lunes, 31 de octubre de 2011

31-10-2011
Desigualdades y explotación

Público


En la mayoría de países de ambos lados del Atlántico norte no existe plena conciencia entre la población de la extraordinaria concentración de riqueza existente en estos países, resultado de la aplicación de políticas neoliberales por parte de sus gobiernos en los últimos 30 años. La desregulación de los mercados, incluyendo los financieros (que ha significado que las rentas superiores de tales sociedades y sus instituciones financieras no tengan limitaciones en sus comportamientos especulativos) y los laborales (forzando una disminución de los salarios y de la protección social, lo que conlleva un descenso de las rentas del trabajo con el consiguiente aumento de las rentas del capital, del cual derivan sus rentas los sectores más pudientes de la sociedad), así como las bajadas de impuestos (que han beneficiado predominantemente a tales sectores más pudientes), han facilitado una concentración de las rentas y de la propiedad que ha alcanzado un nivel que no se había visto desde principios del siglo XX, y que afecta negativamente la vida económica y política de tales países.
En EEUU, el investigador que ha estudiado más este fenómeno es el profesor George William Domhoff, que ha documentado cómo en aquel país el 1% de la población (los superricos) posee el 43% de todos los activos financieros, es decir, acciones (38%), valores (60%) y participaciones (62%). En realidad, si añadimos los ricos a los superricos, vemos entonces que el 10% de la población posee el 90% de tales activos y más del 80% de las propiedades inmobiliarias (excepto la vivienda habitual de los propietarios). Un indicador de esta concentración de la riqueza y de las rentas que de ella derivan es el enorme crecimiento del consumo de lujo. Las ventas de la versión más cara del automóvil Mercedes-Benz y Cadillac en EEUU y Porsche en Europa han alcanzado niveles nunca vistos antes. Mientras, las rentas del trabajo han ido disminuyendo en ambos lados del Atlántico como porcentaje de las rentas totales del país y, paralelamente, la pobreza ha ido aumentando.
El incremento en la polarización de la sociedad no está pasando desapercibida. Pero la población no es plenamente consciente del elevado grado de concentración de la riqueza. Así, cuando el canal de televisión público de EEUU (PBS) emitió el documental Land of the Free, Home of the Poor (16-08-11) mostrando la enorme disparidad de la propiedad, hubo una sorpresa generalizada. Según una encuesta entre una muestra representativa de la población estadounidense, el 90% creía que el 20% de la población (los superricos, los ricos y los grupos de profesionales de renta alta) poseía el 60% de la riqueza de aquel país. La concentración de la riqueza, sin embargo, es mucho más acentuada de lo que la población asume: el 10% (ricos y superricos) tiene más del 90% de la riqueza. Un tanto semejante ocurre en España.
La justificación de las políticas públicas neoliberales que favorecen a los superricos y ricos es que ellos son los que invierten y crean riqueza y empleo. Ahora bien, como señala acertadamente el economista de la Universidad de Cambridge Ha-Joon Chang en su libro 23 things they don’t tell you about capitalism, el nivel de riqueza y bienestar de un país no depende de la concentración de la riqueza, sino de cómo se utiliza esta. Cuando son los propios ricos y superricos los que deciden primordialmente cómo se utiliza la riqueza, la sociedad tiene problemas graves. El superrico y rico invierte, no para crear empleo, sino para conseguir más dinero. Y como puede sacar más dinero de las actividades especulativas (que no crean empleo) que de las inversiones productivas (la economía real que produce bienes y servicios), resulta que se crea muy poco empleo. De ahí que Ha-Joon Chang señale que quien debe guiar la utilización de tal riqueza, evitando sus usos no sociales, es la ciudadanía a través del Estado. Y la prueba de ello es evidente. Cuando el capital estuvo altamente regulado (1945-1980) y las diferencias de renta y riqueza entre las clases sociales eran mucho menores que ahora, resultado de políticas redistributivas realizadas por los estados, la riqueza global y el bienestar social crecieron mucho más rápidamente que durante el período neoliberal (1980-2011) cuando el capital, y muy en especial el financiero, pudo hacer lo que quiso. La Gran Recesión es resultado de ello.
Esta concentración a favor de una minoría –los ricos y superricos– se hace a costa de la mayoría, tal como muestran los siguientes hechos: las rentas del capital han aumentado a costa de la reducción de las rentas del trabajo; los recortes de impuestos que han beneficiado primordialmente a los ricos y superricos han supuesto reducciones muy notables de los servicios públicos del Estado del bienestar tales como sanidad, educación y otros servicios utilizados por las clases populares; su enorme influencia sobre los estados y sobre las instituciones internacionales (como el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Europea, el BCE y la OCDE) explica también que se estén imponiendo políticas que, favoreciendo sus intereses, están dañando enormemente el bienestar de la población, reduciendo derechos sociales y laborales; y su influencia sobre los estados explica también las enormes ventajas fiscales y ayudas públicas que reciben de los estados (como el rescate de los bancos realizado con dinero público), a la vez que se oponen al aumento del gasto público, incluyendo el gasto público social, que beneficia a las clases populares.
En otras palabras, tales sectores pudientes (que representan minorías muy reducidas de la población) viven mejor a costa de que otros, la mayoría, vivan peor. Esta es la definición de lo que se llama explotación. Así de claro.
31-10-2011
Marx vuelve

Revista Debate


Las consecuencias de la última 
crisis económica mundial están a la vista. Estados Unidos y Europa, en particular, presentan altos niveles de desempleo, millones de nuevos pobres y un déficit fiscal excesivo, producto del salvataje que realizaron a sus bancos durante los años 2008 y 2009. Los líderes de estos países, debido a una mediocridad rampante o a barreras ideológicas, no aciertan el rumbo para relanzar el crecimiento, y el riesgo de que se prolonguen las penurias del presente se incrementa día tras día.

Esta situación ha provocado un creciente debate en instituciones académicas, sociales y políticas. A modo de síntesis, es posible afirmar que, por un lado, se alinean quienes plantean como solución la continuidad de los mismos enfoques que provocaron la crisis y, por el otro, forman fila aquéllos que sostienen la necesidad de detener los planes de ajuste y austeridad, fomentando el gasto público y privado. Pero, además, en estas polémicas, como un hecho curioso e impensado en épocas recientes, se ha comenzado a reivindicar la figura de Karl Marx.

Al principio, su cara ilustró las portadas de varias publicaciones internacionales. Luego, sus textos más conocidos, como El Capital, multiplicaron las ventas, incluso en versiones de audio. En las últimas semanas, distintos ensayistas han mencionado su nombre para fundamentar sus artículos y, como si todo esto fuera poco, el sitio Bloomberg, orientado a los negocios financieros, acaba de editar una breve biografía de Marx y Friedrich Engels. Sin embargo, la mayoría de estas citas son apócrifas o no tienen una correspondencia cabal con su obra.
Karl Marx, como es sabido, desplegó sus análisis de la sociedad capitalista apoyándose, de un modo crítico, en las teorías de los pensadores de su tiempo, David Ricardo y, sobre todo, Hegel. Su enorme talento, dotado de una pluma precisa y vibrante, le permitió abordar un sinnúmero de problemas que hasta entonces permanecían sin debatirse o sin explicación. Solo o con el auxilio de Engels, elaboró una lectura de la historia, del Estado moderno y una serie de conceptos que permitieron, entre otros aciertos, descifrar el valor de las mercancías, el papel del trabajo en la creación de valor, la reproducción del capital, la tendencia a la concentración y a la centralización y, en otro plano, subrayar que la existencia condiciona, mas no determina, la conciencia de los seres humanos.

Asimismo, situó a los trabajadores como verdaderos artífices de la lucha anticapitalista, alentando sus primeras organizaciones ciento cincuenta años atrás, y llegó a trazar los lineamientos de una futura sociedad igualitaria y sin clases sociales. Algunos aspectos de su legado teórico fueron cuestionados por destacados intelectuales latinoamericanos, José Aricó entre ellos, por las inconsistencias a la hora de caracterizar, por ejemplo, las relaciones entre los imperios, las colonias y el espíritu de las rebeliones independentistas del siglo XIX.
En la actualidad, Nouriel Roubini suele citar seguido a Marx. Este economista, doctorado en Harvard, cobró fama mundial por haber pronosticado el colapso de las hipotecas norteamericanas y la consiguiente implosión ocurrida en 2008. En sus escritos posteriores ha señalado, con buen criterio, las desmesuras del capital financiero y la imposibilidad de resolver el descalabro actual respetando o aferrándose a sus intereses. Pero sus frecuentes referencias a Marx son simplonas. Casi incompresibles viniendo de un profesor. Roubini afirmó en estos días que “el revolucionario alemán, si bien se equivocó al sobrevender el socialismo, tenía razón en señalar que la globalización y el afán de lucro de la burguesía autodestruirán al capitalismo”. Ubicar estas líneas en la obra de Marx puede resultar un acertijo. Ergo, en estas cuestiones, como en otras, conviene siempre leer a los clásicos o a los autores originales. No vaya a ser cosa que en nuestro humilde terruño algún compatriota, salvando las distancias, también nos quiera sorprender diciendo que Sarmiento, José Ingenieros o el General Perón estaban en lo cierto al afirmar que, en este mundo redondo, el que no se escondió, se embromó.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/10/28/4620.php

miércoles, 26 de octubre de 2011

La Revolución de octubre y el programa bolchevique

Por: Ricardo Chirinos Bossio

Fecha de publicación: 26/10/11



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“Todo parte de la errónea concepción de querer construir el socialismo con elementos del capitalismo sin cambiarles realmente la significación. Así se llega a un sistema híbrido que arriba a un callejón sin salida o salida difícilmente perceptible que obliga a nuevas concesiones a las palancas económicas, es decir al retroceso”.



Ernesto “Ché” Guevara: “Apuntes críticos a la economía política”



“ La historia de todas las revoluciones ha probado que no era necesario tener previamente desarrolladas las fuerzas productivas en su plenitud para poder transformar las relaciones de producción envejecidas [...] Es necesario antes que nada demoler la antigua superestructura por la revolución para que las antiguas relaciones de producción puedan ser abolidas ”



Mao Tse Tung: “Notas de lectura sobre el Manual de Economía Política de la Unión Soviética ”.



Si resumiéramos el programa socialista como la constitución del proletariado en clase dominante para abolir la propiedad privada de los medios de producción y, por ende, el trabajo asalariado y enajenado -tal como lo concebía Marx-; tendríamos que llegar a la conclusión de que el socialismo correctamente entendido continúa hoy en los libros. Si hiciéramos, por otro lado, un análisis verdaderamente crítico de lo ocurrido en Rusia a partir de 1917, se pondría en evidencia que el programa leninista inaugurado el 25 de octubre de ese año, nada tenía que ver con el socialismo de Marx. Se trataba realmente, cómo lo afirmaba el propio Lenin, de un “monopolio capitalista de Estado puesto al servicio del pueblo”, donde los trabajadores no tenían en sus manos el dominio y la dirección de la producción. Programa de acción, por cierto, sorprendentemente opuesto a la “asociación de productores libres e iguales” planteaba por Marx. Por lo tanto, afirmar que “el 25 de Octubre del año 1917 el socialismo dejó de estar en los libros y se convirtió en algo real”, sólo puede considerarse como una vulgar manera de escamotear el análisis crítico del régimen soviético, hasta el punto, de convertir las falsificaciones teóricas del programa bolchevique en el referente único de la transición universal al socialismo.



Cuando se estudia la economía durante ese período, uno se pregunta como se podía llamar socialismo a un programa de acción en el que permanecían las categorías efectivas del capital (trabajo asalariado y enajenado, extracción plusvalía, ley del valor, etc). Marx había dejado perfectamente claro que no importa si el plusvalor va a parar a manos de los capitalistas privados o a manos del “Estado obrero” como propietarios de los medios de producción. Si no hay abolición del trabajo asalariado (enajenado), no se puede hablar de socialismo. Este desconocimiento por parte de los bolcheviques del proyecto social revolucionario (de destrucción del capital y del trabajo asalariado), junto a la idea de la necesidad de una dictadura revolucionaria, condujo al proletariado ruso a una situación enormemente trágica: imponerse como dirección de una sociedad sin ser capaz de dirigirla en concordancia con sus propios intereses. Es claro, que esto tuvo un peso contrarrevolucionario decisivo en la supresión de la autogestión obrera real en las fábricas de la mano de los administradores impuestos por Lenin (“especialistas” burgueses). De hecho, no fueron las masas trabajadoras sino los dirigentes del Partido quienes llevaron la fracasada producción capitalista en Rusia al glorioso “socialismo”, que en realidad no fue más que un vulgar capitalismo de Estado, según palabras del propio Lenin.



El papel de las masas se redujo simplemente a aceptar –solemnemente- lo que la sabiduría de los dirigentes del Partido decidía. Ellos eran quienes poseían el saber, por lo tanto, eran los que pensaban, organizaban, ordenaban y dirigían. Todo esto, a sabiendas que Marx sostenía la necesidad de la “asociación de productores libres e iguales”, pero ya sabemos, que esta posición teórica entra en contraposición con los ideales socialdemócratas, así como, con el programa bolchevique.



Por otro lado, los objetivos transitorios propuestos por el programa bolchevique “nacionalización”, “reforma agraria”, “comités de fábricas” (muy parecidos a los objetivos propuestos actualmente), son objetivos que perfectamente pueden realizarse -desde el punto de vista técnico- en el marco de la producción capitalista y, por consiguiente, no sirven para clarificar a las masas las medidas necesarias para establecer el socialismo.



¿No ha demostrado la experiencia histórica, la nocividad de las reivindicaciones transitorias –tanto socialdemócratas, como bolcheviques- que pretenden hacerse pasar por realizaciones socialistas cuando en realidad son simples reformas capitalistas?



Ciertamente, los primeros años de la “revolución bolchevique” han sido mal estudiados por muchos camaradas. A tal punto, que el mítico “pasaje al socialismo” impulsado por el programa bolchevique, sigue siendo considerado por muchos, como la vía expedita a una transformación revolucionaría. Sin embargo, si analizamos críticamente este período encontraremos que lejos de impulsar un programa verdaderamente revolucionario, los bolcheviques sólo se limitaron a promover un conjunto de medidas democrático-burguesas (“la paz inmediata y democrática”, “la expropiación de tierras y su entrega a los comités de campesinos”, “los derechos de los soldados y la democratización del ejército”, “el control obrero de la producción”, “la convocación a una Asamblea Constituyente”) que nada tenían que ver con una transformación socialista inmediata.



Salta a la vista, que dicho programa, en el mejor de los casos, nunca puso en cuestión el carácter capitalista de la sociedad rusa. Esto se debía a que Lenin pensaba que la burguesía rusa era incapaz de realizar su propia revolución democrático-burguesa, como la burguesía de Europa occidental, por lo que le correspondía a la clase trabajadora rusa realizar tanto la revolución “burguesa” como la “proletaria”, en una serie de cambios sociales que constituirían una “revolución permanente”. No obstante, los aspectos burgueses de la revolución rusa no tardaron en descubrirse en el seno mismo del partido bolchevique: el programa leninista era parte integrante de la socialdemocracia-reformista internacional, diferenciándose de esta última sólo en sus aspectos tácticos.



¿En qué coinciden ambos programas?



1) En que entre capitalismo y socialismo no hay destrucción revolucionaria del Estado burgués y sus instituciones.



2) No hay liquidación inmediata del trabajo asalariado.



3) Prevalece el valor de cambio hasta su conversión en capital.



4) Ambos piensan que el desarrollo del capitalismo conducirá a alguna forma de capitalismo de Estado, que podría entonces ser transformado en socialismo mediante las instituciones democráticas existentes.



Contrario, a lo planteado por Marx, el programa bolchevique olvida que toda sociedad donde predomine el valor de cambio será siempre una sociedad capitalista. Por tanto, allí donde prevalezca el valor de cambio habrá siempre trabajo asalariado, es decir, explotación del hombre por el hombre. Es por ello que, para Marx: “aunque alguna forma de trabajo asalariado pueda eliminar los inconvenientes de otra, ninguna puede eliminar los inconvenientes del trabajo asalariado mismo” (“Elementos fundamentales para la crítica de la economía política”). Es claro, pues, que la “ortodoxia marxista” del programa bolchevique sólo existía en forma ideológica, como falsa conciencia de una práctica no-socialista.



De hecho, muchos teóricos ven el estalinismo hoy, no como una especie de “contrarrevolución” que privó a la revolución de octubre de sus frutos; sino como el fruto mismo de esta revolución que abrió la puerta para el capitalismo en Rusia. Lenin y Stalin estaban convencidos de que lo que estaban construyendo en Rusia era, si no el socialismo, por lo menos lo segundo mejor que el socialismo, pues estaban completando el proceso que en las naciones occidentales todavía era sólo la tendencia principal del desarrollo. Habían abolido la economía de mercado y habían expropiado a la burguesía; también habían adquirido el control completo sobre el gobierno. Para los obreros rusos, sin embargo, nada había cambiado. Simplemente se encontraban frente a otro grupo de jefes, políticos y adoctrinadores (Mattick). En este sentido, su posición no se diferenciaba a la de los obreros de todos los países capitalistas en tiempos de guerra. El ideal marxista de “transformar los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son medios de esclavización de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”, donde “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” terminó degenerando en un Estado basado en el trabajo forzado (alienado) como no se había conocido hasta entonces.



Algunos, alegarán: “¿Pero, acaso no hubo un gigantesco desarrollo industrial durante este período?” Ciertamente, lo hubo, ¿pero, a costa de qué se produjo ese gigantesco avance? A costa de una administración centralizada cuya preocupación fundamental era la expansión de la producción y, por lo tanto, de la formación de capital. La destrucción de las relaciones de mercado en la antigua URSS trajo como consecuencia que tanto la producción como el consumo fueran determinados por decisiones gubernamentales, la mayoría de las veces, sin el consentimiento de los productores. Los recursos eran distribuidos por decreto y ejecutados dictatorialmente. El trabajo asalariado se convirtió en trabajo forzado y, para bien o para mal de los trabajadores, las condiciones de producción y distribución eran determinadas mediante deliberaciones de los individuos que ocupaban posiciones de poder social (“especialistas” burgueses). De esta manera, “la asociación de los productores libres e iguales” anunciada por Marx se transformó, para desdicha de los trabajadores, en un Estado basado en trabajo forzado (enajenado) como nunca se había visto. Así, lo planteaba el propio Trotsky, cuando afirmaba: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado. El Estado Obrero se considera autorizado para enviar a cada trabajador al lugar donde su trabajo es necesario. Y ningún socialista serio empezará a negar al Estado Obrero el derecho de castigar al trabajador que se niegue a ejecutar su tarea” (“Dictadura versus Democracia”). Igualmente, ilustrativas y “muy brillantes” resultan las siguientes palabras de Lenin: “La fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de millares de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno” (“Cuestiones sobre la organización socialista de la economía”). De esto, se deduce que, “toda interferencia de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible”. (Lenin).



¿Puede un marxista considerar esto socialismo?



Si, como bien se afirma, en la revolución rusa “eran los de abajo, los que en ese momento estaban arriba”, ¿cómo una “revolución proletaria” pudo degenerar en esto? Si eran los obreros rusos los que estaban al frente de la dirección de la sociedad, la gestión de la producción, la regulación de la economía, la orientación de la política (eso, si sería socialismo), ¿cómo surgió tal degeneración? La experiencia soviética parece demostrar que los obreros no son siempre los que escriben la historia, sino los otros.



Lenin y los bolcheviques, al suprimir las tentativas de autogestión y perpetuar el trabajo asalariado en las empresas nacionalizadas estaban, de hecho, implantando un régimen de capitalismo de Estado, solamente diferenciado de sus formas occidentales por el grado extremo y totalitario al que llevaron la propiedad, el control y la planificación estatales, que alcanzaron su máximo apogeo con Stalin (Ferreiro). Por tanto, ¿cómo puede afirmarse que hubo una transformación revolucionaria socialista en Rusia?



Si los bolcheviques creían que no había otra forma más eficaz de desarrollar la producción sino mediante la implementación de mecanismos de producción capitalistas, era porque estaban convencidos de que el capitalismo era el único sistema de producción racional y eficaz. Querían suprimir la propiedad privada de los medios de producción, la anarquía del mercado, pero no la organización de la producción llevada a cabo por el capitalismo. En otras palabras, querían modificar la economía, pero no las relaciones de trabajo, ni el trabajo mismo: “así quedó constituido el gran caballo de Troya del socialismo: el interés material directo como palanca económica” (Ché Guevara).



Ya Marx había explicado claramente, que el punto de partida y el punto de llegada de todo mecanismo de explotación es la gestión o dirección del trabajo de los otros. El programa leninista, entendió desde el primer momento la “necesidad” de imponer una categoría social específica que dirigiera el trabajo de los otros en la producción, la actividad de los otros en la política y en la sociedad, y que dirigiera la dirección separada de la empresa, es decir, un Partido que dominará y controlará todo. El estalinismo no será más que la consecuencia inmediata de la extensión perversa de ésta lógica.



Para 1919, la Oposición obrera de Kollontai, por ejemplo, mostraba que una amplia fracción de la base obrera del partido bolchevique tenía conciencia del proceso de burocratización que se había puesto en marcha, y que se alzaba contra el propio partido. Los militantes de la Oposición Obrera ponían en cuestionamiento el bajo papel que se le había reservado a los obreros en la gestión de la industria, de donde resultaba según ellos una perdida de contacto entre las masas obreras y los burócratas del partido. El nombramiento de “especialistas burgueses” –muchos de ellos antiguos empresarios-, en puestos responsables o de dirección al frente de las empresas, se convirtió en el caballo de batalla de este movimiento. Al punto, que para 1920, las reivindicaciones del movimiento se volvieron más radicales. Lutoninov, por ejemplo, le declara la guerra a la “peste burocrática”, exigiendo la recuperación en el menor lapso de tiempo posible de los derechos plenos y enteros de la democracia obrera. ¿Cuál fue la reacción de Lenin, al respecto? En el X Congreso del PCR de 1921 declara que “la desviación sindicalista debe ser corregida y lo será puesto que se aparta manifiestamente del partido y del comunismo”. La respuesta de Chliapnikov, no se hizo esperar y no agrado mucho al Comité Central: “…en Rusia los comunistas son una cosa, las masas otra diferente”. Antes que terminara el Congreso se aprueban dos resoluciones. La primera sobre “La desviación sindicalista y anarquista” que iba dirigida de hecho a la Oposición Obrera. Y la segunda sobre “La unidad del partido”, destinada a prevenir cualquier tentativa de oposición. El proyecto de la primera resolución, aprobado después, le permitió luego a Lenin desarrollar sus tesis en ¿Qué hacer? sobre la cuestión sindical: “El marxismo enseña que sólo el partido político de la clase obrera, es decir, el partido comunista, está capacitado para agrupar, educar y organizar la vanguardia del proletariado y de todas las masas laboriosas; dicha vanguardia es la única con capacidad para resistir las inevitables colaciones pequeño-burguesas de estas masas y sus prejuicios corporativistas”. Es decir, todo lo contrario a lo expuesto por Marx, cuando afirmaba: “Desde la creación de la internacional, hemos formulado nuestra divisa de combate: la emancipación de la clase obrera será obra de la propia clase obrera. En consecuencia, no podemos hacer causa común con quienes declaran abiertamente que los obreros son demasiados incultos para liberarse a sí mismos, y que deben ser liberados desde arriba, es decir, por grandes y pequeños burgueses filántropos” (Circular dirigida por Marx y Engels a los jefes de la Social Democracia alemana el 17 de septiembre de 1879).



Es claro, que lo que preocupaba al partido bolchevique no era cómo pasar la gestión de la producción a los obreros, sino cómo formar lo más rápido posible una capa de directores y administradores de la industria y la economía. Si se hace una revisión exhaustiva de los textos oficiales de la época, se podrá constatar que desde el principio los dirigentes bolcheviques dirigieron su programa de acción a la conformación de una capa de directores que se encargarían de dirigir la producción (y que gozarían de importantes privilegios). Un programa de acción que los dirigentes bolcheviques consideraban una “política socialista”, dado que, esta capa de directores y administradores de la producción (burócratas) estaría bajo el control de la clase obrera, claro está, personificada por el partido comunista.



En este sentido, ¿No es claro que ya estaba presente en el programa leninista la conformación de una élite (burocracia)?



Es decir, si se tiene por un lado, el poder de los directores en las fábricas, bajo el “control” único del partido. Y, por el otro, el poder indiscutido del partido sobre la sociedad, sin control alguno.



¿Cómo evitar la fusión de ambos poderes?



El momento en que se planteó por primera vez una oposición a esta amenaza (orientación inherente al programa bolchevique) fue la discusión sobre la “Cuestión Sindical” (1920-1921) que precedió al décimo Congreso del partido.



Sin embargo, ¿No reafirmó la dirección del partido con Lenin a la cabeza su postura de que la gestión de la producción debía confiarse a los administradores individuales (“especialistas” burgueses)?



Esta fue la estrategia que impulsó el partido bolchevique desde 1917 hasta 1953. Es claro, que no hubo ninguna diferencia fundamental con la época estalinista. Los bolcheviques, antes y después de Lenin, tenían como objetivo primordial el desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia: “Cuando la clase obrera haya aprendido a defender el orden del Estado contra el espíritu anárquico de la pequeña propiedad, cuando haya aprendido a organizar la gran producción a la escala del Estado sobre la base del capitalismo de Estado, ella habrá entonces (…) concentrado todos los requisitos en sus manos y la consolidación del socialismo será asegurada” (Lenin).



Por otro lado, el alto grado de desarrollo que alcanzaron las fuerzas productivas, gracias a los “planes quinquenales” y el capitalismo de Estado instaurado por los bolcheviques, no permitieron por ello el tránsito de la URSS a una sociedad socialista, sino todo lo contrario (en este sentido, cualquier parecido con la realidad China hoy, es mera coincidencia). De hecho, esta forma de “economicismo”, en el que se presenta al desarrollo de las fuerzas productivas como el verdadero motor de la historia y no la lucha de clases; será uno de los aspectos centrales del llamado “revisionismo estalinista”. Se identifica al socialismo con la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas y no con la abolición del trabajo asalariado y la libre asociación de los trabajadores. Por lo tanto, “terror de Estado”, “culto a la personalidad”, “policía todopoderosa”, “dogmatismo ideológico”, etc; son fenómenos que no se pueden considerar como parte del universo interno socialista. Por el contrario, deben ser entendidos como el resultado de un conjunto de relaciones sociales y de relaciones de producción que se originan como consecuencia de:



a) Una ausencia de autogestión de los trabajadores: “toda interferencia de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible” (Lenin).



b) Ausencia de autoadministración de los ciudadanos y de control de éstos sobre la administración política y económica: “la fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de miles de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno” (Lenin).



c) Planificación centralizada burocráticamente: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución centralizada de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado” (Trotsky).



d) Apropiación y distribución del sobreproducto social por el Estado, al margen de todo control de los productores: “es necesario formular las cosas de manera absolutamente clara y categórica a los efectos de que los trabajadores de cada empresa no tengan la impresión de que la empresa les pertenece” (Lozovski).



e) Régimen del director único y todopoderoso en el seno de la empresa: “el partido proletario debería designarlos para dirigir el proceso del trabajo y la organización de la producción, pues no existe otra gente que tenga experiencia práctica en esta materia, los obreros (…) marchan hacia el socialismo precisamente a través de la dirección capitalista de los trusts, a través de la gran producción maquinizada, a través de empresas de varios millones de rublos de circulación por año, sólo a través de tal sistema de producción y de tales empresas” (Lenin).



e) Mantenimiento en ésta de la estructura jerárquica.



f) Sistema de remuneración que proporciona grandes privilegios a los altos funcionarios y que somete a buena parte del proletariado a la angustia del trabajo a destajo: “Bajo el régimen capitalista, el trabajo a destajo y por unidades, la puesta en vigor del sistema Taylor, etc., tenían por finalidad amentar la explotación de los obreros, y arrebatarles la plusvalía. Después de la socialización de los medios de producción, el trabajo a destajo, por unidades, etc., tiene como finalidad el incremento de la producción socialista y por consiguiente el aumento del bienestar común. Los trabajadores que aportan más que los otros al bienestar común adquieren derecho a recibir una parte del producto social superior a la de los haraganes, los indolentes y los desorganizadores”, etc.



Por cierto, quien plantea esto, no es Stalin en 1939, sino Trotsky en 1919.



Partiendo de este único punto de vista, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas: ¿No debió la extinta URSS haber pasado a una sociedad socialista? La propia experiencia soviética pareciera demostrar que para pasar al socialismo no es suficiente reconvertir ciertos aspectos del Estado burgués, sino que es necesario destruirlo revolucionariamente. El propio Lenin parecía preverlo, cuando afirmaba, por ejemplo: “Pues bien, ha pasado un año, el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha actuado en la nueva política económica a nuestra voluntad? NO Y NO LO QUEREMOS RECONOCER ASÍ. ¿Y cómo ha actuado? Se escapa el automóvil de entre las manos, al parecer hay sentada en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guían, sino donde lo conduce alguien, algo clandestino o algo que está fuera de la ley, o que dios sabe dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, tal vez unos capitalistas privados o tal vez unos y otros, pero el automóvil no marcha como se lo imaginaba el que va sentado en el volante, y muy a menudo marcha de manera completamente distinta”. (Informe político del Comité Central al IX Congreso del PC (B) en Rusia, Marzo de 1921).



¡Un claro presagio de lo que sería la época de Stalin!



Rijchiro7@yahoo.com





miércoles, 12 de octubre de 2011

12-10-2011
Un Marx desconocido
La Deutsche Ideologie (II)



“El Comunismo es… el Sistema de la Comunidad (Gemeinschaftssystem)”
(Engels, 1845)

“El Comunismo no es un estado que debe implantarse,
un ideal al que haya que sujetarse la realidad.
Nosotros llamamos Comunismo
al Movimiento real (wirkliche Bewegung)
que anula y supera el estado de cosas actual”
(Engels&Marx, Die deutsche Ideologie, 1845-1846)

“Comunistas alemanes se reúnen cada domingo ante la Barriere du Trône, en la sala de un tabernero…
normalmente 30, muchas veces 100 0 200.
Tienen alquilada la sala. Allí pronuncian discursos
en los cuales se predica abiertamente la muerte del rey,
la abolición de todos los bienes, la eliminación de los ricos, etc. En resumen: la más horrenda e inaudita locura. Le escribo a toda prisa, con el fin de que esos Karl Marx, Moritz Hess… no continúen arrojando a la gente
joven a la desgracia”
(Informe de la Policía Secreta prusiana en Bruselas, febrero de 1845)


R ecordaba el viejo Engels en 1885 que “cuando en la primavera de 1845 de nuevo volvimos a encontrarnos, esta vez en Bruselas, Marx había avanzado ya hacía los principales aspectos de su teoría materialista de la Historia (materialistische Geschichtstheorie). Nos propusimos entonces la tarea de elaborar la teoría recién lograda en las más variadas direcciones… Ahora, el Comunismo ya no consistía en exprimir de la fantasía un ideal de la sociedad lo más perfecto posible, sino en comprender el carácter, las condiciones y, como consecuencia de ello, los objetivos generales de la lucha librada por el Proletariado… Nuestra intención no era, ni mucho menos, comunicar exclusivamente al mundo ‘erudito’, en gordos volúmenes, los resultados científicos descubiertos por nosotros. Nada de eso. Los dos estábamos ya metidos de lleno en el movimiento político, teníamos algunos partidarios entre el mundo culto, sobre todo en el occidente de Alemania, y grandes contactos con el proletariado organizado. Estábamos obligados a razonar científicamente nuestros puntos de vista, pero considerábamos igualmente importante para nosotros el ganar al proletariado europeo, empezando por el alemán, para nuestra doctrina.” [1] ¿Cuál fue el producto de este trabajo de urbanización que debía expandirse, como afirma Engels, en múltiples Richtungen, en variadas direcciones? Un enorme manuscrito inédito titulado Die deutsche Ideologie, obra que Marx y Engels comienzan a escribir casi inmediatamente a su desembarco forzado en Bruselas, abril de 1845, y es la evolución-superación lógica tanto de los famosos Manuscritos económicos-filosóficos de 1844 como de La Sagrada Familia, escrita por ambos entre 1844-1845. La obra se transformó no solo en un ajuste de cuentas con varias tendencias filosóficas y políticas de la Alemania de la época, sino en el acta de nacimiento del propio Marxismo ya consolidado a través de un trabajo de zapa negativo, de oposición (Marx le llama den Gegensatz unserer Ansicht gegen die ideologische der deutschen Philosophie gemeinschaftlich auszuarbeiten) y lucha política-ideológica. Si consideramos la obra en cuanto al número de folios, se trata de una larga crítica al anarquismo individualista de Max Stirner (dit Johann Caspar Schmidt ) [2] y a los escritos del filósofo Junghegelianer Bruno Bauer de 1844-1845 (antiguo padrino académico y maestro de Marx en su etapa liberal). [3] Es también un momento decisivo en una escalada en la lucha ideológica tanto contra el radicalismo liberal, el republicanismo burgués y la izquierda hegeliana. La dura polémica había sido iniciada por Bruno Bauer atacando al Comunismo y al filósofo Ludwig Feuerbach en dos artículos furibundos a lo largo de 1844: “Was ist jetzt Gegenstand der Kritik?” [4] , “Die Gattung und die Masse” [5] y en un libro publicado en 1843: Die Judenfrage. [6] Engels y Marx le replicaron, todavía como comunistas-feuerbachianos, en Die heilige Familie y en artículos publicados en el Deutsch-Französische Jahrbücher [7] ; Bauer contrarreplicó, atacando ahora tanto al particularismo egoísta de Stirner como a Feuerbach (y por elevación al Comunismo) en el artículo “Charakteristik Ludwig Feuerbachs”, [8] que a su vez fue acompañado por el ataque en forma de libro de Stirner, ya no sólo contra Feuerbach y el Comunismo, sino implícitamente con la posición filosófico-política de Engels y Marx reflejada en Die heilige Familie; finalmente como punto final a este rizo de lucha ideológica, Engels y Marx componen su crítica amplia y definitiva precisamente en Die deutsche Ideologie. ¿Por qué en especial Bruno Bauer y Max Stirner? El propio Engels, escribiendo con pseudónimo y en tercera persona, señalaba en un artículo de 1845 que “se ha declarado la guerra a los filósofos alemanes que se niegan a sacar consecuencias prácticas de sus teorías puras y afirman que el Hombre no tiene otra cosa que hacer que cavilar acerca de problemas metafísicos. Los señores Marx y Engels han publicado una detallada refutación de los principios sostenidos por B. Bauer y los señores Hess y Bürgers se disponen a refutar la teoría de M. Stirner. Bauer y Stirner son los representantes de las últimas consecuencias a que lleva la filosofía alemana abstracta (abstrakten) y, por tanto, los únicos adversarios filosóficos importantes del Socialismo, o, por mejor decir, del Comunismo, ya que aquí la palabra Socialismo engloba las distintas ideas confusas, vagas e indefinibles de quienes comprenden que hay que hacer algo, pero sin decidirse a abrazar sin reservas el Sistema de la Comunidad (Gemeinschaftssystem).” [9] El Kommunismus es aquí definido, de manera notable, como un sistema social basado en la idea de comunidad humana.

El Socialismo Verdadero: El esfuerzo de Engels y Marx por combatir a través de la Kritik esta tendencia no parece ni exagerado, ni barroco, como sostienen muchos marxólogos. El pronóstico filosófico-político engelsiano era certero: la tendencia híbrida del socialismo verdadero, del wahre Sozialismus, tuvo una inesperada popularidad entre la clase media y la aristocracia obrera de diferentes regiones de Alemania, expandiéndose y formando varios grupos activos (los más numerosos en Westfalia, Sajonia y Berlín). Engels decidió examinar críticamente a los diferentes socialismos regionales basados en las confusas teorías de los jóvenes hegelianos y en el anarquismo de Stirner en una fecha tan tardía como 1847, escribiendo un manuscrito titulado “Die wahren Sozialisten” (“Los socialistas verdaderos”) [10] , posiblemente un capítulo para completar la Die deutsche Ideologie en una segunda parte, que quedó inconclusa. La importancia que le otorgaban era de tal magnitud que, como sabemos, en el mismo Manifiesto Comunista, publicado en 1848, todavía le dedican un amplio espacio al combate contra esta corriente teórico-práctica, dentro del capítulo III, apartado de los “Socialismos Reaccionarios”, tendencia que es definida así: “Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso. Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la crítica del Dinero, ellos pusieron: “expropiación del Ser Humano”; donde se criticaba el Estado burgués: “abolición del Imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo. Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofía del hecho”, “verdadero Socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del Socialismo”, y otros semejantes.” [11] ¿Qué representaba y qué era exactamente el Socialismo verdadero en 1840’s? El Engels tardío lo definía en 1885 con precisión: “el ‘verdadero Socialismo’ difundido por algunos literatos, (es la) traducción de la fraseología socialista francesa al mal alemán de Hegel y al amor dulzarrón…” Es muy útil analizar estos combates perdidos de Engels y Marx pues, como tendencia ideológica básica, han demostrado ser más permanentes que su política coyuntural, y hoy podemos considerar la lógica general de su argumento con relativa independencia de la situación histórica particular que la ha nutrido. Sobre las repercusiones histórico-políticas de una ideología basada en “traducción-de-fraseología” y separación entre retórica y práctica reaccionaria, que simplemente transfiere esquemas y visiones del mundo parciales, basta recordar aquí que el sino del Marx español. El Marxismo en España se desarrolló, desde 1879, precisamente bajo la nefasta influencia y deformación de un Marx descafeinado, en su peor versión francesa (bajo la forma literaria vulgar de Jules Guesde, Gabriel Deville, Paul Lafargue, mezcla híbrida de Malthus, Ricardo y Lassalle), ya que hasta la IIº República el conocimiento adecuado y de primera mano de la obra Engels y Marx será escolar, deficiente o inexistente. [12] La difusión de la obra de Marx y Engels en España, en una escala y calidad importante, se da al finalizar la dictadura de Primo de Rivera. Antes de los años 1930’s hay que hablar de una muy escasa penetración. Recién partir de una fecha tan tardía para un país europeo como 1931 es cuando puede verse la difusión de un Marx verdadero, y cuando las traducciones y ediciones experimentan “un salto espectacular”, un paréntesis muy corto interrumpido por el estallido de la Guerra Civil y la instauración de la dictadura de Franco en 1939. [13] La primera edición parcial al español de Die deutsche Ideologie fue impresa en México, es de 1938 y lleva el título de Ideología Alemana. [14] En su prólogo el traductor, que usa el pseudónimo “Argos”, luego de señalar que es una traducción directa “larga y fatigosa” del alemán, diferenciándose precisamente del mutilado Marx en sus versiones francesas que inundaban mecánicamente al Socialismo hispano, afirma que: “’Feuerbach’ constituye el primer fragmento de la Ideología Alemana, obra de polémica y exposición doctrinaria, escrita conjuntamente por Marx y Engels, en Bruselas, de 1845 a 1846. Esta obra no llega a publicarse en vida de sus autores. Aparece por primera vez en 1932, en la edición de sus obras completas, publicada bajo los auspicios del Instituto Marx-Engels-Lenin, de Moscú. Forma el tomo V de dicha edición.” Es sintomático que el anónimo (y esforzado) traductor subrayara una y otra vez que su Marx estaba directamente volcado del alemán… lo que evitaba la contaminación ideológica del transfert francés. La lucha contra las formas diversas históricamente del wahre Sozialism no es simplemente un dato arqueológico ni de corrección filológica, sino una tarea pendiente y actual, y es en este contexto que toma importancia para nuestra posteridad una obra como Die deutsche Ideologie (DI). El desacuerdo básico en 1845 era contra una tendencia política que sostenía una estrategia ultrarrevolucionaria, aplicando a la coyuntura una táctica sectaria y reaccionaria, o sea: una teoría abstracta intransigente, deducida de trasplantar mecánicamente textos importados y generados en otra coyuntura social, pero que se traducía en una praxis reaccionaria. El resultado no podía ser más nefasto: unas precarias ideas teóricas ya desfasadas de su fase histórica material concreta, que generaban desviaciones prácticas como resultado lógico.
Si existía una sensible carencia en el desarrollo intelectual de Marx ésta era la ausencia de un editor confiable en casi todas las etapas de su vida. Las tratativas editoriales sobre la publicación de DI las llevaba el camarada Joseph Weydemeyer, ya que las editoriales de la izquierda hegeliana se negaban a publicar una crítica tan radical a tres grandes luminarias de los Junghegelianer, como Bruno Bauer, Ludwig Feuerbach y Max Stirner. Había convencido en Westfalia a dos simpatizantes comunistas ricos, Julius Meyer y un tal Rempel, dispuestos a adelantar el dinero necesario para una casa editorial. Tenían el plan de invertir el capital en la infraestructura mínima y la edición inmediata de tres obras: la Die deutsche Ideologie, la biblioteca de autores socialistas pensada por Engels y Marx y una revista político-filosófica trimestral bajo la dirección de Engels, Hess y Marx. Al llegar la hora de desembolsar, los dos capitalistas se retiraron, surgiendo dificultades económicas y financieras que, en irónicas palabras de Mehring, “vinieron a paralizar en el instante preciso su espíritu de sacrificio comunista.” [15] Weydemeyer siguió ofreciendo la DI a diferentes editores en toda Alemania, que la fueron rechazando. Solo quedaba para el manuscrito la voracidad de los ratones y el injusto olvido.
El primer borrador de la Die deutsche Ideologie (DI) fue escrito de puño y letra por Engels, y luego revisado y modificado tanto por Marx como por Engels, por lo que la pertenencia a un autor determinado es ya complicada. El folio en formato alemán (Bogen) fue dividido en dos columnas, texto básico en la izquierda y correccionas&adiciones en la derecha, con la famosa e ilegible letra manuscrita de Marx bien visible. Según algunos biógrafos de Engels, “mucho más de la mitad del manuscrito que ha llegado hasta nosotros, una parte como borrador y otra puesta a limpio, aparece escrita de puño y letra de Engels, con correcciones e intercalaciones de Marx… Sin embargo, los manuscritos por sí solos, la mano que los escribió, no ayudan, en este caso, a identificar la paternidad de las distintas partes de la obra. Como la letra de Marx era verdaderamente ilegible y la de Engels, en cambio, muy clara, muchas veces éste no se limitaba a sacar en limpio las partes ya redactadas, sino que tomaba también la pluma para registrar sobre el papel, en una primera versión, las ideas previamente discutidas. Y no cabe duda de que, siendo él el más suelto y expeditivo de los dos, se encargaría de redactar por sí y ante sí, para ganar tiempo, tal o cual capítulo de la obra.” [16] Mehring, el biógrafo de Marx conocido como el “Lenin alemán”, señalaba en 1918 que la DI merecía el olvido ya que “si ya su polémica de fondo, ya un acaso demasiado a fondo, con los hermanos Bauer (La Sagrada Familia de 1844), era difícilmente digerible para el lector, estos dos nutridos volúmenes, de unos cincuenta pliegos en total, se les habrían hecho todavía de más difícil inteligencia. Años más tarde Engels había de decir, cogiéndose a la memoria, que solamente la crítica dedicada a Stirner abarcaba, por lo menos, tanto espacio como el libro del propio autor criticado, y los fragmentos que luego se publicaron prueban que la memoria no lo engañaba. Trátase… de una prolija superpolémica, y aunque no falte algún que otro oasis en el desierto, el follaje no abunda. Allí donde aparece la agudeza dialéctica de los autores, es para degenerar en seguida en minucias y alardes pedantescos, a veces bastantes mezquinos.” Ya podemos ver, en la misma hagiografía del movimiento, la tendencia a construir un Marx irreal, la tendencia instintiva de erigir un Marxismo unitario, cerrado y canónico, cuyos textos serán desmembrados y adaptados a las exigencias del momento, ya sea a la razón de partido o arcano de estado. El caso se agravaba porque este common sense venía en apariencia legitimado por el veredicto de autoridad del propio Engels. La autoridad razonada del “Socialismo Científico” era invocada para fortalecer las demandas espontáneas de justicia social de los trabajadores de Alemania y Europa. Lo menos importante era conocer y entender a Marx.

La vulgata marxista ¿problemas editoriales-políticos o políticos editoriales?: la DI tuvo un azaroso derrotero editorial, tortuoso camino en su difusión y recepción, como premonitoriamente había anticipado el filósofo Antonio Labriola a fines del siglo XIX: “muchos de los fogosos renovadores del Mundo… se proclamaron seguidores de las teorías marxistas, tomando por bueno el Marxismo más o menos inventado por los adversarios.” La obra de Marx, incompleta y aún por conocer, sufrió, a partir precisamente de la muerte de Marx (1883), un violento proceso de falsa sistematización y vulgarización. Un fórceps teórico-ideológico por las crecientes urgencias del crecimiento de un movimiento sindical y político maduro en la propia Alemania. El centro de esta irradiación ideológica era sin lugar a dudas el SPD, el partido-guía alemán, incluso para el mismo Lenin hasta 1908, que aparentemente guardaba con celoso espíritu el núcleo marxista de sus fundadores. Como rezaba un motto de la época, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands era considerado en todo Occidente como “la joya de la organización del proletariado consciente”. [17] Había razones plenamente materialistas además del idioma para esta hegemonía: en primer lugar el SPD era el albacea testamentario de las obras publicadas y del valioso Nachlass inédito de Engels y Marx (salvo textos menores y correspondencia marginal); el acuerdo testamentario de Engels de sus libros, cartas y manuscritos propios y de Marx es del 29 de junio de 1893 a favor de los presidentes del partido, August Bebel y Paul Singer. En segundo lugar desde 1897 el SPD era co-propietario de la editorial Dietz (editora de los pocos textos publicados hasta entonces de Engels y Marx) y a partir de 1906 asume íntegramente la propiedad de la misma, teniendo monopolio absoluto y control dictatorial en cuanto al acceso como a la difusión de la obra marxiana. El SPD de esta manera controlaba toda la línea de producción, desde las fuentes primarias, la selección y edición, hasta la distribución de lo que se podía o no conocer de Marx, base indispensable para la consolidación del llamado “Kautskismo”. Es lógico definir esta versión de Marx, que nos ha llegado intacta hasta nuestros días, como “Marxismo de la Segunda Internacional” o incluso algunos le llaman directamente Kautskismus, por derivación de Karl Kautsky, el Papa ideológico del socialismo europeo entre 1890 y 1933. [18] Fue Kautsky quién creó el primer órgano del Marxismo teórico, la revista Neue Zeit, en 1883. Según el hijo de Kautsky, Benedikt, Engels había logrado con los fragmentos sueltos que dejó Marx comenzar la construcción de un sólido y unitario edificio teórico, y su padre habría logrado, después de la muerte de Engels en 1895, “hacer un Sistema orgánico que en verdad representaba por primera vez al Marxismo.” [19] Fue entonces, por primera vez, cuando de modo decidido, violento e ideológico algunos marxistas negaron a otros marxistas su calidad de ser, y viceversa; aparecieron adjetivos y calificaciones caricaturescas al lado del término “Marxismo” (entrecomillado). Teniendo como línea de demarcación y centro de oscilación ideológica este “Sistema orgánico” apadrinado por Engels y formalizado por Kautsky, se podría ser pseudomarxista, marxista de palabra, marxista ortodoxo, exmarxista, o lo peor, renegado (de derecha o de izquierda). Escolásticamente se debatía (positiva o negativamente) sobre un Marx irreal e incompleto, el Marx precisamente fijado como “Sistema orgánico” en el Kautskismus, en el cual el conocimiento adecuado, la interpretación adecuada de su compleja obra, era lo de menos. Marx se metamorfosea en una teoría post festum, una enciclopedia de datos con una concepción evolucionista y tecnocrática de la Historia: es funcional al autoconservación y legitimación de organizaciones burocráticas obreras y populares. No nos extrañe el bajo conocimiento de la obra de Marx entre sus militantes y cuadros dirigentes. [20] La expresión práctica de este Marxismo “desnaturalizado” quedó plasmado en el mítico programa de Erfurt, modelo para toda la Socialdemocracia europea durante los próximos cincuenta años. [21]
¿Se conocía en realidad bien la obra de Marx, incluida La Ideología Alemana, después de su muerte? A la muerte de Marx, Engels se transformará en su primer editor, enfrentándose con este gigantesco filón de manuscritos codificados en la minúscula letra característica de su amigo y con cuidado trató de salir del problema, preparando la edición de los tomos restantes de El Capital. Una de las razones que esgrimía Engels para no trasladarse a Alemania, tal como se lo pedían desde el recién creado SPD, era su deseo de completar el trabajo de edición del Nachlass de Marx que se encontraba en Londres. Como una especie de Theofrasto moderno, Engels, con 62 años, se ocupó del desciframiento y edición de los manuscritos de su compañero, temiendo no concluir con esa misión, pues, como le confesara a Lavrov por carta: “…soy el único ser viviente que puede descifrar esa escritura y esas frases abreviadas…” [22] Es curioso que Engels, incluso con Marx en vida, había vislumbrado su papel de editor póstumo, ya sea por las limitaciones del propio Marx, ya por conocer el ritmo del trabajo de su amigo; recién fallecido Marx, Engels confesaba a Sorge que era mejor que se lo hubiera llevado la muerte, ya que: “…vivir teniendo ante él numerosos trabajos inacabados, devorado por el ansia de acabarlos y la imposibilidad de conseguirlo —esto le hubiera sido mil veces más doloroso que la dulce muerte que se lo ha llevado.” [23] Al morir Marx surgió inmediatamente la idea de unas obras completas, que incluyeran todos sus trabajos juveniles, a pesar del desdén oficial del SPD y sus ideólogos. En un año tan temprano como 1883, la socialdemocracia rusa reunida en el Congreso de Copenhague realizó un llamado al SPD alemán para iniciar una edición popular exhaustiva. [24] Un año más tarde, abril de 1884, el propio Engels le comenta la misma necesidad a Rudolf Mayer, hablando de una edición lo más completa posible de los ensayos dispersos de Karl Marx: “…Gesamtausgabe von Marxens zerstreuten Aufsätzen…”. [25] En mayo de 1885 es Hermann Schülter, responsable del diario socialdemócrata suizo Sozialdemokrat, quién le propone a Engels un plan de editar un tomo de compilación de escritos inéditos de Marx, que incluyera los de juventud, dentro de una futura serie titulada “Sozialdemokratische Bibliothek”. [26] Otro visitante ruso en Londres, Voden, precisamente del grupo de Plejanov, que presionaba para editar todas las “viejas cosas” de Marx, le invitó Engels a ver los manuscritos con una gran lupa. Voden leyó el capítulo de la Die deutsche Ideologie, “Sankt Max” (el Anti-Stirner) [27] , una versión más extensa de la Kritik a la filosofía del derecho hegeliana y otras partes de la Die deutsche Ideologie (las partes contra Bruno Bauer), y comprobó horrorizado lo difícil que era “descifrar los originales de Marx, cuya caligrafía me hicieron comprender la desesperación de sus profesores en la época de Tréveris”. Al mismo Voden le explicó su dilema el viejo General: “¿debería emplear el resto de su vida en publicar viejos manuscritos del trabajo publicista de los años 1840’s, o bien debería (después de haber publicado el tercer tomo de Das Kapital) editar los manuscritos de Marx sobre la historia de las teorías de la plusvalía?” [28] En ese mismo encuentro Voden descubrió cierta aprensión de Engels hacia el Nachlass juvenil de Marx, incluida la Die deutsche Ideologie: “Nuestra siguiente charla giró en torno a los primeros escritos de Marx y Engels. Al principio, Engels pareció algo turbado de que yo mostrara mi interés por ellos… Engels preguntó cuáles eran los primeros escritos que le interesaban a Plejánov y sus seguidores y cuál era la razón de su interés. En su opinión tendría que ser suficiente el fragmento sobre Feuerbach, que él consideraba el más sustancioso de aquellas ‘viejas cosas’… Aproveché para volver sobre los primeros escritos de Marx, rogando a Engels que por lo menos arrancara los más importantes de un olvido inmerecido. Afirmé que las ‘Tesis sobre Feuerbach’ no eran suficientes. Engels contestó que para poder penetrar en aquellas ‘viejas historias’ era imprescindible estudiar al propio Hegel, cosa que hoy en día ya no era asunto de cualquier persona.” Pareciera que Engels o bien no tuviera tiempo para publicar todo el Marx disponible y desconocido o bien considerara al Nachlass, en el contexto del espectacular crecimiento electoral del SPD, de poca significancia práctica y limitado alcance ideológico. Sostenía que aunque su contenido tuviera algún interés, su estilo semihegeliano, que ambos utilizaban en ese período, hacia esos textos intraducibles y, aparte, al estar escritos en alemán y con connotaciones culturales precisas, “habían perdido gran parte de su significado”. [29] Engels, por ejemplo, se resistió a una traducción francesa del trabajo Kritik: Einleitung de 1857, y lo mismo con la edición de la correspondencia, el Briefwechsel von 1853, cuyo lenguaje calificaba como de “incomprensible” para el lector medio. [30]
Engels falleció en 1895, dejando su misión inconclusa, que él mismo calificó irónicamente como de “mera selección” entre las diferentes versiones y diferentes redacciones trabajadas por Marx, sirviéndole de base siempre la última redacción disponible cronológicamente y cotejándolas con todas las anteriores. Es evidente que salvo raras y fortuitas excepciones (como el caso del capítulo “I. Feuerbach” de la Die deutsche Ideologie), Engels privilegió, casi exclusivamente, el trabajo editorial y de popularización en torno a la obra de crítica de la economía política y Das Kapital. Sabemos que esta obsesión engelsiana se debía al intento de realizar una obra orgánica y en lo posible, completa y sin fisuras, que pudiera enfrentarse la serie de críticas que surgían desde círculos burgueses, economistas neoclásicos y la academia. De esta manera finalizó la primera operación editorial sobre los manuscritos de Marx, realizada por aquel que siempre se consideró el “segundo violín”. Fue durante este trabajo de edición que polémicamente se constituyó el Marxismo como doctrina, lo que podría dar una hipótesis plausible de hasta qué punto y en qué medida tales presiones “políticas” externas influyeron sobre el propio trabajo editorial de Engels. [31] El único fragmento juvenil de Marx que Engels dio a luz de la Die deutsche Ideologie fue “I. Feuerbach”, [32] que ahora sabemos fue cuidadosamente “editado” cuando apareció en 1888 como apéndice la edición en forma de libro de su artículo “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”. [33] El Engels tardío se encuentra en medio de una situación histórica inédita, que le exige nuevas tareas dentro de su trabajo ya no de difusión, sino de polémica “defensa” del legado de Marx.

Imagen: Página escrita por Marx con caricaturas de Engels del capítulo “Feuerbach”, de Die deutsche Ideologie, 1845, descubierta en el IISG en los años 1960’s.



[1] Engels, Friedrich; “Zur Geschichte des Bundes der Kommunisten”, en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 2, (Karl) Dietz Verlag, Berlin-DDR, 1971, p. 212 (pp. 206-224); en español: “Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas», en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich, Obras escogidas, vol. III, Editorial Progreso, Moscú, 1974, p. 184-202.
[2] La mejor biografía sobre Stirner sigue siendo la de un admirador, el poeta anarquista escocés John Henry Mackay: Max Stirner: His Life and His Work, e.a., Berlin, 1897. Más actual: David Leopold Stirner: ‘The State and I’ Max Stirner’s Anarchism”, en: The New Hegelians. Politics and Philosophy in the Hegelian School; Edited by Douglas Moggach, Cambridge University Press, Cambridge, 2006, p. 176 y ss. Stirner no solo es considerado como uno de los más grandes teóricos del anarquismo individualista, sino además un antecesor fundamental del egoísmo nihilista de Nietzsche; existe una gran polémica sobre la influencia oculta o vergonzosa de sus ideas en la obra nietzscheana desde fines del siglo XIX; véase un clásico: Levy, Albert; Stirner et Nietzsche, Societé Nouvelle de Librairie et d'Édition, Paris, 1904; más actual: Brobjer, Thomas, H.; “Philologica: A Possible Solution to the Stirner-Nietzsche Question”; en: Journal of Nietzsche Studies 25 (1), 2003, pp. 109-114. La mayoría de las compilaciones de textos anarquistas incluyen extractos de Der Einzige und sein Eigentum, como por ejemplo la de Irving L. Horowitz, ed., The Anarchists, Dell, New York, 1964; o la de George Woodcock, ed., The Anarchist Reader, Harvester Press, Hassocks, 1977.
[3] Sobre Bruno Bauer, véase el reciente libro de Douglas Moggach; The philosophy and Politics of Bruno Bauer; Cambridge University Press; New York, 2003; sobre las relaciones Bauer-joven Marx, nos permitimos remitir al lector a nuestro artículo: “Marx, lector anómalo de Spinoza. (IV)”, on-line en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106904
[4] Bauer, Bruno; “Was ist jetzt Gegenstand der Kritik?”; en: Allgemeine Literaturzeitung, Monatsschrift, hg. v. Bruno Bauer, Verlag v. Eckbert Bauer, Charlottenburg, Juni 1844 (Nr. 8) pp. 18-26, ahora re-impreso como: Bauer, Bruno; Feldzüge der reinen Kritik, Nachwort von Hans-Martin Sass, Frankfurt/M, Suhrkamp Verlag, 1968, pp. 200-212.
[5] Bauer, Bruno; “Die Gattung und die Masse”; en: Allgemeine Literaturzeitung, Monatsschrift, hg. v. Bruno Bauer, Verlag v. Eckbert Bauer, Charlottenburg, September 1844 (Nr. 10); pp. 42-44; ahora re-impreso como: Bauer, Bruno; Feldzüge der reinen Kritik, Nachwort von Hans-Martin Sass, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main 1968, pp. 213-223.
[6] Bauer, Bruno; Die Judenfrage, Friedrich Otto Verlag, Braunschweig, 1843.
[7] En especial a través de otro texto seminal de Marx, poco conocido e interpretado, hablamos de “Zur Judenfrage”, publicado en: Deutsch Französische Jahrbücher, 1. Doppellieferung, Februar 1844; ahora en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 1, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, pp. 347-377. En español: Marx, Karl; “Sobre la Cuestión Judía”, en: Escritos de Juventud, FCE, México, 1982, p. 461-490.
[8] Bauer, Bruno; “ Charakteristik Ludwig Feuerbachs ”, en: Wigands Vierteljahrschrift III, 1845, pp. 86–146.
[9] Engels, Friedrich; “Rapid Progress of Communism in Germany . III”, en: The New Moral World, Nº 46, 10, may, 1845; en alemán como : “Rascher Fortschritt des Kommunismus in Deutschland. III”, en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 2, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, pp.515-520; en español: Engels, Friedrich; Escritos de Juventud, FCE, México, 1981, pp. 254-258.
[10] Engels, Friedrich; “Die wahren Sozialisten”, escrito entre enero y abril de 1847; en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 4, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, pp. 248–290. Véase la carta de Engels a Marx del 15 de enero de 1847. Fue publicado por primera vez por David Riazanov en la edición MEGA (I) en 1932.
[11] Engels, Friedrich/ Marx, Karl; Manifest der Kommunistischen Partei, “c) Der deutsche oder ‘wahre’ Sozialismus”; en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 4, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, pp485-488; en español: Marx, Carlos/ Engels, Federico; Manifiesto del Partido Comunista, “El socialismo alemán o el socialismo ‘verdadero’” en: Marx, Carlos/ Engels, Federico; Obras Fundamentales. Los grandes fundamentos, (4), II, FCE, México, 1988, p. 299.
[12] El máximo nivel de Marxismo teórico de la época anterior a la Guerra Civil lo marca la obra del más destacado de los marxistas españoles, Joaquín Maurín. Sobre el tema de la difusión de Marx en España: Pedro Ribas Ribas; La introduccion del Marxismo en Espana (1869-1939). Ensayo bibliográfico, Ediciones de la Torre, Madrid, 1981; véase además: “Bibliografía hispánica de Marx (1869-1939)” y “Análisis de la difusión de Marx en España”, en: Anthropos. Marx en España, 100 años después, 33-34, extraord. 4, 1984, pp. 29-53 y 58-63 respectivamente. En realidad, podemos decir que todas las versiones de Marx que se popularizaron y reprodujeron en España tenían la mediación ideológica del Marx francés: “Para los socialistas españoles la ortodoxia está en el partido dirigido por Guesde y Lafargue… todas las nociones y teorías se leen en francés, en Guesde, en Lafargue, en Deville, y también en los maestros Marx y Engels, menos leídos y acaso más tarde.”, señala José Morato, en: El partido socialista obrero, Ayuso, Madrid, p. 78. No es casualidad que Perry Anderson hablara del enigma histórico español en el caso del conocimiento científico de Marx y en la generación de teóricos marxistas: “The Spanish case, however, remains an important historical enigma. Why did Spain never produce a Labriola or a Gramsci?...”; en: Considerations on Western Marxism, London, 1976, p. 28, note 4; en español: Consideraciones sobre el Marxismo Occidental; Siglo XXI, México, p. 40, nota 4. El diario teórico del PSOE, El Socialista, el mayor vehículo de difusión hasta bien entrado los años 1920’s del Marxismo en español, traducía sistemática y mecánicamente los artículos de fondo del guesdista Le Socialiste o de L’Egalité; veáse: Santiago Castillo, “De El Socialista a El Capital (Las publicaciones socialistas, 1886-1900)”, en: Negaciones 5, 1978, p. 42 y ss.
[13] Como lo señala Pedro Ribas, ibidem, p. 332 y ss. A una conclusión semejante llega E. Lamo de Espinosa: “Lo primero que nos llama la atención es que, a pesar de lo temprano que se introdujo el Marxismo en España -suele señalarse la fecha de 1871, años en que Lafargue llegó a España-, no puede hablarse de tradición teórica marxista y toda la producción intelectual en este sentido es relativamente pobre.”, en: Filosofía y política en Julián Besteiro, Editorial Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1973, p. 182 y ss.
[14] Marx, Carlos/ Engels, Federico; Ideología Alemana; Traducción de Argos, Ediciones Vita Nuova, México, 1938.
[15] Mehring, E., Franz; ibidem, p. 133-134.
[16] Mayer, Gustav; Friedrich Engels. Una biografía, FCE, México, 1978, p. 227. La obra es original de 1919. Sobre la figura del historiador y militante socialdemócrata Mayer, véase: Gustav Mayer: als deutsch-jüdischer Historiker in Krieg und Revolution, 1914-1920. Tagebücher, Aufzeichnungen, Briefe; Hrg. Gottfried Niedhart, Oldenbourg Wissenschaftsverlag, München, 2009.
[17] Véase el bello trabajo de Georges Haupt: “El partido-guía: la irradiación de la Socialdemocracia alemana en el Sudeste europeo”, en: El historiador y el movimiento social, Siglo XXI, Madrid, 1986, p. 103-145; también los trabajos de Eric J. Hobsbawm: “La difusión del Marxismo (1890-1905)”, en: Marxismo e Historia Social, Universidad Autónoma de Puebla, México, 1983, pp. 101-128 y “Las vicisitudes de las ediciones de Marx y Engels”; en: Historia del Marxismo. El Marxismo en los tiempos de Marx (2); Bruguera, Barcelona, 1979, pp. 298 y ss.; y la colaboración de Franco Andreucci: “La difusión y vulgarización del Marxismo”, en: AA. VV.; Historia del Marxismo. El Marxismo en la época de la IIº Internacional (1); 3, Bruguera, Barcelona, 1980, pp. 13-88.
[18] Sobre el Kautskismo como ideología funcional a la táctica parlamentaria y basada en un bizarro “radicalismo pasivo”, véase: Matthias, Erich; “Kautsky y el Kautskismo. La función de la ideología en la Socialdemocracia alemana hasta la Primera Guerra Mundial”, en: Kautsky, Karl; La Revolución Social. El camino al Poder; Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1978, pp. 7-50. Sobre la “integración negativa” y el mecanismo ideológico de Attentismus en la Socialdemocracia, el trabajo de Dieter Groh: Negative Integration und revolutioniirer Attentismus: Die deutsche Sozialdemokratie am Vorabend des Ersten Weltkriegs, Propylaen Verlag, Frankfurt/Main-Berlin-Wein, 1973; y el de Guenther Roth: The Social Democrats in Imperial Germany. A Study in Isolation and Negative Integration , Bedminster Press, Totowa: 1963.
[19] Advertencia preliminar en: Kautsky, Benedikt (Hrsg); “Ein Leben für den Sozialismus. Erinnerungen an Karl Kautsky ; J.H.W. Dietz, Hannover, 1954, p. 8 y ss. Sobre el Marxismo como ideología segundointernacionalista, véase: Gustafsson, Bob; Marxismo y Revisionismo; Grijalbo, Barcelon, 1975.
[20] Según una propia estimación de 1905, apenas el 10% de los afiliados al SPD poseía algún conocimiento básico de los pensamientos de Engels o Marx; véase: Kosiol, Alexander; “Organisationen für die theoretische Bildung der Arbeiterklasse”; en: Die neue Zeit: Wochenschrift der deutschen Sozialdemokratie; 24. 1905-1906, 2. Bd., 1906, H. 28, pp. 64-69; ahora on-line: http://library.fes.de/cgi-bin/neuzeit.pl?id=07.05884&dok=1905-06b&f=190506b_0064&l=190506b_0069
[21] Sobre el contexto político e ideológico de la elaboración del programa de Erfurt, véase: Carl E. Schorske; German social democracy, 1905-1917: the development of the great schism, Harvard University Press, Harvard, 1955, p. 2 y ss.
[22] Carta de Engels a Lavrov, 5 de febrero de 1894.
[23] Carta a Sorge, 15 de marzo de 1883.
[24] No es casualidad que fuera firmada por el grupo “Emancipación del Trabajo”: Plejanov, Axelrod y Zasulich en marzo de 1883. Aquí los datos son del propio Rjazanov: “Vorwort zur Gesamtausgabe (MEGA)”, en: MEGA, Band 1, Frankfurt/ Main, 1927, p. IX-XXVII.
[25] Carta de Engels a Rudolf Mayer, 27 de abril, 1884.
[26] Schülter (1851-1919) le escribe a Engels solicitándole ayuda y apoyo, esas obras escogidas aparecerían dentro de un proyecto de difusión editorial más amplio, la “Sozialdemokratischen Bibliothek”. En esos momentos el General se encontraba trabajando en los manuscritos de Das Kapital. Engels colaborara con él en el libro sobre el movimiento obrero inglés: Die Chartistenbewegung in England. Mit Anlangen: a) Rede von Jos. Rayner Stephens, gehalten am. 10 Februar 1839 (…), b) Beschlüsse der Chartisten-Konferenz vom April 1851, Sozialdemokratische Bibliothek, 16, Hottingen-Zürich, 1887. La colaboración es analizada por: R. Merkel-Melis, “Engel’s Mitarbeiter an Hermann Schülters Broschüre ‘Die Chartistenbewegung in England ’”, en: MEGA-Studien, 1995/1, Dietz Verlag, Berlin , 1995, p.p. 5-32. Sobre la difusion del Marxismo y la emigración alemana en Suiza, y especialmente el papel de Schülter: F. Schaaf, “Die ‘Sozialdemokratische Bibliothek’ der Schweizerischen Volksbuchhandlung in Hottingen-Zürich u. der German Cooperative Printing and Publishing Co. in London”, en: Marxismus und deutsche Arbeiterbewegung. Studien zur sozialistischen Bewegung im letzten Drittel des 19. Jahrhunderts, hrs.. von H. Bartel, H. Hesselbarth, W. Schöder, Dietz Verlag, Berlin, 1970, pp. 431-484.
[27] El capítulo III de Die deutsche Ideologie.
[28] Se trata del periodista alemán Alexis Voden, “Talks With Engels”, en: AA. VV.; Reminiscences of Marx and Engels, Foreign Languages Publishing House, Moscow, 1957, p, 325-333.
[29] Carta de Engels a FlorenceKelley-Wischnewetzky, del 25 de febrero, 1886, en: MEW, Band 36, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, p. 452. Aunque la afirmación de Engels se refiere a la re-edición de una obra específica, Die Lage der arbeitenden Klasse in England de 1844, esta idea la traslada a los escritos juveniles de Marx.
[30] Carta de Engels a la hija de Marx, Laura Lafargue, 14, octubre, 1893, en: MEW, Band 39, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, p. 146; y carta de Engels al líder del SPD, Wilhelm Liebknecht, 18, diciembre, 1890, MEW, Band 37, (Karl) Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1976, p. 527;
[31] Tal la pregunta que se hace Rubel, concluyendo que “Marxismo” es un término abusivo y que Engels a través de su trabajo de sistematización y divulgación es el primer “marxista”. “En la historia del Marxismo como culto de Marx, Engels ocupa el primer plano”, en: “La leyenda de Marx o Engels como fundador (1972)”, ahora en: Marx sin mito, Octaedro, Barcelona, 2003, p. 31. Véase el trabajo de Terrell Carver: Marx&Engels. The intellectual Relationship ; Indiana University Press, Bloomington, 1983, en especial el capítulo 5, “Second Fiddle?”, p. 118 y ss., a la misma conclusión llega en un otro trabajo: “Engels was the first Marxist, and he had a defining influence on Marxism.”; en: Engels: A Very Short Introduction; Oxford University Press, Oxford, 2003, p. 38 y ss.
[32] Marx, Karl; “Thesen über Feuerbach”, en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 3, Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1969, p. 533 y ss..
[33] Engels, Friedrich: “Ludwig Feuerbach und der Ausgang der klassischen deutschen Philosophie”; en: Marx, Karl/ Engels, Friedrich; Werke, Band 21, Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1975, pp. 263/264;

martes, 11 de octubre de 2011

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Política fiscal y conflicto de clases
La Gran Recesión en EEUU (y en España) y cómo salir de ella



Cuando el Presidente Obama propuso incrementar los impuestos de aquellos ciudadanos cuya renta deriva primordialmente de los beneficios del capital –es decir, de los ricos y súper ricos- los republicanos pusieron el grito en el cielo indicando que el Presidente Obama estaba practicando la lucha de clases, penalizando a los sectores de la población que estaban creando riqueza y empleo, y lo estaban haciendo –según ellos- a fin de contentar a la mayoría de la población (cuyas rentas derivan de su trabajo), envidiosa y resentida de lo que consideraban –según los republicanos- errónea e injustamente como una clase privilegiada. El Partido Republicano no quiere que se aumenten los impuestos de los súper ricos y ricos, pues –según tal partido- éstos son los que invierten y crean riqueza.
Algo semejante ocurre en España. Tradicionalmente, los partidos conservadores y neoliberales (que en Europa se definen como liberales), han sido los protectores de las rentas superiores utilizando el mismo argumento. La narrativa del conocimiento económico neoliberal (próximo a los intereses de tales grupos sociales) afirma que la gravación de los ricos es contraproducente pues ahuyenta al capital necesario para invertir (según la Agencia Tributaria española, el 72% de las rentas más altas -600.000 euros y más- deriva de la propiedad de capital). Esta postura está ampliamente generalizada en la Unión Europea, de manera que en los últimos años, incluso los partidos socialdemócratas gobernantes han reducido significativamente los impuestos de los ricos y súper ricos a fin de conseguir mayor inversión y mayor producción de empleo.
Frente a esta postura, que ha alcanzado el nivel de dogma en el pensamiento económico dominante y en la cultura política y mediática hegemónica a los dos lados del Atlántico, hay que mostrar varios hechos, todos ellos conducentes a la conclusión de que tal dogma es erróneo. Está sostenido por un elemento irracional -la fe neoliberal- y no por la evidencia. Veamos los datos.
¿Cómo se generó la Gran Depresión y la Gran Recesión?
Cuando en los años veinte del siglo pasado se alcanzó en EEUU una enorme concentración de las rentas con un aumento exponencial de las rentas del capital a costa de una dramática reducción de las rentas del trabajo, estalló en aquel país la Gran Depresión, causada precisamente por tal polarización de las rentas. El 70% del crecimiento de PIB, entre 1923y 1929, fue al 1% de la población más rica de EEUU, y sólo el 19% fue al 90% de la población. Era la “época dorada” de los súper ricos (James Crotty, The Great Austerity War. Political Economy Research Institute, 2011). Esta enorme mala distribución de la creación de riqueza significó el descenso muy marcado de las rentas del trabajo (que quiere decir básicamente descenso de los salarios), lo cual significó un enorme descenso de la demanda de bienes y servicios que creó una caída en picado del crecimiento económico y un aumento del desempleo. Por otra parte, la desregulación de la banca (que es la medida que los súper ricos y ricos siempre desean, pues depositan su dinero en sus bancos y la desregulación les permite hacer lo que quieran) había permitido a los ricos y súper ricos invertir en actividades especulativas en lugar de las áreas de la economía productiva (donde se crean los bienes y servicios).
Un fenómeno semejante ha ocurrido a los dos lados del Atlántico desde los años ochenta cuando se comenzaron a aplicar las políticas neoliberales con el Presidente Ronald Reagan en Estados Unidos y la Sra. Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Tales políticas incluyeron bajada de salarios, disminución de la protección social y del gasto público social, y desregulación de la banca (que facilitó las actividades especulativas del capital financiero). Consecuencia de ello, las desigualdades de renta alcanzaron en 2007 los niveles existentes a principios del siglo XX, causando la Gran Recesión, la cual, resultado de la aplicación de “soluciones” neoliberales de mayor austeridad, que están acentuando todavía más la disminución de la demanda doméstica, va en camino de traducirse en la II Gran Depresión. El fracaso de tales medidas es previsible. En ambos casos, entonces –principios del siglo XX- y ahora –principios del siglo XXI- la enorme concentración de las rentas y mimo (expresión utilizada por el Sr. Warren Buffet, uno de los ricos más súper ricos del mundo, en su artículo en el The New York Times titulado “Dejen de mimar a los ricos”, 15.08.11, para definir el trato fiscal discriminatorio de los Estados a favor de las rentas del capital) originó la Gran Recesión y, con ella, una enorme destrucción de puestos de trabajo.
¿Cómo se salió de la Gran Depresión?
En EEUU el Presidente Roosevelt (que todavía hoy es el Presidente más popular que EEUU haya tenido) salió de la Gran Depresión a base de aumentar los impuestos de los ricos y súper ricos, gravándolos hasta el 91% de su renta (sí, ha leído bien, el 91% de su renta). Con estos fondos creó empleo (11 millones de puestos de trabajo) mejorando la muy deteriorada infraestructura física y social del país. El desempleo bajó de un 23% en 1993 a un 9% en 1937. Estableció la Seguridad Social y ayudó a que se expandieran los sindicatos a fin de estimular el crecimiento de los salarios. La polarización de las rentas disminuyó espectacularmente, aumentando las rentas del trabajo. Todo ello impulsó un enorme crecimiento de la demanda y de la actividad económica, con gran crecimiento de puestos de trabajo.
Por otra parte, el gobierno federal frenó la especulación de la banca, separando los bancos comerciales de los bancos de inversión, protegiendo los depósitos en los primeros. Se establecieron también bancas públicas que garantizaron el crédito. Y al Banco Central Estadounidense (Federal Reserve Board) se le asignó el objetivo de, además de contener la inflación, estimular la economía para conseguir el pleno empleo. Estas medidas, junto con los preparativos para la II Guerra Mundial y consiguiente incremento de la inversión pública, eliminó la Gran Depresión. Un indicador de que esta activa intervención del estado federal fue la responsable de la recuperación económica es que, cuando en el año 1937 el Presidente Roosevelt, aconsejado erróneamente por algunos de sus asesores económicos, (que creyeron que la Depresión se había ya resuelto) disminuyó el gasto público, el desempleo inmediatamente creció de nuevo.
La gran expansión del gasto público, entre otras medidas, fue una causa determinante de la salida de la Gran Depresión. Un tanto semejante ocurrió después de la II Guerra Mundial en Europa. Este continente se recuperó mediante una enorme expansión del gasto público, estimulada en la Europa Occidental por el Plan Marshall, hecho que, por lo visto, se ha olvidado en los establishments europeos
La respuesta del capital a los avances del mundo del trabajo
El New Deal, que era el nombre de las políticas llevadas a cabo por el gobierno Roosevelt, marcó las bases para que se creara lo que se ha llamado la “época dorada” del capitalismo, un capitalismo con una intervención pública activa que redistribuía los recursos producidos por el crecimiento económico, manteniendo un elevado nivel de demanda, basado en unas políticas de pleno empleo, con salarios altos y elevado gasto público. El gasto público federal pasó de ser equivalente al 3% del PIB en 1929 al 16% en 1950. Fue en esta época cuando el porcentaje de la población trabajadora que estaba sindicalizada alcanzó mayores niveles.
Los ricos y súper ricos no aceptaron aquella situación, y a través de su creciente influencia en los Estados de los dos lados del Atlántico, intentaron recuperar su gran poder y lo hicieron a costa de la mayoría de la población, que obtiene sus rentas a costa del trabajo. Así, en EEUU, el impuesto de los ricos y súper ricos bajó del 91% al 70% en los años setenta, y al 35% actual (en realidad, esta es la cifra nominal. La real es incluso más baja, 17%). En consecuencia, la procedencia de los ingresos al Estado cambió dramáticamente. Durante la época del New Deal, cuando el Presidente Roosevelt gobernaba EEUU, por cada dólar que el gobierno federal ingresaba procedente del trabajo, había 1,50 dólares procedentes de las rentas del capital. Hoy, por cada dólar que aporta un trabajador, el capital aporta sólo 25 centavos. Y ello se ha conseguido a base de una lucha frontal (Noam Chomsky la llama guerra en su introducción al libro Hay alternativas, de Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón) en contra de la clase trabajadora (a través de políticas públicas encaminadas a reducir los salarios y el gasto público social) que está alcanzando su máxima expresión estos días. Y cuando, resultado de las protestas populares (que son más frecuentes e intensas de lo que publica en los medios) los estados desarrollan tímidas propuestas de recuperar los impuestos a los ricos y súper ricos, éstos y sus portavoces neoliberales inmediatamente echan el grito al cielo (como ocurre en EEUU y en España) protestando que “los gobernantes están estimulando la lucha de clases”. Portavoces tanto del Partido Republicano en EEUU como del Partido Popular en España han utilizado tales expresiones últimamente.
Una última observación. Las prácticas neoliberales que han mimado a los ricos y súper ricos, se han justificado con el argumento de que los ricos y súper ricos son los que crean riqueza y puestos de trabajo al invertir y estimular el crecimiento económico. Tales argumento ignoran hechos elementales como que la creación de puestos de trabajo fue mucho mayor en la época 1950-1975, cuando la carga impositiva de las rentas superiores era 91%, que ahora es sólo el 17%
Y ello es fácil de entender. Si el Estado crea empleo a través de sus fondos, la creación de empleo va a ser mayor que si los ricos y súper ricos acumulan más y más dinero, que dedican más a la especulación que a la inversión productiva. Hoy los ricos y súper ricos (en los dos lados del Atlántico) han acumulado enormes sumas de dinero, y en cambio se está destruyendo empleo. En realidad, lo primero es la causa de lo segundo. Este capital no se ha estado utilizando con fines productivos (creando empleo), sino especulativos (destruyéndolo). Y ahí está el problema. La concentración de las rentas en grupos sociales muy minoritarios, facilita el endeudamiento de la gran mayoría de la población por un lado y la actividad especulativa a los súper ricos por el otro. De ahí que tales políticas sean el sueño de la banca, cuya excesiva influencia sobre los Estados está llevando a los países de los dos lados del Atlántico a la Gran Depresión.