viernes, 30 de octubre de 2009

El diario Público edita a Manuel Sacristán

Un clásico del marxismo hispánico en la colección Pensamiento crítico

Salvador López Arnal
Rebelión

Manuel Sacristán Luzón falleció en agosto de 1985. Unos dos años más tarde, su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella editaba Pacifismo, ecologismo y política alternativa (PEYPA) en Icaria, la misma editorial que había publicado entre 1983 y 1985 los cuatro primeros volúmenes de “Panfletos y Materiales”, nombre elegido por el propio Sacristán: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas.
El editor abría el volumen con una nota fechada en diciembre de 1986 en la que apuntaba:

Este volumen reúne escritos de Manuel Sacristán Luzón realizados entre 1979 y su muerte de 1985. Se refieren a la temática que más le preocupó en los últimos años de su vida: la constituida por los problemas de la crisis de civilización, las amenazas sociales y políticas para a supervivencia de la especie y la crisis del movimiento emancipatorio contemporáneo. Su conjunto puede ser representativo del intento de Manuel Sacristán de ensanchar la base de conocimiento y la perspectiva de una voluntad ética-política emancipatoria renovada.

En efecto. Aparte de temáticas lógicas y epistemológicas, en las que Sacristán también fue un autor decisivo; aparte de asuntos de traducción, faceta decisiva en el conjunto de su obra (unas 29.000 páginas fueron traducidas por él a lo largo de los años); aparte de sus interesantes y reconocidos trabajos de crítica literaria y teatral; aparte de sus decisivos artículos en asuntos filosóficos más o menos tradicionales, PEYPA recoge casi todas las temáticas centrales de Sacristán y, muy especialmente, trabajos centrados en lo que fue una de sus máximas aspiraciones en sus últimos años, la renovación y ampliación del ideario emancipador, el arrojar nueva luz a las finalidades esenciales de la tradición marxista revolucionaria.

Aún a riesgo de dejarme cosas esenciales en el tintero apunto algunas notas sobre su contenido.

Está en PEYPA, desde luego, su admiración y lectura de Gramsci. Es el último artículo del volumen, mejor cierre imposible. Se trata de la presentación que escribió en mayo de 1985 para la traducción castellana de Miguel Candel, otro de sus grandes discípulos, del undécimo cuaderno de la cárcel. Este paso es una muestra:

El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20 años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir al hombre, como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò "Hemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años". Por eso los Cuadernos de la cárcel no valen sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como símbolos de la resistencia de un "cerebro" excepcional a la opresión, el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta.

Está también Lukács. Él, que nunca fue un lukácsiano a pesar de lo dicho y escrito, tenía por el autor húngaro el respeto y reconocimientos debidos. Se carteó con él y tradujo muchas de sus obras -entre ellas, Estética I, Historia y consciencia de clase y El joven Hegel-, además de escribir uno de sus mejores trabajos, una impeccable reseña de El asalto a la razón: “Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács”. PEYPA recoge un breve artículo de abril de 1985: ¿Para qué sirvió el realismo de Lukács?” que finaliza con las siguientes palabras:

El realismo permitió a Lukács construir y construir, durante muchos años, donde otros, menos dispuestos a someterse al principio de realidad, tal vez habrían abandonado. Lo inquietante, como suele pasar con los cachazudos cultivadores de la weberiana “ética de la responsabilidad”, es que uno tiene a veces la sensación de que tantas construcciones pesen ya demasiado sobre la Tierra y sobre los que la habitamos.

Están en PEYPA dos de las más completas entrevistas que se le hicieron nunca, ambas en 1983, durante su estancia en la UNAM mexicana. La primera fue publicada en Naturaleza, una revista de divulgación científica. La claridad de su posición en asuntos de política de la ciencia y de la tecnología queda reflejada en este paso de la conversación:

No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente.

La segunda, la entrevista que Gabriel Vargas y compañeros suyos le hicieron para Dialéctica, es un forma inmejorable de acercarse a su biografía, a sus posiciones político-filosóficas nucleares y a su consideración del marxismo. Un botón como muestra:

Mi propia opinión sobre la dialéctica que creo inspirada en el trabajo científico de Marx, se puede expresar en una tesis negativa y otra positiva. (...) Mi tesis positiva es que “dialéctica” significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge. “Dialéctica” es un cierto trabajo intelectual, que, por un parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, le rebasa con mucho... Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán.

El estilo dialéctico consiste principalmente en proponerse un objetivo de conocimiento que estaba formalmente excluido por la filosofía de la ciencia desde Aristóteles, según el principio, explícito en unas épocas y tácito en otras, de que ”no hay ciencia de las cosas particulares”, de lo concreto. Tanto Hegel a su manera como Marx a la suya tienen, por el contrario, un programa de investigación que busca el conocimiento de algo particular o concreto: en el caso de Hegel, el discutible concreto que es el Todo; en el caso de Marx, la sociedad capitalista existente (...) pero, a pesar de ello (a pesar de los elementos de abstracción presentes en El Capital), lo construido en El Capital... tiene una concreción desconocida en el ideal tradicional de ciencia, tan eficaz en las ciencias de la naturaleza.

Está igualmente uno de sus grandes trabajos, junto con “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, de filología marxista sustantiva, no meramente de lucimiento académico : “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”. La siguiente es una de sus tesis centrales; el texto es algo extenso pero merece la pena:

Marx ha intentado explicar lo que a veces llama, con término muy ecológico, depredación del trabajador en el medio capitalista. No en ningún texto recóndito, sino en la obra de Marx que es más leída (al menos eso dicen). En el libro I de El Capital, hay una larga descripción de cómo la producción capitalista, al ser principalmente producción de plusvalía, busca constantemente en su época heroica, cuando trabaja sobre la base de la obtención del máximo de lo que Marx llama plusvalía absoluta, la prolongación de la jornada de trabajo, con lo cual, escribe Marx, se atrofia la fuerza de trabajo humana y se produce su agotamiento y su muerte. Esta sería la raíz última de lo que a menudo llama depredación de la fuerza de trabajo, estableciendo un interesante paralelismo con la depredación de la tierra en la agricultura capitalista. Este punto está a menudo expresado en El Capital con un lenguaje vigoroso del que puede ser muestra este paso del capítulo octavo del libro primero, el capítulo acerca de la jornada de trabajo:

En su impulso desmedidamente ciego, en su hambre de plus-trabajo, hambre feroz, hambre propia de fiera corrupta, el capital derriba no sólo los límites extremos morales de la jornada de trabajo [MSL: por "límites morales" entiende Marx los límites consuetudinarios, los que son costumbre recibida], sino también los meramente físicos. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y la conservación sana del cuerpo, se apodera del tiempo requerido para consumir aire libre y luz del sol, araña roñosamente el tiempo de comer [MSL: escribe en premonición de Tiempos Modernos de Chaplin] y, si puede, lo incorpora al proceso de producción mismo, de modo que las comidas se administren al trabajador como mero medio de producción, como el carbón a la caldera de vapor y sebo o aceite a la maquinaria.

Ese tono grave y hasta un poco patético es frecuente en el libro primero de El Capital cuando Marx estudia las causas de la depredación de la fuerza de trabajo o cuando la describe, y varias veces con ese paralelismo aludido entre trabajador y tierra; por ejemplo, también en el libro primero:

La misma codicia ciega que en un caso agota las tierras había afectado en el otro [MSL: Marx se refiere a los treinta primeros años del siglo pasado] las raíces de la fuerza vital de la nación, las epidemias periódicas hablaban en Inglaterra tan claramente como la disminución de la estatura de los soldados en Alemania y en Francia.

Esa cuestión, a la que Marx ha dado mucha importancia, pero que, sin embargo, se recuerda poco al considerar su obra, indica una conciencia bastante acertada de la importancia social de lo que se podría llamar indicadores biológicos; Marx ha estudiado con interés las estadísticas militares de Centroeuropa (principalmente de Alemania) y de Inglaterra. Con ellas consigue una significativa curva de la disminución de la estatura media de los mozos llamados al servicio militar, en correlación con la instauración del capitalismo en esas regiones. Ciertamente, todas las frases de Marx a este respecto rezuman connotación moral, porque sus análisis no son casi nunca puramente descriptivos, sino que suelen ir cargados de pasión ética y política. En el libro primero de El Capital y en el mismo capítulo octavo está la célebre metáfora según la cual el trato que recibe la fuerza de trabajo en el capitalismo, la depredación capitalista de la fuerza de trabajo, se puede comparar con el que se daba a las reses en el Río de la Plata, pues en aquella zona abundante en ganado se sacrificaba frecuentemente a las reses sólo por la piel, despreciando la carne sobreabundante. Rebuscando en los Libros Azules del gobierno inglés y en otras fuentes estadísticas o descriptivas, Marx encuentra documentación de la degradación y depredación de la fuerza de trabajo: por ejemplo, la costumbre inglesa, todavía en los años cincuenta del siglo pasado, de llamar a los obreros "tiempo-enteros" o "medio-tiempos", según la edad que tuvieran y, consiguientemente, según el horario en que pudieran trabajar de acuerdo con la limitación de la jornada de trabajo de los niños.

Puede verse en PEYPA igualmente uno de sus artículos-grandes, fechado en 1983, el año del primer centenario del fallecimiento de Marx, esos trabajos que crecen y crecen con el tiempo: “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”. Las siguientes son las palabras con las que cerraba su artículo:

El asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa.

Hay también un conjunto de artículos que tienen que ver con su preocupación antimilitarista, uno de los movimientos sociales que más cuidó y en el más se implicó activamente: “Trompetas y tambores”, “La salvación del alma y la lógica”, “El peligro de una guerra con armas nucleares”, “Contra la tercera guerra mundial”, “A propósito del peligro de guerra”, “El fundamentalismo y los movimientos por la paz”,… y el lúcido e inolvidable “La OTAN hacia dentro” son ejemplos de ello. Un paso de este último:

[…] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos. Hacia dentro es la OTAN para España tan terrible como hacia fuera y más corruptora.

PEYPA incluye también un conjunto de trabajos que tiene el ecologismo como punto esencial. Desde su comunicación de 1979 a las jornadas de ecología y política celebradas en Murcia hasta “La polémica sobre el crecimiento tiene dos caras”, pasando por “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologistas?”, “La situación política y ecológica en España y la manera de acercarse críticamente a esta situación desde una posición de izquierdas” o la “Carta de la redacción” del número 1 de mientras tanto, donde puede leerse aquel paso que se convirtió en consigna vivida, sentida y razonada de tantos y tantos jóvenes de la época:

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y orientarnos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro. Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración, puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del nº 1 de Materiales habíamos escrito que sentíamos "cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente". Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond -ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos-, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello); el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy una humanidad de complicada composición y articulación. [El énfasis es mío]

En PEYPA puede verse, además, uno de los mejores artículos de intervención sobre el comunismo catalán reciente: “A propósito del V Congreso del PSUC”, una interesante aproximación a temas de enseñanza (“El informe del Club de Roma sobre el aprendizaje”) y no faltan artículos sobre el desconcierto de la izquierda (“En todas partes crecen desencantos”) y sobre los nuevos procedimientos y luchas sindicales (“Hambres, huelgas, huelgas de hambre”), además de perlas como “Intoxicación de masas, masas intoxicadas” y deslumbrantes notas críticas sobre la actuación de los partidos de izquierda durante la transición-transacción. Esta, por ejemplo:

Fuera del plano formal, no es cosa de negar que la ley [La "ley sobre los supuestos previstos en el art. 55,2 de la Constitución" ("Ley de seguridad ciudadana")] apunta unas cuantas veces buenas intenciones del legislador; por ejemplo, cuando pena "detenciones ilegales con simulación de funciones públicas" (art. 2, b), o cuando sale al paso de la "utilización injustificada o abusiva de las facultades gubernativas" (art. 3, 2). Pero la realidad que se vislumbra ya en la misma ley, sin necesidad siquiera de echar un vistazo a las actividades represivas en curso por todo el país, habla un lenguaje diferente. Por de pronto -y como desde siempre, por el hecho de que una policía auténticamente judicial parece ser más utópica que cualquier ideal de más enjundia-, toda la iniciativa es de la policía que antes llamábamos político-social. El juez solamente "denegará o autorizará la realización o la persistencia de las iniciativas policíacas (art. 3,1). La suspensión del derecho a impedir el registro del domicilio de uno si no hay mandamiento judicial obsesiona al legislador, que la establece en dos artículos, el 2, b y el 4,1. La obsesión está fuera de lugar, si se tiene en cuenta que el poder dispone de los mismos jueces bajo cuya jurisdicción ya estos mismos policías registraron varias veces nuestras casas en tiempos de Franco.

Con razón se ha señalado el final del párrafo 1º del art. 1 de la ley como muy preocupante. Ese párrafo incluye entre "las personas cuyos derechos fundamentales pueden ser suspendidos" a "quienes, una vez proyectadas, intentadas o cometidas" las acciones punibles que especifica la ley, "hicieren su apología pública". Con sólo interpretar un poco anchamente lo de ‘apología’ quedarían legitimadas las 400 causas seguidas contra 60 periodistas entre enero y mayo de este año; y, en el plano ejecutivo, serían muy naturales los incidentes sufridos por la cineasta Pilar Miró y los pintores José Ortega y Agustín Ibarrola, casos todos ellos -dicho sea de paso- que muestran la inutilidad material de esta ley, sin la cual se había logrado ya todo eso. Lucio González de la Fuente, el director de Combate (órgano de la Liga Comunista Revolucionaria), está procesado, bajo la acusación de desacato, por haber publicado un comunicado del Comité Central de su partido titulado "El estado policíaco continúa". Eppur si muove.

Paso al que Sacristán añadía la siguiente conclusion en la que hablaba “la completa hegemonía de la reacción en esta democracia”:

Tal vez haya que tomarse menos en serio la nueva ley que el modo como se ha aprobado en el Congreso. El 28 de octubre los diputados Félix Pons (PSOE) y Jordi Solé (PSUC) declaraban que las posiciones de sus partidos acerca del proyecto de ley eran muy distantes de las de UCD, sostenidas por Oscar Alzaga. De eso infería el periódico El País al día siguiente que "UCD sólo cuenta con el apoyo seguro de Coalición Democrática, mientras que es posible que los socialistas se abstengan". Siendo de 176 la mayoría necesaria para la aprobación de la ley, la votación, según eso, no iba a resultar brillante. Pero mientras los lectores de la prensa diaria sopesaban esas consideraciones, el Congreso aprobaba la ley por 298 votos a favor, 2 en contra (Bandrés y Sagaseta) y 8 abstenciones (PNV). No ha trascendido mucha información acerca de lo que convirtió en unidad, de la noche a la mañana, la "gran distancia" que separaba a la izquierda parlamentaria del sedicente centro. Tal vez fuera ello la derrota en el pleno del intento de incluir entre los supuestos de terrorismo del art.1 la huelga espontánea en servicios públicos. Si así fue, el hecho documentaría bien la completa hegemonía de la reacción en esta democracia. Tienen que estar muy poseídos de su fuerza y su influencia unos fascistas o centristas que intentan definir la huelga espontánea como terrorismo.

La misma impresión de seguro regodeo en la victoria dan los periódicos conservadores de esas fechas. El Ya del 31 de octubre, por ejemplo, al no poder mostrarse descontento de la ley, lo que habría sido desaforado, se limitaba a regañar a los diputados por no celebrar su obra a toque de trompetas. Y se preguntaba socarronamente: "Nos preguntamos si no hay, en el fondo, como un deseo de que "no se sepa" que se ha aprobado una limitación de los sacrosantos derechos individuales..." ¡Habría que leer el Ya el día en que un parlamento limitara el derecho a poseer medios de producción o a montar fábricas privadas de cerebros, como lo suelen ser las grandes escuelas de la Iglesia!

La brutalidad de los miembros de la comisión parlamentaria que querían declarar terrorista la huelga espontánea, la sarcástica jactancia de Ya y otras muchas manifestaciones del sentimiento de victoria de la reacción podrían tener, al menos, una buena consecuencia: mostrar a los militantes de la izquierda parlamentaria actual que el aceptar el papel de cornudo en la lucha política no evita el ser apaleado, sino al contrario.

Sin olvidar su permanente vindicación de la veracidad y la claridad políticas, y de la necesidad de cultivar la arista anticapitalista de las tradiciones:

Pero ¿qué diferencia a esos prohombres enriquecidos y ejemplares del aceitero homicida que no supiera que su mezcla era tóxica? No el móvil -el beneficio, la vocación capitalista, por todos legitimada, de “sacar un honrado penique” del ejercicio de su listeza- ni la moralidad: no su sistema de valores, no su cultura. Sencillamente, el empresario honrado ha tenido suerte y el empresario homicida ha tenido desgracia en el desempeño de una misma función: el complicado fondo causal último de la intoxicación española de 1981 es la necesidad capitalista de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo.

No hay por qué decir eso más suavemente, ni siquiera por consideraciones prácticas: no vale la pena intentar persuadir a los empresarios privados de que es su sistema el que lleva en sí la necesidad indeterminada de esas catástrofes...

En síntesis, PEYPA es una forma inmejorable de acercarse a la obra (o de releerla si es el caso) del que seguramente fue el mayor filósofo de su generación y, sin lugar a dudas, uno de los marxistas hispánicos con mayor número registros, y más actual por otra parte.

En la colección donde se editará PEYPA este próximo sábado se han editado hasta ahora textos de Gramsci, Bakunin, Susan George y Simone de Beauvoir. La compañía hubiera sido del gusto del autor de El orden y el tiempo.

Que no han reservado aún. ¿Y a qué esperan?



Fuente: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/




Salvador López Arnal
Rebelión




Manuel Sacristán Luzón falleció en agosto de 1985. Unos dos años más tarde, su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella editaba Pacifismo, ecologismo y política alternativa (PEYPA) en Icaria, la misma editorial que había publicado entre 1983 y 1985 los cuatro primeros volúmenes de “Panfletos y Materiales”, nombre elegido por el propio Sacristán: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas.
El editor abría el volumen con una nota fechada en diciembre de 1986 en la que apuntaba:

Este volumen reúne escritos de Manuel Sacristán Luzón realizados entre 1979 y su muerte de 1985. Se refieren a la temática que más le preocupó en los últimos años de su vida: la constituida por los problemas de la crisis de civilización, las amenazas sociales y políticas para a supervivencia de la especie y la crisis del movimiento emancipatorio contemporáneo. Su conjunto puede ser representativo del intento de Manuel Sacristán de ensanchar la base de conocimiento y la perspectiva de una voluntad ética-política emancipatoria renovada.

En efecto. Aparte de temáticas lógicas y epistemológicas, en las que Sacristán también fue un autor decisivo; aparte de asuntos de traducción, faceta decisiva en el conjunto de su obra (unas 29.000 páginas fueron traducidas por él a lo largo de los años); aparte de sus interesantes y reconocidos trabajos de crítica literaria y teatral; aparte de sus decisivos artículos en asuntos filosóficos más o menos tradicionales, PEYPA recoge casi todas las temáticas centrales de Sacristán y, muy especialmente, trabajos centrados en lo que fue una de sus máximas aspiraciones en sus últimos años, la renovación y ampliación del ideario emancipador, el arrojar nueva luz a las finalidades esenciales de la tradición marxista revolucionaria.

Aún a riesgo de dejarme cosas esenciales en el tintero apunto algunas notas sobre su contenido.

Está en PEYPA, desde luego, su admiración y lectura de Gramsci. Es el último artículo del volumen, mejor cierre imposible. Se trata de la presentación que escribió en mayo de 1985 para la traducción castellana de Miguel Candel, otro de sus grandes discípulos, del undécimo cuaderno de la cárcel. Este paso es una muestra:

El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20 años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir al hombre, como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò "Hemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años". Por eso los Cuadernos de la cárcel no valen sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como símbolos de la resistencia de un "cerebro" excepcional a la opresión, el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta.

Está también Lukács. Él, que nunca fue un lukácsiano a pesar de lo dicho y escrito, tenía por el autor húngaro el respeto y reconocimientos debidos. Se carteó con él y tradujo muchas de sus obras -entre ellas, Estética I, Historia y consciencia de clase y El joven Hegel-, además de escribir uno de sus mejores trabajos, una impeccable reseña de El asalto a la razón: “Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács”. PEYPA recoge un breve artículo de abril de 1985: ¿Para qué sirvió el realismo de Lukács?” que finaliza con las siguientes palabras:

El realismo permitió a Lukács construir y construir, durante muchos años, donde otros, menos dispuestos a someterse al principio de realidad, tal vez habrían abandonado. Lo inquietante, como suele pasar con los cachazudos cultivadores de la weberiana “ética de la responsabilidad”, es que uno tiene a veces la sensación de que tantas construcciones pesen ya demasiado sobre la Tierra y sobre los que la habitamos.

Están en PEYPA dos de las más completas entrevistas que se le hicieron nunca, ambas en 1983, durante su estancia en la UNAM mexicana. La primera fue publicada en Naturaleza, una revista de divulgación científica. La claridad de su posición en asuntos de política de la ciencia y de la tecnología queda reflejada en este paso de la conversación:

No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente.

La segunda, la entrevista que Gabriel Vargas y compañeros suyos le hicieron para Dialéctica, es un forma inmejorable de acercarse a su biografía, a sus posiciones político-filosóficas nucleares y a su consideración del marxismo. Un botón como muestra:

Mi propia opinión sobre la dialéctica que creo inspirada en el trabajo científico de Marx, se puede expresar en una tesis negativa y otra positiva. (...) Mi tesis positiva es que “dialéctica” significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge. “Dialéctica” es un cierto trabajo intelectual, que, por un parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, le rebasa con mucho... Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán.

El estilo dialéctico consiste principalmente en proponerse un objetivo de conocimiento que estaba formalmente excluido por la filosofía de la ciencia desde Aristóteles, según el principio, explícito en unas épocas y tácito en otras, de que ”no hay ciencia de las cosas particulares”, de lo concreto. Tanto Hegel a su manera como Marx a la suya tienen, por el contrario, un programa de investigación que busca el conocimiento de algo particular o concreto: en el caso de Hegel, el discutible concreto que es el Todo; en el caso de Marx, la sociedad capitalista existente (...) pero, a pesar de ello (a pesar de los elementos de abstracción presentes en El Capital), lo construido en El Capital... tiene una concreción desconocida en el ideal tradicional de ciencia, tan eficaz en las ciencias de la naturaleza.

Está igualmente uno de sus grandes trabajos, junto con “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, de filología marxista sustantiva, no meramente de lucimiento académico : “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”. La siguiente es una de sus tesis centrales; el texto es algo extenso pero merece la pena:

Marx ha intentado explicar lo que a veces llama, con término muy ecológico, depredación del trabajador en el medio capitalista. No en ningún texto recóndito, sino en la obra de Marx que es más leída (al menos eso dicen). En el libro I de El Capital, hay una larga descripción de cómo la producción capitalista, al ser principalmente producción de plusvalía, busca constantemente en su época heroica, cuando trabaja sobre la base de la obtención del máximo de lo que Marx llama plusvalía absoluta, la prolongación de la jornada de trabajo, con lo cual, escribe Marx, se atrofia la fuerza de trabajo humana y se produce su agotamiento y su muerte. Esta sería la raíz última de lo que a menudo llama depredación de la fuerza de trabajo, estableciendo un interesante paralelismo con la depredación de la tierra en la agricultura capitalista. Este punto está a menudo expresado en El Capital con un lenguaje vigoroso del que puede ser muestra este paso del capítulo octavo del libro primero, el capítulo acerca de la jornada de trabajo:

En su impulso desmedidamente ciego, en su hambre de plus-trabajo, hambre feroz, hambre propia de fiera corrupta, el capital derriba no sólo los límites extremos morales de la jornada de trabajo [MSL: por "límites morales" entiende Marx los límites consuetudinarios, los que son costumbre recibida], sino también los meramente físicos. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y la conservación sana del cuerpo, se apodera del tiempo requerido para consumir aire libre y luz del sol, araña roñosamente el tiempo de comer [MSL: escribe en premonición de Tiempos Modernos de Chaplin] y, si puede, lo incorpora al proceso de producción mismo, de modo que las comidas se administren al trabajador como mero medio de producción, como el carbón a la caldera de vapor y sebo o aceite a la maquinaria.

Ese tono grave y hasta un poco patético es frecuente en el libro primero de El Capital cuando Marx estudia las causas de la depredación de la fuerza de trabajo o cuando la describe, y varias veces con ese paralelismo aludido entre trabajador y tierra; por ejemplo, también en el libro primero:

La misma codicia ciega que en un caso agota las tierras había afectado en el otro [MSL: Marx se refiere a los treinta primeros años del siglo pasado] las raíces de la fuerza vital de la nación, las epidemias periódicas hablaban en Inglaterra tan claramente como la disminución de la estatura de los soldados en Alemania y en Francia.

Esa cuestión, a la que Marx ha dado mucha importancia, pero que, sin embargo, se recuerda poco al considerar su obra, indica una conciencia bastante acertada de la importancia social de lo que se podría llamar indicadores biológicos; Marx ha estudiado con interés las estadísticas militares de Centroeuropa (principalmente de Alemania) y de Inglaterra. Con ellas consigue una significativa curva de la disminución de la estatura media de los mozos llamados al servicio militar, en correlación con la instauración del capitalismo en esas regiones. Ciertamente, todas las frases de Marx a este respecto rezuman connotación moral, porque sus análisis no son casi nunca puramente descriptivos, sino que suelen ir cargados de pasión ética y política. En el libro primero de El Capital y en el mismo capítulo octavo está la célebre metáfora según la cual el trato que recibe la fuerza de trabajo en el capitalismo, la depredación capitalista de la fuerza de trabajo, se puede comparar con el que se daba a las reses en el Río de la Plata, pues en aquella zona abundante en ganado se sacrificaba frecuentemente a las reses sólo por la piel, despreciando la carne sobreabundante. Rebuscando en los Libros Azules del gobierno inglés y en otras fuentes estadísticas o descriptivas, Marx encuentra documentación de la degradación y depredación de la fuerza de trabajo: por ejemplo, la costumbre inglesa, todavía en los años cincuenta del siglo pasado, de llamar a los obreros "tiempo-enteros" o "medio-tiempos", según la edad que tuvieran y, consiguientemente, según el horario en que pudieran trabajar de acuerdo con la limitación de la jornada de trabajo de los niños.

Puede verse en PEYPA igualmente uno de sus artículos-grandes, fechado en 1983, el año del primer centenario del fallecimiento de Marx, esos trabajos que crecen y crecen con el tiempo: “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”. Las siguientes son las palabras con las que cerraba su artículo:

El asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa.

Hay también un conjunto de artículos que tienen que ver con su preocupación antimilitarista, uno de los movimientos sociales que más cuidó y en el más se implicó activamente: “Trompetas y tambores”, “La salvación del alma y la lógica”, “El peligro de una guerra con armas nucleares”, “Contra la tercera guerra mundial”, “A propósito del peligro de guerra”, “El fundamentalismo y los movimientos por la paz”,… y el lúcido e inolvidable “La OTAN hacia dentro” son ejemplos de ello. Un paso de este último:

[…] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos. Hacia dentro es la OTAN para España tan terrible como hacia fuera y más corruptora.

PEYPA incluye también un conjunto de trabajos que tiene el ecologismo como punto esencial. Desde su comunicación de 1979 a las jornadas de ecología y política celebradas en Murcia hasta “La polémica sobre el crecimiento tiene dos caras”, pasando por “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologistas?”, “La situación política y ecológica en España y la manera de acercarse críticamente a esta situación desde una posición de izquierdas” o la “Carta de la redacción” del número 1 de mientras tanto, donde puede leerse aquel paso que se convirtió en consigna vivida, sentida y razonada de tantos y tantos jóvenes de la época:

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y orientarnos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro. Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración, puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del nº 1 de Materiales habíamos escrito que sentíamos "cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente". Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond -ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos-, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello); el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy una humanidad de complicada composición y articulación. [El énfasis es mío]

En PEYPA puede verse, además, uno de los mejores artículos de intervención sobre el comunismo catalán reciente: “A propósito del V Congreso del PSUC”, una interesante aproximación a temas de enseñanza (“El informe del Club de Roma sobre el aprendizaje”) y no faltan artículos sobre el desconcierto de la izquierda (“En todas partes crecen desencantos”) y sobre los nuevos procedimientos y luchas sindicales (“Hambres, huelgas, huelgas de hambre”), además de perlas como “Intoxicación de masas, masas intoxicadas” y deslumbrantes notas críticas sobre la actuación de los partidos de izquierda durante la transición-transacción. Esta, por ejemplo:

Fuera del plano formal, no es cosa de negar que la ley [La "ley sobre los supuestos previstos en el art. 55,2 de la Constitución" ("Ley de seguridad ciudadana")] apunta unas cuantas veces buenas intenciones del legislador; por ejemplo, cuando pena "detenciones ilegales con simulación de funciones públicas" (art. 2, b), o cuando sale al paso de la "utilización injustificada o abusiva de las facultades gubernativas" (art. 3, 2). Pero la realidad que se vislumbra ya en la misma ley, sin necesidad siquiera de echar un vistazo a las actividades represivas en curso por todo el país, habla un lenguaje diferente. Por de pronto -y como desde siempre, por el hecho de que una policía auténticamente judicial parece ser más utópica que cualquier ideal de más enjundia-, toda la iniciativa es de la policía que antes llamábamos político-social. El juez solamente "denegará o autorizará la realización o la persistencia de las iniciativas policíacas (art. 3,1). La suspensión del derecho a impedir el registro del domicilio de uno si no hay mandamiento judicial obsesiona al legislador, que la establece en dos artículos, el 2, b y el 4,1. La obsesión está fuera de lugar, si se tiene en cuenta que el poder dispone de los mismos jueces bajo cuya jurisdicción ya estos mismos policías registraron varias veces nuestras casas en tiempos de Franco.

Con razón se ha señalado el final del párrafo 1º del art. 1 de la ley como muy preocupante. Ese párrafo incluye entre "las personas cuyos derechos fundamentales pueden ser suspendidos" a "quienes, una vez proyectadas, intentadas o cometidas" las acciones punibles que especifica la ley, "hicieren su apología pública". Con sólo interpretar un poco anchamente lo de ‘apología’ quedarían legitimadas las 400 causas seguidas contra 60 periodistas entre enero y mayo de este año; y, en el plano ejecutivo, serían muy naturales los incidentes sufridos por la cineasta Pilar Miró y los pintores José Ortega y Agustín Ibarrola, casos todos ellos -dicho sea de paso- que muestran la inutilidad material de esta ley, sin la cual se había logrado ya todo eso. Lucio González de la Fuente, el director de Combate (órgano de la Liga Comunista Revolucionaria), está procesado, bajo la acusación de desacato, por haber publicado un comunicado del Comité Central de su partido titulado "El estado policíaco continúa". Eppur si muove.

Paso al que Sacristán añadía la siguiente conclusion en la que hablaba “la completa hegemonía de la reacción en esta democracia”:

Tal vez haya que tomarse menos en serio la nueva ley que el modo como se ha aprobado en el Congreso. El 28 de octubre los diputados Félix Pons (PSOE) y Jordi Solé (PSUC) declaraban que las posiciones de sus partidos acerca del proyecto de ley eran muy distantes de las de UCD, sostenidas por Oscar Alzaga. De eso infería el periódico El País al día siguiente que "UCD sólo cuenta con el apoyo seguro de Coalición Democrática, mientras que es posible que los socialistas se abstengan". Siendo de 176 la mayoría necesaria para la aprobación de la ley, la votación, según eso, no iba a resultar brillante. Pero mientras los lectores de la prensa diaria sopesaban esas consideraciones, el Congreso aprobaba la ley por 298 votos a favor, 2 en contra (Bandrés y Sagaseta) y 8 abstenciones (PNV). No ha trascendido mucha información acerca de lo que convirtió en unidad, de la noche a la mañana, la "gran distancia" que separaba a la izquierda parlamentaria del sedicente centro. Tal vez fuera ello la derrota en el pleno del intento de incluir entre los supuestos de terrorismo del art.1 la huelga espontánea en servicios públicos. Si así fue, el hecho documentaría bien la completa hegemonía de la reacción en esta democracia. Tienen que estar muy poseídos de su fuerza y su influencia unos fascistas o centristas que intentan definir la huelga espontánea como terrorismo.

La misma impresión de seguro regodeo en la victoria dan los periódicos conservadores de esas fechas. El Ya del 31 de octubre, por ejemplo, al no poder mostrarse descontento de la ley, lo que habría sido desaforado, se limitaba a regañar a los diputados por no celebrar su obra a toque de trompetas. Y se preguntaba socarronamente: "Nos preguntamos si no hay, en el fondo, como un deseo de que "no se sepa" que se ha aprobado una limitación de los sacrosantos derechos individuales..." ¡Habría que leer el Ya el día en que un parlamento limitara el derecho a poseer medios de producción o a montar fábricas privadas de cerebros, como lo suelen ser las grandes escuelas de la Iglesia!

La brutalidad de los miembros de la comisión parlamentaria que querían declarar terrorista la huelga espontánea, la sarcástica jactancia de Ya y otras muchas manifestaciones del sentimiento de victoria de la reacción podrían tener, al menos, una buena consecuencia: mostrar a los militantes de la izquierda parlamentaria actual que el aceptar el papel de cornudo en la lucha política no evita el ser apaleado, sino al contrario.

Sin olvidar su permanente vindicación de la veracidad y la claridad políticas, y de la necesidad de cultivar la arista anticapitalista de las tradiciones:

Pero ¿qué diferencia a esos prohombres enriquecidos y ejemplares del aceitero homicida que no supiera que su mezcla era tóxica? No el móvil -el beneficio, la vocación capitalista, por todos legitimada, de “sacar un honrado penique” del ejercicio de su listeza- ni la moralidad: no su sistema de valores, no su cultura. Sencillamente, el empresario honrado ha tenido suerte y el empresario homicida ha tenido desgracia en el desempeño de una misma función: el complicado fondo causal último de la intoxicación española de 1981 es la necesidad capitalista de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo.

No hay por qué decir eso más suavemente, ni siquiera por consideraciones prácticas: no vale la pena intentar persuadir a los empresarios privados de que es su sistema el que lleva en sí la necesidad indeterminada de esas catástrofes...

En síntesis, PEYPA es una forma inmejorable de acercarse a la obra (o de releerla si es el caso) del que seguramente fue el mayor filósofo de su generación y, sin lugar a dudas, uno de los marxistas hispánicos con mayor número registros, y más actual por otra parte.

En la colección donde se editará PEYPA este próximo sábado se han editado hasta ahora textos de Gramsci, Bakunin, Susan George y Simone de Beauvoir. La compañía hubiera sido del gusto del autor de El orden y el tiempo.

Que no han reservado aún. ¿Y a qué esperan?



Fuente: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

jueves, 29 de octubre de 2009

¿Ha muerto el fundamentalismo neoliberal?

Ponencia presentada en el Curso de verano ‘Crisis en Europa’ en junio 2009

Miren Etxezarreta
Espai Marx

Esta ponencia se propone revisar brevemente algunos de los planteamientos actuales que señalan la defunción de los planteamientos neoliberales de las últimas décadas. Sobre la base de la crisis financiera y económica actual y las medidas tomadas para ‘refundar’ la economía, consistentes principalmente en la amplísima participación de los Estados para la recuperación de las instituciones financieras privadas y algunos importantes consorcios industriales, algunas voces profesionales señalan el fin de paradigma neoliberal. En esta ponencia se trata de revisar hasta donde la crisis actual conduce a un cambio en el paradigma de política económica, si la política económica actual consiste en un keynesianismo asimétrico o si tendrá éxito el intento de mantener las líneas esenciales del paradigma neoliberal.
Me referiré principalmente a la realidad del estado español y de la UE aunque la naturaleza de la crisis hace que los comentarios se refieran también a la economía mundial. Planteo más bien unas cuantas hipótesis –bastante provocativas- que puedan inducir a un debate, ya que es bastante difícil tener ideas solidamente establecidas cuando todavía estamos en medio de una intensa crisis.

La crisis obliga a un replanteamiento radical de las estrategias económicas


La crisis altera de tal forma toda la situación de futuro que es muy poco plausible mantener los planes de actuación económica como estaban establecidos o en vías de establecerse. Si observamos las crisis más relevantes percibiremos que tras la crisis de 1929 cambió radicalmente el modelo de acumulación y el correspondiente paradigma económico del liberalismo al intervencionismo, y, asimismo que tras la crisis de los sesenta-setenta del siglo XX se cerró el periodo intervencionista para establecer el dominio del neoliberalismo. Una crisis se produce cuando un modelo de acumulación se agota y, por ello, ha de cambiar la estrategia que conlleva. Esta crisis no puede dejar de suponer un nuevo cambio en el modelo de acumulación y en el paradigma de política económica. A ello apuntan la evolución de las variables más significativas. Por ejemplo, la evolución de las variables macroeconómicas se ha invertido: han vuelto los déficits públicos y los límites a los mismos fijados por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) han estallado ya en muchos países de la UE, las cifras de inflación se convierten en deflación (o más políticamente correcto en ‘inflación negativa’ ¡), el Estado vuelve a intervenir masivamente en el mundo de los negocios, etc.

Asimismo, la crisis está acentuando el proteccionismo y el nacionalismo económico de los estados, aspecto muy relevante tanto en las relaciones internas de los países de la UE como respecto a las relaciones externas. Tampoco se ha logrado concluir la Ronda de Doha lo que supone una alteración a los planes de expansión exterior. El enfoque que se plantea –en todo pero sobre todo en relaciones exteriores- es de muy corto plazo. La estrategia de la UE tendrá que apoyarse ahora principalmente en los acuerdos bilaterales.

La evolución de la UE anterior a la crisis actual mostraba ya profundas fallas en su estrategia de política económica y social pero la crisis expone con mucha mayor claridad y contundencia la inoperancia de esta política. Por tanto, sería un error plantearse el futuro bajo las mismas premisas y los mismos enfoques de la época anterior. Si hay que decir (hacer) algo sensato en la nueva situación tiene que ser replanteando críticamente toda la estrategia anterior. Si razones políticas obligan a continuar programando según los enfoques anteriores supondrá una perdida de tiempo, mucho dinero público y de la oportunidad de plantear un enfoque más útil. Si las recomendaciones han de hacerse en el estrecho marco que permite la política actual, es igual que no se haga ninguna. Al contrario, en esta exposición quisiera mostrar que otras políticas son imprescindibles si queremos ser eficientes y cumplir con nuestra responsabilidad profesional en el marco actual.

El eje central de la política de la UE y de la orientación prioritaria de la de los estados miembros (EM) está constituida por la Estrategia de Lisboa y sus sucesivas revisiones, que se establecieron en una etapa económica muy distinta de la actual. Por ello, éstas políticas tienen que revisarse profundamente. La política de oferta y los principios neoliberales en boga cuando la EL se diseñó parecen, sólo parecen, bastante desacreditados en el mundo teórico y todavía más en el de la política económica. Toda crisis impone la destrucción del esquema anterior y la creación de un nuevo esquema. Parece que no queda más remedio que rechazar toda la teoría neoclásica y los principios de política económica neoliberal – competitividad, liberalización, desregulación, privatización, austeridad laboral, NAIRU, etc. - que estaban en la base del modelo anterior ya que la crisis ha demostrado que son erróneos y perjudiciales. Es necesaria una nueva estrategia económica que oriente el modelo de acumulación que surgirá de la crisis.

No obstante, da la impresión que la Unión ha optado deliberadamente por una actitud de ‘business as usual’ (¿han pensando quizá que es importante mantener la estabilidad subyacente en medio de la vorágine o realmente creen que las bases económicas permanecerán estables?). Todavía en el Consejo de Primavera 2008 escriben como si todo siguiese girando en torno a la EL sin que parece que perciban que todo se ha trastocado y hay que resituarlo todo (seguramente de forma muy distinta a la anterior).Presentan una imagen extraña: por un lado parecen buscar intensamente medidas para salir de la crisis, y por el otro, no alteran para nada su política económica habitual y hablan como si las importantes transgresiones actuales a la misma fueran una cuestión meramente temporal. Superponen una serie de medidas ‘para salir de la crisis’ aparentemente independientes y sin relación con cualquier otro aspecto de la PE habitual que se desarrolla de forma totalmente paralela a las medidas anticrisis y que parece se han dejado en suspenso.

El análisis de la crisis es también deficiente, pues se considera todo el tiempo que es una crisis exclusivamente financiera. La crisis no sólo tiene raíces financieras sino también de la economía real. Es un análisis muy sesgado. A mi juicio no se puede explicar la crisis sin considerar que ella surge de la combinación de dos variables: los elementos financieros y una segunda variable clave, que se menciona mucho menos, consistente en la evolución de los salarios y la distribución de la renta en las últimas décadas. Se ignora que desde la crisis de los setenta las remuneraciones de los trabajadores han ido disminuyendo en su participación en las riquezas nacionales respectivas y que esta evolución tiene una significativa e importante incidencia en la crisis. (Grafico 1)

Sin embargo, en la UE sólo se alude a los aspectos financieros. En el Consejo Europeo de Otoño 2008, en plena crisis, reunidos en Paris, estudian ‘como proteger el sistema financiero europeo y a los depositantes’. Ni una palabra de la importancia de la crisis para el crecimiento y el empleo –objetivos de la EL- o sus consecuencias en el empleo y la población.

Gráfico 1: Evolución de la participación de los salarios en el PIB



Las recomendaciones de la PE europea habitual se dan dentro de un marco relativamente estable de todas las variables económicas y financieras aunque este marco se ha alterado tan sustancialmente que estas recomendaciones ya no son relevantes y mucho menos útiles en el nuevo contexto. Una cosa son las medidas anticrisis, y otra la PE que habrá de establecerse para la nueva etapa.



Respecto a la crisis la posición formal de la UE es la de una política coordinada: ‘Los Ventisiete respaldaron el marco de actuación del rescate financiero decidido por el Grupo de la Eurozona. Los líderes europeos también se pusieron de acuerdo en revisar la manera en que se gobierna el capitalismo financiero y la supervisión de las operaciones transfronterizas. También mostraron su preocupación de que semejante fenómeno vuelva a repetirse. Sarkozy invoco un nuevo Bretón Woods para mejorar el gobierno de la economía global y supervisar los grupos financieros internacionales. También se discutió en Paris la idea de un único supervisor europeo y el establecimiento de una célula de crisis financiera que permita a los europeos reaccionar lo más rápido posible ante posibles turbulencias financieras’ (Consejo otoño 2008). Es decir, la crisis es un fenómeno exclusivamente financiero, la receta para resolverla es más transparencia, regulación y control y debería haber una política coordinada. Esto es lo que se dijo al principio de la crisis y el discurso que se mantiene. Pero, se está mostrando ampliamente que no hay tal política coordinada (de 200.000 M€ ayudas, 170.000 son de los estados nacionales y 30.000 de la UE), cada dirigente nacional quiere salvar ‘su economía’ (repitiendo lo que sucedió en la crisis de los setenta), y ya se verá hasta donde llegará el control del sistema financiero global (más adelante volveremos sobre este punto). En la reciente Cumbre de junio de 2009 la situación es todavía más nacionalista y los países rechazan ser controlados por una autoridad europea.



¿Se está produciendo un cambio de paradigma?:



La crisis ha obligado a los Estados a intervenir de forma muy acentuada en el sector financiero y, en cantidades algo menores en el rescate de algunos sectores industriales (principalmente el automóvil), ignorando absoluta y totalmente (aquí hay que ser muy contundente) toda la teoría económica dominante y los principios asumidos como dogmas indiscutibles por la política económica en las últimas décadas. En una visión superficial parece como si se hubiera pasado del fundamentalismo neoliberal a una especie de keynesianismo tradicional, de manual. Pero hay que analizar un poco más lo qué está pasando.



Los grandes intereses económicos han aceptado (incluso requerido) esta intervención sin dar señales que reconocían que es una política contradictoria y en ruptura completa con lo que han estado sosteniendo durante todo el periodo anterior, lo mismo que la mayoría de los economistas ortodoxos. Se ha aceptado la importantísima participación del Estado cínicamente (todavía estoy por leer una autocrítica de la economía convencional; una de dos, o los economistas convencionales no tenían ni idea de la inminencia de la crisis, lo que pone en serias dudas su capacidad profesional, o ahora parece que todos los economistas sabían que habría una crisis, pero no habían dicho nada, lo que les convierte en cómplices de los agentes directos de la misma). Es posible que sea debido a que no quieren aceptar que cuando se salga de la crisis el paradigma dominante habrá de ser otro, pues pretenden que la intervención pública sea temporal y sin salir de los principios del libre mercado: ‘Reconocemos que estas reformas únicamente tendrán éxito si están solidamente fundamentadas sobre un firme compromiso con los principios del libre mercado, incluyendo el imperio de la ley, el respeto por la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en los mercados competitivos y se apoyan sobre unos sistemas financieros eficientes y eficazmente regulados. Estos principios son esenciales para el crecimiento económico y la prosperidad, habiendo ya liberado a millones de personas de la pobreza y elevado sustancialmente el nivel de vida a escala global. Reconociendo la necesidad de mejorar la regulación del sector financiero, deberemos, sin embargo, evitar un exceso de regulación que podría obstaculizar el crecimiento económico y exacerbar la contracción de los flujos de capital, incluyendo a los países en desarrollo’. (Reunión G-20 noviembre 2008 Washington, cursivas añadidas)

Es decir, intervencionismo, sí, pero a su manera. Pretendiendo que sea sólo temporal, limitándolo a aquellos aspectos inevitables para la continuidad del sistema con mínimos cambios y sobre todo, como la cita lo demuestra, pretendiendo que, en tanto en cuanto sea posible, se mantenga en línea con los principios del fundamentalismo neoliberal. Su intento de permanencia de éstos se percibe por varios tipos de razones distintas:

A ) El ‘keynesianismo’ que se esta practicando es un keynesianismo asimetrico. En el sentido que la crisis ha llevado a intervenciones masivas para salvar la situación del capital financiero y ciertos capitales industriales, pero la política económica que se está siguiendo para enfrentar las consecuencias de la crisis para las clases populares es acentuada y crecientemente neoliberal.

En el caso del Estado español, para apoyar al capital financiero se han establecido principalmente el Fondo de Adquisición de Activos financieros (50.000 millones €), el programa de avales a la financiación de entidades de crédito (hasta 100.000 millones €) y el aumento del importe máximo garantizado por los Fondos de Garantía de Depositos hasta 100.000 euros por persona y cuenta en cualquier entidad lo que supone garantizar unas cifras de depósitos muy por encima de la cifra media de ahorro e inversión de la población del Estado, además de la posibilidad de las entidades financieras de recurrir a la liquidez ofrecida por el Banco Central Europeo. A ellos se añade ahora el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROP) [1] que propone:



No sólo se apoyará a las entidades con dificultades sino que



[2]

Es decir, las necesidades de las instituciones financieras se preven con tiempo suficiente para que sean lo más eficientes posible, se propone apoyar incluso los procesos de integración necesarios, y se dedican a las mismas ingentes fondos públicos (hasta 99.000 millones de euros posibles) [3] . Y situaciones similares, si no más favorables todavía se reproducen prácticamente en todos los países europeos y con mayor magnitud en Estados Unidos.

Mientras tanto, las familias que se encuentran con la imposibilidad de pagar las hipotecas se enfrentan a procedimientos de desahucio acelerados, aun en situaciones de los bancos como los del estado español en que no son las deudas familiares sino las de los promotores inmobiliarios –en muchas ocasiones participados por las propias instituciones bancarias- las que causan los problemas e ignorando los ingentes beneficios que esas instituciones han tenido los últimos años.

Un ejemplo de la capacidad de acumulación. 1.600 millones € de compras en dos décadas.

1990-1999. Los inicios. Los Salazar irrumpieron en 1990 en la bolsa con la compra de Arana, una pequeña maderera cotizada. En 1992 adquieren la arrocera valenciana SOS y a lo largo de la década empiezan a ganar tamaño con la adquisición de pequeñas empresas del sector del arroz.

2000-2003.Expansión. En 2000, SOS compra Cuétara y en 2001Koipe, lider español del aceite y propietario de las marcas Koipe y Carbonell “Cuando hacemos una OPA es para ganarla, no para hacer el ridículo·dirá Jesús Salazar, que recibirá el premio al emprendedor del año.

2000-2004. Salida al exterior. Se suceden compras de empresas foraneas. American rice (2004), Minerva Oil (2005), Lassie (2006) y la italiana Carapelli, lo que permite al grupo colocarse como lider mundial del aceite de oliva. En 2007, Jesús Salazar recibe el premio Tiépolo, que reconoce el desempeño empresarial de entidades con una especial vinculación con Italia. En diciembre pasado, el grupo cierra la compra de Bertolli, lider en EE.UU. y su mayor adquisición hasta hoy (630 millones), al tiempo que vende Cuétara a Nutrexpa. En total el grupo ha comprado empresas por importe de 1.600 millones en los últimos 20 años’. Actualmente los negocios de los Salazar (SOS y las acumuladas) buscan nuevos socios para reducir su elevada deuda de 1.400 millones de € y los hermanos Salazar han sido cesados como presidente y vicepresidente y consejero delegado de SOS y acusados de actuaciones ilegales e impropias. (Público 22/6/2009) Es una pequeña muestra de la acumulación de una empresa de índole familiar. Deliberadamente se ha elegido una empresa que no es de la construcción. Los crecimientos de otras muchas empresas son todavía superiores.

¿Por qué no es posible legislar una moratoria para las deudas hipotecarias que evitase los desahucios y organizar formas innovadoras de resolver el problema de la deuda de las familias cuando el Banco Central Europeo y el estado están proporcionando tan abundante liquidez a las instituciones financieras? Asimismo, las empresas están exigiendo a sus trabajadores congelaciones salariales de alcance para evitar el cierre, despidos masivos o la deslocalización empresarial, con la aquiescencia y la felicitación de los gobiernos; aparentemente la única solución de todos los problemas empresariales, incluso de aquellos entes que han obtenido altísimos beneficios en los últimos años son las reducciones de plantillas, los ‘eres’ o las jubilaciones anticipadas que suponen siempre un aumento del gasto de la Seguridad Social, y el paro se convierte en el ‘remedio’ que los trabajadores no tienen más remedio que enfrentar [4] . La ‘solución’ vuelve a ser la de la economía de oferta: que el despido sea más barato, que los trabajadores sean más flexibles y competitivos para que se recuperen los beneficios.

Ignoremos la demanda y las causas de fondo de la disminución de la misma, aunque su deficiencia sea la que está causando los problemas. El Presidente del Banco Central Europeo, Trichet, el 22 de junio de 2009, olvidando la inoperancia del todopoderoso BCD en todo lo que no sea controlar la liquidez y los tipos de interés [5] , en su visita a Madrid insiste en la necesidad de España de moderar los salarios y facilitar el despido, coreado con entusiasmo por tantos economistas y empresarios que pretenden una ‘reforma del mercado laboral’ en la dirección de facilitar y abaratar el despido.

No es extraño que no se quiera desvelar que una importante causa de la crisis es la disminución de las remuneraciones del trabajo, porque ello conlleva que una verdadera solución de la crisis –que supone inevitablemente un aumento de la demanda- tiene que partir de una mejora de la capacidad de compra de las familias (no necesariamente lograda a través del crédito), es decir, de un aumento de los salarios de los trabajadores ocupados y de un aumento de los ocupados en la población activa. Aunque en el caso del Estado español la magnitud del paro y la precariedad del mercado laboral de los últimos años está forzando a que se diseñe alguna ayuda permanente para los parados –a fines de junio se propone una ayuda a los parados que han agotado ya todos las posibilidades de subsidios, 420 euros al mes por seis meses con el compromiso de asistir a cursos de formación que faciliten la reinserción laboral [6] - y la retórica del ejecutivo es que no se modificará el mercado laboral ni las ayudas sociales [7] , resulta que ya está rebajando el gasto en el presupuesto, aumentando los impuestos de la gasolina [8] y el tabaco –mientras se anula el impuesto sobre el patrimonio y, supongo que en compensación por la ayuda de último recurso a los parados, se propone también disminuir en un 0,5% las cotizaciones empresariales a la Seguridad social. ¿No dicen que ésta amenaza quiebra? Hay actuaciones públicas de escándalo. En un momento, ante las exigencias de algunos partidos menores, pareció que el gobierno estaba dispuesto a realizar una parcial reforma fiscal que supusiera un aumento de impuestos para los mas ricos, pero esta intención duro sólo seis horas y tan pronto como encontraron otros socios ‘más razonables’ (CiU) olvidaron su propuesta anterior, incurriendo no sólo en un error estratégico de política económica, sino en un triste ridículo acerca de sus ‘planes’(?) de actuación.

No solamente el gasto público a corto plazo va a limitarse sino que se mantiene que no habrá dinero para la sanidad, ni la educación, ni la asistencia social y hay que privatizarlas, además de que con el impulso del Gobernador del Banco de España [9] , secundado con entusiasmo por el Sr. Botín, se argumenta que en el futuro no habrá tampoco dinero para las pensiones públicas y sólo quienes contraten pensiones privadas tendrán derecho a una vejez digna. La reducción de los derechos del Estado del Bienestar y su privatización y conversión en mercancías se intensifica en un periodo de plena crisis que está afectando con extremada dureza a los trabajadores.

No hay duda que la política económica para los trabajadores es una política económica digna de las mejores épocas del pensamiento neoliberal y que el intervencionismo del que tanto se habla es, en el mejor de los casos un keynesianismo asimétrico que para nada tiene en cuenta la mejora en la situación de las clases populares. ¿Dónde está el equivalente del Informe Beveridge (1942) para la instauración del Estado del Bienestar que acompaño al keynesianismo en la postguerra? Una vez más, son las clases populares las que cargan con las duras consecuencias de una crisis en cuya génesis no han tenido la menor participación.

Por otra parte, la enorme aportación de fondos que los estados están realizando no conllevan condiciones de ninguna clase para quienes son tan cuantiosamente ayudados. Es verdad que algunas empresas han sido ‘nacionalizadas’ pero una nacionalización muy peculiar, light, sin que en muchos casos incluya el hacerse cargo de la gestión o ponga en solfa el accionariado actual de las mismas. Pero otras muchas han recibido ayudas sin ni siquiera dicha intervención. El Estado español ha puesto a disposición de las entidades financieras grandes cantidades de fondos líquidos, y ha establecido un Fondo de Rescate para las instituciones financieras que puede alcanzar los 99.000 millones de euros y se proponen ingentes obras públicas para sostener la actividad del sector de la construcción sin que en ningún caso se hayan impuesto condiciones a cambio, excepto la muy genérica de ‘cooperar a la creación de empleo’. Tras las abundantes ayudas prestadas, los gobiernos se ven todavía obligados a instar a las instituciones financieras que concedan créditos más abundantes (petición a la que los bancos han hecho oídos sordos), o que generen puestos de trabajo (a lo que se responde con la disminución de plantillas). Por no mencionar otras condiciones que hubieran podido ser impuestas con la orientación de cambiar ‘el modelo de producción’, tema tan manido en el caso del estado español [10] .

Además, en esta crisis, los grandes gestores del capital parece que han aprendido a continuar con sus muy altos niveles de vida [11] . No abundaré en la amplia información existente acerca de cómo los grandes gestores del capital (entre los cuales se cuentan casi siempre los miembros principales del Consejo de Administración, y por tanto accionistas principales) han disfrutado de remuneraciones desmesuradas durante las épocas de bonanza, pero por lo menos quiero mencionar la continuidad de dichas remuneraciones y la falta de exigencia de todo tipo de responsabilidades a los dirigentes de las empresas incluso en los periodos en que la crisis se había manifestado con toda su crudeza. Es un escándalo social que en muchas de las empresas recuperadas por los distintos estados, los dirigentes sigan siendo los mismos que les condujeron a la quiebra y, probablemente –hay poca información al respecto- en condiciones de contratación bastante similares a la etapa anterior. No se puede ignorar la injusticia de esta situación, mientras se requiere a las clases populares que ‘se aprieten el cinturón’.

B) La regulación del capital financiero que se consideró esencial al comienzo de la crisis se está demorando y parece que será bastante tenue. A pesar que en las dos reuniones del G-20 parecía que el establecimiento de nuevos sistemas de regulación era una de las condiciones esenciales para salir de la crisis y ‘refundar el capitalismo’, hasta mediados de junio parecía que el tema se había olvidado. Incluso la lista de paraísos fiscales que, con muchas resistencias, se consiguió elaborar en la reunión del G-20 de Londres fue muy rápidamente modificada, se eliminaron los paraísos fiscales ‘negros’ y hasta la propia lista ha desaparecido de la consideración pública. El 17 de junio el presidente Obama anuncia un nuevo sistema de regulación dando más poder a la Reserva Federal, creando una Oficina de Supervisión Económica e imponiendo más vigilancia en el mercado de emisión de títulos respaldados por hipotecas y los complejos productos financieros hasta ahora al margen del sistema. También en la Cumbre Europea de junio se vuelve a hablar de crear un nuevo marco de regulación financiera basado en el informe elaborado por un grupo de expertos bajo la dirección de J. de Larosière, ex director general del FMI y que crea tres autoridades europeas de supervisión (banca, seguros y bolsa) con poderes para fijar normas iguales y vinculantes para todos los países y la posibilidad de tomar decisiones obligatorias cuando existan disputas entre los estados. Pero hay muchos comentaristas que destacan lo débil y cauto de dichos grupos de medidas: ‘Es cierto que el conjunto de recomendaciones supone un refuerzo de los poderes regulatorios, pero, al mismo tiempo, hay señales de un profundo respeto por el status quo. Dar mayores atribuciones a la Reserva Federal, por ejemplo, es al mismo tiempo, un gesto de exculpación de responsabilidades y una cesión ante las presiones de los chicos de Wall Street, acostumbrados a moverse con habilidad por los corredores del Banco Central’ [12] . ‘Quizá haya alteraciones en el equilibrio político, a favor de una regulación más intrusiva en el futuro…, pero a la luz de los hechos ese quizá es cada vez menos probable’. El propio J.E. Stiglitz señala: ‘Pienso que la Administración de Obama ha sucumbido a la presión política y a los augurios pesimistas de los grandes bancos que explotan el miedo. Como consecuencia, el Gobierno ha confundido rescatar a los banqueros y sus accionistas con rescatar los bancos…En cambio, Estados Unidos ha proporcionado poca ayuda a los millones de etadounidenses que están perdiendo sus hogares…Pero esta nueva forma de sucedáneo del capitalismo según el cual las perdidas se socializan y los beneficios se privatizan esta condenada al fracaso’ [13] . Y pueden leerse bastantes otros comentaristas en las mismas líneas. Asimismo en la UE, los mismos Estados miembros rechazan que una autoridad europea pueda tomar medidas de emergencia obligatorias en situación de crisis, incapaz por tanto, de establecer una política conjunta. Liderados por los británicos parece que la regulación europea si existe será nacional y débil [14] . Incluso la OCDE en sus propuestas de control de los paraísos fiscales acepta que cada país decida cual de las diferentes medidas propuestas tomar y frente a que tercer país, lo que conlleva el peligro de la más absoluta inoperancia de dichas medidas. ‘ Los gobiernos insistieron desde el principio en la necesidad de reformar de arriba abajo la regulación financiera, sin embargo hasta el momento, esta sucesión de reuniones internacionales no ha propiciado demasiados resultados en la práctica. Por tanto, ‘ha cambiado todo pero no ha cambiado nada’…tras dos años de recesión no se percibe una ambición reformadora similar…Hasta ahora la sensación de urgencia ha sido inexistente’ [15]

Mediado 2009 da la impresión que mediante los ingentes apoyos a las instituciones financieras, de momento se ha conseguido apaciguar, ‘domesticar’, la crisis financiera. Y podría decirse que los capitales financieros y sus representantes políticos presionan con fuerza para que la inevitable regulación sea mínima y permita una rápida vuelta a la práctica habitual de los negocios financieros. Parece que el respeto por las ‘reglas del libre mercado y la creencia en su capacidad autorreguladora’. es superior a la imperiosa necesidad de una estrecha regulación que se percibía al principio de la crisis. Se diría que el poder del capital, especialmente del capital financiero, sigue controlando el mundo y que pueden ser capaces de ganar la batalla acerca de su rechazo de la estrecha regulación que se ha considerado necesaria para establecer un nuevo periodo de acumulación de capital sostenible.

El problema ahora parece residir más en el ámbito de lo real y la muy acusada caída de la demanda en el mundo entero, más en países como el nuestro. Pero frente al mismo la receta vuelve a ser la neoliberal de presionar desde el lado de la disminución de costes para recuperar ‘la competitividad’ que no deja de ser un eufemismo para referirse a los beneficios empresariales. La pregunta obvia, incluso ignorando la mayor o menor injusticia de dicha formula es, ¿es esta una forma adecuada y eficiente de resolver la crisis? ¿lleva a una recuperación sostenible? Volveremos sobre la misma.

C) Cualquier estrategia económica perdurable necesita una teoría económica en la que basarse o por lo menos que la legitime. Pero n o parece que se esté construyendo una nueva teoría económica: ya hemos señalado que los neoclásicos (neoliberales en política económica) no han realizado en ningún momento una autocrítica y aquellos economistas con tendencias keynesianas parecen contentos porque consideran que se esta reivindicando su escuela. Sorprendentemente, a mi juicio, los postkeynesianos que parecía el grupo más preparado para tomar el relevo a la teoría convencional con una teoría más realista, crítica y progresista no están destacando por su presencia pública ni tampoco surgen grandes avances entre los neokeynesianos [16] y las medidas que se toman más parecen reflejar un keynesianismo de manual respecto al apoyo al capital y la continuidad del neoliberalismo para el trabajo. Una mezcla de difícil coherencia y todavía de menos posibilidades de justificación política. La esterilidad que desde hace años está manifestando la ciencia económica convencional aparece ahora en toda su magnitud. ¿Aparecerá un Keynes que establezca un discurso coherente y practicable? No parece próximo ni siquiera entre los premios Nóbel que se consideran más críticos con la política del Consenso de Washington (Stiglitz, Krugman)

D) Todavía hay otro elemento que es necesario mencionar y se refiere a la falsa percepción que del papel del Estado se ha tenido durante el periodo neoliberal.

Ha sido un error de percepción durante muchos años –o probablemente más una forma de plantear el tema que lo legitimara y facilitara su práctica – suponer que en los planteamientos neoliberales se consideraba que el Estado no había de interferir en la economía, y que el libre comercio era el régimen de actuación internacional. Lo que realmente propone el neoliberalismo, y lo ha llevado a la práctica en las últimas décadas, es reestructurar el papel del Estado para que éste tuviera como objetivo el facilitar la operación de los mercados para beneficio del capital. El Estado no ha estado nunca ausente de la escena económica, como lo muestra la importantísima legislación que durante dicho periodo tuvo lugar, especialmente respecto al mercado de trabajo, a la ‘liberalización’ de todo tipo de trabas para que los grandes negocios pudieran actuar según sus intereses y sus deseos, el establecimiento de sistemas fiscales muy favorables a los capitales y las grandes fortunas, la exigencia de programas de ajuste en todo el mundo así como la imposición de la competitividad y el libre comercio (por medio del FMI y el BM en el mundo pobre, y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en la UE) mientras los países más poderosos protegían sin rebozo sus sectores más débiles (agricultura, textil). Y un larguísimo etc. El fundamentalismo neoliberal respecto al abandono del Estado de la economía nunca ha existido en la práctica, sino que éste ha estado siempre presente gestionando las economías para favorecer al mundo de los negocios. Por tanto, la intervención actual, aunque descomunal por su magnitud, no es más que la continuidad del papel del Estado como agente de última instancia para la salvación de los intereses económicos dominantes [17] . En este sentido la mayor intensidad de la intervención directa respecto al capital no es contradictoria con el papel que el Estado ha tenido siempre en el capitalismo de velar por la buena salud del proceso de acumulación de capital.

Por tanto, no parece que la economía global esté asistiendo al fin del fundamentalismo neoliberal sino que éste ha aceptado el intervencionismo que le era imprescindible sin graves problemas de análisis de su coherencia con sus posiciones previas, pero está intentando hacerlo temporal y mínimo [18] , mientras que intensifica la carga neoliberal en su estrategia de clase frente a los trabajadores y las clases populares.

Consecuencias



Si mis planteamientos son correctos y los grandes capitales, principalmente los financieros, consiguen recuperarse de la crisis sin un cambio significativo en su modelo de acumulación, quiere decir que con modificaciones menores, lograrían volver más o menos a la globalización previa a 2007. Probablemente los capitales financieros aprenderán pronto a esquivar las regulaciones que se establezcan y podrán continuar con sus negocios especulativos habituales, ‘Los banqueros parecen creer que el regreso al business as usual está a la vuelta de la esquina. Creen que pronto podrán volver a jugar a los mismos juegos que antes’ (P. Krugman). Parece bastante claro que se producirá –ya está teniendo lugar- una gran concentración del capital (financiero e industrial) y un cambio en los sectores prioritarios para la acumulación (tendrán los nuevos sectores: el capitalismo verde, las nucleares, la producción de agro-combustibles, la privatización del Estado del Bienestar, el potencial suficiente para generar los beneficios necesarios para los capitales sobrevivientes o cual podrá ser el ámbito de acumulación en el futuro?), y que asistiremos a una creciente dualidad de la economía entre sectores potentes y sectores marginales y subordinados. La competitividad global seguirá siendo el paradigma prioritario y las pequeñas y medianas empresas sólo podrán sobrevivir subordinadas a los grandes consorcios, como talleres externos de los mismos, y tendrán grandes dificultades para mantenerse.

Aunque en esta ponencia no podemos detenernos a analizar las consecuencias en la esfera internacional de la crisis, existe una gran curiosidad e inquietud por el papel que van a jugar los países emergentes, Brasil, India, Rusia (¿puede ser considerado país emergente?) y China (BRIC) así que puede merecer la pena por lo menos plantear la pregunta. Parece que están decididos a aprovechar la crisis para forzar algunos elementos que les interesan- sobre todo la disminución del papel internacional del dólar y el aumento del poder de sus gobiernos en la esfera global- pero no aparece ningún indicador de que tengan en mente el establecimiento de una nueva modalidad de acumulación capitalista con una distinta forma de intervención estatal y, mucho menos, de contrato social, sino que contemplarían más bien la continuación del sistema actual global con sus peculiaridades nacionales y los cambios en su poder relativo tratando de convertirse en potencias globales. Mientras los países más pobres verán deteriorarse su situación - ¿supondrá la intervención de China una mejora sustancial en la suerte de África o una modalidad especifica de imperialismo? - y los pobres de esos países todavía sufrirán mucho más.

¿Cómo y cuando se recuperará el empleo en los países centrales? ¿Se generará el suficiente empleo y de qué calidad? Probablemente no en mucho tiempo. Las clases populares seguirán pasándolo mal y muy mal: el aumento del paro, la práctica inexistencia de nuevos puestos de trabajo, la congelación o deterioro salarial, las reformas laborales que pueden tener lugar (cambios en las condiciones del trabajo, jornada, competencia entre los trabajadores), la reducción del Estado del Bienestar, está conduciendo a gran endurecimiento de las condiciones de trabajo y de vida de las clases populares. A un nuevo, grandemente deteriorado y crecientemente individualizado ‘contrato social’, fruto de la globalización y de la debilidad de las clases populares. Esto parece que es lo que se puede esperar ‘a la salida de la crisis’.

En el caso del Estado español la situación será más difícil. Están bien reconocidas las deficiencias del modelo de crecimiento de los últimos años, y ahora se tiene prisa por cambiarlo. Pero esto no es tarea sencilla y no se puede lograr en el corto plazo. Se habla con gran ligereza de este cambio de modelo, como si desearlo fuera suficiente. La educación, la investigación y la innovación son condición necesaria para este cambio pero distan mucho de ser suficientes si no se genera previa o por lo menos simultáneamente una estructura productiva industrial y de servicios mucho más potente y tecnológicamente avanzada que sirva de soporte a esa mano de obra y conocimientos mejorados, y una estructura social que legitime un cambio que puede suponer situaciones difíciles. Por ejemplo, ¿se podrán generar suficientes puestos de trabajo cualificados para la población activa española o un cambio de modelo supondrá atravesar periodos en los que aumentará el paro y que, sólo se resolverían con una generosa y adecuada política de subsidios, renta básica o similares? ¿Dónde está la demanda que sostendrá dicho modelo? Pensar en un cambio de modelo es una tarea de muchos años y esfuerzos integrados en muchos ámbitos.



En algunos momentos algunos comentaristas creyeron que la crisis podría permitir aprovechar las contradicciones y dificultades que la misma supone para mejorar la participación popular en la economía y la política, en la gestión de la sociedad, algunos hasta soñaban con la posibilidad de una transformación. ‘La crisis como oportunidad (de mejora)’ señalaron. Me temo que olvidaron dos cosas: una, la enorme debilidad de la conciencia y los agentes que pretenden una transformación, confusos con los profundos cambios que han tenido lugar en el mundo del trabajo, derrotados desde la crisis de los setenta o incluso, según algunos, debilitados desde el consenso social y la ‘prosperidad’ para las clases trabajadoras de la postguerra; y dos, la integración de los dirigentes sociales (partidos de izquierda y sindicatos) en la lógica de las sociedades capitalistas que hace impensable pensar y menos todavía actuar con otros parámetros radicalmente distintos. Escuchando a muchos dirigentes sociales referirse a la crisis y a sus salidas a menudo da la impresión que lo único que pretenden es volver a la situación anterior, al 2006, cuando la economía crecía mucho (ignorando la depredación ambiental), se generaba empleo (olvidando totalmente su precariedad y las deterioradas condiciones de trabajo), el consumo aumentaba a costa del endeudamiento y el mundo político era gestionado por los ‘profesionales’. ¡Pobre panorámica de futuro¡

Pero lo que es todavía mucho más grave:

Volver a una situación similar a la de los años 2000 hasta 2006 supone que no se ha resuelto ningún problema de fondo del capitalismo global. Ya hemos señalado que las crisis suponen el agotamiento de un modelo de acumulación y su correspondiente estrategia económica y, por tanto, la salida de la crisis, cuando quiera que se produzca, requiere un nuevo modelo. En este caso ya no sirven las recetas del régimen neoliberal por mucho que se intente mantenerlas (la sobreproducción generalizada, el agotamiento de los recursos naturales, los límites energéticos y ecológicos, etc. etc. hacen el sistema inviable). El exceso de producción real, la sobreproducción continuará en el mundo y el capital financiero con una mínima regulación (que pronto aprenderá a eludir) seguirá obteniendo grandes beneficios basándose en la manipulación del capital ficticio. Lo que vuelve a ser totalmente insostenible e inevitablemente conduce a repetir el ciclo. ¿Se están poniendo las raíces de una próxima crisis de mucha mayor magnitud? Ojala me equivoque, pero si no se toma el toro por los cuernos y se enfrentan los problemas reales del capitalismo global es un escenario que me parece presenta muchas posibilidades.

Es de temer que el ‘apaciguamiento’ actual de la crisis no sea más que una evolución temporal, como si la crisis se hubiera escondido temporalmente, y que si no se resuelven los problemas de fondo que presenta el capitalismo actual (otro tema es si son resolvibles) éste no suponga más que una pausa en un proceso más dramático y más largo, con consecuencias todavía más devastadoras que la crisis hasta ahora. Al principio de esta exposición señalaba que cada crisis ha supuesto un cambio sustancial del modelo de acumulación capitalista y la estrategia económica y política consiguiente. Si, como avanzo aquí, como salida de la crisis que nos afecta desde 2007 se pretende, y se consigue mantener esencialmente el mismo modelo, aunque sea con una confusa mixtura de keynesianismo asimétrico y neoliberalismo duro ¿será ello suficiente para salir de la crisis o realmente supone sólo un aplacamiento temporal, superficial e insuficiente?, lo que sólo puede conducir a otro episodio de crisis en el corto plazo con consecuencias todavía mucho más catastróficas que la actual. Es como contemplar la sala de baile mientras se hundía el Titanic. Será el capitalismo global tan ciego como para aventurarse en este territorio? ¿serán nuestros dirigentes políticos y sociales tan irresponsables como para no plantear claramente la situación a sus conciudadanos y actuar con su apoyo en consecuencia?

Frente a esta situación todavía queda otra gran interrogante: La ciudadanía, ¿tenemos que mantenernos pasivos ante la destrucción de todas las conquistas sociales logradas con el esfuerzo de siglos, de las generaciones que nos precedieron? ¿Hemos de abandonar todo intento de lograr sociedades justas que permitan la amplia realización de los seres humanos? ¿Estamos dispuestos a someter nuestras vidas a los mercados supuestamente autorregulados que producen la riqueza para muy pocos, unas difíciles condiciones de trabajo y de vida para la mayoría y la pobreza y la marginación para amplias capas de la población? O ¿habremos de reaccionar con energía para decir colectivamente ‘basta, hasta aquí hemos llegado’?

Porque alternativas para cambios sustanciales, haberlas haylas. No es un problema técnico, las posibilidades técnicas son muchas y variadas – y los economistas cambiamos fácilmente da lealtades, como se está viendo cuando todos afirmamos que ya sabíamos que iba a haber crisis-. Es un problema político. Como siempre, de correlación de fuerzas. ¿Tendremos la ciudadanía de a pie, las clases populares, la conciencia, el coraje, la voluntad, la capacidad de poner freno a este sistema que destruye la cohesión social y la naturaleza? Desde abajo hacia arriba también tenemos una responsabilidad.

¿Es esto posible en este mundo capitalista con un enorme poder del capital? Si, como parece, no es posible un capitalismo con rostro humano, quizá haya que recordar algunos sloganes del pasado y concluir que necesitamos un sistema no capitalista alternativo o caminamos hacia el caos.



[1] Borrador del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, presentado al público el 19 de junio y a las Cortes el 26 de junio de 2009.

[2] Citas del Borrador

[3] Para paliar el impacto de estas cifras algunos comentaristas señalan que probablemente el importe necesario no excederá de 30-40.000 millones y que como la mayoría serán prestamos, serán devueltos y no tendrán coste para los contribuyentes. Peor ¿quién sabe cuanto hará falta realmente? La magnitud relevante es el límite superior, y ¿cómo, cuando y por qué importe serán las devoluciones?

[4] Llegando a una situación en que el número de familias en los que no perciben ningún ingreso que no sea de la asistencia social o la caridad es superior al millón de familias, o casi el 55 de familias (4,6%).

[5] Incluso El FED (sistema de Bancos de la Reserva Federal estadounidense se preocupa por otras variables como el crecimiento y el empleo, mientras que el BCE por sus estatutos sólo tiene que preocuparse por el nivel de precios.

[6] Supongo que el temor a un desastre y a una explosión social es lo que estaba llevando a algunos ayuntamientos a proporcionar una modestísima ayuda a los parados (en torno a 400€ al mes en la mayoría de ellos). Ahora se generaliza esta pero, eso sí, con la obligación de seguir cursillos que faciliten la reinserción laboral. ¿Dónde? Parece la pregunta lógica.

[7] Aunque estas manifestaciones son difíciles de conciliar con la aceptación por parte del ejecutivo de que ‘se establezcan acuerdos entre los agentes sociales a nivel de empresas’ que, en una situación de crisis como la actual y vistas las demandas de los empresarios y el papel de los sindicatos mayoritarios muy posiblemente sólo puede conducir a un deterioro de la situación de los trabajadores.

[8] Que el precio de la gasolina suba puede ser una buena noticia para los aspectos ambientales, pero no parece muy coherente con el apoyo a la compra de automóviles que hasta ahora esta siendo una de las principales medidas para ‘estimular la demanda’, ¡a menos que se pretenda que los automóviles estén parados¡

[9] Entre cuyas obligaciones estatutarias no esta incluida la de preocuparse por las finanzas de la Seguridad Social

[10] Se hubiera podido exigir que en vez de automóviles contaminantes se produjesen autobuses o trenes para el transporte público, o que las empresas ayudadas hubiesen mantenido sus plantillas, o que el esfuerzo de los trabajadores –congelaciones salariales- se considerase un préstamo a la empresa en lugar de apoyos a fondo perdido, que hubiese nuevas inversiones dirigidas a avanzar en el cambio de modelo productivo, etc.etc.

[11] Es muy posible que hayan perdido una gran parte de su capital (aunque la valoración de éste tras las operaciones especulativas está siempre abierto a cuestión) pero, sin ninguna duda, la gran mayoría de ellos continúan disfrutando de remuneraciones que les permiten niveles de vida muy satisfactorios. Ver ‘Hay pobres porque hay muy, muy ricos’ y ‘Apuntes teóricos para entender la crisis’ de los Informes TAIFA, nº. 5 y 6.

[12] Fernando Saiz., Un proyecto que invita al escepticismo. Público 18/7/2009

[13] J.E. Stiglitz. El socialismo para ricos de Estados Unidos. El País 21/6/2009

[14] En la reciente Cumbre de junio 2009 el Primer ministro británico Brown señalo explícitamente que el Reino Unido no puede tolerar que la máxima autoridad financiera en su territorio no sea su banco central.

[15] C. Perez. Mas regulación (o no) comentando un libro exceptivo sobre las medidas tomadas hasta ahora escrito por H. Davies, Director de la London School of economics y D. Green, asesor del Consejo de emisión de Información Financiera en el Reino Unido. El País 14/6/2009.

[16] Quizá sea necesario más tiempo para elaborar una teoría más acorde con las nuevas realidades –recuérdese que en la crisis de 1929 la obra de Keynes se publico en 1933- y ojala suceda así, pero los primeros indicios no llevan al entusiasmo.

[17] Quizá una excepción digna de mención sea el cambio anunciado en los sistemas fiscales que prevén un aumento de la fiscalidad de los grupos de mayores ingresos. Pero están todavía a nivel de proyectos. Para realizar su evaluación final habrá que ver si no se debilitan en el proceso, de la misma forma que la voluntad reguladora que se expreso al principio de la crisis. En el caos del Estado español se han aumentado dos impuestos regresivos y, a mi juicio, incoherentes con el resto de políticas seguidas y negativas para una recuperación de la demanda. Y el gobierno se ha vuelto atrás en los proyectos existentes para una tímida modificación que supondría el gravar las rentas más altas.

[18] Los diez bancos estadounidenses que habían sido ayudados por el Estado y han decidido prescindir de su tutela son un buen ejemplo de esta tendencia.

Un ejemplo de pereza y comunismo

Carlos Ferrnández Liria
Revista de la Casa de las Américas/Rebelión

En defensa de Cuba y en memoria de Paul Lafargue

El trabajo ocupa todo el tiempo y no queda nada de él para la República y los amigos.
Jenofonte

El 13 de agosto de 1866, Carlos Marx escribió la siguiente carta al novio de su hija Laura, un cubano llamado Paul Lafargue:
Usted me permitirá hacerle las siguientes observaciones:

1º Si quiere continuar sus relaciones con mi hija tendrá que reconsiderar su modo de ‘hacer la corte’. Usted sabe que no hay compromiso definitivo, que todo es provisional; incluso si ella fuera su prometida en toda regla, no debería olvidar que se trata de un asunto de larga duración. La intimidad excesiva está, por ello, fuera de lugar, si se tiene en cuenta que los novios tendrán que habitar la misma ciudad durante un período necesariamente prolongado de rudas pruebas y de purgatorio (...). A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia e incluso la timidez del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiaridad precoz. Si usted defiende su temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija (...).

2º Antes de establecer definitivamente sus relaciones con Laura necesito serias explicaciones sobre su posición económica.

Mi hija supone que estoy al corriente de sus asuntos. Se equivoca. No he puesto esta cuestión sobre el tapete porque, a mi juicio, la iniciativa debería haber sido de usted. Usted sabe que he sacrificado toda mi fortuna en las luchas revolucionarias. No lo siento, sin embargo. Si tuviera que recomenzar mi vida, obraría de la misma forma (...). Pero, en lo que esté en mi manos, quiero salvar a mi hija de los escollos con los que se ha encontrado su madre1.

Aparte de su “temperamento criollo”, Marx le reprochaba también a su futuro yerno una cierta tendencia a la pereza: “la observación me ha demostrado que usted no es trabajador por naturaleza, pese a su buena voluntad y sus accesos de actividad febril”.

El autor del Manifiesto comunista no podía por aquel entonces sospechar la extraordinaria relevancia que iba a tener para el destino del socialismo el asunto que acababa de mencionar: la pereza.

1. Socialismo y cultura proletaria.

Sin duda, Marx tampoco podía sospechar el naufragio antropológico y la insólita degradación moral y política que traerían en el futuro de la tradición comunista los intentos estalinistas, maoístas o coreanos de instaurar una “cultura proletaria”, un “culto al trabajo” bajo el imperativo de la industrialización a ultranza. Bien es cierto que la industrialización (concebida como un “gran salto adelante” para el que no había que reparar en costes humanos) venía exigida por la correlación de fuerzas internacional, en la que el “socialismo real” estaba obligado a competir con el capitalismo o resignarse a ser aniquilado. En esto último estaban todos de acuerdo, aunque se discutían los ritmos y los medios. En 1920, en el IX Congreso del Partido, Trotsky se mostró incluso resueltamente favorable a la militarización del trabajo y de los sindicatos:

“Hay que decir a los obreros el lugar que deben ocupar, desplazándolos y dirigiéndolos como si fuesen soldados... La obligación de trabajar alcanza su más alto grado de intensidad durante la transición del capitalismo al socialismo... Los ‘desertores’ del trabajo deberán ser incorporados a batallones disciplinarios enviados a campos de concentración” (...) “La militarización es impensable sin la militarización de los sindicatos como tales, sin el establecimiento de un régimen en el que cada trabajador se considere como un soldado del trabajo, que no puede disponer libremente de sí mismo; si recibe una orden de traslado, debe ejecutarla; si no la ejecuta será un desertor y castigado en consecuencia. ¿Y quién se cuidará de esto? El sindicato. El sindicato crea el nuevo régimen. Es la militarización de la clase obrera”.2

Los razonamientos de Trotsky estremecen por su claridad y por su contundencia; ni siquiera se muerde la lengua al hacer una apología del trabajo forzado e incluso de la “utilidad” del esclavismo: “¿Es verdad, realmente, que el trabajo obligatorio es siempre improductivo?... Estamos ante el prejuicio liberal más lamentable y miserable: los rebaños de esclavos también eran productivos (...), el trabajo obligatorio de los esclavos fue en su tiempo un fenómeno progresista” (ibid., p. 354).

Como es sabido, el Partido se negó entonces a seguir el camino propuesto por Trotsky: la militarización del trabajo no puede justificarse –se concluiría- más que en caso de guerra. Ahora bien, a la vista de la historia posterior del siglo XX, un cierto trotskismo todavía podría preguntar ¿y cuándo dejó la URSS de estar en guerra entre 1920 y 1991? Trotsky, al menos, era partidario de hablar con claridad, de decir la verdad: así están las cosas, así tenemos que proceder. O proletarizamos e industrializamos la URSS de forma masiva, o perdemos la (próxima) guerra (que será tanto más inminente cuanta más debilidad mostremos).

En esos momentos, Stalin se inclinaba por las opción más moderada (al igual que Lenin). Sin embargo, tras el paréntesis de la NEP3, optará por la superindustrialización a ultranza, rebasando incluso las antiguas propuestas trotskistas. Con la diferencia de que Stalin ya no se podía permitir decir la verdad. “Al terror, Lenin y Trotsky lo llamaron a terror; llamaron represión a la represión, y, al hambre, hambre”4. Stalin, en cambio, proletarizó el campo soviético pretendiendo “que existía un movimiento ‘espontáneo’ de la ‘mayoría abrumadora de campesinos pobres hacia las formas colectivas de explotación. De la noche a la mañana, los campesinos se habían hecho entusiastas de la colectivización”5. En noviembre de 1929, el Comité Central constató que existía esa aspiración popular generalizada; el 5 de enero de 1930, dictó el decreto de colectivización y el 20 de febrero se anunció que el 50 % de los campesinos ya se habían integrado en granjas colectivas. Todo ello, se pretendía, era una decisión espontánea de la población campesina. A causa de este proceso, murieron centenares de miles de personas, pero, pese a ello, jamás se dejó de aludir al principio leninista del “trabajo voluntario”. Y para generar la ilusión de voluntariedad, hacía falta instituir toda una “cultura proletaria”, un “culto al trabajo”, una mistificación de la clase obrera y una entronización de los “valores proletarios”. El resultado fue una nueva religiosidad, mucho más abyecta que la del cristianismo o el islam, vertebrada por el culto a la personalidad de Stalin.

El “culto al trabajo” se llevó todavía más lejos en la China maoísta, primero con el “gran salto adelante” y, luego, en el marco de la “revolución cultural”. Frente a todo ello, no cabe duda de que la militarización trotskista del proceso laboral habría resultado menos indigna: pues, aunque desconocemos cuál habría sido su coste humano, para implantarla no hacía falta mentir. Para instaurar una “cultura proletaria”, en cambio, se imponía infantilizar a toda la población, generalizar una execrable minoría de edad vigilada por policías y delatores. En el ejército se obedecen órdenes. Pero para vestir a la necesidad con los ropajes de la virtud y a la sumisión con el halo de la voluntariedad (e incluso de la espontaneidad) hacía falta todo un tinglado cultural y religioso.

No es el momento de discutir ahora cuánto hubo de necesario o de inevitable en todo este proceso por el que el “socialismo real” se vio obligado a industrializarse a ultranza, en mucho menos tiempo y con muchos menos recursos coloniales de los que había gozado el capitalismo. Una cosa es que fuera imprescindible y otra que fuese deseable por sí mismo; y el “culto al trabajo”, el obrerismo, la cultura proletaria, no argumentaban lo primero, sino que ensalzaban lo segundo.

Por aquel entonces, además, todavía se creía que la economía socialista era en su esencia mucho más productiva que la capitalista. El capitalismo, en efecto, se consideraba una camisa de fuerza para el desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, un lastre del progreso y del crecimiento económico. La realidad era muy distinta, sin embargo. El capitalismo es un sistema en el que el conjunto de la población está sometida al chantaje de trabajar (en lo que sea, como sea, al ritmo que sea) o morir de hambre. Se trata, además, de un sistema productivo que necesita acelerarse todos los días, en una ininterrumpida acumulación ampliada. El capitalismo –como dijeron Wallerstein y Galbraight- es como un ratón en una rueda: corre más deprisa a fin de correr más deprisa. El socialismo, por el contrario, puede permitirse ralentizar la marcha. Puede permitirse incluso pararse o decrecer sin que crujan sus estructuras productivas. Además, bajo el socialismo la población no está sometida al chantaje del hambre o el trabajo excesivo. En consecuencia, para lograr un ritmo de trabajo equivalente al del capitalismo haría falta un voluntarismo insólito –y, tal y como ha sido históricamente más habitual, muchísima policía.

Sin duda que -como decimos- la búsqueda imperiosa de la productividad le vino siempre exigida al socialismo por la necesidad de combatir y competir con el capitalismo exterior. Pero reconocer esto no es, en el fondo, más que dar la razón a Trotsky y aceptar que el socialismo jamás dejó de estar en guerra y que, por lo tanto, jamás se pudo permitir ralentizar la marcha. Fue la guerra y no la esencia del socialismo la que imponía la productividad. En esas condiciones, era muy difícil hacerse cargo de que el propio Marx había sido cualquier cosa menos obrerista y que, al hablar del comunismo, había puesto mucho más el acento en el ocio que en la productividad:

"El reino de la libertad sólo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores. Allende el reino de la necesidad empieza el desarrollo de las fuerzas humanas, considerado como un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que, sin embargo sólo puede florecer sobre aquel reino de la necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral es la condición básica"6.

2. El comunismo como derecho a la pereza.

Cualquiera que sea el grado de inevitabilidad del culto al trabajo en la historia pasada del socialismo, es obvio que hoy se impone insistir en una dirección enteramente opuesta. El capitalismo ha llevado al planeta a una situación insostenible, en la que seguir creciendo indefinidamente equivale a un suicidio seguro a no muy largo plazo. La Tierra se ha quedado pequeña para las necesidades de reproducción ampliada del capital. El agotamiento de los recursos y el cambio climático son realidades incuestionables. Al tiempo, el coste humano que requiere semejante ritmo productivo es estremecedor. Incluso en el Primer Mundo se habla ya de implantar la jornada de 65 horas semanales. Pero, además, basta sumar dos y dos para comprender que la condición sine qua non de esta productividad suicida exige que el Tercer Mundo permanezca en una situación humanamente insostenible. El 20 % de la humanidad consume ahora el 86 % de la producción mundial. Pretender que el 80 % restante está destinado a alcanzar niveles de consumo semejantes es incompatible con la supervivencia del planeta; pero pretender que no deben alcanzarlos jamás es inmoral, probablemente es, incluso, racista.

Ahora bien, este cambio de mentalidad no debería coger de improviso a la tradición marxista. Precisamente Paul Lafargue, el yerno de Marx7 con quien comenzábamos estas líneas, definió en 1880 el comunismo como el “derecho a la pereza” de la humanidad, en una obra clarividente, que partía del comentario de un texto de Aristóteles: "si cada uno de los instrumentos pudiera realizar por sí mismo su trabajo, cuando recibiera órdenes, o al preverlas; y como cuentan de las estatuas de Dédalo o de los trípodes de Hefesto, de los que dice el poeta que 'entraban por sí solos en la asamblea de los dioses', de tal modo que las lanzaderas tejieran por sí solas y los plectros tocaran la cítara, para nada necesitarían ni los maestros de obra sirvientes, ni los amos esclavos".

"El sueño de Aristóteles ─ comenta Lafargue ─ es nuestra realidad. Nuestras máquinas de hálito de fuego, de infatigables miembros de acero y de fecundidad maravillosa e inextinguible, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado, y a pesar de esto, el espíritu de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del sistema salarial, la peor de las esclavitudes. Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la Humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las sordidae artes y del trabajo asalariado, la diosa que le dará comodidades y libertad".

Para Lafargue el socialismo y el comunismo deberían asegurar, ante todo, el "derecho a la pereza", que es, a su vez, la clave por la que el hombre ha conquistado y puede conquistar la posibilidad del ocio, en el cual germinan todas sus dignidades racionales: la ciencia, el arte, el derecho, la política. El capitalismo nos ha traído una sociedad en la que se ha hecho realidad, por primera vez en la historia, el milagro de Aristóteles; pero, sin embargo, el inmenso potencial de ocio liberado no ha desprendido a la humanidad en absoluto de las cargas del trabajo y tampoco le ha otorgado ningún derecho a la pereza, ningún descanso. El hecho es más bien que nunca se ha trabajado tanto y a un ritmo tan suicida como cuando las lanzaderas se han puesto a tejer solas. Trabajamos, en realidad, en una economía muy primitiva, en la que el esfuerzo por supervivir suprime la posibilidad de vivir. En efecto, una sociedad que gasta todas sus energías en reproducirse ampliadamente hasta el infinito es una sociedad tan primitiva (desde un punto de vista antropológico) como una sociedad que gasta todas sus energías en la pura subsistencia. La revolución neolítica permitió al ser humano trascender el puro ciclo de la supervivencia biológica. El capitalismo, paradójicamente, ha movilizado la infinita potencia de tres revoluciones industriales, esquilmando todos los recursos del planeta, para devolver al ser humano a la prehistoria8.

El capital acumula capital para seguir acumulando capital. La humanidad trabaja más para trabajar más aún. Ni siquiera la constatación de un inevitable suicidio ecológico sirve para detener este rodar hacia el abismo. No se puede uno cansar de repetir que nadie tuvo, por tanto, más razón que Paul Lafargue, hace ya más de un siglo. La superioridad del socialismo no consistía en su más alta productividad, sino, por el contrario, en su capacidad de detenerse, de ralentizar, de frenar. No necesitamos correr más, necesitamos pararnos. El socialismo debía de haber instituido una cultura del pereza, no una cultura proletaria. Si no podía hacerlo en su momento, ahora tenemos la ocasión de proclamarlo a los cuatro vientos: la humanidad tiene derecho a la pereza.

Tal y como exigía Lafargue, la jornada laboral debería de poder guardar algún tipo de relación inversa con el aumento de la productividad del trabajo. Y así sería, en efecto, en una economía estatalizada. En el socialismo siempre es posible discutir (en el Parlamento, pongamos por caso) si la aparición de nuevas tecnologías debería traducirse de inmediato en una reducción general de la jornada laboral (de modo que la sociedad adquiriría la misma riqueza en menos tiempo, destinando al ocio o la pereza el restante) o si convendría, por el contrario, conservar la jornada laboral para aumentar el volumen de riqueza. El motivo por el que las sociedades socialistas "reales" –y Cuba es aquí un caso inclasificable, como vamos a ver- jamás pudieron permitirse ese lujo no parece que sea otro, se diga lo que se diga, que el que jamás pudieron decidir políticamente otra cosa que el emplearse en un "comunismo de guerra" en el que siempre era necesario trabajar más para seguir trabajando más, ya que esto era lo que hacía el enemigo. Sólo que el enemigo lo hacía por una necesidad de su sistema económico y ellos por la decisión política de no sucumbir frente a su agresión. Ahora bien, fueran cuales fueran los problemas de las economías socialistas "reales", lo que seguro que no se planteaba era la necesidad de seguir produciendo más, en peores condiciones laborales, a causa de que se hubiera producido demasiado. Y sin embargo, este es el pan de cada día bajo las condiciones capitalistas de producción: trabajar siempre más es el imperativo de toda posibilidad de trabajar y, si hay paro, es porque no se ha trabajado bastante (lo que parece patentemente absurdo, pero al mismo tiempo bien evidente para cualquier empresario que ve su empresa al borde de la quiebra). Las empresas tienen que producir siempre más, por mucho que hayan producido ya (y esto incluso en plena crisis de sobreproducción), si no quieren sucumbir a las crisis económicas y dejar de producir completamente. Los asalariados, mientras tanto, tienen que trabajar siempre más, si no quieren dejar de trabajar por completo y engrosar las filas del paro. Este engranaje no puede pararse nunca. Las manzanas, la mantequilla o los cereales pueden llegar a ser suficientes y los misiles para destruir el mundo pueden llegar a sobrar. Pero bajo condiciones capitalistas de producción ni las manzanas son manzanas, ni los misiles son misiles si no son antes, de forma mucho más esencial, una ocasión para el beneficio empresarial, es decir, eso que los marxistas llamamos plusvalor . Puede haber manzanas o misiles de sobra, pero el plusvalor será siempre escaso. Si mañana quiere poderse producir algo, manzanas o misiles o lo que sea, es preciso que hoy se haya producido más plusvalor que ayer. Ello también trae sus problemas: si se produce más plusvalor del que puede absorber el mercado, la riqueza no puede ser transformada en dinero y, entonces, no es posible seguir poniendo en marcha el proceso. Pero el absurdo llega hasta el extremo de que el único remedio a la sobreproducción de plusvalor es producir todavía más, con la esperanza siempre de hundir a las empresas de la competencia y lograr imponerse en el mercado. De ahí que, en una crisis económica, políticamente no se pueda hacer nada, ni, de hecho, "convenga" hacer nada ─ y, en efecto, así lo proclaman los economistas hayekianos ─ , pues no se puede hacer nada en una situación en la que todo remedio coincide enteramente con la enfermedad.

Aunque, por supuesto, hay una cosa que sí se puede hacer: cambiar de juego. Pero para eso hace falta cambiar de tablero (o como decía la letra de la Internacional, “cambiar de base”).

3. Cuba y la herencia de Lafargue.


Para instituir un “derecho a la pereza” hace falta que el Derecho mismo tenga alguna eficacia institucional sobre la sociedad. Esto es una obviedad, al menos dicho en abstracto. Sin embargo, la cosa dista mucho de resultar obvia desde el momento en que se intentan poner ejemplos.

El presupuesto más elemental de los países que actualmente se llaman a sí mismos “Estados de Derechos” o “democracias constitucionales” es que las cuestiones importantes que afectan a la vida social se deciden políticamente, a partir de la argumentación y contrargumentación parlamentaria. Esas decisiones se plasman en “leyes”. “Estado de Derecho” no significa otra cosa que el hecho de que la sociedad obedece a lo que las leyes dicen, en unas condiciones, claro está, en la que las leyes remiten al ordenamiento constitucional y el ordenamiento constitucional remite a su vez a la Declaración Universal de los Derechos humanos.

La realidad, por supuesto, dista mucho de ser así. Esa idea presupone, ante todo, que las cuestiones importantes se deciden políticamente. Pero la pura verdad es que la instancia política jamás ha tenido menos relevancia que en la actualidad. Las opciones políticas por las que puede optar la ciudadanía en Europa o en EEUU no se diferencian demasiado (demócratas o republicanos, o, por ejemplo, en España, PSOE o PP), pero los respectivos ministros de economía son, sencillamente, indistinguibles. Lo que se decide en la arena de la economía pesa infinitamente más que todos los debates políticos en el Parlamento. No vivimos en sistemas parlamentarios, sino en dictaduras económicas con fachada parlamentaria.

Piénsese, por ejemplo, en lo que significa que el programa de ATTAC haya sido considerado utópico e izquierdista por todas las autoridades políticas europeas. ¿Era una utopía la idea de cargar con un 0,01 % de política las transacciones financieras no productivas? ¿La instancia política no tiene ni siquiera el poder de aportar una centésima de decisiones en la arena de la economía? Ahora nos encontramos con lo que ya sabíamos, que íbamos camino del abismo. Sin embargo, ni aún así puede la instancia política hacer otra cosa que rendirse a la autoridad surrealista de las fuerzas económicas. El mismo día que se destinaban 700.000 millones de dólares para salvar a la Banca, la FAO había solicitado 30.000 millones para salvar del hambre a 1.000 millones de personas. Salvar a los bancos resultó realista. Salvar a las personas, utópico, aunque fuese mucho más barato.

El sistema capitalista ha hecho realidad los chistes más surrealistas y, en cambio, ha convertido en utópico al mismísimo sentido común. Júzguese por sus resultados: según un cálculo elemental, para que una de las 2500 millones de personas que subsisten al día con 2 dólares diarios, llegara a amasar, con el sudor de su frente, una fortuna como la de Bill Gates, tendría que estar trabajando (ahorrando todo lo que ganara) 68 millones de años. Por un anuncio de zapatillas deportivas Nike, Michael Jordan cobró más dinero del que se había empleado en todo el complejo industrial del sureste asiático que las fabricaba. Esto es la realidad. Gravar con un impuesto mínimo el capital financiero es una utopía política.

Pero, como decíamos antes, el surrealismo de la cruda realidad ha llegado mucho más allá: la supervivencia misma del planeta se ha convertido en utopía. El capitalismo no puede mantener la tasa de ganancia sin crecimiento. Y cuanto más se agotan los recursos energéticos, el crecimiento resulta más y más caro, lo que afecta a su vez a la tasa de ganancia. Pero el capitalismo solo puede huir hacia delante, acelerando aún más el ritmo de crecimiento, en un proceso que sería infinito si no fuera porque, desdichadamente, el mundo no lo es.

Si los sistemas políticos del primer mundo fueran lo que dicen ser, en todos los parlamentos se estaría discutiendo ahora una gráfica elaborada por Mathis Wackernagel, investigador del Global Footprint Network (California)9. Pero no parece que el asunto haya llamado demasiado la atención. Y sin embargo, la gráfica resulta demoledora para las más firmes certezas de la clase política occidental y, por supuesto, para los criterios más evidentes de sus votantes. Sobre todo, en un mundo político en el que izquierda y derecha se llenan la boca con los objetivos del “desarrollo sostenible”.

La cosa es bien sencilla. El eje vertical representa el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por Naciones Unidas para medir las condiciones de vida de los ciudadanos tomando como indicadores la esperanza de vida al nacer, el nivel educativo y el PIB per cápita. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera el IDH “alto” cuando es igual o superior a 0’8, estableciendo que, en caso contrario, los países no están “suficientemente desarrollados”. En el eje horizontal se mide la cantidad de planetas Tierra que sería preciso utilizar en el caso de que se generalizara a todo el mundo el nivel de consumo de un país dado. Wackernagel y su equipo hicieron los cálculos para 93 países entre 1975 y 2003. Los resultados son estremecedores y sorprendentes. Si, por ejemplo, se llegara a generalizar el estilo de vida de Burundi, nos sobraría aún más de la mitad del planeta. Pero Burundi está muy por debajo del nivel satisfactorio de desarrollo (0’3 de IDH). En cambio, Reino Unido, por ejemplo, tiene un excelente IDH. El problema es que, para conseguirlo, necesita consumir tantos recursos que, si su estilo de vida se generalizase, nos harían falta tres planetas Tierra. EEUU tiene también buena nota en desarrollo humano; pero su “huella ecológica” es tal que harían falta más de cinco planetas para generalizar su estilo de vida.

Repasando el resto de los 93 países, se comprende que hay motivos para que el trabajo de Wackernagel se titule El mundo suspende en desarrollo sostenible. Como no hay más que un planeta Tierra, es obvio que sólo los países que se sitúen en el área coloreada de la gráfica (por encima de un 0’8 en IDH, sin sobrepasar el número 1 de planetas disponibles) tienen un desarrollo sostenible. Sólo los países comprendidos en esa área serían un modelo político a imitar, al menos para aquellos políticos que quieran conservar el mundo a medio plazo o que no estén dispuestos a defender su derecho (¿quizás racial, divino o histórico?) a vivir indefinidamente muy por encima del resto del mundo.

Ahora bien, ocurre que el área en cuestión está prácticamente vacía. Hay un solo país en el mundo que –por ahora al menos– tiene un desarrollo aceptable y sostenible a la vez: Cuba.

La cosa, por supuesto, da mucho que pensar. Para empezar porque es fácil advertir que la mayor parte de los balseros cubanos huyeron y huyen del país buscando ese otro nivel de consumo que no puede ser generalizado sin destruir el planeta, es decir, reivindicando su derecho a ser tan globalmente irresponsables, criminales y suicidas como lo somos los consumidores estadounidenses o europeos. De acuerdo: tendríamos muy poca vergüenza, desde luego, si condenásemos la pretensión de los demás de imitar el modo como devoramos impunemente el planeta. Pero se reconocerá que la imagen mediática del asunto cambia de forma radical: de lo que realmente huyen los balseros cubanos es del consumo responsable en busca del Paraíso del consumo suicida y, por intereses estratégicos de acoso a Cuba, se les recibe como héroes de la Libertad en vez de cerrarles las puertas como se hace con quienes huyen de la miseria, por ejemplo, de Burundi (a quienes se trata como una plaga de la que hay que protegerse).

Y a un nivel más general, la cosa es aún más interesante. Es muy significativo que el único país sostenible del mundo sea un país socialista. Suele ser un lugar común entre los economistas que el socialismo resultó ruinoso e ineficaz desde un punto de vista económico. Sorprende que, en un mundo como éste, la falta de competitividad pueda aún considerarse una acusación de peso. En términos de desarrollo sostenible, la economía socialista cubana parece ser máximamente competitiva. En términos de desarrollo suicida, no cabe duda, el capitalismo lo es mucho más.

Frente a esta dinámica suicida, debemos exigir el derecho a pararnos. No podemos permitir que las autoridades económicas mundiales sigan convenciendo a la humanidad de que “crecer” por debajo del 2 ó 3% es catastrófico y proponiendo como solución a los países pobres que imiten a los ricos. En el FMI, el BM, la OMC y el G8 saben perfectamente que es materialmente imposible un crecimiento universal. El planeta no da para tanto. Cuando proponen ese modelo saben que, en realidad, están defendiendo algo muy distinto: que nos encerremos en fortalezas, protegidos por vallas cada vez más altas, donde poder literalmente devorar el planeta sin que nadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo de lo que es, sin duda –así se lo oí decir en Cuba a Osvaldo Martínez10-, el “arma de destrucción masiva más potente de la historia: el sistema económico internacional”.

-----------------------------------------------
1 La traducción y algunas referencias y datos han sido tomados del “Estudio preliminar” –un texto excelente, por cierto- que Manuel Pérez Ledesma antepone a la edición castellana de El derecho a la pereza de Paul Lafargue (Editorial Funamentos, Madrid, 1991).

2 Citado en Bettelheim, C.: Las luchas de clases en la URSS. Primer Periodo (1917-1923), Siglo XXI Editores, p. 353.

3 NEP: La Nueva Política Económica (1921-1929) se caracterizó por una cierta “libertad de comercio” y por dejar a los campesinos un margen de iniciativa mayor comparado con su situación durante el “comunismo de guerra” (1918-1920).

4 Martínez Marzoa, F.: De la revolución, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1976, p.143.

5 Ibid., p. 137.

6 Marx, K.: El capital, Libro III, Capítulo XLVIII, Siglo XXI, vol. 8, p. 1044.

7 Paul Lafargue se casó finalmente con Laura Marx el 2 de abril de 1868. Su actividad política en el seno de la AIT fue incansable, tanto en Francia como en España. Finalmente, Paul y Laura se suicidaron juntos el 26 de noviembre de 1911, tras haber pasado la tarde en un cine de París y haber compartido una bandeja de pasteles. Lafargue dejó la siguiente nota: “Sano de cuerpo y espíritu, me doy muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno tras otro los placeres y los goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás. Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, y preparado el modo de ejecutar mi decisión: un inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la suprema alegría de tener la certeza de que muy pronto triunfará la causa a la que me he entregado desde hace cuarenta y cinco años” (citado por Manuel Pérez Ledesma en ob.cit., p. 75)

8 Esta idea ha sido ampliamente desarrollada en las obras de Santiago Alba Rico Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del mercado, Anagrama, 1998 y La ciudad intangible. Ensayo sobre el fin del neolítico, Hiru, 2001. También en su reciente publicación Capitalismo y Nihilismo, Akal, 2008.

9 Cfr. Wackernagel, M.: World failing on sustainable development , en

http://www.newscientist.com/article/mg19626243.100-world-failing-on-sustainable-development.html

10 Cfr. Martínez, O.: La compleja muerte del neoliberalismo, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007.