miércoles, 26 de octubre de 2011

La Revolución de octubre y el programa bolchevique

Por: Ricardo Chirinos Bossio

Fecha de publicación: 26/10/11



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“Todo parte de la errónea concepción de querer construir el socialismo con elementos del capitalismo sin cambiarles realmente la significación. Así se llega a un sistema híbrido que arriba a un callejón sin salida o salida difícilmente perceptible que obliga a nuevas concesiones a las palancas económicas, es decir al retroceso”.



Ernesto “Ché” Guevara: “Apuntes críticos a la economía política”



“ La historia de todas las revoluciones ha probado que no era necesario tener previamente desarrolladas las fuerzas productivas en su plenitud para poder transformar las relaciones de producción envejecidas [...] Es necesario antes que nada demoler la antigua superestructura por la revolución para que las antiguas relaciones de producción puedan ser abolidas ”



Mao Tse Tung: “Notas de lectura sobre el Manual de Economía Política de la Unión Soviética ”.



Si resumiéramos el programa socialista como la constitución del proletariado en clase dominante para abolir la propiedad privada de los medios de producción y, por ende, el trabajo asalariado y enajenado -tal como lo concebía Marx-; tendríamos que llegar a la conclusión de que el socialismo correctamente entendido continúa hoy en los libros. Si hiciéramos, por otro lado, un análisis verdaderamente crítico de lo ocurrido en Rusia a partir de 1917, se pondría en evidencia que el programa leninista inaugurado el 25 de octubre de ese año, nada tenía que ver con el socialismo de Marx. Se trataba realmente, cómo lo afirmaba el propio Lenin, de un “monopolio capitalista de Estado puesto al servicio del pueblo”, donde los trabajadores no tenían en sus manos el dominio y la dirección de la producción. Programa de acción, por cierto, sorprendentemente opuesto a la “asociación de productores libres e iguales” planteaba por Marx. Por lo tanto, afirmar que “el 25 de Octubre del año 1917 el socialismo dejó de estar en los libros y se convirtió en algo real”, sólo puede considerarse como una vulgar manera de escamotear el análisis crítico del régimen soviético, hasta el punto, de convertir las falsificaciones teóricas del programa bolchevique en el referente único de la transición universal al socialismo.



Cuando se estudia la economía durante ese período, uno se pregunta como se podía llamar socialismo a un programa de acción en el que permanecían las categorías efectivas del capital (trabajo asalariado y enajenado, extracción plusvalía, ley del valor, etc). Marx había dejado perfectamente claro que no importa si el plusvalor va a parar a manos de los capitalistas privados o a manos del “Estado obrero” como propietarios de los medios de producción. Si no hay abolición del trabajo asalariado (enajenado), no se puede hablar de socialismo. Este desconocimiento por parte de los bolcheviques del proyecto social revolucionario (de destrucción del capital y del trabajo asalariado), junto a la idea de la necesidad de una dictadura revolucionaria, condujo al proletariado ruso a una situación enormemente trágica: imponerse como dirección de una sociedad sin ser capaz de dirigirla en concordancia con sus propios intereses. Es claro, que esto tuvo un peso contrarrevolucionario decisivo en la supresión de la autogestión obrera real en las fábricas de la mano de los administradores impuestos por Lenin (“especialistas” burgueses). De hecho, no fueron las masas trabajadoras sino los dirigentes del Partido quienes llevaron la fracasada producción capitalista en Rusia al glorioso “socialismo”, que en realidad no fue más que un vulgar capitalismo de Estado, según palabras del propio Lenin.



El papel de las masas se redujo simplemente a aceptar –solemnemente- lo que la sabiduría de los dirigentes del Partido decidía. Ellos eran quienes poseían el saber, por lo tanto, eran los que pensaban, organizaban, ordenaban y dirigían. Todo esto, a sabiendas que Marx sostenía la necesidad de la “asociación de productores libres e iguales”, pero ya sabemos, que esta posición teórica entra en contraposición con los ideales socialdemócratas, así como, con el programa bolchevique.



Por otro lado, los objetivos transitorios propuestos por el programa bolchevique “nacionalización”, “reforma agraria”, “comités de fábricas” (muy parecidos a los objetivos propuestos actualmente), son objetivos que perfectamente pueden realizarse -desde el punto de vista técnico- en el marco de la producción capitalista y, por consiguiente, no sirven para clarificar a las masas las medidas necesarias para establecer el socialismo.



¿No ha demostrado la experiencia histórica, la nocividad de las reivindicaciones transitorias –tanto socialdemócratas, como bolcheviques- que pretenden hacerse pasar por realizaciones socialistas cuando en realidad son simples reformas capitalistas?



Ciertamente, los primeros años de la “revolución bolchevique” han sido mal estudiados por muchos camaradas. A tal punto, que el mítico “pasaje al socialismo” impulsado por el programa bolchevique, sigue siendo considerado por muchos, como la vía expedita a una transformación revolucionaría. Sin embargo, si analizamos críticamente este período encontraremos que lejos de impulsar un programa verdaderamente revolucionario, los bolcheviques sólo se limitaron a promover un conjunto de medidas democrático-burguesas (“la paz inmediata y democrática”, “la expropiación de tierras y su entrega a los comités de campesinos”, “los derechos de los soldados y la democratización del ejército”, “el control obrero de la producción”, “la convocación a una Asamblea Constituyente”) que nada tenían que ver con una transformación socialista inmediata.



Salta a la vista, que dicho programa, en el mejor de los casos, nunca puso en cuestión el carácter capitalista de la sociedad rusa. Esto se debía a que Lenin pensaba que la burguesía rusa era incapaz de realizar su propia revolución democrático-burguesa, como la burguesía de Europa occidental, por lo que le correspondía a la clase trabajadora rusa realizar tanto la revolución “burguesa” como la “proletaria”, en una serie de cambios sociales que constituirían una “revolución permanente”. No obstante, los aspectos burgueses de la revolución rusa no tardaron en descubrirse en el seno mismo del partido bolchevique: el programa leninista era parte integrante de la socialdemocracia-reformista internacional, diferenciándose de esta última sólo en sus aspectos tácticos.



¿En qué coinciden ambos programas?



1) En que entre capitalismo y socialismo no hay destrucción revolucionaria del Estado burgués y sus instituciones.



2) No hay liquidación inmediata del trabajo asalariado.



3) Prevalece el valor de cambio hasta su conversión en capital.



4) Ambos piensan que el desarrollo del capitalismo conducirá a alguna forma de capitalismo de Estado, que podría entonces ser transformado en socialismo mediante las instituciones democráticas existentes.



Contrario, a lo planteado por Marx, el programa bolchevique olvida que toda sociedad donde predomine el valor de cambio será siempre una sociedad capitalista. Por tanto, allí donde prevalezca el valor de cambio habrá siempre trabajo asalariado, es decir, explotación del hombre por el hombre. Es por ello que, para Marx: “aunque alguna forma de trabajo asalariado pueda eliminar los inconvenientes de otra, ninguna puede eliminar los inconvenientes del trabajo asalariado mismo” (“Elementos fundamentales para la crítica de la economía política”). Es claro, pues, que la “ortodoxia marxista” del programa bolchevique sólo existía en forma ideológica, como falsa conciencia de una práctica no-socialista.



De hecho, muchos teóricos ven el estalinismo hoy, no como una especie de “contrarrevolución” que privó a la revolución de octubre de sus frutos; sino como el fruto mismo de esta revolución que abrió la puerta para el capitalismo en Rusia. Lenin y Stalin estaban convencidos de que lo que estaban construyendo en Rusia era, si no el socialismo, por lo menos lo segundo mejor que el socialismo, pues estaban completando el proceso que en las naciones occidentales todavía era sólo la tendencia principal del desarrollo. Habían abolido la economía de mercado y habían expropiado a la burguesía; también habían adquirido el control completo sobre el gobierno. Para los obreros rusos, sin embargo, nada había cambiado. Simplemente se encontraban frente a otro grupo de jefes, políticos y adoctrinadores (Mattick). En este sentido, su posición no se diferenciaba a la de los obreros de todos los países capitalistas en tiempos de guerra. El ideal marxista de “transformar los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son medios de esclavización de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”, donde “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” terminó degenerando en un Estado basado en el trabajo forzado (alienado) como no se había conocido hasta entonces.



Algunos, alegarán: “¿Pero, acaso no hubo un gigantesco desarrollo industrial durante este período?” Ciertamente, lo hubo, ¿pero, a costa de qué se produjo ese gigantesco avance? A costa de una administración centralizada cuya preocupación fundamental era la expansión de la producción y, por lo tanto, de la formación de capital. La destrucción de las relaciones de mercado en la antigua URSS trajo como consecuencia que tanto la producción como el consumo fueran determinados por decisiones gubernamentales, la mayoría de las veces, sin el consentimiento de los productores. Los recursos eran distribuidos por decreto y ejecutados dictatorialmente. El trabajo asalariado se convirtió en trabajo forzado y, para bien o para mal de los trabajadores, las condiciones de producción y distribución eran determinadas mediante deliberaciones de los individuos que ocupaban posiciones de poder social (“especialistas” burgueses). De esta manera, “la asociación de los productores libres e iguales” anunciada por Marx se transformó, para desdicha de los trabajadores, en un Estado basado en trabajo forzado (enajenado) como nunca se había visto. Así, lo planteaba el propio Trotsky, cuando afirmaba: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado. El Estado Obrero se considera autorizado para enviar a cada trabajador al lugar donde su trabajo es necesario. Y ningún socialista serio empezará a negar al Estado Obrero el derecho de castigar al trabajador que se niegue a ejecutar su tarea” (“Dictadura versus Democracia”). Igualmente, ilustrativas y “muy brillantes” resultan las siguientes palabras de Lenin: “La fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de millares de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno” (“Cuestiones sobre la organización socialista de la economía”). De esto, se deduce que, “toda interferencia de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible”. (Lenin).



¿Puede un marxista considerar esto socialismo?



Si, como bien se afirma, en la revolución rusa “eran los de abajo, los que en ese momento estaban arriba”, ¿cómo una “revolución proletaria” pudo degenerar en esto? Si eran los obreros rusos los que estaban al frente de la dirección de la sociedad, la gestión de la producción, la regulación de la economía, la orientación de la política (eso, si sería socialismo), ¿cómo surgió tal degeneración? La experiencia soviética parece demostrar que los obreros no son siempre los que escriben la historia, sino los otros.



Lenin y los bolcheviques, al suprimir las tentativas de autogestión y perpetuar el trabajo asalariado en las empresas nacionalizadas estaban, de hecho, implantando un régimen de capitalismo de Estado, solamente diferenciado de sus formas occidentales por el grado extremo y totalitario al que llevaron la propiedad, el control y la planificación estatales, que alcanzaron su máximo apogeo con Stalin (Ferreiro). Por tanto, ¿cómo puede afirmarse que hubo una transformación revolucionaria socialista en Rusia?



Si los bolcheviques creían que no había otra forma más eficaz de desarrollar la producción sino mediante la implementación de mecanismos de producción capitalistas, era porque estaban convencidos de que el capitalismo era el único sistema de producción racional y eficaz. Querían suprimir la propiedad privada de los medios de producción, la anarquía del mercado, pero no la organización de la producción llevada a cabo por el capitalismo. En otras palabras, querían modificar la economía, pero no las relaciones de trabajo, ni el trabajo mismo: “así quedó constituido el gran caballo de Troya del socialismo: el interés material directo como palanca económica” (Ché Guevara).



Ya Marx había explicado claramente, que el punto de partida y el punto de llegada de todo mecanismo de explotación es la gestión o dirección del trabajo de los otros. El programa leninista, entendió desde el primer momento la “necesidad” de imponer una categoría social específica que dirigiera el trabajo de los otros en la producción, la actividad de los otros en la política y en la sociedad, y que dirigiera la dirección separada de la empresa, es decir, un Partido que dominará y controlará todo. El estalinismo no será más que la consecuencia inmediata de la extensión perversa de ésta lógica.



Para 1919, la Oposición obrera de Kollontai, por ejemplo, mostraba que una amplia fracción de la base obrera del partido bolchevique tenía conciencia del proceso de burocratización que se había puesto en marcha, y que se alzaba contra el propio partido. Los militantes de la Oposición Obrera ponían en cuestionamiento el bajo papel que se le había reservado a los obreros en la gestión de la industria, de donde resultaba según ellos una perdida de contacto entre las masas obreras y los burócratas del partido. El nombramiento de “especialistas burgueses” –muchos de ellos antiguos empresarios-, en puestos responsables o de dirección al frente de las empresas, se convirtió en el caballo de batalla de este movimiento. Al punto, que para 1920, las reivindicaciones del movimiento se volvieron más radicales. Lutoninov, por ejemplo, le declara la guerra a la “peste burocrática”, exigiendo la recuperación en el menor lapso de tiempo posible de los derechos plenos y enteros de la democracia obrera. ¿Cuál fue la reacción de Lenin, al respecto? En el X Congreso del PCR de 1921 declara que “la desviación sindicalista debe ser corregida y lo será puesto que se aparta manifiestamente del partido y del comunismo”. La respuesta de Chliapnikov, no se hizo esperar y no agrado mucho al Comité Central: “…en Rusia los comunistas son una cosa, las masas otra diferente”. Antes que terminara el Congreso se aprueban dos resoluciones. La primera sobre “La desviación sindicalista y anarquista” que iba dirigida de hecho a la Oposición Obrera. Y la segunda sobre “La unidad del partido”, destinada a prevenir cualquier tentativa de oposición. El proyecto de la primera resolución, aprobado después, le permitió luego a Lenin desarrollar sus tesis en ¿Qué hacer? sobre la cuestión sindical: “El marxismo enseña que sólo el partido político de la clase obrera, es decir, el partido comunista, está capacitado para agrupar, educar y organizar la vanguardia del proletariado y de todas las masas laboriosas; dicha vanguardia es la única con capacidad para resistir las inevitables colaciones pequeño-burguesas de estas masas y sus prejuicios corporativistas”. Es decir, todo lo contrario a lo expuesto por Marx, cuando afirmaba: “Desde la creación de la internacional, hemos formulado nuestra divisa de combate: la emancipación de la clase obrera será obra de la propia clase obrera. En consecuencia, no podemos hacer causa común con quienes declaran abiertamente que los obreros son demasiados incultos para liberarse a sí mismos, y que deben ser liberados desde arriba, es decir, por grandes y pequeños burgueses filántropos” (Circular dirigida por Marx y Engels a los jefes de la Social Democracia alemana el 17 de septiembre de 1879).



Es claro, que lo que preocupaba al partido bolchevique no era cómo pasar la gestión de la producción a los obreros, sino cómo formar lo más rápido posible una capa de directores y administradores de la industria y la economía. Si se hace una revisión exhaustiva de los textos oficiales de la época, se podrá constatar que desde el principio los dirigentes bolcheviques dirigieron su programa de acción a la conformación de una capa de directores que se encargarían de dirigir la producción (y que gozarían de importantes privilegios). Un programa de acción que los dirigentes bolcheviques consideraban una “política socialista”, dado que, esta capa de directores y administradores de la producción (burócratas) estaría bajo el control de la clase obrera, claro está, personificada por el partido comunista.



En este sentido, ¿No es claro que ya estaba presente en el programa leninista la conformación de una élite (burocracia)?



Es decir, si se tiene por un lado, el poder de los directores en las fábricas, bajo el “control” único del partido. Y, por el otro, el poder indiscutido del partido sobre la sociedad, sin control alguno.



¿Cómo evitar la fusión de ambos poderes?



El momento en que se planteó por primera vez una oposición a esta amenaza (orientación inherente al programa bolchevique) fue la discusión sobre la “Cuestión Sindical” (1920-1921) que precedió al décimo Congreso del partido.



Sin embargo, ¿No reafirmó la dirección del partido con Lenin a la cabeza su postura de que la gestión de la producción debía confiarse a los administradores individuales (“especialistas” burgueses)?



Esta fue la estrategia que impulsó el partido bolchevique desde 1917 hasta 1953. Es claro, que no hubo ninguna diferencia fundamental con la época estalinista. Los bolcheviques, antes y después de Lenin, tenían como objetivo primordial el desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia: “Cuando la clase obrera haya aprendido a defender el orden del Estado contra el espíritu anárquico de la pequeña propiedad, cuando haya aprendido a organizar la gran producción a la escala del Estado sobre la base del capitalismo de Estado, ella habrá entonces (…) concentrado todos los requisitos en sus manos y la consolidación del socialismo será asegurada” (Lenin).



Por otro lado, el alto grado de desarrollo que alcanzaron las fuerzas productivas, gracias a los “planes quinquenales” y el capitalismo de Estado instaurado por los bolcheviques, no permitieron por ello el tránsito de la URSS a una sociedad socialista, sino todo lo contrario (en este sentido, cualquier parecido con la realidad China hoy, es mera coincidencia). De hecho, esta forma de “economicismo”, en el que se presenta al desarrollo de las fuerzas productivas como el verdadero motor de la historia y no la lucha de clases; será uno de los aspectos centrales del llamado “revisionismo estalinista”. Se identifica al socialismo con la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas y no con la abolición del trabajo asalariado y la libre asociación de los trabajadores. Por lo tanto, “terror de Estado”, “culto a la personalidad”, “policía todopoderosa”, “dogmatismo ideológico”, etc; son fenómenos que no se pueden considerar como parte del universo interno socialista. Por el contrario, deben ser entendidos como el resultado de un conjunto de relaciones sociales y de relaciones de producción que se originan como consecuencia de:



a) Una ausencia de autogestión de los trabajadores: “toda interferencia de los sindicatos en la administración de las fábricas debe ser considerada positivamente perjudicial e imposible” (Lenin).



b) Ausencia de autoadministración de los ciudadanos y de control de éstos sobre la administración política y económica: “la fundación del socialismo exige una absoluta y estricta unidad de designio, que dirija el trabajo conjunto de cientos, miles y decenas de miles de personas. La necesidad técnica económica e histórica de esto es obvia, y todos aquellos que han pensado en el socialismo lo han considerado una de sus condiciones. ¿Pero cómo puede asegurarse la estricta unidad de designio? Subordinando la voluntad de miles a la voluntad de uno” (Lenin).



c) Planificación centralizada burocráticamente: “puede que no tengamos ningún camino hacia el socialismo excepto el de la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos económicos del país, y el de la distribución centralizada de la fuerza de trabajo en armonía con el plan general del Estado” (Trotsky).



d) Apropiación y distribución del sobreproducto social por el Estado, al margen de todo control de los productores: “es necesario formular las cosas de manera absolutamente clara y categórica a los efectos de que los trabajadores de cada empresa no tengan la impresión de que la empresa les pertenece” (Lozovski).



e) Régimen del director único y todopoderoso en el seno de la empresa: “el partido proletario debería designarlos para dirigir el proceso del trabajo y la organización de la producción, pues no existe otra gente que tenga experiencia práctica en esta materia, los obreros (…) marchan hacia el socialismo precisamente a través de la dirección capitalista de los trusts, a través de la gran producción maquinizada, a través de empresas de varios millones de rublos de circulación por año, sólo a través de tal sistema de producción y de tales empresas” (Lenin).



e) Mantenimiento en ésta de la estructura jerárquica.



f) Sistema de remuneración que proporciona grandes privilegios a los altos funcionarios y que somete a buena parte del proletariado a la angustia del trabajo a destajo: “Bajo el régimen capitalista, el trabajo a destajo y por unidades, la puesta en vigor del sistema Taylor, etc., tenían por finalidad amentar la explotación de los obreros, y arrebatarles la plusvalía. Después de la socialización de los medios de producción, el trabajo a destajo, por unidades, etc., tiene como finalidad el incremento de la producción socialista y por consiguiente el aumento del bienestar común. Los trabajadores que aportan más que los otros al bienestar común adquieren derecho a recibir una parte del producto social superior a la de los haraganes, los indolentes y los desorganizadores”, etc.



Por cierto, quien plantea esto, no es Stalin en 1939, sino Trotsky en 1919.



Partiendo de este único punto de vista, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas: ¿No debió la extinta URSS haber pasado a una sociedad socialista? La propia experiencia soviética pareciera demostrar que para pasar al socialismo no es suficiente reconvertir ciertos aspectos del Estado burgués, sino que es necesario destruirlo revolucionariamente. El propio Lenin parecía preverlo, cuando afirmaba, por ejemplo: “Pues bien, ha pasado un año, el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha actuado en la nueva política económica a nuestra voluntad? NO Y NO LO QUEREMOS RECONOCER ASÍ. ¿Y cómo ha actuado? Se escapa el automóvil de entre las manos, al parecer hay sentada en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guían, sino donde lo conduce alguien, algo clandestino o algo que está fuera de la ley, o que dios sabe dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, tal vez unos capitalistas privados o tal vez unos y otros, pero el automóvil no marcha como se lo imaginaba el que va sentado en el volante, y muy a menudo marcha de manera completamente distinta”. (Informe político del Comité Central al IX Congreso del PC (B) en Rusia, Marzo de 1921).



¡Un claro presagio de lo que sería la época de Stalin!



Rijchiro7@yahoo.com





1 comentario:

Quibian Gaytan dijo...

¿Era Trotsky un anticomunista? Como marxista-leninista creo que formalmente no, aunque sí un antisocialista soviético, antiPCR(b) y contrario a la Dictadura del Proletariado. El artículo este es un bodrio anticomunista y que se pasa del socialdemocratismo al socialfascismo. Adultera las citas y retuerce su sentido verdadero. Denigrar a Lenin, ya no simplemente al camarada Stalin, y su obra cumbre: sentar las bases teóricas y prácticas de la dictadura del proletariado y del socialismo en la antigua Rusia zarista. Sus falsedades se refutan por sí mismas.