jueves, 29 de septiembre de 2011

27-09-2011
Se tambalea el paradigma capitalista



La epistemología es la rama de la filosofía que se encarga de investigar lo que investigan los científicos. En Argentina, el más conocido epistemólogo falleció hace poco tiempo, Gregorio Klimovsky, quien también integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en su momento. Probablemente su formación científica le permitió esquivar la deriva posterior de otros integrantes de esa comisión. Parte de su obra se resume en el libro de divulgación científica “Las desventuras del conocimiento científico”. Lógica, método, evolución….
Mario Bunge, argentino radicado en Canadá, otro famoso epistemólogo, más controversial que el anterior, quizás por la dureza de sus afirmaciones. "El psicoanálisis es pura charlatanería" o "los textos del escribidor Martin Haidegger -dice Bunge- todavía esperan ser traducidos al alemán.
La epistemología maneja el concepto de paradigma. En una definición rápida, podemos decir que consiste en un patrón, una línea de acción o pensamiento, un conjunto de estrategias. Veamos en un ejemplo: La teoría geocéntrica (la tierra como centro del universo) era sostenida por los científicos católicos como Ptolomeo, basada en los textos bíblicos. Cuando las observaciones empezaron a poner en cuestión ese paradigma, los “científicos oficialistas” de la época fueron elaborando hipótesis auxiliares. Se crearon de este modo las más disparatadas órbitas planetarias para ensamblar el geocentrismo con lo que se observaba desde abajo. El paradigma trastabillaba hasta que Galileo junto a su precario telescopio le dió el golpe de gracia.

Así, el paradigma geocéntrico ya no pudo resistir y fue sustituido por el heliocentrismo (el sol como centro del sistema planetario). Paso fugazmente por el juicio que la iglesia institucional le hizo a Galileo. El fundamentalismo, habituado a confundir recopilación de metáforas con relato histórico apeló al argumento que mejor maneja: la "razón" de la fuerza. Si el sol no se mueve ¿cómo explicar que se detuviera un mediodía, a pedido de un tal Josué? Galileo, como correspondía, partió para las mazmorras, abjuró “voluntariamente” de sus afirmaciones y se “benefició” con una prisión casi por el resto de su vida. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del pensamiento único de la época, el paradigma geocentrista sucumbía inexorablemente.
El capitalismo constituyó también un paradigma, no sólo en lo económico sino llenando todos los espacios de la convivencia humana. La competencia, la búsqueda de nuevos mercados, la empresa, la exaltación del individualismo, la producción de bienes para comerciar y no para cubrir necesidades, como motor de la actividad humana.
Si bien en cierta etapa del desarrollo histórico tuvo utilidad al reemplazar otros paradigmas como las estructuras feudales y las relaciones de esclavitud, la situación actual, con mil millones de hambrientos (el 15% de la población mundial, FAO) para no hablar de la masiva desocupación y la dramática degradación del medio ambiente sin ninguna esperanza de medidas -al menos- paliativas, son demostrativas de que, en el apogeo de su capacidad de producción, el capitalismo no logra siquiera garantizar la supervivencia de la humanidad. El paradigma capitalista tambalea.

Y del mismo modo que con el geocentrismo, aparecen hipótesis auxiliares: La corrupción, el terrorismo, el neoliberalismo, el exceso de especulación, el subdesarrollo, por mencionar las más difundidas. Otras son simplemente delirantes: Hace poco habló Edmund Phelps, ganador del Premio Nobel de Economía en 2006, neokeynesiano. Phelps estaba glorificando al capitalismo y presentando los problemas actuales apenas como un contratiempo, diciendo que “todo lo que debemos hacer es traer de vuelta las ideas keynesianas y la regulación”. John Maynard Keynes creía que el capitalismo era ideal, pero quería regularlo. Phelps reproducía la grotesca idea de que el sistema es como un compositor de música. "Puede tener algunos días malos, de pereza en los cuales no puede producir, pero si usted lo mira globalmente verá que es maravilloso. Piense en Mozart, él debió haber tenido también algún mal día. Así es el capitalismo en crisis, como los días malos de Mozart." Quien crea esto debería hacerse examinar la cabeza. Pero Phelps, en lugar de hacerse examinar, ganó un premio. (I.Meszaros)
Claro está que un nuevo paradigma en ciernes en el campo de las ciencias sociales no garantiza automáticamente que todo vaya a cambiar de un día para el otro, ni siquiera que vaya a suceder algún día. Por ahora implica, objetivamente, el agotamiento de un sistema económico y social, desde hace tiempo, en crisis continuada.
 Pero si ante el error de sostener que la tierra era el centro del universo, la única reacción del establishment medieval fue encarcelar a Galileo, con evidencias menos palpables no es difícil imaginara cuál será la reacción de los nuevos inquisidores. Basta recordar que el capitalismo utilizó a la democracia mientras le fue útil y la descartó sin pudor toda vez que puso en cuestión su reinado. La unidad entre capitalismo y democracia es apenas un accidente histórico, una concesión forzada hacia las luchas sociales y nada indica que esas privilegiadas minorías no reincidirán en viejas prácticas. La democracia, para ellos, es apenas un obstáculo salvable.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

28-09-2011
Un Marx desconocido
La Deutsche Ideologie (I)



“Yo mismo carezco de una recopilación de mis propios trabajos,
que fueron escritos en diferentes idiomas
e impresos en diferenteslugares.
La mayoría de ellos ya no están disponibles en librerías”
(Karl Marx a N. F. Danielson, 7 de octubre de 1868)

“Tres jefe comunistas alemanes, entre los cuales se encuentra el conocido Marx, están preparando una edición de ocho volúmenes sobre el Comunismo, su doctrina, sus conexiones, su situación en Alemania, Suiza, Francia e Inglaterra. Y todo ello sobre documentos. Los otros dos colaboradores son Engels y Hess, conocidos comunistas”
(Informe secreto de la policía de Prusia, París, 17 de febrero, 1846)

U n gran biógrafo de Marx, Boris Nicolaïevski, reconocía en 1937 que de cada mil socialistas, tal vez sólo uno haya leído una obra completa de Marx; y de cada mil antimarxistas, ni uno. Y lo peor, concluía, es que Marx ya no estaba de moda. Cuarenta años antes, un gran teórico y militante, hablo de Labriola, al participar en el publicitado debate sobre la valencia científica de la obra de Marx en 1897, (la llamada “primera crisis del Marxismo”, y cuyos principales interlocutores eran nada menos que intelectuales de la talla de George Sorel, Eduard Bernstein y Benedetto Croce) [1] se preguntaba con inocencia “los escritos de Marx y Engels… ¿fueron leídos enteramente por algún externo al grupo de amigos y adeptos próximos, esto es, de los seguidores e intérpretes directos de los autores mismos?... Añádese a eso la rareza de muchos de los escritos aludidos, y hasta la imposibilidad de dar con algunos de ellos.” Y concluía proféticamente si “este ambiente literario”, esta situación hermenéutica adversa, no era uno de los culpables de la mala asimilación, de la aparente decadencia y crisis del pensamiento de Marx. Con pesimismo recapitulaba en una sentencia profética: “Leer todos los escritos de los fundadores del socialismo científico ha resultado hasta ahora un privilegio de iniciados.” [2] Ya el fundador del anarcosindicalismo Georges Sorel, con quién precisamente intercambia opiniones Labriola, había llegado a conclusiones similares en su balance parcial del arraigo del Marxismo en las condiciones materiales de Europa a inicios del siglo XX. Según Sorel y por el mismo motivo: “les thèses marxistes n'ont point été, généralement, bien comprises en France et en Angleterre par les écrivains qui s'occupent des questions sociales”. [3] Parafraseando a Frossard, podría decirse que la mayoría de los marxistas no conocen los escritos de Marx mejor de lo que los católicos conocen la Summa de Santo Tomás de Aquino. Labriola se preguntaba a propósito de la “crisis” o decadencia de Marx, que “cómo nos puede asombrar… que muchos y muchos escritores, sobre todo publicistas, hayan tenido la tentación de tomar críticas de adversarios, o de citas incidentales, o de arriesgadas inferencias basadas en pasos sueltos, o de recuerdos vagos, los elementos necesarios para construirse un Marxisme de su invención y a su manera?... El Materialismo Histórico –que en cierto sentido es todo el Marxismo– ha pasado… por una infinidad de equívocos, malas interpretaciones, alteraciones grotescas, disfraces extraños e invenciones gratuitas… que tenían por fuerza que ser un obstáculo para las personas que quisieran hacerse con una cultura socialista.” Nikolaïevski y Labriola, pero no sólo ellos, estaban convencidos que a Marx le esperaría siempre un sino de mala recepción, que empezaba por la misma difusión e irradación de sus textos. Labriola señalaba otro obstáculo, aún más profundo y riesgoso, que es el que aquí nos ocupa: la misma rareza de los escritos de Marx y la imposibilidad de contar con ediciones confiables de ellos. Incluso no tanto de ediciones confiables, sino de ediciones sin más. El lector responsable de la obra marxianne debía pasar, según Labriola, por condiciones ordinarias más extremas que la de cualquier filólogo o historiador para estudiar los documentos de la Antigüedad. Por experiencia propia, se preguntaba: “¿Hay mucha gente en el mundo que tenga la paciencia suficiente para andar durante años… a la busca de un ejemplar de la Misère de la Philosophie … o de aquel libro singular que es la Heilige Familie ; gente que esté dispuesta a soportar, por disponer de un ejemplar de la Neue reinische Zeitung , más fatigas que las que tiene que pasar en condiciones ordinarias de hoy día cualquier filólogo o historiador para leer y estudiar todos los documentos del antiguo Egipto?” [4]

En resumen: cumpliendo la profecía de Labriola, en el mundo sucede hoy con Marx lo que sucedió con Byron a mediados del siglo XIX: sus libros se encuentran sólo en manos de lectores excéntricos, inexpertos o atrasados. Para el gran público, incluyendo la Noblesse d’État del mandarinato académico, el nombre de Karl Marx significa hoy muy poco. En la actualidad, septiembre de 2010, no existen en el mercado editorial en lengua española ediciones críticas de Marx y Engels, la meritoria edición de los Werke a cargo del equipo de Manuel Sacristán quedó incompleta [5] y la única excepción es la interrumpida edición en marcha de parte de las Werke también, por la editorial Fondo de Cultura Económica, FCE, de México gracias al trabajo del desaparecido Wenceslao Roces. [6] Pero es lícito preguntarse qué es lo muerto y lo vivo de Marx, aunque es probable que la pregunta sea puramente retórica o dispare automáticamente la vulgata del DiaMat. La respuesta seca y judicial del Posmodernismo y de la filosofía analítica es ampliamente conocida: el Marxismo está decididamente fuera de época, es “inactual”, como “gran discurso” no puede explicarse ni a sí mismo, es una obra fatalmente datada. Se trata una filosofía más del siglo XIX y, como tal, definitivamente acuñada por su propio tiempo. Sepultar con todas las honras al moro Marx es un deber, no tanto intelectual, sino arqueológico, un trabajo de anticuariado. Nada hay de rescatable de ese enorme fárrago de páginas infectadas de hegelianismo y providencialismo, como nos los señala por enésima vez el neopositivista Mario Bunge. [7]
Labriola (y Sorel) constataban una dificultad fáctica que nació con el Marxismo mismo y que lo llevó como un estigma hasta nuestros días: las enormes dificultades por establecer y editar, con criterios científicos actualizados, sus obras completas. Labriola reclamaba al SPD de la época, en posesión de los manuscritos (Nachlass), que “sería un deber del partido alemán el dar una edición completa y crítica de todos los escritos de Marx y Engels; quiero decir, una edición acompañada en cada caso de prólogos descriptivos y declarativos, índices de referencia, notas y remisiones… Habrá que añadir a los escritos ya aparecidos en forma de libros o de opúsculos, los artículos de periódicos, los manifiestos, las circulares, los programas y todas las cartas que, por ser de interés público y general, tengan una importancia política o científica”. Terminante concluía: “No hay elección que hacer: hay que poner al alcance de los lectores toda la obra científica y política, toda la producción literaria de los dos fundadores… incluso la ocasional. Y no se trata tampoco de reunir un Corpus iuris, ni de redactar un Testamentum juxta canonem receptum, sino de recoger los escritos con cuidado y para que ellos mismos hablen directamente a quien tenga ganas de leerlos”. Simplemente que Marx pueda hablar directamente… Además reconocía que la propia vida le había impedido escribir sus obras según los cánones del arte de faire le livre, por lo que su literatura eran fragmentos de una ciencia y de una política en devenir constante. El Marxismo, si existe algo que pueda llamarse así, era eminentemente un sistema abierto. Labriola ya había marcado con suficiente claridad no sólo los criterios editoriales de una política editorial sino los problemas materiales objetivos que conllevaba la difusión tanto de la obra exotérica como del Nachlass de Marx (y Engels).
Uno de los errores más significativos que sufrió la obra marxiana en su difusión y, por lo tanto, en su correcta interpretación, ha sido la dislocación entre los niveles diacrónicos y sincrónicos de sus manuscritos, lo que condujo a una desarticulación entre los componentes biográficos, cronológicos y doxográficos, que constituyen, desde Theofrasto, el instrumental filológico mínimo y necesario para llegar a una comprensión satisfactoria de una obra. Labriola ya había reconocido la necesidad que para entender plenamente los textos había que relacionarlos biográficamente (en esa biografía se encontraría tanto “la huella como la senda, el índice y el reflejo” de la génesis de Marx). Pero en el caso de Marx esta disrupción anómala entre los dos niveles se debió, en su mayor parte, no tanto a su particular Stil, como a la constante manipulación política que padecieron sus escritos por parte de sus albaceas circunstanciales. El tortuoso recorrido, entre errático y azaroso, que sufrieron a lo largo de su historia editorial los escritos de Marx sólo puede compararse con las coincidencias afortunadas, fantásticas, triviales y casi increíbles con las que pudo salvarse para la posteridad la mayor parte de la obra de Aristóteles. Al igual que Marx, sus escritos sufrieron las inclemencias de los intereses políticos y los caprichos culturales en los cambios en la forma de atención. Y, al igual que Aristóteles, los manuscritos de Marx guardan una peculiaridad muy especial: la mayor parte son apuntes, bocetos, notas y memoranda, producto de una técnica de trabajo intelectual limitada por la extrema pobreza y las constantes emigraciones políticas. Pero a Marx se le agrega una condición suplementaria: que el mismo Marxismo (s) nació, se desarrolló, se profesionalizó en escuela (y luego en ideología oficial y legitimadora de un estado) cuando la obra de Marx no era aún accesible en su totalidad e incluso cuando importantes partes de su corpus estaban inéditas (lo siguen estando) o incluso eran inhallables. El ¿éxito? del Marxismo como ideología de partido y ortodoxia de estado (como ciencia de la legitimación o DiaMat) ha precedido en décadas a la divulgación científica y exhaustiva de los escritos completos de sus fundadores. Y uno de los casos más extremos (aunque no el único) es el texto conocido como Die Deutsche Ideologie, La Ideología Alemana, escrito a tres manos por Friedrich Engels, Moritz Hess y Karl Marx entre 1845 y 1846, y que muchos especialistas consideran que en él por primera vez se establece lo que podríamos denominar un materialismo histórico coherente y fundamentado. [8] Y aunque su importancia es generalmente admitida por la Marxologie más prestigiosa, incluso la académica (empezando por Althusser, Balibar, etc.), es una obra muy poco leída en toda su extensión, mal editada y de pésima difusión. [9] Fuera del ámbito de la Marxología, reina la indiferencia, el desconocimiento total o directamente el desprecio desde la ignorancia. [10] Como decían los antiguos romanos: Pro captu lectoris habent sua fata libelli, y es que según las capacidades y posibilidades del lector, los libros tienen su destino. Incluso en el caso de un pensador clásico como Marx.
Para darnos una medida de la importancia que el propio autor le otorgaba a este trabajo de 1845-1846 debemos realizar un pequeño desvío para conocer la poco conocida historia de las primeras obras escogidas editadas de Karl Marx. La difusión de la obra de Marx ya fue un problema en propia vida del autor. Los únicos trabajos de esta época en la que escribió Die deutsche Ideologie, la fructífera década de 1840’s, que llegaron a ser impresos en forma de libro, se debieron a un intento frustrado poco conocido de unas obras escogidas, unos primitivos Frühere Ausgaben. Llamadas pomposamente Gesammelte Aufsätze von Karl Marx, se debieron al tesón editorial de un camarada, el médico y publicista Hermann Heinrich Becker, alias der rot Becker, [11] aparecidas fantasmalmente en abril y mayo de 1851. [12] Franz Erdmann Mehring, el historiador y político que luego fundaría la Liga Spartakus con Rosa Luxemburg, relataba en su clásico trabajo biográfico que “Marx se puso en comunicación con Hermann Becker para la edición de sus obras completas y, más adelante, de una revista trimestral que habría de aparecer en Lieja; Becker había fijado su residencia en Colonia, donde… regenteaba una pequeña empresa editorial.” [13] El proyecto de edición, en dos tomos con alrededor de 400 páginas cada uno, de veinticinco pliegos cada uno, tenía un trasfondo eminentemente político, un paso ligado a la táctica de partido (propagandistische Tätigkeit), ligado estrechamente a la propaganda y difusión de las ideas de Der Bund des Kommunisten, la famosa Liga de los Comunistas, organización a la que se trataba de reconstituir dentro de Alemania. Las primitivas obras escogidas de Marx tenían el apoyo institucional del Kölner Zentralbehörde, el comité central de la Liga en Colonia, se había pensado en un sistema de suscripción preiva a su publicación. Dentro del mismo proyecto, Marx había diseñado el lanzamiento de una colección popular de literatura socialista en formato de pequeños fascículos (un plan de difusión de pensadores socialistas que ya había intentado llevar a la práctica en 1845), e incluía autores como Babeuf, Buonarotti, Holbach, Fourier, Owen, Helvetius, Saint-Simon, Cabet, Considérant y Proudhon. Siguiendo con estas primitivas obras selectas de Marx, e n el folleto publicitario para las librerías, firmado por el editor de la compilación, Becker mismo, podía leerse que la obra de Karl Marx se encontraba muy diseminada tanto en folletos, panfletos, como en periódicos desaparecidos y publicaciones inhallables en librerías, por lo que la edición en formato libro era un gran servicio que hacía accesible al lector su obra del último decenio, “el primer volumen recopila las contribuciones de Marx en los Anekdota de Ruge, en la antigua Rheinische Zeitung (incluyendo artículos sobre la libertad de la prensa, las leyes sobre el robo de la madera, la situación de los campesinos del Mosela, etc.), en los Deutsch-französischen Jahrbüchern, en el Westphaelische Dampfboot, en Gesellschaftsspiegel, etc. y una serie de monografías publicadas antes de la revolución de marzo de 1848, pero por desgracia (sic!) todavía tienen plena actualidad.” [14] El único y primer volumen, que finalmente quedó reducido a ochenta páginas, contenía textos de Marx desde diciembre de 1841, el primero era Bemerkungen über die neue preußische Zensurinstruktion, publicado en la revista Anekdota zur neuesten deutschen Philosophie und Publicistik [15] de los jóvenes hegelianos. Y la presencia de este escrito resulta sintomática. No es casualidad que Marx eligiera, no su primera publicación impresa [16] , sino su primer trabajo qua publicista demócrata-revolucionario defendiendo la libertad de prensa clásica burguesa contra el reaccionario estado prusiano. En él ya criticaba el “aparente Liberalismo” (Scheinliberalismus) de la forma-estado burguesa, con un bagaje filosófico que se remitía explícitamente a Spinoza, Kant y Fichte, develando la ilusión política de creer que los defectos objetivos institucionales (objektiven Fehler, como la tendencia hacia la restricción en la información crítica y libre) del estado, en realidad su esencia, podían corregirse cambiando los individuos que ejercen la censura. Ninguna “buena” ley podía, ninguna “buena” intención subjetiva, subraya allí Marx, puede modificar la esencia de un estado burgués. Además en un extraordinario párrafo concentrado, Marx describe de manera popular el método dialéctico de investigación de la Verdad (Untersuchung der Wahrheit), que tiene que ser por sí mismo verdadero: Zur Wahrheit gehört nicht nur das Resultat, sondern auch der Weg, “…de la Verdad no forma parte solamente el resultado, sino el camino.”, subrayando que el carácter del objeto (Charakter des Gegenstandes) que se investiga, en este caso el estado burgués, ejerce una influencia decisiva sobre la misma investigación. La investigación verdadera “es” la Verdad desplegada, cuyos miembros dispersos se agrupan y compendian el resultado, ni más ni menos que una versión primitiva y todavía tosca del modo de investigación, el Forschungswiese, tal como lo explica en el prólogo a Das Kapital.
El proyecto editorial incluía, además de los artículos periodísticos de la etapa radical-liberal en los Anekdota y en el diario Rheinische Zeitung, algunos del frustrado proyecto parisino de los Anuarios Franco-Alemanes, y finalmente artículos del “órgano de la Democracia” creado por Engels y Marx, la Neue Rheinisches Zeitung. En el nonato tomo segundo estaba previsto publicar artículos de la revista política que editaron Engels y Moritz Hess, Espejo de la Sociedad, [17] incluso se pensó en traducir al alemán monográficos de Marx, como el libro contra Proudhon, Misère de la philosophie [18] , y además el capítulo IV de la Die deutsche Ideologie. Kritik der neuesten deutschen Philosophie in ihren Repräsentanten Feuerbach, B. Bauer und Stirner und des deutschen Sozialismus in seinen verschiedenen Propheten, titulado “Karl Grün: ‘Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien’ (Darmstadt 1845) oder Die Geschichtschreibung des wahren Sozialismus”. [19]
Aunque la tirada pensada inicialmente era muy ambiciosa, 15.000 ejemplares, sólo se imprimieron algunas copias, la represión contra los comunistas en Colonia, el mismo Becker fue detenido em mayo de 1851, y la confiscación de ejemplares por la policía, hicieron que pocos libros llegaran a la distribución más allá de la ciudad. Incluso a mediados de 1851, Marx todavía pensaba editar una versión ampliada de estos escritos selectos, incluyendo un potencial tercer tomo, cada uno con una extensión de 75 páginas, tomando parte en la intermediación el dirigente Ferdinand Lassalle. [20] Más allá de la importancia filológica-documental, que es obviada o totalmente desconocida por la Marxologie tradicional, el proyecto político-editorial, madurado en diciembre de 1850, de precisas pistas sobre las ideas filosófico-prácticas del Marx maduro. En primer lugar que para las tareas políticas-revolucionarias pendientes en la Alemania post-1848, Marx mismo había identificado de su obra anterior, tanto teórica como publicista, qué textos eran pertinentes y cuales no. En segundo lugar, es evidente que si el propio Marx pretendía publicar, con el consenso de la propia Bund des Kommunisten, textos en apariencia “desfasados” de su etapa de liberal de izquierdas, esto demuestra un elemento de ¿profunda? continuidad (a pesar de las sucesivas rupturas teóricas) en la autoconciencia de Marx entre su pensamiento izquierdo-hegeliano, luego feuerbachiano, y el Comunismo reflexivo de la década de 1850’s. Las ideas marxianas entre 1841 y 1844 continuaban actuales, siendo plenamente operativas y funcionales a la nueva dimensión de la Kritik. Recordemos que a estas alturas Marx ya había escrito no soloLohnarbeit und Kapital” [21] en el diario democrático-revolucionario Neue Rheinisches Zeitung, sino publicado con Engels el Manifiesto Comunista. Y dentro de esta continuidad en su filosofía práctica, Marx reconocía el valor autónomo y de consolidación teórica de la Die deutsche Ideologie de 1845-1846.
“Durante el verano (de 1845)” –recuerda Jenny Westphalen, esposa, correctora y copista de Marx– “Engels elaboró con Karl una crítica a la filosofía alemana. El estímulo externo lo había constituido la aparición de Der Einzige und sein Eigentum (de Max Stirner). Acabó siendo una obra voluminosa y habría de publicarse en Westfalia.” [22] En una autointerpretación de Marx maduro, el famoso Vorwort a la Zur Kritik der Politischen Ökonomie de 1859, queda clara la enorme importancia que le otorgaba al paso teórico efectuado entre 1844-1846 y en especial el rol que jugaba Die deutsche Ideologie: “Comencé en París la investigación de ésta última (la anatomía de la sociedad civil), prosiguiéndola en Bruselas, hacia donde había emigrado como consecuencia de una orden de expulsión del Sr. Guizot. El resultado general que obtuve y, que una vez obtenido, sirvió de hilo conductor de mis estudios, puede formularse brevemente de la siguiente manera. En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción (Produktionsverhältnisse) que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas… El modo de producción de la vida material determina (bedingen) el proceso social, político e intelectual de la vida en general… Friedrich Engels, con quién he estado manteniendo un constante intercambio epistolar de ideas… cuando se estableció asimismo en Bruselas en la primavera de 1845, con él resolvimos elaborar conjuntamente la oposición de nuestros puntos de vista contra el punto de vista ideológico de la filosofía alemana o, de hecho, ajustar cuentas con nuestra antigua conciencia filosófica. Éste propósito se llevó a cabo en forma de una crítica a la filosofía posthegeliana. El manuscrito, dos gruesos volúmenes in-octavo, ya había arribado desde mucho tiempo atrás al lugar donde debía ser editado, en Westfalia, cuando recibimos la noticia de que un cambio de condiciones no permitía su impresión. Dejamos librado el manuscrito a la roedora crítica de los ratones, tanto más de buen grado cuanto habíamos alcanzado nuestro objetivo principal: comprender nosotros mismos (Selbstverständigung) la cuestión.” [23] Resulta claro y evidente que esta ruptura, esta nueva Ansicht, este revolucionario punto de vista, sólo puede ser entendido en su magnitud si comprendemos el significado de La Ideología alemana. A fin de cuentas: si volvemos al “futuro anterior” del propio Marx.

Imagen: prospecto para las librerías de las primeras obras completas de Karl Marx, escrito por el editor Hermann Becker, Köln, 1851.


[1] La conocida como “primera crisis del Marxismo”, hoy casi totalmente olvidada, fue iniciada por un artículo del abogado G. Masaryk en los números 177-179 del diario vienés Die Zeit, en el cual simplemente constataba las diferencias teórico-prácticas internas en la socialdemocracia alemana y austriaca, en especial entre los padres fundadores y sus epígonos, concluyendo que tales diferencias se debían al carácter ecléctico del propio Marxismo, al ser un sistema sincrético y que Das Kapital era una mera transcripción en términos económicos del Faust de Göethe. De la crisis “en” el Marxismo de la socialdemocracia de lengua alemana, reformistas como Bernstein et altri la transformaron en crisis “del” Marxismo a secas.
[2] Labriola, Antonio; Discorrendo di socialismo e di filosofia , carta II; en español: Socialismo y Filosofía; Alianza editorial, Madrid, 1969, p. 41, con traducción y prólogo de Manuel Sacristán.
[3] Georges Sorel, “Préface”, en: Labriola, Antonio; Essais sur la conception matérialiste de l'histoire; V. Giard & E. Brière, libraires-éditeurs, Paris, 1897, pp. 1-20.
[4] Labriola, Antonio, ibidem, p. 41.
[5] En 1975 Sacristán proyectó una edición crítica en lengua castellana de la obra selecta de Marx y Engels en 68 volúmenes, con el título de Obras completas de Marx y Engels , OME, bajo el sello Editorial Grijalbo. De ese proyecto sólo llegaron a ver la luz once volúmenes, entre ellos las traducciones de Sacristán de El Capital, libro 1 y 2 y el Anti-Duhring. Decía Sacristán con razón sobre publicar al Marx desconocido que “cuando me encargaron que empezara a traducir las obras de Marx y Engels (que por cierto están suspendidas porque el mercado ya no da para eso) estaba justificado que me pidieran un Capital, puesto que si traducían unas obras completas era natural que también editaran El Capital. Lo que en cambio, en mi opinión, era un error, era considerar que había que sacar pronto El Capital. Creo que primero había que publicar lo inédito, a saber, todo el epistolario completo. Yo no me atrevo a decir que ellos, que son comerciantes, no lleven razón, pero la situación es absurda.”, en: López Arnal, S./ De la Fuente, P.; Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996, p. 168. Sobre la figura decisiva de Sacristán, véase de López Arnal, Salvador; “Aristas esenciales de un pensador poliédrico (I). Manuel Sacristán (1925-1985), a los 25 años de su fallecimiento”, en: Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, Nº 109, 2010, pp. 23-44.
[6] Traducción de una selección la edición de Karl Marx/ Friedrich Engels; Werke, editada por Dietz Verlag de Berlín-DDR, según la versión de 1958; en palabras de Roces: “Esta edición, que no es de las obras completas (MEGA), sino de las Obras Fundamentales (Werke), va a constar de veintitantos volúmenes. Se han publicado ya dos tomos de la juventud de Marx y de Engels; se han publicado los tres tomos de las Teorías de la Plusvalía. Van a aparecer ahora El Capital y los escritos económicos menores y también la nueva edición de los Grundrisse.” Sobre la figura de Roces: Rivaya, Benjamín; “Comunismo y compromiso intelectual: Wenceslao Roces”; en: Papeles de la FIM, nº 14, Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid, 2000. Roces fue pionero al fundar y dirigir una empresa de difusión marxista ya en la IIº República española, la “Biblioteca Carlos Marx” de la Editorial Cenit de la cual llegaron a publicarse diez volúmenes grandes, entre ellos el primer tomo de Das Kapital en dos volúmenes y el Anti-Dühring de Engels.
[7] Remitimos al lector a nuestra crítica a la enésima tentativa de tratar a Marx y Engels como un perro muerto del físico Mario Bunge: “El Dr. Bunge sobre Engels. Los escombros ideológicos del Neopositivismo”, on-line en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98168
[8] Essbach, Wolfgang; Die Bedeutung Max Stirners für die Genese des historischen Materialismus (1978) , u.d.T. Gegenzüge, Materialis, Frankfurt am Main, 1982.
[9] Balibar, por ejemplo, señala rápida y erróneamente que “en 1845, Marx, refugiado en Bruselas, trabajaba en colaboración con Engels en la elaboración de una concepción filosófica materialista de la Historia, de la que quiere hacer la base de un socialismo proletario autónomo (Tesis sobre Feuerbach, La Ideología Alemana, manuscritos publicados tras la muerte de Marx y Engels)”, en: Balibar, Étienne; Cinco Ensayos de Materialismo Histórico, Editorial Laia, Barcelona, 1976, p. 20. Malgré lui: no sólo se equivoca en considerarlos dos obras independientes, sino también en el momento en que fueron publicados, mucho antes de la muerte de Engels y Marx. En ningún momento Engels o Marx utilizan en esos años ni el término “concepción filosófica materialista de la Historia”, ni el de “socialismo proletario autónomo”.
[10] El caso del célebre filósofo liberal británico Isaiah Berlin, quién en su libro por encargo sobre Marx escribe sobre la Die deutsche Ideologie lo siguiente: “Stirner is treated at greater length. Under the title of ‘St Max’ he is pursued through five hundred pages of heavy-handed mockery and insult. ”, en: Karl Marx: His Life and Environment, Thornton Butterworth, London, 1939, Chapter VI, “Historical Materialism”, p. 143, o sea: “Stirner es perseguido a través de quinientas páginas de mano dura, burla e insulto.” Berlin se equivoca hasta en el año de composición: “The most extended statement of the theory occurs in a work which he composed together with Engels in 1846, entitled the German Ideology”, en: ibidem, p. 118.
[11] Dohm, Bernhard/ Taubert, Inge; “Engels über den roten Becker. Ein unbekannter Brief von Friedrich Engels”; en: Beiträge zur Geschichte der Arbeiterbewegung. 1973, Heft 5, pp. 807-814.
[12] Marx, Karl; Gesammelte Aufsatze von Karl Marx, herausgegeben von Hermann Becker. I. Heft, Koln, 1851. El contenido de esta primera edición de escritos de Marx puede verse en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich: Werke, Artikel, Entwrfe Juli 1849 bis Juni 1851, Abt. 1: Werke, Artikel, Entwürfe, Bd. 10, Akademie Verlag, Berlin, 1977, pp. 493-497. Se trataba del primer volumen proyectado; el segundo jamás se publicó, ya que Becker fue detenido el 19 de junio de 1851 acusado de comunista y conspirar contra el estado; fue juzgado en el famoso proceso a los comunistas, el Kölner Kommunistenprozess, en 1852, y condenado a cinco años de cárcel. Véase la carta de Becker a Marx de diciembre de 1850, en: AA.VV.; Der Bund der Kommunisten. Dokumente und Materialen . Band 2, Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1982, Dokumente 570, pp. 357-358.
[13] Mehring, E., Franz; Karl Marx: Die Geschichte seines Lebens, 1918, p. 209; en español: Carlos Marx. Historia de su Vida; Editorial Grijalbo, México, 1957, P. 227-228.
[14] Textual: “Marx's Arbeiten sind theils in besonderen Flugschriften, theils in periodischen Schriften erschienen, jetzt aber meistens gar nicht mehr zu bekommen, wenigstens im Buchhandel ganz vergriffen. Der Herausgeber glaubt deßhalb, dem Publikum einen Dienst zu erweisen, wenn er mit Bewilligung des Verfassers diese Arbeiten, welche gerade ein Decennium umfassen, zusammenstellt und wieder zugänglich macht. [...] Der erste Band wird Marx's Beiträge zu den ‘Anekdota’ von Ruge, der (alten) ‘Rheinischen Zeitung’ (namentlich über Preßfreiheit, Holzdiebstahlsgesetz, Lage der Moselbauern usw.), den ‘deutsch-französischen Jahrbüchern’, dem ‘Westf. Dampfboote’, dem ‘Gesellschaftsspiegel’ usw. und eine Reihe von Monographien enthalten, die vor der Märzrevolution erschienen, aber leider noch heute passen.” En: Marx, Karl/ Engels, Friedrich, ibidem, p. 496.
[15] Se trata del segundo artículo público conocido de Marx, escrito entre enero y febrero de 1842, aparecido anónimamente (“Por un renano”) como artículo en los Anekdota…, tomo I, año 1843. La revista era un órgano puro de la izquierda hegeliana, bajo la dirección de Arnold Ruge
Ahora en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke. Band 1; (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1976. pp. 3-25; en español: Marx, Karl; Escritos de Juventud, FCE, México, 1982, pp. 149-169.
[16] Es decir, el artículo “Luther als Schiedsrichter zwischen Strauß und Feuerbach” (“Lutero, árbitro entre Strauss y Feuerbach”), escrito en enero de 1842 y aparecido de manera anónima (“Uno que no es berlinés”) en los Anekdota…, tomo II, 1843; ahora en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke. Band 1; (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1976. pp. 26-27; en español: Marx, Karl; Escritos de Juventud, FCE, México, 1982, pp. 147-148.
[17] La publicación Gesellschaftsspiegel. Organ zur Vertretung der besitzlosen Volksklassen und zur Beleuchtung der gesellschaftlichen Zustände der Gegenwart, era una revista de tendencia wahrsozialistischen político-teórica de intervención en las clases trabajadores y de co-investigación de la cuestión social; fue editada entre 1845-1846 en la región natal de Engels, Elberfeld, véase: Silberner, Edmund; “Der ‘Kommunistenrabbi’ und der ‘Gesellschaftsspiegel’”; en: Archiv für Sozialgeschichte, (1963), Band 3, pp. 87-102. Marx contribuyó con un artículo sobre el suicidio en el Capitalismo en 1846: “Peuchet: Vom Selbstmord”, en: Gesellschaftsspiegel; zweiter Band, Heft VII, Elberfeld, Januar 1846, pp. 14-26; ahora en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich: Marx-Engels Gesamtausgabe, MEGA , I Abt., Band 3, Moskau-Berlin, 1932, pp. 391-407 ; en español: Marx, Karl; Sobre el Suicidio, Edición y traducción a cargo de Nicolás González Varela, Montesinos, Mataró, de próxima publicación. Sobre el artículo de Marx, nos permitimos remitir al lector a nuestro artículo on-line: “Karl Marx en Bruselas (1845-1848): suicidio y cuestión femenina en el Capitalismo”, en: http://www.rebelion.org/noticias/2006/10/38534.pdf
[18] Escrito en francés entre diciembre de 1846 y abril de 1847: Misère de la philosophie. Réponse a la philosophie de la misère de M. Proudhon, C.G. Vogler, Brüssel-A. Frank, Paris, 1847. Habrá que esperar a 1885 para que el público alemán tuviera una edición de La Miseria de la Filosofía, traducción de Eduard Bernstein y Karl Kautsky: Das Elend der Philosophie. Antwort auf Proudhons ‘Philosophie des Elends’ . Deutsch von Karl Kautsky und Eduard Bernstein. Mit Vorwort und Noten von Friedrich Engels, J.H.W. Dietz, Stuttgart , 1885. Ahora en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke. Band 4; (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1976. pp. 63-182; en español existe una deficiente primera edición en España: Miseria de la filosofia, Contestación á la filosofía de la miseria de Proudhon. Versión española, precedida de una carta de Federico Engels y unos apuntes sobre las teorias, carácter y obras del autor por José Mesa.; Establecimiernto Tipográfico de Ricardo Fé, Madrid, 1891; la mejor traducción sigue siendo: Miseria de la Filosofía, Editorial Signos, Buenos Aires, 1970.
[19] En: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 3, (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1976, pp. 5–530.
[20] Véase la carta de Lassalle a Marx del 26 de junio de 1851 y sus conversaciones con el editor Scheller de Düsseldorf.
[21] Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 6, (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1971, pp. 397-423; en español: Trabajo Asalariado y Capital, Ed. Nova Terra, Barcelona, 1970.
[22] Westhpalen, Jenny; “Kurze Umrisse eines bewegten Lebens”, en: AA. VV.; Mohr und General. Erinnerungen an Marx und Engels, Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1964, p. 192.
[23] Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 13, (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1971, p. 8 y 10. En español: Marx, Karl; Contribución a la Crítica de la Economía Política, Siglo XXI, México, 1980, p. 4 y 6.

lunes, 26 de septiembre de 2011

26-09-2011
Desigualdades como causa de la crisis

Rebelión


Desde hace años, algunos pocos hemos estado señalando que una de las causas más importantes de la Gran Recesión actual es el enorme crecimiento de las desigualdades sociales, con una gran concentración de las rentas en los sectores más adinerados de la población (cuyas rentas proceden primordialmente de las rentas del capital) a costa de las rentas de la mayoría de la ciudadanía (cuyas rentas proceden primordialmente del trabajo). Ello ha determinado un descenso muy notable de la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, forzándola a endeudarse. Ni que decir tiene que el sector que se ha beneficiado más de esta necesidad de endeudarse ha sido el capital financiero y muy en especial la banca. Éste es el origen del enorme endeudamiento de las familias.
Por otra parte, el descenso de la capacidad adquisitiva de la población ha determinado un problema de escasa demanda de bienes y consumos, responsable de la ralentización de la actividad económica. La gente no compra como compraba antes y, además, está profundamente endeudada. Ello conlleva una baja rentabilidad de lo que se llama capital productivo. Y el capital deja de invertirse en la economía productiva para pasar a invertir en actividades especulativas, siendo la penúltima la burbuja inmobiliaria, y ahora la burbuja de la deuda pública.
De este análisis se deriva la necesidad de revertir este crecimiento de las desigualdades, siguiendo políticas casi opuestas a las que se están desarrollando por la mayoría de gobiernos de la Unión Europea, tales como reformas fiscales progresivas, aumento de los salarios y del gasto público social (que tiene un efecto redistributivo), y reducción del sector financiero, gravando las actividades especulativas, cuando no eliminándolas, tal como se hizo, por cierto, para salir de la Gran Depresión a principios del siglo XX. El hecho de que no se esté desarrollando ninguna de estas políticas muestra el grado de dominio que las tesis neoliberales continúan teniendo en los establishments políticos de los países desarrollados. Y a los autores que continuamos subrayando que la raíz del problema es el crecimiento de las desigualdades se nos margina, cuando no se nos ignora.
Pero mira por donde, se ha publicado un informe por el Gabinete de estudios de nada menos que uno de los Vaticanos del pensamiento neoliberal, el Fondo Monetario Internacional, que nos viene a dar la razón. El informe, titulado Inequality, Leverage and Crises, escrito por Michael Kumhof y Romain Rancière, no es un documento oficial del FMI (como el informe rápida y claramente puntualiza), y es más que probable que nunca se convierta en política oficial del FMI. En realidad, a pesar de la enorme importancia del estudio, sus contenidos apenas se han distribuido. Por cierto, sorprende agradablemente el rigor del estudio que contrasta con la chapuza del último informe del FMI sobre España (Spain. July 2011, IMF County Report. No. 11/215). Este último informe, incluso por los bajos estándares del staff del FMI, es un insulto al intelecto. Repiten machaconamente las mismas recetas neoliberales, sin haberse tomado la molestia de mirar los datos. Por ejemplo, recomiendan la disminución del gasto público que cubre los salarios de los empleados públicos, indicando que España se gasta demasiado en empleo público, cuando los datos muestran precisamente lo contrario. España es uno de los países con menor porcentaje de la población adulta trabajando en los servicios públicos (véase “El empleo público en España no es excesivo. Los errores del informe sobre el coste de la Administración, de la EAE Business School”, de Vicenç Navarro, Marta Tur, Miquel Campa y Carlos Carrasco, en www.vnavarro.org)
Pero el Centro de Estudios del FMI tiene un mayor nivel intelectual, y el informe sobre las desigualdades es excelente. Es un placer ver documentos cuyas propuestas están avaladas, no por dogma, sino por datos creíbles tal como hace este estudio. Aunque se centra en EEUU, el informe podría haber incluido también a los países de la Unión Europea (incluyendo España). En parte, su focalización en EEUU se debe a la centralidad de la economía estadounidense a nivel mundial pero también a la disponibilidad de datos, un elemento de gran importancia, pues en España, por ejemplo, es dificilísimo encontrar datos creíbles sobre la distribución de la renta.
El informe muestra la evolución de las rentas desde 1970 a 2005 en EEUU, señalando el enorme crecimiento de las rentas de la decila superior y el descenso de todas las demás. Muestra también como esta concentración de las rentas ha causado un gran crecimiento del endeudamiento de la mayoría de la población, la cual, al sufrir una disminución de su renta, tuvo que endeudarse para mantener el nivel de vida al cual estaba acostumbrada, y con ello mantener también la demanda doméstica. Los autores muestran que a mayor crecimiento de la concentración de las rentas en la decila superior, mayor endeudamiento del resto de la población, y mayor tamaño del sector financiero en EEUU, una relación de una enorme importancia. El artículo también señala como este endeudamiento, clave para continuar el nivel de demanda, fue facilitado por la bajada de intereses. Y de ahí, la génesis de la burbuja inmobiliaria tal como documentan los autores. Éstos muestran también que el incremento de la financialización (es decir, del sector financiero en la economía) significó una caída de las inversiones en sus sectores productivos.
En realidad, si hubiera datos creíbles podríamos ver que la situación es casi idéntica en España. Es un indicador del enorme poder de las clases más adineradas que esta realidad es ignorada en los mayores fórums mediáticos y políticos del país.
26-09-2011
Capital ficticio

Página 12


La vapuleada economía griega está mendigando la liberación del sexto tramo del denominado paquete de rescate por unos 8000 millones de euros. El gobierno heleno suplica por esos fondos porque sus arcas están exhaustas y los necesita para pagar sueldos y jubilaciones en octubre. Para desembolsar esos recursos sus países socios de la Eurozona y el Fondo Monetario Internacional exigieron acelerar el ajuste en la plantilla de empleados públicos. Grecia aceptó y obligará a tomar licencia anual a unos 30 mil, en un plan que en los últimos dos años ya produjo la reducción del sector público en 200.000 trabajadores, con la proyección de despedir otros 150.000 hasta 2015. El programa incluye también poda de salarios y jubilaciones. Muy diferente es el comportamiento de líderes políticos, bancas centrales y organismos multilaterales cuando los apremios son padecidos por las entidades financieras.
En un acuerdo inédito, las bancas centrales de la Unión Europea, Suiza, Japón, Inglaterra y Estados Unidos dispusieron asistencia financiera ilimitada para los bancos para que puedan superar su propia crisis de caída de depósitos, freno a los préstamos al consumo y a las empresas y desconfianza entre entidades que congelaron el crédito interbancario. Puede ser que sea necesaria esa inmensa operatoria de salvataje financiero para evitar un descalabro mayor, pero lo notable es el contraste entre esa amplia disponibilidad de recursos sin exigencias y el torniquete aplicado a las economías europeas al borde del default.
Esta conducta es la manifestación más cristalina de cómo se desarrolla la crisis de la actual fase del capitalismo dominado por la finanzas globales. También revela lo conveniente de que la economía argentina se encuentre marginada de ese circuito y la extrema prudencia que se requiere para no caer en las falsas ilusiones de regresar a ese mundo de endeudamiento, calificadoras de riesgo y el FMI.
Uno de los aspectos menos mencionados de esta crisis que estalló hace tres años en Estados Unidos y Europa es la constante sangría de depósitos que están registrando sus bancos. No se habla de corrida sólo para preservar las débiles expectativas de esas economías. Las cifras son impactantes si se recuerdan antecedentes no tan lejanos del caso argentino. En el diario británico Financial Times se publicó un artículo que precisa que los depósitos minoristas e institucionales de los bancos griegos cayeron 19 por ciento en el último año y los de las entidades irlandesas lo hicieron casi 40 por ciento en 18 meses. En la potencia europea, Alemania, que se presenta como menos vulnerable, los últimos datos del Banco Central Europeo informan que los depósitos de grandes inversores financieros se redujeron un 12 por ciento en ese mismo período y un 24 por ciento desde la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. En Francia, ese tipo de colocaciones, que representan la mitad del total del mercado galo, se redujo 6 por ciento desde junio de 2010. En España, donde esos ahorros son la quinta parte del total, el drenaje fue de 14 por ciento desde mayo de 2010. En los bancos italianos, los depósitos minoristas cayeron uno por ciento el último año, pero en el rubro grandes operadores el retiro de dinero ya superó los 100.000 millones de dólares, que representa una caída de 13 por ciento.
Ese comportamiento se conoce como fuga de depósitos, y es uno de los factores para entender la agudización de la debacle europea en los últimos meses. La experiencia argentina no tiene que ser utilizada como un caso aislado de un país periférico que padeció una profunda crisis, sino que debería ser considerada como una referencia ineludible para comprender la dinámica de esa forma de funcionamiento del capitalismo, y un eventual desenlace. Menospreciarla con soberbia, como lo hizo la titular del FMI, Christine Lagarde, refleja la desorientación del liderazgo político para entender e intervenir en la debacle de sus economías. Lo que está pasando ahora en los respectivos sistemas bancarios europeos es una crisis del denominado capital ficticio.
Las entidades financieras ocuparon el centro neurálgico del movimiento de la economía desde la década del ’70 y con cada vez más influencia en las siguientes. Desde entonces la generación de riquezas basada en burbujas especulativas y el consumo motorizado por deudas privadas y públicas fue construyendo la hegemonía de las finanzas. Antes de esa consolidación, la relación entre el PBI global, o sea las riquezas en bienes y servicios generadas en un año en la economía mundial, y el circuito monetario era de un ratio 1 a 1. Había correspondencia entre la producción y la masa de recursos financieros. Con la desregulación financiera global y la cada vez más sofisticada ingeniería especulativa, esa relación se distanció en una proporción de 1 a 4 hasta el estallido de la presente crisis. Esto significaba la existencia de un capital ficticio en circulación considerable, que no tenía ninguna reciprocidad con la cantidad y valor de bienes y activos físicos. Ese capital se multiplicó en la esfera de las finanzas por la tasa de interés o la valorización de activos bursátiles sin ser acompañado de una expansión similar de la inversión y de la actividad productiva. El fuerte retroceso de los activos financieros viene a destruir ese dinero ficticio-monetario sin contrapartida en el valor de bienes tangibles. La depreciación de parte de ese capital ficticio hasta alcanzar un nuevo equilibrio es un proceso donde se precipitan quiebras, default de deudas, depresión de cotizaciones de acciones y bonos e inflación de bienes y activos refugios, como el oro u otros metales preciosos.
No es que una crisis financiera se expresa de diferente forma dependiendo de si una economía está más o menos ordenada en materia fiscal o de endeudamiento. En todo caso, tienen más o menos impacto, pero su desarrollo adquiere condiciones parecidas. El derrape financiero seguido de recesión y la aplicación de ajustes fiscales y sociales para enfrentar la crisis lo terminan profundizando, y así se debilita aún más la situación patrimonial de los bancos. En ese contexto, se consolida el ya de por sí marcado perfil procíclico de la actividad bancaria, agudizado en un marco de creciente desregulación. Esas características quedan más expuestas cuando detona una crisis financiera global afectando a las potencias mundiales, ya no sólo la de un país pequeño y subdesarrollado.
La secuencia del deterioro de los bancos empieza con la explosión de una burbuja especulativa que induce a un retroceso de la economía y caída de las cotizaciones de activos bursátiles. Las entidades registran pérdidas patrimoniales que, según la magnitud, obligan a una capitalización por parte de sus accionistas o del propio Estado, como en 2008. Algunas quiebran y otras son absorbidas en un proceso de concentración del mercado. Si la crisis se extiende, esas capitalizaciones son insuficientes porque comienza, con un desfasaje de varios meses desde el estallido de la burbuja, el drenaje de depósitos por el miedo de ahorristas sobre el futuro de su capital. Esa sangría de recursos restringe la liquidez de las entidades, que reaccionan cerrando el crédito al consumo y a empresas, al tiempo que reclaman la cancelación de préstamos ya otorgados. Como la economía está en recesión y las medidas ortodoxas que se disponen profundizan esa tendencia, más se obtura el circuito de financiamiento porque desaparece el préstamo, pero también aumenta la morosidad de la cartera crediticia. Todo el sistema financiero transita ese proceso. La escala siguiente de ese desmoronamiento es la desconfianza entre las entidades, que dejan de operar en el mercado interbancario porque dudan de la solvencia para el repago de préstamos de sus colegas. Se frena entonces el circuito que hacía funcionar la economía en esta fase del capitalismo bajo la batuta de las finanzas. En esa instancia aparecen las bancas centrales con el objetivo de destrabarlo ofreciendo todos los fondos demandados por los bancos para reanimarlos. Sin la recuperación de la economía real, con una política opuesta a la del ajuste ortodoxo implementado por Europa con activa participación del Fondo Monetario, ese auxilio financiero sólo extiende la agonía.

domingo, 25 de septiembre de 2011

25-09-2011
¿Existe lucha de clases?



Warren Buffet es uno de los ricos más superricos de EEUU y del mundo. Se caracteriza por ser inteligente, por conocer muy bien la realidad que le rodea y por hablar muy claro, frecuentemente en contra de la clase social a la que pertenece. Es, como The Wall Street Journal lo define, un “traidor a su clase”. Entre sus declaraciones, la más citada por los no ricos es aquella en la que indicó que, en contra de aquellos que creen que ya no hay clases sociales en EEUU (y que, por lo tanto, asumen que el concepto de lucha de clases es anticuado e irrelevante), la realidad que él conoce es que sí que hay clases sociales y que también existe una lucha entre ellas en la que su clase –los superricos– gana cada día a costa de los intereses de la mayoría de la población, que consigue sus rentas a partir del trabajo en lugar del capital.
Tal señor escribió recientemente un artículo en The New York Times, Stop Coddling the Super-Rich (Basta de mimar a los superricos, 15-08-11), en el que explicaba los impuestos que él paga comparándolos con los que pagan los empleados de su compañía (él es un inversor financiero). Señala que pagó este año en impuestos 6.938.744 dólares, lo cual, señala, es una cifra más que respetable. Pero tal cantidad es menos del 17% de sus ingresos anuales, un porcentaje mucho menor que el de sus empleados, cuyo porcentaje varía desde el 33% al 41%, con un promedio (de los empleados de su despacho) de un 36%. Considera, con razón, que ello no es justo. Y subraya que los superricos no están contribuyendo al sacrificio general que el Gobierno federal de EEUU está pidiendo de todos los ciudadanos para salir de la crisis. A ninguno de los superricos se le ha pedido hasta recientemente que haga ningún sacrificio, y ello a pesar de que –tal como señala Buffet– la crisis les ha ido muy bien a los superricos.
¿Y cómo puede ser que paguen mucho menos en impuestos que la clase trabajadora y que las clases medias? Buffet lo dice claramente. La mayoría de su renta deriva de los beneficios que consigue de sus inversiones (la mayoría inversiones financieras). Es decir, es dinero de lo que antes se llamaba el capital financiero. Subraya Buffet que los impuestos sobre las rentas del capital (como el Impuesto de Sociedades) gravan mucho menos que las rentas del trabajo, lo cual le parece una profunda injusticia. Según él, todas las rentas, tanto las derivadas del capital como las derivadas del trabajo, deberían gravarse por igual, sin privilegios (como ocurre ahora) a las rentas del capital, que se gravan mucho menos. En realidad, no sólo gravan menos, sino que incluso han ido descendiendo más y más, bajo el argumento de que disminuir tales impuestos al capital facilita la creación de puestos de trabajo. La sabiduría convencional en el conocimiento económico –que, en general, está sesgado a favor de las rentas del capital– promueve políticas que favorecen estas últimas a costa de las rentas del trabajo, argumentando que es necesario incentivarlas para conseguir más inversión y más empleo. Pero, como Buffet señala en su artículo en The New York Times, los ingresos derivados del capital han crecido astronómicamente para los superricos, a la vez que los impuestos sobre tales rentas han ido disminuyendo y, sin embargo, la creación de puestos de trabajo en EEUU ha sido menor que antes (de 1950 a 1980) cuando las rentas del capital se gravaban mucho más que ahora.
En realidad, las políticas fiscales que definen quién paga impuestos y en qué cantidad no vienen definidas por factores económicos, sino por factores políticos, lo cual quiere decir por el poder e influencia que distintos colectivos de personas tienen en nuestras sociedades sobre las instituciones políticas (y mediáticas). Y de estos colectivos, los ricos y superricos (lo que solía llamarse la clase capitalista o burguesa, términos hoy abandonados por considerárseles anticuados) son los más influyentes. El hecho de que no se hable de clases sociales y lucha de clases en España se debe precisamente a su enorme poder sobre las instituciones políticas y mediáticas. Como consecuencia, la versión convencional de la estructura social de nuestros países afirma que las clases sociales básicamente han desaparecido, puesto que la mayoría de ciudadanos pertenece a la clase media, aceptando que por encima están los ricos –la clase alta– y por debajo los pobres –la clase baja–. Por lo demás, hablar de clase capitalista o burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase trabajadora (la mayoría de la población) se considera ser muy anticuado. Las ciencias sociales, sin embargo, son ciencias. Y la clase social es una categoría científica. Y en ciencia no debe confundirse antiguo con anticuado. La ley de la gravedad es muy antigua, pero no es anticuada. Si lo duda, salte de un cuarto piso y lo verá. Y esto es lo que está ocurriendo a gran parte de las izquierdas gobernantes. Están saltando del cuarto piso y están cayendo en picado.
El famoso dicho del presidente Zapatero de que “bajar impuestos es de izquierdas”, continuando unas políticas iniciadas en España por el Partido Popular, ha favorecido enormemente a la clase capitalista (es decir, aquel colectivo que deriva sus rentas del capital), que como bien dice Buffet, existe. Y los datos de la Agencia Tributaria española así lo documentan. Mientras que los ingresos al Estado derivados de la gravación a las rentas del trabajo han ido aumentando desde 2006 (pasando de representar 430.428 millones de euros en 2006 a 494.431 millones de euros en 2010), las derivadas del capital han descendido considerablemente, pasando de 75.027 millones de euros a 53.455 millones de euros, y ello en gran parte, como consecuencia de las bajadas de impuestos, sobre todo a las rentas superiores y del Impuesto de Sociedades. ¿Dónde está la versión española de Buffet?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Ver como pdf 21-09-2011

Una Ilustracion verosímil
Ilustración y fragilidad: la defensa de las cosas


Texto de la intervención del autor en las jornadas sobre Ilustración celebradas en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense en mayo de 2010.

En 1932, en su novela quizás más famosa, La marcha Radetzky, el escritor austriaco Joseph Roth escribía:
"En aquel tiempo, antes de la Gran guerra, cuando sucedían las cosas que aquí se cuentan, todavía tenía importancia que un hombre viviera o muriera. Cuando alguien desaparecía de la faz de la tierra, no era sustituido inmediatamente por otro, para que se olvidara al muerto, sino que quedaba un vacío donde él antes había estado, y los que habían sido testigos de su muerte callaban en cuanto percibían el hueco que había dejado. Si el fuego había devorado una casa en alguna calle, el lugar del incendio permanecía vacío por mucho tiempo, porque los albañiles trabajaban con lentitud y circunspección, y los vecinos, a los que pasaban casualmente por la calle, recordaban el aspecto y las paredes de la casa al ver el solar vacío. Así eran entonces las cosas. Todo cuanto crecía, necesitaba mucho tiempo para crecer, y también era necesario mucho tiempo para olvidar todo lo que desaparecía. Pero todo lo que había existido dejaba sus huellas y en aquel tiempo se vivía de los recuerdos, de la misma forma que hoy se vive para olvidar rápida y profundamente" [1] .
Esta experiencia de “vivir para olvidar rápida y profundamente” es de alguna manera también el tema del último cuento que escribió Franz Kafka en 1924, pocos meses antes de morir. Josefina la cantora o el pueblo de los ratones describe, en efecto, la vida cotidiana de una comunidad “atareada y olvidadiza” cuyos miembros se azacanean sin descanso por los pasillos y corredores de su madriguera, siempre amenazados, siempre hambrientos, arrebatados por una loca actividad, en estado de permanente emergencia. Como ratones que son, la supervivencia de la comunidad depende de que no se distraigan ni un segundo; no tienen tiempo ni para el juego ni para el arte; están tan ocupados en reunir alimentos y cerrar todas las grietas y rendijas que ni siquiera tienen tiempo para criar a sus niños, los cuales crecen tan deprisa que, antes de que se den cuenta sus padres, están ya corriendo también a su lado, profusamente dispersos por todas las galerías. Privados de escuelas y de maestros, desprovistos de asambleas y tribunas, una generación sucediendo a la siguiente sin posibilidad de distinguirlas “a causa de su cantidad y su premura”, el pueblo de los ratones carece de una “verdadera infancia” y precisamente por eso -dice el narrador- “vivimos en una inagotable e inarraigable niñez” al mismo tiempo que en una “prematura y fatigada senilidad”. Simultáneamente niños y viejos, el correr y discurrir y pasar de los ratones es el del tiempo mismo que los devora, el de la inmanencia líquida por la que se precipitan sin aliento.
Pero hete aquí que, en medio de este infatigable trajín, Josefina se detiene en un recodo, hincha el pecho y rompe a cantar. Y entonces, de pronto, todos los ratones interrumpen sus ocupaciones y se reúnen a su alrededor para escucharla; no importa lo que estén haciendo en ese momento, no importa la urgencia ni la relevancia de sus tareas, no importa tampoco el peligro que esta suspensión entraña: sin saber muy bien por qué, todos se paran, arriman sus cuerpos y tienden el oído en religioso silencio. ¿Por qué -por qué- se paran? ¿Canta tan bien Josefina? ¿Es siquiera cantar lo que ella hace? Porque Josefina es un ratón y se expresa como un ratón; aunque está convencida de las excelencias de sus “coloraturas operísticas”, el sonido que sale de su boca es, en realidad, “un simple chillido”, un “vulgar chillido” que -si acaso- se distingue del de sus congéneres por su “delicadeza y debilidad”. Y sin embargo, cada vez que Josefina frena su carrera, adopta la pose del bel canto y eleva su chillido ratonil sobre el bullicio de los otros gritos, el pueblo de los ratones -uno por uno y todos a la vez- suspende inmediatamente toda su actividad, forma un corro o una plaza y se mantiene inmóvil y silencioso, unido por un instante en una “extraña liberación de sí mismo”. Josefina chilla exactamente igual que los otros ratones, de una manera tal vez más afectada o presuntuosa y agravando además la vulnerabilidad de todos, pero “juro” -dice el narrador- que no quisiéramos, por nada del mundo, faltar a estos conciertos”.
El final del cuento es trágicamente previsible. Un día Josefina, que ha amagado a menudo su retirada para tratar inútilmente de mantener en tensión a su público, desaparece en las pasadizos, como cualquier otro ratón, y no deja más huella en la memoria que este último recuerdo, materializado en el relato, que el narrador no podrá tampoco conservar por mucho tiempo:
“Josefina, libre ya de los afanes terrenos, se aleja jubilosamente en medio de la multitud innumerable de los héroes de nuestro pueblo, para entrar muy pronto, como todos sus hermanos, ya que desdeñamos la historia, en la exaltada redención del olvido” [2] .
El cuento de Kafka, que puede leerse como una reflexión sobre la infundamentada autenticidad del arte (el de un acto cotidiano enmarcado en una ceremoniosa solemnidad), explora también el enigma de la victoria social sobre el tiempo. ¿Por qué se paraban los ratones? Esta pregunta, estribillo casi de la narración kafkiana, solapa otra cuya respuesta es necesariamente tautológica:
¿Para qué servía el canto de Josefina?
Precisamente para pararse.
¿En qué se distinguía el canto de Josefina?
Precisamente en eso; en que paraba al pueblo de los ratones.
Parémonos también nosotros un instante y comencemos desde otro recodo.
La producción de imágenes manufacturadas, que permite separar el cuerpo de su doble visual, introduce en nuestra conciencia una cenestesia de caducidad permanente que no ha producido ella. Quiero decir que este acto, esta mañana de abril, no es más que una vieja película -como la propia filmación demostrará- de la primera década del siglo XXI. Nuestros vestidos son de época, nuestros muebles son de época, nuestro propio lenguaje es ya un lenguaje de época. Nos levantamos por la mañana y nos ponemos nuestros pantalones de época, cogemos nuestros transportes de época, acometemos nuestros saludos, nuestras ceremonias, nuestros rebuscados ademanes de época. Nos disfrazamos de hombres y mujeres del año 2011. Nuestros cuerpos están aquí y nuestras imágenes, sueltas, emancipadas, multiplicadas, circulan por todo el mundo, más verdaderas y quizás más valiosas que nuestros cuerpos, pero en todo caso demostrativas de un anclaje un poco ridículo en un tiempo -mientras las contemplamos- ya superado por el propio tiempo.
No podemos engañarnos. Somos hijos de nuestro tiempo, somos fruto de nuestra historia. Chesterton bromeaba sobre ese capataz esclavista que se habría justificado a sí mismo razonando que había nacido demasiado pronto para cuestionar la esclavitud, pero que estaba dispuesto a esperar unos cuantos siglos para volverse -con arreglo también a los tiempos- encendido defensor de la igualdad y la libertad de todos los seres humanos. El capataz de Chesterton es un oxímoron viviente, una de esas paradojas mediante las cuales el escritor católico se burlaba del relativismo: si uno sabe que es hijo de su época, ¿no puede rebelarse contra ella? Si uno sabe que es hijo de su época, ¿no puede ser también, precisamente por eso, hijo de la razón, hijo de la justicia, vástago de -pongamos- la dignidad humana? ¿Descendiente de un tiempo pasado o futuro, de un tiempo mejor?La conciencia de ser hijos de la época, que las imágenes manufacturadas inscriben bajo nuestra piel, es lo propio de nuestra época; ese sabernos atrapados en el tiempo, efecto también de la Ilustración, es una de las características de nuestro tiempo. ¿Qué contenido tiene, pues, una época que se sabe de época, un tiempo consciente de su permanente solubilidad en el tiempo? ¿De qué está lleno el tiempo del relativismo histórico?
El pensamiento 525 de Pascal dice: "Montaigne no tiene razón. La costumbre no debe ser seguida más que porque es costumbre y no porque sea razonable o justa; pero el pueblo la sigue por esta sola razón, que la cree justa. Si no, no la seguiría más, aunque fuera costumbre, pues no quiere sujetarse más que a la razón o a la justicia" [3] . De todos los pensamientos de Pascal, éste es quizás uno de los más profundos y, por desgracia, de los menos efectistas. En él, por una parte, se nos advierte contra las aporías del relativismo: si sólo para mí mi religión es verdadera, es que no tengo religión. Las costumbres se siguen sólo por eso, porque son costumbres, en virtud, pues, de leyes completamente ajenas a la verdad y a la libertad; pero hay que creerlas verdaderas para que sigan comprometiéndonos. Tenemos que convencernos de que somos nosotros las que las hemos elegido a ellas y no ellas a nosotros y que las hemos elegido, además, por la cantidad de razón y de justicia que contienen. Pero así -y ésta es la segunda lección a extraer-la razón aparece siempre en el horizonte del comportamiento humano como el único valor que, incluso cuando encubre otras tiranías y otras leyes, obliga realmente a los hombres. Hagan lo que hagan, incluso en sus manifestaciones más extremas, o más intolerables, los hombres quieren ser justos y razonables. Como es la costumbre la que se defiende, y los otros también defienden las suyas, el fanatismo, la guerra, la violencia -imposibles si no se las creyera razonables- definen las relaciones entre las culturas; pero como se las cree razonables, y se busca la razón a través de ellas, todavía es posible cambiar de costumbre; es decir, mientras se someten al mismo tiempo a la costumbre y a la razón, los hombres siguen siendo susceptibles de persuasión: se les puede convencer. Existe, al menos, la conversión. En este sentido, Montesquieu recordaba el papel sucedáneo que cumplían las costumbres en tiempos de crisis; ejercían algo así como de razón interina o de guardia, conservaban al menos la sombra de lo justo y lo verdadero a la espera de que las Luces y con ellas la mayoría de edad se impusieran entre los hombres (y cabe ver en el actual retroceso a la premodernidad casi una tentativa atroz de remendar con liturgias, ceremonias, neurosis colectivas, una razón maltrecha).
¿Qué ocurre -siguiendo a Pascal- en una época que se sabe hija de si misma, consciente de que las costumbres se siguen con independencia de la verdad o justicia que contengan? ¿Se pueden seguir las costumbres sólo porque son costumbres? ¿Se puede vivir sin costumbres? La conciencia de estar atrapados en nuestro tiempo, ¿cumple paradójicamente el sueño ilustrado de la mayoría de edad y su victoria sobre las tradiciones, sobre las supersticiones, sobre “el peso de las generaciones muertas”, por decirlo con Marx? Somos hijos de nuestro tiempo y somos hijos de este sabernos hijos de nuestro tiempo, y es así como en las sociedades capitalistas hiperindustriales se ha abierto un hueco o un bostezo, esa distancia “irónica” que, de Nietzsche a Liotard, se ha identificado con la postmodernidad.
Todas las sociedades han conocido zonas, por así decirlo, de prevaricación antropológica: seguir una costumbre a sabiendas de que no tiene ninguna relación con la verdad ni con la justicia. Entre las clases altas del Ancien Regime y enseguida, tras la expansión del capitalismo y de la confección industrial, en todas las clases sociales, la moda representa el ejemplo más acendrado de “prevaricación” cultural, al menos en occidente: seguir la moda es sencillamente seguir los tiempos, declarar la voluntad de seguir a los tiempos hasta el final, vestirse -por así decirlo- de tiempo desnudo, y si se impone dictatorialmente lo hace al margen de la fuerza y al margen del deber moral. Es un culto fanático a la historia; una aceptación gozosa de los dictados de la época. La moda entraña una actitud pueril con la que podemos mostrarnos indulgentes: todas las sociedades deben reservarse espacios para la puerilidad. Pero, ¿qué pasa cuando la prevaricación antropológica se extiende, desde el campo de la moda, a la religión, el arte, la política, la ciencia, la cultura en general? ¿Se puede concebir una sociedad de prevaricación generalizada que, al mismo tiempo, que convierte todo en costumbre, no puede ver en las costumbres otra cosa -y es consciente de ello- que dictados de los tiempos, imposiciones de la época? ¿Una sociedad -exageremos- que considera el teorema de Pitágoras una costumbre griega y los derechos humanos una costumbre occidental y que, al mismo tiempo que condesciende a todas las costumbres por igual, no puede ni quiere justificar ninguna?
La prevaricación antropológica se puede concebir también, por utilizar la expresión de Celia Amorós, como una deriva perversa de la ilustración: la lucha contra las costumbres (y las supersticiones) se habría traducido en la victoria sobre la verdad espectral que ellas contenían, sobre la justicia vectorial que albergaban, pero no sobre las costumbres mismas, las cuales, bien al contrario, se multiplican sin descanso, sin necesidad de justificarse, al margen de toda objeción racional, reclamando tolerancia desde todos los ángulos. Costumbres, pues, sin adhesión fiduciaria, sin pretensiones de verdad o de justicia, como la minifalda o el juego de la brisca: un estado general, por tanto, de “minoría de edad culpable”, por decirlo con Kant, en el que la prevaricación antropológica, como actitud vital y nueva subjetividad, voltea por completo el concepto de “cultura”.
¿De qué se llena -quién llena- un tiempo sólo lleno de actos plurales de sumisión voluntaria al tiempo? ¿En qué mundo discurre? Precisamente en ninguno. Eso es lo que señala con enorme perspicacia el filósofo Gunther Anders en la introducción a su libro Hombres sin mundo cuando aborda con ceñuda irritación la cuestión de la “tolerancia” y el “pluralismo” de nuestra época: que eso que yo he llamado aquí “prevaricación antropológica generalizada” es en realidad un acosmismo:
“Con la expresión “hombre sin mundo” hago referencia al hombre en la época del pluralismo cultural; a ese hombre que, por participar a la vez en muchos, demasiados mundos, no tiene un mundo determinado y, por tanto, no tiene ninguno”.
Y añade:
“(…) forma parte de la esencia del pluralismo permitir algo considerado falso; que la verdad del pluralismo consiste, en último término, en no tener ningún interés por la verdad o, más exactamente, en no tomar en serio la pretensión de verdad de la posición tolerada (y, a la postre, tampoco de la propia)”.
La tolerancia, interpretada como indiferencia frente a la verdad y/o la justicia de una proposición o una acción, convierte todos los compromisos mundanos del hombre -la religión, la política, el arte- en simple “cultura”, con la consiguiente degradación también de este concepto, entendido ahora en el sentido de pura disolución del gesto en su propio tiempo, de asunción consciente y alborozada de la propia época y todos sus contenidos. Todo, por así decirlo, imita a la moda; todo es, como en el pueblo de los ratones de Kafka, “niñez inarraigable” y “senilidad fatigada”. Ahora bien, como asimismo observa Anders, esta “tolerancia” y “pluralismo”, tan profundamente anti-ilustradas, así como el acosmismo que los acompaña, no son “fruto de la época” sino de la base material que la define:
“El hecho de que nosotros, generosos o tolerantes o sin carácter o indiferentes o, incluso, con entusiasmo, estemos dispuestos a decir de manera indistinta a todo, no es primordialmente un hecho espiritual sino comercial. Somos tolerantes e indiferentes, etcétera, porque cada objeto, sea lo que represente (incluido cualquier “dios”), por su carácter de mercancía, exige el mismo derecho a disfrutar, o a ser igualmente válido y, por tanto, in-diferente” [4] .
Es la propia lógica material, económica, de la comparecencia de los fenómenos en el marco de un mercado que absorbe y delimita ahora todo lo ente, natural y artefacto, al mismo tiempo que aumenta sin cesar la velocidad de su renovación en el espacio, la que opera una radical desontologización del mundo. Digamos que el hegelianismo melancólico postmoderno -la razón que, en su despliegue, en lugar de alcanzar su autorrealización, se niega a sí misma desde dentro- es inseparable del proceso material por el cual la generalización de la forma mercancía ha acabado por impedir la constitución misma de los objetos. Merced a su propio movimiento destituyente, el capitalismo impone un acosmismo, aboca al ser humano a una existencia fuera del mundo, en ningún mundo, ni posible ni imposible. Las citas de Roth y Kafka con las que arrancan estas líneas se inscriben precisamente en una situación de guerra, porque la guerra es ese estado de emergencia en el que el espacio -el hueco entre los cuerpos- es devorado por el tiempo; es decir, por los ciclos puros de la reproducción biológica, por la inmanencia rápida de la subsistencia apeiron. La guerra es un acosmismo; el capitalismo -como estado del alma y como estado del mundo, por citar de nuevo a Kafka- es en realidad una guerra. Cada mercancía es una llamada a la destrucción. A lo largo de la historia, el hombre ha vivido en distintos tipos de sociedades deficitarias; sociedades descritas a posteriori por aquello que les faltaba o no habían alcanzado todavía: sociedades sin escritura, sin agricultura, sin Estado, sin amor, sin libertad, sin hierro o sin petroleo: pero es la primera vez en la historia de la humanidad en que una sociedad vive sin cosas.
Pero, ¿qué es lo que define a las cosas? ¿Por qué no podemos vivir sin ellas? Las reconocemos al menos por tres rasgos: 1. Las cosas se paran, nos paran: son paradas, y lo son porque duran lo bastante para mirarlas y porque constituyen altos en el camino. Son la trascendencia mínima y máxima de un mundo que, de otro modo, permanecería sumergido en la pura energía de su impulso; son grumos de tiempo que frenan y rompen el flujo temporal o se lo revelan a las manos y a los ojos (revelando al mismo tiempo la existencia de las manos y del ojo). Las cosas, en este sentido, definen el campo de lo visible por oposición al de lo comestible. Y por eso, la Josefina de Kafka es también una cosa; al pararse, se convierte en cosa y convierte en cosas a todos los que la escuchan.
2. Las cosas constituyen depósitos materiales de memoria individual y colectiva. Son, por así decir, la materialización del pasado delante de nuestros ojos. Naturales o artefactas, pertenecen al tiempo narrativo (por oposición al digestivo) y nos cuentan una historia. Una montaña es una catedral que ha crecido sola en un determinado terreno; una catedral es una montaña que han construido los hombres en determinadas condiciones; y ese terreno y esas condiciones -junto con todas las intervenciones adventicias, senderos y huellas- se relatan en la disposición y altura de sus piedras. Por eso mismo, las cosas pueden contar una historia falsa, un relato amañado o tramposo o sencillamente metonímico: es lo que Freud y Marx llaman fetichismo. Pero las cosas son también manuales de fabricación: una silla nos cuenta no sólo de dónde ha venido y en qué condiciones se ha hecho sino también cómo se hace una silla, de manera que a partir de un solitario ejemplar, abandonado en el mundo y encontrado dentro de un millón de años, un superviviente podría reproducir sillas y sillas sin necesidad de instrucciones. En ese sentido, las cosas no sólo son pasado materializado sino también futuro anticipado; no sólo memoria del trabajo sino también condición de nuevos trabajos; no sólo recuerdo en cuero o en mármol sino también en marcha.
3. Pero cosa es también todo aquello que se rompe y que tarde o temprano no se puede ya recomponer; todo lo que está desprotegido, todo lo que requiere cuidados, todo lo que se vuelve irreemplazable con el paso del tiempo y cuya ausencia, por eso mismo, deja también una especie de cosa intangible y triste en su lugar. La silla que me ha soportado tantos años, el libro, el jarrón, el mar, la tierra misma, condición de todas las demás, son cosas. Un niño y un amado son cosas. Y nos guste o no, en la medida en que somos cuerpos y estamos a merced de todos los otros, los seres humanos somos también cosas. Ser cosa, convertirse en cosa -como en el ejemplo de Josefina- significa subrayar la propia fragilidad y pasar a estar, por tanto, amenazado.
Las mercancías, ¿son cosas? ¿Vivimos en una sociedad de abundancia, como se pretende? El topos del capitalismo no es la plaza sino el pasillo, por el que discurren las mercancías a tal velocidad -al paso de los segundos mismos- que todos los entes se convierten en su eidos; es decir, en puras imágenes y, por eso mismo y paradójicamente, en una eterna exhibición de caducidad temporal, así como en un reclamo publicitario de la próxima destitución objetual. Es la renovación permanente y acelerada de las mercancías -motor de la producción capitalista- la que convierte todos los objetos espaciales en objetos temporales, con arreglo a la caracterización que reserva el filósofo francés Bernard Stiegler para los flujos de conciencia regulados desde el exterior por las nuevas tecnologías. Las casas, los coches, las sillas -como las imágenes mismas- se disuelven en fotogramas o notas musicales cuya aparición y desaparición son hasta tal punto simultáneas que no admiten ningún vínculo o compromiso; excluyen en su presentarse mismo toda proceso de simbolización [5] . Si Heráclito decía que “es imposible bañarse dos veces en el mismo río”, su “panta rei” lo ha extendido el capitalismo hasta el delirio: “no es posible sentarse dos veces en la misma silla” (porque, apenas nos levantamos, el mercado ha sustituido la vieja por una nueva, de mejor marca, más sofisticada, de otro color).
Allí donde toda la riqueza sólo puede aparecer bajo la forma mercancía, según la definición de Marx, y donde la mercancía consiste -contra las “trascendencias” que la constituyen materialmente- en una demanda de destrucción (no “úsame” sino “tírame” o “cámbiame por otra”), allí donde el 90% de la producción mundial seis meses después está en la basura y la obsolescencia programada acorta cada vez más la vida de los productos, el trabajo vivo no llega nunca a convertirse en cosa sino que es desde el principio, de antemano y para siempre, sólo residuo. En términos ontológicos, en efecto, el capitalismo no produce objetos sino residuos, hasta el punto de poder decir que las cosas son, en realidad, residuales respecto del residuo; son el residuo de los residuos: lo que sobra al resto en el que ha de convertirse y en el que reside su valor económico.
En estas condiciones, los tres rasgos que aquí hemos asociado a la cosa, son claramente insostenibles. Ni objetos de atención ni objetos de atenciones ni depósitos de memoria, las mercancías destituyen sin interrupción la constitución de esos límites -el mundo mismo- sin los cuales la obra de la razón (y de la imaginación y de la experiencia) son imposibles. La generalización de la forma mercancía ha suprimido los objetos mismos en provecho de una pura rapsodia de sincronías placenteras; las mercancías no “contratan” la mirada y no relatan ninguna historia (ni siquiera la fraudulenta del fetichismo marxista). Pero hay más: la radical fragilización del mundo ha desterrado también, paradójicamente, la idea misma de fragilidad.
Antes la burguesía era propietaria de tiempo materializado y acumulaba, por eso mismo, muchas cosas en sus salones; ahora sólo los pobres conservan algunas pocas con vergüenza y aspiran precisamente a liberarse de ellas. Las cosas han desaparecido. Cuando algo está a punto de convertirse en una cosa, se corre al mercado a cambiarla por otra. Nada se rompe porque todo lo tiramos mientras aún sirve o funciona; nada llega a estar ausente porque no le damos tiempo para estar presente. El mercado capitalista constituye un “hombre nuevo” porque establece un lugar antropológico sin precedentes en el que todo lo existente -todas las criaturas, naturales y artefactas- se pueden reemplazar. De los costes ecológicos de esta ilusión de intercambiabilidad y reemplazabilidad (que se alimenta de recursos finitos y de un planeta diminuto e insustituible) se habla a menudo; lo que no se dice con tanta frecuencia es que, en un mundo sin cosas, en un mundo en el que los humanos no alcanzamos ni siquiera el rango de cosas, en el que nada nunca llega a romperse, todo se puede tratar por igual sin ningún cuidado.
Lo que aquí he llamado “prevaricación antropológica” está inscrito en el paradigma mismo de la así denominada -sin que nadie se estremezca- “sociedad de consumo”: sólo por debajo de cierto nivel de acceso a los mercados -allí donde la pobreza es la regla- sigue habiendo cosas y sigue manteniéndose también esa relación con ellas, universal e individual, que llamamos verdad y biografía. Sólo el mundo antiguo conserva las ideas de “verdad” y “biografía”; y no porque sea “antiguo” sino porque sigue siendo mundo. Sólo allí donde hay todavía “cosas” -y hay que defenderlas- sobrevive también el concepto de justicia. En el ámbito capitalista de la “prevaricación antropológica”, nuestro derecho no es el derecho a la justicia sino el derecho a experimentar -a través del consumo- la justicia y la injusticia como dos placeres indiferentes.
Pero esta “ausencia de mundo” -resultado del exceso mismo- sólo es posible porque la “prevaricación antropológica” consiste, en su raíz material, en “olvidar rápida y profundamente” lo que Josefina, en su condición cósica, deteniéndose y deteniendo a los demás, nos recuerda en su recodo del pasillo: la existencia de la tierra, de la muerte, de la fragilidad de los cuerpos como datos -donées, dones- de la razón finita.
La afirmación de un “sujeto de razón” es inseparable, en efecto, de la comparecencia de un objeto (de cuidados). Que la razón finita, al contrario que la divina, no pueda proporcionarse sus propios contenidos quiere decir que los seres humanos tenemos que aceptar siempre algunos datos; es decir, algunas determinaciones siempre ya dadas, sin las cuales todo contrato social es no sólo imposible sino irrepresentable. Uno de esos datos es la condición cósica del hombre: el hecho de ser -y producir- cuerpos o, lo que es lo mismo, obstáculos en el espacio devorados desde dentro por el tiempo. Sin dioses y sin amos, nos dice la ilustración, todos los seres humanos son igualmente sujetos de razón, pero por eso mismo se reconocen también como igualmente frágiles. Y el mandamiento político ilustrado es, por tanto, doble: razonad como si fueseis más que hombres, cuidaos los unos a los otros porque no hay más que hombres. Tenemos derecho a ser tratados como cosas y este derecho a ser tratados como objetos (de cuidados) es no menos ilustrado, y no menos anticapitalista, que el derecho a ser tratados, en pie de igualdad, como sujetos jurídicos, políticos y sexuales. Y si ocurre que este derecho se convierte en muchos casos en nostalgia de sumisión (de velos islámicos y desnudeces televisivas), una tal “deriva perversa de la Ilustración” obedece precisamente a la fundamental “falta de cuidado” con la que el capitalismo trata a los cuerpos.
El capitalismo, como el cristianismo, es -lo hemos dicho- un acosmismo: niega al mismo tiempo la consistencia y la mortalidad de los cuerpos. Extensión del régimen doméstico al conjunto de la “ciudad” -eso que Aristóteles llamaba tiranía en el orden político y crematística en el económico- el capitalismo sólo puede funcionar como un proceso siempre constituyente, siempre destituyente, incompatible al mismo tiempo con las instituciones y con las cosas. De esa manera, el vacío de dioses y de amos que debía llenarse de igualdades formales y diferencias reales, se pobló enseguida de mercancías o, valga decir, de indiferencia radical. Una ilustración verosímil debe empezar por recordar que sin mínimos antropológicos -datos antepuestos a nuestra intervención: límites u obstáculos, cuerpos y cosas- el deseo “ineducable” -el otro dato del que se ha ocupado aquí Carlos Fernández Liria- opera a velocidad cada vez mayor la radical desontologización y desimbolización del mundo.
En este sentido, la idea de “caña pensante” de Pascal era fundamentalmente ilustrada, excepto porque Pascal introducía ese final hollywwodiano en el que, ya sobre el precipicio, Dios salvaba al ser humano de su propia fragilidad con un gesto verticalmente soberano. Pero no es eso: la idea de un mundo no tutelado -ni por dioses ni por banqueros ni por maridos- es la idea de un mundo de dependencias y cuidados recíprocos. Si los dioses no existen, somos sujetos iguales, sí, pero también cosas (sin reparación, sustitución o salvación en otro mundo, ni mercantil ni escatológico) y tenemos por ello que prestarnos atención los unos a los otros. Si los dioses no existen, tenemos que juzgarnos los unos a los otros. Si los dioses no existen, tenemos que convencernos los unos a los otros. Eso es la ilustración, la “mayoría de edad” a la que aspiramos desde hace al menos 4.000 años. Y si esa mayoría de edad es incompatible con la tradición y la superstición, lo es también con el capitalismo, cuyo acosmismo radical devuelve al ser humano a la prehistoria, a esa bruma primitiva -tiempo puro, tiempo desnudo, época ininterrumpida- en la que ni siquiera había “sombras interinas” de la razón: ceremonias, mitos, costumbres, liturgias, religiones.
Apenas se pone en marcha, lo primero que reconoce la razón son sus límites: cuidarse, juzgarse, convencerse recíprocamente. Pero este triple imperativo de la razón finita, siempre amenazado desde la superstición y desde el mercado, siempre a punto de sucumbir a la guerra y sus pasillos, sólo puede protegerse en instituciones cuya libertad se ponga ininterrumpidamente a cubierto de toda decisión posterior, privada o colectiva. Eso es democracia; eso es constitución.
El teorema de Pitágoras no era una costumbre griega, la esclavitud sí, pero frente a ella los esclavos, con independencia de que lo supieran o no, fueron siempre sujetos de razón, como el teorema de Pitágoras era verdadero antes de formularlo. El proceso de liberación de los esclavos es histórico; su condición humana no. Y por eso, a despecho de la pertenencia a la propia época, puede haber “mayorías de uno”, como decía Henry David Thourau contra la “mayoría democrática esclavista”. Y puede haber también situaciones en las que Nadie es la mayoría, hasta que Alguien se atreva a formular -o descubra- lo que siempre ha sido justo. Materialismo histórico quiere decir sencillamente que sólo descubrimos retrospectivamente lo que siempre ha sido así: la igualdad, por ejemplo, de blancos y negros o de hombres y mujeres. Pero una vez que se ha descubierto lo que es justo, ya no puede ser cuestionado; y la única manera de que no sea cuestionado es que se materialice en instituciones sagradas -sagradas no porque procedan de Dios sino porque se sustentan en ese fuera común a todos los seres humanos, en la soberanía tranquila y general de la razón finita. O lo que es lo mismo: en la garantía recíproca de nuestro derecho a ser sujetos sin sujetar al otro y ser objetos sin someterse al otro.
¿Ilustración verosímil? Asamblea, universidad, hospital, tribunal públicos. Todo lo que impida esa humanidad mínima, y todo lo que la amenace, tribu o mercado, religión o modo de producción, debe ser combatido como contrario a la dignidad -y a la supervivencia- del género humano. Por eso, ilustración verosímil, en un mundo sin cosas, en un mundo sin mundo, quiere decir de entrada -revolución económica, reformismo institucional, conservadurismo ontológico- defensa inquebrantable de lo común.


[1] Joseph Roth, La marcha radetzky, Ediciones Edhasa 1989.
[2] Franz Kafka, Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, recogido en La Condena, EMECE editores, Buenos Aires 1967.
[3] Blaise Pascal, Pensées, Edition de Seuil, París 1962, pag. 249.
[4] Todas las citas de Günther Anderes peretenecen a Hombre sin mundo, Pre-Textos, Valencia 2007.
[5] De Bernard Stiegler, ver La técnica y el tiempo, Editorial Hiru, Hondarribia 2002; Mécréance et discrédit, Galilée, París 2007; y De la misere symbolique, Galilée, Paris 2005.