martes, 15 de junio de 2010

Antropología, marxismo y compromiso social

Miguel Ángel Adame C.

En este año 2010 que es señero para varios países latinoamericanos y sus históricas luchas de independencia y liberación nacional, aparecen dos textos de reflexión antropológica que se refieren al papel de la teoría y la metodología del marxismo para comprender, analizar e incluso incidir en procesos y movimientos socioculturales en general y étnico-nacionales en particular. Resulta interesante que ambos -aunque diferentes en su formato y en su extensión- coinciden en sus títulos. El primero es el libro de ensayos del antropólogo e investigador mexicano Gilberto López y Rivas, titulado: Antropología, etmomarxismo y compromiso social de los antropólogos (Edit. Latinoamericana Ocean Sur, México, 2010). El segundo es una entrevista que hacen F. Chesnais y F, Tour, al antropólogo e investigador francés Claude Meillassoux, que apareció en la Revista mexicana Memoria (CEMOS, No. 242. mayo de 2010, pp. 28-33), titulada: “Antropología, marxismo y compromiso”. Pero no sólo se conectan en los títulos sino también en algunos contenidos nodales: principalmente en la importancia de utilizar y recuperar de manera creativa y no dogmática el marxismo para las investigaciones antropológicas y en general para las disciplinas sociales.
En lo que resta de este escrito voy a llevar a cabo una reseña crítica de algunos de los contenidos que me parecieron más importantes y vigentes de esta obra de Gilberto López y Rivas, pero antes de desarrollarla, creo vale la pena citar textualmente el siguiente planteamiento −a propósito del carácter heurístico del marxismo−, que hizo del connotado antropólogo C. Meillassoux, especialista en procesos económicos y socioculturales de naciones, ciudades y etnias africanas:
“Si el materialismo histórico es combatido por sus adversarios como si se tratara de una escuela de pensamiento y no el producto mejor logrado de la ciencia aplicada a las sociedades humanas, es porque éste no puede más que revelar y demostrar los mecanismos de explotación y dominación. En esas condiciones, todo indica que el materialismo histórico es el enfoque más apropiado para examinar las sociedades etnológicas (…), pero los conceptos que propone no implican un saber previo. Se trata efectivamente de construir la teoría de la práctica y no la filosofía de una teoría. El materialismo histórico se opone, entonces, tanto al liberalismo clásico que aplica a todas las sociedades históricas las mismas categorías (capital, dinero, productos contrato, propiedad etcétera), como al materialismo burocrático que las encierra en esquemas preconstruidos. Marx nos enseñó, en efecto, que los objetos y las instituciones no adquieren realidad más que en un contexto social determinado; que los objetos son de naturaleza diferente según las relaciones sociales que éstos polarizan y cuyas funciones varían según las sociedades en las que circulan, lo que obliga a un esfuerzo semántico raramente emprendido. Un mismo bien que en las manos de un príncipe está destinado a ciertas gratificaciones susceptibles de reforzar simbólica o materialmente los lazos de dependencia personal, se transforma, en manos de un comerciante, en el medio para garantizar una ganancia. Solo es mercancía en el segundo caso y el hecho de que el príncipe acceda y vuelva a ceder dicho objeto no lo convierte en un comerciante. No podemos en estas condiciones hablar de ‘capital’, de ‘propiedad’, de ‘valor-trabajo’ o de ‘dinero’ indiferentemente, sin analizar previamente si el contexto social es un generador posible. Una de las exigencias fundamentales de las ciencias sociales implica entonces dotarse de un vocabulario también riguroso con el fin de no reducir las diferentes realidades unas a otras por transferencias semánticas”.
Esta cita, pues, nos sirve de marco para señalar los que desde mi punto de vista considero son dobles aspectos complementarios de una misma problemática, que veo desplegada y tratada con varios ejemplos en el libro de López y Rivas: el enfoque y el método verdaderamente marxista es −y tendría que ser− crítico y dialéctico, histórico y determinado, comprometido y no reduccionista, científico y cuestionador, político y ético (aunque no exento de errores, útiles para ser dialectizados: reconocidos y corregidos). Por lo que es útil y apropiado para examinar las sociedades y las realidades que estudia la etnología; en este caso los movimientos étnico-nacionales y los fenómenos socioeconómicos y culturales de las sociedades y comunidades de los países subdesarrollados bajo el capitalismo imperial y neoliberal. Por ende todo uso y/o acomodo dogmático y cerrado, reduccionista o aséptico del mismo choca y deforma su concreción teórico-práctica.
Uno de los asuntos nodales de este texto de López y Rivas es hacer evidente la necesidad −para todo científico e investigador, especialmente, en, este caso,− de los sociales− de preguntarse y contestarse en torno al propósito de “hacer ciencia”: ¿para qué? y ¿para quién?. Pues estas interrogantes están presentes e inciden en las prácticas de los investigadores, de tal manera que se convierten un problema ético-político de su actuar. Y en este mundo dominado por el capitalismo neoliberal –indica nuestro autor− es vigente la disyuntiva que planteara Antonio Gramsci a propósito de su antinomia del papel de los intelectuales: ex parte populi (orgánicos o al servicio de las movimientos populares) o ex parte principi (al servicio del capital). Como aclaró Gilberto, no se trata de una postura maniquea de “buenos” versus “malos”, sino de tomar posición y conciencia de su condición y de su accionar en una situación actual única y grave: de exacerbación y agravamiento de las contradicciones y lucha de clases y de crisis y colapso civilizatorio.
En efecto, en la llamada trasnacionalización neoliberal se conservan y agudizan las tendencias capitalistas que empujan al mismo tiempo y dicotómicamente, por un lado, hacia la universalización-homogeneidad-globalización y, por otro, a la particularizacion-heterogeneidad-diversificación. Comprender esta dialéctica es clave para entender también la importancia de una adecuada caracterización de los movimientos y procesos étnico-nacionales de los pueblos (nacionalidades, originarios, indígenas, tribales, etc.) y los basados en las especificidades socioculturales y de identidades de diferente naturaleza (de género, de edad, de preferencias y derechos sexuales, y de otras minorías oprimidas y subalternas).
Gilberto López y Rivas discute en varias partes de los cuatro capítulos de su libro en torno a superar y no caer en reduccionismos que impidan dar cuenta de dichos procesos y movimientos que han estudiado los científicos sociales, específicamente los antropólogos. Reduccionismos tales como el obrerismo y el clasismo que no dan cuenta de las diferencias específicas y la “coloratura” de ellos, o el etnicismo y el indigenismo de Estado; o, en general, los culturalismos que no reconocen los contenidos y los marcos de clase que atraviesan dichos sectores y movimientos socioculturales. Por eso es que el antropólogo López y Rivas hace una recuento del surgimiento, maduración y aplicación fecunda (desde los años setenta a la actualidad) del etnomarxismo como corriente teórica y política crítica de la antropología mexicana, de la cual él fue un constructor y participante activo en situaciones como el debate autonómico de los movimientos étnicos en latinoamérica, en casos tan relevantes como el nicaragüense y el neozapatista mexicano.
A propósito del etnomarxismo, como enfoque y corriente, y aprovechando el libro de Gilberto, considero que sería importante ahora una discusión que pudiera develar su posible extensión y enriquecimiento para analizar y comprometerse en el conjunto de las realidades que ha estudiado y estudia la antropología. De hecho, creo que esta invitación está sugerida en el texto de nuestro autor.
Por otra parte, veo que desde la aparición del llamado “neoliberalismo globalizador, en las realidades nacionales e internacionales, más que un reduccionismo de la clase proletaria (no sólo los obreros de la «industria fordista») lo que ha aparecido y crecido es un ampliacionismo proletario, más que una homogenización, una diversficación del proletariado. En donde participan los sectores obreros y campesinos tradicionales combinados y conectados glocalmente con sectores étnicos, como los indígenas rurales, semirurales y urbanos, los estudiantes y jóvenes, las luchas de mujeres, feministas y del movimiento lésbico-gay-transexual-transgénero, los grupos de jóvenes y “tribus urbanas”, los sectores con “otras capacidades”, los profesionistas empleados y subempleados y demás grupos en situación de precarización y los múltiples grupos con identidades marginadas y oprimidas (en torno a gustos artísticos y usos tecnológicos, por ejemplo). Toda esta gama expresándose en sus especificidades, pero efectivamente explotada, oprimida y reprimida como un todo por la clase capitalista cada vez más polarizada, imperializada y trasnacionalizada (los capitales industriales y financieros cada vez más integrados entre ellos y con los aparatos internacionales de poder político). Por eso creo que la propuesta del Manifiesto Comunista de considerar dos clases fundamentales: burgueses y proletarios es más vigente que nunca; asimismo la consigna: ¡Proletarios de todos los países uníos!; aunque para ser más enfáticos y claros en la actualidad habría que decir: ¡Proletarios diversificados de todos los países uníos!
En el capítulo III sobre antropología y contrainsurgencia imperial, el antropólogo Gilberto López y Rivas nos plantea y demuestra −−a propósito de la elaboración de manuales y la participación de antropólog@s contratad@s para intervenir en las guerras y ocupaciones de Irak y Afganistán− que la antropología es no sólo una ciencia social explicativa y/o interpretativa, sino que tanto conceptual como prácticamente se convierte en un instrumento o herramienta. Ya Kathleen Gough y Gerard Leclercq habían postulado a la antropología moderna como hija del neocolonialismo imperialista occidental y esto es aún vigente y actuante. Sobre todo su cuestionamiento versus su reivindicación en estos tiempos de trasnacionalización y glocalización acelerada cuando los elementos culturales (bioculturales, geoculturales, ciberculturales, etc.) se han convertido en recursos/objetos de dominación por parte de las corporaciones, industrias y equipos de prospección, y que, of course, generan disputas, luchas y resistencias por parte de los pueblos, comunidades y naciones que intentan resguardar sus patrimonios tangibles e intangibles.
Así pues, Gilberto lleva a cabo una crítica y un desenmascaramiento a la prostitución de la antropología: empotrada, mercenaria y contrainsurgente. Y una reivindicación de la antropología crítica, anticonformista y radical; es decir una antropología y, en general, disciplinas sociales con compromiso social y que incidan en los movimientos de resistencia y emancipatorios (y en ese sentido el marxismo crítico, no dogmático, sería su eje) y que sean formadoras de antropólogos e investigadores socioculturales con ese perfil. Respecto de esto último, por eso es que nuestro autor enfatiza en la Presentación del libro que uno de los propósitos centrales del mismo es “coadyuvar a la formación crítica de los jóvenes científicos sociales latinoamericanos”.
Gilberto López y Rivas, en el último capítulo de su texto trata el asunto de la concepción y el ejercicio social del poder conectado al problema de la lucha y la construcción socialista. De manera crítica y autocrítica enumera algunas fallas del llamado “socialismo real”. Tomando la cuestión autonómica como eje rector y la experiencia neozapatista como caso, incursiona en analizar la importancia de las prácticas democráticas colectivas de participación y de autogestión de los asuntos fundamentales de las comunidades y los grupos, principalmente, indígenas. Las autonomías han sido uno de los temas en que Gilberto más ha trabajado y aportado en su carrera de investigador y de activista político marxista, pues considera que ellas contribuyen a la lucha antimperialista y por la hegemonía nacional de las clases populares. Señala la importancia de generar dichas experiencias de contrapoder y subalternas (como la zapatista chiapaneca y la de la otra campaña) porque el asunto de la toma del poder no es sólo en “un día decisivo”. Efectivamente, dichas experiencias autonómicas y en general todas las experiencias de autogestión (obrera, consejista, de jóvenes, de colonos, campesinas o a la manera de frentes como la “comuna de la APPO” en el estado de Oaxaca) pueden tener ese valor de uso y esa perspectiva, siempre y cuando tengan una visión de alianzas y programática-socialista; que desde mi perspectiva también pasa por la conquista y la toma y control del poder político del Estado-gobierno por parte de la gran mayoría del proletariado.
De esta manera hemos visto que el marxismo como “teoría de la práctica y no como filosofía de la teoría” ha sido y es una herramienta crítica y autocrítica tanto en términos investigativo-analíticos como político-ético-participativos, y que se puede −como dice Meillassoux−, a través de sus terrains, incursionar (sin dogmas, sino por el contrario con heurística creativa) en la riqueza de las relaciones económico-sociales y culturales contextuadas. Este es el sentido que, desde mi parecer nos muestran los trabajos de los dos antropólogos marxistas aquí citados. E igualmente que la trasnacionalización neoliberal capitalista de hoy, los movimientos socioculturales anticapitalistas y libertarios y los científicos sociales que investigan y se involucran con las resistencias y las luchas, son temáticas y problemáticas centrales para seguir discutiendo y debatiendo sobre ellas.

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