domingo, 29 de agosto de 2010

Marx, Karl

29-08-2010


Texto de Manuel Sacristán publicado en 1967
Manuel Sacristán Luzón
Rebelión


Nota edición: “Karl Marx”, “Materialismo” y “Lógica formal” fueron las tres voces que Manuel Sacristán escribió en 1967 para la edición castellana de la Enciclopedia Larousse. Probablemente, “Karl Marx”, la entrada que aquí se reproduce, no fue incluida en el primer volumen de sus “Panfletos y materiales” porque Sobre Marx y marxismo ya contenía el articulo que sobre el autor de El Capital –“Karl Marx”, pp. 277-307- Sacristán escribiera, pocos años más después, para la Enciclopedia Universitas de Salvat. Las otras dos veces de la Enciclopedia Larousse –“Lógica formal” y “Materialismo”- fueron incorporadas a Papeles de filosofía, el segundo volumen de “Panfletos y materiales”, pp. 284-293 y 294-301 respectivamente. Albert Domingo Curto incorporó esta aproximación a Marx de 1967 en su excelente edición de Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Trotta, Madrid, 2007, pp. 181-186.



Político, filósofo y economista alemán (Tréveris 1818 - Londres 1883). Hijo de un abogado hebreo de formación y tendencias moderadamente ilustradas y liberales, su infancia transcurrió en Renania. Estudió en su ciudad natal y a los diecisiete años empezó la carrera de derecho en la universidad de Bonn. Pero desde su traslado a la universidad de Berlín (1836), Marx se orientó cada vez más claramente hacia la filosofía y la historia. De esta época data su noviazgo con Jenny von Westphalen, hija de un funcionario de la nobleza reciente. A su llegada a Berlín el joven Marx vivió intelectualmente en el mundo de ideas de la Ilustración. La filosofía hegeliana, recién muerto Hegel, dominaba el ambiente espiritual berlinés y estaba dando origen a una tendencia progresista y democrática dentro de la cual se situaría pronto el joven Marx. Pero el cambio de orientación intelectual de éste no se produjo sin crisis. En una carta dirigida a su padre el 10 de noviembre de 1837, llega a poner entre las causas de la enfermedad y la depresión que sufrió entonces la necesidad intelectual en que se vio de adoptar los motivos básicos del pensamiento hegeliano: “Enfermé, como ya te he escrito, (...) de la irritación que me consumía por tener que convertir en ídolo mío una concepción que odiaba”. A pesar de esas tensiones intelectuales Marx era ya en 1837 un “joven hegeliano” de izquierda bastante típico. De ello da testimonio la citada carta, en la cual abundan reflexiones directamente inspiradas por el pensamiento de Hegel e incluso temas de detalle muy característicos de la filosofía de éste, como la crítica despectiva del “pensamiento matemático” o formal en general.


La orientación dominante de los hegelianos de izquierda consistía en entender y aplicar la filosofía hegeliana como un instrumento crítico de la sociedad existente. Pero, de acuerdo con sus concepciones básicas idealistas, sociedad era para ellos tanto como cultura explícita o incluso teórica, o lo mismo que grado de realización de las ideas en las instituciones: la crítica es también teoría, como afirmara Marx aún en su tesis doctoral (un estudio sobre la filosofía de Demócrito y la de Epicuro) en 1841. Pese a ello, el ejercicio de la crítica puso progresiva y naturalmente al joven Marx en presencia de realidades sociales, sobre todo a partir del momento en que empezó a redactar trabajos periodísticos para la Rheinische Zeitung [Gaceta renana], de la que llegó a ser director (1842). Los debates de la Dieta renana acerca de materias como los robos de leña en los bosques, por ejemplo, despertaron en Marx una sensible conciencia de los problemas sociales. Muy tempranamente percibió la naturaleza clasista de la legislación y de los debates mismos de la Dieta. Sus artículos al respecto en la Rheinische Zeitung pintan plásticamente no sólo las actitudes de clase de los oradores de los estamentos noble y burgués, sino también la naturaleza de clase del estado, cuya legislación y cuya acción administrativa tienden a convertir el poder social en guardia jurado de los intereses de los propietarios. La crítica del joven Marx (que tenía veinticuatro años en esa época) a dicha situación procede según una línea liberal apoyada filosóficamente en una interpretación izquierdista del pensamiento de Hegel: esa situación es reprobable porque un estado clasista no cumple la idea del estado como realización de la eticidad, de la especificidad humana.

Puede documentarse que Marx tuvo durante esos años un primer conocimiento del movimiento obrero francés e inglés y del socialismo y el comunismo utópicos de Fourier, Owen, Saint-Simon y Weitling. Por lo que hace a los movimientos revolucionarios franceses de la época su fuente fue probablemente la Augsburger Allgemeine Zeitung [Gaceta General Aubsburguesa], en al cual H. Heine publicaba crónicas desde París en las que varias veces aludió al comunismo francés y al de los emigrados alemanes. La reacción de Marx a esos datos tiene dos aspectos distinguibles: por un lado, considera justificado que “la clase que hasta ahora no ha poseído nada” aspire a poseer, y reprocha a la clase dominante alemana su actitud puramente negativa; la aspiración económica del proletariado y su lucha por objetivos materiales inmediatos (Marx comenta la gran agitación de Lyon, por ejemplo) le parecen naturales y justificados fenómenos sin importancia y nada temibles. Pero en las ideas comunistas ve ideas parciales -ideas de clase-, tan incapaces como las de la clase dominante de realizar el estado ético. Las ideas comunistas son un “temor de la conciencia que provoca una rebelión de los deseos subjetivos de los hombres contra las comprensiones objetivas de su propio entendimiento”. Esas “comprensiones objetivas” son el concepto hegeliano del estado, frente al cual el comunismo es para el Marx de entonces la parcial noción de un “estado de artesanos”. En 1843 la censura procedió contra la Rheinische Zeitung y Marx tuvo que dimitir. Ya previamente este endurecimiento de la censura, el de la política universitaria prusiana, le había movido a desistir de su proyecto de carrera universitaria. Este año de 1843, en el cual Marx se sumaría a la emigración política alemana en París, fue abundante en acontecimientos decisivos para su vida: además de casarse, conoció a Heine, Börne, Proudhon y Engels. Con esos acontecimientos, nació el Karl Marx que ha pasado como figura de gran influencia a la historia de las ideas y a la de los hechos.

La amistad con Engels acarreó ante todo para Marx la convicción de que tenía que estudiar profundamente los problemas económicos. La conciencia de ello coincidió con esta fase de su evolución intelectual y moral con la utilización del pensamiento de Feuerbach (un humanismo abstracto que culmina en una crítica recusatoria de la religión y de la filosofía especulativa) como correctivo del idealismo de Hegel. Esa situación se refleja sobre todo en tres trabajos muy importantes para la comprensión de su evolución intelectual: dos escritos (1843) para los Deutsch-französische Jahrbücher [Anales franco-alemanes], la Crítica de la filosofía hegeliana del derecho y Sobre la cuestión judía; y otro no publicado durante su vida que se conserva en estado de borrador: los Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Todos estos escritos -el último sobre todo- presentan característicamente lo que después Marx consideraría una “mezcla” del punto de vista ideológico, o de historia y crítica de las ideas, con el factual, o de análisis e interpretación de los datos. Ese rasgo indica suficientemente el lugar de transición que ocupan esos escritos en la biografía intelectual de Marx. El aspecto más meramente filosófico de esa transición se aprecia, en los manuscritos sobre todo, en su intento de precisar la síntesis del pensamiento recibido a partir de la cual está organizándose el suyo.

En 1845 Marx tuvo que abandonar París. Pasó a Bruselas y en 1847 a Londres. De este período son las obras en las cuales se suele ver la primera formulación del materialismo histórico: La sagrada familia, La ideología alemana, Miseria de la filosofía y el Manifiesto del Partido comunista (escrito en 1847, publicado en 1848). Engels ha fechado en esos años el punto de inflexión, caracterizándolo como un rebasamiento de las ideas de Feuerbach: “Pero había que dar el paso que no dio Feuerbach; el culto del hombre abstracto, que constituía el núcleo de la nueva religión, se tenía que sustituir por la ciencia del hombre real y de su evolución histórica. Este ulterior desarrollo del punto de vista feuerbachiano más allá de Feuerbach empezó en 1845, por obra de Marx, en La sagrada familia”. En esa obra y en La ideología alemana, Marx (con la colaboración de Engels) va explorando, con ocasión de motivaciones polémicas, su nueva concepción de las relaciones entre lo que a partir de entonces se llamaría en el marxismo la sobreestructura (las instituciones y las formaciones ideológicas) y lo que recibiría el nombre de base de la vida humana, paulatinamente entendida como el sistema de relaciones (o condiciones, pues la palabra alemana Verhältnisse, siempre usada en plural en este contexto, significa ambas cosas, y también circunstancias) de producción y apropiación del producto social. En el Manifiesto (por tanto en 1847 a más tardar) está ya presente, además de la clásica tesis marxista que aparece en la primera frase del célebre texto (“La historia de toda sociedad hasta hoy es la historia de luchas de clase”) también el esquema dinámico de la evolución histórica tal como lo entiende el marxismo, a saber: la tensión dialéctica entre las condiciones o relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. En el Manifiesto afirma Marx, por ejemplo, que las “modernas fuerzas productivas” están en tensión “desde hace decenios” con “las modernas relaciones de producción, con las relaciones de propiedad que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio.”

En 1847 era Marx miembro de la Liga de los comunistas y trabajaba intensamente en la organización del movimiento obrero. La evolución de 1848 le movió a pasar a Alemania (abril) igual que Engels, con objeto de colaborar personalmente en la revolución democrática alemana. Marx publicó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung [Nueva Gaceta Renana] de vida efímera (1848-1849). Tras el fracaso de la revolución, se encontraba en Londres (expulsado de París) en 1849. Y en 1850 se disolvió la Liga de los comunistas. Ya no se movería Marx de Londres más que muy transitoria y excepcionalmente, o por motivos de salud en los últimos años de su vida. La fase de ésta que empezó el año 50 es de mucho sufrimiento causado por la pobreza, el esfuerzo y la resultante mala salud. En esta época había empezado la preparación de los materiales y análisis para El Capital, que sufriría numerosos cambios respecto de los proyectos iniciales de Marx. Los textos conocidos con los títulos de Contribución a la crítica de la economía política, Esbozo a una critica de la economía política y Teorías sobre la plusvalía son todos de esa época y preparatorios de El Capital (esto puede decirse objetivamente, no en el sentido de que tales fueran los planes literarios de Marx). Tres años antes de aparecer El Capital (vol. I) se fundó la Asociación Internacional de Trabajadores, la Internacional por antonomasia. Al poco tiempo de su fundación se le llamó a participar en ella y se convirtió en su auténtico guía, al redactar la memoria inaugural y los estatutos. La distinta concepción del camino que había que seguir en la lucha revolucionaria le llevó a enfrentarse con Bakunin y sus partidarios, que en 1872 fueron expulsados de la Internacional. El primer volumen de El Capital, único publicado en vida de Marx, ha sido durante el siglo siguiente a su publicación la obra más influyente y famosa de su autor: sólo más recientemente empezó a solicitar una análoga atención su obra anterior y juvenil. Contemplado desde ésta, El Capital aparece como el remate de un movimiento intelectual de alejamiento progresivo y negación de la especulación filosófica y de su pretensión de ser fundamento de la acción política revolucionaria; en el mismo movimiento ese papel se atribuye a un conocimiento positivo de la realidad histórica, social y económica. “Una vez hubo reconocido que la estructura económica es la base sobre la cual se yergue la sobreestructura política, Marx atendió ante todo al estudio de esta estructura económica” (Lenin).

Concepto básico y nuevo, al menos en su sistemático aprovechamiento, de las obras de la época de El Capital y de éste mismo es el de plusvalía. Con ese concepto propone Marx una explicación de la obtención de valor por parte del propietario del dinero como resultado de la circulación de éste. La ganancia de valor se explica porque el capitalista puede comprar y compra de hecho la única mercancía que produce valor con su consumo, la fuerza de trabajo. En las obras que, como señaladamente El Capital, son características de la madurez de Marx, se aprecia una recuperación de conceptos hegelianos. El propio Marx ha comentado el hecho, explicándolo simultáneamente en dos sentidos, como mero “coqueteo” intelectual con el lenguaje filosófico de Hegel, por reacción contra la vulgaridad antihegeliana de la cultura izquierdista alemana de los años 50 y 60; y como reconocimiento de que “la mixtificación [idealista] que sufre la dialéctica en manos de Hegel no anula en modo alguno el hecho de que él ha sido el primero en exponer de un modo amplio y consciente las formas generales de movimiento de aquélla. La dialéctica se encuentra invertida en el pensamiento de Hegel. Hay que enderezarla para descubrir el núcleo racional dentro de la cáscara mística” (Prólogo a la 2ª edición del vol. I de El Capital).

Las vicisitudes y los puntos de inflexión de la evolución intelectual de Marx, tan rica y revuelta como la de cualquier otro pensador importante, suscitan dos problemas que son actualmente tema de la mayor parte de la literatura marxiana: el de los “cortes”, “rupturas” o “censuras” que haya podido haber en esa evolución, especialmente entre los años 1842-1847, y el de la naturaleza del trabajo teórico de Marx, tan directamente ligado (a diferencia del trabajo intelectual típico moderno, por ejemplo, el de un físico) con objetivos prácticos (políticos revolucionarios). Respecto del primer problema, cabe decir al menos que un examen de la evolución intelectual de Marx, por curioso que sea, permite identificar no uno, sino varios puntos de inflexión (alguno incluso posterior a El Capital), ninguno de los cuales, sin embargo, se revela como ruptura total: en 1851, por ejemplo, seleccionaba para encabezar una publicación de sus escritos un artículo del año 1842, las “Observaciones acerca de la reciente instrucción prusiana sobre la censura”). En cuanto al segundo problema, parece también claro que Marx ha practicado con los temas económicos un tipo de trabajo intelectual no idéntico con el que es característico de la ciencia positiva, aunque sí compuesto, entre otros, por éste. Es incluso claro que Marx atribuye un peculiar estatuto intelectual a toda ocupación científica general con los problemas económicos. Así escribe, por ejemplo, en el citado prólogo a la 2ª edición del vol. I de El Capital: “En la medida en que es burguesa -o sea, mientras conciba el orden capitalista como forma absoluta y única de la producción social, en vez de cómo estadio evolutivo transitorio-, la economía política no puede mantenerse como ciencia, sino mientras la lucha de clases sea latente y se manifieste sólo en fenómenos aislados”. Marx no ha hecho nunca afirmación parecida acerca de ninguna otra ciencia.

En 1870 Engels pudo trasladarse a Londres y entró a formar parte del consejo general de la Internacional, aliviando a Marx de parte de su trabajo y haciendo posible que éste se retirase en 1873 de la actividad pública y dedicase los esfuerzos que le permitía su quebrantada salud a proseguir la redacción de El Capital. La muerte de su mujer y de su hija le afectaron profundamente y precipitaron su propio fin.

sábado, 28 de agosto de 2010

Impuestos, déficit y empleo

Vicenç Navarro
Público

La nueva sabiduría convencional es que, en momentos de recesión como el actual, no hay que subir impuestos, pues ello reduciría la capacidad de compra de los ciudadanos, disminuyendo la demanda de productos y servicios, y con ello la capacidad de estimular el crecimiento económico. Esta postura está ampliamente extendida en España, lo cual explica la reacción negativa que la propuesta del ministro de Fomento, José Blanco, ha tenido en centros financieros y empresariales del país y en los mayores partidos de la oposición conservadora y neoliberal en las Cortes españolas. Ello forzó a la vicepresidenta segunda del Gobierno socialista español, Elena Salgado, a clarificar que el Ejecutivo no piensa subir los impuestos sobre la renta, excepto en pequeñas variaciones, para conseguir mejorar su equidad.
La evidencia existente, tanto en EEUU como en la Unión Europea, no avala, sin embargo, los supuestos que apoyan tal sabiduría convencional. Es cierto que los impuestos sobre el consumo (como el IVA) pueden reducir la demanda. Ahora bien, incluso en este caso, su impacto reductor de tal demanda depende mucho del tipo de consumo que se grave. La experiencia en EEUU muestra que, como resultado de la enorme polarización de las rentas y su gran concentración en unos sectores muy minoritarios de la población, la gravación del consumo de lujo apenas ha afectado a su demanda, lo que demuestra que la crisis apenas ha tocado a las rentas superiores. Es una lástima que el Gobierno no haya sido suficientemente sensible en este punto, al no centrarse más en el consumo de las clases más adineradas.

Pero el mayor problema no es este. Que los impuestos reduzcan la demanda depende no sólo del origen de los fondos públicos, sino del destino de tales fondos. Si el Estado gasta estos fondos en reducir el déficit, por ejemplo, el impacto en el crecimiento económico es menor e indirecto. Se asume que la reducción del déficit aumentará la confianza de los mercados financieros y reducirá los intereses de los pagos de la deuda, lo cual permitirá mayores inversiones y mayor gasto público. Esta es la mayor justificación para reducir el déficit.

Sin desmerecer la importancia de este argumento, el hecho es que se basa en la fe y en la esperanza de que las cosas ocurrirán de esta manera. Pero lo cierto es que las dudas que existen acerca de la economía española radican no tanto en el déficit público, como en su escaso crecimiento económico. Creerse que se reactivará la economía a través de la reducción del déficit (conseguido a través de reducciones de gasto público e impuestos que afectan predominantemente al consumo de las rentas medias y bajas) es un error que se incrementaría todavía más con las propuestas de los partidos conservadores-neoliberales de la oposición, que van incluso más allá y desean reducir también los impuestos sobre la renta.

En realidad, lo que debería hacerse es aumentar la progresividad de los impuestos, tanto los del consumo como los de las rentas, incrementando notablemente los impuestos sobre el consumo de lujo y sobre las rentas superiores, corrigiendo además el enorme fraude fiscal (que beneficia principalmente a tales rentas). El aumento de los ingresos al Estado debería gastarse predominantemente en crear empleo, que es la intervención pública más eficaz para estimular la demanda y el crecimiento económico, corrigiendo los dos mayores problemas que tiene la economía española; es decir, las bajas tasas de ocupación y el elevado desempleo. De ahí la enorme importancia y urgencia de que existan políticas redistributivas que permitan al Estado transferir fondos de las rentas altas a las rentas medias y bajas mediante la creación de empleo por parte del Estado (central, autonómico y local), sobre todo en áreas como en la infraestructura social (en los servicios públicos del Estado del bienestar), en la física (sistemas de transporte público) y nuevas áreas productivas ecológicas, que permitan aumentar la cohesión social y la eficiencia económica del país.

La evidencia de la superioridad de esta estrategia sobre la que se está siguiendo, no sólo en España, sino en la mayoría de países de la UE, es abrumadora. Basta con ver los datos. Los países del norte de Europa, de tradición socialdemócrata, son los países que tienen mayor carga fiscal (la de Suecia, Dinamarca, Noruega y Finlandia es equivalente al 47%, 48%, 42% y 42% del PIB, respectivamente). También son los que cuentan con una mayor progresividad de tal carga, de manera que son los que tienen menos desigualdades sociales en Europa. Estos elevados ingresos se invierten en las infraestructuras sociales y físicas, creando ocupación, bien a través de los servicios del Estado del bienestar, bien a través de servicios que faciliten la integración de la mujer al mercado de trabajo (lo que llamé en su día el cuarto pilar del bienestar; es decir, escuelas de infancia y servicios domiciliarios), aumentando la ocupación. Como consecuencia de ello, son países con elevadísimas tasas de empleo (Suecia, 72,2%; Dinamarca, 75,7%; Noruega, 76,8%, y Finlandia, 68,7%) y bajo desempleo, mucho menor que el promedio de la UE-15 (9%).

Los países del sur de Europa están en el polo opuesto. Son estados que han estado gobernados históricamente por las derechas y cuyas izquierdas gobernantes han tenido en sus áreas económicas una orientación escasamente keynesiana. Como consecuencia, tienen una carga fiscal muy baja (España, Grecia y Portugal tienen una carga fiscal del 33%, 31% y 36% de PIB, respectivamente, habiendo incluso descendido este año al 30% en España, el más bajo de la UE-15), una gran regresividad fiscal, unas enormes desigualdades (las mayores en la UE-15), un Estado del bienestar subfinanciado, una tasa de ocupación muy baja (España, Portugal y Grecia tienen unas tasas de ocupación del 59%, 61,3% y 66%, respectivamente) y un desempleo elevado, mayor que el promedio de la UE-15. A la luz de tal evidencia, es preocupante ver que el equipo económico del Gobierno parece resistirse a corregir estos enormes déficits.

Marx sobre España

28-08-2010
Texto publicado por Manuel Sacristán en 1983
Manuel Sacristán Luzón
Rebelión


Nota edición: “Marx sobre España” fue escrito con ocasión del primer centenario del fallecimiento de Marx y fue publicado en Papeles de Economía Española, nº 17, 1983, pp. 110-118. Posteriormente fue reimpreso en Enrique Fuentes Quintana (dir.), Economía y economistas españoles, Vol. 5: Las críticas a la economía clásica, Barcelona, Galaxia Gutenberg–Círculo de Lectores, 2001, pp. 803-814, y Albert Domingo Curto lo ha incorporado a su edición de Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Madrid, Trotta, 2007, pp. 205-215



Análisis y pandereta.

Creo que sigue siendo verdad, como escribí en la década de los sesenta [*], que si la lectura de los artículos de Marx sobre España puede ser interesante para gentes de hoy es porque esos artículos ilustran bien su método, su estilo intelectual [1] Pero también puede apetecer leerlos con menos voluntad de aprendizaje y más de entretenimiento, porque esos textos periodísticos (corresponsalías y artículos de fondo para la New York Daily Tribune escritos en 1854 y 1856) permiten ver un trasfondo de vivencia o experiencia de lo español hecho de tópicos comunes y agudas observaciones propias, de familiaridad con los motivos éticos y poéticos del Sturm und Drang schilleriano, del Goethe joven y del Goethe viejo, de la sensibilidad de la Joven Alemania para con la asonancia del romance castellano y de la del romanticismo alemán para con nuestro teatro barroco; todo lo cual añade su interés, entre la estética y la sabiduría de la vida, al valor de ejemplo metodológico que es, sin duda, lo principal de los escritos de Marx sobre España.

La sensibilidad despertada en Marx por las lecturas y experiencias dichas, no siempre muy elaboradas, revela una cierta afinidad con lo español, a menudo en contraste con un menosprecio, no menos tópicamente germánico-romántico, por gran parte de la literatura francesa, como en este pasaje de una carta a Engels (3-5-1854), muestra del gusto (buen gusto, todo hay que decirlo) del romanticismo alemán:

En mis ratos perdidos estoy estudiando español. He empezando por Calderón; de su Mágico prodigioso -el Fausto católico- Goethe ha aprovechado para su Faust no sólo ciertos trozos, sino incluso la disposición de escenas enteras. Luego -horribile dictu- he leído Attala y René de Chateaubriand y algunos trozos de Bernardin de Saint-Pierre; pero en español, porque en francés no lo habría aguantado.

La afinidad en cuestión tiene momentos curiosos, como cuando, refiriéndose a la guerra de las Comunidades de Castilla, Marx habla de Carlos I y aclara a su público norteamericano: “o Carlos V, como lo llaman los alemanes” (New York Daily Tribune [NYDT], 9-9-1854). Cuando se mete en la piel hispánica, Marx puede ponerse tan patético como un orador de 12 de octubre; así comenta, por ejemplo, la derrota de los comuneros:

Si, tras el reinado de Carlos I, la decadencia de España en los terrenos político y social exhibe todos los síntomas de larga y nada gloriosa putrefacción que caracterizan los peores tiempos del imperio turco, bajo el emperador mismo las viejas libertades fueron en fin de cuentas enterradas en un sepulcro magnífico. Ésta es la época en que Vasco Núñez de Balboa planta el pendón de Castilla en las costas de Darién, mientras Cortés lo hace en México y Pizarro en el Perú; la época en que la influencia española gobernó Europa y la meridional imaginación de los iberos se conturbó con visiones de Eldorados, caballerescas aventuras y sueños de monarquía universal (NYDT, 9-9-1854).

Y el atractivo de lo español no se limita a ese período brillante en el que “murió la libertad española”; también “la comprensión de todo lo que España ha hecho y sufrido desde la usurpación napoleónica [...] es uno de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia moderna”. Precisamente cuando habla de la guerra de la Independencia española se expresa Marx del modo más emocional, con acentos que recuerdan bastante los versos de Heine sobre Riego y Quiroga. La guerra de la Independencia es un “gran movimiento nacional” con “heroicos episodios”, una “memorable exhibición de vitalidad de un pueblo al que se suponía moribundo”. Y es muy notable que la acción de los ejércitos napoleónicos no sea fundamentalmente para Marx un modo de consumarse el ascenso de la burguesía, sino “el asalto napoleónico a la nación” (NDYT, 25-9-1854). “De un lado -escribe Marx con una convicción más bien sorprendente- estaban los afrancesados, y del otro la nación”.

Desde luego que no faltan entre los tópicos españoles de Marx los que reflejan la extrañeza del centroeuropeo frente a lo que él entiende como exuberancia meridional un tanto ridícula: “¿Dónde es más poderosa la imaginación que en el sur de Europa?”, se pregunta Marx (NYDT, 19-8-1854), y explica con ella desde el prestigio de los caudillos guerrilleros hasta la hinchazón de las proclamas militares (NYDT, 4-8-1854). Pero en su propia fantasía predominan imágenes proyectadas por una nostalgia de ese sur, no tanto la nostalgia goethiana de las tierras “en que florece el limonero” cuanto otra política y moral, la sentida por el labrador hidalgo que -“peculiaridad española”-, “pese a ser miserable y explotado, no tuvo el sentimiento de humillación oprobiosa que le amargaba en el resto de la Europa feudal” (artículo del 21-II-1854, no publicado por el NYDT).

CERVANTES ENTRE HOMERO Y SHAKESPEARE

Los gustos literarios de Marx eran, como es sabido, sólidos hasta rozar lo convencional. “Igual que a mis hermanas -recordaba su hija Eleanor-, me leyó todo Homero, los Nibelungos, Gudrun, Don Quijote y Las mil y una noches. Shakespeare era la Biblia de nuestra casa”. Y Lafargue cuenta en sus Recuerdos personales sobre Marx que los novelistas preferidos de éste eran Cervantes y Balzac. El principal crítico literario de la primera generación marxista, Franz Mehring, ha dejado una observación que permite ver en esos gustos literarios tan canónicos una motivación profunda y muy concorde con la personalidad intelectual de Marx. Mehring, en efecto, observó que todos los autores de cabecera de Marx -Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes y Balzac- han sido “espíritus que han registrado de manera tan objetiva la imagen de una época entera que todo residuo subjetivo se disuelve más o menos, y a veces tan totalmente, que los autores desaparecen detrás de sus creaciones, en una oscuridad mítica”. Todos ellos, además, documentan prolija y profundamente estadios y procesos sociales. Don Quijote, en particular, es para Marx, como recuerda su yerno Lafargue, “la epopeya de la caballería moribunda, cuyas virtudes se convertirían en el naciente mundo burgués en objeto de burla y de ridículo”, pero que el Manifiesto comunista evocaba como “patriarcales e idílicas”.

Don Quijote es un personaje que se presta obviamente a la comprensión de Marx. Éste alude frecuentemente al hidalgo, y en varios registros, recogiendo su excentricidad anacrónica, recordando accidentes de su carácter y de su vida, y también aplicándole la clave completa de la concepción marxiana de la historia de Europa: como se desprende de su crítica del Franz von Sickingen de Lassalle, Marx entiende que la excentricidad patética de Don Quijote se debe a que para que una lucha como la suya, dirigida contra los poderes injustos de su época, tuviera alguna buena perspectiva, necesitaba “apelar [...] a las ciudades y a los campesinos, es decir, precisamente a las clases cuyo desarrollo significa la negación de la caballería” (Carta a Lasalle del 19-4-1859).

Mas la relación de Marx con Don Quijote -y con Cervantes- se establece también en algún plano menos teórico y más inmediato, imaginativo y propio de la simple sabiduría de la vida. Marx cita frecuentemente al Quijote y a Don Quijote en contextos así, nada teóricos, por ejemplo, comparando la guerrilla antinapoleónica con el caballero (NDYT, 30-10-1854), o contando (de memoria, para comentar la relación de la reina Cristina con Muñoz) la historia de la rica viuda que se volvió a casar con un simple mozo (NYDT, 30-9-1854). La última alusión de Marx a Don Quijote tiene otro tono: Marx se encuentra en Argel, ya enfermo de muerte, y escribe a Engels, el 1 de marzo de 1882, que vive “insomne, inapetente, con mucha tos, algo perplejo, no sin sufrir de vez en cuando accesos de una profunda melancolía, como el gran Don Quijote”. La alusión lo es sin duda al caballero cuerdo y moribundo para el que ya en los nidos de antaño no había pájaros hogaño; y se puede añadir a los varios indicios de la final frustración de Marx.

HISTORIA Y SISTEMA

Como otros estudios particulares de Marx -el de las guerras civiles en Francia, por ejemplo, o el de la comuna aldeana rusa-, los artículos sobre España muestran a un autor que maneja muy libremente su propio sistema teórico, y practica una ancha flexibilidad metodológica. Antes lo he observado a propósito de su descripción de la invasión napoleónica, completamente al margen de su modelo teórico, como “asalto a la nación” española. Marx se enfrenta con sus datos españoles en una actitud muy empírica, por un lado, y muy atenta, por otro, a las “circunstancias peculiares” del país, mientras que los esquemas interpretativos derivados de sus sistema son sólo un trasfondo de presencia nada imperiosa. A veces maneja vaguedades tópicas, más o menos pueriles, acerca de la peculiaridad española -como cuando afirma que el guerrillero español ha tenido siempre algo de bandido “desde los tiempos de Viriato” (NYDT, 9-9-1854). En los artículos de Marx sobre España es frecuente la afirmación de nexos explicativos que no son parte esencial de su modelo teórico, lo cual tiene su importancia para determinar cómo entendía Marx la función explicativa de su teoría, así como el alcance de ésta. Como en el caso aludido de la importancia que atribuye a la acción de validos y camarillas en la provocación involuntaria de insurrecciones, Marx se acerca siempre a los problemas que se propone desde planos que, con el léxico marxiano más consagrado, habría que llamar “sobreestructurales”: el político, el militar, el de la psicología nacional; de modo que las consideraciones de orden “básico” -sobre relaciones de producción, fuerzas productivas, clases sociales- aparecen (cuando lo hacen) sólo en última instancia, como marco general que contiene las condiciones de posibilidad de lo ya explicado “sobreestructuralmente”.

Así ofrece Marx explicaciones por causas político-militares que seguramente dejarán escépticos a muchos marxistas; por ejemplo, la explicación de la peculiaridad de las Cortes españolas por ciertas consecuencias de la supuesta “Reconquista”:

Ni los Estados Generales franceses ni el Parlamento medieval británico pueden compararse con las Cortes españolas. En la formación del reino de España se dieron circunstancias especialmente favorables para la limitación del poder real. Por una parte, las tierras de la península fueron reconquistadas poco a poco durante largas luchas contra los árabes y estructuradas en reinos diversos y separados. En esas luchas nacieron leyes y costumbres populares. Realizadas principalmente por los nobles, las conquistas ulteriores otorgaron a éstos un poder grande, mientras disminuía el del rey. Por otro lado, las ciudades y villas del interior adquirieron gran robustez interna por la necesidad en que la población se encontraba de fundarlas para vivir en comunidades cerradas como plazas fuertes, única manera de conseguir cierta seguridad frente a las continuas incursiones de los moros (NDYT, 9-9-1854).

Esa explicación concibe la Reconquista como la entendían los historiadores españoles más tradicionalistas y conservadores, como “una obstinada lucha de casi ochocientos años”, según escribe Marx en el artículo recién citado; pero lo más interesante del uso por Marx de conceptos así es su implicación metodológica: una gran libertad de la explicación histórica respecto del modelo teórico, el principio metodológico de proceder en la investigación según un orden inverso del orden de fundamentación real afirmado por la teoría.

ORIENTALISMO ESPAÑOL

Marx se interesa mucho por registrar peculiaridades españolas; a menudo parece que se divierta al hacerlo: los contrabandistas, observa, son la única fuerza que nunca se ha desorganizado en España (NYDT, 1-9-1854); la cesantía de funcionarios colocados por el gobierno que deja el poder “es quizá la única cosa que se hace deprisa en España. Todos los partidos se muestran igualmente ágiles en esta cuestión” (NYDT, 4-9-1854). Pero también ha intentado, más seriamente, reunir cierto número de esos rasgos peculiares bajo una categoría que los situara en su sistema: la categoría de orientalismo. En el artículo del 9 de septiembre de 1854 del New York Daily Tribune, Marx afirma que la semejanza de la monarquía absoluta española con las monarquías absolutas del resto de Europa es sólo superficial, y que en realidad la monarquía es “una forma asiática de gobierno”: “Como Turquía, España sigue siendo un conglomerado de repúblicas mal regidas con un soberano nominal al frente”. Esa naturaleza de despotismo oriental de la monarquía española explica, según Marx, la persistencia de la diversidad española en “derechos y costumbres, monedas, estandartes o colores militares” e incluso en sistemas fiscales. Pues “el despotismo oriental no ataca al autogobierno municipal sino cuando éste se opone directamente a sus intereses, y permite muy gustosamente a estas instituciones continuar su vida mientras dispensen a sus delicados hombros de la fatiga de cualquier carga y le ahorren la molestia de la administración regular”.

De todos modos, la acentuación de lo que él entiende como peculiaridades españolas -incluido el orientalismo- no lleva a Marx a pensar en categorías metafísicas referentes al “espíritu nacional”, ni tampoco a separar completamente los procesos españoles de los europeos. Por el contrario, más de una vez Marx cree ver en los hechos de España realizaciones representativas de rasgos generales de la historia europea moderna. Así, por ejemplo, tras escribir que en el golpe de Estado de O´Donnell de 1856 Espartero abandonó las Cortes, las Cortes abandonaron a los dirigentes burgueses, los dirigentes a la clase media y ésta al pueblo, Marx generaliza de este modo:

Esto suministra una nueva ilustración del carácter de la mayoría de las luchas europeas de 1848-1849 y de las que tendrán lugar en adelante en la porción occidental del continente. Existen, por una parte, la industria moderna y el comercio, cuyas cabezas naturales, las clases medias, son contrarias al despotismo militar; por otra parte, cuando empiezan su batalla contra ese despotismo, arrastran consigo a los obreros, producto de la moderna organización del trabajo, los cuales reclaman la parte que les corresponde del resultado de la victoria. Aterradas por las consecuencias de una tal alianza involuntariamente puesta sobre sus hombros, las clases medias retroceden hasta ponerse bajo las protectoras baterías del odiado despotismo. Éste es el secreto de los ejércitos permanentes en Europa, incomprensibles de otro modo para el futuro historiador (NYDT, 8-8-1856).

También la guerra española por la Independencia da pie a Marx para una de esas generalizaciones que sitúan la historia de España como historia de Europa. Marx expone que el movimiento independentista iniciado en 1808 parece “a grandes rasgos” dirigido contra la revolución, y no a favor de ella, pero que los principios que expresó e intentó imponer eran revolucionarios, y comenta:

Todas las guerras por la independencia dirigidas contra Francia llevan simultáneamente en sí la impronta de la regeneración mezclada con la de la reacción; pero en ninguna parte se presenta el fenómeno con la intensidad con que lo hace en España (NYDT, 25-9-1854).

INDEPENDENCIA Y REVOLUCIÓN ESPAÑOLAS

Poca duda puede caber de que lo que ha motivado a Marx a estudiar y escribir sobre España es la agitación de la Vicalvarada: la participación popular en el pronunciamiento es la primera señal del despertar de los pueblos europeos desde la conmoción de 1848, que para Marx, naturalmente, fue más la derrota del pueblo trabajador que la consolidación de los estados nacionales burgueses. Los artículos escritos para la New York Daily Tribune, aunque todos fruto, al mismo tiempo, de la necesidad de ganar algo de dinero en circunstancias de mucha miseria y del interés por las perspectivas revolucionarias de España, se pueden dividir en dos grupos: meras crónicas de los acontecimientos a medida que se van produciendo (la Vicalvarada en 1854, al alzamiento de O´Donnell en 1856) y pequeños ensayos históricos y analíticos. Éstos son claramente el resultado de los estudios y las reflexiones de Marx con la intención de comprender los destinos de la “España revolucionaria”.

Sus estudios le convencen pronto de que España es un país mal conocido, acaso el peor conocido y juzgado de Europa, “salvo Turquía” (NYDT, 21-7-1854). “Los numerosos pronunciamientos locales y rebeliones militares han acostumbrado a Europa a considerar a España como un país colocado en la situación de la Roma imperial de la época de los pretorianos”. Pero ese juicio es un error superficial por el cual, observa Marx, Napoleón se llevó una amarga sorpresa. “La explicación de esta falacia reside en la sencilla razón de que los historiadores, en vez de descubrir los recursos y las fuerzas de esos países en su organización provincial y local, se han limitado a tomar sus materiales de los almanaques de la corte”. Si los historiadores hubieran atendido a las entrañas de la historia, y no sólo a las efemérides cortesanas, habrían podido identificar el verdadero enigma de la historia de España, “el singular fenómeno consistente en que tras casi tres siglos de una dinastía habsburguesa seguida de otra borbónica -cada una de las cuales se basta y se sobra para aplastar a un pueblo-, sobrevivan más o menos las libertades municipales de España, y que precisamente en el país en que, de entre todos los estados feudales, surgió la monarquía absoluta en su forma menos mitigada, no haya conseguido, sin embargo, echar raíces la centralización” (NYDT, 9-9-1854).

La explicación que Marx apunta del “singular fenómeno” español consiste esencialmente en aducir una serie de “circunstancias políticas o económicas” que arruinaron el comercio, la industria, la navegación y la agricultura en España, impidiendo que la monarquía absoluta española realizara la función estructuradora cumplida en Europa, la de terminar, sí, con los privilegios de la nobleza y el poder de las ciudades, pero a cambio de imponer “la ley general de las clases medias y el común dominio de la sociedad civil”. Pero, como queda dicho, precisamente ese fracaso de la monarquía española, o, propiamente, una de sus consecuencias, el mantenimiento de la descentralización y la dispersión medieval del poder, es la mejor explicación de la sorprendente eficacia de la resistencia española a los ejércitos napoleónicos. Y como la historia de la revolución española arranca, según Marx, de la guerra de la Independencia, la explicación de ésta es para él un primer paso en la comprensión de aquélla.

LA ESPAÑA REVOLUCIONARIA

La primera y grande ocasión de la revolución moderna en España estuvo, según Marx, al alcance de la Junta Suprema Central Gobernadora del Reino: “Sólo bajo el gobierno de la Junta Central fue posible fundir con las necesidades y exigencias de la defensa nacional la transformación de la sociedad española y la emancipación del espíritu nacional” (NYDT, 27-10-1854). La inoperancia revolucionaria de la Junta Central, paralizada, según Marx, por su formalismo y por la imposibilidad de dirimir la pugna entre sus dos alas (que Marx identifica con los idearios de Floridablanca y Jovellanos, respectivamente) selló al mismo tiempo su fracaso militar: “La Junta Central fracasó en la defensa de su país porque fracasó en su misión revolucionaria” (NYDT, 30-10-1854). (Dicho sea de paso, una tesis análoga fue la de la extrema izquierda marxista y libertaria durante la guerra civil española de 1936-1939, frente a la concepción predominantemente militar del gobierno republicano). En cambio, las Cortes de Cádiz no dispusieron ya de posibilidades revolucionarias; encerradas en un último rincón del territorio, las Cortes eran sólo “la España ideal”, mientras “la España real” se encontraba en las convulsiones de la guerra o estaba ya sometida por el invasor. “En el momento de las Cortes, España estaba dividida en dos partes. En la Isla del León, ideas sin acción; en el resto de España, acción sin ideas”. En conclusión, “las Cortes [...] fracasaron no por ser revolucionarias, como dicen autores franceses e ingleses, sino porque sus predecesores [o sea, la Junta Central] fueron reaccionarios y perdieron la verdadera oportunidad para la acción revolucionaria” (NYDT, 27-10-1854).

Marx simpatiza con los legisladores de Cádiz, sobre los cuales escribe con una epicidad no precisamente refinada desde el punto de vista literario, pero también con muy buena comprensión de la síntesis de tradición y revolución que intentaron aquellas Cortes. Marx percibe la raíz castiza de los de Cádiz: “Desde el remoto rincón de la Isla Gaditana, [las Cortes] se lanzaron a la empresa de fundar una España nueva, tal como hicieron sus padres en las montañas de Covadonga y Sobrarbe” (NYDT, 24-11-1854).

La Constitución de 1812 “surgió del cerebro de la vieja España monacal y absolutista, y precisamente en la época en que parecía totalmente absorta en su “guerra santa” contra la Revolución”, pero esa constitución precisamente será “estigmatizada por las testas coronadas reunidas en Verona como la invención más incendiaria del espíritu jacobino” (NYDT, 24-11-1854): así plantea Marx lo que llama “el curioso fenómeno de la Constitución de 1812”. (Como se ve, España es para Marx el país de los curiosos fenómenos).

El modo como Marx aclara este último curioso fenómeno es muy notable en un autor de los años cincuenta del siglo pasado: “La verdad es -escribe- que la Constitución de 1812 es una reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la Revolución francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna”. Al final de su análisis de la Constitución, escribe un juicio elogioso y competente:

Lejos de ser una copia servil de la Constitución francesa de 1791, [la Constitución de 1812] fue un producto genuino y original, surgido de la vida intelectual, regenerador de las antiguas tradiciones populares, introductor de las medidas reformistas enérgicamente pedidas por los más célebres autores y estadistas del siglo XVIII y cargado de inevitables concesiones a los prejuicios populares (NYDT, 24-II-1854).

Lo de las concesiones a los prejuicios populares se refiere principal y explícitamente al artículo 12 de la Constitución (“La religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquier otra”). El tenor de ese artículo chocaba con la antirreligiosidad del ultrafeuerbachiano Marx y, sobre todo, resultaba incoherente con su idea de la política religiosa propia de un estado genuinamente burgués, tal como él la concebía desde sus ensayos sobre la cuestión judía.

Marx reconstruye una tradición revolucionaria española continua desde la guerra de la Independencia, contrapuesta a la imagen de una España pretoriana, desconcertante escenario de insurrecciones inconexas e imprevisibles. Comienza esa historia con la intentona de Mina, la compone con Porlier, Richard, Lacy, Vidal, Solá, hasta llegar a Riego: “La conspiración de la Isla del León fue, pues, el último eslabón de la cadena formada por las ensangrentadas cabezas de tantos valientes desde 1808 hasta 1814” (NDYT, 2-12-1854). La revolución de 1820, que tanta importancia tuvo en la recomposición moral de la izquierda europea anterior a 1848, anima todavía un lenguaje conmovido en el Marx de 1854; pero, de todos modos, predomina en los escritos de éste sobre ella la voluntad de explicar su derrota. Y esa explicación le parece fácil: los liberales españoles de 1820 intentan una revolución burguesa, “más exactamente urbana”, en la que el campesinado es espectador pasivo de una lucha de partidos que apenas se le hace comprensible. Por eso, en las pocas provincias en que intervienen, los labradores lo hacen a favor de la contrarrevolución: “El partido revolucionario no supo cómo se tenían que articular los intereses de los campesinos con los del movimiento urbano” (artículo del 21-II-1854, no publicado por la NYDT).

En el pronunciamiento que ocasiona las primeras crónicas de Marx sobre España -el de O’Donnell y Dulce de 1854- es muy visible una característica importante de la historia revolucionaria española, a saber, la decisiva presencia del ejército en la política. Marx considera que esa peculiaridad española se explica por dos causas: en primer lugar, el Estado, en el sentido moderno de la palabra, es casi inexistente en la vida civil del pueblo español, esencialmente local y provinciana, y sólo está presente en el ejército; en segundo lugar, la guerra de la Independencia ha creado condiciones en las cuales el ejército resultó el lugar natural en el que se concentró la vitalidad de la nación. “Así pudo ocurrir -escribe Marx- que las únicas manifestaciones nacionales (las de 1812 y 1822) procedan del ejército; con ello, los sectores movilizables de la nación se han acostumbrado a ver en el ejército el instrumento natural de todo movimiento nacional” (NYDT, 4-8-1854).

Marx conoce también otras causas de la importancia política del ejército español. Cuenta entre ellas la institución de las capitanías generales, a cuyos titulares compara con los pachás turcos, el origen militar de todas las conspiraciones liberales de 1815-1818, y, sobre todo y más profundamente, la escasa fuerza civil de clases y grupos sociales sumidos en luchas decisivas:

El aislamiento de la burguesía liberal, que le obligó a emplear las bayonetas del ejército contra el clero y la sociedad rural; la necesidad en que se encontraron Cristina y la camarilla de emplear esas mismas bayonetas contra los liberales, igual que los liberales las habían usado antes contra los terratenientes; la tradición que se nutre de tantos precedentes, todas ésas son las causas que dieron a la revolución en España un carácter militar, y un carácter pretoriano al ejército (NYDT, 18-8-1856).

Ya al principio de sus estudios sobre España había notado Marx la “superabundancia de plazas y honores militares”, por lo cual “apenas uno de cada tres generales puede ser empleado en el servicio activo” (NYDT, 30-9-1854). Pronto entiende que ésa es una consecuencia de la situación pretoriana del ejército español.

Otra consecuencia, mucho más importante, es el creciente predominio de la orientación contrarrevolucionaria, conservadora o reaccionaria, en los pronunciamientos del ejército, la separación entre éste y “la causa de la nación” (NYDT, 4-8-1854). Marx piensa que entre 1830 y 1854 (período de la vida española que considera particularmente difícil) el ejército, aunque cada vez más poderoso políticamente, aplica de un modo mezquino su poder en zanjar rivalidades dinásticas y tutelar militarmente a la corte. Por último, le parece a Marx que en la insurrección de O´Donnell de 1856 se consuma la separación completa entre pueblo y ejército:

Esta vez [...] el ejército ha estado completamente solo contra el pueblo, o, más exactamente, sólo ha luchado contra la Guardia Nacional. Con otras palabras: ha terminado la misión revolucionaria del ejército español (NYDT, 18-8-1856).

Algunas de las últimas reflexiones de Marx sobre el golpe de 1856 pueden sonar, para un lector español de cien años después, como un turbador llamamiento a recordar el lema polvoriento y pasado de moda “Historia magistra vitae”; sean ejemplo de ello estas líneas del 18 de agosto de 1854:

En uno de los bandos -el ejército- todo estaba preparado anticipadamente; en el otro, improvisado; la ofensiva no cambió de campo ni por un momento. En el primer bando, un ejército bien equipado, moviéndose fácilmente en manos de sus generales; en el otro, unos jefes que van a pesar suyo hacia adelante, empujados por el ímpetu de un pueblo imperfectamente armado.

Notas:

[*] Sacristán se refiere a su prólogo a K. Marx-F. Engels, Revolución en España (1959), editado por Ediciones Ariel, Barcelona. El escrito está ahora recogido en M. Sacristán, Sobre Marx y marxismo, Barcelona, Icaria, 1983, pp. 9-23 (nota editor).

[1] Los escritos de Marx sobre España son once corresponsalías relativamente breves sobre la sublevación de O´Donnell y Dulce de junio de 1854; nueve artículos de fondo o pequeños ensayos sobre historia española, de los que el periódico para el que los escribía (como las corresponsalías), la New York Daily Tribune, no publicó más que ocho; dos corresponsalías más con ocasión del golpe de Estado de O´Donnell de 1856; y el artículo “Bolívar” de la New American Cyclopaedia, que es de 1858. También Engels escribió para la New York Daily Tribune artículos de asunto español: tres artículos de 1860 sobre la toma de Tetuán por O´Donnell, titulados “The Moorrish War”. Además de eso escribió sobre el ejército español para el Putnam´s Magazine (1855) y los artículos “Badajoz” y “Bidasoa” para la New American Cyclopaedia (1858). Pero el texto más importante e influyente de Engels sobre España es el conjunto de cuatro artículos titulado “Los bakuninistas en acción (Die Bakuninisten an der Arbeit)”, que se publicó en 1873 en el órgano de la socialdemocracia alemana Der Volksstaat. En el presente artículo se atiende sólo a los escritos de Marx sobre España.

jueves, 26 de agosto de 2010

Tiempos de desempleo y precarización, de exclusiones y éxodos masivos

26-08-2010

Andrés Lund Medina
Rebelión

Para examinar la situación del trabajo en nuestros días es necesario ubicarlo dentro del sistema capitalista y luego detectar sus transformaciones dentro de él.
Aunque toda sociedad establece una relación de intercambio metabólico con la naturaleza a través del trabajo para asegurar la subsistencia humana -por lo que es necesario que se organice la producción de satisfactores de necesidades-, en el capitalismo el trabajo se organiza con una estructura de mando vertical y jerárquica para asegurar la creciente producción de mercancías y la generación incesante de ganancias. Esto puede ser así porque existe una separación y enajenación entre el trabajador y los medios de producción, lo que permite que el Capital se imponga al trabajador como un Poder separado y ajeno que lo explota y domina. Esa potencia enajenada y enajenante parece funcionar por y para sí misma a través de sus personificaciones: la del capitalista, que consagra su vida a la expansión del capital, y la del trabajador: que se somete a ese dominio, aunque con la potencialidad de impugnarlo y modificarlo. Ese dominio del Capital sobre el trabajo se refuerza con un poder político (Estado) que asegura el mantenimiento de la propiedad privada y la reproducción social de la división jerárquica del trabajo.

Mientras más se desarrolle esta dinámica enajenada y enajenante, incontrolable, de productivismo delirante para la obtención de ganancias, "este sistema -señala Ricardo Antunes- asume cada vez más una lógica destructiva." Y continúa diciendo:

"Esta lógica, que se acentúa en el capitalismo contemporáneo, dio origen a una de las tendencias más importantes del modo de producción capitalista, que Mészàros denomina tasa de utilidad decreciente del valor de uso de las cosas." (1)

Eso significa que el Capital subordina el valor de uso (utilidad) al valor de cambio (ganancia) de varias formas: reduciendo la vida útil de las mercancías para acelerar su ciclo de reproducción (para que se gasten y se tengan que comprar nuevas), generando mercancías con poco valor de uso o mercancías dañinas para el ser humano y la naturaleza. Por consiguiente, el Capital profundiza cada vez más la separación de la producción para las necesidades (humanas) y la producción para la autovalorización (Capital), privilegiando a esta última. Como no le interesa satisfacer necesidades para la vida humana, el Capital tiende a ser más y más destructivo, fracturando la relación metabólica con la naturaleza al punto de impedir su reproducción, o bien sobreexplotando o excluyendo a la fuerza de trabajo hasta obstaculizar su reproducción social y fisiológica. Para el Capital no hay límites (naturales o humanos) en su producción de ganancias. Esto va explicar las tendencias que se han desarrollado en el mundo del trabajo estos últimos años.

Durante gran parte del siglo XX, la acumulación de Capital se apoyó en el fordismo (producción en cadena) y el taylorismo (acortando tiempos). Con estos métodos se logró una producción verticalizada más intensa, fragmentada y homogenizada mientras se extendía una producción centrada en la gran industria, con el obrero-masa industrial, concentrado en las grandes urbes y organizado en sindicatos de industria, cobijados por un Estado benefactor o populista y gozando un importante conjunto de derechos laborales.

Pese a las revoluciones y revueltas obreras de los primeros años del siglo XX contra el capitalismo y estos métodos de producción, después de la segunda guerra mundial y con un equilibrio de fuerzas entre una burguesía que había incubado al fascismo y un proletariado en pie de lucha que se había organizado en grandes partidos (sobre todo, socialdemócratas), se estableció cierto "compromiso histórico".

En este "compromiso histórico" se permitía la subsistencia de estos métodos productivos de explotación capitalista pero conviviendo con políticas keynesianas (de regulación económica estatal) y el levantamiento de un Estado benefactor.

"Puede decirse -dice Antunes- que, junto con el proceso del trabajo taylorista-fordista, se erigió, particularmente durante la posguerra, un sistema de 'compromisos' y 'regulaciones' que, limitado a una serie de países capitalistas avanzados, ofreció la ilusión de que el sistema de metabolismo social del capital podía ser regulado y controlado de manera efectiva, duradera y definitiva, apoyándose en un compromiso entre el capital y el trabajo mediado por el estado." (2)

Ese "compromiso" significó para los partidos socialdemócratas el dejar de lado la cuestión de la explotación y el relegar el proyecto socialista a la indeterminación, promover el fetichismo del Estado y la subordinación de sindicatos y partidos al sistema. Se reafirmó así que esta tendencia política, que había nacido del proletariado para combatir al capitalismo, se asumió como cogestora del proceso global de reproducción del Capital.

Sin embargo, hay historia porque hay cambios y este modelo de acumulación capitalista, con su método fordista y taylorista de producción, fue sustituido por otro debido a dos causas fundamentales, a saber:

1º Por las luchas de los trabajadores de los años 60 y 70, cuando el obrero-masa desbordó el "compromiso histórico" de la socialdemocracia, cuestionó el dominio del Capital y pugnó por el control social de la producción sin capitalistas. Sus luchas partieron de la protesta contra el despotismo laboral y la enajenación, por la "actividad repetitiva y desprovista de sentido" de los métodos del fordismo-taylorismo. Sin embargo, esas luchas obreras nunca disputaron a fondo el poder político y el movimiento obrero fue derrotado en esa coyuntura específica.

"Con la derrota de la lucha obrera por el control social de la producción estaban dadas, entonces, las bases sociales e ideo-políticas para retomar el proceso de reestructuración del capital, en un nivel distinto de aquel efectuado por el taylorismo y el fordismo." (3)

2º Por la dinámica de la propia acumulación capitalista que la llevó a una crisis compleja: por un lado, se manifiesta la caída tendencial de la tasa de ganancias debida a las luchas obreras; por otro lado, hay una fuerte retracción del consumo por la consolidación de un desempleo estructural. Existe asimismo una hipertrofia de la esfera financiera, que conquista cierta autonomía relativa frente al Capital productivo para dedicarse a la especulación; además, las fusiones del Capital, formando monopolios y oligopolios que tienden a internacionalizarse, limitaron los recursos fiscales del Estado benefactor, que realizó sus primeros ajustes de gastos.

Las tareas del Capital eran claras: había que imponer una nueva disciplina a la clase obrera y elevar la tasa de explotación, expandir internacionalmente al Capital, acumular enormes riquezas con la mera especulación y deshacerse del Estado benefactor. Todo apuntaba ya a la nueva política económica neoliberal, al nuevo imperialismo, a revelar la cara bárbara del capitalismo.

Porque, en el fondo, lo que se ponía de manifiesto era la incapacidad de intentar controlar "el sentido destructivo de la lógica del capital", de imponerle compromisos a su tendencia a obstruir la reproducción (ecológica) de la naturaleza y la reproducción (fisiológica y social) de los trabajadores.

El Capital, entonces, se reorganizó a nivel global como recolonización del mundo y como expansión por desposesión, acumulando por usura, renta o despojo. Pero para reactivar la producción se requería iniciar un "proceso de reestructuración de la producción y del trabajo" que en realidad significó una "ofensiva generalizada del capital y del Estado contra la clase trabajadora." (4)

La lógica destructiva capitalista se lanzó contra la fuerza de trabajo y contra la naturaleza. La devastación de la naturaleza se aceleró como saqueo desmedido de recursos naturales (fracturando el metabolismo natural: impidiendo su regeneración) y el agravamiento de la contaminación (que afecta a los propios ecosistemas y genera damnificados ambientales). La destrucción de la fuerza de trabajo fue literal: el capitalismo excluyó de los procesos productivos a regiones enteras del planeta (de África, Asia y América Latina), propició un enorme crecimiento del desempleo (ya abiertamente estructural) así como la sobreexplotación y "la precarización, sin paragón en toda la era moderna, de la fuerza de trabajo" (Antunes), etc.

En el cuadro ya planteado de las reformas estructurales neoliberales, la situación del trabajo se modificó sustancialmente. Con la reducción del gasto público y la feroz competencia capitalista agudizada por la apertura desregulada del mercado, miles de trabajadores se quedaron sin empleo, presionando una baja generalizada de salarios. Este fue el primer paso para elevar la tasa de explotación, según lo explica Michel Husson:

"La característica principal del capitalismo mundializado es el descenso de la parte salarial, es decir, de la parte del PIB que absorben los asalariados. Esa tendencia equivale, en términos marxistas, a una elevación de la tasa de explotación. Se trata de un resultado sólidamente establecido sobre datos estadísticos indiscutibles y que se aplica a la mayoría de países, tanto del Norte como del Sur." (5)

Ese fue un primer paso, pero hubo más en la reestructuración del proceso productivo. Aunque hubo cierta continuidad con los métodos del fordismo-taylorismo, también se dieron importantes discontinuidades: con el toyotismo se fomentó el trabajador multivalente, acabar con los tiempos muertos, eliminar puestos de trabajo, intensificar la producción con estímulos; paralelamente se alentaron las subcontrataciones, el desconocimiento y recorte de derechos laborales (pensión y jubilación, estabilidad, antigüedad, huelga, etc.), la destrucción de sindicatos de clase y su conversión en sindicatos dóciles, así como la llamada precarización laboral que implica trabajo temporal y/o parcial, condicionar el salario por la productividad, carencia de estabilidad, de seguridad social y de prestaciones, etc.

Al respecto, en abril de 2009 la OCDE admitió que "más de la mitad de la PEA mundial trabaja sin prestaciones". Eso es: más de mil 800 millones de personas tienen trabajo sin contrato ni prestaciones sociales, lo que es una cifra récord que provocará -afirmaba esta organización- un significativo aumento de la pobreza en los países dependientes y periféricos. De acuerdo a este estudio de la OCDE, se calcula que el trabajo precario aumentaría hasta abarcar "en 2020 a los dos tercios de la población activa", pero puede ser mucho mayor si la crisis financiera continúa.

Pero conforme avanza la contrarreforma neoliberal, los procesos productivos son fragmentados y mundializados, esto es: el Capital internacional empieza a "deslocalizarse" y trasladarse del centro a la periferia: de 1983 al 2000 el empleo se estanca en los países desarrollados (1.1%) y creció en los dependientes (59.3%), sobreexplotando mano de obra barata, sin regulaciones, impuestos, derechos laborales, etc., que maquila partes de un producto que se elabora en diversos territorios. Esta fábrica fragmentada e internacionalizada significó, asimismo, la atomización de los trabajadores y la pérdida o debilidad de su organización.

Al tiempo que se recrudecía la explotación salarial, resurgían y se fortalecían viejas formas de opresión y explotación, como las siguientes:

-La precarización del trabajo femenino: la reestructuración productiva y las políticas neoliberales han propiciado el aumento de la inserción de las mujeres en el trabajo; sin embargo, en esta esfera se vuelve a proyectar la tradición patriarcal que discrimina, inferioriza y somete a las mujeres con nuevas formas de desigualdades en la división sexual del trabajo, de modo que se tiende a disminuir su salario, a que el trabajo de tiempo parcial se reserve sobre todo a la mujer trabajadora, para que se dedique a la crianza de los hijos y las tareas domésticas, etc.

-La esclavitud del trabajo humano: en nuestros días se reconocen las siguientes formas de esclavitud: trabajo forzado y sin ningún derecho laboral, explotación sexual de menores, trata de blancas, etc. En pleno siglo XXI se calcula que más de 27 millones de personas, en su mayoría mujeres y niños, son esclavos sexuales.

-La vuelta del trabajo infantil: según la UNICEF, existen más de 346 millones de niños y niñas que trabajan y son explotados; el 70% de ese total son explotados en la agricultura; se calcula que tres cuartas partes de ellos (171 millones) son explotados en situaciones que ponen en riesgo su vida, violan sus derechos o atentan contra su dignidad.

-La exclusión social: en estas décadas se ha descubierto que el verdadero "horror económico" no es el ser explotado, incluso con un trabajo precario, sino el ser excluido y condenado a sobrevivir como desempleado. A nivel mundial, el desempleo aumenta por decenas de millones al año; en los países dependientes el desempleo es estructural y en los países "desarrollados" cada vez más aumenta el número de desocupados. Según datos de instituciones moderadas como la OIT, en estos últimos años el desempleo va en ascenso: de 190 millones de desempleados calculados en 2008 se pasó a 212 millones en 2009 y se calcula que alcance la cifra de 228 millones en 2010. La ONU admitió en junio de 2010 que el número de desempleados en el mundo llegó a su máximo nivel histórico y que la generación de puestos de trabajo ha estado estancada desde hace más de una década.

El neoliberalismo, entonces, nos ha revelado lo que el capitalismo es en el fondo: un proyecto despótico y excluyente, bárbaro, ritmado por los ciclos infernales de un Capital enajenado que sólo busca maximizar las ganancias y reducir los costos, arrasando con las vidas humanas y devastando a la naturaleza en su impulso productivista/consumista. Pero también nos muestra que este capitalismo bárbaro en realidad no pretende integrar, proletarizar o explotar a todos los seres humanos: sólo a aquellos de los que puede obtener beneficios inmediatos y mientras así sea. Por eso, el capitalismo integra y excluye: proletariza para forzar la venta de la fuerza de trabajo pero luego la despide; se apoya en el trabajo campesino para sostener la industrialización, pero luego prescinde de él y obliga a una migración masiva que, sin embargo, combate. Al tiempo que se cuadruplica la población asalariada en las últimas décadas (según el FMI), la exclusión laboral causa una migración masiva.

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el número de migrantes internacionales es de 214 millones de personas, lo que representa el 3,1% de la población mundial. El 49% de estos migrantes son mujeres y de 20 a 30 millones de migrantes son ilegales.

En ese movimiento de inclusión-exclusión capitalista, que nunca había sido tan manifiesto, lo peor ya no es la "esclavitud asalariada" sino el desempleo, la exclusión. Por eso dice Armando Bartra: "Entonces no es sólo la 'esclavitud asalariada lo que ofende sino también y sobre todo la 'inestabilidad', la constante amenaza de amanecer 'superfluo', redundante, maltusianamente prescindible." (6)

Después de casi treinta años de ofensiva contra el trabajo, los datos son reveladores:

-El director general de la OIT, Juan Somavía, señaló "que los trabajadores pobres (que ganan apenas dos euros diarios) serán 1.400 millones, o sea el 45% de la población activa mundial."

-El trabajo informal, que es sinónimo de ausencia de derechos, ingresos inseguros e inexistente protección social, también alcanza niveles nunca alcanzados: según la OCDE esta actividad "representa tres cuartos de los empleos en África Subsahariana, más de dos tercios en el sur y el sudeste de Asia, la mitad en América Latina, en Medio Oriente y en África del Norte y casi un cuarto en los países en transición".

-Un muy reciente informe (de junio 2010) reveló que en Estados Unidos 7,2 millones de personas perdieron sus trabajos con la actual recesión; la suma de desempleados en este período representa un 35,6% del total de desempleados de los Estados Unidos. Todo indica que en los Estados Unidos el desempleo se ha vuelto estructural.

-¿Esto significa el "adiós al proletariado"? ¿Esto es el "fin del trabajo"? ¿Desaparece la clase trabajadora con su potencial revolucionaria?

-Por supuesto que no, pero estas tendencias obligan a la izquierda radical a tener una noción ampliada de la clase trabajadora.

Para Ricardo Antunes se puede ampliar la noción sin traicionar su sentido más originario al caracterizarla como "la-clase-que-vive-del-trabajo", que al tiempo que enfatiza su forma de ser, "incluye a todos aquellos que venden su fuerza de trabajo, teniendo como núcleo central a los trabajadores productivos." (7) Considerando a la totalidad del trabajo asalariado, sin olvidar su composición heterogénea y compleja, es posible distinguir las siguientes capas de trabajadores:

-Los trabajadores productivos, manuales y no manuales, cuyo corazón es el proletariado industrial; son considerados así porque son ellos los que producen directamente plusvalía; se consume su fuerza de trabajo como producción de valor de cambio y hay un decrecimiento tendencial de su número;

-Los trabajadores improductivos, que más que producir ofrecen servicios, ya sean públicos o privados (como maestros, doctores, técnicos, cajeros, secretarias, etc.); en su caso, se consume su fuerza de trabajo como producción de un valor de uso y hay una tendencia que apunta a su crecimiento numérico.

-Los trabajadores rurales que venden su fuerza de trabajo al Capital agrario.

-Los trabajadores precarizados o subproletariado, que trabaja por tiempo parcial, subcontratado, sin prestaciones. Este es el sector que más crece en el mundo actual.

-Los trabajadores asalariados de la economía informal, sobre todo aquellos que individualmente ofrecen sus servicios (reparaciones, limpieza, etc.).

-Los trabajadores desempleados: el enorme ejército de excluidos por el desempleo estructural.

Es necesario subrayar, también, que en estos últimos años se ha afirmado la tendencia al incremento del trabajo femenino. En algunos países industrializados llega a ser el 40%, pero gran parte de este porcentaje es inferiorizado y precarizado. En la gran mayoría de países donde las mujeres se han incorporado de manera significativa al trabajo extra-doméstico, se les imponen condiciones precarizadas de trabajo, se les paga salarios inferiores, se les discrimina si están casadas o están embarazadas, etc.

A esta situación se le debe agregar la doble jornada que la gran mayoría de mujeres cumple: además de trabajar en el espacio público (en la producción o los servicios), se ve obligada a trabajar en el ámbito privado, en la reproducción social de su esposo y de la familia. Ricardo Antunes no deja de mencionarlo y lo plantea así:

"Consecuentemente, la expansión del trabajo femenino ha sido verificado centralmente en los marcos del trabajo más precarizado, en los trabajos con régimen de part-time, marcados por una informalidad aún más fuerte, con desniveles salariales más acentuados en relación a los hombres, además de trabajar durante jornadas más prolongadas." (8)

El número de trabajadores productivos disminuyó significativamente gracias a las políticas neoliberales que desindustrializaron a los países dependientes; aunque los trabajadores de servicios han crecido en su número, su situación también se vio afectada por las políticas de contracción del gasto público y la privatización de servicios públicos. De la noche a la mañana, miles de trabajadores de este sector se encontraron sin empleo. El sistema excluye a los que alguna vez integró en la producción y los servicios, pero excluye ferozmente a los jóvenes y a los viejos.

El desempleo en la esfera productiva y en la de servicios presionó para fortalecer la tendencia de precarizar a la totalidad del trabajo. Por eso, es este sector de trabajadores precarizados el que se ha expandido por todo el mundo: un trabajo a tiempo parcial y temporal, subcontratado y sin prestaciones, que, además, está fragmentado internacionalmente y condicionado por la migración del Capital a países con salarios más bajos y sin exigencias laborales, de modo que se desarrolla "una contradicción entre el capital social total y la totalidad del trabajo." (9)

El panorama del trabajo en el mundo no sólo es heterogéneo y complejo, sino que está atravesado por divisiones y oposiciones que obstaculizan la unificación y organización de la totalidad de "la-clase-que-vive-del-trabajo": los precarios envidian a los estables, las mujeres cuestionan a los hombres, los nacionales odian a los migrantes extranjeros, los jóvenes quieren desplazar a los viejos, etc. Esta división, estratificación y fragmentación del trabajo "se acentúa en función del proceso de internacionalización del capital." (10)

Pero así como el Capital tiende a dividir y a oponer los diversos segmentos de la clase trabajadora, también promueve la unidad y convergencia de luchas y demandas comunes. Pero esto no es deseo o mera inferencia teórica, sino el registro de procesos que se están desarrollando ante nuestros ojos como los movimientos anti-globalización de hace unos años o las muy actuales luchas europeas contra los planes de austeridad que prácticamente han unificado a todos los sectores de la clase trabajadora. Esta unión, señala Daniel Bensaïd, no se debe al azar, se debe al Capital:

"No obstante, es el propio capital –la generalización de las relaciones mercantiles, la extensión de la ley del valor, su penetración impersonal en todos los poros de la vida social- el que hace posible las convergencias de las resistencias. Partiendo de quejas específicas, los movimientos sindicales, feministas, ecologistas y culturales más diversos pueden así coincidir en Seattle, Porto Alegre, Florencia o donde sea y unirse respecto a temas unificadores: '¡El mundo no está en venta! ¡El mundo no es una mercancía! ¡Otro mundo es posible!'. Su unión no debe nada al azar." (11)

Pero esa unión de la clase trabajadora debe construirse en la búsqueda de convergencias a partir de la lucha "contra y más allá del Capital".

De hecho, los diversos movimientos sociales tienen demandas poco articuladas: algunas son muy generales, como la exigencia de la moratoria de la Deuda Externa y la defensa de la soberanía nacional, o la lucha por la defensa de los bienes, servicios y recursos públicos; otras, en cambio, son demandas sectoriales, como la defensa de los derechos laborales o los derechos agrarios, las exigencias de mejores salarios o apoyos a la producción agraria; los reclamos por un freno a la devastación ecológica y la instauración de un sistema energético alternativo, o por la efectiva igualdad laboral de las mujeres y la defensa de sus derechos reproductivos, etc. El hecho es que los movimientos sociales tienen pliegos de demandas que plantean a gobiernos que no tienen la menor intención de asumirlas o cumplirlas.

La gran mayoría de esas demandas nunca se van a cumplir con gobiernos subordinados a grupos oligárquicos que personifican a un capitalismo bárbaro. Por eso, los movimientos sociales deben plantearse la cuestión del poder político.

O, como hemos dicho antes: la amplia clase trabajadora de nuestros días y los diversos movimientos sociales que la expresan, debe plantearse la institución de Otro Poder político.

Para ello es necesaria la más amplia unidad de fuerzas, la articulación de demandas en un proyecto político de transformación radical, la construcción de una esfera pública alternativa desde la cual construir Otra Hegemonía, en principio anticapitalista. Se trata de no quedarse reclamando al Poder establecido lo que nunca va a conceder sino de disputar y conquistar el Poder, construyendo con anticipación y con la lenta impaciencia del viejo topo, Otro Poder popular, Otra Hegemonía.

"El concepto de hegemonía -señala Bensaïd- parece particularmente pertinente para concebir la unidad en la pluralidad de los movimientos sociales. Para Gramsci, implica la articulación de un bloque histórico en torno a las relaciones de clase, y no la simple adición indiferenciada de protestas sectoriales. Implica también la formulación de un proyecto político que responda a una crisis histórica de la nación y del conjunto de relaciones sociales. Dichas implicaciones tienden a desaparecer hoy de su uso posmoderno. Reconocerles todo su alcance estratégico, en cambio, invita a crear un forma política que tenga como objetivo la conquista del poder en un espacio político coherente." (12)

NOTAS

(1) Antunes, Ricardo. Los sentidos del trabajo. Herramienta, Buenos Aires 2005, p.12

(2) Idem., p.24

(3) Idem., p.32

(4) Idem., p.18

(5) Husson, citado por Gilly y Roux en: “Capitales, tecnologías y mundos de la vida. El despojo de los cuatro elementos”, Revista Herramienta No. 40, en:

http://www.herramienta.com.ar/foro-capitalismo-en-trance/capitales-tecnologias-y-mundos-de-la-vida-el-despojo-de-los-cuatro-elemen

(6) Bartra, Armando. El hombre de hierro. Ítaca, México 2008, p.138

(7) Antunes, op. cit., p.91

(8) Idem., p.98

(9) Idem., p.107

(10) Idem., p.107

(11) Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana. Península, Barcelona 2009, p.283

(12) Bensaïd, op. cit., p.339

miércoles, 18 de agosto de 2010

Lectura y comprensión

18-08-2010

Salvador López Arnal
Rebelión

“El fiel escudero de Sacristán, Salvador López Arnal, sale en su defensa pertrechado con las armas de la indignación. En esa tesitura, en vez de usar la sana argumentación utiliza la descalificación a priori, sin justificación previa”. Así inicia Jordi Soler Alomà su respuesta a mi último comentario [1] sobre sus críticas al pensamiento marxista de Sacristán. Me esfuerzo pero no logro ver dónde he usado la descalificación a priori, sin justificación previa.
Continúa JSA señalando que “de este modo, su crítica “de urgencia” a la segunda parte de mi artículo sobre el tratamiento de que Marx es objeto por parte de Sacristán, consiste en un repertorio de improperios. SLA me acusa de: mentiroso, poco riguroso, ignorante abismal, persistentemente engreído, ilógico y otras perlas”. Vuelvo a leer mi comentario y no observo casi nada de lo que JSA señala. Acaso una ausencia de detalle argumentativo en la defensa de algunas de mis posiciones motivada, sin que sirva de justificación satisfactoria, por la falta de espacio y de tiempo. En todo caso, yo no logro ver mis insultos ni mis descalificaciones, inadmisibles desde luego si fuera el caso.

JSA afirma igualmente que “SLA sigue en su papel de fiel escudero cuando los hechos (que en mi artículo aduzco en texto del propio Sacristán) no obedecen a sus deseos, sosteniendo que “Sacristán, una y mil veces, en éste y en otros trabajos, nunca ha comparado Das Kapital con un manual de física o de genética”. Y esto lo dice ante un texto donde Sacristán afirma lo contrario”. Dejo sin comentario el uso por parte de JSA de la expresión “fiel escudero” (que creo que él hace sinónima de sumisión al pensamiento de Sacristán o algo muy similar), pero volviendo a la lectura del artículo-conferencia del traductor de Engels, “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”, el único de sus trabajos comentado por JSA, yo no consigo ver que Sacristán considere El Capital como un manual de economía o de ciencias sociales, y que lo compare en su escrito, para determinadas finalidades gnoseológicas, con manuales de física o genética.

Transitando por la misma senda, JSA apunta: “Para rematar, otra perla: “Entre otras razones, porque ni Sacristán ni nadie informado puede sostener razonablemente que El Capital es un manual.” ¿Esto es un argumento? Supongo que cualquiera de las “otras razones” debe tener más peso que esta puerilidad, que, además, es falsa, ya que alguien bien informado puede sostener que El Capital es un manual, y equivocarse (o no, depende de cómo se mire, ya que en USA tuvo gran éxito de ventas precisamente porque se vendió como un manual para enriquecerse rápidamente)”. Lo entrecomillado por JSA obviamente no es un argumento, es una afirmación mía aunque no sé si tan pueril por lo que él mismo comenta a continuación. JSA sostiene que alguien puede estar bien informado y sostener que texto marxiano es un manual y puede no equivocarse ya que, por ejemplo, El Capital se vendió “como un manual” en Estados Unidos. Me esfuerzo pero no entiendo ni veo la validez de ese “argumento”. Sea como sea, destaco la posición defendida por JSA: alguien informado puede sostener que El Capital es un manual y estar equivocado o no dependiendo del cristal desde el que contemplemos el asunto. Yo no ceo que ninguna atalaya permita esa conclusión sobre las características ensayísticas del texto de Marx.

Después de un apunte de economía y filosofía, innecesariamente denso y con algunas gotas de pavoneo intelectual en mi opinión, JSA afirma que “un lego no puede (o al menos no debería) sentar cátedra en materias que no domina, y debe, honestamente, mantenerse en ellas en su condición de lego, como simple opinante, no como juez y parte: esto vale para Sacristán, para SLA y, por supuesto, para mí mismo”. Sin ninguna duda, JSA tiene toda la razón. Incluso, puestos en materia, es bueno no sentar cátedra ni tan siquiera en ámbitos en los que uno no es un lego.

No sé si he confundido “el culo con las témporas” como JSA afirma algo más tarde, pero su afirmación de que no es “deontológicamente correcto el uso que hace Sacristán de ciertos materiales” es posición respetable pero en absoluto contraria a lo que yo intentaba apuntar: que la aproximación que hizo Sacristán a esos materiales no editados de Marx (entre ellos, su correspondencia) no es en absoluto singular. Casi todos los autores que han cultivado la tradición marxista, algunos de ellos con reconocimiento generalizado, han operado de ese modo, procedimiento por lo demás usual cuando se trabaja con otros autores. La edición de las obras completas de Newton, por ejemplo, incluye varios volúmenes de correspondencia [2]. Para la comprensión de la teoría de los transfinitos de Cantor, el uso de su correspondencia con el Papado donde queda palpable su preocupación por no ser un nuevo caso Galileo no es irrelevante. Lo mismo puede decirse en el caso de G. Frege como un estudioso tan ejemplar y admirable como Michael Dummett ha argüido. ¿Es deontológicamente inadmisible operar de forma similar en el caso de Marx? No logro verlo aunque alguien desde luego, parece ser el caso de JSA, pueda sostener consistentemente la tesis contraria y apuntar a una potente reconsideración de los estudios históricos.

La pregunta que JSA formula al finalizar su comentario –“¿sabe SLA de dónde provienen los axiomas ante los que tan sumisamente se postra? Quizás le convendría leer más a Charles Lutwidge Dogson (Lewis Carrol) y menos a Quine y a Peano (sin negar su interés)”- soy incapaz de responderla. Para ser sincero, ignoro incluso cuáles son exactamente esos axiomas a los que tan sumisamente me postro. Tomo nota, eso sí, de la recomendación de JSA: releeré a Lewis Carroll -un autor por cierto muy apreciado por Montserrat Roig y Sacristán, del que este último solía hablar en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales- con la devoción e interés a él debidos.

Lo dejo aquí. Yo no he conseguido ver a lo largo de esta polémica que la tesis de fondo defendida por JSA –acaso que el traductor castellano de El Capital, que el autor de Sobre Marx y marxismo, que el marxista más sólido que seguramente ha generado la filosofía ibérico, haya leído mal a Marx, no lo haya entendido en absoluto, haya abonado un marxismo indocumentado contrario a la obra del propio Marx o poco interesante, trivial, sin aristas de las que estirar con ganancias epistémicas- esté fundamentada de forma plausible. Y, desde luego, demostrar, sea cual sea el concepto que consideremos tras ese término, no es tarea que JSA haya realizado en lo más mínimo en mi opinión. Haya mucha tela pendiente de corte y tratamiento para tal tarea. No puede falsarse la aportación teórica global de un autor a partir del análisis de una de sus aportaciones. Ni en el caso de Sacristán ni en el caso de Marx ni en el caso de Carnap ni en el caso de Gramsci ni en el caso de Popper ni en ningún otro caso.

Más allá de lo señalado hay otro punto de divergencia, en este caso profunda, con JSA y que tiene que ver con el estilo intelectual que practica. Sin ánimo de ofender, me parece francamente intolerable. Y como soy ya algo viejo y me siento cansado, yo no estoy dispuesto a dar más aliento a esas prácticas tan poco afables que me recuerdan, lo confieso, algunos de los peores rasgos de tendencias marxistas que pisaban fuerte, muy fuerte, y con mucha seguridad sonambúlica.

Notas:

[1] “Como no ha sido demostrado http://www.rebelion.org/noticia.php?id=110681

La formación del pensamiento lógico y científico de Sacristán

Teoría y Práctica. La trayectoria intelectual de Manuel Sacristán Luzón

Miguel Manzanera
Rebelión


Capítulo 6: El sistema lógico de Heinrich Scholz y su influencia en la evolución del pensamiento sacristaniano



La decisión de Sacristán de estudiar lógica en Münster es una muestra de la consecuencia con que adoptó un punto de vista racionalista en la comprensión de los temas fundamentales de la existencia humana. Muestra también al mismo tiempo su interés por la ciencia a partir de la idea de que la ciencia es el factor clave de la racionalidad moderna. La lógica formal es la disciplina de la investigación metacientífica por excelencia y su dominio de los fundamentos de la ciencia supuso un gran avance en el conocimiento y desarrollo de las ciencias –además de ser directamente responsable de la más reciente revolución tecnológica, la informática, desarrollada a partir de la formalización de los lengujes naturales-.

Sacristán decide ser el introductor de la lógica matemática contemporánea en la cultura española, dedicando a ello una buena parte de su trabajo académico e intelectual y ello debe verse como un deseo de apoyar la modernización del país. Las condiciones políticas del país impidieron que él realizara esta tarea en toda su amplitud, negándole el acceso a la cátedra de lógica formal; pero de todos modos a Sacristán le cabe el mérito de haber publicado uno de los primeros manuales de esa disciplina en el Estado español. La lógica formal había experimentado un gran desarrollo en la primera mitad del siglo, después de alcanzar el rango de disciplina científica gracias a la matematización derivada de las investigaciones de Frege, y se revelaba ya como fundamento de la nueva comprensión de las ciencias -especialmente desde los estudios de Russell, Wittgenstein y el círculo de Viena-. El carácter fuertemente germanófilo de su formación cultural es decisivo para que Sacristán realice este estudio de la lógica formal en Alemania, donde esta nueva especialidad está, sin embargo, menos desarrollada. Pero este desarrollo menor de la lógica en Alemania, en comparación con el de la escuela inglesa o vienesa de lógica, le presta determindas peculiaridades que se derivan de la personalidad de su principal promotor, Heinrich Scholz1. Si descontamos sus trabajos teológicos, la obra escrita de Scholz se reduce a dos libros de lógica -uno de ellos escrito en colaboración con Hasenjaeger-, y un buen número de conferencias y artículos, los más importantes recogidos en una edición de 1961 por sus discípulos2. El hecho de Scholz estuviera en 1954 gravemente enfermo hizo que Sacristán estudiara lógica con su sustituto, Hans Hermes.

Heinrich Scholz llevó a cabo su trabajo de propagación de la lógica en las difíciles condiciones políticas de la Alemanía hitleriana -recuérdese el asesinato de Moritz Schlick por un estudiante nacional-socialista-. Sacristán rinde homenaje a esta lucha de Scholz, con la que sin duda se identifica, al comienzo de artículo de 1957 sobre Scholz para la revista Convivium con motivo de su muerte3: Scholz no dejó de ser un filósofo, asumiendo además la responsabilidad moral que él consideraba aneja a este título; y ello a veces hasta extremos arriesgados [...] en un momento en el que al recrudecerse, como consecuencia de la guerra, la tiranía a que se hallaba sometido su país, hasta los científicos de la más viva sensibilidad moral renunciaban a todo intento de oposición (SPMII 56-67).

En la actitud moral y política de Scholz hay un modelo de conducta, coherente con su propio desarrollo filosófico; pero además las propias posiciones teóricas de éste tuvieron una influencia decisiva en Sacristán. Quizá la característica principal del pensamiento de Scholz es que se inscribe en la corriente filosófica del racionalismo europeo enlazando con la tradición filosófica clásica griega, en especial Platón y Aristóteles; sus estudios sobre lógica le hicieron profundizar en los postulados que constituyen la matriz del pensamiento científico, recibiendo la influencia de Leibniz y Descartes. Por otro lado, sus primeros estudios teológicos y la influencia de los trabajos de Frege le llevaron a una posición platonizante en su concepción ontológica; pero este detalle, como señala Sacristán en su artículo sobre Scholz, es secundario puesto que no impide que su trabajo formal esté a la altura de las investigaciones lógicas (SPMII 88). Lo principal es que el racionalismo fuertemente enraizado en el pensamiento tradicional del continente europeo, como elemento sustantivo de su posición filosófica, le llevó a oponerse a la concepción positivista de la lógica -y, por tanto, también de la ciencia-. Sacristán lo subraya en su texto sobre Scholz: pero lo cierto es que el pensamiento de Scholz y su doctrina de la Mathesis Universalis constituyen la antítesis rigurosa del neopositivismo o positivismo lógico (SPMII 83).

Este rasgo crítico frente al positivismo será compartido por Sacristán, para quien la crítica del positivismo en su vertiente política liberal será un rasgo importante de su discurso marxista, empezando por su artículo Filosofía de 1958 para la Enciclopedia Espasa.4 Por eso, entre las filosofías de la razón, que Sacristán incluye junto al marxismo en ese artículo, se encuentran el racionalismo cientificista y el cristiano. El estudio de Scholz en Münster facilitó a Sacristán alguno de sus argumentos en esos escritos, especialmente la argumentación de la verdad de Aristóteles como apoyo del materialismo histórico. Por otro lado, Sacristán obtuvo en Scholz un fundamento a la hora de establecer su propia tesis epistemológica fundada en la abstracción.

Scholz comienza sus trabajos de lógica con un artículo en los Blätter für Deutsche Philosophie (Band 4, Heft 1, Junker und Dünnhaupt Verlag, Berlin, 1930), Die Axiomatik der Alten, que constituye el primer capítulo de Mathesis Universalis. Scholz expone y analiza en este artículo la doctrina aristotélica sobre los principios fundamentales; especialmente trata de aclarar el significado, para una teoría moderna de la ciencia, de la clasificación aristotélica de las afirmaciones de una ciencia en postulados o axiomas indemostrables de la teoría y teoremas demostrables a partir de los primeros (Mathesis Universalis, p.33). Aristóteles afirma que se reconoce la verdad de los axiomas por su evidencia, siendo ésta una forma superior de la verdad, mientras que los teoremas demostrables derivan su verdad de la verdad de los axiomas5. Ahora bien, según Scholz, lo que distingue la teoría moderna de la ciencia es la fundamentación de la lógica en el postulado de ausencia de contradicción, que sustituye al de evidencia (op.cit. 37). Sacristán insiste, no obstante, en su artículo en el transfondo platónico del pensamiento de Scholz, subrayando el empleo de la palabra 'evidencia' por Scholz, y lo achaca a su tendencia platonizante (SPMII 69: [...]esa «evidencia»-, es una muestra inequívoca de su tendencia platonizante). Pero el texto de 1930 muestra que Scholz ha sido consciente de la insuficiencia de la noción de evidencia y, precisamente, la renuncia al postulado de evidencia, sustituyéndolo por el de no contradicción, es una depuración de elementos platónicos en el sistema aristotélico.

El platonismo de Scholz parece derivado de la influencia agustiniana sobre la teología evangélica. De aquí que se pueda hablar, como hace Sacristán, del iluminismo platonizante que se halla como trasfondo de su filosofía. El idealismo platonizante de Scholz aparece alguna vez en su sistema; por ejemplo, señala Sacristán, Scholz resuelve la cuestión de la referencia de las variables predicativas al modo de Frege -...a las variables predicativas sustituye unos entes, que son 'ideas' (SPMII 64)-. Ahora bien, el plan de trabajo y la estructura de su proyecto de investigación lógica son en Scholz aristotélicos. Sacristán, consciente de ello, dice al final del artículo de Convivium: De entre los lógicos antiguos -sea permitido entreabrir al final de este artículo una puerta sobre terreno nuevo- no ha sido tanto Platón, sino más bien Aristóteles, el que más efectivamente ha estado cerca del mundo mental en que se mueve Scholz (SPMII 88-89).

Por eso la insistencia de Sacristán en su artículo acerca del platonismo de Scholz parece ser debida a sus propios intereses teóricos en 1957. Incluso habla de una tradición platónico-leibniziana, que propugna la matematización de las ciencias (SPMII 74 y 86). Esto parece ser consecuencia del hecho de que la adquisición de un modo de pensar aristotélico es reciente para el Sacristán de 1957, pero también de su propia íntima inclinación por el platonismo en su juventud. En realidad Sacristán parece considerar la propia investigación aristotélica como el desarrollo del programa filosófico de Platón. Esta idea parece desprenderse de su análisis del trabajo Was ist Philosophie? de Scholz. Para Sacristán, Scholz reivindica a Platón cuando interpreta la exigencia platónica de carencia de supuestos como un primer concepto de «investigación de fundamentos» (SPMII 87). Por tanto, la investigación lógica de Aristóteles habría sido el desarrollo del programa platónico de la filosofía como conocimiento carente de supuestos. A esto debe añadirse que Sacristán considera con Scholz el programa platónico de la matematización de las ciencias, origen de la astronomía antigua e inspirador de la investigación galileana, como el fundamento de la Lógica, disciplina exacta como la matemática, pero que suministrará a ésta sus fundamentos (ibid.). El hecho de que Sacristán se hayan inclinado por esta interpretación de Scholz es ya índice de la raíz idealista de su modo de pensar.

La evolución de Sacristán en 1956 desde la idea de la 'inmanencia de la libertad' hacia lo que denominaremos aquí la segunda síntesis, la del 'marxismo como ilustración' viene acompañada de un mayor interés por la filosofía de Aristóteles frente a la de Platón. Es un desarrollo desde el idealismo al materialismo, que no olvida la importancia del idealismo en la definición de lo humano. Sacristán pasa así de una concepción de la 'verdad como desvelación del ser' a la concepción de la 'verdad como consciencia y como producción'. En este tránsito Sacristán está acompañado por la interpretación que Scholz realiza del platonismo: el análisis del idealismo platónico como una ontología con proyección metodológica.

Precisamente, el modo detallado en que Sacristán ha tratado el problema del convencionalismo y su superación por Scholz en su artículo de Convivium es un índice de la evolución de su pensamiento, al tiempo que de la influencia de Scholz. Sacristán ha estudiado con detalle y resuelto la cuestión del convencionalismo en este artículo sobre Scholz. Es decir, ha reconocido la necesidad y los límites del convencionalismo: si convencional en cuanto al modo concreto y detallado de ser construido, el cálculo, por lo común, no será en cambio convencional en cuanto a su objeto y a su finalidad: la finalidad y el objeto del cálculo le prescriben sus características (SPMII 69). Sacristán admite que el cálculo lógico se construye con una cierta 'libertad en los detalles'; pero afirma que este cálculo se encuentra, no obstante, doblemente ligado al sistema de las ciencias, por su finalidad y por su objeto, concluyendo que la convencionalidad del cálculo como todo sistemático, es la así negada (SPMII 70).

Lo que se afirma aquí sobre el cálculo lógico puede ser generalizado como tesis epistemológica sacristaniana: dos parámetros determinan el universo conceptual, limitando el convencionalismo de los medios de expresión: la finalidad y la adecuación al objeto. Por un lado, se trata del funcionalismo del conocimiento respecto de la finalidad que tiene raíces kantianas; por el otro, de la aceptación de la definición aristotélica de la verdad como adecuación del concepto al objeto de la experiencia que se considera en cada caso, lo que en Sacristán responde a una definición materialista de la ontología. La verdad, según la lección de Sacristán, está en íntima relación con la libertad, la cual es, por un lado, creatividad orientada por la finalidad subjetiva; por otro, consciencia de la necesidad objetiva.

La refutación del convencionalismo sería el hecho de que los sistemas axiomáticos no se construyen arbitrariamente, sino a partir de un lenguaje formalizado científico y con la finalidad de ser aplicados a las ciencias. Sólo la elección de los axiomas es convencional. Pero lo que interesa de un cálculo lógico es su rendimiento, su aplicabilidad a los lenguajes científicos y su capacidad de trabajar con ellos analíticamente. La semántica de los sistemas axiomáticos se encuentra en los lenguajes formalizados científicos y la lógica se legitima pragmáticamente en su aplicación a las ciencias naturales exactas –es el código lingüístico en el que se escriben los contenidos científicos-. Esto justifica la importancia que la construcción semántica de la lógica formal tiene para Scholz y es una indicación acerca de la vigencia de la investigación ontológica.

Pero el problema que plantea una interpretación semántica de la lógica es el de la referencialidad de los enunciados construidos por la sintaxis del lenguaje elegido. El análisis consiste en diferenciar los elementos sustantivos de los atributivos en el lenguaje. Es decir, los elementos individuales, constantes o variables, y las variables predicativas. Las constantes y las variables del sistema nombran individuos que se relacionan consigo mismos según la relación de identidad. Pero, ¿qué nombra un atributo?. Scholz responde a esta pregunta platónicamente: una variable predicativa, un atributo del lenguaje natural, nombran una idea. ¿Y que nombra una proposición de identidad del sistema lógico construido en sistema axiomático?. Scholz adopta la solución de Frege: toda proposición verdadera es un nombre para la verdad, toda proposición falsa en un nombre para la falsedad. Esto conlleva naturalmente la aceptación de una ontología platónica en el que las ideas tienen existencia real y la verdad es otro nombre del ser. Pero la interpretación aristotélica de la lógica conduce a una relativización del platonismo, que en Scholz se formula conscientemente como 'principio de tolerancia'; la inclusión del principio de tolerancia en el sistema axiomático de Scholz, le viene a dar un parecido de familia con el relativismo ontológico de Quine que Sacristán estudiará más adelante.

La segunda característica de esta concepción de la lógica de Scholz es que no es dogmática. Scholz es muy consciente de que su concepción platonizante acerca de la existencia de las formas con independencia de la materia que las constituyen, es una elección fundada en criterios de creencia y gusto personales, no una necesidad del propio sistema lógico. En este sentido tuvo siempre presente la máxima de Fichte: La clase de filosofía que uno elige depende de la clase de hombre que se es6 (Grundzüge der mathematischen Logik, 12). Esta máxima, expresión sintética del 'principio de tolerancia', es de aplicación general en el pensamiento de Scholz. La máxima supone el reconocimiento de la posibilidad de trabajar en la lógica formal con una cierta independencia respecto de los postulados ontológicos; por eso Scholz reconoce la aportación de Hilbert a la lógica con su definición de la implicación -como formulación moderna del tertio excluso aristotélico-, al tiempo que discute la interpretación formalista que el propio Hilbert da de la lógica. El 'principio de tolerancia' es el reconocimiento de que la filosofía es materia opinable. Sin embargo, esto no significa una caída en el convencionalismo, sino que, por el contrario, el 'principio de tolerancia' es la integración del convencionalismo en el sistema de racionalidad que Scholz construye.

Sacristán subraya que el principio de tolerancia es una reflexión moral incluida en el discurso lógico. Cada una de las interpretaciones filosóficas está sujeta a crítica. Ninguna puede afirmarse como absolutamente verdadera sin volverse dogmática. Scholz intenta mostrar que puede hacerse una metafísica científica, pero es consciente de la posibilidad de su proyecto está en función de las premisas de las que parte. Por esto, según el pensamiento de Scholz, lo que debe prevalecer en cuanto a las concepciones de la lógica será un principio de tolerancia: el pensamiento responsable sólo es auténticamente posible bajo la forma del condicional: si..., entonces... Eso significa que en toda investigación existen presupuestos indemostrables, que deben distinguirse de lo que se puede conseguir como 'pensamiento responsable', es decir, pensamiento lógicamente consecuente.

Esta tolerancia que Scholz exige respecto a las concepciones subyacentes al trabajo lógico es la que Sacristán le dedicará en su análisis del trabajo de Scholz. Por su lado, Sacristán, tan riguroso en cuestiones éticas, no dejará de tener en cuenta el principio de tolerancia de Scholz cuando se trate de debatir cuestiones teóricas de fondo. Pues incluso en relación a las propias cuestiones de ética y comportamiento político, cualquier afirmación y cualquier actitud práctica tiene su verdad en relación al sistema de premisas del que se deriva, sistema cuya condición de verdad es la coherencia, la no contradictoriedad. A partir de un sistema establecido de premisas se deducen las prácticas y las tesis cuya condición de verdad es su consecuencia. El pensamiento responsable es el que deduce rigurosamente las consecuencias de las premisas de su modo de pensar.

***

Scholz intenta en su principal obra, Metaphysik als strenge Wissenschaft, fundamentar científicamente la ontología aristotélica mediante una formalización matemática. Ese programa da origen a la lógica matemática; la lógica matemática es la ontología aristotélica reproducida con los medios de expresión exacta desarrollados por Leibniz como estructura de la mathesis universalis. De este modo, se puede hablar de una metafísica rigurosamente científica que es la ontología en el sentido de Aristóteles; esta ontología es la doctrina del ente pensado como ens transcendentale, es decir, en tanto que el ente es independiente de las condiciones de una realidad determinada.

Esto quiere decir que los principios de la metafísica y los principios de la lógica tienen el mismo objeto: aquello que es trascendente en nuestra realidad porque tiene validez general para todos los mundos posibles, según el célebre postulado leibniziano. El sistema lógico de Scholz es una auténtica metafísica construida al modo de Leibniz (op.cit.141-142). Esta metafísica es una recreación de la ontolología aristotélica (citado por Sacristán SPMII 82). Así como el lógico moderno intenta desprenderse de toda concepción filosófica para centrarse en su trabajo algorítmico, al tiempo que el filósofo huye de la lógica, Scholz intenta hacer de lógica y filosofía disciplinas complementarias y postula su inseparabilidad (SPMII 58). La concepción de la lógica que Scholz defiende está en completa contradicción con la afirmación positivista -por ejemplo, en el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein- de que las verdades lógicas son vacías y sin contenido, negando por esto todo valor a la metafísica en la descripción de la realidad.

Esta contraposición con el positivismo contiene una crítica de sus raíces kantianas. La crítica de Kant es también, por serlo, un debate por recuperar el sentido tradicional de la palabra 'trascendental'; éste es el sentido aristotélico, según el cual la afirmación de un mundo real es trascendental. Pero, según una interpretación leibniziana que se inspira en Agustín de Hipona, esa trascendentalidad es divina y arraiga en una concepción de la divinidad como iluminadora de la mente humana en la comprensión del ser. La propia exactitud del pensamiento ontológico desarrollado según un modelo matemático se funda en una confianza ilimitada en la divinidad, según la teodicea de Leibniz, para la que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

El punto en el que Sacristán diverge de Scholz es en su intento de recuperar esa ontología idealista. En efecto, si en los escritos de Sacristán puede interpretarse la afirmación de materialismo como una afirmación trascendental, por ejemplo en el ensayo sobre Lenin de 1970, por otro la noción mantiene el carácter inmanente que adopta en la modernidad a partir de Kant, aunque encarnándose en el proceso histórico: es trascendentalidad proyectiva: los fines trascienden la realidad actual del sujeto.

Por otro lado, del mismo modo como la metafísica de Aristóteles iba hacia una axiomatización de la física del cielo aristotélica7, la ontología de la Metaphysik de Scholz deberá contener los presupuestos ontológicos y la axiomática básica de las ciencias modernas. En este sentido la lógica matemática en la que se convierte el sistema de la metafísica rigurosa tiene las mismas pretensiones que la lógica desarrollada desde el punto de vista kantiano de la crítica de la metafísica, desde el positivismo. Scholz insinúa el motivo por el que el punto de vista kantiano sobre la lógica podría estar superado por el actual desarrollo de las ciencias. Kant habría querido fundamentar la física newtoniana a través de la investigación del contenido y el modo de validez del principio de causalidad; la física newtoniana implicaba la rigurosidad de las leyes universales y ésta sólo podía ser demostrada a priori. La física moderna, en cambio, está mucho más preocupada por la discusión sobre el concepto de probabilidad y su aplicación a los acontecimientos físicos. Tras 'la crisis de las ciencias europeas' no habría forma de mostrar la existencia de un a priori universal y eterno del conocimiento. La filosofía de la lógica de Scholz pretende superar los resultados de la filosofía clásica alemana y la concepción positivista de la ciencia, mediante la recuperación del racionalismo tradicional de la filosofía europea. Sacristán podrá entonces, fundándose en este racionalismo, recuperar la noción epistemológica de abstracción: los conceptos son ganados mediante la abstracción finalísticamente orientada a partir de los objetos de la experiencia.

La construción del sistema lógico de Scholz se basa en el presupuesto de que existe al menos una propiedad que es válida para todo ámbito del universo: la identidad de los entes consigo mismos, y que esta identidad se puede expresar rigurosamente en los sistemas lógicos. En cualquier mundo posible se puede afirmar que un individuo es idéntico consigo mismo y cualquier otra propiedad es aleatoria para los fines de la construcción sistemática. Poder definir los individuos que pertenecen a un determinado mundo es, por tanto, la única condición exigible para la construcción del sistema lógico. Esta consecuencia del convencionalismo del cálculo lógico -en el sentido arriba indicado: convencionalismo en la construcción-, ha sido plenamente asumida por Quine con su definición relativista de la ontología: 'existe lo que en un enunciado lógico se expresa mediante una variable que está ligada por un cuantor de existencia. Estas variables tiene carácter pronominal'. Esta solución de Quine será recogida por Sacristán, pero había sido concebida -aunque no generalizada- por él a partir de Scholz. Ahora bien, ese convencionalismo está en función de las necesidades expresivas: la doctrina platónica de las ideas es expresión de una necesidad constitucional del lenguaje y de la ciencia. Nada más. (SPMII 65).

Desde este punto de vista, 'relativista ontológico', se puede hacer la siguiente interpretación del platonismo de Scholz como trasfondo de su lógica: la interpretación racional del mundo determina qué existe 'realmente', lo substantivo es propiamente un elemento variable determinado por la teoría, por el sistema de ideas. Por eso, la lógica, como matematización del sistema de interpretación racional del mundo, necesita ofrecer variables predicativas ligadas por el cuantor de existencia. El proceso de definición lógica consiste en la aclaración de los componentes fundamentales del mundo real inteligible.

La prueba de la posibilidad de una formalización de la ontología aristotélica a partir de un sistema lingüístico de tipo leibniziano -una Leibnizsprache lo denomina Scholz- viene dada por la construcción de una teoría lógica de la identidad. La identidad es definida como una propiedad, un predicado atributivo, que es interpretada como una función que asigna a las fórmulas elementales del sistema los valores de verdad y falso. El núcleo ontológico que subyace al sistema así construido, es la afirmación de lo que los metafísicos llaman 'Genidentidad': es incuestionable que cada individuo, que pertenece al mundo real en el punto del tiempo t, es idéntico a sí mismo para ese punto del tiempo8. Esta concepción de la identidad debe ser admitida incluso por un hegeliano: Esto no se le ocultará a ninguna dialéctica hegeliana o no-hegeliana9. Por eso, esta afirmación será admitida plenamente por los marxistas de la Deutsche Zeitschrift für Philosophie y una piedra angular para centrar el debate y la aclaración de las relaciones entre lógica analítica y método dialéctico. La precaución de Scholz no es por tanto banal, pues sirve para defender su sistema de posibles críticas fundadas en la ontología hegeliana, -como, entre otras, la marxista-. De hecho la polémica con Hegel, acusado de ocultar la existencia incuestionable de la identidad, tanto como la polémica con Kant, atraviesa todo el libro. De este modo, resulta verosímil que la influencia de Scholz -del mismo modo que ayudó a los lógicos marxistas de la Deutsche Zeitschrift für Philosophie a clarificar los fundamentos de su disciplina- sea responsable de la actitud crítica de Sacristán hacia la filosofía clásica alemana que se puede comprobar en la tesis doctoral sobre Heidegger, como hemos de ver, con una cierta revalorización de las posiciones tradicionales en teoría del conocimiento y epistemología. En su tesis sobre Heidegger, en efecto, Sacristán defiende una epistemología fundada en la abstracción y recuerda cómo esta noción falta en Kant.

La verdad descansa pues en la identidad del ente consigo mismo como manifestación propia del ser. El sistema de Scholz está construido sobre la reflexividad de la identidad como propiedad absoluta del ser. El sistema de enunciados no describe más relación que esa identidad, y las proposiciones de segundo nivel construidas a partir de las afirmaciones elementales de identidad tienen la propiedad de nombrar conjuntos de individuos. Una característica del sistema de Metaphysik als strenge Wissenschaft, que Sacristán subraya en su artículo de Convivium, es la de que la construcción semántica es un postulado básico de la propia construcción sintáctica. El sistema ha sido construido de tal modo que no es posible saber si las proposiciones son verdaderas o falsas a menos que se haya definido un universo de discurso al que estas proposiciones se refieren. El valor de verdad de una proposición sólo puede estar definido en relación a los universos que estos discursos nombran. No hay verdad que pueda definirse fuera de esta relación semántica. Lo que sucede, en cambio, es que cierto tipo de proposiciones son válidas para todos los universos de discursos. Las verdades formales no son, por tanto, verdades más allá de toda experiencia, sino afirmaciones que pueden ser comprobadas en todos los ámbitos de la experiencia.

La interpretación aristotélica de la lógica, acompañada de la construcción de un sistema de signos en la que la relación semántica es prioritaria respecto de la sintaxis, es posible gracias a las investigaciones lógicas de Tarski sobre la resolución de las antinomias lógicas por medios semánticos. Por otra parte, esta interpretación semántica que exigen las fórmulas lógicas en el sistema de Scholz, no sólo para tener sentido, sino incluso para poder ser construidas, forma parte de una concepción lingüística de la lógica. Es decir, la concepción que afirma que la lógica es un lenguaje de determinado tipo con determinadas referencias en el mundo sensible. Por eso precisamente el sistema lógico puede ser construido a partir del lenguaje natural, por medio de unas pocas operaciones profundas en el modo de expresión natural10, puesto que todo enunciado está ligado siempre a una lengua conocida. Sacristán ha reparado también en esta afirmación de Scholz que ha de acercarle a la investigación de los fundamentos de la lógica en el lenguaje natural realizada por Quine: todo sistema lógico elaborado hasta hoy, todo tipo de lenguaje simbólico-formal construido hasta hoy, lo ha sido con la intención de averiguar y reflejar las estructuras de un determinado lenguaje natural o, por lo menos, no rigurosamente lógico formal (SPMII 59).

La adaptación de la estructura del sistema kantiano a su propio sistema de lógica por Scholz, incluye también la afirmación de ignorancia acerca de cómo es posible el entendimiento universal sobre los enunciados analíticos: ¿Cómo es posible ese maravilloso entendimiento sobre las proposiciones analíticas? No lo sabemos11. La única explicación que Scholz encuentra a mano es similar a la de Leibniz o Kant: se trata de una chispa de inspiración divina, "Effekt eines göttlichen Funkens" (ibid.). Con esto también Scholz se desentiende del filosofar posterior a Kant, que ha partido siempre de esta pregunta. Sacristán en su tesis doctoral hará notar, tal vez como reflejo de sus propias inquietudes, cómo Heidegger se enfrenta a este problema. La solución heideggeriana, consistente en la acentuación de la finalidad subjetiva -es decir, de la intencionalidad descrita como proyecto, resultado de una iluminación de la comprensión humana por el Ser-, es recogida por Sacristán al situar la finalidad como elemento limitador de la convencionalidad.

En la investigación de la finalidad racional, Sacristán intentará, en consonancia con su marxismo y a través de una reflexión sobre el significado del concepto de dialéctica, un modo de captación racional de la realidad alternativo, pero no sustitutorio, al de la lógica formal y la ciencia, intentando así superar las limitaciones del racionalismo clásico defendido por Scholz. De este modo, la crítica marxista de la filosofía complementa la crítica heideggeriana de la metafísica y será la investigación materialista de la historia la encargada de sustituir a la filosofía en el único terreno que Scholz le asignaba, la formulación de máximas educativas para la humanidad.

Según Scholz, los principios de su ontología valen para todos los conjuntos de individuos en todos los ámbitos posibles y por esto mismo sus afirmaciones son independientes del tiempo. Ahora bien, su validez es trivial: son verdades que se reconocen sin necesidad de prestarles atención. En realidad esta ontología sería una filosofía de lo inconsciente, Philosophie des Unbewußten (op,cit,p.153), de los conocimientos y principios de acción que están incorporados como derivados de la naturaleza de las cosas al ser humano; y de tal modo que la investigación científica, tanto más cuanto más exacta quiere ser, tanto como la vida cotidiana del ser humano, tienen que contar con ellos para alcanzar sus fines. Lo que para los positivistas es fórmula vacía, mero instrumento para el trabajo con conceptos, es para Scholz verdad -en sentido aristotélico- olvidada de tan evidente. Sólo la pasión incontrolada, dice Scholz, está excluida del reino de esta ontología: la ontología matemática es la expresión de los fundamentos inteligibles y racionales del mundo. Por eso, esta metafísica no es artículo de lujo o un monopolio de los filósofos sino una ciencia con carácter fundamental.

La influencia de Scholz en el pensamiento de Sacristán ha sido permanente, como lo reconoce el propio Sacristán en una conferencia al final de su vida, Reflexiones sobre una política socialista de la ciencia (ver Anexo). Sacristán ha entendido el marxismo como la expresión más consecuente del racionalismo, caracterizada por sus objetivos comunistas. Ahora bien, si Sacristán estaba ya maduro para el racionalismo antes de su viaje a Münster, Scholz ha sido probablemente la personalidad que ha inspirado el racionalismo en él. De ahí la importancia de esta identificación sacristaniana.

Otro elemento importante de la época de Münster lo constituye la relación que entonces pudo establecer Sacristán con la Deutsche Zeitschrift für Philosophie. Hay motivos para pensar en la influencia de la polémica sobre lógica Deutsche Zeitschrift für Philosophie de los años 53-56 sobre Sacristán; esta revista fue seguida por Sacristán a lo largo de toda su vida, quien poseía la colección casi completa de la revista. Aunque en esta colección faltan precisamente los primeros números -donde se desarrolla esa polémica-, no es difícil pensar que estos fueron leídos por Sacristán durante su estancia en Münster. El testimonio de Ettore Casari, compañero de estudios de Sacristán en Münster e introductor de la lógica formal en Italia, es en esto fundamental. Casari se ocupaba en los años de su estudio en Münster de las relaciones entre lógica formal y método dialéctica, al tiempo que lector de la Deutsche Zeitschrift für Philosophie -según me ha confirmado en entrevista personal-. Todo parece indicar que Sacristán conoció esta revista en Münster y el debate que en ella se mantuvo.

Por otro lado, la influencia del propio Scholz en la revista, la resonancia de temas discutidos en ella en los textos sacristanianos y la relación de Sacristán con los autores que en ella escribían, son argumentos filológicos para pensar en su lectura por Sacristán. Dentro de los autores que escribieron sobre lógica para esta revista se debe hacer mención de Wolfgang Harich y de Georg Klaus, quenes mantuvieron relación con el desarrollo del pensamiento de Sacristán en uno u otro momento de su vida. Georg Klaus aparece mencionado en el texto del seminario de Arras del 1963 -donde Sacristán habla de las publicaciones muy creadoras, aunque tal vez aún inmaduras, del filósofo marxista alemán Georg Klaus-, y Harich escribió sobre temas ecológicos en la década de los 70 siendo recogidas y criticadas sus propuestas por Sacristán. La propia revista aparece mencionada junto con la cita de Klaus en el texto de Arrás. Por otro lado, es interesante la aportación del discípulo de Heinrich Scholz, Karl Schröter.