El imperialismo contemporáneo
  
  
Al concluir la segunda  guerra mundial el escenario del imperialismo quedó totalmente  transformado. El sostenido crecimiento y la mejora del nivel de vida  inauguraron un período de significativa prosperidad en los países  centrales. La reducción del desempleo creó situaciones próximas al pleno  empleo, que facilitaron el aumento del consumo y la generalización de  un sistema protección social. 
Los principales teóricos marxistas  bautizaron la nueva etapa de posguerra con distintas denominaciones  (“capitalismo tardío”, “capitalismo de estado”, “capitalismo monopolista  de estado”). Muchos estudios destacaron la sustitución de las formas de  acumulación extensiva por mecanismos intensivos y el reemplazo del  trabajo taylorista por esquemas fordistas. Otras investigaciones  señalaron el nuevo gigantismo de las empresas y la inédita intervención  estatal en la economía. Estos cambios modificaron el perfil del  imperialismo, recreando un marco de estabilidad, en torno a nuevos  equilibrios geopolíticos. 
El contexto político-militar 
La  principal singularidad de período fue la ausencia de guerras  inter-imperiales. A diferencia de la etapa clásica, los conflictos  armados no desembocaron en conflagraciones generalizadas. Persistieron  los enfrentamientos, pero ya no hubo confrontaciones directas por el  reparto del mundo. Las rivalidades sólo generaron escaramuzas  geopolíticas, que no se proyectaron a la esfera miliar. 
La vieja  identificación del imperialismo con el choque entre potencias  capitalistas quedó desactualizada y este cambio transformó el paisaje  europeo. En lugar de rivalizar por las posesiones coloniales, las  competidores del Viejo Continente iniciaron un proceso de unificación  regional. 
El predominio estadounidense determinó el viraje de la  etapa. Ningún conflicto anterior se había zanjado con semejante  preeminencia. La abrumadora superioridad norteamericana quedó consagrada  con la formación de una alianza atlántica (OTAN), bajo el mando del  Pentágono. Estados Unidos ejerció una dominación explícita y reafirmó su  autoridad con la disuasión nuclear. Impuso la localización de las  Naciones Unidas en Nueva York y estableció en el Consejo de Seguridad un  sistema de consultas para supervisar todos los acontecimientos  mundiales. 
Este reinado se asentaba también en la aplastante  superioridad económica. Estados Unidos manejaba el 50% de la producción  industrial, acumulaba monumentales acreencias y adaptaba el sistema  monetario mundial a sus necesidades, mediante la hegemonía del dólar  (acuerdos de Bretton Woods). 
Pero lo más novedoso fue la  estrategia que eligieron las elites norteamericanas para consolidar su  supremacía. En lugar de demoler a los rivales derrotados, auspiciaron la  reconstrucción económica y el sometimiento político-militar de sus  adversarios. El auxilio multimillonario concedido a Europa y Japón fue  la contracara de la actitud asumida por Gran Bretaña y Francia (frente a  Alemania) al concluir la primera guerra mundial. En lugar del tratado  de Versalles se introdujo un Plan Marshall. 
Mediante esta  combinación de reconstrucción económica, subordinación política y  protección militar, Estados Unidos consolidó el sistema de alianzas  subalternas, que posteriormente utilizó para contrarrestar el  resurgimiento de sus rivales. Cuando en los años 60 Alemania y Japón  recuperaron competitividad, el gendarme norteamericano hizo valer su  primacía. Recurrió a drásticas medidas comerciales, tecnológicas y  monetarias, para preservar sus ventajas y reformuló los términos de la  convivencia con sus subordinados. Pero estas tensiones no recrearon en  ningún momento, el viejo escenario de rivalidades destructivas. 
Alemania  y Japón aprovecharon la exención de gastos armamentistas para recuperar  terreno en la producción y el comercio, pero no proyectaron estos  avances al terreno militar. Tampoco contemplaron la preparación de una  revancha. Aceptaron el rol protector ofrecido por Estados Unidos,  avalando el “imperialismo por invitación” que les ofreció la primera  potencia. Todos los conflictos que suscitó la unipolaridad  estadounidense se procesaron sin alterar este dato geopolítico. 
Ha  sido muy frecuente relativizar la novedad de este cuadro, afirmando que  el antagonismo entre superpotencias persistió durante posguerra, a  través de un conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Se  considera que esa confrontación fue análoga a todas las batallas  precedentes por la hegemonía imperial. 
Pero estas pugnas entre  Occidente y el denominado “bloque socialista” incluyeron una diferencia  esencial con todos los choques inter-imperiales precedentes: el carácter  no capitalista del sistema vigente en la ex URSS. Existen numerosas  caracterizaciones sobre este régimen social, pero nadie ha podido  demostrar que estuvo gobernado por una clase dominante, propietaria de  los medios de producción y guiada por la meta de acumular capital. 
La  burocracia que manejaba ese sistema, buscaba ampliar su influencia  global y mantuvo fuertes disputas con Estados Unidos por el control de  territorios estratégicos. En esas tensiones sostuvo parcialmente a los  movimientos de liberación nacional, que resistían el poder  estadounidense. Pero en la mayoría de los casos estas acciones eran  repuestas defensivas, tendientes a preservar una coexistencia pacífica  con el coloso norteamericano 
[3] . 
El carácter no  capitalista de la URSS invalida su presentación como otro actor imperial  de batallas por el reparto del mundo. La capa dirigente de ese país  tenía ambiciones expansionistas y reforzaba su presencia global,  chocando con Estados Unidos en el manejo de las áreas de influencia.  También intercalaba esas pugnas con la revisión periódica de los  acuerdos de equilibrio territorial establecidos al concluir la guerra  (tratado de Yalta). Pero esas pretensiones de mayor poder regional no  convertían al régimen de la Unión Soviética en una variante  “social-imperialista” de la expansión colonial. El uso contemporáneo del  término imperialismo sólo tiene sentido para aquellas potencias que  actúan bajo el mandato del capital. No se aplica a situaciones ajenas a  ese principio. 
Transformaciones económicas
Los  cambios económicos de posguerra tuvieron el mismo alcance que las  modificaciones geopolíticas, a partir del significativo avance  registrado en la asociación internacional de los capitales. Se consumó  un entrelazamiento financiero, comercial e industrial sin precedentes.  Esta amalgama alteró radicalmente la concurrencia inter-imperial que  prevaleció durante la época de Lenin. El creciente gigantismo de  las empresas que subrayaba el líder bolchevique volvió a cobrar  importancia con la expansión de los oligopolios, en desmedro de las  pequeñas compañías. La necesidad de ampliar mercados, reducir costos y  aumentar la productividad acentuó la preeminencia de las corporaciones  frente a las empresas de pequeño porte. 
Pero a diferencia del  período precedente, las alianzas entre grandes firmas no quedaron  restringidas a compañías del mismo origen nacional. Irrumpió un nuevo  tipo de empresa multinacional, que asoció a los capitalistas  norteamericanos, japoneses y europeos, alterado la vieja divisoria entre  bloques de competidores nacionales. 
En este marco, el  proteccionismo perdió peso frente a las presiones librecambistas  desplegadas por las empresas mundializadas. Estas compañías requirieron  mayor movilidad del capital y creciente flexibilidad comercial, para  actuar en todos los rincones del planeta. El cerrojo arancelario era  congruente con los bloques belicistas del imperialismo clásico, pero  obstruía los negocios internacionalizados de posguerra. 
Este  viraje de las tarifas hacia la liberalización repitió un giro ya  consumado en otras oportunidades. El capitalismo nunca se atuvo a una  modalidad comercial invariable. El pasaje del libre-cambio a la  protección -que los teóricos clásicos observaban como un giro definitivo  del sistema- constituyó en realidad, sólo un eslabón de incontables  virajes. 
Tampoco la primacía financiera mantuvo la irreversible  hegemonía que imaginaban los analistas de la etapa precedente. Al compás  del fuerte crecimiento de posguerra, los industriales recuperaron  terreno y retomaron su protagonismo en la generación de plusvalía. Este  resurgimiento fue en gran medida determinado por la internacionalización  de las firmas norteamericanas, que implantaron filiales en Europa y  Oriente 
Durante este período la exportación de capital recobró un  papel significativo, pero tuvo un alcance más limitado en las  inversiones metropolitanas en la periferia. Las principales corrientes  de colocación de fondos foráneos se consumaron entre las propias  economías desarrolladas. Los capitales norteamericanos afluyeron con  mayor intensidad al viejo continente que a los países dependientes y la  misma dirección tuvieron las inversiones externas posteriores de Europa y  Japón. Esta tendencia apuntó a reforzar una gestión internacionalizada  de los negocios, en torno a las empresas multinacionales. 
Pero  este proceso incluyó también un aumento de las ventas mundiales y una  creciente confiscación de los recursos de la periferia. El comercio  entre las economías desarrolladas se intensificó, junto a la depredación  de las riquezas del Tercer Mundo. 
Los tres mecanismos de  apropiación externa del imperialismo volvieron a coexistir, sin nítidas  primacías de uno sobre otro. La remisión de utilidades por inversiones  externas operó junto al comercio inequitativo y el sometimiento de las  economías subdesarrolladas. La magnitud de todos estos cambios tornó  impostergable la revisión de la teoría del imperialismo. 
Primeras actualizaciones 
El  texto de Lenin mantuvo su influencia durante la posguerra, a través de  numerosas reediciones y traducciones. Este apetito de lectura  sintonizaba con la expectativa de extensión del socialismo por todo el  mundo . El reconocimiento logrado por el libro convalidaba sus aciertos  políticos en el debate sobre la guerra y premiaba la crítica a las  ingenuidades pacifistas. 
La tesis leninista brindaba, además,  argumentos contra las nuevas teorías socialdemócratas, que identificaban  la alianza transatlántica y la descolonización con “el fin del  imperialismo”. Estas concepciones omitían la persistencia de la  violencia imperial, especialmente en el Tercer Mundo. 
Pero las  lecturas más atentas del texto comenzaron a percibir su falta de  actualidad. El ensayo de Lenin describía un contexto ya inexistente de  guerra inter-imperialistas. También la primacía de las rivalidades  económicas había quedado neutralizada por la interpenetración mundial de  los grandes capitales. La preeminencia norteamericana contradecía,  además, el escenario clásico. 
Estos contrastes no disminuyeron el  lugar dominante del texto bolchevique, en todos los estudios sobre el  imperialismo. El grueso de la producción teórica marxista intentaba  actualizar con las nuevas cifras, las tendencias expuestas por Lenin. Se  buscaba especialmente corroborar la continuidad del monopolio y del  proteccionismo y demostrar la centralidad de las exportaciones de  capital y la persistente hegemonía financiera. 
Estos trabajos  estaban afectados por una actitud ritualista, que eludía el análisis de  las tendencias contrapuestas a la caracterización clásica. Los manuales  de economía política editados en la URSS y otras elaboraciones  dogmáticas expresaban esa postura acrítica 
[4] . 
Estos  enfoques transformaban el escenario inter-imperial de principio del  siglo XX en un dato inmutable de la historia. Le asignaban vigencia  perdurable al diagnóstico de una coyuntura. Al congelar la etapa  estudiada por Lenin como el único período valedero s acralizaban el  texto, olvidando la función política que tuvo cuando fue elaborado. Esta  actitud cerraba todos los caminos para una actualización fructífera de  la teoría del imperialismo. 
Otras visiones intentaron -con muchas  vacilaciones- la revisión del problema. Buscaban demostrar, por un  lado, la vigencia de los rasgos clásicos, pero reconocían por otra parte  las insuficiencias de la concepción tradicional. Mientras subrayaban la  continuidad del monopolio y la supremacía del capital financiero,  señalaban la ausencia de conflictos bélicos inter-imperialistas y la  gravitación de Estados Unidos. Cuestionaban las lecturas talmúdicas de  Lenin, pero preservando su visión del tema .  
La reconsideración  del problema exigía ir más allá del simple cómputo de los elementos  vigentes y obsoletos de la teoría clásica. Había que jerarquizar el  significado de las tendencias persistentes y de los procesos ya  agotados. Los enfoques acríticos diluían dos datos claves de la nueva  época: la ausencia de guerras inter-imperiales y la mayor asociación  económica entre capitales de distinto origen. 
El diagnóstico de  Lenin había quedado anacrónico por estar referido a una etapa ya  concluida del desarrollo capitalista. Las tendencias de 1880-1914 no  tenían vigencia en 1945-75 y por esta razón, las principales reflexiones  de posguerra giraban en torno a otros problemas. 
La dificultad  de muchos marxistas para aceptar este cambio obedeció a una  incomprensión del planteo de Lenin. Desconocían que el enfoque estaba  más centrado en la crítica política al pacifismo social-patriota, que en  la evaluación económica del capitalismo. La gran contribución aportada  en el primer terreno, no implicaba validez de las caracterizaciones  expuestas en el segundo terreno. Esta confusión obstruyó el análisis y  generó muchas simplificaciones en la interpretación del imperialismo,  que no distinguían la existencia de dos niveles autónomos de la  reflexión sobre tema. 
Los mejores estudios sobre el imperialismo  de los años 70 incorporaron de hecho estas distinciones. Revisaron la  teoría clásica, destacando la existencia de múltiples interpretaciones  marxistas (Brown) y resaltaron el significado polisémico de la noción de  imperialismo (Owen). También pusieron de relieve la ambigüedad de un  concepto que incluye al mismo tiempo definiciones de la etapa,  caracterizaciones de tensiones entre países centrales y evaluaciones de  las relaciones entre el centro y la periferia (Sutcliffe) 
[5] . 
Con  estas miradas comenzó un rescate del significado contemporáneo del  imperialismo. Se retomó el método de Lenin para interpretar una nueva  realidad, observando cómo el desarrollo desigual de capitalismo genera  desequilibrios, en la reproducción jerarquizada y polarizada de este  sistema. Tres modelos 
La primera variante -postulada por  Sweezy, Magdoff o Jalee- remarcó el papel dominante de Estados Unidos,  como coloso económico y gendarme mundial. Remarcó el peso de sus  corporaciones industriales y su gravitación militar, mediante estudios  que subrayaron también la importancia de las resistencias  antiimperialistas del Tercer Mundo. Esta tesis recogió elementos de  muchas teorías sobre el hegemonismo estadounidense de la época, que  reflejaban el apabullante liderazgo logrado por la primera potencia 
[6] . 
Pero  las caracterizaciones superimperialistas no evaluaron el alcance de esa  primacía del gigante del Norte y no llegaron a esclarecer el nuevo el  tipo de relaciones establecidas entre el poder norteamericano y las  restantes potencias. 
La segunda corriente puso el acento en los  procesos de asociación ultra-imperial, mediante importantes trabajos de  Hymer, Murray y Nicolaus. Indagaron la formación de una nueva clase  capitalista en torno a las empresas multinacionales, a partir de  estudios del mercado del eurodólar y de distintos análisis sobre la  influencia decreciente de los estados nacionales. También investigaron  la forma en que este proceso erosionaba las rivalidades entre potencias y  deterioraba las condiciones de trabajo 
[7] . 
Este enfoque  inauguró el estudio contemporáneo de la asociación internacional de  capitales y comenzó a registrar sus consecuencias sobre los estados  nacionales. Pero no logró evaluar el impacto de estos cambios sobre la  dinámica del imperialismo. 
La segunda vertiente fue a su vez  enriquecida por los trabajos de Poulantzas, que estudiaron cómo la  internacionalización de la economía incentivaba la formación de  fracciones capitalistas mundializadas, al interior de los estados  nacionales. Palloix aportó, además, importantes investigaciones sobre la  forma en que la internacionalización de la economía globaliza la  reproducción del capital, en ciclos mercantiles, monetarios y  productivos 
[8] . 
Todos estos enfoques que ponían de  relieve la preeminencia de cursos ultra-imperiales, suscitaron la  reacción de los defensores a ultranza de la tesis clásica. Estas  críticas destacaron el reducido alcance de la actividad multinacional y  el continuado protagonismo de los estados nacionales. Pero los objetores  nunca lograron explicar por qué razón habían perdido fuerza las  tendencias bélicas y económicas del período precedente. 
Finalmente  la tercera corriente encabezada por Mandel destacó la continuidad  parcial de las rivalidades inter-imperiales. Cuestionó por un lado, la  tesis superimperial señalando que la hegemonía norteamericana no  evolucionaba hacia supremacías económicas de largo plazo. Destacó que  esa hegemonía no transformaba la subordinación de las potencias  asociadas en formas de sujeción colonial. 
Por otra parte, objetó  la perspectiva ultra-imperialista, señalando el carácter improbable de  una fusión entre corporaciones de distinto origen nacional y remarcó el  continuado aumento de la competencia económica, en un marco de  distensión militar. De esta tendencia dedujo un pronóstico de  acrecentamiento de la concurrencia intercontinental, en un cuadro  alejado de la confrontación bélica 
[9] . 
Este modelo de  tensiones inter-imperiales atenuadas fue compartido por otros teóricos  como Rowthorn, que cuestionaron la exageración del poder norteamericano,  evaluando que el continuado antagonismo económico entre las grandes  potencias, no tendría proyecciones militares 
[10] . 
Este  tercer enfoque sugirió acertadamente la preeminencia de un avance del  regionalismo, que permanecería distanciado de los viejos bloques  belicistas del pasado. Pero no arribó a conclusiones nítidas y tampoco  elaboró conceptos representativos de la nueva situación. Vaciló en la  evaluación del rol estadounidense y no logró dirimir el predominio de  tendencias a la asociación o a la competencia. 
Todas las  caracterizaciones en juego suscitaron fuertes polémicas, acompañadas de  los adjetivos y etiquetas en boga durante esa época. Los  cuestionamientos a los “errores kautskianos” convivieron con los elogios  a los “aciertos leninistas”. Pero esta contraposición impedía  comprender lo que se intentaba indagar. La nueva integración  internacional de capitales no recreaba el modelo concebido por el  dirigente socialdemócrata y la competencia en curso no resucitaba el  esquema postulado por el líder bolchevique. 
Las investigaciones  de los años 70 crearon los fundamentos para superar la obsolescencia del  enfoque clásico, pero no condujeron a conclusiones satisfactorias. Su  principal mérito fue incentivar el estudio de la nueva realidad con  modelos de supremacía, integración y rivalidad imperial. Aunque dieron  lugar a una síntesis adecuada, abrieron una discusión que puso de  relieve los problemas a resolver. 
La tesis superimperialista  omitía la inexistencia de relaciones de subordinación entre las  economías desarrolladas, equiparables a las vigentes en la periferia. El  enfoque transnacionalista desconocía la continuidad de las rivalidades  entre las corporaciones, ahora mediadas por otra conformación de clases y  los estados. La visión de concurrencia inter-imperialista minusvaloraba  la ausencia de confrontaciones bélicas y el avance registrado en la  integración de los capitales 
[11] . 
La complejidad del  tema impulsó a buscar fórmulas combinatorias de las concepciones en  disputa, que se mantuvieron posteriormente. Se resaltó especialmente  cómo la existencia de tendencias a la asociación, genera tensiones que  obligan a reforzar liderazgos, para contener la concurrencia  inter-imperialista. Esta rivalidad socava la gravitación de la  superpotencia impidiendo la estabilización del sistema 
[12] . 
Esta  misma idea de mayor entrecruzamiento de capitales sin desemboques  definidos ha sido señalada también, para destacar la existencia de  múltiples desequilibrios. Estas tensiones son generadas por una trama  distante del imperialismo clásico y carente de sustituto definido 
[13] . En este contexto la irrupción del neoliberalismo abrió nuevas pistas de indagación . La nueva etapa 
Este  ataque patronal deterioró las condiciones de trabajo en los países  avanzados y empobreció a la periferia, en un contexto de repliegue de  los sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. Las grandes  corporaciones aprovecharon las fuertes diferencias internacionales de  salarios, para acrecentar sus lucros e introdujeron nuevas formas de  control patronal del proceso de trabajo. Esta agresión se basó en  amenazas de traslado de las firmas hacia otros países. 
Este  cambio en las relaciones sociales de fuerza a favor del capital  desembocó, a su vez, en incrementos sustanciales de la tasa explotación,  que ampliaron las desigualdades, recompusieron el nivel de los  beneficios y revitalizaron la acumulación. 
Al incentivar la  competencia global con aumentos de la productividad desgajados de las  compensaciones salariales, el nuevo modelo se distanció del fordismo. La  sistemática transferencia de actividades fabriles hacia el continente  asiático potenció la concurrencia por incrementar la producción, con  menores costos y generar mayores ganancias. 
Esta mutación se ha  sostenido en una revolución informática que generaliza el uso de las  computadoras, en los procesos de fabricación y en la gestión financiera o  comercial de las empresas. Esta innovación radical incrementó el nivel  de productividad, abarató el transporte y masificó las comunicaciones. 
Las  transformaciones de las últimas décadas ampliaron también el consumo,  no solo de las elites y los sectores gerenciales. Un importante sector  de las clases medias ha sido incorporada un nuevo patrón de  adquisiciones basado en el endeudamiento creciente. Esta modalidad  reforzó la gravitación de los bancos, que han cumplido un papel clave en  la consolidación del neoliberalismo. Restablecieron los mecanismos de  disciplina y auto-ajuste en las empresas y recompusieron el circuito de  la acumulación. 
El modelo actual introdujo un corte con la etapa  precedente y cerró el período de convulsiones, que acompañó al  agotamiento del boom de posguerra. La nueva etapa revirtió la retracción  de los mercados y el deterioro de la tasa de ganancia, que predominó  durante las crisis de 1974-75 y 1981-82. Sobre estos pilares se consumó  la expansión de la inversión hacia las regiones favorecidas por el nuevo  esquema 
[14] . 
Este diagnóstico es frecuentemente  objetado por las caracterizaciones que destacan la vulnerabilidad  financiera del modelo neoliberal, su reducido aporte al crecimiento o su  dependencia de los vaivenes del mercado
 [15] . 
Pero  ninguno de estos rasgos desmiente la existencia de un nuevo período.  Indican la presencia de áreas de gran inestabilidad, sin refutar la  vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran que el modelo  actual es más inestable que su antecesor, no cuestionan la preeminencia  que ha logrado. Cualquiera sean las controversias sobre el grado de  coherencia que rodea al neoliberalismo, es evidente que este esquema  introdujo un cambio radical en la dinámica del capitalismo. 
El  período actual no presenta un nítido escenario global de prosperidad o  estancamiento. Aquí se evidencia una diferencia importante con los  modelos precedentes del siglo XX. Mientras que las transformaciones  cualitativas son incuestionables, las tendencias del nivel de actividad  mantienen un alto grado de ambigüedad. Hay nuevas formas de consumo  segmentado, normas de producción globalizada, tipos de comercio  liberalizado, finanzas des-reguladas y otra modalidad de competencia  entre las empresas transnacionales. Pero estas transformaciones no  definen un perfil de intensidad o quietismo productivo. 
El  período actual es muy singular, puesto que no repite la tónica depresiva  de 1914-1945, ni la pujanza de 1945-75. La economía mundial se ha  distanciado del comportamiento homogéneo que mantuvo en los períodos  precedentes. Coexisten situaciones variadas de estancamiento en Europa,  ascenso y recaída de Japón, vaivenes de Estados Unidos, despliegues  asiáticos y mutaciones en la semi-periferria y regresiones de la  periferia. 
Desequilibrios inéditos  
El nuevo contexto no  se clarifica dirimiendo la presencia o ausencia de una onda larga  Kondratieff. Algunos autores postulan la presencia de este ciclo,  resaltando la vigencia de tasas de crecimiento elevadas en numerosas  actividades y zonas geográficas. Otros objetan la existencia de este  curso, subrayando el reducido promedio global de ascenso del PBI
 [16] . 
La  discusión es más conceptual que empírica, ya que no existe un dato  universalmente indicativo de la tónica que asume un período. Un promedio  de crecimiento elevado no tiene la misma validez para fines del siglo  XIX, que para la mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en  curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento del 5%  anual del PBI que se considera elevado para Estados Unidos es muy bajo  para China. 
En realidad, la existencia de una nueva etapa del  capitalismo no requiere un correlato definido en la fase del ciclo  económico. La vigencia del periodo neoliberal es parcialmente  independiente de ese ritmo de la producción. La era de posguerra ha sido  totalmente sustituida, sin dar lugar a otra onda de pujanza económica  general. 
Lo importante es reconocer que el patrón de acumulación  precedente (de consumo masivo y uniformidad de producto) ha quedado  reemplazado por un nuevo esquema (de consumo más flexible y producción  más variada). Desde la irrupción del neoliberalismo en 1978-80, este  modelo se asienta en el incremento del desempleo, la feminización del  trabajo, la polarización de las calificaciones, la segmentación del  mercado laboral y el uso de las nuevas tecnologías. 
Algunos  enfoques reconocen la magnitud de transformaciones en curso en ciertos  campos, como la disminución del campesinado o la penetración del capital  en numerosos ámbitos de la vida social. Pero cuestionan la existencia  de rupturas significativas en el campo económico, tecnológico o cultural
 [17] . 
Pero  la universalización geográfica y sectorial del capitalismo que ha  llevado a cabo el neoliberalismo, no se restringe a una u otra esfera.  Ha impactado sobre el conjunto del sistema, produciendo un giro  comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados del siglo XX. 
Este  viraje se verifica también en los desequilibrios específicos que  actualmente presenta el sistema. Las crisis del neoliberalismo difieren  significativamente de las convulsiones que afloraron en los años 60 o  70. Son contradicciones resultantes de nuevos problemas y no arrastres  del pasado. Las tensiones que generaba el modelo keynesiano fueron  clausuradas por el ascenso neoliberal, que inauguró otro tipo de  desajustes. 
La hipertrofia financiera actual obedece a mecanismos  de titularización, derivados y apalancamientos, gestados al cabo de dos  décadas de internacionalización de las finanzas, desregulación bancaria  y gestión bursátil de las grandes firmas. La sobreproducción de  mercancías presenta un inédito alcance global, resultante de la  competencia por abaratar costos, localizando plantas en países con bajos  salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo. Las  desproporcionalidades mundiales -que han creado los desbalances  comerciales y el endeudamiento- se desenvuelven por carriles impensables  hace cuatro décadas. 
El neoliberalismo cambió el escenario  económico. Redujo los ingresos salariales, pero expandió el consumismo,  la riqueza patrimonial y el endeudamiento familiar. Recompuso la tasa de  ganancia acentuando la explotación y desvalorizando parcialmente los  capitales obsoletos. Pero afectó potencialmente el nivel de  rentabilidad, con aumentos de la productividad basados en tecnologías  capital-intensivas que expanden el desempleo . 
El nuevo modelo  genera el tipo de crisis que salieron a flote durante la burbuja  japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome de  Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el descalabro  de Argentina (2001). La eclosión financiera del 2008-09 constituye la  manifestación más aguda de estos estallidos y abrió una posibilidad de  ocaso del neoliberalismo, que hasta ahora no se ha verificado. 
El  desprestigio ideológico de este esquema no ha impedido su persistencia.  Pero el modelo restableció formas descontroladas de funcionamiento  capitalista erosionó los diques que morigeraban los desequilibrios del  sistema. El capitalismo se ha tornado más ingobernable y opera con  niveles de inestabilidad muy superiores al pasado. El imperialismo  neoliberal 
Se puede establecer cierto paralelo entre esta  expansión y la sucesión de conquistas de la periferia que acompañaron al  surgimiento del imperialismo clásico. Al principio del siglo XX y al  concluir esa centuria, el modo de producción vigente incorporó vastas  regiones no capitalistas, a su campo de acción. 
Pero la  ampliación de esa época absorbía zonas muy atrasadas y de gran  subdesarrollo. En cambio en las últimas décadas el ensanchamiento se  consumó en regiones que habían comenzado procesos de erradicación del  capitalismo. 
En múltiples terrenos hay más semejanzas con la  posguerra, que con la era precedente. A diferencia de lo ocurrido  durante el período clásico, el imperialismo contemporáneo refuerza la  asociación económica entre empresas de distinto origen nacional. La  mundialización neoliberal imprimió un nuevo impulso a este proceso. 
La  nueva etapa ha potenciado también la gestión internacionalizada de los  negocios que realizan las grandes compañías, fragmentando los procesos  de fabricación y lucrando con las diferencias nacionales de  productividades y salarios. 
Este curso multiplicó la movilidad de  los capitales y las mercancías, restringiendo al mismo tiempo el  tránsito de las personas. Los capitalistas favorecen el traslado de  trabajadores para potenciar la competencia laboral, pero bloquean las  corrientes emigratorias que desestabilizan su control de la vida  política y social. 
Las distintas tendencias en juego tienden a  reforzar la asociación internacional de capitales. Esta evolución  consolida el principal rasgo económico que diferenció al imperialismo de  posguerra de su precedente clásico. La mayor integración diluye las  posibilidades de choque entre bloques proteccionistas y acentúa el  distanciamiento del periodo actual con la época de Lenin. Algunos  autores han introducido el término de “imperialismo neoliberal” para  describir el nuevo contexto. Esta noción podría ser utilizada para  ilustrar qué tipo de articulación dominante genera a escala mundial, una  nueva etapa del capitalismo
 [18] . 
También el rasgo  geopolítico que más distinguió al imperialismo de posguerra de su  antecesor clásico se ha reforzado en las últimas dos décadas. La  ausencia de conflictos bélicos directos entre las principales potencias  ha persistido sin modificaciones bajo el neoliberalismo. El  acompañamiento de Europa y Japón a las principales agresiones del  Pentágono se ha mantenido como un dato clave del escenario  internacional. 
En las últimas tres décadas no se ha vislumbrado  ningún retorno a las tensiones bélicas de principios del siglo XX. Los  presagios de esta regresión que se formularon con el resurgimiento de  Japón, el fin de la guerra fría o la unificación de Alemania fueron  desmentidos por el curso de los acontecimientos. No existe ningún atisbo  de reaparición de los bloques militares antagónicos dentro de la  tríada. 
Las disputas por los mercados y los abastecimientos de la  periferia persisten. Pero ninguna potencia está dispuesta a poner en  riesgo la continuidad del capitalismo, con agresiones que fracturen el  bloque de las economías desarrolladas. 
Los conflictos posibles se  delinean contra las nuevas sub-potencias, que comienzan a emerger entre  varios países con grandes recursos militares, demográficos y naturales o  con cierta experiencia de dominación militar a escala regional (China,  Rusia, India, Brasil, Sudáfrica). Estas naciones cuentan con prósperas  clases capitalistas locales, que buscan ampliar su lugar en el escenario  mundial y ya no aceptan el trato periférico del pasado. 
El nuevo  polo de acumulación asiática y la ausencia de subordinación militar a  Estados Unidos por parte de Rusia y China (en contraposición a las  restantes clases dominantes del planeta), constituyen dos novedades  importantes, en comparación al imperialismo de posguerra. Pero todavía  es prematuro evaluar cuál será el efecto de estas modificaciones, en el  marco de las tensiones económico-sociales que generan la desigualdad, la  exclusión y la marginalidad del capitalismo neoliberal. 
Estas  tensiones se manifiestan en todos los campos, pero son particularmente  visibles en el plano financiero . En los ciclos de prosperidad, el  crédito se expande aceleradamente a escala global, a través de los  mecanismos creados por la liberalización bancaria. Pero en los períodos  críticos, cualquier caída de Wall Street se transmite velozmente a todas  las colocaciones especulativas del planeta. La mundialización  financiera reduce drásticamente la capacidad que detentaban los estados,  para afrontar de manera autónoma esos vendavales. Los dispositivos de  contención que se utilizaban con instrumentos cambiarios o monetarios o  bancarios han quedado seriamente afectados. 
La misma interacción  se verifica en el plano comercial. El grado de apertura de todas las  economías se amplió significativamente, a través de un ritmo ascendente  de las transacciones, que supera el nivel de actividad productiva. Con  argumentos de especialización complementaria se generalizaron convenios  de libre comercio, que en las fases de prosperidad benefician a las  grandes empresas y en los periodos recesivos acrecientan las  dificultades de colocación de las mercancías excedentes .  
Por  otra parte, el avance de la internacionalización productiva reestructura  la división del trabajo y acrecienta la presencia de las empresas  transnacionales en el comercio mundial. Pero esta ampliación potencia  también la velocidad de transmisión de los desequilibrios mundiales,  especialmente en los cuellos de botella de la inversión y en los  trastornos para asegurar la provisión de insumos estratégicos. El  imperialismo del siglo XXI está afectado por todos los desequilibrios de  la etapa neoliberal. 
Este período consolida la modificación  radical del escenario clásico que se produjo en la posguerra, con la  desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias. El análisis  del imperialismo contemporáneo requiere superar la simple repetición de  la teoría tradicional y la asignación de vigencia infinita a una etapa  específica de principio del siglo XX. Una interpretación actual debe  registrar el impacto de la mundialización neoliberal, que ha expandido  el radio de acción imperial a todo el planeta, reforzando el rol militar  dominante de Estados Unidos. La comprensión de este liderazgo requiere  un análisis más detallado.  
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-Wood Ellen Meiskins. Empire of Capital, Verso 2003 (Cap 6)  
RESUMEN  
Al  concluir la segunda guerra mundial el escenario del imperialismo  clásico quedó transformado por la nueva etapa de prosperidad y  desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias. Estados  Unidos logró una supremacía militar inédita y subordinó a sus rivales,  en lugar de demolerlos. La confrontación con la URSS no se equiparó con  los viejos choques inter-imperiales, dado el carácter no capitalista del  sistema vigente en ese país. 
El contexto económico quedó  igualmente transformado por la nueva asociación internacional de  capitales, la irrupción de compañías multinacionales, la disminución del  proteccionismo, la recuperación del protagonismo industrial y la  reorientación de la inversión externa hacia las económicas  desarrolladas. 
La actualización de la teoría del imperialismo  estuvo bloqueada por una actitud ritualista hacia el enfoque clásico,  que asignaba vigencia perdurable a un periodo específico del siglo XX.  Esta postura impedía comprender el nuevo marco de solidaridad miliar  occidental y asociación multinacional. 
Tres interpretaciones de  los años 70 reabrieron la investigación, al resaltar el papel  superimperial de Estados Unidos, el entrelazamiento ultra-imperial de  las firmas y el carácter acotado de la concurrencia inter-imperialista.  Plantearon acertadamente nuevos problemas, que no lograron resolver. 
La  mundialización neoliberal ha introducido una nueva etapa, que  universaliza el capitalismo. Hay transformaciones cualitativas en todas  las áreas. La inestabilidad del modelo y la indefinición de la tónica de  crecimiento, no desmienten el cierre del esquema de posguerra. Las  características del nuevo período no se clarifican dirimiendo la  presencia o ausencia de una onda larga. Se ha consumado un giro  comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados de la centuria  pasada, que genera novedosos desequilibrios financieros, productivos y  comerciales. 
En esta etapa se expande el radio de acción imperial  a todo el planeta, con mayores entrelazamientos económicos globales que  afectan a los pueblos y regiones desfavorecidas. El imperialismo  neoliberal acentúa las diferencias con la era clásica y profundiza las  tendencias de posguerra.  
[1] Este artículo forma parte de un libro de próxima aparición sobre las teorías actuales del imperialismo. 
[2] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es 
www.lahaine.org/katz   [3]  Hemos desarrollado este tema en: Katz Claudio, El porvenir del  socialismo. Primera edición: Editorial. Herramienta e Imago Mundi,  Buenos Aires, 2004 (cap 2 ) 
[4] Ver por ejemplo: Afanásiev  L y otros autores, Manual de economía política del capitalismo,  Editorial Granica, Buenos Aires, 1974. También: Testa Víctor, El Capital  Imperialista, Editorial Fichas, Buenos Aires 1975  
 [5] Brown  Barrat Michael. “Una crítica de las teorías marxistas del  imperialismo”, O wen Robert, “Introducción”, Sutcliffe Bob,  “Conclusión”, en Owen Robert, Sutcliffe Bob. Estudios sobre la teoría  del imperialismo, Era, México, 1978. 
 [6] Sweezy Paul,  Magdoff Harry, ¨The crisis of American Capitalism¨.The deepening crisis  of U.S. Capitalism, Monthly Review Press, 1981. Jalee Pierre El Tercer  Mundo en la Economía Mundial, Siglo XXI,1976, Buenos Aires  
 [7] Hymer  Stephen. Empresas multinacionales e internacionalización del capital.  Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1972. Nicolaus Martín. “La  contradicción universal”. El imperialismo hoy, Ediciones Periferia,  Buenos Aires, 1971. Murray, Robin, “The Internationalization of Capital  and the Nation State”, New Left Review 69, 1971. 
 [8]  Poulantzas Nicos. “Internacionalización” Las clases sociales en el  capitalismo actual, Siglo XXI, Madrid 1981.  Palloix Christian, La  firmas multinacionales y el proceso de internacionalización, México,  Siglo XXI.  Ver también: Leucate Christian. Internacionalización del  capital e imperialismo, Fontamara, Barcelona 1978. 
[9] Mandel,  Ernest. El capitalismo tardío, ERA, México, 1978, (cap 10). Mandel  Ernest, “Las leyes del desarrollo desigual”, Ensayos sobre el  neocapitalismo, Era, México, 1969. 
[10] Rowthorn Bob, “El  imperialismo en la década de 1970”, en Capital monopolista y capital  monopolista europeo, Granica, Buenos Aires, 1971.  
 [11] Este  balance planteamos en: Katz Claudio. “El imperialismo del siglo XXI”,  ESECONOMIA, Instituto Politécnico Nacional, número 7, año 2, verano  2004, México  
 [12] Ver este debate en: Husson Michel. “Le fantasme du marché mondial”. Contretemps, n 2, septembre 2001.  
 [13] Ver: Ramírez Roberto, “El imperialismo en el nuevo siglo”, Socialismo o Barbarie Nº 13, noviembre 2002.    
 [14] Hemos  desarrollados estas caracterizaciones en: Katz Claudio, “ Las tres  dimensiones de la crisis ” , Número 37/38 de la revista Ciclos en la  historia, la economía y la sociedad, Año XX, Vol. XIX, 2010. Katz  Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”, Ensayos de  Economía, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, vol 13, n 22,  septiembre 2003, Medellín. Katz Claudio, “Mito y realidad de la  revolución informática”, Eseconomía. Instituto Politécnico Nacional,  número 6, año 2, invierno 2003-04, México. Katz Claudio, “Crisis global:  las tendencias de la etapa”, Aquelarre, Revista de Centro de la  Universidad de Tolima, Colombia, vol 9, n 18, 2010.  
 [15] Por  ejemplo: O´Hara Phillip, “A new financial social structure of  accumulation in the US for long wave upswing?”, Review of radical  political economy, vol 34, n 3, summer 2002. O´Hara Phillip, “A new  transnational corporate social structure of accumulation for long wave  upswing in the world economy?”, Review of Radical Political Economics,  vol 36, n 3, summer 2004. Kotz David, “Neoliberalism and the Social  Structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol  35, n 3, summer 2003.  
 [16] En el primer caso: Martins  Carlos Eduardo, “Los impasses de la hegemonía de Estados Unidos”, Crisis  de hegemonía de Estados Unidos, CLACSO Siglo XXI 2007. En el segundo  Wallerstein Immanuel, Capitalismo histórico y movimientos  anti-sistémicos: un análisis de sistemas -mundo, 2004, Akal, Madrid,  (cap 28).  
 [17] Por ejemplo: Wood Ellen Meiksins,  "Modernity, posmodernity or capitalism?, Monthly Review, vol 48, n 3,  July-August 1996.-Wood, Ellen Meiksins. "What is postmodern agenda?"  Monthly Review, vol 47, n 3, july-august 1995, New York.  
 [18] Dumenil Gerard, Ley Dominique. El imperialismo en la era neoliberal, Revista de Economía crítica n 3, 2005.