15-08-2010
Réplica a la crítica de Salvador López Arnal a mi artículo “Sacristán contra Marx (II)”
Fiel escudero de Sacristán
Jordi Soler Alomà
Rebelión
El fiel escudero de Sacristán, Salvador López Arnal, sale en su defensa pertrechado con las armas de la indignación. En esa tesitura, en vez de usar la sana argumentación utiliza la descalificación a priori, sin justificación previa. De este modo, su crítica “de urgencia” a la segunda parte de mi artículo sobre el tratamiento de que Marx es objeto por parte de Sacristán, consiste en un repertorio de improperios. SLA me acusa de: mentiroso, poco riguroso, ignorante abismal, persistentemente engreído, ilógico y otras perlas. Curiosamente, parece ser que SLA hace caso omiso del hecho de que mis observaciones se basan en un texto cuyas partes aludidas reproduzco en el artículo para que el lector pueda juzgar por sí mismo. Así, critica mis observaciones como si se basaran en invenciones mías, cuando es el mismo Sacristán quien ha pronunciado en conferencia, revisado y publicado en su revista “Mientras Tanto” el texto objeto de mi análisis. SLA se las puede haber con todos los “nudos”, “aristas”, y secuencias “more geométrico” con la máxima destreza, pero en el caso que nos ocupa, hubiera sido mejor, más que para nadie para él mismo, irse de vacaciones y dejar la “urgencia” para setiembre.
Que no ha leído bien (quizás ofuscado por las prisas y la indignación) mi artículo lo demuestra el hecho de que considera que “…algunas de sus consideraciones ya fueron respondidas en mi anterior réplica”. Eso es rotundamente falso: no hay nada repetido en la segunda parte, salvo el nombre de Sacristán; es una simple excusa para no tener que “perder tiempo” en un análisis riguroso cuando irse de vacaciones apremia; para SLA, sigo “insistiendo de forma errónea en los mismos nudos”. Lamentable, si, que mi persona quiera desatar los nudos sacristanianos.
Candorosamente, SLA sigue en su papel de fiel escudero cuando los hechos (que en mi artículo aduzco en texto del propio Sacristán) no obedecen a sus deseos, sosteniendo que “Sacristán, una y mil veces, en éste y en otros trabajos, nunca ha comparado Das Kapital con un manual de física o de genética”. Y esto lo dice ante un texto donde Sacristán afirma lo contrario. Para rematar, otra perla: “Entre otras razones, porque ni Sacristán ni nadie informado puede sostener razonablemente que El Capital es un manual.” ¿Esto es un argumento? Supongo que cualquiera de las “otras razones” debe tener más peso que esta puerilidad, que, además, es falsa, ya que alguien bien informado puede sostener que El Capital es un manual, y equivocarse (o no, depende de cómo se mire, ya que en USA tuvo gran éxito de ventas precisamente porque se vendió como un manual para enriquecerse rápidamente).
A su pesar, y quizás inconscientemente, SLA me da la razón en el siguiente descargo: “Desde luego, tampoco Sacristán ha situado sin ningún matiz (sic) a la economía en el mismo nivel que las ciencias de la naturaleza”. Con matiz o sin matiz, el hecho es que sí lo ha hecho… “desde luego”. Por su sumisión a Sacristán, el amigo SLA llega a descalificar mi crítica a la economía contemporánea sobre la base de que “hace agua por todas partes” ¿no será a la economía a la que le sucede eso? y también al propio SLA, que si leyera un poco sobre el asunto antes de prorrumpir en grandilocuentes epítetos malandrines sabría que hay tantas escuelas económicas como sectas pías. De dichas escuelas, para el precepto y aprovechamiento de mi crítico, daré una muestra reducida: el mercantilismo (proclive al atesoramiento del metal áureo), los fisiócratas (renta de la tierra y agricultura), la escuela clásica (el mercado es perfecto [“mano invisible”], ergo ni políticas monetarias, ni subsidios), el neoclasicismo (el valor no depende del trabajo, sino de la oferta y la demanda), el keynesianismo (control del libre mercado, papel activo del estado, política fiscal), neoliberalismo (economía burguesa del siglo XIX adornada con matemáticas, a la que pertenece la trágicamente famosa Escuela de Chicago), etc.
Steve Keen, que es un reputado economista australiano que trabaja en modelos matemáticos dinámicos (que se ubica en la tradición científica que va de Marx a Minsky pasando por Schumpeter, Keynes, Robinson y Sraffa), sostiene que los bancos centrales ignoran sistemáticamente el dato de la proporción de la deuda en relación con el PIB porque sus dirigentes son economistas neoclásicos y, puesto que no se puede llegar a ser banquero central sin algún diploma en economía, y la escuela de pensamiento dominante hoy en teoría económica es la neoclásica (tome nota el señor SLA) Keen afirma que aunque buena parte de lo que ésta dice parece a primera vista (nota bene) inteligente, casi nada pasa de la charlatanería intelectual (sic), o sea, dicho con menos tacto, los economistas que tienen máximos puestos de responsabilidad en el mundo actual son unos chapuceros que no saben aplicar las matemáticas a la realidad. Pero estas críticas no se producen solamente entre economistas de tendencias contrarias, sino también entre los de la “misma cuerda”. Ejemplo muy interesante de ello es el debate entre Paul Krugman, Randall Wray, James Galbraith y otros (conocida como la polémica Krugman/Galbraith) sobre el déficit público, que se puede reducir a si se comparte o no (explícita o implícitamente) la tesis de que la economía de un estado es como la economía de una familia (polémica, eso sí, bien pertrechada de artillería matemática, especialmente por parte de los que defienden la tesis [que considero equivocada, y que Wray desintegra con elegancia]. Los economistas, pues, recuerdan más a los filósofos escolásticos con sus discusiones sobre lógica y teología que a verdaderos científicos debatiendo sobre sus disciplinas y, lo principal: aún no se han puesto de acuerdo en qué es la economía (creo que fue Tamames quien la definió como “lo que hacen los economistas”… los comentarios son ociosos).
Mantengo mi afirmación de que un lego no puede (o al menos no debería) sentar cátedra en materias que no domina, y debe, honestamente, mantenerse en ellas en su condición de lego, como simple opinante, no como juez y parte: esto vale para Sacristán, para SLA y, por supuesto, para mí mismo.
Parece que SLA sobrelleva una confusión en lo tocante a la deontología respecto del uso de los materiales de un autor y el interés que éstos puedan tener o no para el mejor conocimiento de dicho autor, ya que afirma lo siguiente: “son muchos los textos no publicados por Marx que son considerados parte sustantiva de su obra, de su legado teórico, por numerosos y reconocidos marxólogos, más allá de la opinión de JAS en este punto”. Quien haya leído mi artículo se dará perfecta cuenta de que SLA confunde el culo con las témporas; ¿acaso niego yo en algún momento dicha “sustantividad”? Lo que sostengo y argumento en dicho artículo es que no es deontológicamente correcto el uso que hace Sacristán de ciertos materiales, no que no tengan interés. SLA tendrá que buscar “tiritas”, porque con esta “arista” se ha cortado.
Acabaré, junto con SLA, precisando conceptos, ya que incurre en algunos tópicos respecto a la relación entre sistema, modelo y teoría. (El lector a quien no le interesen estas veleidades académicas puede finalizar aquí, dignamente, su lectura).
Por lo que hace al concepto de modelo, parece que SLA solamente conoce el que lo equipara a “ejemplo”, y, además, confunde el modelo teórico con el científico (o tecnológico). Sin embargo, existen, al menos, tres acepciones importantes de modelo: el modelo visual o icónico de un objeto inobservable (que es una analogía de éste), como los modelos de líneas de fuerza de los campos electromagnéticos, el modelo atómico de Bohr y los diagramas de Feynman de los procesos electrodinámicos; los modelos teóricos, que son ejemplos o "realizaciones" de una teoría abstracta o de un lenguaje formalizado, como el cálculo proposicional, que es un modelo (es un ejemplo) del álgebra booleana; y los modelos científicos y tecnológicos, que son teorías especiales de un dominio fáctico, como por ejemplo los modelos del átomo de helio, la proliferación celular y el de una fábrica de coches.
Termino con una pregunta para el amigo Salvador ¿sabe SLA de dónde provienen los axiomas ante los que tan sumisamente se postra? Quizás le convendría leer más a Charles Lutwidge Dogson (Lewis Carrol) y menos a Quine y a Peano (sin negar su interés).
Quod erat demonstrandum!
Réplica a la crítica de Salvador López Arnal a mi artículo “Sacristán contra Marx (II)”
Fiel escudero de Sacristán
Jordi Soler Alomà
Rebelión
El fiel escudero de Sacristán, Salvador López Arnal, sale en su defensa pertrechado con las armas de la indignación. En esa tesitura, en vez de usar la sana argumentación utiliza la descalificación a priori, sin justificación previa. De este modo, su crítica “de urgencia” a la segunda parte de mi artículo sobre el tratamiento de que Marx es objeto por parte de Sacristán, consiste en un repertorio de improperios. SLA me acusa de: mentiroso, poco riguroso, ignorante abismal, persistentemente engreído, ilógico y otras perlas. Curiosamente, parece ser que SLA hace caso omiso del hecho de que mis observaciones se basan en un texto cuyas partes aludidas reproduzco en el artículo para que el lector pueda juzgar por sí mismo. Así, critica mis observaciones como si se basaran en invenciones mías, cuando es el mismo Sacristán quien ha pronunciado en conferencia, revisado y publicado en su revista “Mientras Tanto” el texto objeto de mi análisis. SLA se las puede haber con todos los “nudos”, “aristas”, y secuencias “more geométrico” con la máxima destreza, pero en el caso que nos ocupa, hubiera sido mejor, más que para nadie para él mismo, irse de vacaciones y dejar la “urgencia” para setiembre.
Que no ha leído bien (quizás ofuscado por las prisas y la indignación) mi artículo lo demuestra el hecho de que considera que “…algunas de sus consideraciones ya fueron respondidas en mi anterior réplica”. Eso es rotundamente falso: no hay nada repetido en la segunda parte, salvo el nombre de Sacristán; es una simple excusa para no tener que “perder tiempo” en un análisis riguroso cuando irse de vacaciones apremia; para SLA, sigo “insistiendo de forma errónea en los mismos nudos”. Lamentable, si, que mi persona quiera desatar los nudos sacristanianos.
Candorosamente, SLA sigue en su papel de fiel escudero cuando los hechos (que en mi artículo aduzco en texto del propio Sacristán) no obedecen a sus deseos, sosteniendo que “Sacristán, una y mil veces, en éste y en otros trabajos, nunca ha comparado Das Kapital con un manual de física o de genética”. Y esto lo dice ante un texto donde Sacristán afirma lo contrario. Para rematar, otra perla: “Entre otras razones, porque ni Sacristán ni nadie informado puede sostener razonablemente que El Capital es un manual.” ¿Esto es un argumento? Supongo que cualquiera de las “otras razones” debe tener más peso que esta puerilidad, que, además, es falsa, ya que alguien bien informado puede sostener que El Capital es un manual, y equivocarse (o no, depende de cómo se mire, ya que en USA tuvo gran éxito de ventas precisamente porque se vendió como un manual para enriquecerse rápidamente).
A su pesar, y quizás inconscientemente, SLA me da la razón en el siguiente descargo: “Desde luego, tampoco Sacristán ha situado sin ningún matiz (sic) a la economía en el mismo nivel que las ciencias de la naturaleza”. Con matiz o sin matiz, el hecho es que sí lo ha hecho… “desde luego”. Por su sumisión a Sacristán, el amigo SLA llega a descalificar mi crítica a la economía contemporánea sobre la base de que “hace agua por todas partes” ¿no será a la economía a la que le sucede eso? y también al propio SLA, que si leyera un poco sobre el asunto antes de prorrumpir en grandilocuentes epítetos malandrines sabría que hay tantas escuelas económicas como sectas pías. De dichas escuelas, para el precepto y aprovechamiento de mi crítico, daré una muestra reducida: el mercantilismo (proclive al atesoramiento del metal áureo), los fisiócratas (renta de la tierra y agricultura), la escuela clásica (el mercado es perfecto [“mano invisible”], ergo ni políticas monetarias, ni subsidios), el neoclasicismo (el valor no depende del trabajo, sino de la oferta y la demanda), el keynesianismo (control del libre mercado, papel activo del estado, política fiscal), neoliberalismo (economía burguesa del siglo XIX adornada con matemáticas, a la que pertenece la trágicamente famosa Escuela de Chicago), etc.
Steve Keen, que es un reputado economista australiano que trabaja en modelos matemáticos dinámicos (que se ubica en la tradición científica que va de Marx a Minsky pasando por Schumpeter, Keynes, Robinson y Sraffa), sostiene que los bancos centrales ignoran sistemáticamente el dato de la proporción de la deuda en relación con el PIB porque sus dirigentes son economistas neoclásicos y, puesto que no se puede llegar a ser banquero central sin algún diploma en economía, y la escuela de pensamiento dominante hoy en teoría económica es la neoclásica (tome nota el señor SLA) Keen afirma que aunque buena parte de lo que ésta dice parece a primera vista (nota bene) inteligente, casi nada pasa de la charlatanería intelectual (sic), o sea, dicho con menos tacto, los economistas que tienen máximos puestos de responsabilidad en el mundo actual son unos chapuceros que no saben aplicar las matemáticas a la realidad. Pero estas críticas no se producen solamente entre economistas de tendencias contrarias, sino también entre los de la “misma cuerda”. Ejemplo muy interesante de ello es el debate entre Paul Krugman, Randall Wray, James Galbraith y otros (conocida como la polémica Krugman/Galbraith) sobre el déficit público, que se puede reducir a si se comparte o no (explícita o implícitamente) la tesis de que la economía de un estado es como la economía de una familia (polémica, eso sí, bien pertrechada de artillería matemática, especialmente por parte de los que defienden la tesis [que considero equivocada, y que Wray desintegra con elegancia]. Los economistas, pues, recuerdan más a los filósofos escolásticos con sus discusiones sobre lógica y teología que a verdaderos científicos debatiendo sobre sus disciplinas y, lo principal: aún no se han puesto de acuerdo en qué es la economía (creo que fue Tamames quien la definió como “lo que hacen los economistas”… los comentarios son ociosos).
Mantengo mi afirmación de que un lego no puede (o al menos no debería) sentar cátedra en materias que no domina, y debe, honestamente, mantenerse en ellas en su condición de lego, como simple opinante, no como juez y parte: esto vale para Sacristán, para SLA y, por supuesto, para mí mismo.
Parece que SLA sobrelleva una confusión en lo tocante a la deontología respecto del uso de los materiales de un autor y el interés que éstos puedan tener o no para el mejor conocimiento de dicho autor, ya que afirma lo siguiente: “son muchos los textos no publicados por Marx que son considerados parte sustantiva de su obra, de su legado teórico, por numerosos y reconocidos marxólogos, más allá de la opinión de JAS en este punto”. Quien haya leído mi artículo se dará perfecta cuenta de que SLA confunde el culo con las témporas; ¿acaso niego yo en algún momento dicha “sustantividad”? Lo que sostengo y argumento en dicho artículo es que no es deontológicamente correcto el uso que hace Sacristán de ciertos materiales, no que no tengan interés. SLA tendrá que buscar “tiritas”, porque con esta “arista” se ha cortado.
Acabaré, junto con SLA, precisando conceptos, ya que incurre en algunos tópicos respecto a la relación entre sistema, modelo y teoría. (El lector a quien no le interesen estas veleidades académicas puede finalizar aquí, dignamente, su lectura).
Por lo que hace al concepto de modelo, parece que SLA solamente conoce el que lo equipara a “ejemplo”, y, además, confunde el modelo teórico con el científico (o tecnológico). Sin embargo, existen, al menos, tres acepciones importantes de modelo: el modelo visual o icónico de un objeto inobservable (que es una analogía de éste), como los modelos de líneas de fuerza de los campos electromagnéticos, el modelo atómico de Bohr y los diagramas de Feynman de los procesos electrodinámicos; los modelos teóricos, que son ejemplos o "realizaciones" de una teoría abstracta o de un lenguaje formalizado, como el cálculo proposicional, que es un modelo (es un ejemplo) del álgebra booleana; y los modelos científicos y tecnológicos, que son teorías especiales de un dominio fáctico, como por ejemplo los modelos del átomo de helio, la proliferación celular y el de una fábrica de coches.
Termino con una pregunta para el amigo Salvador ¿sabe SLA de dónde provienen los axiomas ante los que tan sumisamente se postra? Quizás le convendría leer más a Charles Lutwidge Dogson (Lewis Carrol) y menos a Quine y a Peano (sin negar su interés).
Quod erat demonstrandum!
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