jueves, 28 de julio de 2011

Socialismo y mercado: un libro para pensar

CUBADEBATE

Socialismo y mercado: un libro para pensar

27 Julio 2011  
Por Rolando López del Amo
Se habla  en nuestros días acerca de la necesidad de un socialismo del siglo XXI. Dichas así las cosas parecería que se trata de un nuevo modelo de socialismo distinto del fracasado modelo europeo del siglo XX y distinto también de otras experiencias socialistas que, nacidas en el siglo pasado, perduran en el siglo presente.
En mi opinión, más que hablar del socialismo del siglo XXI, debería hablarse del socialismo en el siglo XXI, teniendo en cuenta de que no habría -como no hay- un modelo único, sino formas diversas en correspondencia con las condiciones específicas de cada lugar, al igual que el capitalismo adoptó formas políticas diferentes de acuerdo con las tradiciones y condiciones peculiares de cada país (régimen presidencial, parlamentario, monarquía parlamentaria, etc.). Lo que sí caracteriza a todos los regímenes capitalistas es la propiedad privada sobre los medios de producción y el predominio político de la clase burguesa.
Cuando hablamos del socialismo de nuestro tiempo, independientemente de su forma, debe haber algo que lo caracterice como tal: el poder político de los trabajadores, el predominio de la propiedad social sobre los principales medios de producción. Hablamos del socialismo basado en la gran producción agrícola e industrial creada por el capitalismo. No se trata, pues, de un regreso a la comunidad primitiva, a una vida primaria, elemental, de simple sobrevivencia. No se trata tampoco de la renuncia a la evolución y al desarrollo permanente de la sociedad, encaminándola a una organización de falansterio, de convento, para una vida monacal “paradisíaca” a cambio de renunciar al fruto del árbol del conocimiento o seguir los consejos del predicador del Eclesiastés.
Creo que el socialismo del que hablamos es del que proviene del desarrollo de la sociedad, el que se hace posible por el inusitado desarrollo de las fuerzas productivas que produjo el capitalismo y por la clase que trabajando asociada fue capaz de crear una abundancia de bienes materiales capaces de cubrir las necesidades de todos los habitantes de nuestro planeta.
Carlos Marx y Federico Engels hicieron el estudio más profundo del modo de producción burgués hasta el tiempo en que vivieron y mostraron las contradicciones propias de ese régimen y la necesidad histórica de su desaparición y sustitución por el socialismo. Pero las ideas de ambos sobre el socialismo y sobre el objetivo posterior de llegar a una sociedad comunista moderna, no podían ser muy precisas dado que faltaba la experiencia práctica de esa sociedad. Hasta podría aceptarse que en su visión del futuro, además de su basamento científico, hubiera una cierta dosis de utopía. Pero estos pensadores plantearon que la práctica era la que debía proporcionar el criterio de la verdad. La teoría científica necesita de la práctica, de la experimentación, para ir comprobándola, ajustándola y modificándola. Y no debe olvidarse  que la realidad es algo en permanente movimiento, en desarrollo, y no hay un fin de la historia.
Las ideas de Marx y Engels dejan siempre abierta la vía al desarrollo, al futuro; no son un dogma invariable.
El socialismo en el siglo XXI tiene a su disposición, para su estudio y análisis, una experiencia de gobierno, desde la Revolución de Octubre de 1917, universal, internacional, con sus éxitos y fracasos, con sus peculiaridades nacionales diversas. Y tiene, además, países que aún continúan, desde el gobierno, su experiencia socialista  iniciada el pasado siglo y otros que tratan ahora de iniciar la suya. El debate sobre ellas debe aportar, sin dudas, valiosas experiencias necesarias para todos
La editorial Ciencias Sociales  ha publicado un libro de mucho interés y actualidad para los lectores cubanos. Se trata de “Mercado y socialismo”, escrito por el Doctor en Ciencias Económicas, Fidel Vascos. Su experiencia como periodista y profesor universitario lo han preparado para exponer de manera clara y sencilla la materia de la que trata, a la manera en que nuestro José Martín reclamaba que se divulgara el conocimiento científico. Es alentador constatar que Cuba cuenta con profesionales calificados para el abordaje de temas que en los años iniciales de la revolución era difícil encontrar, con algunas excepciones.
El libro de Vascos, quien fue fundador del Comité Estatal de Estadísticas y su Ministro Presidente durante dieciocho años, recorre el pensamiento económico socialista, desde Carlos Marx y Federico Engels, hasta las experiencias de los Partidos Comunistas de la Unión Soviética, China y Cuba en la construcción del socialismo.
El Presidente Raúl Castro afirmó, con toda razón, que la tarea más importante de nuestro país hoy es la economía. Sobre este tema ha venido desarrollándose un interesante y fructífero debate público en la sección semanal de las cartas de los lectores que pública el periódico Granma sobre la economía cubana hoy, sus problemas y posibles soluciones. Hay criterios parecidos y criterios encontrados, todos emitidos con la preocupación y el propósito de fortalecer las conquistas del socialismo.
¿Quién puede poner en duda el éxito enorme de la revolución socialista cubana en mantener la independencia y soberanía de nuestro país y abrir un camino de justicia social para todos los cubanos, especialmente para los más discriminados, como la mujer, los negros y mestizos o los campesinos? El acceso universal gratuito a los servicios de educación y salud pública constituyen otro mérito innegable.
Algo que reconoce el mundo entero, amigos y enemigos, es el espíritu de solidaridad con otros pueblos, donde se escribieron páginas asombrosas por nuestros combatientes internacionalistas, cuyo sacrificio permitió apoyar la conquista y preservación de la independencia de otras naciones y contribuir a la liquidación del oprobioso régimen del apartheid. Hoy, es nuestro personal que trabaja en las áreas de la salud, la educación, la cultura, el deporte y otras ramas, el que continúa esa tradición internacionalista, aportando su esfuerzo a la lucha por alcanzar un mundo mejor, el mundo con todos y para el bien de todos que anhelaba José Martí.
Al reflexionar sobre los primeros cincuenta años transcurridos desde el triunfo revolucionario cubano del primero de enero de 1959, junto a la legítima satisfacción y alegría por los éxitos alcanzados con mucho sacrificio, enfrentando y derrotando la política agresiva de la mayor potencia económica y militar contemporánea, debemos también, porque es nuestro deber de revolucionarios, hurgar en nuestras deficiencias y errores, lo que, de no hacerse, podría convertirse en una amenaza para la existencia de la revolución misma. Y la mejor manera de enfrentar los errores, después de detectarlos, es sacarlos a la luz para que todos los vean y puedan enfrentarse a ellos y rectificarlos.
En nuestro trabajo de rectificación de errores no deberemos olvidar nunca ciertos elementos fundamentales para la existencia, no ya de nuestro régimen socialista, sino de la nación cubana misma. Y sabiendo, al mismo tiempo, que el enemigo conoce muy bien dónde están nuestras deficiencias y apuesta por ellas en su intento por destruirnos. Ocultar los errores solamente favorece a los enemigos de la revolución.
Los círculos gobernantes de los EEUU dejaron saber en fecha tan temprana como 1805, por boca del entonces Presidente de ese país, Thomas Jefferson, su interés en poseer la isla de Cuba*, colonia española por aquellos años. Dos años antes habían comprado  la Luisiana a Napoleón Bonaparte, duplicando así el territorio de las trece colonias inglesas que dieron origen a los Estados Unidos de Norteamérica, y se preparaban a tomar de España las Floridas.
En 1807  el propio Jefferson insistía en la adquisición de Cuba y también del Canadá, logrando lo cual tendrían “un imperio para la libertad como jamás se ha visto otro desde la creación”.  “Persuadido estoy- escribía- de que nunca ha existido una Constitución tan bien calculada como la nuestra para un imperio en crecimiento”
Tres años más tarde, en 1810, era el Presidente Madison el que planteaba que “la posición de Cuba da a los EEUU un interés tan profundo en el destino de la isla…que no podrían ser espectadores de su caída bajo el poder de cualquier gobierno europeo”.
Pero la explicación más detallada la ofreció John Quincy Adams  en 1823 cuando era Secretario de Estado. En carta al Ministro de los EEUU en España, escribía refiriéndose a Cuba y Puerto Rico que ambas islas eran apéndices naturales del continente norteamericano. A Cuba la consideraba de importancia trascendental para los intereses políticos y comerciales de la Unión. Por la posición geográfica, las condiciones del puerto de La Habana y el tipo de producciones agrícolas cubanas favorable al comercio bilateral, le daban a Cuba tal importancia para los EEUU que “no hay ningún otro territorio extranjero que pueda comparársele”. Y añadía: “Las relaciones de los Estados Unidos con Cuba son… casi idénticas  a las que mantienen los diversos Estados de la Unión unos con otros”. Adams, que consideraba a los cubanos incapaces de gobernarse por si mismos, tenia la certeza de que llegaría el momento en que España ya no podría mantener su dominio sobre Cuba y la Isla, por ley de gravedad, caería en manos de los EEUU. Así surgió la política de la “fruta madura” según la cual Cuba seguiría siendo española hasta el momento en fuera norteamericana. En su carta, Adams consideraba que en cincuenta años “la anexión de Cuba a la República norteamericana será indispensable para la existencia y la integridad de la Unión”.
Estas palabras reflejan con toda claridad el pensamiento que ha guiado la política exterior de los EEUU hacia Cuba desde hace dos siglos. Ello explica la intervención militar, con la excusa de ayudar a los patriotas cubanos, en la etapa final de nuestra última guerra por la independencia de España en 1898; la exclusión de los representantes cubanos en la rendición de las fuerzas españolas y en la firma del tratado de paz en Paris. Explica que para que naciera la República de Cuba, tras cuatro años de gobierno interventor militar yanqui, tuviera que aceptarse incluir un apéndice a la Constitución redactada en 1901, que estipulaba el derecho de los EEUU a intervenir en Cuba cuando lo consideraran conveniente, aprobaba todas las acciones y decisiones del gobierno interventor, concedía terrenos para bases militares para la marina de los EEUU, impedía acuerdos del gobierno de Cuba con otros gobiernos  y dejaba pendiente la discusión acerca de la soberanía cubana sobre la Isla de Pinos. Por todas esas razones es que resulta correcto afirmar que la República  nacida el 20 de Mayo de 1902 fue una república neocolonial, con su independencia, soberanía e integridad territorial mutiladas.
El sueño independentista no se hizo realidad hasta el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959. La revolución cubana de nuestros días, con sus dos grandes estandartes de independencia nacional y justicia social, es la culminación de la lucha de todos los patriotas cubanos, desde los precursores del primer cuarto del siglo XIX, hasta los de la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita, la Guerra del 95 organizada por el Partido Revolucionario Cubano fundado y dirigido por José Marti y todos los combatientes de las luchas revolucionarias en la República Neocolonial.
Nuestros enemigos han ensayado contra nuestra revolución, desde la invasión militar y la amenaza de ataque nuclear, hasta el bloqueo económico, financiero y comercial más largo de la historia con el fin de destruirla y restablecer su dominación neocolonial. Todo se ha estrellado contra la resistencia del pueblo cubano, contra su unidad en torno a sus dirigentes basada en el patriotismo y en los ideales del socialismo, lucha desigual que ha conquistado una amplia solidaridad internacional.
Sin embargo, esa obra histórica descomunal, esa revolución más grande que nosotros mismos, necesita también, además de heroísmo, lograr la victoria en el terreno gris de la economía, en eso que es el trabajo de cada día. Sin una economía eficiente, efectiva, viable, nuestra obra podría verse amenazada por nosotros mismos. El bloqueo, ciertamente, nos ha causado, y nos causa, daños enormes, pero esto no puede servirnos de excusa para encubrir nuestras deficiencias y errores. La economía es hoy nuestra tarea fundamental y es nuestro talón de Aquiles. Y aquí, después de esta digresión, regreso al libro que mencionaba al principio.
En su lectura, recordamos que tanto Marx como Engels podían tener una visión crítica científica sobre el capitalismo, su historia, su esencia y tendencias, y su inviabilidad futura, como lo atestigua la crisis global del sistema que ocurre en nuestros días. En cambio, sus ideas sobre el socialismo y el comunismo eran sólo una hipótesis, como ya dijimos. Ideas utópicas comunistas existían desde la antigüedad -como recuerda Vascos- en la obra de nobles pensadores, pero no había experiencia práctica más que la fugacísima Comuna de París. No fue hasta el siglo siguiente que a Lenin le correspondió dirigir la primera revolución socialista triunfante en el país más vasto de la tierra, enorme conglomerado multinacional, en condiciones dificilísimas, después de tres años de guerra seguidos por la invasión de Rusia por los ejércitos de más de veinte naciones. En ese terrible periodo, el joven poder revolucionario tuvo que implantar lo que Lenin llamó “el comunismo de guerra” en la economía del país para garantizar la prioridad de la defensa sin ayuda de nadie y con la enemistad del capitalismo internacional. Pero una vez lograda la victoria militar sobre el enemigo, Lenin se dio cuenta que era imprescindible una Nueva Política Económica para restaurar el país arruinado y exhausto. Esta política partía de la necesidad de utilizar todos los mecanismos de la producción mercantil bajo la Dirección del Partido Comunista y el control del Estado revolucionario. Esta política iba encaminada a permitir un capitalismo de Estado que aprovechara la inversión extranjera, el capital nacional, la pequeña propiedad privada, el trabajo por cuenta propia y las cooperativas, además de las empresas socialistas, siempre bajo el poder político de la clase obrera representada por su Partido Comunista.
Por supuesto que el debate entre los comunistas entonces fue intenso y Lenin tuvo que explicar y persuadir y convencer. Así, planteaba que era posible la combinación, la unión, la compatibilidad del Estado soviético, de la dictadura del proletariado con el capitalismo de Estado. Y más adelante afirmaba que el capitalismo privado como auxiliar del socialismo no era ninguna paradoja, sino un hecho de carácter económico absolutamente incontrovertible. Para Lenin, todas las formas económicas de transición eran admisibles, y era preciso saber emplearlas  para reanimar la economía de un país agotado y arruinado, y elevar el nivel de la industria. Y precisaba que la nueva política económica no modificaba  el plan económico estatal en su conjunto ni se salía  de sus marcos, sino que modificaba solamente el modo de abordar su realización.
En su libro, Vascos recoge también las ideas de otros dirigentes soviéticos como Bujarin, Trotski y Stalin, además de economistas soviéticos y decisiones del Partido Comunista sobre estos temas.
Al referirse a la experiencia china con la política de reforma y apertura iniciada en 1979, podemos encontrar en el libro la siguiente declaración tomada de los documentos del XIV Congreso Nacional del Partido Comunista Chino celebrado en septiembre de 1992:
“…En unas importantes observaciones hechas a principios del presente año, el camarada Deng Xiaoping señaló, con mayor claridad aún, que economía planificada no es sinónimo de socialismo, pues en el capitalismo también existe la planificación, y que economía de mercado tampoco es sinónimo de capitalismo, ya que en el socialismo también existe el mercado. Tanto la planificación como el mercado no son más que mecanismos económicos. El que haya un poco mas de planificación o un poco mas de mercado no es lo que distingue esencialmente el capitalismo del socialismo”. (Pagina 92 de “Socialismo y Mercado”) Como vemos, Deng no hacía otra cosa que proponer, como Lenin en la Rusia de su tiempo, una nueva política económica de acuerdo con las condiciones de China en su época. Ambos dirigentes, a partir del análisis concreto de la experiencia histórica y la realidad de sus respectivos países, avizoraron el camino a seguir para darle sustento material a los nobles ideales comunistas. Se trataba, en ambos casos, de un accionar consciente, bajo la dirección de los respectivos partidos comunistas, para lograr  la base económica en la que, como aspiraba Marx, la riqueza colectiva corriera a chorros llenos, condición indispensable para superar la distribución socialista de “a cada cual según su trabajo”, por la superior de “a cada cual según sus necesidades”. Pero para llegar a ese punto, todos los pensadores revolucionarios, Marx y Engels incluidos, sabían que habría de pasar un tiempo muy largo, en el que el mundo desigual fuera cambiado, el desarrollo de la ciencia y de la técnica permitieran borrar las diferencias entre el campo y la ciudad, entre el trabajo manual y el intelectual y, con el cambio de la división social del trabajo, la producción de valores de uso perdiera su carácter mercantil. De momento, hay que construir el socialismo.
Los grandes éxitos alcanzados por la República Popular China a partir de las reformas propuestas por Deng Xiaoping la han convertido ya en la segunda economía mundial y en el primer exportador en pocas decenas de años.
Aunque la experiencia vietnamita no está tratada en el libro, podemos añadir que la República Socialista de Vietnam, que inició también en 1986  un camino de reformas económicas semejantes a las de China, ha ido alcanzando, en apenas un cuarto de siglo, un desarrollo multifacético con altos y estables crecimientos económicos anuales. Baste decir que la tierra vietnamita, sobre la que se descargó una cantidad de explosivos mayor que toda la utilizada durante la Segunda Guerra Mundial, pasó de ser el tercer importador mundial de arroz, al segundo exportador mundial, detrás de Tailandia y redujo el nivel de pobreza de un 75% de la población a sólo un 10%
El libro “Socialismo y Mercado” es un análisis riguroso que ayuda a revisitar las distintas categorías económicas relacionadas con la producción mercantil y su papel en el socialismo. En el socialismo, los valores de uso siguen teniendo un valor de cambio que se fija en dinero. La producción sigue siendo mercantil, aunque la política tenga un contenido social de acuerdo con los intereses del conjunto de la población. Después de todo, Marx consideraba que el socialismo debía producir una armonización de los intereses del individuo y de la sociedad. Los elementos teóricos recogidos en el libro son una referencia importante para los interesados en estos temas.
Ahora que en Cuba hemos celebrado el VI Congreso del Partido Comunista dedicado al tema de nuestra economía nacional y  con la participación más alta de todo nuestro pueblo en la discusión de los lineamientos económicos que se propusieron para servir de base al evento, y fueron finalmente aprobados como guía de nuestro trabajo presente en las condiciones especificas de nuestro país, resulta útil, además del examen crítico de nuestra propia experiencia, el estudio de las experiencias ajenas, no para copiarlas, sino para apreciar lo que pueda ser de utilidad para nuestro quehacer, siguiendo el precepto martiano de injertar en la república el mundo, pero manteniendo siempre el tronco propio.
* Sobre esta mención a Cuba y las siguientes ver “La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos”, del historiador Ramiro Guerra. La edición consultada es la de 1975 hecha por la  Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

lunes, 18 de julio de 2011

Un sistema agotado


18-07-2011

Un sistema agotado



En un tiempo tan inestable como en el que ahora vivimos, la confusión se adueña de todo el espacio intelectual e informativo, y la opinión sin fundamento y el “yo creo” sustituyen al pensamiento crítico y constructivo, al debate serio y al análisis hecho con rigor. La inseguridad y el desconcierto arrastran a un gran número de supuestos expertos y mediocres comentaristas de los medios de comunicación a la falta de concreción, a la discusión estéril y al desencuentro, en suma, al error. La ignorancia y la ausencia de talento subyacen bajo posiciones conservadoras que, a diario, expiden absurdas e ineficaces soluciones de parcheo, sembrando la incertidumbre en el conjunto de la sociedad. Desde posiciones acomodadas, temen el declive de un sistema socioeconómico que se ha mantenido durante tantos años, pero que ahora se encuentra agotado, agónico, tambaleante, ahogado en sus propias contradicciones, perdido entre las tinieblas que él mismo, como fenómeno con vida propia, y sus defensores han creado.
En todo ese maremagno, en el que domina la fe frente a la razón, ni tan sólo se insinúa la alternativa. Es como si este sistema fuera justo, incuestionable y sólido. Nada más alejado de la realidad que vivimos. Es como si la actual situación de crisis fuera una simple alteración en el buen funcionamiento de un modelo de convivencia estable y válido para resolver todos los problemas que se les presentan a la humanidad. Creen que esto de la economía neoliberal es como una ciencia exacta en la que el correcto encaje de una serie de variables (inflación, tipos de interés, déficit, deuda, productividad, competitividad, etc.) pudiera corregir los errores que se hayan podido cometer, y volver a lo que, para algunos, pudiera ser un camino de prosperidad y progreso.
Lo más preocupante es que desde posiciones supuestamente progresistas, unas veces con mayor autoridad intelectual que otras, se reproducen los mismos esquemas. En demasiadas ocasiones, el exceso de celo profesional, o una larga trayectoria ligada a la enseñanza de una disciplina como la economía, ciega a los que, por otra parte, se manifiestan contra los fundamentos y la práctica de un sistema tan irracional e inhumano, sobre todo, ahora en su actual deriva hacia no se sabe dónde mediante la aplicación de fórmulas salvajes de enriquecimiento. Es esa una contradicción que observamos en personas ubicadas en una indiscutible izquierda intelectual y vinculadas al pensamiento crítico. Comprobamos que, en sintonía con comentaristas de signo conservador, llevan a cabo diagnósticos y realizan propuestas con el ánimo de enmendar al sistema capitalismo que, incluso en su más pura esencia, ha sido, y sigue siendo, un sistema de explotación de las clases trabajadoras, de manera que, aunque volviéramos a los años de su “esplendor” y pureza, seguiría manteniendo cotas insoportables de injusticia y desigualdad.
Todos aquellos que, con recetas o fórmulas ajustadas a la cuestionable teoría económica, piensan en resolver desde dentro el grave estado en el que nos encontramos se equivocan. La actual situación es el resultado o la conclusión evidente de la evolución del capitalismo. No hay vuelta atrás, la situación es irreversible, el sistema se agota sin que sepamos ahora qué será lo que vendrá después de esta ya larga etapa de la historia. El final de este periodo, como en otras ocasiones, será fruto de sus propias contradicciones. El pensamiento de K. Marx se hace hoy más vigente que nunca cuando pronosticaba que, a largo plazo, el sistema capitalista desaparecería debido a su tendencia a acumular la riqueza en unas pocas manos, lo que provocaría crecientes crisis debidas al exceso de oferta y a un progresivo aumento del desempleo. Para Marx, la contradicción entre los adelantos tecnológicos, y el consiguiente aumento de la eficacia productiva, y la reducción del poder adquisitivo que impediría adquirir las cantidades adicionales de productos, sería la causa del hundimiento del capitalismo. Marx no preveía la aparición de lacras tales como la corrupción, la especulación y la masiva evasión de impuestos tal vez porque nunca pensó en las dimensiones que podría adquirir el capital acumulado, ni la abultada burocracia política de los actuales estados “democráticos”. Tampoco podía suponer entonces que el enorme desarrollo tecnológico, y el derroche energético, provocarían un deterioro tan bestial del medio natural.
El impecable análisis y gran parte de los pronósticos de Marx y Engels se ajustan a la realidad actual más que en cualquier otro momento de la historia y constituye el mejor barómetro para evaluar lo que hoy acontece, a pesar de que la propaganda de occidente, con todo el aparato mediático del que ha dispuesto en cada momento, se ha encargado de demonizar el pensamiento ligado al materialismo histórico. Acumulación de grandes sumas de capital (aunque sea dinero ficticio) en manos de unos pocos, un enorme desarrollo tecnológico, paro o precariedad y reducción progresiva del poder adquisitivo de grandes sectores de la población dibujan de manera inequívoca la situación de hoy día. Algunos de esos expertos, de uno u otro bando, a los que hemos hecho referencia anteriormente, buscan soluciones para la actual situación económica en el aumento de la competitividad y de la productividad, es decir, de la eficacia productiva, sin reparar en que esas variables incidirían en el incremento del paro, de los bajos salarios y, en consecuencia, en el debilitamiento del consumo masivo.
El declive de la etapa capitalista sólo es posible estudiarla desde la óptica del materialismo histórico porque, entre otras razones, no existe nada parecido que pueda ser utilizado como herramienta para llevar a cabo el análisis.
Sin embargo, esos pensadores, que diagnosticaban el paso del capitalismo al socialismo de una manera relativamente rápida, cometieron un error al pensar que el proletariado, como agente transformador, tendría la suficiente capacidad revolucionaria para llevar a cabo ese cambio, cuando se dieran una serie de condiciones, entre las que se encuentra una considerable elevación de la actividad de las masas. La evidencia de una crisis sistémica sin retorno y la ausencia de fuerza o grupo organizado que tome el relevo, en una sociedad totalmente desactivada, nos arrastran ahora hacia un futuro cada vez más incierto.

domingo, 17 de julio de 2011

Otro enfoque breve de la revolución rusa (I)


16-07-2011

Opinión sobre un Artículo de Francisco Umpiérrez
Otro enfoque breve de la revolución rusa (I)



Estimado Paco: en primer lugar tengo que decir que sobre marxismo no he leído ni estudiado mucho.
Sobre la revolución "proletaria" Rusa he leído algo más. Y sobre socialismo y comunismo no estoy muy ducho en los temas.
De todo ello tengo que manifestar que yo entiendo que ni el socialismo ni el comunismo, como sociedad, no se ha llegado a construir hasta ahora en ninguna parte del mundo.
Sobre el socialismo creo que tampoco se ha llegado a construir ninguna sociedad socialista. Sí ha habido enormes avances sociales en la educación y en la sanidad gratuita en varios países que en su momento se les denominó erróneamente países socialistas y comunistas por parte de sus partidos en el poder, y por las izquierdas comunistas a nivel internacional.
Mi opinión es que en Rusia no se dio una revolución proletaria en febrero de 1917, ni tampoco en Octubre de 1917.
En febrero de 1917 se produjo una revolución de TODO el pueblo contra el régimen Zarista, provocada, y como consecuencia, por el desastre sufrido por el ejército en los frentes de batalla en la primera guerra mundial, y por la crisis económica y social que sufría la población debido a dicha guerra.
Sobre la revolución proletaria de Octubre de 1917, como tú la calificas, entiendo que no fue una revolución proletaria según los cánones marxistas, sino que fue un golpe de Estado blando, llevado a cabo por el partido bolchevique, y que triunfó debido a la descomposición total de la estructura del Estado zarista y de su ejército. La mayoría de la población y del ejército, campesinos pobres, vieron "los cielos abiertos" con la consigna lanzada por el partido bolchevique (copiada a los socialistas revolucionarios, mayoritarios entre la masa de campesinos pobres en todo el imperio zarista), que fue "paz y tierra". Paz, acabando con la guerra, y reparto de tierras para todos los campesinos pobres, expropiando a los terratenientes y latifundistas. Y fue dicha consigna, lanzada en el momento adecuado, lo que causó el apoyo del pueblo a dicho golpe de Estado blando.
Conclusión: si la primera guerra mundial no se hubiera producido implicando al imperio zarista en ella, ni la revolución de febrero ni la de octubre de 1917 se hubieran producido. Los más que hubiera pasado hubiera sido una evolución y transformación del régimen zarista a una democracia parlamentaria, que poco a poco se hubiera homologado a las democracias parlamentarias monárquicas capitalistas que existen actualmente en Europa. Dicha evolución no hubiera sido gratuita y concedida alegremente por el Estado zarista, sino que hubiera sido arrancada por la lucha política y social de los partidos de centro izquierdas, socialistas, por los mencheviques, los anarquistas, las organizaciones sindicales, los nacionalistas de las naciones que formaban el imperio zarista y, por supuesto, por el partido bolchevique (comunistas).
Y sin la primera Guerra Mundial tampoco hubiera habido fascismos y nazismos en Europa.
Recibe un cordial saludo.

¿Etapa final o temprana del imperialismo?


17-07-2011

¿Etapa final o temprana del imperialismo?



La visión de Lenin presenta al imperialismo como un período específico del capitalismo. Considera que los novedosos rasgos financieros, comerciales y bélicos del fenómeno expresan la vigencia de una etapa superior o última de ese sistema. Identifica además esa época con una declinación histórica, que agrava todas las contradicciones del capitalismo. Esa era de agotamiento es contrapuesta con el auge predominante durante la etapa ascendente [3] .
GESTACIÓN Y MADUREZ
La hipótesis de un período específico del capitalismo que debatieron los marxistas a fines del siglo XIX no figuraba en la visión de Marx. El pensador alemán evaluaba a ese sistema en comparación a otros regímenes sociales, estableciendo contrastes con el feudalismo o la esclavitud. Limitaba las periodizaciones del capitalismo a los procesos de gestación de este sistema (acumulación primitiva) y a modalidades de su desarrollo fabril (cooperación, manufactura, gran industria).
Un gran aporte de Lenin fue percibir la existencia de otro tipo de etapas e inaugurar su análisis, refinando las evaluaciones que suscitó entre los marxistas la depresión de 1873-96 . Estos debates indujeron al líder bolchevique a introducir el novedoso concepto de períodos históricos diferenciados del capitalismo.
Su tesis de la decadencia estaba a tono con el clima de catástrofe, que desató el inició de la Primera Guerra y que se extendió hasta el fin de la segunda conflagración. Durante esos años aparecieron muchas caracterizaciones semejantes, que asociaban la generalización del belicismo con el declive del capitalismo.
Este contexto impulsó a establecer una separación cualitativa entre la prosperidad del siglo XIX y la declinación de la centuria posterior. Pero lo más llamativo ha sido la persistencia de este criterio hasta la actualidad. Distintos autores marxistas mantienen esta visión para caracterizar el escenario contemporáneo.
Estas concepciones contraponen en forma categórica los dos períodos. Consideran que la pujanza de la primera etapa fue seguida por un continuado descenso, que perdura hasta el debut del siglo XXI. La caracterización que planteó Lenin para un momento peculiar es proyectada a toda la era posterior y el año 1914 es visto como una divisoria de aguas para el destino de la humanidad [4] .
Con este enfoque, la evaluación de Lenin se torna omnipresente y sus observaciones de un período específico se transforman en la norma de una prolongada época. Las monumentales transformaciones que se registraron durante esta centuria quedan reducidas a una continuada secuencia de equivalencias entre 1914 y el 2011.
Las enormes mutaciones que tuvo el capitalismo entre ambas fechas incluyen nada menos que el desenvolvimiento de distintos intentos de socialismo, en un tercio del planeta. Al suponer que durante este período “solo se profundizaron las tendencias de la era leninista”, se omiten estos giros ciclópeos que registró el curso de la historia.
Para comprender el imperialismo de nuestro tiempo es indispensable reconocer las discontinuidades con la época de Lenin. La visión del dirigente bolchevique incluía una expectativa de extinción del capitalismo, antes que este sistema arribara a su madurez en el plano internacional. Esta apuesta explica la presentación del imperialismo, como una etapa final de ese régimen social .
Durante el período clásico de 1880-1914 el capitalismo alcanzó por primera vez una dimensión efectivamente mundial, que impuso la dramática rivalidad por acaparar las fuentes de abastecimiento y los mercados de exportación. Pero este alcance no implicaba plenitud capitalista, puesto que aún existían vastas regiones habitadas por poblaciones campesinas, que estaban divorciadas de la norma de la acumulación . Esta subsistencia explica por qué razón Luxemburg veía el límite del sistema en el agotamiento del entorno pre-capitalista.
El imperio total del capital sólo emergió posteriormente , cuando se afianzaron los tres principios de este modo de producción a escala global: imperativo de la competencia, maximización de la ganancia y acumulación basada en la explotación del trabajo asalariado. La conformación del denominado bloque socialista restringió este alcance, pero su implosión posterior reabrió un escenario de universalización casi completa del capital .
El imperialismo clásico constituyó una etapa del capitalismo y no su período final. Lenin tuvo el acierto de captar la posibilidad de una transición socialista, previa a la expansión generalizada del régimen precedente y buscó un camino político para concretar esa transformación. Pero al cabo de un sinuoso curso de la historia el capitalismo ha persistido. Soportó el cuestionamiento de levantamientos populares mayúsculos, que no fueron coronados con la erradicación del sistema.
El periodo analizado por Lenin no fue la última etapa del capitalismo. Constituyó tan sólo una era clásica del imperialismo que estuvo precedida por el colonialismo y fue sucedida por el imperio contemporáneo del capital. Esa fase es vista por algunos autores como un momento intermedio de la expansión global (Amin) y por otros analistas como una etapa temprana de esa ampliación (Harvey, Wood, Panitch). Pero e n ningún caso constituyó un estadio terminal del sistema [5] .
LAS MUTACIONES DEL SIGLO XX
Algunas evaluaciones cuestionan la tesis de una “etapa final”, objetando la visión del imperialismo como período singular del capitalismo. Postulan el análisis del fenómeno como un dato permanente del sistema. Con ese criterio subrayan las distintas modificaciones que registró el imperialismo, en función de las transformaciones análogas que tuvo el modo de producción. Reemplazan la visión tradicional del fenómeno como un momento cronológico, por su estudio como una forma de dominación jerarquizada del capitalismo a escala global. En lugar de observar tan sólo una etapa, consideran varios períodos de este tipo [6] .
  Este enfoque contribuye a cuestionar el erróneo concepto de “etapa última” como un estadio que irrumpió en ciertas circunstancias y se ha perpetuado para siempre. Se plantea acertadamente que el imperialismo no es una noción inmutable, ni intocable.
Pero la idea de una variedad de imperialismo con anterioridad al siglo XX diluye la especificidad de este concepto, en comparación al colonialismo y debilita su conexión con una época de creciente consolidación del capitalismo. Lo más adecuado es destacar que el debut del imperialismo corresponde al momento señalado por Lenin y que desde ese surgimiento atravesó por tres períodos diferenciados.
Primero, el imperialismo clásico correspondió a una era de expansión económica, con gran protagonismo de la empresa privada, en un marco de importantes reservas territoriales. En ese momento la asociación mundial del capital era limitada y las crisis cíclicas devenían con cierta automaticidad, en aceleradas recomposiciones del nivel de actividad.
Posteriormente surgió el imperialismo de posguerra con el fin de las confrontaciones inter-imperiales y con el entrelazamiento de capitales de diverso origen nacional. En esta etapa el fenómeno estuvo muy conectado con el novedoso intervencionismo estatal, que aseguró la continuidad de la acumulación. Desde la segunda mitad del siglo XX, las finanzas públicas socorrieron a los bancos en los momentos de urgencia y apuntalaron el desenvolvimiento corriente de estas entidades. El gasto público se transformó en un dato perdurable, que reflejó la necesidad de suplir las limitaciones reproductivas del sistema, con auxilios estatales.
Este cambio ilustró la pérdida de energías espontáneas que sufrió el capitalismo, para sostener su propio desenvolvimiento e introdujo un nuevo parámetro para establecer diferencias cualitativas entre el surgimiento y la madurez de este modo de producción [7] .
Esa transformación inauguró también la presencia de nuevos tipos de contradicciones, resultantes del funcionamiento más complejo que presentó el capitalismo de posguerra. Las dificultades que enfrentó la reproducción del sistema generaron desequilibrios más variados.
Finalmente, en el período neoliberal, se consumó otro giro de gran alcance, que dio lugar al surgimiento de otra etapa del capitalismo. La continuada intervención estatal ilustra la persistencia de muchos rasgos de la era precedente, pero el sentido de esa acción ha cambiado. Ya no apuntala mejoras sociales o políticas keynesianas de inversión, sino que sostiene una reorganización regresiva atada a las normas de la mundialización neoliberal.
Estas tres etapas del siglo XX-XXI no son comprensibles mediante simples distinciones entre épocas ascendentes y declinantes del capitalismo. Incluir a todos los períodos (clásico, posguerra y neoliberalismo) en una mega-etapa de descenso histórico genera más problemas que soluciones. Dificulta la explicación de las enormes diferencias que separan a cada uno de esos momentos. La contraposición binaria entre auge y decadencia impide captar esas transformaciones y, al eludir ese análisis se navega en un mundo generalidades.
La tesis de la decadencia es habitualmente expuesta junto a teorías de la crisis permanente del capitalismo, que olvidan la localización o temporalidad circunscripta de esas disrupciones. La imagen de un estallido constante, sin fecha de inicio, puntos de agravamiento o momentos de distensión, conduce a evaluaciones indescifrables. Frecuentemente se realzan las tensiones contemporáneas como un dato totalmente novedoso, olvidando que la ausencia de armonía es un rasgo característico del sistema vigente. Las crisis constituyen solo un momento de quiebra del capitalismo y no una fase constante de funcionamiento de este sistema .
La identificación del imperialismo como una época terminal, conduce a suponer que el capitalismo se encamina en forma automática hacia su propio colapso. En lugar de captar los múltiples desequilibrios que genera un sistema de competencia por lucros surgidos de la explotación se estima supone que el sistema se desliza hacia algún desmoronamiento fatal. Ese desbarranque es atribuido a la simple regresión de las fuerzas productivas.
Pero esta visión omite que ningún régimen colapsa por acumulación intrínseca de desequilibrios económicos. Es la acción política de los sujetos –organizados en torno a clases dominantes y dominadas- lo que determina la caída o supervivencia de un sistema social. La vieja creencia en límites económicos infranqueables para la continuidad del capitalismo ha sido desmentida en incontables oportunidades. No es el agotamiento de los mercados o la insuficiencia de plusvalía lo que erradicará a ese régimen, sino la maduración de un proyecto político socialista.
¿OTRO TIPO DE SISTEMA?
 La mirada del imperialismo contemporáneo centrada en contrastar una vieja etapa de progreso con un período actual de decadencia resalta la denuncia de un sistema que amenaza el futuro de la sociedad humana. ¿Pero es correcto abordar esa crítica contraponiendo ambas etapas? ¿Cuál es el significado exacto de la noción declive histórico?
Algunas caracterizaciones interpretan a este concepto como una combinación de estallido financiero con deterioro energético, ambiental y alimenticio, en escenarios geopolíticos dominados por una pérdida de brújula del capitalismo. Estiman que la agonía del sistema obedece a la dominación de las finanzas, a obstrucciones en el cambio tecnológico y al reemplazo de las viejas fluctuaciones cíclicas por una declinación continuada [8] .
Pero la cronología de ese crepúsculo no queda establecida con nitidez. A veces se sitúa su inicio en 1914  y en otros momentos en los años 70, aunque la caída es siempre contrapuesta con la pujante era industrial del pasado. Se supone que el capitalismo languidece desde hace mucho tiempo, pero no se precisa cuándo comenzó la regresión.
Si esa declinación es fechada a principio del siglo XX se torna imposible explicar el boom de la posguerra, que involucró índices de crecimiento superiores a cualquier etapa precedente. Ubicando el debut del estancamiento en los años setenta, no se entiende cuáles fueron los acontecimientos que desataron ese ocaso.
Pero el principal problema de esta visión es su presentación del capitalismo como un sistema que funciona con los parámetros de otro modo de producción. Si las transformaciones que se puntualizan han alcanzado la envergadura descripta, el régimen imperante ha perdido las principales características de la estructura que analizó Marx. La discusión debe por tanto referirse más a la subsistencia del capitalismo, que a su estadio histórico.
Un régimen económico acechado por el  estancamiento perdurable y sometido a la succión financiera de todos sus excedentes, ya no se desenvuelve en torno a la extracción de plusvalía. Este fundamento sólo tiene sentido, en una formación social regulada por la competencia en torno a beneficios surgidos de la explotación. En ese sistema los procesos de acumulación están centrados en la esfera productiva y se desenvuelven a través de fases de crecimiento y depresión. Si esta secuencia ha desaparecido, la ley de valor ya no cumple un papel rector y otras normas determinan las tendencias de la economía real. Con esa mirada, el viejo concepto de capitalismo ya no se amolda a la nueva realidad.
Existe un manifiesto distanciamiento entre el razonamiento de Marx y diversas concepciones posteriores del imperialismo. El primer enfoque resalta desequilibrios objetivos del capitalismo y el segundo se fundamenta en teorías de la dominación internacional. Estas visiones ponen el acento en el militarismo y diluyen las conexiones existentes entre la función opresiva de la violencia y la dinámica competitiva de la acumulación .
La teoría del declive terminal percibe con más acierto una peculiar contradicción reciente: la combinación de sobre-producción de bienes industriales y sub-producción de materias primas [9] .
Pero también aquí el problema es la valoración de ese desequilibrio. No es lo mismo asignarle un alcance específico derivado de múltiples desproporciones coyunturales, que interpretarlo como una expresión de resurgimiento pre-capitalista. Con esta segunda mirada se estima que la escasez de insumos básicos, tiende a crear una situación semejante a la observada en los siglos XVI-XVII.
Esta analogía refuerza la presentación del capitalismo contemporáneo como un sistema que opera con otros principios y por esta razón se olvidan algunas diferencias claves con los regímenes precedentes. Mientras que los trastornos de sub-producción que acosaban al Medioevo derivaban de calamidades climáticas, sanitarias o bélicas, las insuficiencias de la época en curso provienen de la concurrencia por explotar los recursos naturales con criterios de rentabilidad. Las carencias del pasado obedecían a la inmadurez del desarrollo capitalista y los faltantes actuales expresan la vigencia plena de este sistema.
El contraste simplificado entre un período floreciente y otro decadente del capitalismo pierde de vista los rasgos del sistema, que han sido comunes a todas sus etapas. Al enfatizar esa separación se desconoce cuáles son las reglas de funcionamiento expuestas por Marx y se utilizan criterios más afines al estudio de otros regímenes sociales.
El uso de estos parámetros conduce frecuentemente a buscar pistas de esclarecimiento, en comparaciones con la Antigüedad y en analogías con el declive del imperio romano. Esta semejanza es particularmente tentadora, para quienes consideran que el capitalismo contemporáneo atraviesa por la etapa final de su decadencia.
Los principales parecidos entre ambos declives son habitualmente ubicados en el estancamiento productivo, la sobreexplotación de los recursos naturales y la depredación de los recursos estatales por parte de los grupos dominantes. Las adversidades generadas por la sobre-expansión militar del imperialismo norteamericano son también asociadas con lo ocurrido al comienzo del primer milenio.
Pero en estos paralelos se suele olvidar que el poder de Roma descansaba en la propiedad territorial y que el imperio del capital se asienta en la explotación del trabajo asalariado. De esta distinción surgen criterios de estudio muy diferentes. No es lo mismo la centralidad del cultivo agrícola que la preeminencia de la producción industrial, ni tampoco es equivalente el sobre-trabajo de los esclavos a la plusvalía de los obreros. Un modo de producción que sobrevive conquistando territorios, no tiene los mismos requerimientos que otro asentado en la productividad de las empresas.
El reconocimiento de estas distinciones no es una minucia historiográfica. Conduce a evaluar la presencia de regímenes sociales cualitativamente distintos y por lo tanto sometidos a cursos de evolución muy divergentes. Los ejercicios de futurología pueden ser estimulantes, si las similitudes formales no obnubilan esta disparidad de trayectorias.
¿CRÍTICAS AL CAPITALISMO O A SU ESTADIO?
El análisis del imperialismo fundado en la óptica de la decadencia presenta las atrocidades que despliega el gendarme norteamericano como un ejemplo del declive. Considera que el carácter brutal de las invasiones, las ocupaciones y las masacres que perpetra el Pentágono, ilustran esa declinación [10] .
Pero esta mirada confunde la denuncia con la interpretación. No es lo mismo repudiar con vehemencia los atropellos imperiales, que identificar estas acciones con la regresión histórica. Si se considera que esas monstruosidades son peculiaridades de la ancianidad del capitalismo, hay que imaginar su ausencia en las etapas anteriores de ese modo de producción. Los desaciertos de esa evaluación saltan a la vista.
Es sabido que la violencia extrema acompañó al capitalismo desde su nacimiento. Las ciencias sociales no han aportado hasta ahora ningún barómetro serio, para cuantificar si esa coerción se atenuó, incrementó o mantuvo constante en los últimos siglos. Sólo puede constatarse que los períodos de mayor cataclismo fueron seguidos por treguas pacificadoras, que a su vez prepararon nuevas masacres. La trayectoria que presentaron las distintas modalidades del imperialismo se ajustan a esta secuencia.
Cualquier otra presentación histórica de esta dramática evolución, conduce a indultar a un régimen social que se ha reproducido generando incalificables tragedias, en todos sus estadios. Son tan ingenuas las creencias en la madurez civilizatoria del capitalismo actual, como los diagnósticos de mayor salvajismo en este período.
El problema que afronta la humanidad desde hace mucho tiempo es la simple permanencia del capitalismo. Cuando se cargan las tintas en identificar la barbarie sólo con el presente, queda abierto el camino para una idealización del pasado. Se olvida la trayectoria seguida por un modo de producción asentado en la explotación, que se edificó con terribles sufrimientos populares. La etapa en curso no es más atroz que las anteriores. Los tormentos de las últimas décadas han continuado la pesada carga de las devastaciones previas.
El capitalismo se gestó con la sangría de la acumulación primitiva en Europa, se erigió con la masacre demográfica de los pueblos originarios de América Latina, cobró forma con la esclavización de los africanos y se afianzó con el avasallamiento colonial de la población asiática. El simple punteo de estas carnicerías alcanza y sobra para desmentir cualquier supuesto de benevolencia, en el origen del capitalismo. Es totalmente arbitrario presentar las masacres contemporáneas como actos más vandálicos que esos antecedentes. El problema no es la decadencia, sino las tendencias destructivas intrínsecas de este modo de producción.
La imagen de un período ascendente de paz y progreso opuesto a otro declinante de guerras y regresiones, no se corresponde con la historia del capitalismo. Sin embargo, esta caracterización reapareció una y otra vez y logró gran predicamento en los períodos de mayor tragedia bélica. En esos momentos fue muy corriente la comparación con los momentos de menor militarización.
Este diagnóstico fue especialmente expuesto por los teóricos marxistas del imperialismo clásico, que reflejaron el clima de cataclismo de su época. El gran problema posterior ha sido la extrapolación mecánica de estas caracterizaciones, a circunstancias de otro tipo. Se ha ignorado que esos diagnósticos no fueron concebidos como fórmulas eternas.
La proyección de esas evaluaciones a distintos tiempos y lugares introduce una fuerte distorsión en la crítica del capitalismo. Este cuestionamiento queda localizado en un período histórico y no en la naturaleza del sistema. Por esa vía se propaga la denuncia de la declinación, en desmedro de las objeciones al funcionamiento interno de este modo de producción. No se cuestiona tanto la explotación, la desigualdad o la irracionalidad, sino la inoportunidad histórica de estas acciones. Lo más erróneo es suponer que la batalla contra el capitalismo sólo se justifica en la actualidad y que no tuvo fundamento durante la formación o consolidación de este sistema.
Esta última equivocación arrastra un pesado legado de razonamientos positivistas, que influyeron negativamente sobre el marxismo. Durante mucho tiempo incidieron las teorías que invalidaban cualquier acción contraria al “desarrollo de las fuerzas productivas” o al desenvolvimiento de una “etapa progresista” del capitalismo. Ciertas corrientes políticas situaban estos períodos en el siglo XIX y otras lo extendían a segmentos de la centuria siguiente. En este segundo caso enfatizaban especialmente la gravitación de estos procesos en los países dependientes.
Con estas clasificaciones se adoptó una mirada mecanicista sobre el devenir del sistema. Se omitió que esa evolución nunca estuvo predeterminada y que las posibilidades de mutación histórica a favor de los oprimidos, siempre estuvieron abiertas. Es equivocado suponer que en algunos estadios, el capitalismo constituyó la única (o la mejor) opción para el desenvolvimiento de la humanidad.
La trayectoria que siguieron los sucesivos modos de producción (y especialmente sus diversas formaciones económico-sociales) nunca estuvo preestablecida alguna ley de la naturaleza. En cierto marco de condiciones objetivas, el curso prevaleciente siempre emergió de los desenlaces que tuvieron las luchas políticas y sociales.
Al observar el proceso histórico desde esta óptica se pone el acento en el cuestionamiento del capitalismo como régimen de opresión, sin ensalzar su ascenso, ni objetar su descenso. De esta forma se evita la presentación unilateral de ciertos acontecimientos contemporáneos como peculiaridades de la decadencia, cuando en realidad fueron rasgos corrientes del pasado.
El siglo XIX incluyó, por ejemplo, declives de potencias hegemónicas (Francia), oprobiosos actos de especulación financiera (desplome bursátil de las acciones ferroviarias), tormentosas situaciones de miseria popular (hambrunas y emigraciones masivas de 1850-90) y etapas de impasse de la innovación (antes de la electrificación).
PRIMACÍA DE LA ACCIÓN POLÍTICA
La crítica al capitalismo como sistema en todas sus etapas es congruente con la mirada que tuvieron los marxistas clásicos del imperialismo, como un momento histórico de transición al socialismo. Atribuían esta evolución al creciente antagonismo creado por socialización de las fuerzas productivas a escala mundial y la persistente apropiación privada por parte de minorías privilegiadas. Este postulado ha sido actualizado por varios autores [11] .  
Esta tesis mantiene su validez en términos genéricos, pero conviene precisar su alcance específico. No implica desemboques inexorables y su consumación es muy dependiente de la maduración alternativa de un proyecto socialista. El capitalismo es un régimen social afectado por crecientes contradicciones y no por un destino de estancamiento y desplome terminal. No tiende a disolverse por puro envejecimiento y carece de una fecha de vencimiento en la esfera estrictamente económica.
Esta problemática tiene importantes implicancias políticas. Al resaltar el carácter tormentoso del capitalismo se identifica su continuidad con perturbaciones constantes. Esas convulsiones se traducen en agresiones contra los pueblos, que desatan reacciones y una fuerte tendencia a la resistencia social. De esa lucha depende el futuro de la sociedad. Si las clases explotadas logran construir su propia opción política, también podrán avanzar hacia la erradicación del capitalismo. Pero si esa alternativa no emerge o no encuentra cursos de acción victoriosos, el mismo sistema tenderá a recrearse una y otra vez.
El problema de la sociedad contemporánea no radica, por lo tanto, en la declinación del régimen imperante, sino en la construcción de una opción superadora. Esta edificación ha estado históricamente rodeada por cambiantes contextos de mejoras populares y agresiones patronales. Quienes desconocen esta fluctuación, suelen suponer que en el “capitalismo decadente ya no hay reformas sociales”.
Esa visión impide registrar el contraste que históricamente se registró, entre épocas de reforma social (1880- 1914) y períodos de atropellos capitalistas (1914-1940). Este contrapunto avizorado por los marxistas clásicos, se repitió posteriormente. Una secuencia de avances sociales acompañó al estado de bienestar (1950-70) y otra escalada inversa de golpes patronales ha prevalecido desde el ascenso del neoliberalismo (1980-90).
El capitalismo no es un sistema congelado, que arremete sin pausa desde hace un siglo contra los logros obtenidos a fines del siglo XIX. Es un régimen sometido a la tónica que impone la lucha de clases y las relaciones sociales de fuerza imperantes en cada etapa.
BIBLIOGRAFÍA
-Cliff Tony, Rosa Luxemburg, Galerna, Buenos Aires, 1971.
-Katz Claudio, “Los efectos del dogmatismo: catastrofismo y esquematismos”, Revista Espacio Crítico. Revista Colombiana de análisis, n 8, junio de 2008
-Katz Claudio, La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Maia Ediciones, Madrid, 2009, (cap 6).
-Luxemburg, Rosa. La acumulación del capital. Editoral sin especificación, Buenos Aires, 1968,( cap 25-26-27)
-Mandel, Ernest, Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. Siglo XXI, Madrid, 1985. Pags 143-151).
-Milios John, Sotiropoulos Dimitris, Rethinking Imperialism: A Study of Capitalist Rule 2009, www.heterodoxnews.com/htnf/htn
-Valier Jacques. “Las teorías del imperialismo de Lenin y Rosa Luxemburgo”. Comunicación n 26, Madrid.
-Van der Linden Marcel, Stutje Jan Willem, “Ernest Mandel and the historical theory of global capitalism”, Historical Materialism vol 15, n 1ssue, 2007.
RESUMEN
La visión del imperialismo como una etapa superior del capitalismo, caracterizada por la declinación histórica, estuvo condicionada por la catástrofe bélica de entre-guerra. Este enfoque introdujo el análisis de períodos históricos diferenciados, pero el simple contrapunto entre el auge y la decadencia omite las mutaciones ciclópeas del siglo XX y desconoce que la era clásica fue una etapa intermedia de la expansión imperial.
En lugar de analizar el imperialismo como un período único, conviene estudiarlo en función de las distintas etapas que atravesó el capitalismo. Esta visión es más esclarecedora que la óptica centrada en una mega-etapa de descenso histórico. Ese enfoque conduce a generalidades, exagera el alcance de las crisis y olvida el papel determinante de la acción política.
El contraste entre el progreso del pasado y la decadencia actual indaga al capitalismo con parámetros de otro modo de producción. Reemplaza el análisis de los desequilibrios objetivos por criterios de dominación y busca erróneas analogías con la Antigüedad. También confunde la denuncia con la interpretación y olvida que la violencia extrema acompañó al capitalismo desde su nacimiento. Resulta inconveniente idealizar ese pasado.
La crítica debe cuestionar la naturaleza de este sistema y no las desventuras de cierto período histórico. El capitalismo no constituyó en el pasado la única, ni la mejor opción para el desenvolvimiento de la humanidad. Este régimen social está afectado por crecientes contradicciones y no por un destino de desplome terminal. No se disolverá por envejecimiento y su erradicación depende de la construcción de una alternativa socialista.
 
 


[1] Este artículo forma parte de un libro sobre el imperialismo contemporáneo de próxima aparición.
[2] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz
[3] Lenin, Vladimir Ilich El imperialismo, fase superior del capitalismo Buenos Aires, Quadrata, 2006.
[4] Esta tesis en: Rieznik, Pablo 2006 “En defensa del catastrofismo. Miseria de la economía de izquierda”, En defensa del Marxismo, Buenos Aires, Nº 34, 19 de octubre.  
 

 
[5] Amin Samir. Capitalismo, imperialismo, mundialización, en Resistencias Mundiales, CLACSO, Buenos Aires, 2001. H arvey David, The New Imperialism, Oxford University Press, 2003 (cap 2).
 
Wood Ellen Meiskins, Empire of Capital, Verso 2003, (cap 6.). Panitch Leo, Gindin Sam, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, El nuevo desafío imperial, Socialist Register 2004, CLACSO, Buenos Aires 2005.
 

 
[6] Taab William. Imperialism: In tribute to Harry Magdoff, Monthly Review vol 58, n 10, march 2007. Amin Samir. Capitalismo, imperialismo, mundialización, en Resistencias Mundiales, CLACSO, Buenos Aires, 2001.
 

 
[7] Esta tesis expuso: Mandel Ernest, El capitalismo tardío, Era, México, 1979, (cap 6 y 18).
 
[8] Beinstein Jorge, “Las crisis en la era senil del capitalismo”, El Viejo Topo 253, 2009. Beinstein Jorge, “Acople depresivo global”, ALAI, 13-2-09. Beinstein Jorge, “La crisis es financiera, energética, alimentaria y ambiental”, Página 12, 3-5-09 .
 
 
[9] Beinstein Jorge. “El concepto de crisis a comienzo del siglo XXI. Pensar la decadencia”, Herramienta 30, octubre 2005, Buenos Aires .
 

 
 
[10] -Beinstein Jorge. “El concepto de crisis a comienzo del siglo XXI. Pensar la decadencia”, Herramienta 30, octubre 2005, Buenos Aires .
 
[11] Ver: Sampaio de Arruda Plinio, Por que volver a Lenin, Imperialismo, barbarie y revolución, 9-7-2008

miércoles, 13 de julio de 2011

Muerte y renacimiento de la ciencia de Marx

Muerte y renacimiento de la ciencia de Marx
Por: Heinz Dieterich
Fecha de publicación: 13/06/11

imprímelo

1. El estancamiento de la ciencia marxista
Para derrumbar un sistema social físicamente hay que derrumbarlo primero ideológicamente. Este es el campo de batalla en que La Izquierda occidental ha fracasado desde hace un siglo. La explicación científica de este fracaso oscila entre  dos teoremas de Engels y Marx: 1. “Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria” (Engels); 2. “La teoría se realiza en un pueblo sólo en la medida en la que es la realización de sus necesidades” (Marx).
En cuanto a la primera dimensión del problema, la ciencia de Marx y Engels en Occidente está truncada desde la muerte de Lenin, quién desarrolló los últimos grandes paradigmas científicos de la transición postcapitalista. Es comparable la situación de la ciencia de Marx/Engels a una ciencia física que se hubiera quedado en Newton, sin las posteriores evoluciones de Einstein, Planck, Heisenberg, Gell-Mann et al. ¿Qué praxis innovadora y transformadora podría tener tal ciencia en el Siglo XXI?
2. Los Partidos Comunistas, víctimas del modelo de Stalin
En los países del Socialismo del Siglo XX, las causas del estancamiento evolutivo radican  en el modelo de gobierno soviético desarrollado por Stalin. Un efecto sistémico trascendental de este modelo fue, que convirtió a los Partidos Comunistas de vanguardias de transformación en burocracias conservadoras, garantes del status quo. Al monopolizar éstas todo el poder del sistema, no quedó ningún sujeto proactivo libre que pudiera avanzar la evolución postcapitalista. El diagnóstico del Partido Comunista de Cuba, que Raúl Castro realizó en el VI Congreso del PCC, es representativo de la involución de esos sujetos colectivos. El PCC se caracteriza, dijo el gran revolucionario, por el "dogma", las "consignas vacías", el "reunionísmo", el "amiguismo" y la "mentalidad de inercia". Se repite entonces la interrogante: ¿Qué praxis innovadora y transformadora podría tener tales partidos en el Siglo XXI?
3. Parque jurásico
Dado que esos partidos controlaban extensamente la vida espiritual de los Estados y sociedades del Socialismo del Siglo XX, asfixiaron con la mediocridad y el oportunismo de sus burócratas todo ambiente libertario y de vanguardia en las ciencias sociales y el debate público. Crearon, de hecho, un parque jurásico al estilo del Vaticano, que sustituyó a la dialéctica  ---o, como diríamos hoy, la cibernética--- por la teología. El resultado fue que en medio siglo de existencia, sus universidades y Departamentos Ideológicos no produjeron ni un solo paradigma científico nuevo en la economía, la teoría del Estado, la democracia política o la antropología del “hombre nuevo”. En su nueva escolástica reemplazaron Aristóteles por Marx, Engels y Lenin. El desastre que provocaron se ve en todo el campo de las ideas, salvo en las ciencias naturales, donde el rigor del protocolo científico bloquea la penetración de los curas de la escolástica “socialista”.
Cuba es un buen ejemplo de esta situación: Sus aparatos ideológicos, incluyendo el Partido, están dominados por funcionarios mediocres, dogmáticos y arrogantes. En su sector de ciencia, en cambio, particularmente en la biotecnología y medicina, un gran número de cuadros tiene una  excelencia y productividad de nivel mundial y, de sencillez y modestia ejemplar.
4. Marx en el “Mundo Libre
En el “mundo libre”, fuera del gueto mental estalinista, tampoco se logró la evolución de los paradigmas científicos para la transición a la Fase Superior del Socialismo (FSS), el Socialismo del Siglo XXI. Hal Draper escribió la que, sin duda, es la mejor obra sobre el Marxismo desde la muerte de Lenin (Karl Marx´s Theory of Revolution). Desde la academia, Althusserl y Poulantzas trataron de reavivar la llama debajo de las cenizas, aportando algunos elementos positivos. Pero, no era suficiente, porque el renacimiento científico de Marx, Engels y Lenin sólo es posible mediante la simbiosis del materialismo histórico-dialéctico con los conocimientos   de la vanguardia científica contemporánea.
Esto es lo que han hecho los científicos de la tricontinental Scientists for a Socialist Political Economy (SSPE/BRPP). Peters, Stahmer, Dieterich, Cockshott, Cottrell, Bartsch, entre otros, han logrado identificar y configurar los elementos básicos de la economía política del postcapitalismo. Este trabajo lo está ampliando actualmente la SSPE con la configuración del paradigma del Estado y de la democracia de la sociedad postcapitalista, porque no puede haber teoría del capitalismo y socialismo, sin la correspondiente teoría del Estado.
5. ¿Hay una ciencia “marxista”?
Para no volver a caer en el estéril debate de los años sesenta, acerca de que si existe una ciencia marxista, burguesa, feminista, machista, cristiana, etcétera, es necesario aclarar el carácter del proceso científico. La esencia de la ciencia empírica es el protocolo o método científico que consiste en una secuencia interactiva (dialéctica) de cinco procedimientos. Esta secuencia de pasos es independiente del fenómeno de investigación, ya sea del mundo social, ya sea del mundo natural. Es decir, el método científico no tiene adjetivos y es justo esa intersubjetividad que le permite producir conocimiento objetivo. Si se subjetiviza al método, queriendo hacerlo partidista, se destruye.
6. Ciencia y Revolución
¿Quiere decir esto que la ciencia no tiene bandera? ¿Qué es apátrida, estéril? No, de ninguna manera. Tiene una bandera, una sola. Y esta bandera se llama “verdad”. ¿Cómo se concilia, entonces, la necesaria objetividad del método científico con la praxis revolucionaria? Con relativa facilidad, entendiendo el proceso investigativo en sus tres fases diferentes. La primera y la tercera  ---la selección del fenómeno de investigación y la divulgación de los resultados---  sí, son “partidistas”. El género, la situación de clase, la nacionalidad, la metafísica, la conciencia, en fin, toda la personalidad del investigador y  sus relaciones sociales influyen en esas fases. En la fase dos, sin embargo   ---el procesamiento de los datos del fenómeno mediante el método científico--- esos factores de su subjetividad tienen que ser controlados. Si el investigador no logra esto, se malogra el proceso científico y no se llega a la verdad de los fenómenos.
Este es el secreto del dogmatismo. Cuando la gravitación de los dogmas del poder distorsiona al método científico, éste queda como un cascarón. Y la evolución condena el sistema que lo hace, a la muerte. Como experimentaron las aristocracias feudales y  “socialistas” en su momento.

martes, 12 de julio de 2011

La crisis ideológica del capitalismo occidental


12-07-2011

La crisis ideológica del capitalismo occidental

Project Syndicate


Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología  –la creencia en los mercados libres y sin restricciones– llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años 80 hasta el año 2007, el capitalismo desrregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.
Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EEUU yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.
Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideologías e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial –o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.
En los EEUU, este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo –no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.
Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad –y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.
Hace una década, en medio de un auge económico, los EEUU enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud –impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego– rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.
Los remedios para el déficit de EEUU surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EEUU en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EEUU ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.
Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasó en el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.
Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.
Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.
¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso –incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible. Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.

El autor es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de “Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy”.


Fuente: http://cl.m.globedia.com/joseph-stiglitz-crisis-ideologica-capitalismo-occidental

El dilema de Vladimir Ilich Uliánov

jueves 7 de julio de 2011

El dilema de Vladimir Ilich Uliánov

Diógenes Laercio, fue un historiador de la antigua Grecia, quien además de cumplir con las tareas rústicas y cotidianas de la sociedad en que vivía, dedicó gran parte de su vida al estudio de los filósofos más ilustres de la cultura griega y romana. Entre ellos, Empédocles, el de la leyenda de la sandalia abandonada en el volcán Etna, a quien me imagino ascendiendo con paso lento y cansino, no por porque anduviera en pedo, sino tal vez por los cascajos y piedrecillas alojadas en el rústico calzado que le causaban dolores. Empédocles a decir de Aristóteles, fue el inventor de la retórica y Zenón de Elea de la dialéctica.

A Zenón de Elea se le atribuye el famoso dilema del verdugo, quien haciendo gala de su poder omnímodo y letal, propone a su futura víctima, en un trato funesto, la forma en que deberá morir: si el juicio que emites es verdadero ─dijo el verdugo─ serás decapitado, y si lo que dices es falso, entonces serás ahorcado ─sentenció macabro. Lo que el torturador ignoraba, era el hecho que tenía ante sí a un hombre de racionamiento lógico excepcional, cualidad muy fomentada en la escuela de los estoicos y que a fin de cuentas le salvó la vida. Y Usted querid@ lector@, ¿qué le hubiera respondido al verdugo?

La retórica y la dialéctica, así como el racionamiento lógico son instrumentos de trabajo en el quehacer político y podrían ser considerados, según las enseñanzas de Platón, como un arte en la actividad humana. Lenin y Trotsky fueron dos artistas de la política revolucionaria, quienes se conocieron personalmente hace casi 110 años en octubre de 1902 en Londres. La relación política entre ambos fue como un paisaje salvaje surrealista, en el que las frías tundras subpolares de la lucha clandestina se interponían entre las honduras y cumbres borrascosas de la hermenéutica particular marxista de la revolución rusa. Más allá de las muchas divergencias táctico-operativas entre ambos líderes revolucionarios, tanto Lenin como Trotsky, fueron brillantes políticos revolucionarios que utilizaron la retórica, la dialéctica y su enorme capacidad intelectual con maestría en la lucha por el poder político-militar. En los turbulentos días del mes de octubre de 1917, Trotsky hizo gala de sus cualidades de orador agudo y persuasivo en los momentos en que asumió el liderazgo de la revolución bolchevique y le corresponde a él, en gran parte, el mérito del éxito de la insurrección armada en la cual no se disparó una sola bala. Las salvas del buque Aurora fueron una artimaña de Trotsky para confundir al enemigo.

La historia de la política en general, es decir la lucha de clases, y en particular la que se dio a principios del siglo XX en Rusia, está plagada de antinomias y dilemas que los historiadores antiguos y contemporáneos han rescatado en los compendios de historia universal y en las biografías y autobiografías de los líderes políticos rusos de primera línea de la época; documentos de lectura indispensables para entender y comprender el desarrollo de la revolución rusa, las condiciones políticas y militares en que se vieron envueltos los dos dirigentes en las diferentes etapas del proceso revolucionario y como fueron resolviendo los entuertos de la lucha de clases; historia escrita con sangre que muestra inequívocamente, que la construcción de la sociedad comunista no es una función lineal y que los hombres que marcan el curso de la historia son seres humanos con sus vicios y virtudes, simples criaturas finitas que el día menos pensado dejan de existir físicamente. La solución de los múltiples problemas a que se vieron sujeto los célebres dirigentes revolucionarios rusos, fue en la gran mayoría de los casos, una tarea muchísimo más difícil que el dilema del verdugo de Zenón de Elea, que no supo qué hacer cuando el condenado al patíbulo le respondió que moriría ahorcado.

Uno de las encrucijadas con que se vieron confrontados ambos líderes los primeros tres años después de la toma del poder, fue cumplir con la promesa de darle al pueblo Paz, Tierra y Pan en circunstancias en que la economía rusa estaba al borde de la quiebra y los tambores de guerra se escuchaban en todos los rincones. Solamente un milagro semejante al de la multiplicación del pan y los peces podía resolver la hambruna reinante. Dado que Trotsky y Lenin no creían en milagros, trataron de resolver el problema del hambre y la miseria con propuestas pragmáticas y concretas dirigidas a reactivar la economía y elevar la productividad. Algunos de los proyectos fueron fuertemente criticados en el seno del partido bolchevique, como el de la militarización de la industria, que contradecía a todas luces los principios de la democracia proletaria y que afortunadamente fue rechazado por la mayoría del partido bolchevique. La Nueva Economía Política propuesta por Lenin y aprobada en marzo de 1921 en el X Congreso del partido Bolchevique también fue un intento de resolver la crisis económica.

Lamentablemente Lenin murió el 21 de enero de 1924 sin haber resuelto el dilema político-ideológico más peliagudo en la historia de la revolución socialista rusa: el rumbo histórico del partido bolchevique después de su muerte y por ende, de la revolución socialista rusa. Lenin estaba consciente de la gravedad de su enfermedad y presintió que no le quedaba mucho tiempo para resolver la cuestión de la dirección futura del partido. ¿Quién debería asumir el mando?

En su “testamento político” Lenin menciona nominalmente a Stalin, Trotsky, Zinoviev y a Kamenev, todos cuadros de la vieja guardia y a dos jóvenes miembros del Comité Central: Bujarin y Piatakov. Según se puede leer en la “carta-testamento” escrita el 24 de diciembre de 1922 y dirigida al Congreso del Partido Bolchevique, Lenin no recomienda tácitamente a ninguno de los seis mencionados para asumir la conducción del partido, pero el análisis escueto del perfil político-ideológico y humano que hace de cada uno de estos dirigentes tampoco se puede considerar como un argumento definitorio en su contra, salvo el inequívoco comentario hecho en el suplemento a la carta del 24 de diciembre escrito el 4 de enero de 1923, en el cual Lenin sugiere destituir a Stalin de su cargo como Secretario General del partido y adjudicarle otras funciones de dirección. En este sentido, Lenin conocedor de las virtudes y los defectos de sus camaradas no se decanta en su “testamento” por ninguno de ellos, sino más bien expresa diáfanamente sus dudas. Lenin, ante la disyuntiva y sabiendo que el partido bolchevique y la revolución no podían prescindir en esos momentos de crisis de los seis cuadros dirigentes y del resto del Comité Central, propone de facto el camino a seguir, convencido que sería la solución definitiva del problema. Si en los tiempos de la lucha clandestina Lenin abogó por la compartimentación extrema, el centralismo democrático rígido y la centralización del poder en un grupo reducido de revolucionarios, en su “testamento”, Lenin expresa con claridad meridiana que el partido bolchevique, siendo el representante de la clase obrera y el campesinado pobre, las dos clases sociales llamadas históricamente a construir la sociedad socialista, no se puede permitir el lujo de la escisión por disputas intestinas y personales. La garantía de la construcción del socialismo y la defensa de la revolución socialista de octubre tenía que ser un partido bolchevique menos conspirativo y más democrático. Lenin reafirma nuevamente su vocación democrática y deposita su confianza en la dirección colectiva y en la democracia proletaria al interior del partido, y propone lo siguiente: “Lo primero de todo coloco el aumento del número de miembros del CC hasta varias decenas e incluso hasta un centenar. Creo que si no emprendiéramos tal reforma, nuestro Comité Central se vería amenazado de grandes peligros, caso de que el curso de los acontecimientos no fuera del todo favorable para nosotros (y no podemos contar con eso). Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros del CC, creo que esto es necesario tanto para elevar el prestigio del CC como para un trabajo serio con objeto de mejorar nuestro aparato y como para evitar que los conflictos de pequeñas partes del CC puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del Partido. Opino que nuestro Partido está en su derecho de pedir a la clase obrera de 50 a 100 miembros del CC, y que puede recibirlos de ella sin hacerla poner demasiado en tensión sus fuerzas. Esta reforma aumentaría considerablemente la solidez de nuestro Partido y le facilitaría la lucha que sostiene, rodeado de Estados hostiles, lucha que, a mi modo de ver, puede y debe agudizarse mucho en los años próximos. Se me figura que, gracias a esta medida, la estabilidad de nuestro Partido se haría mil veces mayor”.

La tragedia del dilema de Lenin radica en el hecho que para ese entonces, los derroteros del partido bolchevique y por lo tanto de la revolución rusa ya estaban trazados. El mismo Lenin y el resto de los miembros del Comité Central habían adoptado en 1921 medidas políticas que contradecían la democracia proletaria partidaria y además en ese entonces, Stalin ya había alcanzado demasiado poder e influencia en las estructuras partidarias. Lenin no pudo resolver en la práctica el dilema político-estructural porque la enfermedad no se lo permitió, pero sí dejó a las nuevas generaciones de revolucionarios comunistas la solución al problema de la conducción del partido y de la revolución en tiempos de guerra, paz y de duelo, independientemente del carisma y la brillantez de los líderes políticos, considerados muchas veces como cuadros insustituibles. El desarrollo dialéctico de la revolución socialista cubana y del partido comunista cubano es un buen ejemplo de la aplicación idónea del principio leninista de la dirección democrática y colectiva. Hecho que no solamente es motivo de alegría y satisfacción, sino que también es una luz de esperanza y confianza en el futuro socialista.

Roberto Herrera 07.07.2011