martes, 24 de noviembre de 2009

La auténtica crisis es que el sistema capitalista continúe su curso

Crisis, ¿qué crisis?
La auténtica crisis es que el sistema capitalista continúe su curso

Andrés Piqueras
Rebelión


Hace tiempo que la estrategia científica de investigación que concibe la economía como una economía-mundo y el capitalismo como el Sistema que con igual dimensión mundial se explica mutuamente con esa economía, viene insistiendo en que para sopesar en la actualidad cualquier proceso es necesario contemplarlo en su dimensión a la vez histórica y global, de manera que nos permita adquirir la adecuada perspectiva de conjunto.
Es desde esa perspectiva que la “crisis” actual arroja no pocas dudas y procesos cuanto menos ambiguos.

Por un lado tenemos las interpretaciones que sostienen que desde las crisis económico-ecológicas de los años 70 del siglo XX, la dinámica virtuosa de acumulación capitalista en las sociedades centrales del Sistema, se abría detenido, y que la posterior ofensiva neoliberal no habría sido sino una prolongación financiero-especulativa de la agonía.

Por otra parte, no faltan los autores que señalan la recuperación del crecimiento en los centros capitalistas, a partir de 1994, merced a la sofwerización de la economía y a su anejo apéndice financiero (con tasas de crecimiento de 2,6%, que más que duplicaron las del periodo 1974-93, que fueron de 1,2%), y con nuevos repuntes a partir de 2002, después del batacazo de aquella “nueva economía”. Según esta línea de investigación, si bien es cierto que el capitalismo global ha ralentizado su marcha, al acabar el año 2009 la expansión de la acumulación capitalista sigue su curso, pero ya no en las sociedades “ricas”.

Es difícil precisar las características y proyecciones del dramático impasse que estamos atravesando, pero tal vez nos ayuden a vislumbrarlas ciertas consideraciones.

Para empezar, lo que sí ha evidenciado la “crisis” de los últimos años en las sociedades centrales es un nuevo aumento de la concentración de capital y de la dominación de clase cuya recomposición se iniciara en los pasados años 70 con la ofensiva neoliberal a escala planetaria. Asistimos también a una reestructuración de la división internacional del trabajo y a un posible reajuste de la propia delimitación entre centros y periferias capitalistas.

Hagamos algunas concreciones históricas. En los años 70 del siglo XX, con la convergencia de las tecnologías microelectrónica e informática se iniciaba la mundialización de la revolución científico-técnica que expande el principio automático en vez del mecánico, tendiendo a sustituir progresivamente el trabajo manual por el intelectual (proceso que en el corto plazo es casi invisibilizado por la masiva proletarización precaria de más y más sectores de la Humanidad que antes vivían de sí mismos). Sin embargo, a la larga la automatización conlleva la reducción del trabajo en la producción directa, reestructurando las cualificaciones necesarias de la fuerza de trabajo. Esto redefine las demandas sociales de la población trabajadora en dirección al trabajo cualificado, pasando a elevarse el tiempo medio de formación de la fuerza de trabajo y aumentando también, consiguientemente, el valor de ésta (tendencia a largo plazo resultante del desarrollo de las fuerzas productivas).

Como se sabe, sin embargo, esta concatenación de procesos tiende a reducir la plusvalía relativa y, en consecuencia, también la tasa de ganancia capitalista [1] . Por eso el Capital tuvo que “compensar” tales circunstancias desatando una ofensiva mundial contra el Trabajo, que se conoce como neoliberalismo y que busca la superexplotación de la fuerza de trabajo (incrementando así la plusvalía absoluta) y el aumento del desempleo estructural, que permite reducir los precios de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Consiguiendo de esta manera contrapesar parcialmente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Esta tasa, la de ganancia, que está implícita en los cambios drásticos de la acumulación capitalista, está sometida a fluctuaciones más o menos regulares respecto a su tendencia en el largo plazo al decrecimiento, que han dado origen a diversas teorías de ondas y ciclos para tratar de explicarlas.

Los ciclos que investigó el economista soviético Nicolai Kondratiev son periodos de 50 a 60 años de duración, con una fase ascendente (Fase A) de 25 a 30 años y una descendente (Fase B), de similar duración. En las fases ascendentes funcionan los mecanismos antitendenciales y la tasa de ganancia experimenta un fuerte ascenso. La acumulación se realiza, entonces, fundamentalmente a través del sector productivo, donde se desarrollan las innovaciones tecnológicas que habían quedado sin aplicación en la fase descendente debido a su imposibilidad de realización de la ganancia (en cambio, una vez conseguida la elevación de la tasa de ganancia, la expansión de capital se dispara mediante la afluencia y uso de capital “excedente” acumulado pero no valorizado durante la fase de depresión, provocando una nueva onda larga de acumulación).

El capitalismo histórico ha vinculado o tratado de vincular tradicionalmente la acumulación de capital al monopolio, a través del que se ha venido limitando la competencia mediante la articulación de actores privados al Estado. A escala mundial, en la rápida marcha del sistema capitalista de la dimensión paneuropea a la global, la feroz competencia intercapitalista se vio contrarrestada en parte (sólo en parte) por el liderazgo primero internacional y después mundial de la superpotencia que en cada fase estaba al frente del Sistema, mediante la imposición de ciertas reglas del juego y la ambigua asociación monopólico-intercapitalista para defender intereses comunes frente a la Humanidad. Ninguna otra realizó esto como Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.

Durante ese periodo las restricciones políticas a la competencia permitieron coordinar medidas anticíclicas y por tanto, hasta cierto punto, contratendenciales en una gestión más o menos “socialdemócrata” de la dinámica de acumulación. Gestión que tuvo su apoyo en el desarrollo (y en su apéndice de la cooperación ) como paradigma de las metas y modus operandi de las sociedades humanas a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Desde los años 70 de este siglo, sin embargo, todas esas claves se vieron insuficientes para contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancia capitalista, por lo que la acumulación entró en una nueva fase de descenso o Fase B Kondratiev.

En las fases B de disminución o incluso freno del crecimiento capitalista, buena parte de las inversiones otrora productivas se refugian en el sector financiero-especulativo ante la imposibilidad de seguir obteniendo valor de las inversiones productivas debido al recurrente problema de sobreproducción que satura el sistema en las economías centrales. En esos momentos ya no se trata ante todo de invertir productivamente para generar más riqueza, sino de competir por la riqueza ya generada (la pugna intercapitalista se encauza y crece a través de los mecanismos de casino del mundo financiero). Dentro de ese objetivo destaca la apropiación privada de la riqueza social o colectiva (en forma de propiedad ancestral comunitaria, en forma de recursos de la Humanidad, en forma de saberes colectivos, en forma de servicios sociales, de redistribución de rentas, de propiedad estatal, en forma de soberanía alimentaria, etc.).

Otra parte del “capital excedente” que no puede valorizarse productivamente en las sociedades centrales del Sistema, se exporta a las periféricas para su realización productiva, combinando allí el crecimiento de escala intensiva con la tradicionalmente mayoritaria dimensión extensiva del crecimiento. Esto supone la agudización de la exportación de un modelo de crecimiento-desarrollo que requiere de la depredación sistemática de recursos y de “externalizaciones” cada vez más graves para la ecosfera planetaria (tierra, aire, agua, clima, alimentos, fauna, flora…), según las dimensiones de acumulación puestas en juego se hacen más y más grandes.

Ello quiere decir que ahora la acumulación se realiza fundamentalmente fuera de los centros del Sistema, en las periferias productivas del mismo, que contienen cada vez más inversión tecnológica, en una parcial alteración de la división internacional del trabajo, aunque no (al menos todavía no) de la dinámica de centralización del capital.

De esta forma, el gran frenazo al crecimiento en las economías centrales, a partir de 2007-2008, es compensado en parte por el crecimiento sostenido de ciertas economías periféricas, especialmente China (que con parámetros opuestos a la doctrina neoliberal a escala de las relaciones económicas internacionales, y su marcha hacia su especial versión capitalista, ha batido los récords de crecimiento, de dos dígitos, aunque en el primer semestre de 2009 haya caído a “sólo” algo más del 6%). Pero esto también es válido para otros países de tamaño continental, como India (que en plena “crisis” de 2008 crecía a 8,5%) y Brasil (que en el tercer trimestre de 2009 crece al 9%), y varios de los países ricos en recursos energéticos (así por ejemplo Venezuela, que después de crecer entre 2004 y 2007 en torno al 10%, tiene en 2009 entre un 3 y un 6% de crecimiento; México sigue creciendo por encima del 3%, el conjunto de países del Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo –Bahrein, Kuwait, Qatar, Omán y Arabia Saudí–, todavía crecían al 5,7% en el segundo semestre de 2008, en plena “crisis”, después de haber crecido en torno al 7%).

En las propias economías centrales, la “crisis” de las empresas ligadas a la escala estatal se contrapone al auge de buena parte de los grandes capitales de dimensión y proyección transnacional, incluida la punta de la gran Banca, en lo que supone un palmario (y descarado) cumplimiento de la tendencia del Sistema capitalista: la hiperconcentración del capital (cada vez en menos manos).

Es por eso por lo que algunos autores sostienen que el último ciclo de expansión Kondratiev de la acumulación capitalista (Fase A), que se iniciara a partir de 1994, cobró su mayor auge entre 2002 y 2008, pero todavía está vigente, al menos por unos pocos años más. Su duración dependerá también, obviamente, de la dinámica de las luchas sociales (pues la teoría de los “ciclos” no tiene o no debería tener nada de fatalidad, sino sólo el apunte contrastado de tendencias , y por ello será tanto más fiel a la realidad cuanto que incluya también la lucha de clases como factor interno y no ajeno al propio ciclo).

Por el momento, la producción en las economías centrales y las posibilidades de realizar la acumulación capitalista a través de contratendencias a la caída de la tasa de ganancia, se ven socavadas paradójicamente por el progreso técnico-científico y la valorización de la fuerza de trabajo que le acompaña.

Por eso mismo, el Capital necesita:

Por un lado, desvalorizar esa fuerza de trabajo; proporcionalmente más cuanto más cualificada.
De ahí, entre otras estrategias, la reforma educativa de Bolonia, que busca multiplicar y polijerarquizar los grados de cualificación, para tener profesionales a diferentes precios de mercado, presionando en conjunto hacia abajo el precio de la “fuerza de trabajo intelectual”, cada vez en más casos por debajo de su valor.

De otra parte, la cada vez mayor dependencia que muestra la acumulación capitalista respecto de la (extra)explotación humana (es decir, del trabajo vivo ) hace que las economías centrales tengan que “importar” para sus mercados internos la superexplotación de la fuerza de trabajo especialmente radicada desde los últimos 60 años en las economías periféricas, difundiéndose las condiciones de la plusvalía absoluta a escala mundial.
Este es el objetivo, entre otros, de los Acuerdos de Maastricht y de la “Cumbre de Lisboa”, en la UE y de las sucesivas reformas de los mercados laborales en las economías centrales.

Como quiera que este proceso se refuerza con la importación de la propia fuerza de trabajo de las sociedades periféricas para presionar a la baja sobre el poder social de negociación y las condiciones laborales de la población trabajadora de los países centrales, los acuerdos y reformas mencionados son acompañados por disposiciones jurídico-legales sobre extranjería en la UE y en el conjunto de sociedades que importan fuerza de trabajo, a fin de hacer que mano de obra migrante global se encuentre lo más vulnerable y desprotegida posible, como población cautiva y prácticamente sin derechos, para utilizar a la carta.
Esta es la cruz de la crisis para la Humanidad.

En la actualidad el avance científico-técnico (que aumenta la composición orgánica de capital –es decir, la proporción de trabajo muerto -) se une a la pérdida de liderazgo global de EE.UU., para explicar la agudización de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Sólo la fase expansiva centrada en las periferias ascendentes, permite contrarrestarla. Pero al precio de unos costes humanos y ecológicos sobrecogedores a escala planetaria.

Sin embargo, por un lado, por motivo de la aguda competencia capitalista interna y de la estrechez de sus mercados, estas periferias pueden llegar pronto a su propia sobreacumulación, atascando la posibilidad de valorización del capital productivo y provocando la obturación de la inversión de los capitales excedentes de las sociedades centrales. Circunstancia que generaría, ahora sí, un verdadero cataclísmico desacompasamiento de las finanzas y de los valores bursátiles respecto de la “economía real”.

Por otro, está por ver si el ascenso chino, que responde a parámetros muy diferentes, puede por él sólo continuar tirando de la demanda energética, posibilitando una dinámica de arrastre de los países con alta riqueza en fuentes fósiles no monopolizadas por EE.UU (véase por ejemplo, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Irán y diversos países africanos). Pero aquí nos encontramos con unos ineludibles límites de agotamiento de recursos y de “externalidades” ya inasumibles por la ecosfera. Y es que el crecimiento capitalista tiene una capacidad cada vez menor de desarrollar las fuerzas productivas, incrementando en cambio, exponencialmente, las fuerzas destructivas , al tiempo que genera tormentos sin fin a los seres humanos.

La fase recesiva o de crisis real del conjunto del Sistema capitalista podría estar produciéndose dentro de las próximas dos décadas, indisociablemente unida a la crisis ecológica planetaria, generando los factores de agotamiento de la civilización capitalista, que, sin respuesta de la Humanidad en forma de otro devenir socioeconómico y modelo civilizatorio, puede imponer una drástica coyuntura para la vida humana misma.

Ese posible nuevo “modelo” puede recibir el nombre que se quiera, pero habría de estar presidido al menos por dos factores clave: el decrecimiento y la socialización de los medios de vida y de gestión de las sociedades humanas.


[1] La tasa de beneficio capitalista tiende a declinar según se sustituye trabajo humano (trabajo vivo ) por trabajo mecanizado o automatizado (trabajo muerto ), ya que la plusvalía sólo puede obtenerse de la explotación humana (las máquinas las hicieron y programaron otros seres humanos, que incorporan su trabajo como trabajo pasado –“muerto”- y pagado, en ellas). Ver sobre esta tendencia y sus consecuencias, Piqueras, “La Humanidad frente a su holocausto”, en www.rebelion.org, 26.04

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