viernes, 30 de octubre de 2009

El diario Público edita a Manuel Sacristán

Un clásico del marxismo hispánico en la colección Pensamiento crítico

Salvador López Arnal
Rebelión

Manuel Sacristán Luzón falleció en agosto de 1985. Unos dos años más tarde, su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella editaba Pacifismo, ecologismo y política alternativa (PEYPA) en Icaria, la misma editorial que había publicado entre 1983 y 1985 los cuatro primeros volúmenes de “Panfletos y Materiales”, nombre elegido por el propio Sacristán: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas.
El editor abría el volumen con una nota fechada en diciembre de 1986 en la que apuntaba:

Este volumen reúne escritos de Manuel Sacristán Luzón realizados entre 1979 y su muerte de 1985. Se refieren a la temática que más le preocupó en los últimos años de su vida: la constituida por los problemas de la crisis de civilización, las amenazas sociales y políticas para a supervivencia de la especie y la crisis del movimiento emancipatorio contemporáneo. Su conjunto puede ser representativo del intento de Manuel Sacristán de ensanchar la base de conocimiento y la perspectiva de una voluntad ética-política emancipatoria renovada.

En efecto. Aparte de temáticas lógicas y epistemológicas, en las que Sacristán también fue un autor decisivo; aparte de asuntos de traducción, faceta decisiva en el conjunto de su obra (unas 29.000 páginas fueron traducidas por él a lo largo de los años); aparte de sus interesantes y reconocidos trabajos de crítica literaria y teatral; aparte de sus decisivos artículos en asuntos filosóficos más o menos tradicionales, PEYPA recoge casi todas las temáticas centrales de Sacristán y, muy especialmente, trabajos centrados en lo que fue una de sus máximas aspiraciones en sus últimos años, la renovación y ampliación del ideario emancipador, el arrojar nueva luz a las finalidades esenciales de la tradición marxista revolucionaria.

Aún a riesgo de dejarme cosas esenciales en el tintero apunto algunas notas sobre su contenido.

Está en PEYPA, desde luego, su admiración y lectura de Gramsci. Es el último artículo del volumen, mejor cierre imposible. Se trata de la presentación que escribió en mayo de 1985 para la traducción castellana de Miguel Candel, otro de sus grandes discípulos, del undécimo cuaderno de la cárcel. Este paso es una muestra:

El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20 años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir al hombre, como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò "Hemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años". Por eso los Cuadernos de la cárcel no valen sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como símbolos de la resistencia de un "cerebro" excepcional a la opresión, el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta.

Está también Lukács. Él, que nunca fue un lukácsiano a pesar de lo dicho y escrito, tenía por el autor húngaro el respeto y reconocimientos debidos. Se carteó con él y tradujo muchas de sus obras -entre ellas, Estética I, Historia y consciencia de clase y El joven Hegel-, además de escribir uno de sus mejores trabajos, una impeccable reseña de El asalto a la razón: “Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács”. PEYPA recoge un breve artículo de abril de 1985: ¿Para qué sirvió el realismo de Lukács?” que finaliza con las siguientes palabras:

El realismo permitió a Lukács construir y construir, durante muchos años, donde otros, menos dispuestos a someterse al principio de realidad, tal vez habrían abandonado. Lo inquietante, como suele pasar con los cachazudos cultivadores de la weberiana “ética de la responsabilidad”, es que uno tiene a veces la sensación de que tantas construcciones pesen ya demasiado sobre la Tierra y sobre los que la habitamos.

Están en PEYPA dos de las más completas entrevistas que se le hicieron nunca, ambas en 1983, durante su estancia en la UNAM mexicana. La primera fue publicada en Naturaleza, una revista de divulgación científica. La claridad de su posición en asuntos de política de la ciencia y de la tecnología queda reflejada en este paso de la conversación:

No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente.

La segunda, la entrevista que Gabriel Vargas y compañeros suyos le hicieron para Dialéctica, es un forma inmejorable de acercarse a su biografía, a sus posiciones político-filosóficas nucleares y a su consideración del marxismo. Un botón como muestra:

Mi propia opinión sobre la dialéctica que creo inspirada en el trabajo científico de Marx, se puede expresar en una tesis negativa y otra positiva. (...) Mi tesis positiva es que “dialéctica” significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge. “Dialéctica” es un cierto trabajo intelectual, que, por un parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, le rebasa con mucho... Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán.

El estilo dialéctico consiste principalmente en proponerse un objetivo de conocimiento que estaba formalmente excluido por la filosofía de la ciencia desde Aristóteles, según el principio, explícito en unas épocas y tácito en otras, de que ”no hay ciencia de las cosas particulares”, de lo concreto. Tanto Hegel a su manera como Marx a la suya tienen, por el contrario, un programa de investigación que busca el conocimiento de algo particular o concreto: en el caso de Hegel, el discutible concreto que es el Todo; en el caso de Marx, la sociedad capitalista existente (...) pero, a pesar de ello (a pesar de los elementos de abstracción presentes en El Capital), lo construido en El Capital... tiene una concreción desconocida en el ideal tradicional de ciencia, tan eficaz en las ciencias de la naturaleza.

Está igualmente uno de sus grandes trabajos, junto con “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, de filología marxista sustantiva, no meramente de lucimiento académico : “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”. La siguiente es una de sus tesis centrales; el texto es algo extenso pero merece la pena:

Marx ha intentado explicar lo que a veces llama, con término muy ecológico, depredación del trabajador en el medio capitalista. No en ningún texto recóndito, sino en la obra de Marx que es más leída (al menos eso dicen). En el libro I de El Capital, hay una larga descripción de cómo la producción capitalista, al ser principalmente producción de plusvalía, busca constantemente en su época heroica, cuando trabaja sobre la base de la obtención del máximo de lo que Marx llama plusvalía absoluta, la prolongación de la jornada de trabajo, con lo cual, escribe Marx, se atrofia la fuerza de trabajo humana y se produce su agotamiento y su muerte. Esta sería la raíz última de lo que a menudo llama depredación de la fuerza de trabajo, estableciendo un interesante paralelismo con la depredación de la tierra en la agricultura capitalista. Este punto está a menudo expresado en El Capital con un lenguaje vigoroso del que puede ser muestra este paso del capítulo octavo del libro primero, el capítulo acerca de la jornada de trabajo:

En su impulso desmedidamente ciego, en su hambre de plus-trabajo, hambre feroz, hambre propia de fiera corrupta, el capital derriba no sólo los límites extremos morales de la jornada de trabajo [MSL: por "límites morales" entiende Marx los límites consuetudinarios, los que son costumbre recibida], sino también los meramente físicos. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y la conservación sana del cuerpo, se apodera del tiempo requerido para consumir aire libre y luz del sol, araña roñosamente el tiempo de comer [MSL: escribe en premonición de Tiempos Modernos de Chaplin] y, si puede, lo incorpora al proceso de producción mismo, de modo que las comidas se administren al trabajador como mero medio de producción, como el carbón a la caldera de vapor y sebo o aceite a la maquinaria.

Ese tono grave y hasta un poco patético es frecuente en el libro primero de El Capital cuando Marx estudia las causas de la depredación de la fuerza de trabajo o cuando la describe, y varias veces con ese paralelismo aludido entre trabajador y tierra; por ejemplo, también en el libro primero:

La misma codicia ciega que en un caso agota las tierras había afectado en el otro [MSL: Marx se refiere a los treinta primeros años del siglo pasado] las raíces de la fuerza vital de la nación, las epidemias periódicas hablaban en Inglaterra tan claramente como la disminución de la estatura de los soldados en Alemania y en Francia.

Esa cuestión, a la que Marx ha dado mucha importancia, pero que, sin embargo, se recuerda poco al considerar su obra, indica una conciencia bastante acertada de la importancia social de lo que se podría llamar indicadores biológicos; Marx ha estudiado con interés las estadísticas militares de Centroeuropa (principalmente de Alemania) y de Inglaterra. Con ellas consigue una significativa curva de la disminución de la estatura media de los mozos llamados al servicio militar, en correlación con la instauración del capitalismo en esas regiones. Ciertamente, todas las frases de Marx a este respecto rezuman connotación moral, porque sus análisis no son casi nunca puramente descriptivos, sino que suelen ir cargados de pasión ética y política. En el libro primero de El Capital y en el mismo capítulo octavo está la célebre metáfora según la cual el trato que recibe la fuerza de trabajo en el capitalismo, la depredación capitalista de la fuerza de trabajo, se puede comparar con el que se daba a las reses en el Río de la Plata, pues en aquella zona abundante en ganado se sacrificaba frecuentemente a las reses sólo por la piel, despreciando la carne sobreabundante. Rebuscando en los Libros Azules del gobierno inglés y en otras fuentes estadísticas o descriptivas, Marx encuentra documentación de la degradación y depredación de la fuerza de trabajo: por ejemplo, la costumbre inglesa, todavía en los años cincuenta del siglo pasado, de llamar a los obreros "tiempo-enteros" o "medio-tiempos", según la edad que tuvieran y, consiguientemente, según el horario en que pudieran trabajar de acuerdo con la limitación de la jornada de trabajo de los niños.

Puede verse en PEYPA igualmente uno de sus artículos-grandes, fechado en 1983, el año del primer centenario del fallecimiento de Marx, esos trabajos que crecen y crecen con el tiempo: “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”. Las siguientes son las palabras con las que cerraba su artículo:

El asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa.

Hay también un conjunto de artículos que tienen que ver con su preocupación antimilitarista, uno de los movimientos sociales que más cuidó y en el más se implicó activamente: “Trompetas y tambores”, “La salvación del alma y la lógica”, “El peligro de una guerra con armas nucleares”, “Contra la tercera guerra mundial”, “A propósito del peligro de guerra”, “El fundamentalismo y los movimientos por la paz”,… y el lúcido e inolvidable “La OTAN hacia dentro” son ejemplos de ello. Un paso de este último:

[…] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos. Hacia dentro es la OTAN para España tan terrible como hacia fuera y más corruptora.

PEYPA incluye también un conjunto de trabajos que tiene el ecologismo como punto esencial. Desde su comunicación de 1979 a las jornadas de ecología y política celebradas en Murcia hasta “La polémica sobre el crecimiento tiene dos caras”, pasando por “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologistas?”, “La situación política y ecológica en España y la manera de acercarse críticamente a esta situación desde una posición de izquierdas” o la “Carta de la redacción” del número 1 de mientras tanto, donde puede leerse aquel paso que se convirtió en consigna vivida, sentida y razonada de tantos y tantos jóvenes de la época:

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y orientarnos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro. Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración, puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del nº 1 de Materiales habíamos escrito que sentíamos "cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente". Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond -ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos-, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello); el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy una humanidad de complicada composición y articulación. [El énfasis es mío]

En PEYPA puede verse, además, uno de los mejores artículos de intervención sobre el comunismo catalán reciente: “A propósito del V Congreso del PSUC”, una interesante aproximación a temas de enseñanza (“El informe del Club de Roma sobre el aprendizaje”) y no faltan artículos sobre el desconcierto de la izquierda (“En todas partes crecen desencantos”) y sobre los nuevos procedimientos y luchas sindicales (“Hambres, huelgas, huelgas de hambre”), además de perlas como “Intoxicación de masas, masas intoxicadas” y deslumbrantes notas críticas sobre la actuación de los partidos de izquierda durante la transición-transacción. Esta, por ejemplo:

Fuera del plano formal, no es cosa de negar que la ley [La "ley sobre los supuestos previstos en el art. 55,2 de la Constitución" ("Ley de seguridad ciudadana")] apunta unas cuantas veces buenas intenciones del legislador; por ejemplo, cuando pena "detenciones ilegales con simulación de funciones públicas" (art. 2, b), o cuando sale al paso de la "utilización injustificada o abusiva de las facultades gubernativas" (art. 3, 2). Pero la realidad que se vislumbra ya en la misma ley, sin necesidad siquiera de echar un vistazo a las actividades represivas en curso por todo el país, habla un lenguaje diferente. Por de pronto -y como desde siempre, por el hecho de que una policía auténticamente judicial parece ser más utópica que cualquier ideal de más enjundia-, toda la iniciativa es de la policía que antes llamábamos político-social. El juez solamente "denegará o autorizará la realización o la persistencia de las iniciativas policíacas (art. 3,1). La suspensión del derecho a impedir el registro del domicilio de uno si no hay mandamiento judicial obsesiona al legislador, que la establece en dos artículos, el 2, b y el 4,1. La obsesión está fuera de lugar, si se tiene en cuenta que el poder dispone de los mismos jueces bajo cuya jurisdicción ya estos mismos policías registraron varias veces nuestras casas en tiempos de Franco.

Con razón se ha señalado el final del párrafo 1º del art. 1 de la ley como muy preocupante. Ese párrafo incluye entre "las personas cuyos derechos fundamentales pueden ser suspendidos" a "quienes, una vez proyectadas, intentadas o cometidas" las acciones punibles que especifica la ley, "hicieren su apología pública". Con sólo interpretar un poco anchamente lo de ‘apología’ quedarían legitimadas las 400 causas seguidas contra 60 periodistas entre enero y mayo de este año; y, en el plano ejecutivo, serían muy naturales los incidentes sufridos por la cineasta Pilar Miró y los pintores José Ortega y Agustín Ibarrola, casos todos ellos -dicho sea de paso- que muestran la inutilidad material de esta ley, sin la cual se había logrado ya todo eso. Lucio González de la Fuente, el director de Combate (órgano de la Liga Comunista Revolucionaria), está procesado, bajo la acusación de desacato, por haber publicado un comunicado del Comité Central de su partido titulado "El estado policíaco continúa". Eppur si muove.

Paso al que Sacristán añadía la siguiente conclusion en la que hablaba “la completa hegemonía de la reacción en esta democracia”:

Tal vez haya que tomarse menos en serio la nueva ley que el modo como se ha aprobado en el Congreso. El 28 de octubre los diputados Félix Pons (PSOE) y Jordi Solé (PSUC) declaraban que las posiciones de sus partidos acerca del proyecto de ley eran muy distantes de las de UCD, sostenidas por Oscar Alzaga. De eso infería el periódico El País al día siguiente que "UCD sólo cuenta con el apoyo seguro de Coalición Democrática, mientras que es posible que los socialistas se abstengan". Siendo de 176 la mayoría necesaria para la aprobación de la ley, la votación, según eso, no iba a resultar brillante. Pero mientras los lectores de la prensa diaria sopesaban esas consideraciones, el Congreso aprobaba la ley por 298 votos a favor, 2 en contra (Bandrés y Sagaseta) y 8 abstenciones (PNV). No ha trascendido mucha información acerca de lo que convirtió en unidad, de la noche a la mañana, la "gran distancia" que separaba a la izquierda parlamentaria del sedicente centro. Tal vez fuera ello la derrota en el pleno del intento de incluir entre los supuestos de terrorismo del art.1 la huelga espontánea en servicios públicos. Si así fue, el hecho documentaría bien la completa hegemonía de la reacción en esta democracia. Tienen que estar muy poseídos de su fuerza y su influencia unos fascistas o centristas que intentan definir la huelga espontánea como terrorismo.

La misma impresión de seguro regodeo en la victoria dan los periódicos conservadores de esas fechas. El Ya del 31 de octubre, por ejemplo, al no poder mostrarse descontento de la ley, lo que habría sido desaforado, se limitaba a regañar a los diputados por no celebrar su obra a toque de trompetas. Y se preguntaba socarronamente: "Nos preguntamos si no hay, en el fondo, como un deseo de que "no se sepa" que se ha aprobado una limitación de los sacrosantos derechos individuales..." ¡Habría que leer el Ya el día en que un parlamento limitara el derecho a poseer medios de producción o a montar fábricas privadas de cerebros, como lo suelen ser las grandes escuelas de la Iglesia!

La brutalidad de los miembros de la comisión parlamentaria que querían declarar terrorista la huelga espontánea, la sarcástica jactancia de Ya y otras muchas manifestaciones del sentimiento de victoria de la reacción podrían tener, al menos, una buena consecuencia: mostrar a los militantes de la izquierda parlamentaria actual que el aceptar el papel de cornudo en la lucha política no evita el ser apaleado, sino al contrario.

Sin olvidar su permanente vindicación de la veracidad y la claridad políticas, y de la necesidad de cultivar la arista anticapitalista de las tradiciones:

Pero ¿qué diferencia a esos prohombres enriquecidos y ejemplares del aceitero homicida que no supiera que su mezcla era tóxica? No el móvil -el beneficio, la vocación capitalista, por todos legitimada, de “sacar un honrado penique” del ejercicio de su listeza- ni la moralidad: no su sistema de valores, no su cultura. Sencillamente, el empresario honrado ha tenido suerte y el empresario homicida ha tenido desgracia en el desempeño de una misma función: el complicado fondo causal último de la intoxicación española de 1981 es la necesidad capitalista de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo.

No hay por qué decir eso más suavemente, ni siquiera por consideraciones prácticas: no vale la pena intentar persuadir a los empresarios privados de que es su sistema el que lleva en sí la necesidad indeterminada de esas catástrofes...

En síntesis, PEYPA es una forma inmejorable de acercarse a la obra (o de releerla si es el caso) del que seguramente fue el mayor filósofo de su generación y, sin lugar a dudas, uno de los marxistas hispánicos con mayor número registros, y más actual por otra parte.

En la colección donde se editará PEYPA este próximo sábado se han editado hasta ahora textos de Gramsci, Bakunin, Susan George y Simone de Beauvoir. La compañía hubiera sido del gusto del autor de El orden y el tiempo.

Que no han reservado aún. ¿Y a qué esperan?



Fuente: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/




Salvador López Arnal
Rebelión




Manuel Sacristán Luzón falleció en agosto de 1985. Unos dos años más tarde, su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella editaba Pacifismo, ecologismo y política alternativa (PEYPA) en Icaria, la misma editorial que había publicado entre 1983 y 1985 los cuatro primeros volúmenes de “Panfletos y Materiales”, nombre elegido por el propio Sacristán: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas.
El editor abría el volumen con una nota fechada en diciembre de 1986 en la que apuntaba:

Este volumen reúne escritos de Manuel Sacristán Luzón realizados entre 1979 y su muerte de 1985. Se refieren a la temática que más le preocupó en los últimos años de su vida: la constituida por los problemas de la crisis de civilización, las amenazas sociales y políticas para a supervivencia de la especie y la crisis del movimiento emancipatorio contemporáneo. Su conjunto puede ser representativo del intento de Manuel Sacristán de ensanchar la base de conocimiento y la perspectiva de una voluntad ética-política emancipatoria renovada.

En efecto. Aparte de temáticas lógicas y epistemológicas, en las que Sacristán también fue un autor decisivo; aparte de asuntos de traducción, faceta decisiva en el conjunto de su obra (unas 29.000 páginas fueron traducidas por él a lo largo de los años); aparte de sus interesantes y reconocidos trabajos de crítica literaria y teatral; aparte de sus decisivos artículos en asuntos filosóficos más o menos tradicionales, PEYPA recoge casi todas las temáticas centrales de Sacristán y, muy especialmente, trabajos centrados en lo que fue una de sus máximas aspiraciones en sus últimos años, la renovación y ampliación del ideario emancipador, el arrojar nueva luz a las finalidades esenciales de la tradición marxista revolucionaria.

Aún a riesgo de dejarme cosas esenciales en el tintero apunto algunas notas sobre su contenido.

Está en PEYPA, desde luego, su admiración y lectura de Gramsci. Es el último artículo del volumen, mejor cierre imposible. Se trata de la presentación que escribió en mayo de 1985 para la traducción castellana de Miguel Candel, otro de sus grandes discípulos, del undécimo cuaderno de la cárcel. Este paso es una muestra:

El proceso de Gramsci, que terminó con una condena a 20 años, 4 meses y 5 días de presidio, estaba destinado a destruir al hombre, como redondamente lo dijo el fiscal, Michele Isgrò "Hemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años". Por eso los Cuadernos de la cárcel no valen sólo por su contenido (con ser éste muy valioso), ni tampoco sólo por su contenido y por su hermosa lengua, serena y precisa: valen también como símbolos de la resistencia de un "cerebro" excepcional a la opresión, el aislamiento y la muerte que procuraban día tras día sus torturadores. El mismo médico de la cárcel de Turi llegó a decir a Gramsci, con franqueza fácilmente valerosa, que su misión como médico fascista no era mantenerle en vida. El que en condiciones que causaron pronto un estado patológico agudo Gramsci escribiera una obra no sólo llamada a influir en generaciones de socialistas, sino también, y ante todo, rica en bondades intrínsecas, es una hazaña inverosímil, y los Cuadernos son un monumento a esa gesta.

Está también Lukács. Él, que nunca fue un lukácsiano a pesar de lo dicho y escrito, tenía por el autor húngaro el respeto y reconocimientos debidos. Se carteó con él y tradujo muchas de sus obras -entre ellas, Estética I, Historia y consciencia de clase y El joven Hegel-, además de escribir uno de sus mejores trabajos, una impeccable reseña de El asalto a la razón: “Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács”. PEYPA recoge un breve artículo de abril de 1985: ¿Para qué sirvió el realismo de Lukács?” que finaliza con las siguientes palabras:

El realismo permitió a Lukács construir y construir, durante muchos años, donde otros, menos dispuestos a someterse al principio de realidad, tal vez habrían abandonado. Lo inquietante, como suele pasar con los cachazudos cultivadores de la weberiana “ética de la responsabilidad”, es que uno tiene a veces la sensación de que tantas construcciones pesen ya demasiado sobre la Tierra y sobre los que la habitamos.

Están en PEYPA dos de las más completas entrevistas que se le hicieron nunca, ambas en 1983, durante su estancia en la UNAM mexicana. La primera fue publicada en Naturaleza, una revista de divulgación científica. La claridad de su posición en asuntos de política de la ciencia y de la tecnología queda reflejada en este paso de la conversación:

No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente.

La segunda, la entrevista que Gabriel Vargas y compañeros suyos le hicieron para Dialéctica, es un forma inmejorable de acercarse a su biografía, a sus posiciones político-filosóficas nucleares y a su consideración del marxismo. Un botón como muestra:

Mi propia opinión sobre la dialéctica que creo inspirada en el trabajo científico de Marx, se puede expresar en una tesis negativa y otra positiva. (...) Mi tesis positiva es que “dialéctica” significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge. “Dialéctica” es un cierto trabajo intelectual, que, por un parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, le rebasa con mucho... Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán.

El estilo dialéctico consiste principalmente en proponerse un objetivo de conocimiento que estaba formalmente excluido por la filosofía de la ciencia desde Aristóteles, según el principio, explícito en unas épocas y tácito en otras, de que ”no hay ciencia de las cosas particulares”, de lo concreto. Tanto Hegel a su manera como Marx a la suya tienen, por el contrario, un programa de investigación que busca el conocimiento de algo particular o concreto: en el caso de Hegel, el discutible concreto que es el Todo; en el caso de Marx, la sociedad capitalista existente (...) pero, a pesar de ello (a pesar de los elementos de abstracción presentes en El Capital), lo construido en El Capital... tiene una concreción desconocida en el ideal tradicional de ciencia, tan eficaz en las ciencias de la naturaleza.

Está igualmente uno de sus grandes trabajos, junto con “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” y “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, de filología marxista sustantiva, no meramente de lucimiento académico : “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”. La siguiente es una de sus tesis centrales; el texto es algo extenso pero merece la pena:

Marx ha intentado explicar lo que a veces llama, con término muy ecológico, depredación del trabajador en el medio capitalista. No en ningún texto recóndito, sino en la obra de Marx que es más leída (al menos eso dicen). En el libro I de El Capital, hay una larga descripción de cómo la producción capitalista, al ser principalmente producción de plusvalía, busca constantemente en su época heroica, cuando trabaja sobre la base de la obtención del máximo de lo que Marx llama plusvalía absoluta, la prolongación de la jornada de trabajo, con lo cual, escribe Marx, se atrofia la fuerza de trabajo humana y se produce su agotamiento y su muerte. Esta sería la raíz última de lo que a menudo llama depredación de la fuerza de trabajo, estableciendo un interesante paralelismo con la depredación de la tierra en la agricultura capitalista. Este punto está a menudo expresado en El Capital con un lenguaje vigoroso del que puede ser muestra este paso del capítulo octavo del libro primero, el capítulo acerca de la jornada de trabajo:

En su impulso desmedidamente ciego, en su hambre de plus-trabajo, hambre feroz, hambre propia de fiera corrupta, el capital derriba no sólo los límites extremos morales de la jornada de trabajo [MSL: por "límites morales" entiende Marx los límites consuetudinarios, los que son costumbre recibida], sino también los meramente físicos. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y la conservación sana del cuerpo, se apodera del tiempo requerido para consumir aire libre y luz del sol, araña roñosamente el tiempo de comer [MSL: escribe en premonición de Tiempos Modernos de Chaplin] y, si puede, lo incorpora al proceso de producción mismo, de modo que las comidas se administren al trabajador como mero medio de producción, como el carbón a la caldera de vapor y sebo o aceite a la maquinaria.

Ese tono grave y hasta un poco patético es frecuente en el libro primero de El Capital cuando Marx estudia las causas de la depredación de la fuerza de trabajo o cuando la describe, y varias veces con ese paralelismo aludido entre trabajador y tierra; por ejemplo, también en el libro primero:

La misma codicia ciega que en un caso agota las tierras había afectado en el otro [MSL: Marx se refiere a los treinta primeros años del siglo pasado] las raíces de la fuerza vital de la nación, las epidemias periódicas hablaban en Inglaterra tan claramente como la disminución de la estatura de los soldados en Alemania y en Francia.

Esa cuestión, a la que Marx ha dado mucha importancia, pero que, sin embargo, se recuerda poco al considerar su obra, indica una conciencia bastante acertada de la importancia social de lo que se podría llamar indicadores biológicos; Marx ha estudiado con interés las estadísticas militares de Centroeuropa (principalmente de Alemania) y de Inglaterra. Con ellas consigue una significativa curva de la disminución de la estatura media de los mozos llamados al servicio militar, en correlación con la instauración del capitalismo en esas regiones. Ciertamente, todas las frases de Marx a este respecto rezuman connotación moral, porque sus análisis no son casi nunca puramente descriptivos, sino que suelen ir cargados de pasión ética y política. En el libro primero de El Capital y en el mismo capítulo octavo está la célebre metáfora según la cual el trato que recibe la fuerza de trabajo en el capitalismo, la depredación capitalista de la fuerza de trabajo, se puede comparar con el que se daba a las reses en el Río de la Plata, pues en aquella zona abundante en ganado se sacrificaba frecuentemente a las reses sólo por la piel, despreciando la carne sobreabundante. Rebuscando en los Libros Azules del gobierno inglés y en otras fuentes estadísticas o descriptivas, Marx encuentra documentación de la degradación y depredación de la fuerza de trabajo: por ejemplo, la costumbre inglesa, todavía en los años cincuenta del siglo pasado, de llamar a los obreros "tiempo-enteros" o "medio-tiempos", según la edad que tuvieran y, consiguientemente, según el horario en que pudieran trabajar de acuerdo con la limitación de la jornada de trabajo de los niños.

Puede verse en PEYPA igualmente uno de sus artículos-grandes, fechado en 1983, el año del primer centenario del fallecimiento de Marx, esos trabajos que crecen y crecen con el tiempo: “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”. Las siguientes son las palabras con las que cerraba su artículo:

El asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa.

Hay también un conjunto de artículos que tienen que ver con su preocupación antimilitarista, uno de los movimientos sociales que más cuidó y en el más se implicó activamente: “Trompetas y tambores”, “La salvación del alma y la lógica”, “El peligro de una guerra con armas nucleares”, “Contra la tercera guerra mundial”, “A propósito del peligro de guerra”, “El fundamentalismo y los movimientos por la paz”,… y el lúcido e inolvidable “La OTAN hacia dentro” son ejemplos de ello. Un paso de este último:

[…] un dato que el gobierno [PSOE] y sus aliados en este punto, hasta la extrema derecha, tienen que eliminar: la mayoría de los españoles es contraria a la permanencia de España en la OTAN, y el gobierno está comprometido a celebrar un referéndum sobre la cuestión. Para mantener, en esas circunstancias, la permanencia en la Alianza, no hay más que dos caminos: o un acto despótico claro, o la violentación de unos cuantos millones de conciencias por procedimientos tortuosos por “lavado de cerebro”. Es muy posible que la primera solución -la que adoptarían con gusto los franquistas- fuera menos corrosiva de la sustancia ético-política del país que la segunda. Pero ésta es seguramente la que los sedicentes socialistas tienen más a mano. Con ella el gobierno empezará -si no ha empezado ya- a desintegrar moralmente a los militantes de su propio partido (ya más predispuestos que otros de la izquierda al indiferentismo, por su costumbre de estar en una misma organización con gentes de concepciones muy distintas y hasta opuestas), y de ahí la gangrena se extendería, a través de la potente estela de arribistas que arrastra el PSOE, hasta sectores populares extensos. Hacia dentro es la OTAN para España tan terrible como hacia fuera y más corruptora.

PEYPA incluye también un conjunto de trabajos que tiene el ecologismo como punto esencial. Desde su comunicación de 1979 a las jornadas de ecología y política celebradas en Murcia hasta “La polémica sobre el crecimiento tiene dos caras”, pasando por “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologistas?”, “La situación política y ecológica en España y la manera de acercarse críticamente a esta situación desde una posición de izquierdas” o la “Carta de la redacción” del número 1 de mientras tanto, donde puede leerse aquel paso que se convirtió en consigna vivida, sentida y razonada de tantos y tantos jóvenes de la época:

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y orientarnos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro. Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración, puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del nº 1 de Materiales habíamos escrito que sentíamos "cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente". Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond -ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos-, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello); el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy una humanidad de complicada composición y articulación. [El énfasis es mío]

En PEYPA puede verse, además, uno de los mejores artículos de intervención sobre el comunismo catalán reciente: “A propósito del V Congreso del PSUC”, una interesante aproximación a temas de enseñanza (“El informe del Club de Roma sobre el aprendizaje”) y no faltan artículos sobre el desconcierto de la izquierda (“En todas partes crecen desencantos”) y sobre los nuevos procedimientos y luchas sindicales (“Hambres, huelgas, huelgas de hambre”), además de perlas como “Intoxicación de masas, masas intoxicadas” y deslumbrantes notas críticas sobre la actuación de los partidos de izquierda durante la transición-transacción. Esta, por ejemplo:

Fuera del plano formal, no es cosa de negar que la ley [La "ley sobre los supuestos previstos en el art. 55,2 de la Constitución" ("Ley de seguridad ciudadana")] apunta unas cuantas veces buenas intenciones del legislador; por ejemplo, cuando pena "detenciones ilegales con simulación de funciones públicas" (art. 2, b), o cuando sale al paso de la "utilización injustificada o abusiva de las facultades gubernativas" (art. 3, 2). Pero la realidad que se vislumbra ya en la misma ley, sin necesidad siquiera de echar un vistazo a las actividades represivas en curso por todo el país, habla un lenguaje diferente. Por de pronto -y como desde siempre, por el hecho de que una policía auténticamente judicial parece ser más utópica que cualquier ideal de más enjundia-, toda la iniciativa es de la policía que antes llamábamos político-social. El juez solamente "denegará o autorizará la realización o la persistencia de las iniciativas policíacas (art. 3,1). La suspensión del derecho a impedir el registro del domicilio de uno si no hay mandamiento judicial obsesiona al legislador, que la establece en dos artículos, el 2, b y el 4,1. La obsesión está fuera de lugar, si se tiene en cuenta que el poder dispone de los mismos jueces bajo cuya jurisdicción ya estos mismos policías registraron varias veces nuestras casas en tiempos de Franco.

Con razón se ha señalado el final del párrafo 1º del art. 1 de la ley como muy preocupante. Ese párrafo incluye entre "las personas cuyos derechos fundamentales pueden ser suspendidos" a "quienes, una vez proyectadas, intentadas o cometidas" las acciones punibles que especifica la ley, "hicieren su apología pública". Con sólo interpretar un poco anchamente lo de ‘apología’ quedarían legitimadas las 400 causas seguidas contra 60 periodistas entre enero y mayo de este año; y, en el plano ejecutivo, serían muy naturales los incidentes sufridos por la cineasta Pilar Miró y los pintores José Ortega y Agustín Ibarrola, casos todos ellos -dicho sea de paso- que muestran la inutilidad material de esta ley, sin la cual se había logrado ya todo eso. Lucio González de la Fuente, el director de Combate (órgano de la Liga Comunista Revolucionaria), está procesado, bajo la acusación de desacato, por haber publicado un comunicado del Comité Central de su partido titulado "El estado policíaco continúa". Eppur si muove.

Paso al que Sacristán añadía la siguiente conclusion en la que hablaba “la completa hegemonía de la reacción en esta democracia”:

Tal vez haya que tomarse menos en serio la nueva ley que el modo como se ha aprobado en el Congreso. El 28 de octubre los diputados Félix Pons (PSOE) y Jordi Solé (PSUC) declaraban que las posiciones de sus partidos acerca del proyecto de ley eran muy distantes de las de UCD, sostenidas por Oscar Alzaga. De eso infería el periódico El País al día siguiente que "UCD sólo cuenta con el apoyo seguro de Coalición Democrática, mientras que es posible que los socialistas se abstengan". Siendo de 176 la mayoría necesaria para la aprobación de la ley, la votación, según eso, no iba a resultar brillante. Pero mientras los lectores de la prensa diaria sopesaban esas consideraciones, el Congreso aprobaba la ley por 298 votos a favor, 2 en contra (Bandrés y Sagaseta) y 8 abstenciones (PNV). No ha trascendido mucha información acerca de lo que convirtió en unidad, de la noche a la mañana, la "gran distancia" que separaba a la izquierda parlamentaria del sedicente centro. Tal vez fuera ello la derrota en el pleno del intento de incluir entre los supuestos de terrorismo del art.1 la huelga espontánea en servicios públicos. Si así fue, el hecho documentaría bien la completa hegemonía de la reacción en esta democracia. Tienen que estar muy poseídos de su fuerza y su influencia unos fascistas o centristas que intentan definir la huelga espontánea como terrorismo.

La misma impresión de seguro regodeo en la victoria dan los periódicos conservadores de esas fechas. El Ya del 31 de octubre, por ejemplo, al no poder mostrarse descontento de la ley, lo que habría sido desaforado, se limitaba a regañar a los diputados por no celebrar su obra a toque de trompetas. Y se preguntaba socarronamente: "Nos preguntamos si no hay, en el fondo, como un deseo de que "no se sepa" que se ha aprobado una limitación de los sacrosantos derechos individuales..." ¡Habría que leer el Ya el día en que un parlamento limitara el derecho a poseer medios de producción o a montar fábricas privadas de cerebros, como lo suelen ser las grandes escuelas de la Iglesia!

La brutalidad de los miembros de la comisión parlamentaria que querían declarar terrorista la huelga espontánea, la sarcástica jactancia de Ya y otras muchas manifestaciones del sentimiento de victoria de la reacción podrían tener, al menos, una buena consecuencia: mostrar a los militantes de la izquierda parlamentaria actual que el aceptar el papel de cornudo en la lucha política no evita el ser apaleado, sino al contrario.

Sin olvidar su permanente vindicación de la veracidad y la claridad políticas, y de la necesidad de cultivar la arista anticapitalista de las tradiciones:

Pero ¿qué diferencia a esos prohombres enriquecidos y ejemplares del aceitero homicida que no supiera que su mezcla era tóxica? No el móvil -el beneficio, la vocación capitalista, por todos legitimada, de “sacar un honrado penique” del ejercicio de su listeza- ni la moralidad: no su sistema de valores, no su cultura. Sencillamente, el empresario honrado ha tenido suerte y el empresario homicida ha tenido desgracia en el desempeño de una misma función: el complicado fondo causal último de la intoxicación española de 1981 es la necesidad capitalista de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo.

No hay por qué decir eso más suavemente, ni siquiera por consideraciones prácticas: no vale la pena intentar persuadir a los empresarios privados de que es su sistema el que lleva en sí la necesidad indeterminada de esas catástrofes...

En síntesis, PEYPA es una forma inmejorable de acercarse a la obra (o de releerla si es el caso) del que seguramente fue el mayor filósofo de su generación y, sin lugar a dudas, uno de los marxistas hispánicos con mayor número registros, y más actual por otra parte.

En la colección donde se editará PEYPA este próximo sábado se han editado hasta ahora textos de Gramsci, Bakunin, Susan George y Simone de Beauvoir. La compañía hubiera sido del gusto del autor de El orden y el tiempo.

Que no han reservado aún. ¿Y a qué esperan?



Fuente: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

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