miércoles, 28 de diciembre de 2011

domingo 18 de diciembre de 2011

Del origen de las especies depredadoras

Cuando los sabios, en cualquier época y en cualquier latitud, osan enfrentar el orden filosófico-teológico establecido, arriesgan hasta las uñas en el intento. Así le sucedió a Galileo Galilei, quien fuera condenado a prisión perpetua por el delito cometido de haber afirmado que la tierra y los demás cuerpos celestes de nuestra galaxia, giran alrededor del sol, salvándose así con ese benevolente veredicto, de morir asfixiado y chamuscado en la pira purificadora, porque a la sazón, el Santo Oficio estaba desarrollando nuevas y modernas formas de torturar a los herejes. La teoría heliocéntrica de Copérnico, defendida por Galileo, dio al traste con el modelo tolemaico, que sostenía que la tierra era el centro del universo.

Años más tarde, Carlos Darwin, influenciado por las ideas evolucionistas del biólogo francés Jean-Baptiste de Lamarck, propuso la teoría de la evolución de las especies, la reacción de la iglesia católica no se hizo esperar. Ésta vez, — ¡habían trascurrido más de tres siglos!— no hubo tribunal ni cárcel ni excomunión ni tortura física ni nada por el estilo. Aunque el delito cometido era gravísimo, ya que Darwin de un plumazo dio muerte a Adán, a Eva y a todas las dóciles, pacientes y despreocupadas bestias que poblaban el Jardín del Edén. La Santa Iglesia Apostólica y Romana se limitó a utilizar su influencia en el ámbito científico, para desprestigiar a Carlos Darwin y hacer de él, el hazmerreír en los círculos sociales y académicos. Poner en tela de juicio la explicación bíblica del origen del Hombre y los animales les pareció, más bien un chiste de mal gusto que una teoría científica. Desde entonces, ha transcurrido mucho tiempo y exceptuando fanáticos religiosos que habitan en los Estados Unidos de Norteamérica, la gran mayoría de los habitantes del planeta sabe que la obra maestra de Darwin, el Origen de las Especies, es decir la teoría de la evolución, dejó de ser teoría y además aceptan, sin avergonzarse, que el homo sapiens, desciende del mono. 

Quien sí dio de verdad un susto y un gran disgusto a la clase dominante y a la elite religiosa en esos años, fue un contemporáneo de Darwin, Carlos Marx. El filósofo alemán con melena de león africano hambriento, los hizo temblar de miedo cuando les contó el cuento del “fantasma rojo que recorría el mundo”, y a pesar que Sigmund Freud todavía era muy chavalillo como para psicoanalizarlos, no pudieron evitar, asociar libremente el relato de Marx con Le Petit Chaperon rouge et le Grand méchant loup y se afligieron más que los tres chanchitos. Más, cuando mencionó el asunto de la drogadicción teológica, la histeria colectiva cundió en el seno de la Iglesia. Moros y cristianos, lanzaron su grito al cielo y lo acusaron de blasfemo. Aunque algunos creyentes, adictos al extracto de semillas de adormidera, rechazaron la analogía botánica de Carlos Marx, alegando que la religión era, a lo sumo, el apio del pueblo, puesto que los efectos del alcaloide son más rápidos y eficientes. Luego, no contentos con haber aterrorizado a la burguesía y a la Iglesia —con lo del fantasma rojo—, ya que el consumo de opio era un privilegio de los ricachones y algunos prelados guatones, a Marx y a Engels se les ocurrió analizar científicamente el devenir y el porvenir de la sociedad. Hito que cambió radicalmente el curso de la historia universal.

A partir de ahí, el capitalismo se ha empeñado en cambiar su imagen. Por este motivo, los ideólogos y economistas apologetas de la economía de mercado se quiebran la cabeza tratando de encontrar nuevas y mejores formas de explotación. Desde la revolución industrial en Inglaterra hasta nuestros días, el capitalismo se ha ido transformando en apariencia. Tanto la máscara como el disfraz, pretenden ocultar la verdadera esencia del sistema. 

El capitalismo negro—por la importancia del carbón en la maquinaria— de finales del siglo XVIII y principios del XIX, fue el prototipo de las nuevas relaciones de producción, basadas en la propiedad privada de los medios de producción. Luego hizo su aparición hacia principios del siglo XX, el capitalismo rosa—por el rojo desteñido de la socialdemocracia—, como respuesta a la revolución bolchevique. A pesar que los proletarios estaban muy lejos de llevar una vie en rose, los logros de la humanización del capitalismo, contribuyeron a mejorar las condiciones salariales, labores y por ende, el nivel de vida de los asalariados. Luego esta especie de capitalismo “más humano”, hizo aguas en los años veinte y la crisis económica golpeó los centros principales de concentración de capital—Estados Unidos, Europa y Japón— y el capitalismo marrón—por el kaki de los uniformes y la caca de la ideología—, con Adolfo Hitler y Benito Mussolini a la vanguardia, puso a marchar a la clase obrera con paso de ganso y echó andar la noria de la industria militar y de este modo, el capitalismo marrón de estado, mató más obreros y campesinos que los dos especímenes anteriores. 

Dado que los recursos naturales se agotan y la tierra se vuelve cada vez menos habitable, el capitalismo ha decidido vestirse de verde. El capitalismo verde—por el color del dólar— se presenta en todos los foros del medio ambiente y Cumbres Internacionales sobre el cambio climático, como la solución ad hoc para el siglo XXI y como el salvador del mundo.

Por su parte, el capitalismo amarrillo—por el color de la piel de sus inventores—, también conocido como COMULISMO, hibrido de comunismo y capitalismo, hace de tripas corazón y está empecinado en conquistar el mercado mundial y dar el gran salto al comunismo, sin tomar en cuenta que los clásicos del marxismo-leninismo se retuercen en sus tumbas. 

Si aquellos políticos y economistas que intentan modificar, reformar o transformar la esencia del capitalismo, supieran un poco de genética, biología y marxismo, es decir, si pensaran como los dos grandes Carlos, comprenderían que es imposible resolver la contradicción fundamental del capitalismo con reformas o cruces político-económicos. El origen de todas las especies del capitalismo se encuentra en la información “genética”—propiedad privada del capital—almacenada en la médula espinal del capitalismo y en las condiciones histórico-sociales de desarrollo del mismo, basadas en la explotación de la fuerza de trabajo individual y colectivo, determinando así el carácter depredador de cualquier “fenotipo” de capitalismo. 

Roberto Herrera       18.12.2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

14-12-2011
Entrevista con el escritor y periodista Jose Steinsleger
La izquierda, ¿avance o retroceso?

Ediciones del Movimiento de Solidaridad Nuestra América
Rebelión


Movimiento de Solidaridad Nuestra América (MSNA): ¿Qué diferencias observa usted entre las fuerzas de izquierda que en Nuestra América reciben distintos calificativos: “vieja izquierda”, “izquierda revolucionaria”, “nueva izquierda”, etcétera?
José Steinsleger: en noviembre de 1989, arrancaron los “120 días de Sodoma”: caída del muro de Berlín, invasión militar yanqui de Panamá, Nobel de la Paz al Dalai Lama, inicio de la disolución de la Unión Soviética y derrota electoral de los sandinistas. Hechos que coincidieron con el clímax del neoliberalismo en México, Argentina y Chile.
Las izquierdas cayeron en el catatonismo ideológico, y sintieron que algo muy denso y enredado implosionaba en sus filas. En la primera cumbre de presidentes y jefes de Estado “iberoamericanos” (Guadalajara, 1991), el rey Juan Carlos I anunció, metafóricamente, la reconquista española. Fidel Castro, manifestó entonces: “Pudimos serlo todo. Somos nada”.
Al año siguiente, un grupo de militares patrióticos se alzó en Venezuela, y el primero de enero de 1994, cuando México ingresó al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, los indígenas chiapanecos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocuparon la legendaria ciudad de San Cristóbal de las Casas. Y, en paralelo, el fracaso del llamado “Consenso de Washington” mostraba las primeras fisuras, dando paso al dilatado período de estallidos sociales contra el capitalismo salvaje.
Las pobladas consiguieron derrocar a once presidentes elegidos: Brasil (1992), Venezuela (1993), tres en Ecuador (1997/ 2000/ 2005), Paraguay (1999), cuatro en Argentina (2001), y uno más en Bolivia (2003). Poco a poco, las izquierdas salieron del estado de shock y se volcaron a desentrañar “lo viejo” y “lo nuevo” de los insólitos acontecimientos. Todo se revisó.
MSNA: ¿”Todo” sería…?
JS : básicamente, el conjunto de las falsas dicotomías que se debatían en mesas de arena, con el suelo mojado: reformismo contra revolución, burguesía contra proletariado, lucha armada contra democracia. ¿Hasta dónde eran conceptos excluyentes?
En las narices de W. Bush, tres gobernantes reformistas sepultaron el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para “las Américas” en la IV Cumbre de las Américas (Mar del Plata, Argentina, noviembre 2005): Hugo Chávez era militar, Lula sindicalista y Néstor Kirchner, peronista. Momento de inflexión que sería mezquino relegar a otro episodio más de “los de arriba”. Jugar con la cadena del tigre es fácil; azuzarlo con la vara corta peligroso. Se requieren domadores políticamente inteligentes y audaces.
MSNA: ¿Domadores de la izquierda institucional, alternativa, insurgente?
JS : Domadores de la izquierda política. Salvador Allende respetó las instituciones, estimuló los movimientos sociales, decretó reformas radicales en el régimen de la propiedad, y murió defendiendo la Constitución. ¿Su reformismo fue menos que la epopeya del Che? Pregunta tan ociosa como la manida frase de Mariátegui: el socialismo no debe ser calco y copia, sino creación heroica. Así es. Pero el gran peruano decía también que la historia es reformista a condición de que los revolucionarios operen como tales.
Ahí empiezan los tropiezos de las parejas en danza. Torpezas que remiten lo reformista a la claudicación, y lo revolucionario al “espíritu de acero”. Las reformas de gobernantes como Jacobo Arbenz, Juan Domingo Perón, Juan Bosch, Joao Goulart, Juan José Torres, Jaime Roldós, Omar Torrijos fueron el pretexto para que las derechas no sólo los derrocaran. Goulart y Torres, murieron asesinados por el “Plan Cóndor”, Roldós y Torrijos perecieron en misteriosos accidentes de aviación, y el democristiano Eduardo Frei Montalvo fue envenenado por el pinochetismo.
MSNA: ¿Reformismo o revolución?
JS : si la política vale por sus contenidos (y no por sus formas o declaraciones de fe), la izquierda sólo puede ser nacional y reformista. Y Espero que los libres de todo pecado no tomen esto como incitación al “nacionalismo” o el “reformismo”. La revolución cubana empezó siendo reformista, y la agresión del imperio la obligó después a decretar medidas radicales.
A mediados del decenio de 1980, no pocas vertientes de la izquierda arrojaron la toalla y aceptaron el bulo “posmoderno” de las derechas: vaciar a la política de sentido por aquello de que con la “globalización” y las “geometrías ideológicas”, había perdido su razón de ser.
En la actualidad, es raro encontrar derechistas que se asuman como tales. Se dicen “independientes”, “de centroizquierda” o “de centro”. En parte, las envalentona la nula peligrosidad de las izquierdas declarativas. Pero también es verdad que asumirse como revolucionario no nos convierte automáticamente en socialistas. Tanto las izquierdas “modernas” como las “no institucionales”, son cara y cruz de la misma moneda: el oportunismo.
MSNA: Con el rechazo al ALCA surgió entonces “lo nuevo” de las izquierdas latinoamericanas .
JS : Marx decía que la historia no es más que la actividad humana persiguiendo sus propios fines. La lucha de nuestros pueblos nació de un doble parto: las rebeliones de indígenas y de negros y el alzamiento de los comuneros que, tras ser aplastados en Castilla (1521), emigraron a América y fundaron instituciones como el municipio. Ambas pusieron el cuerpo al feudalismo español. Y el ALCA, cuya primera reunión tuvo lugar en Miami capital latinoamericana del terrorismo y el crimen organizado (1994), no fue más que la puesta al día del Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe , y el “panamericanismo” inventados por Washington desde su constitución como nación.
Con el “no al ALCA” nuestros pueblos retomaron la brújula perdida en 1830, cuando tras la disolución de la Gran Colombia, sobrevino el desquiciante período de luchas en las que, parafraseando al “Martín Fierro”, los hermanos estuvimos desunidos y nos comieron los de afuera. De espaldas a sus sociedades, las oligarquías criollas fundaron Estados, copiándolos de la cartografía dibujada por las potencias imperialistas.
Curiosamente, “lo nuevo” de las izquierdas cuenta con medio milenio de existencia, y “lo viejo” apenas ha durado poco más de 70 años. Los tartufos que decretaron el “fin de la historia” y la “muerte de las ideologías”, tuvieron su respuesta el 28 de febrero de 1989, día del “caracazo” y umbral de la revolución bolivariana.
MSNA: ¿Qué factores permiten calificar de izquierda a los movimientos populares?
JS: Los axiomas políticos que no delimitan sus alcances se rodean de horizontes artificiales que desaparecen frente a los primeros empellones de la realidad. Conviene no adelantarse a la síntesis. ¿Cuál es la máxima dosis de izquierda que puede tolerar una sociedad? ¿Cómo saber, de antemano, que el futuro será socialista?
No hace mucho, Fidel recordó una reflexión del bolchevique Nicolás Bujarin: en el fondo nadie sabe lo que es el socialismo. Con esto advirtió de que es imposible definir el socialismo de antemano. Pero induzcamos al consenso: con el Che volamos, con Allende soñamos, y con Fidel aterrizamos
MSNA: ¿Qué caracteriza al individuo de izquierda hoy?
JS: ¿Se refiere al intelectual o al militante? Hoy, sólo puedo responder por el primero. Para mí, el ser es antes que el pensar, la economía antes que la filosofía y la lucha de clases el motor del desarrollo histórico. Mire: durante años junté ensayos y artículos relacionados con la pregunta formulada. No bien encontraba la respuesta, la pregunta cambiaba. Antes los leía. Hoy los arrojo a la basura. La omnipresencia del verbo “deber” destaca por sobre cualquier otra premisa: “la izquierda debe…”. Me pregunto si ya nació el izquierdista que haya logrado contener el uso abusivo de dicho verbo en sus textos y arengas.
Cuando oigo que estamos frente al inicio de un “nuevo ciclo del socialismo”, me concedo el beneficio de la duda. ¿De cuál? El de los clásicos está escrito. ¿Se prefabrican otros? El ser de izquierda no comulga con utopías. Afrontemos la realidad: no se pudo revertir el capitalismo y el mundo se ha convertido en una olla gigantesca en la que hierven todas las formas de violencia. Apagar la hornalla sería un modo de retomar los ideales de izquierda, sin caer en las trampas de la paz a cualquier precio.
Hay que tomar la realidad en serio, a condición de no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, pues de aquí a considerarnos imprescindibles o incomprendidos media un suspiro. A Lula le preguntaron: “¿es usted de izquierda?”. Respuesta: “no, soy tornero mecánico”. Cosa que me dio paz, pues el único título que poseo dice que soy técnico mecánico especializado en el diseño de matrices para motores de combustión interna. Ahora: no me pida que cambie un fusible porque ya me olvidé, y además tengo terror a la electricidad.
En 1980, los comunistas chinos dijeron que el error está en la izquierda. Pero no concluyeron que la derecha era el camino. Y a finales de 2006, Lula dijo que a cierta edad ya no se es de izquierda. Los intelectuales se treparon a la lámpara y armaron un quilombo de madres. ¿Lula dejaba, entonces, de ser izquierdista? Subrayemos lo que importa: el ser de izquierda no anda predicando a los cuatro vientos su identidad, ni se ahoga en un vaso de agua…o de palabras. A conciencia de sus limitaciones y condicionamientos, pelea por convicciones algo más que personales, mantiene a raya la incontinencia verbal, las imposturas que explican todo, a la hora de jugarse lo hace sin cálculo y con generosidad, y no evade el compromiso buscando la quinta pata al gato de la dialéctica.
Nos consuela imaginar que las izquierdas son solidarias y las derechas egoístas. Correcto: en las derechas, la solidaridad responde a intereses de clase. Sin embargo, las izquierdas no son por definición ajenas al sectarismo, el dogmatismo, el individualismo y el espíritu autoreferencial.
MSNA: ¿En qué momento se equivocan las izquierdas?
JS : cuando las ideas no cuadran con la realidad, aparecen los equívocos: procesos emancipadores que se miran por el ojo de la cerradura; creer que la unidad es amontonamiento; aspirar a que la realidad encaje a huevo con la teoría; conectar la reflexión a cables de alto voltaje ideológico; deshistorizar las luchas populares; disputar con hambre caníbal el canon de la revolución; olvidar que la agenda emancipadora de los intelectuales responde a plazos largos, y la de los pueblos tiene plazos cortos.
Y junto con los equívocos, los prejuicios: pensar que para ser revolucionario “se debe” ser marxista; el determinismo histórico; repetir cosas leídas al pie de la letra en textos pensados para épocas y realidades distintas de la propia; creer que la “unidad de la izquierda” antecede a la unidad de las fuerzas democráticas y antiimperialistas, etcétera.
Las izquierdas fallan cuando sus teorías son seducidas por el "teoricismo" y cierto pragmatismo que las conducen al oportunismo. ¿Hasta cuándo se confundirá ideología con política, pureza con firmeza, lo anhelado con lo real? Las izquierdas falsean sus horizontes libertarios cuando subestiman las volátiles formas del nacionalismo popular o se descalifican las potencialidades de un Estado porque “apenas es progresista”, cuando se omite el legado de los que nos precedieron en estos afanes, y cuando se da por desaparecido el imperialismo yanqui por vaya a saber usted qué “diversificación del centro”.
MSNA: ¿Cuáles son las dificultades que enfrentan las izquierdas para desarrollar sus estrategias emancipatorias?
JS : Las izquierdas han probado ser buenas en asuntos de solidaridad (ideología), denuncia (ética), diagnóstico (crítica), y notoriamente débiles en estrategia (política), reflexión (filosofía) y pragmatismo (economía). Limitaciones que conducen a las analogías forzadas, el reduccionismo, la descalificación de lo que se ignora, la ligereza en los juicios, y las arbitrariedades o la irracionalidad sin más, como ocurrió en la guerra civil española. Una guerra que venía de siglos de rencores y odios de clase soterrados, y mucho más trascendental para nuestra América que otros desgarramientos históricos.
Resulta increíble el desdén de las izquierdas por la guerra civil española. Pero bueno, también les vale la independencia de Haití (gran lección de marxismo antes de que Marx naciera), la gesta bolivariana y sanmartiniana, el genocidio y la destrucción del Paraguay (primera guerra imperialista de los tiempos modernos), la de Cuba por su independencia, las guerras sociales de Colombia y, nuevamente, el compromiso revolucionario de Cuba en Africa. No digo que desconozcan estos hechos. Digo que la polémica entre Lenin y Rosa de Luxemburgo, o la visita del intelectual marxista de moda en Europa o Estados Unidos, las mueve más que la historia de nuestros pueblos.
Las “viejas” izquierdas nunca han podido articular lo nacional con las teorías “universales” de importación. Las nefastas experiencias de los nacionalismos europeos (que nada tuvieron que ver con los nuestros), las lleva a despreciar lo nacional en desmedro de lo universal que circula frente a sus ojos. El ideologismo y el clasismo a ultranza las neutraliza y anula, impidiéndoles elaborar una estrategia propia. En lugar de ideas, mastican jeroglíficos. Como mucho, acompañan los procesos emancipadores. Pero subestiman sus potencialidades con sufrida displicencia intelectual.
Y todo eso, a despecho de la Segunda Declaración de La Habana que, asimismo, aplauden pero digieren mal: “Ya Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía sobre América y llamó al imperialismo por su nombre: imperialismo…. ¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina?” (1962)
Sólo la autoridad moral de Fidel consiguió que algunos profesores del proletariado dejaran de mirar feo a Chávez. No obstante, persisten en fiscalizarlo “pour la gallerie”. No vaya a ser que el comandante olvide algún requisito del “buen revolucionario”. A Evo Morales y Rafael Correa, los degradan a “estatistas” o “neodesarrollistas”. Basta con revisar las páginas web de algunos medios “alternativos” de Argentina que califican la política económica de los Kirchner como “epifenómeno” de la impuesta por la dictadura cívicomilitar de Videla. Ni hablar de las que, a última hora, descubrieron el “sujeto” perdido de la revolución: el indigenismo redentor y portador de los secretos de la rebeldía mundial.
A inicios de 1990, los ideólogos neoliberales anunciaron la desaparición de la forma Estado-nación. Y los “globalizadores” de izquierda y derecha (un Toni Negri, un Francis Fukuyama), coincidieron en ignorar el nacionalismo agresivo de las potencias imperialistas, la creación de "republiquetas" de la OTAN en los Balcanes y las antiguas facturas pendientes en las repúblicas de la ex URSS. Por lo demás, la reasunción de la anfictionía bolivariana les ha merecido el más olímpico desprecio.
MSNA: ¿Cuáles serían los movimientos y partidos de izquierda existentes en Nuestra América?
JS : A 50 por país tendríamos, como mínimo, un millar de organizaciones. La síntesis de lo “macro” obliga a distinguir la histórica confrontación entre dos grandes campos: el nacional-popular y el liberal-conservador. En ambos, siempre hubo, como en el tango, “valores y doblez”: izquierdas y derechas, arribas y abajos. La coyuntura presenta cuatro sub-escenarios:
1) Sociedades dinámicas que consolidan sus conquistas revolucionarias (Cuba, Venezuela);
2) Procesos que impulsan mayor poder para sus pueblos (Bolivia, Ecuador, Argentina, Nicaragua y, posiblemente, Perú).
3) Movimientos populares que dan la pelea a pesar de los fuertes condicionamientos estructurales (Brasil, Uruguay, El Salvador, Paraguay).
4) Fuerzas políticas que encaran la represión abierta (Colombia, Honduras, Chile), o se debaten en condiciones ideológicas y organizativas muy precarias (México, Costa Rica, Panamá, Guatemala, República Dominicana).
MSNA: ¿Qué avances y retrocesos de las izquierdas se perciben en la actualidad?
JS: Las guerras del imperio en Asia central han colocado a nuestros pueblos en situación análoga a la del decenio 1935-1945, cuando dieron un salto de calidad. En todo caso, no pudimos evitar entonces que el imperialismo impusiera las siglas de la dominación: TIAR, OEA, FMI, etcétera, que sólo fueron rechazadas por Argentina, impulsora del “tercermundismo” pocos años antes de nacer el Movimiento de los Países No Alineados.
Hoy es distinto. Contamos con el MERCOSUR (1991), el ALBA (2004), la UNASUR (2007), y el ramillete de propuestas de integración y soberanía que empiezan a tomar color: Banco del Sur, Consejo Energético del Sur, Consejo de Defensa del Sur, Petrocaribe, Parlamento sudamericano.
Los intentos fallidos del golpismo oligárquico en Venezuela (2002) y Bolivia (2004) fueron conjurados por las movilizaciones populares y la solidaridad política subregional. En Argentina, la ofensiva "destituyente" del poder agrario (2008) no tuvo la solidaridad esperada. No obstante, el golpe en Honduras (2009), y el claro apoyo a la tenaz resistencia popular permitieron que, a la postre, el líder Manuel Zelaya retornara a su país.
De corte clásico, el golpe hondureño no fue tan sorpresivo que digamos. Pocos meses antes, al inaugurar la 39 reunión de cancilleres de la OEA en San Pedro Sula, y en clara referencia al bloqueo de Cuba, Zelaya dijo: “No podemos irnos de esta asamblea sin reparar la infamia contra un pueblo”.
La eficaz intervención de la UNASUR durante el fallido golpe en Ecuador (2010), galvanizó la voluntad política subregional. Así como su rápida y eficaz intervención para contener las provocaciones del colombiano Alvaro Uribe (empecinado en declarar la guerra a Venezuela), y la pronta reacción frente a la crisis capitalista mundial en curso, revelaron que, por sobre las diferencias, nuestros pueblos exigen la unidad. La Comunidad de Estados Latinoamericana y Caribeños (CELAC), partirá de tales premisas. Se acabaron los iberoamericanismos y panamericanismos “made in USA”.
MSNA: ¿Qué alternativas se visualizan para impulsar la creación de poder popular?
JS: Cuba perfecciona sus formas de poder popular y el sistema socialista. Venezuela cuenta con mejores condiciones que Bolivia, Ecuador y Nicaragua para impulsarlos. A pesar de las despiadadas críticas de las izquierdas sin pueblo, el peronismo ha sido un hueso duro de roer, y por causas similares a los del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, cuando algunos de sus dirigentes respaldaron la gestión de Lula.
En Chile, el potente movimiento estudiantil da que hablar. En México, sólo en las comunidades zapatistas existen formas de poder popular. En Perú, la gestión de Humala podría reanimar las formas de poder popular de otras épocas. Y atención a las movilizaciones juveniles en Puerto Rico.
La situación ideal no existe en ningún país, pero en todos hay rechazo al capitalismo salvaje. Las pretensiones de mayor poder popular obligan a sopesar, país por país, los estragos causados por un modelo de acumulación que no sólo ha sido económico. En 30 años, el neoliberalismo vejó la política, concentró la economía, alienó la educación, monopolizó la comunicación y traficó con la cultura de los pueblos, despojándolos de identidad. En todas las dimensiones de la existencia (hasta en el modo de comer, vestir, leer y relacionarse), la cultura neoliberal penetró de un modo muy profundo.
En ese sentido, cualquier política destinada a reactivar la economía con valor agregado, la redistribución del ingreso, el respeto a los pueblos originarios, el freno a los monopolios de la información y el terrorismo mediático, la defensa de los derechos humanos y el medio ambiente, la atención a maestros, jubilados, mujeres y niños, merece ser apoyada, defendida y criticada sin mezquindad ideológica, y conjurando el maximalismo desestabilizador de ciertas izquierdas, al que las derechas dan cuerda con cara de “yo no fui”.
La estrategia pensada por los libertadores de la primera hora continúa vigente: América para los americanos. Mas no la de Monroe y el norte “revuelto y brutal” que, al decir de Darío, dispersó “tantos vigores distintos”. Sólo ganan batallas, los que están en ellas. Hay que actuar con imaginación, sin telarañas filosóficas, coartadas ideológicas y subterfugios políticos.
Los grandes acontecimientos suelen ocurrir de manera repentina, pero con señales que los anticipan. Y se incuban, maduran y eclosionan, como resultado de las condiciones que los tornan posibles.
* Entrevista aparecida en Ediciones del Movimiento de Solidaridad Nuestra América, pp. 64-75, México, octubre 2011

viernes, 2 de diciembre de 2011

02-12-2011
Nueva edición de La teoría de la revolución permanente

IPS


La Verdad Obrera entrevistó a Demian Paredes, miembro del Comité editor, junto a Julio Rovelli, de Ediciones IPS “Karl Marx” y a Gabriela Liszt, compiladora y autora del prólogo del libro, miembro del CEIP “León Trotsky”, acerca de esta nueva edición.
LVO: Cuéntennos en qué consiste esta nueva publicación.
GL: Esta es la tercera edición del libro La teoría de la revolución permanente, luego de las ya agotadas de 2000 y 2005. Esta vez la hicimos junto a Ediciones IPS, en la colección “Clásicos CEIP”. Preparamos una edición más “ágil”, manteniendo de la versión original los textos fundamentales en los que Trotsky desarrolla su teoría: desde su primera formulación, al calor de la Revolución Rusa de 1905: “Resultados y perspectivas, pasando por las “Lecciones de Octubre” de la Revolución de 1917, la lucha contra la teoría stalinista del “socialismo en un solo país” en su “Crítica al programa de la Internacional Comunista”, hasta la aplicación de la teoría a países atrasados como en la segunda Revolución China de 1925-’27, de donde surgirá su formulación más acabada: La revolución permanente. La teoría parte de la internacionalización del capitalismo desde los inicios del siglo XX, del rol contrarrevolucionario de la burguesía, de la centralidad del proletariado en la producción y en la ciudad moderna, y su posibilidad de convertirse en la clase dirigente, hegemónica, de los sectores explotados y oprimidos, para llevar hasta el final las tareas aún no resueltas a través de la dictadura del proletariado, como un paso hacia la revolución socialista internacional.
JR: Trotsky siguió aplicando (y desarrollando) esta teoría hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando es asesinado en México por un sicario de Stalin. A través de estos textos, se demuestra que su teoría no era “letra muerta”, sino que se iba actualizando de acuerdo a las particularidades de las relaciones internacionales y nacionales de cada proceso revolucionario y contrarrevolucionario (los que marcaron las década de 1920-30), en el marco de una época de crisis, cambios bruscos, revoluciones, para las cuales el partido revolucionario nacional y mundial debían estar preparados.
LVO: ¿Por qué reeditar a Trotsky?
DP: Esto no lo hacemos con un criterio de mera “recuperación bibliográfica”, o por alguna clase de “canonización trotskista”. Desde Ediciones IPS consideramos fundamental que las nuevas (y “viejas”) generaciones de trabajadores y estudiantes que se acercan a la izquierda (o están interesadas en ella) puedan conocer el legado de León Trotsky. No casualmente se están publicando numerosas obras sobre Trotsky y la Revolución Rusa, pero para defenestrarlo junto a Lenin y la idea de revolución: como la biografía de Trotsky, del inglés Robert Service, que ha generado una gran cantidad de respuestas polémicas. No sólo por los errores historiográficos que contiene, sino por la mala fe, el prejuicio total con que Service aborda la vida militante de Trotsky. Hay libros, de historia y ficción (como la novela de Marcos Aguinis) ¡y hasta películas! que toman a Trotsky para atacarlo o desvirtuarlo. Es una maniobra político-ideológica reaccionaria, preventiva, ante la magnitud de la crisis mundial; una necesidad de que los trabajadores y jóvenes no busquen la alternativa revolucionaria que hay en Trotsky. Y, como “contracara” en este escenario, hay otras obras que recuperan a Trotsky como lo que auténticamente fue. Desde la novela del cubano Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, pasando por Trotsky, revolucionario sin fronteras, del historiador Jean-Jacques Marie, hasta El caso León Trotsky, editado por nosotros: el CEIP y Ediciones IPS.
JR: Acorde a los tiempos más convulsivos que comenzamos a vivir, estamos preparando para el año siguiente un proyecto editorial a mayor escala, acorde a la magnitud de la crisis económica internacional, y al despertar revolucionario de las masas, como se ve claro en Egipto y en el resto de los países de la “primavera árabe”, y con los procesos de huelgas generales en Grecia, Italia y Portugal, los “indignados” en EU y el Estado Español, etc. Nos parecía que era fundamental reeditar esta obra, ya que es la piedra angular de la que se desprenden el programa y la práctica de los que se reivindican trotskistas.
LVO: ¿Qué objetivos tienen con esta y las próximas publicaciones?
DP: Uno de los rasgos distintivos y cualitativos del PTS y la FT es el de priorizar, junto al trabajo militante en la clase trabajadora (en Argentina en particular, desde el “sindicalismo de base” y el periódico Nuestra Lucha), la formación teórica marxista de todas y todos los militantes. Siguiendo a Lenin, quien decía que sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria, desarrollamos toda una serie de publicaciones, desde las compilaciones y reediciones del CEIP sobre distintos procesos revolucionarios como el de Hungría de 1956, el Mayo Francés o la década del ‘70 en nuestro país, así como sobre la temática de género, incluyendo varias producciones propias. Consideramos que este es sólo un pequeño paso más, un humilde pero valioso aporte a los trabajadores y jóvenes que quieran estudiar marxismo y teoría revolucionaria, camino a desarrollar un proyecto más grande. En lo inmediato, esperamos que todos los compañeros y compañeras militantes, y nuestros amigos y simpatizantes se hagan de este libro y lo usen: que lo lean, estudien y discutan.
GL: Desde el CEIP venimos realizando numerosas investigaciones, algunas de las cuales ya empezamos a publicar como el trotskismo en Latinoamérica y Argentina, el trotskismo durante la Segunda Guerra Mundial, la Historia de la Oposición de Izquierda Internacional, etcétera. A pesar de la dificultad de estar en un país tan alejado de los centros de archivos e investigadores trotskistas, gracias a numerosos colaboradores que tenemos en el país y en el mundo, creemos que estamos en capacidad de continuar y redoblar las publicaciones de o sobre Trotsky y los trotskistas. Esperamos que esto, junto al acrecentamiento de nuestra biblioteca y archivo, nos permita colaborar con la formación de los revolucionarios en una mayor escala.
* El CEIP “León Trotsky” y Ediciones IPS publican libro de Trotsky

jueves, 1 de diciembre de 2011

01-12-2011
Prólogo al libro "El Sastre de Ulm" de Lucio Magri
La cuestión comunista, después del "comunismo"

Manuel Monereo
Rebelión


No está fuera de lugar recordar aquí una anécdota que nos contaba el difunto Paul Baran a su regreso de un viaje a Europa, probablemente alrededor de 1960. Durante su estancia en Roma había sostenido una larga discusión (en ruso) con Togliatti, dirigente del PC italiano.
Las preguntas de Baran traslucían su escepticismo en cuanto a la compatibilidad entre la táctica electoral y parlamentaria del PC italiano y la teoría marxista-leninista del “Estado y la Revolución”. Togliatti le respondió con otra pregunta. Es fácil hablar de revolución cuando se vive en los Estados Unidos, donde no existe ningún partido obrero de importancia, dijo. ¿Pero, qué haría usted si estuviera en mi lugar, si fuera responsable de un partido de masas al que los obreros confían la representación de sus intereses aquí y ahora? Baran se reconoció incapaz de ofrecerle una respuesta satisfactoria. (Del artículo “El nuevo reformismo” de Paul M. Sweezy y Harry Magdoff. Monthly Review, mayo de 1976)
Para una persona de mi generación, presentar un libro de Lucio Magri dedicado a la historia del Partido Comunista Italiano es fácil y a la vez difícil; fácil, porque él y el grupo que ayudó decisivamente a fundar, il manifesto, fue un referente insustituible para aquellos que en esa época empezábamos a pensar en comunista; difícil, porque nos topamos con una trama histórica, en muchos sentidos dramática, en la que la ruptura generacional pesa muchísimo. ¿Cómo explicarle a un joven de hoy la historia de un movimiento que protagonizó el siglo XX y que se saldó con una gigan­tesca derrota? ¿Cómo explicarles que hubo muchos “comunismos” y que és­tos suscitaron en millones de personas, comunes y corrientes, una des­co­munal pasión revolucionaria y un coraje moral e intelectual únicos?
Este último aspecto es de los más inquietantes del libro: el comunismo, los comunismos, no parecen haber dejado herencia, legado y legatarios, sino sólo derrota, negatividad y, eso sí, una permanente y sistemática agresión a su historia, como si se quisiera convertir su momentánea muerte en definitiva: escarnio y lodo, crimen y represión, en eso consistiría la esencia de un movimiento que llevó a la política a millones de seres humanos y que atemorizó a los poderes dominantes de tal modo, con tal intensidad, que hoy necesitan periódicamente exorcizar al fantasma que una vez recorrió el mundo para que no emerja de nuevo de ultratumba.
Nuestro autor intenta explicar esto partiendo de la riquísima historia del mayor partido comunista de Occidente, en el contexto de un mundo en permanente conflicto y transformación y de una Italia convertida “en caso”, en singularidad digna de ser analizada y estudiada. En estos momentos de derrota, confusión y pérdida de horizontes alternativos de la izquierda europea, la reflexión sobre la “cuestión comunista” sigue siendo, en opinión de Magri, pertinente y, en muchos sentidos, obligatoria, precisamente para fundamentar un nuevo pensamiento emancipatorio.
Preguntarse por qué millones de personas vivieron la política como instrumento de liberación, el comunismo como acción colectiva al servicio de una pasión por la justicia y la militancia (organizada) como compromiso político-moral es identificar uno de los nudos decisivos que hicieron posible las grandes transformaciones de nuestra época. Es cierto que poco queda hoy de aquellas sociedades que se planteaban explícitamente el socialismo y que la izquierda realmente existente apenas es una sombra de lo que fue.
Magri sabe que el mundo del comunismo tal como lo conocimos ha terminado y que las nostalgias ayudan poco a comprender el pasado e iluminar el porvenir. Simplemente constata que, de un lado, la problemática comunista sigue estando presente, de una u otra forma, en nuestras sociedades, es decir, que la tarea histórica de superar el capitalismo sigue siendo hoy, seguramente aún más que antes, una necesidad, y que el tiempo apremia; de otro lado, que la fundación del proyecto emancipatorio socialista exige medirse con el pasado, con el socialismo que realmente existió y con aquellas experiencias, como la del PCI, que intentaron construir una vía original y, en más de un sentido, alternativa a lo existente.
Otra pregunta es también obligatoria: la de cómo y por qué un ideal de emancipación devino en despotismo y tiranía para las mayorías sociales y por qué fue aceptado como bueno y benéfico por millones de hombres y mujeres que en condiciones terribles (en China, Vietnam, Indonesia, Cuba, Argelia, Palestina) apoyaron el socialismo realmente existente. La famosa doppiezza del PCI tenía que ver centralmente con esto: afirmar la autonomía del proyecto de la vía italiana al socialismo y aprovechar la fuerza del campo socialista (frente al imperialismo norteamericano) para hacerlo posible, viable.
Lucio Magri, lo cuenta en el libro, ingresó en el Partido Comunista Italiano en 1956. Su biografía política, más común de lo que pudiera parecer hoy, se inicia en la juventud de la izquierda católica y continúa en el Partido Comunista. Fue un revolucionario profesional (él nunca admitiría la palabra funcionario) que siguió el itinerario habitual de aquellos que se dedicaban a esta especifica actividad (siempre sacrificada y mal remunerada): secretario de federación local, miembro de la secretaría regional lombarda y, posteriormente (previa entrevista, muy significativa, por lo demás, con Togliatti), del aparato central del Partido, en concreto, en el departamento dirigido por Giorgio Napolitano. Intervino activamente en los riquísimos debates del comunismo italiano de los años 60, siendo separado del partido después de crear la revista il manifesto, en 1969.
Durante años fue el Secretario General del PDUP (Partido de Unidad Proletaria), realizando una labor política muy intensa y teóricamente innovadora, intentando poner la problemática comunista y la revolución en Occidente en el centro de la revuelta social y la protesta estudiantil en el “largo 68 italiano”.
En el año 84 vuelve al Partido Comunista Italiano, en un momento crucial, cuando Berlinguer (esto sigue siendo muy polémico hoy) gira hacia la izquierda tras el fracaso del “compromiso histórico”. Cuando Occhetto, sin debate previo y de forma improvisada, propone la disolución del PCI es uno de los que se opone con argumentos para nada oportunistas (el más que sugerente apéndice del libro dice muchas de sus razones y de sus convicciones) y lo hace no en nombre de viejas orto­doxias o de antiguas nostalgias (como los medios de comunicación insistieron una y otra vez) sino desde la necesidad de recuperar lo mejor de la tradición partidaria y refundar el proyecto del comunismo italiano.
Con fuertes dosis de escepticismo participa en la creación del Partido de la Refundación Comunista. Más adelante abandonó dicho partido ante lo que él entendía como una deriva sectaria y maximalista insuficientemente refundadora. Los últimos años, fuera ya de la política activa, los dedicó a escribir este libro que hoy presentamos, es decir, la historia de 50 años del comunismo italiano.
Estamos aquí ante un libro singular sobre un partido singular. El tipo de trabajo que Magri realiza (luego abundaremos más sobre ello) es una valoración personal, una historia razonada del movimiento obrero, de la izquierda y del comunismo italiano en una etapa histórica precisa que por su trascendencia europea y, yo diría, mundial, le obliga, de una u otra forma, a interpretar acontecimientos esenciales de lo que fue el movimiento comunista internacional.
Magri lo hace con un peculiar estilo intelectual, muchas veces en primera persona y arriesgándose por los peligrosos senderos del análisis contrafactual. Si algo identifica la metódica que emplea recurrentemente en el libro es su obsesión antideterminista: lo que ocurrió tenía otras posibles alternativas, otros nudos de explicación e intervención. Para decirlo más claramente: siempre hubo otras posibilidades en juego y las cosas se podrían haber hecho de otra forma. Una y otra vez, ante cada episodio significativo, el autor interviene dando opinión y argumentando, creo que coherentemente, otras posibles salidas.
La tesis central del libro es clara y explícita desde el primer momento: la singularidad del comunismo italiano. Su especificidad histórica tiene que ver con la construcción en la práctica, y en parte en la teoría, de una auténtica y verdadera “tercera vía” frente a la socialdemocracia europea y frente al comunismo soviético. La así llamada “vía democrática al socialismo”, con sus ambigüedades y contradicciones, fue la expresión más profunda de este singular camino, más producto de la práctica y de la experiencia colectiva que de desarrollos teóricos elaborados.
El antecedente (geno­ma) Gramsci fue siempre inspiración, fundamento último de una estrategia no siempre compatible con la práctica. Magri, paradójicamente viniendo de él, hace una valoración muy positiva, no exenta de crítica, de la figura de Togliatti (convertido en “perro muerto” por los “ex comunistas” italianos).
Los cambios radicales que se producen en las relaciones internacionales con la guerra fría y la política de bloques, las respuestas que desde el bloque soviético se fueron dando a las diversas iniciativas puestas en marcha por el imperialismo norteamericano, son analizadas pormenorizadamente (las páginas sobre la Kominform son antológicas) y puestas en relación con las políticas que realizaba el grupo dirigente del PCI.
Con mucho vigor polémico, analiza asuntos como lo sucedido en Polonia, Hungría, Checoslovaquia o China y critica, desde fundamentos poco usuales, las ambigüedades de Togliatti y del grupo dirigente sobre el estalinismo, así como sus consecuencias para la “vía italiana al socialismo”.
Para continuar, parece necesario referirse a la metódica que emplea Magri. Ésta es, por lo demás, muy típica de la cultura del comunismo italiano de raíz gramsciana-togliattiana: primero, atención preferente a lo nacional-estatal, es decir, a la es­pecificidad italiana, a la peculiaridad de su capitalismo y de su desarrollo históri­co-social; en segundo lugar, individualización de las transformaciones ocurridas en la clase trabajadora, en su composición social y político-cultural, desde un punto de vis­ta que privilegia el complejo y heterogéneo mundo de las clases subalternas y de las alianzas sociales; en tercer lugar, la lucha política en sus relaciones con el movimiento social y con el trabajo institucional.
Clases subalternas, movimiento social, organización político-partidaria e instituciones del Estado, aparecen permanentemente interrelacionadas, configurando una determinada fase histórica; en cuarto lugar, las grandes tendencias del capitalismo imperialista mundial y sus conexiones con lo nacional-estatal. Lo internacional, los aspectos político-militares, nunca son algo externo y secundario, sino constitutivo, aunque diferenciable, de la correlación de fuerzas que hay que transformar y modificar.
El Partido de masas, el “Partido nuevo” es el instrumento a través del cual las clases subalternas pretenden convertirse en clases dirigentes y es, a su vez, un agente privilegiado, pero no único, de la transformación social. Como recogen también las memorias de Rossana Rossanda y de Pietro Ingrao, el partido de masas, sólidamente insertado en la realidad social, parte de la vida cotidiana de centenares de miles de personas, y es conformador de una verdadera cultura popular y creador de un imaginario colectivo enraizado en procesos reales de transformación social.
Esta parte de la historia nos la perdimos las generaciones que no vivimos la República y la Guerra Civil, sin menosprecio ni olvido de la cultura antifranquista que se logró generar. En la España de la transición democrática nunca tuvimos en la izquierda los grandes partidos de integración de masas y, por eso, nos cuesta tanto entender la singularidad de un proceso histórico que tenía al hombre y la mujer común como protagonistas y sujetos de la historia.
El elemento clave del análisis es lo que en la tradición comunista italiana se ha llamado la fase, es decir, comprender el momento histórico en el que se está, sus elementos individualizadores básicos y los nudos de las contradicciones sociales que expresan. Análisis de fase, entender la fase, insertarse en la fase, le ha permitido a la izquierda comunista italiana conocer la realidad en su dinámica, en su movimiento, buscando siempre lo nuevo, las discontinuidades históricas y desde ellas y con ellas, ha­cer política.
Me perdonará Magri si le digo, a estas alturas todo se puede decir, que es el método que nos enseñó el viejo Ingrao, más seguramente como poeta que como dirigente revolucionario. Es esa cosa extraña y confusa que llamamos dialéctica, ese modo fino de pensar la realidad (en el pensamiento, no queda otra) de la que nos hablaron el Me-ti de Bertolt Brecht y mi maestro Manolo Sacristán; en definitiva, un arte, como lo es toda política revolucionaria verdadera.
Hay un momento en la narración que hace Magri que tiene mucha importancia y que también ocurrió entre nosotros. Me refiero a la cuestión del trabajo político en las fábricas. Con acento crítico, Magri señala que se fue produciendo una división del trabajo político cada vez más acentuada entre el partido y el sindicato. El primero privilegiaba el trabajo en el territorio y en las instituciones, mientras que el segundo se centraba en el mundo del trabajo visto desde la fábrica.
Nuestro autor señala que, si bien es cierto que la mayoría de las veces el sindicato iba por delante del partido y que en el terreno de la innovación y de la práctica el sindicato fue muchas veces más audaz y más revolucionario, digámoslo así, que el partido, la pérdida de un referente político orgánico en las fábricas, en un momento en que las clases trabajado­ras y el conflicto social emergían, significó, desde el principio, un límite importante tanto para el partido como para el sindicato, lo cual no dejaría de tener consecuencias, sobre todo en el momento en el que la patronal y el gobierno iniciaron la contraofensiva.
Un asunto interesante del libro tiene que ver con la relación del sujeto-Magri con la historia que cuenta. Él ha sido un protagonista, secundario si se quiere, pero protagonista al fin y al cabo, de la historia que relata. Magri es consciente del problema y para remediarlo se “inventa”, con mucho sentido común, una hermenéutica capaz de darle objetividad y distanciamiento.
El procedimiento que emplea se basa en tres recursos: “El primero de ellos consiste en introducir en la narración, cuando tiene, al menos, un mínimo de importancia, cosas que yo mismo he dicho y he hecho durante ese periodo, aplicando el mismo criterio crítico reservado a otras posturas diferentes, es decir, reconociendo errores y reivindicando méritos. O sea, sin falsa modestia, ni versiones acomodaticias. El segundo recurso es el de utilizar, contra mi parcialidad, como antídoto, la presunción de quien se cree aún lo suficientemente inteligente como para reconocer las razones de los errores que ha compartido y la porción de verdades importantes mezcladas con éstos y que han sido reconocidas o reprimidas. El tercer recurso, obvio, pero aún más importante, es el compromiso de atenerse lo más posible a hechos documentados”1.
No conviene equivocarse: el libro de Magri (sin notas y sin aparato bibliográfico) es un producto intelectual y militante hecho con rigor, producto de múltiples lecturas, de la consulta minuciosa de documentos y del contraste de fuentes tanto primarias como secundarias.
Seguramente, el núcleo más significativo del libro (obviamente tiene mucho que ver con su biografía política) es el debate comunista, que incluye a toda la izquierda italiana de los años 60. Magri analiza pormenorizadamente las cuestiones que estaban en el fondo del debate e ilumina elementos (auténticas leyendas urbanas) como el lla­mado “ingraísmo” o el papel que cumplió en toda esta historia Giorgio Amendola.
Como siempre, la cuestión central fue el análisis de la fase. En concreto, de cuatro cuestiones interrelacionadas: el capitalismo italiano, su desarrollo y sus tendencias básicas; el centro izquierda, su naturaleza y su futuro; la cuestión del programa organizado en torno a conceptos novedosos en ese momento y que tenían mucho que ver con la “vía italiana al socialismo”. Me refiero a la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo, la cuestión de las reformas estructurales y su conexión con la lucha de los trabajadores que, como no se cansa de señalar Magri, son los auténticos protagonistas de la década. Un cuarto aspecto tiene que ver con la espinosa cuestión del Partido y de sus reglas de funcionamiento.
No es este el lugar para hacer un análisis pormenorizado de lo que todo este debate implicaba. Duró toda la década y tuvo sus aspectos culminantes en la Conferencia de 1962 del Instituto Gramsci sobre el desarrollo del capitalismo italiano; continuó, más o menos pacíficamente, hasta la Conferencia Obrera de Génova del 65 y explotó en el XI Congreso del PCI en enero de 1966.
Este fue algo más que una contraposición entre Amendola e Ingrao y tendría consecuencias enormes apenas unos años después, en eso que Magri llama el “largo 68 italiano”. La izquierda “ingraiana”, que fue durísimamente golpeada por el aparato, se anticipó a la revuelta obrera y estudiantil y situó temas fundamentales que, desde la propia lógica de la vía italiana, engarzaba con lo nuevo y abría la posibilidad de un giro a la izquierda del país. Gentes como Lombardi en el PSI o como Lelio Basso o intelectuales de la talla de Panzieri o Tronti, desde puntos de vista muy diferentes, coincidían en esta posibilidad de giro a la izquierda y la derrota del bloque conservador que se articulaba en torno a una democracia cristiana en crisis.
Ciertamente, las cosas no siguieron este camino. La suspensión del grupo de il manifesto, equivalente en la práctica a una expulsión, y la nueva línea política que fue emergiendo en los durísimos “años de plomo” y que se llamaría “compromiso histórico”, significaron muchas cosas.
En primer lugar, se rompió la conexión con una parte del movimiento y, especialmente, con los jóvenes; en segundo lugar, el Partido perdió peso en el conflicto social y encontró muchas dificultades para establecer nexos entre lucha social y alternativa política; en tercer lugar, la marginación de la izquierda debilitó al Partido, le limitó capacidad política y de intervención y, al final, le restó militancia. El PCI vio como, de año en año, incrementaba sus votos y perdía afiliados, con una juventud comunista incapaz ya de representar a las nuevas generaciones.
La historia es conocida y no queremos hacer más larga esta presentación. Pienso, con Magri, que este debate es un nudo crucial para explicar el por qué en el 89 se disolvió el Partido Comunista Italiano. Como él dice, la disolución fue una catástrofe política, no solo para los trabajadores y la izquierda italiana sino para la propia democracia italiana: miles de hombres y mujeres abandonaron la política activa y engrosaron la masa anónima de una democracia ya sólo electoral, en manos de las em­presas.
No es para nada casual que de esos restos acabara emergiendo Berlusconi y, seguramente, el único partido realmente de masas que hay hoy en Italia, la Liga Norte.