandonando su fe juvenil en las barricadas para confiar en el sufragio universal como mecanismo de transformación social?”-, de proposiciones cuya sustantividad no es evidente –“¿Que él y sus camaradas con frecuencia organizaban sonadas fiestas en las que corría el alcohol?”-, de enunciados no fácilmente comprensibles sin estudio y ayuda fraternal -“¿O que este ateo se las arregló para que un clérigo anglicano le casase con su de facto mujer, entonces moribunda, una católica irlandesa analfabeta?”-, causa sorpresa en mi opinión, con alegría anexa en ocasiones, algunas de las consideraciones e informaciones del gran físico y filósofo argentino vierte en su inteligente reseña.
Cuenta Bunge, por ejemplo, que su padre y él mismo estuvieron inicialmente seducidos por la engelsiana Dialéctica de la naturaleza [2] hasta el punto que su progenitor tradujo al castellano el cuerpo de texto principal, mientras que Bunge junior traducía “las abundantes notas”, seudoeruditas desde luego como el mismo Bunge apunta. Curiosamente, el autor de Epistemología concluye de esta circunstancia que “la política hace en ocasiones descarrilar a la razón”. ¿Y por qué? ¿A qué sendero intransitable llevó la política el racional dueto bungiano?
No es esa, desde luego, la sorpresa más destacable. Bunge afirma a continuación, con el coraje político-intelectual al que nos tiene acostumbrados, que la tan denostada Dialéctica de la naturaleza [3] contiene algunos aspectos interesantes. Entre ellos, el ensayo de 1876 sobre “El papel del trabajo en la transición del simio al hombre”, del que escribe un comentario que merece destacarse:
El último Bruce G. Trigger (1967), el gran antropólogo y arqueólogo canadiense, observó la importancia de este ensayo en la larga y aún irresuelta controversia sobre los mecanismos de hominización. (Elogiar a Engels en el punto álgido de la Guerra Fría requería de coraje, algo de lo que la Academia justamente carece.) Antes de Engels esta controversia había estado dominada por los idealistas, como el famoso lingüista Max Müller, que sostuvo que lo que nos hace tan especiales es el lenguaje. Esta cuestión aún se encuentra bajo discusión, pero la mayoría de los participantes está de acuerdo en que el trabajo fue el factor principal, mientras que el lenguaje vino, en comparación, mucho más tarde. (¿Está escuchando, profesor Chomsky?).
Bunge afirma que sólo tiene dos críticas al libro de Hunt.
La primera: Hunt afirma que Engels no fue sólo cientificista sino también científico. Bunge cree, en cambio, que “lo primero es correcto, pero que lo segundo sólo lo es a medias”. Engels, la expresión es también de Bunge, “tuvo una gran fe” en la aproximación científica en sus propios estudios sociales, pero, por el contrario, “sus críticas a las matemáticas y a la física revelan su profunda ignorancia en estas ciencias elementales”.
El autor de Materialismo y ciencia se está refiriendo aquí seguramente a las reflexiones filosóficas de Engels contenidas no sólo en la Dialéctica de la Naturaleza sino también en el Anti-Dühring. Ciertamente, este “científico a medias” no tuvo sus mejores momentos al adentrarse en ese campos, pero no eran un simple grano de sal sus conocimientos positivos ni su interés por las novedades en diversos y no siempre fáciles territorios científicos. Engels, es una simple señal, fue una de las mil personas que adquirió un ejemplar El origen de las especies el mismo día de su primera edición hace ahora 150 años. Por lo demás, como es sabido, también los grandes hombres y mujeres echan cabezadas de vez en cuando. Schrödinger fue un científico de primera fila y no siempre sus reflexiones filosóficas anexas están a la altura de sus aportaciones científicas. Alexandre Grothendieck, una de las almas esenciales de Bourbaki, ha sido uno de los grades matemáticos del siglo XX, con una arista política enrojecida anexa que sigue causando admiración, y no siempre sus pronunciamientos científico-filosóficos acompañaron y acompañan sus revolucionarias aportaciones matemáticas. Vandana Shiva, sin ir más lejos, es no sólo una conocedora profunda de la física del XX sino una bióloga competentísima y de extrema agudeza crítica, y tampoco en todas las ocasiones sus reflexiones sobre la ciencia masculinizada y occidentalizada están alejadas aléficamente de las viejas y ortodoxas consideraciones sobre ciencia y sesgo de clase.
La segunda objeción de Bunge: Hunt se toma a Hegel tan seriamente como Engels. El físico y filósofo argentino sostiene en cambio, hay una neta continuidad en este punto, que “aunque Hegel abordó muchos problemas importantes, lo hizo de un modo tan hermético, con tal desdén hacia la ciencia de su época, que mucha de su obra acaba por asemejarse al parloteo posmoderno”, consideración que prolonga con un curioso comentario:
Por cierto, en Alemania hubo dos Sociedades hegelianas, cada una con su propia revista, hasta la caída del Muro de Berlín: una en el Oeste y la otra en el Este. ¿Qué habrían pensado Marx y Engels sobre esta escolástica dual, que recuerda a la escisión entre los Jóvenes Hegelianos tras la muerte de aquel “poderoso pensador”? ¿Habrían repetido su frívola afirmación de que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia? Quién sabe. ¿Y a quién le importa ya de todos modos?
Importa poco seguramente. Poca información nos da saber si la historia se repite o no exactamente, y si la primera vez lo hace siempre como tragedia y la segunda siempre como comedia, e incluso si la reflexión metahistórica del Marx del 18 brumario es frívola o más bien una nota con limitada relevancia que hemos exprimido más de la cuenta, pero no acaba de entenderse la similitud que apunta Bunge entre las escisiones hegelianas tras el fallecimiento del autor de la Ciencia de la lógica y la existencia de dos escuelas hegelianas en una Alemania dividida, y no por voluntad e interés soviéticos, entre la RFA y la RDA.
Sea como fuere, ¿no fue más bien al revés? ¿No fue el caso que la primera escisión tuvo más bien aires cómicos, como casi todas las disputas de escuelas e ismos, y que la segunda tuvo orígenes más dramáticos e historia menos frívola?
Bunge concluye su nota apuntado que Hunt ha escrito “un libro importante y realmente ameno sobre uno de los más influyentes, interesantes, complejos, carismáticos y, hasta el momento, enigmático intelectual público en el siglo veinte” (todos los elogios son de Bunge); que el libro “podría muy bien ser usado como guión para una interesante película sobre Marx y Engels, salvo que ni Paul Muni ni Orson Welles, ni tampoco Richard Burton, se encuentran vivos ya para interpretar a los personajes” (excelente idea sin duda) y, en el ínterin, apunta el físico y filósofo argentino con ironía, nada afable esta vez:
[…] debería ayudar a los marxistas, antimarxistas y académicos sin partido a clarificar los puntos oscuros del marxismo, una mezcla de ciencia, pseudociencia, ideología y filosofía que vuelve a revivir cada vez que una crisis económica erosiona la confianza en las ideologías que proclaman la superioridad del capitalismo.
No estoy seguro que los antimarxistas tengan mucho interés en clarificar ningún punto oscuro u oscurecido del marxismo, lo contrario parece más probable y hasta ahora ha sido, por lo que se sabe, mucho más practicado. No acaba de verse la corrección lógica de esa taxonomía entre “marxistas, antimarxistas y académicos sin partido”, que parece presuponer que los primeros y segundos no son académicos o que son todos académicos militantes de partido. Pero sigue siendo muy cómodo para Bunge, y por lo demás muy popperiano, en contra de sus interesantes concepciones epistemológicas siempre críticas con muchos devaneos simplificadores del que fuera durante un tiempo asesor político-cultural de la señora Thatcher, juntar las etiquetas de ciencia, pseudociencia, ideología y filosofía y adjudicárselas -cuatro personas distintas y una sola descalificación verdadera- a una tradición que no cultiva ni ha cultivado, ni tampoco ha estimulado, la pseudociencia, que ha entendido y entiende, no sin vacilaciones en algún momento, la ideología como falsa consciencia y el marxismo como filosofar anti-ideológico, y que consideraba la filosofía tradicional, y el estilo intelectual que le era y es anexo, como una etapa cultural superable, apuntando una concepción del filosofar que unía creativamente, y sin duda con riesgos pero apuntando distinciones de interés, conocimiento de lo que hay, normatividad argumentada sobre lo que debería haber e intervención política razonada y fundamentada para unir consistentemente realidad y deseo.
El libro de Hunt, señala finalmente Bunge, “puede que incluso tiente a algún académico a escribir la largamente pospuesta evaluación objetiva del legado teorético de Marx y de Engels titulada: ¿Qué puede salvarse de los escombros del Marx-Engelsismo?”. El título, ciertamente, es sólo una sugerencia, otro simpático latiguillo bungiano. Pero, ¿es ajustado el uso de “escombros” para hablar de una tradición que vivió, y sigue viva sin duda, y no sólo en momentos de crisis y desazón capitalistas como Bunge apunta, un siglo y medio después del fallecimiento de sus -digámoslo rápido y mal- fundadores? ¿La obra de Gramsci es parte de esos escombros? ¿Todo Lenin también? ¿Rosa Luxembourg es parte de la ruina? ¿No hay nada que salvar de Mariátegui, Ernesto Guevara, György Lukács, Manuel Sacristán o de tantos otros teóricos y revolucionarios, algunos de los cuales, por cierto, fueron admiradores y estudiosos de la gran obra filosófica de Mario Bunge?
PS: Desde Materialismo y ciencia [6], autores de la tradición marxista han tomado nota de las inteligentes críticas que Bunge realizó a indocumentadas formas de entender esta categoría filosófica de amplio uso, no siempre fructífero, en escuelas hegelianas y marxistas. En lo que me alcanza, Manuel Sacristán, que tradujo para Ariel La investigación científica de Bunge, fue uno de ellos, aunque no compartiera las conclusiones que Bunge alcanzaba en su exposición.
Vuelve Bunge brevemente en su reseña sobre la temática. Recuerda en un breve apartado que “dos distinguidos biólogos de Harvard”, Richard Levins y Richard Lewontin dedicaron en 1985 The Dialectical Biologist [7] a Engels, “que se equivocó en muchas ocasiones pero la acertó en lo que contaba”. Bunge señala que Levins y Lewontin volvieron a confundir en su ensayo los ámbitos de la lógica y la ontología, confusión que, en su opinión, vicia la dialéctica tanto en Hegel como en Engels. Cita un paso del ensayo: “la contradicción material y lógica comparten la propiedad de ser procesos auto-negadores” (página 282 de la edición inglesa). Sugiero Bunge que la contradicción lógica y la “contradicción” (conflicto) material no tienen nada en común salvo la palabra “contradicción”: la primera es irreal y atemporal, la segunda es real y procesual. De hecho, algunos autores, el mismo Bunge, reservan “contradicción” para hablar de enunciados mutuamente inconsistentes –“todos los físicos argentinos son excelentes filósofos” y “algunos físicos argentinos no son excelentes filósofos” por ejemplo- y “contraposición” para referirse a conflictos materiales.
Aceptado lo anterior, no es inconcebible ni disparatada la metáfora formulada por Levins y Lewontin: la presencia de contradicciones en las inferencias de nuestras teorías, nos obligan a negar hipótesis, postulados o afirmaciones anteriores; la presencia de conflictos reales nos sugiere la posibilidad, y necesidad en ocasiones, de arbitrar nuevos escenarios que niegan (superan, trasgreden, cambian sustantivamente) el marco generador de esas contraposiciones.
Notas:
[1] http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2988
[2] Wenceslao Roces tradujo para la editorial Grijalbo la Dialéctica de Naturaleza engelsiana. Fue publicada en México en 1961 y reeditada en 1979 en OME, la colección de obras de Marx y Engels que dirigió Manuel Sacristán. Fue uno de los 11 volúmenes editados, la OME 36.
[3] Para una aproximación ajustada e informada a la obra de Engels, véase Miguel Candel, “Nota editorial sobre OME 36”, ed. cit, pp. ix-xii, y, también de Miguel Candel, “El bucle dialéctico”, prólogo de Manuel Sacristán, Sobre dialéctica. Barcelona, El Viejo Topo, 2009, pp. 11-16.
[4] Sigue siendo un texto de enorme interés, el prólogo que Sacristán escribió para su traducción castellana del clásico engesiano: “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”. Ahora en M. Sacristán, Sobre dialéctica, ed cit, pp. 73-90.
[5] Véase Amir D. Aczel, El artista y el matemático. Barcelona, Gedisa, 2009 (traducción de Silvia Jawerbaum y Julieta Barba), especialmente pp. 157-172.
[6] Mario Bunge, Materialismo y ciencia. Barcelona, Ariel quincenal, 1981 (El capítulo IV, pp. 57-81, lleva por título “Crítica a la dialéctica”).
[7] No existe hasta la fecha, si no ando errado, traducción castellana del libro de Lewontin y Levins.
Rebelión
Con el rigor al que no tiene acostumbrados, Àngel Ferrero ha traducido para sin permiso [1] –y rebelión reprodujo su traducción el pasado martes 29 de diciembre- una reseña de Mario Bunge de una reciente biografía de Engels -Tristram Hunt, Marx’s General: The Revolutionary Life of Friedrich Engels. Henry Holt and Co., New York, 2009-, trabajo, el de Bunge, que había sido publicada en la Review of Sociology and Anthropology 4.
Además de algunos simpáticos latiguillos muy bungianos –“¿Que no tuvo educación universitaria pero que asistió como oyente a las demenciales clases de Schelling en Berlín?”-, de afirmaciones que exigirían probablemente algún matiz – “¿Que terminó abandonando su fe juvenil en las barricadas para confiar en el sufragio universal como mecanismo de transformación social?”-, de proposiciones cuya sustantividad no es evidente –“¿Que él y sus camaradas con frecuencia organizaban sonadas fiestas en las que corría el alcohol?”-, de enunciados no fácilmente comprensibles sin estudio y ayuda fraternal -“¿O que este ateo se las arregló para que un clérigo anglicano le casase con su de facto mujer, entonces moribunda, una católica irlandesa analfabeta?”-, causa sorpresa en mi opinión, con alegría anexa en ocasiones, algunas de las consideraciones e informaciones del gran físico y filósofo argentino vierte en su inteligente reseña.
Cuenta Bunge, por ejemplo, que su padre y él mismo estuvieron inicialmente seducidos por la engelsiana Dialéctica de la naturaleza [2] hasta el punto que su progenitor tradujo al castellano el cuerpo de texto principal, mientras que Bunge junior traducía “las abundantes notas”, seudoeruditas desde luego como el mismo Bunge apunta. Curiosamente, el autor de Epistemología concluye de esta circunstancia que “la política hace en ocasiones descarrilar a la razón”. ¿Y por qué? ¿A qué sendero intransitable llevó la política el racional dueto bungiano?
No es esa, desde luego, la sorpresa más destacable. Bunge afirma a continuación, con el coraje político-intelectual al que nos tiene acostumbrados, que la tan denostada Dialéctica de la naturaleza [3] contiene algunos aspectos interesantes. Entre ellos, el ensayo de 1876 sobre “El papel del trabajo en la transición del simio al hombre”, del que escribe un comentario que merece destacarse:
El último Bruce G. Trigger (1967), el gran antropólogo y arqueólogo canadiense, observó la importancia de este ensayo en la larga y aún irresuelta controversia sobre los mecanismos de hominización. (Elogiar a Engels en el punto álgido de la Guerra Fría requería de coraje, algo de lo que la Academia justamente carece.) Antes de Engels esta controversia había estado dominada por los idealistas, como el famoso lingüista Max Müller, que sostuvo que lo que nos hace tan especiales es el lenguaje. Esta cuestión aún se encuentra bajo discusión, pero la mayoría de los participantes está de acuerdo en que el trabajo fue el factor principal, mientras que el lenguaje vino, en comparación, mucho más tarde. (¿Está escuchando, profesor Chomsky?).
Bunge afirma que sólo tiene dos críticas al libro de Hunt.
La primera: Hunt afirma que Engels no fue sólo cientificista sino también científico. Bunge cree, en cambio, que “lo primero es correcto, pero que lo segundo sólo lo es a medias”. Engels, la expresión es también de Bunge, “tuvo una gran fe” en la aproximación científica en sus propios estudios sociales, pero, por el contrario, “sus críticas a las matemáticas y a la física revelan su profunda ignorancia en estas ciencias elementales”.
El autor de Materialismo y ciencia se está refiriendo aquí seguramente a las reflexiones filosóficas de Engels contenidas no sólo en la Dialéctica de la Naturaleza sino también en el Anti-Dühring. Ciertamente, este “científico a medias” no tuvo sus mejores momentos al adentrarse en ese campos, pero no eran un simple grano de sal sus conocimientos positivos ni su interés por las novedades en diversos y no siempre fáciles territorios científicos. Engels, es una simple señal, fue una de las mil personas que adquirió un ejemplar El origen de las especies el mismo día de su primera edición hace ahora 150 años. Por lo demás, como es sabido, también los grandes hombres y mujeres echan cabezadas de vez en cuando. Schrödinger fue un científico de primera fila y no siempre sus reflexiones filosóficas anexas están a la altura de sus aportaciones científicas. Alexandre Grothendieck, una de las almas esenciales de Bourbaki, ha sido uno de los grades matemáticos del siglo XX, con una arista política enrojecida anexa que sigue causando admiración, y no siempre sus pronunciamientos científico-filosóficos acompañaron y acompañan sus revolucionarias aportaciones matemáticas. Vandana Shiva, sin ir más lejos, es no sólo una conocedora profunda de la física del XX sino una bióloga competentísima y de extrema agudeza crítica, y tampoco en todas las ocasiones sus reflexiones sobre la ciencia masculinizada y occidentalizada están alejadas aléficamente de las viejas y ortodoxas consideraciones sobre ciencia y sesgo de clase.
La segunda objeción de Bunge: Hunt se toma a Hegel tan seriamente como Engels. El físico y filósofo argentino sostiene en cambio, hay una neta continuidad en este punto, que “aunque Hegel abordó muchos problemas importantes, lo hizo de un modo tan hermético, con tal desdén hacia la ciencia de su época, que mucha de su obra acaba por asemejarse al parloteo posmoderno”, consideración que prolonga con un curioso comentario:
Por cierto, en Alemania hubo dos Sociedades hegelianas, cada una con su propia revista, hasta la caída del Muro de Berlín: una en el Oeste y la otra en el Este. ¿Qué habrían pensado Marx y Engels sobre esta escolástica dual, que recuerda a la escisión entre los Jóvenes Hegelianos tras la muerte de aquel “poderoso pensador”? ¿Habrían repetido su frívola afirmación de que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia? Quién sabe. ¿Y a quién le importa ya de todos modos?
Importa poco seguramente. Poca información nos da saber si la historia se repite o no exactamente, y si la primera vez lo hace siempre como tragedia y la segunda siempre como comedia, e incluso si la reflexión metahistórica del Marx del 18 brumario es frívola o más bien una nota con limitada relevancia que hemos exprimido más de la cuenta, pero no acaba de entenderse la similitud que apunta Bunge entre las escisiones hegelianas tras el fallecimiento del autor de la Ciencia de la lógica y la existencia de dos escuelas hegelianas en una Alemania dividida, y no por voluntad e interés soviéticos, entre la RFA y la RDA.
Sea como fuere, ¿no fue más bien al revés? ¿No fue el caso que la primera escisión tuvo más bien aires cómicos, como casi todas las disputas de escuelas e ismos, y que la segunda tuvo orígenes más dramáticos e historia menos frívola?
Bunge concluye su nota apuntado que Hunt ha escrito “un libro importante y realmente ameno sobre uno de los más influyentes, interesantes, complejos, carismáticos y, hasta el momento, enigmático intelectual público en el siglo veinte” (todos los elogios son de Bunge); que el libro “podría muy bien ser usado como guión para una interesante película sobre Marx y Engels, salvo que ni Paul Muni ni Orson Welles, ni tampoco Richard Burton, se encuentran vivos ya para interpretar a los personajes” (excelente idea sin duda) y, en el ínterin, apunta el físico y filósofo argentino con ironía, nada afable esta vez:
[…] debería ayudar a los marxistas, antimarxistas y académicos sin partido a clarificar los puntos oscuros del marxismo, una mezcla de ciencia, pseudociencia, ideología y filosofía que vuelve a revivir cada vez que una crisis económica erosiona la confianza en las ideologías que proclaman la superioridad del capitalismo.
No estoy seguro que los antimarxistas tengan mucho interés en clarificar ningún punto oscuro u oscurecido del marxismo, lo contrario parece más probable y hasta ahora ha sido, por lo que se sabe, mucho más practicado. No acaba de verse la corrección lógica de esa taxonomía entre “marxistas, antimarxistas y académicos sin partido”, que parece presuponer que los primeros y segundos no son académicos o que son todos académicos militantes de partido. Pero sigue siendo muy cómodo para Bunge, y por lo demás muy popperiano, en contra de sus interesantes concepciones epistemológicas siempre críticas con muchos devaneos simplificadores del que fuera durante un tiempo asesor político-cultural de la señora Thatcher, juntar las etiquetas de ciencia, pseudociencia, ideología y filosofía y adjudicárselas -cuatro personas distintas y una sola descalificación verdadera- a una tradición que no cultiva ni ha cultivado, ni tampoco ha estimulado, la pseudociencia, que ha entendido y entiende, no sin vacilaciones en algún momento, la ideología como falsa consciencia y el marxismo como filosofar anti-ideológico, y que consideraba la filosofía tradicional, y el estilo intelectual que le era y es anexo, como una etapa cultural superable, apuntando una concepción del filosofar que unía creativamente, y sin duda con riesgos pero apuntando distinciones de interés, conocimiento de lo que hay, normatividad argumentada sobre lo que debería haber e intervención política razonada y fundamentada para unir consistentemente realidad y deseo.
El libro de Hunt, señala finalmente Bunge, “puede que incluso tiente a algún académico a escribir la largamente pospuesta evaluación objetiva del legado teorético de Marx y de Engels titulada: ¿Qué puede salvarse de los escombros del Marx-Engelsismo?”. El título, ciertamente, es sólo una sugerencia, otro simpático latiguillo bungiano. Pero, ¿es ajustado el uso de “escombros” para hablar de una tradición que vivió, y sigue viva sin duda, y no sólo en momentos de crisis y desazón capitalistas como Bunge apunta, un siglo y medio después del fallecimiento de sus -digámoslo rápido y mal- fundadores? ¿La obra de Gramsci es parte de esos escombros? ¿Todo Lenin también? ¿Rosa Luxembourg es parte de la ruina? ¿No hay nada que salvar de Mariátegui, Ernesto Guevara, György Lukács, Manuel Sacristán o de tantos otros teóricos y revolucionarios, algunos de los cuales, por cierto, fueron admiradores y estudiosos de la gran obra filosófica de Mario Bunge?
PS: Desde Materialismo y ciencia [6], autores de la tradición marxista han tomado nota de las inteligentes críticas que Bunge realizó a indocumentadas formas de entender esta categoría filosófica de amplio uso, no siempre fructífero, en escuelas hegelianas y marxistas. En lo que me alcanza, Manuel Sacristán, que tradujo para Ariel La investigación científica de Bunge, fue uno de ellos, aunque no compartiera las conclusiones que Bunge alcanzaba en su exposición.
Vuelve Bunge brevemente en su reseña sobre la temática. Recuerda en un breve apartado que “dos distinguidos biólogos de Harvard”, Richard Levins y Richard Lewontin dedicaron en 1985 The Dialectical Biologist [7] a Engels, “que se equivocó en muchas ocasiones pero la acertó en lo que contaba”. Bunge señala que Levins y Lewontin volvieron a confundir en su ensayo los ámbitos de la lógica y la ontología, confusión que, en su opinión, vicia la dialéctica tanto en Hegel como en Engels. Cita un paso del ensayo: “la contradicción material y lógica comparten la propiedad de ser procesos auto-negadores” (página 282 de la edición inglesa). Sugiero Bunge que la contradicción lógica y la “contradicción” (conflicto) material no tienen nada en común salvo la palabra “contradicción”: la primera es irreal y atemporal, la segunda es real y procesual. De hecho, algunos autores, el mismo Bunge, reservan “contradicción” para hablar de enunciados mutuamente inconsistentes –“todos los físicos argentinos son excelentes filósofos” y “algunos físicos argentinos no son excelentes filósofos” por ejemplo- y “contraposición” para referirse a conflictos materiales.
Aceptado lo anterior, no es inconcebible ni disparatada la metáfora formulada por Levins y Lewontin: la presencia de contradicciones en las inferencias de nuestras teorías, nos obligan a negar hipótesis, postulados o afirmaciones anteriores; la presencia de conflictos reales nos sugiere la posibilidad, y necesidad en ocasiones, de arbitrar nuevos escenarios que niegan (superan, trasgreden, cambian sustantivamente) el marco generador de esas contraposiciones.
Notas:
[1] http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2988
[2] Wenceslao Roces tradujo para la editorial Grijalbo la Dialéctica de Naturaleza engelsiana. Fue publicada en México en 1961 y reeditada en 1979 en OME, la colección de obras de Marx y Engels que dirigió Manuel Sacristán. Fue uno de los 11 volúmenes editados, la OME 36.
[3] Para una aproximación ajustada e informada a la obra de Engels, véase Miguel Candel, “Nota editorial sobre OME 36”, ed. cit, pp. ix-xii, y, también de Miguel Candel, “El bucle dialéctico”, prólogo de Manuel Sacristán, Sobre dialéctica. Barcelona, El Viejo Topo, 2009, pp. 11-16.
[4] Sigue siendo un texto de enorme interés, el prólogo que Sacristán escribió para su traducción castellana del clásico engesiano: “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”. Ahora en M. Sacristán, Sobre dialéctica, ed cit, pp. 73-90.
[5] Véase Amir D. Aczel, El artista y el matemático. Barcelona, Gedisa, 2009 (traducción de Silvia Jawerbaum y Julieta Barba), especialmente pp. 157-172.
[6] Mario Bunge, Materialismo y ciencia. Barcelona, Ariel quincenal, 1981 (El capítulo IV, pp. 57-81, lleva por título “Crítica a la dialéctica”).
[7] No existe hasta la fecha, si no ando errado, traducción castellana del libro de Lewontin y Levins.