martes, 23 de febrero de 2010

El 23-F y el refuerzo de la voluntad de resistencia de la izquerda

Salvador López Arnal
Rebelión

Desgraciadamente, señalaba Manuel Sacristán en una entrevista de 1976 [1], “me parece obligado partir de un supuesto pesimista”. Por lo menos en una primera fase, apuntaba el ex dirigente del PSUC-PCE pocos meses después del fallecimiento del general golpista africanista, las clases dominantes españolas (y sistemas, clases y grupos internacionales afines) jugarían a su antojo en un campo por ellas elegido. Lo más que podía hacer la oposición antifranquista por el momento, ésta era sin duda una de las tareas de la hora, era “echarle arena en los cojinetes” a la programación establecida. El fascismo español no había sido derrotado por la “crítica de las armas”, sino que sólo habia sido vaciado ideológicamente por el “arma de la crítica”.
Como no podía ser de otro modo, Sacristán intervino sobre nudos y aristas de lo que suele llamarse la transición (transacción) política española. La mayoría de sus notas y trabajos sobre la temática están recogidos en los volúmenes Intervenciones políticas y Pacifismo, ecologismo y política alternativa [2]. Entre estas aproximaciones cabe destacar “A propósito del ‘Eurocomunismo”, “Seguridad ciudadana”, “En muchas partes cuecen desencantos”, “A propósito del V Congreso del PSUC”, “Hambres, huelgas, huelgas de hambre”, “Intoxicación de masas, masas intoxicadas”, “Realismo fantasmagórico”, “La salvación del alma y la lógica”, “La OTAN hacia dentro”, “La salvación del alma y la lógica”, “Los partidos marxistas y el movimiento por la paz”, etc.
Arrojan luz complemetaria sobre sus posiciones algunas de las entrevistas que aparecen recogidas en De la primavera de Praga al marxismo ecologista [3]. Cito entre ellas: “Conversación con Manuel Sacristán sobre la crisis de la Universidad y el mundo estudiantil” (1976), “Manuel Sacristán un marxista que se acerca al anarquismo” (1983), “Entrevista con Argumentos” (1983) y “Entrevista con Mundo Obrero” (1985), la última entrevista que concedió.
Muy poco después de las primeras elecciones legislativas de 1977, Sacristán escribía un editorial en la revista Materiales [4] en el que señalaba algunas consideraciones básicas sobre la reciente contienda electoral que daban buena cuenta de sus posiciones del momento:
Probablemente ni siquiera en los momentos más agitados de la campaña electoral olvidara nadie en la izquierda que las elecciones no podrían disipar la agobiante pesadilla de estos años, las evidencias sumadas de una profunda crisis social y de la impotencia para superarla revolucionariamente. Los resultados de las elecciones del 15 de junio no alivian el bochorno. No es que no sean importantes, ni que carezcan, como se suele decir, de “aspectos positivos”. Han sido importantes y “tienen muchos aspectos positivos”, principalmente el de clarificar las condiciones de lucha de las fuerzas obreras y socialistas. Pero la subrayada presencia del Ejército como árbitro, el hondo dominio de grandes áreas del ánimo popular por el poder en sí (¿quién habría ganado, si Fraga hubiera sido presidente del gobierno?) y el éxito de la publicidad a la yanqui y germano-occidental (que es irracionalismo ante todo) en la campaña de oposición mejor acogida por el electorado son, entre otros, elementos de la nueva situación que continúan la anterior sin ninguna ruptura decisiva.
No hará falta decir que tampoco se ha aclarado nada para los problemas graves de la izquierda revolucionaria, como no sea la prueba de la inexistencia social de varias opciones de las que ya se sabía que eran minoritarias, aunque no tanto. Pero sobre los grandes interrogantes de la revolución social en “Occidente” el acontecimiento electoral que hemos vivido no nos podría decir gran cosa, naturalmente. En este número 4 de Materiales esta problemática ha desbordado el marco que estaba previsto inicialmente para ella, a saber, el del bloque sobre “el problema Stalin”, que presenta dos artículos: el de Valentino Gerratana “Sobre las relaciones entre leninismo y estalinismo”, y el de Jean Ellenstein sobre “El fenómeno estalinista: política y teoría”...[la cursiva es mía]
“El éxito de la publicidad a la yanqui y germano-occidental (que es irracionalismo ante todo) en la campaña de oposición mejor acogida por el electorado”. La referencia al PSOE y a sus importadas estrategias politico-publicitarias es nítida. Es de imaginar qué diría Sacristán sobre los procedimientos seguidos en las actuales elecciones.
En la contraportada del número 3 de la citada revista, Sacristán presentó el diseño de un proyecto de bandera española -un gran rectángulo en rojo acompañado de los otros dos colores republicanos en rectángulos de menor extensión- acompañado de la siguiente observación:
A muchos las banderas no nos habían dicho gran cosa hasta ahora. Lo que menos podíamos suponer era que eso de las banderas fuera un asunto estimulador de la imaginación. Hoy se tiene que reconocer que lo es. En materia de banderas están pasando cosas muy originales. Eso anima la productividad de todo el mundo, y así nosotros mismos, que hasta hace poco nos contábamos entre los insensibles, hemos dibujado el siguiente modelo que proponemos como modesta contribución al certamen:
Salvo error o desinformación por mi parte, Sacristán votó la candidatura del PSUC-PCE en las elecciones de 1977; se abstuvo -parte de la izquierda comunista tomó también esta posición- en el referéndum constitucional de 1978; probablemente siguió apoyando al PSUC en las elecciones municipales de 1979 y en las siguientes legislativas, y en 1980, en las primeras elecciones al parlamento catalán, apoyó públicamente, junto con sus compañeros y compañeras de mientras tanto, y votó la candidatura de la izquierda revolucionaria catalana: LCR, MCC, etc.
Sea como fuere, tiene indudable interés en mi opinión dar cuenta detallada de una intervención suya realizada poco después, una semana aproximadamente, del golpe de Estado militar-fascista del 23-F. Sacristán intervino en una mesa redonda celebrada en el Centre de Treball I Documentació (CTD) de Barcelona, una reunión en la que, entre otros, también intervino su amigo y compañero Víctor Ríos [5].
“Yo he asistido ya a varias discusiones sobre el golpe del 23 de febrero y he de decir que todas son bastante deprimentes”. Con estas palabras abría su intervención. La que habían tenido hacía pocos días en un círculo de amigos que editaban la revista mientras tanto había sido calificada con mucho acierto, señalaba, “más que sentido del humor aunque tiene bastante, por uno de nuestros amigos, por Víctor Ríos, como una coordinadora de angustias”. Eso era, efectivamente, lo que solía ocurrir en las reuniones que se celebraban sobre el reciente golpe señalaba Sacristán.
En ellas solían intervenir gente sin partido y militantes de partido. La gente sin partido, por regla general, solía ponerse muy analítica. “Como en realidad ya recibimos nuestro merecido hace años, a saber, ya sufrimos bastante trauma el día que salimos de nuestros partidos al cabo de más o menos decenios de estar en ellos [6], parece que hayamos desarrollado una cierta capacidad estoica de ir analizando lo mal que vamos desde siempre”. Las personas que representan a los partidos en esas reuniones, proseguía, solían intentar echar “al asunto” un poco de euforia: resultaba tan increíble que, en su opinion, “todavía le detiene más que el análisis pesimista de los sin partidos”.
Conjeturaba Sacristán que la reunión de aquella noche iba a ser igual de deprimente que todas las restantes. Por ello, señaló, tenía cierto resentimiento contra el CTD y contra él mismo “por habernos convocado aquí a sufrir durante un par de horas más de las varias que vamos sufriendo en estas reuniones”.
¿Por qué había acudido entonces si tenía esa convicción? Por modestia, señaló, porque tenía “la esperanza de ver si me equivoco y lleva razón la comisión directiva del CTD cuando piensa que lo que hay que hacer es insistir mucho, hacer varias sesiones, seguir hablando de esto”. A lo mejor era verdad que esas coordinadoras de angustias reforzaban “una cierta voluntad de resistencia” entre la ciudadanía de izquierdas y democrática.
Hasta aquí sus palabras introductorias.
En todo caso, él había venido a decir de entrada muy pocas cosas; si había discusión, ya se vería si resultaba más deprimente o más eufórica. Por lo demás, apuntó, algunas de las pocas palabras que quería decir ya estaban dichas.
Sobre todo las palabras de partida: el golpe, llegue o no a ser lo que Pep Subirós acaba de llamar golpe blando logrado, por lo menos es evidente que refuerza la derechización del país. Como está a la vista de todo el mundo, no pienso haceros gastar un minuto más en ello.
En medio de esa derechización, los partidos de la izquierda parlamentaria (es decir, entonces, 1981, el PSOE y el PCE-PSUC) se echaban resueltamente a la derecha.
La verdad es que no lo digo por interés en criticarlos, que a estas alturas es ya materia demasiado digerida. ¡Para qué vamos a ponernos ahora a criticar recientes tomas de posición!
No valía la pena, señaló. Más interés tenía darse cuenta de la honrada convicción con que lo hacían. Las declaraciones que había leído hasta entonces le dejaban poca duda –“ya me diréis si pensáis que me equivoco”- acerca de que no se trataba de oportunismo en sentido trivial, “sino de oportunismo en un sentido muy profundo”. En su opinion, esas organizaciones estaban completamente convencidas de que hacían lo que tenían que hacer “al capitular integralmente, al presentar una capitulación total, no ya sólo acerca de lo que se ve”, lo que se veía, indicaba el propio Sacristán, era fundamentalmente el nuevo tratamiento de las autonomías, caballo de batalla en aquel entonces de la derecha fascista, y la temática de los derechos individuales, sino
[…] recordarlo, sobre aquéllo de lo cual ya ni se habla, a saber, que los partidos de la izquierda parlamentaria eran partidos del cambio social, eran partidos en cuya tradición y en cuya ideología estaba inscrito el cambio social al que, normalmente, en épocas con menos pudor y con menos desastre, llamábamos revolución.
No iba a seguir poniéndose camp. “Después de haber usado la palabra “revolución” por una vez, basta”. La gran convicción con que se desplazaban a la derecha los partidos parlamentarios de izquierda tenía mucho que ver, en su opinión, no sólo con la situación nacional española, “estatal quiero decir” matizó, sino con la situación internacional, “con el mundo de los Estados”.
Cuando un dirigente de los partidos parlamentarios indicados, Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, “cuando insiste en que no hay más política que la que él hace, hay que reconocer que está diciendo una cosa que, sea toda la verdad o parte de la verdad, es por lo menos demasiado impresionante”. ¿Por qué? Porque, admitía Sacristán, “ninguno de nosotros sabríamos oponer -esto es verdad, como él insiste mucho- una política práctica, para realizar mañana, con implicaciones parlamentarias y en el ámbito de poderes centrales o territoriales, o que los englobara todos, distinta de la que hace”.
El problema pendiente era entonces, apuntaba Sacristán, qué ocurría con la tradición del cambio social, con la tradición revolucionaria de la izquierda social. Éste era el asunto al que se quería referir en los pocos minutos en los que iba a usar la palabra.
La primera impresión que se tenía en aquellos momentos era que el cambio social, de orientación nada socialista desde luego, estaba en manos de las fuerzas objetivas y subjetivas que dominaban la crisis.
Quiere decirse: empieza a dar la sensación, incluso a escala mundial y no sólo española, que quien está dominando el cambio social que se avecina son las viejas clases dominantes, en una recomposición interesante, en la que los ejércitos tienen mucha más importancia que antes, como lo sugiere la nueva política norteamericana, por ejemplo, o el hecho recientemente revelado de que contra lo que se creía también el ejército federal alemán tiene entre sus activos un despliegue nuclear ya hoy, a pesar de que oficialmente todavía es un ejército desnuclearizado, etc.
Con la novedad de que en la recomposición política de las clases dominantes el factor militar jugaba un papel politico directo que tal vez no había jugado hasta entonces, se podia afirmar que era el viejo conjunto de clases dominantes el que estaba gestionando y dirigiendo el cambio social que venía “a través de la recomposición del capital fijo, de la división internacional del trabajo, de cosas como la gran ofensiva nuclear que estamos viviendo otra vez después de unos años en que estuvo en sordina para hacer frente a la resistencia popular, las otras revoluciones tecnológicas, el paso de industrias ligeras a la periferia imperial”. En fin, indicaba Sacristán, todas aquellas cosas que no era posible detallar en aquel momento, y que “sería más propio de un análisis económico con detalle” que él no podía hacer. Daba la impresión de que el cambio social estaba integralmente en manos de estas fuerzas, “fuerzas en sentido objetivo -esas nuevas características de recomposición de la división internacional del trabajo- y fuerzas en sentido subjetivo”, las viejas clases dominantes con un nuevo ascenso politico directo de los ejércitos en ellas.
En su opinión, había que arrancar de esa perspectiva tan desfavorable, de esa ambiente internacional e hispánico muy hostil a las motivaciones y finalidades de la izquierda social. Habia que partir pues de la convicción de que lo que esperaba a la izquierda revolucionaria era una larga travesía en el desierto, había que admitir entre luchadores de su generación que los nuevos diez días en los que se iba a transformar al mundo no estaban al alcance de nuestras manos..
Seguramente me ayuda en eso la edad: ya no tengo pelos en la lengua y estaría dispuesto a decir que empieza a ser razonable pensar que la gente de la izquierda social de mi generación no vamos a ver ya un cambio positivo. Hasta ese punto creo que vale la pena convencerse al menos subjetivamente para estar preparados. Yo creo que la gente de mi edad, de aquí hasta su muerte, vamos a estar en esta situación de derrota, con mayores o menores cambios, y que es la gente más joven la que acaso pueda pensar en otra cosa.
Para que gentes más jovenes puideran pensar en otra cosa le parecía a Sacristán absolutamente necesario admitir, como había hecho Lukács, a quien estudió y tradujo y con quien se carteó, poco antes de morir, que había que retomar fuerzas de nuevo, como si se estuviera en 1845 o 1846, antes de los procesos revolucionarios europeos.
Eso quería decir, no había que ocultarlo, muchas cosas negativas pero alguna positiva también.
Hay que empezar por una autoafirmación moral. Saber que en medio de esta espantosa derrota material, de todos modos, lo que ofrecen quienes están rigiendo el cambio social en estos momentos, no es más que la exacerbación de los horrores que estamos viendo, la exacerbación del hambre en el tercer mundo, del desarrollo de tecnologías destructoras del planeta, etc, sin olvidar el punto del etcétera que más importa, a saber, la amenaza de guerra.
En su opinión, los únicos valores poliéticos positivos seguían estando donde estaban, en la izquierda social, por derrotada que ésta estuviera. Desde esos valores había que volver a empezar otra vez como si se hubiera perdido, si bien, de hecho, apuntaba Sacristán ocho años antes de la caída del muro y diez años antes de la desintegración de la URSS:
[…] la hemos perdido -disculparme la brutalidad de viejo con la que he decidido hablar esta noche aunque sea brevemente-, como hemos perdido lo que empezó en 1848. Si se tiene en cuenta que el único lugar donde hay en estos momentos en Europa un movimiento obrero importante es Polonia, ya está dicho todo. El único movimiento obrero importante del continente en estos momentos es un movimiento que se levanta contra las versiones tópicas, triviales, de lo que empezó en 1848 como una esperanza. Reconocer este hecho, con los dos ojos, es darse cuenta de dónde hay que empezar.
El lado positivo tenía otras coordenadas: si había que empezar de nuevo como si se estuviera a mediados del siglo XIX, habría que hacerlo como si no existieran las divisiones en la tradición obrera-emancipatoria, como si no se estuviera dividido
[…] en las distintas corrientes del movimiento de renovacion social, como si todos fuéramos socialistas, comunistas y anarquistas, sin prejuicios entre nosotros, volviendo a empezar de nuevo, a replantearnos cómo son las cosas, en qué puede consistir ahora el cambio, y, sobre todo, al servicio de qué valores, admitiendo de una vez que lo que hay en medio lo hemos perdido [la cursiva es mía]
De aquí le salía una receta, “aunque sea vergonzoso usar la palabra “receta”, pero es así”: qué podía hacerse ahora y aquí en un plano que no fuera sólo el fundamental, al que se acababa de referir de la reafirmación moral y cultural. Lo siguiente:
Creo que lo primero que podemos hacer es pedir urgentemente a los partidos de la izquierda social extraparlamentaria que se fusionen, que se dejen de historias, de que si unos son trotskistas y otros son lo que sean, y que intenten incluso la fusión también con las juventudes libertarias, que se acabe la historia de los grupúsculos y volvamos a empezar desde antes del 48, a ver qué conseguimos hacer.
Si eso no pasara, comentaba Sacristán, entonces la única posibilidad política de apoyo, de refuerzo, de lucha cultural y moral, sería hacer entrismo
[…] por decirlo con la vieja palabra trotskista, volver otra vez todos a las grandes organizaciones de masa, con un sano escepticismo pero con mucha pasión, para intentar desde ellas algún cambio.
Lo fundamental era saber, “para no entrar en desesperaciones fuera de lugar”, que aunque el cambio previsible estaba en manos de las clases dominantes estas clases no ofrecían ningún nuevo valor, “los valores serios para una convivencia social, humana, moral, siguen estando en la izquierda”.
De ese arranque de rearme moral había que partir, insistía, sin que ello quisiera decir que despreciara la receta que había dicho antes: urgir a las fuerzas realmente existentes en la izquierda social a que se fusionaran, “a que den pie, a que intenten apoyar orgánicamente el renacimiento del movimiento”.
*
En el coloquio, finalizadas todas las intervenciones, Ignasi Álvarez Dorronsoro, entonces dirigente, secretario político del MCC, preguntó a Sacristán directamente sobre la forma de concebir la unidad de la izquierda comunista.
Muy lejos de mi el meterme a maestro ciruela, señaló en su respuesta. Él no compartía el capricho, muy frecuente ya entonces entre intelectuales, de considerar que lo más deseable era no militar en ningún partido. Todo lo contrario, apuntó. “Yo siempre he considerado que es una desgracia. También me parecen muy impertinentes y no aprecio nada la gente que se levanta desde fuera de los partidos a darles consejos”.
Sacristán daba razón a su interlocutor cuando había señalado que la fusion de dos partidos de la izquierda revolucionaria de aquel período –el PTE [Partido del Trabajo de España] y la ORT [Organización revolucionaria de trabajadores]- había sido “para restar en vez de para sumar”. No había sido una experiencia gloriosa. En absoluto. Lo que él quiero apuntar, expresándolo como un deseo, “y sin la petulancia y la impertinencia de que sea un consejo”, era más bien una receta:
Algo para tener a la vista y que se podría hacer es que probablemente una de las tareas más fecundas de los partidos extraparlamentarios en estos momentos -extraparlamentarios o también sectores que sean verdaderamente revolucionarios de partidos parlamentarios, lo mismo me da, en este momento no quiero hacer ninguna división sectaria-, yo creo que una de las tareas más importantes sería preparar el terreno para un tipo de unidad que partiera de la base de una gran seguridad cultural, o moral, como lo queráis decir, a través de la cual se superara el sentimiento de inferioridad […], el sentimiento de inferioridad producido por la larga derrota a la que tú también te has referido, que recuperando entonces una moral alta sobre la base de una recuperación, de una nueva toma de conciencia, de la calidad cultural [7[ y de la propuesta de futuro que subyace desde siempre en la izquierda social, buscara una nueva forma de unión, no una fusión entre partidos, con las características tradicionales.
Era muy probable que el MC, el Movimiento Comunista, en alguna época “por lo menos, no sé si ahora”, visto desde fuera, estuviera “particularmente bien situado para ello” porque no les ataba ninguna de las grandes tradiciones marxistas-comunistas que podían “determinar patriotismos de partido en el resto de la izquierda marxista”. Las franjas revolucionarias del PSUC o del PCE, por ejemplo, estaban más o menos vinculadas (política y psicológicamente) por la herencia de la III Internacional. Los militantes de la LCR, por ejemplo, con la tendencia de la IV Interncional. Ellos, los militantes del MCC, remarcaba Sacristán, tenían una posición ligeramente protagonista y por eso no le ocultaba que al verle en la reunion le había parecido, con mayor seguridad, que algo iba a decir sobre el asunto de la unidad
[…] pero no con ningún ánimo de impertinente consejo, sino como reconocimiento o expresión de la convicción de que algo nuevo hay que hacer, si me permitís hablar así de vagamente.
Ese algo nuevo que había que hacer fue una de las tareas de Sacristán desde entonces. Relacionar la tradición marxista y los entonces llamados nuevos movimientos socials fue una de esos nudos. Combatir la permanencia de España en la OTAN fue otras de las aristas. Sobre este desaguisado escribió uno de sus artículos más inolvidables y más certeros: “La OTAN hacia dentro”: pocos análisis le superan en su mirada sobre la corrupción politico-cultural que significa violentar la consciencia de la ciudadanía española y de una militancia que supuestamente defendía valores socialistas.
[...] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos.
Hacia dentro, concluía Sacristán, la OTAN era para España tan terrible como hacia fuera. Y, además, más corruptora.
*
Notas:
[*] Dada la proximidad de 23 de febrero, es conveniente aplazar la aproximación a la conferencia de Sacristán de 1954 sobre crisis históricas y sentido común y centrar nuestra atención en una intervención suya sobre el golpe de 23-F de 1981. La semana próxima continuaremos la aproximación a la conferencia de 1954.
[1]“Conversación con Manuel Sacristán sobre la crisis de la Universidad y el movimiento estudiantil”. En Salvador López Anal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, p. 72.
[2] M. Sacristán, Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Público-Icaria, Madrid, 2009 (colección Pensamiento crítico).
[3] De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004 (edición, presentación y notas de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal).
[4] Materiales 4, julio-agosto 1977, pp. 3-4.
[5].Se conserva una copia de la grabación entre la documentación depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la UB. La trascripción es mía.
[6] Sacristán dimitió del comité ejecutivo del PSUC, no de comité central del PCE, en 1969. Siguió siendo, eso sí, militante del partido de los comunistas catalanes. Creo que dejó de asistir al comité central del PCE a partir de 1970, y dejó la militancia en el PSUC en 1978 o 1979. Militó, pues, en el partido de López Raimundo durante más de veinte años, desde su vinculación en la primavera de 1956.
[7] La palabra “cultural”, apuntaba Sacristán, la había usado varias veces, con intención que compartía, por otro de los intervinientes, Pep Subirós, dirigente entonces de una fuerza de izquierda comunista. OIC, si no ando errado.

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