domingo, 29 de mayo de 2011

Necesidad del marxismo (II, final)

Bohemia (revista cubana)
HONDA MARTIANA

Necesidad del marxismo (II, final)
Por: ARMANDO HART  DÁVALOS (redaccion@bohemia.co.cu)
(24 de mayo de 2011)
En los últimos años de su vida, Engels insistió en que el marxismo nunca había planteado que el factor económico era el único determinante.  Incluso, señaló autocríticamente  que Marx y él no habían insistido bastante en el peso de los factores de la llamada superestructura, y que la esencia de sus descubrimientos estaba en haber señalado una relación de causa y efecto entre lo uno y lo otro, en que lo económico acababa imponiéndose en última instancia, pero que también desempeñan su influencia, de manera decisiva, los otros factores.  Destaca diversos ejemplos históricos donde los factores superestructurales condicionan importantes aconteci­mientos en la historia.
Lo que nunca se entendió o no se le extrajeron todas sus consecuencias, es que estos sabios establecieron una relación de causa y efecto entre la economía y los factores de la llamada superestructura ideológica, institucional, política, cultural, etc.
No hay causa sin efecto, como no hay efecto sin causa. La causa final, en última instancia, son las necesidades económicas, pero desarrollan una relación dialéctica con los fenómenos de la superestructura. Sin uno no hay lo otro.  Si no se perfecciona uno, no se perfecciona lo otro.  Hay que andar con los dos pies.
Marx luchó con tanto empeño por esclarecer la importancia decisiva que desempeñaba lo económico que no tuvo siempre el tiempo necesario para destacar el papel de los otros factores.  Repito, esto lo dijo, con ejemplar modestia y profundidad en los últimos años de su vida, y en forma autocrítica, Federico Engels.
A pesar de estas advertencias de Engels, no se comprendió en nuestro siglo, y especialmente en las últimas décadas, ni tampoco se conceptualizó con el rigor necesario, el papel de la cultura y de la vida espiritual en el curso de la historia y en el propio crecimiento económico. Permaneció también oculto en la maleza ideológica la sencilla verdad expuesta en los siglos primeros de nuestra era por el cristianismo de que no sólo de pan vive el hombre. Esa es otra verdad del sentido común.
Sin crear cultura y vida espiritual no existen humanidad, historia ni nada parecido, la cultura es lo que distingue al hombre en el reino animal. Todo lo que nos acerque a la cultura nos eleva en nuestra condición humana. Todo  lo que nos distancie de la cultura nos ata al reino animal.
Martí decía que todo hombre lleva una fiera dentro, pero que era un individuo excelente capaz de ponerle riendas a la fiera. La cultura es, precisamente, lo esencial de esas riendas.
La historia de la cultura comienza con la idea del trabajo. Ahí está el primer eslabón de la larga cadena varias veces milenaria de la cultura humana. Cuando pensamos en el trabajo animal, lo caracterizamos de una manera bien diferente al trabajo humano. La distinción se halla en la capacidad humana de crear algo distinto, algo nuevo, algo que no existía antes.
El trabajo es el primer eslabón de la historia cultural. El hombre trabaja conscientemente y con la aspiración e interés de transformar la naturaleza y obtener un beneficio. Lo hace, en primer lugar, para satisfacer sus más inmediatas necesidades, la primera de ellas: subsistir, pero en la medida en que satisface esas necesidades más perentorias, van creándose nuevas necesidades y aspiraciones y va desarrollándose la vida espiritual.
La satisfacción de las necesidades materiales van condicionando nuevas necesidades espirituales.  El hombre tiene que satisfacer primero las económicas y a partir de cubrirlas, crea vida espiritual. Esta última es la fuente generadora de la cultura. Pero el hombre tiene también instintos egoístas, egocéntricos, que le vienen de la fiera que tenemos dentro y, por tanto, trata de aprovecharse de la cultura para satisfacer sus apetitos personales y, muchas veces, lo hace con artimañas y en perjuicio de los demás.
Para analizar esta combinación entre lo material y lo espiritual, veamos lo que dice Engels en La familia, la propiedad privada y el Estado:
“La civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia.  Pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y pasiones más viles de los hombres y a costa de sus mejores disposiciones. La codicia vulgar ha sido la fuerza motriz de la civilización desde sus primeros días hasta hoy; su único objetivo determinante es la riqueza, otra vez la riqueza y siempre la riqueza, pero no la de la sociedad, sino la de tal o cual miserable individuo. Si a pesar de eso han correspondido a la civilización el desarrollo creciente de la ciencia y reiterados períodos del más opulento esplendor del arte, sólo ha acontecido así porque sin ello hubieran sido  imposibles, en toda su plenitud, las actuales realizaciones en laacumulación de riquezas”. 
El materialismo histórico, es decir, el de Marx y Engels, pone como presupuesto de su visión del mundo que es necesario tanto lo que llamamos espiritual como lo que caracterizamos como material. Si se aprecian separados estos dos planos de la vida humana y no se articulan, estaremos siempre incompletos y con grandes problemas.
El divorcio entre las necesidades materiales y las de carácter espiritual ha sido siempre el objetivo de los grupos poderosos que fundamentan su poder en el egoísmo.  Para esto crearon la confusión filosófica que Marx y Engels despejaron cuando destacaron el papel, en última instancia decisivo, que tenía la economía.
Esta confusión tuvo la siguiente repercusión en el terreno filosófico. Antes de Marx y Engels la filosofía se encargaba exclusivamente de interpretar el mundo, o de tratar de interpretarlo. Ellos plantearon que lo que se requería de la filosofía era una concepción capaz de guiar la  transformación del mundo.
Usted puede tener una interpretación o una descripción de este edificio, pero si usted se propone cambiarlo, transformarlo, reconstruirlo, etc., ya entonces no se hará en forma simplemente descriptiva, hay que hacer un diseño, elaborar ideas, tener un conocimiento de la forma en que está hecho este edificio, etc...  Hay que crear algo nuevo a partir de la información que el hombre dispone en su mente, su imaginación, su talento, su cultura y que materializa por su trabajo.
Los filósofos antes trataban de describir los edificios del mundo y de la vida social.  Lo nuevo que introduce Marx es el principio de que hay que elaborar una filosofía para transformar, para crear algo nuevo. Por esta razón, en nuestro siglo, algunos revolucionarios caracterizaron el marxismo como filosofía de la práctica.
En nuestro país, donde hoy tanto se habla de la necesidad de ser prácticos y concretos, la única filosofía que puede responder a este objetivo e  interesar al pueblo es, precisamente, la filosofía de la práctica, es decir, el marxismo,

Necesidad del marxismo (I)

Bohemia (revista cubana)
HONDA MARTIANA 10-2011
Necesidad del marxismo (I)
Por: ARMANDO HART  DÁVALOS (redaccion@bohemia.co.cu)
(11 de mayo de 2011)
Cuba está viviendo un momento muy singular de su excepcional historia en que debemos pensar cómo hacer revolución de una manera distinta a la que tradicionalmente hemos hecho.  Lo primero que hay que cambiar en un mundo que llaman postmoderno es la forma de hacer revolución. Si no lo asumimos así  retrocederemos y esto último no sucederá.
Recuerdo la noche memorable del 28 de septiembre de 1960, cuando en el antiguo Palacio Presidencial, ante la multitud allí congregada se escuchó el estallido de las bombas puestas por los enemigos, y Fidel convocó a todos los vecinos y trabajadores a organizarse por cuadras y manzanas para defender la Patria con la vigilancia revolucionaria.
Entonces nuestra heroicidad y decisión se referían a cuestiones muy concretas como la lucha a muerte contra el enemigo y sus agentes y aliados dentro de nuestro territorio.
Hemos recorrido un largo camino  y combatido en medio de gigantescas dificultades y en un período de más de tres décadas en que se produjo el descenso del movimiento revolucionario mundial, que acabó en la caída del muro de Berlín y la extinción de la Unión Soviética. No hemos estado exentos de errores propios de toda obra humana, sin embargo, aquí están los CDR con la guardia en alto. Esto es ya un símbolo de nuestra principal victoria.
Hoy los problemas son, en sus más puras esencias, los mismos que hace 35 años, pero sus formas de expresarse y las maneras de enfrentarlos resultan infinitamente más complejas que en los tiempos de fundación.  En este plazo hemos adquirido una amplia instrucción y una vasta experiencia para resolverlos.
Alguien me dijo una vez en una reunión de ministros de Cultura de Latinoamérica que los cubanos éramos náufragos del sistema socialista disuelto.  Le respondí: los sobrevivientes nadamos hacia tierra firme y somos los que más tenemos que contar de ese desastre.
Durante años nos acostumbramos a aceptar como algo natural que el materialismo histórico y dialéctico, es decir, una concepción filosófica tan compleja de entender en sus esencias, constituía la base de toda nuestra política, de nuestra acción, y llegamos a comprender, como en efecto era cierto, que sin esta filosofía era imposible hacer revolución en nuestros tiempos.  Ahora hay quien puede asombrarse del hecho real de que sea esta una necesidad de nuestra práctica inmediata.
Cuando  el pensamiento filosófico, social y económico de Carlos Marx y Federico Engels sufrió un duro golpe a escala internacional, nosotros los cubanos lo seguimos considerando un arma fundamental en la lucha para defender la Revolución, salvar las conquistas socialistas y continuar marchando hacia adelante.
Pero ahora la cuestión de la validez de esa filosofía hay que explicarla a la luz no sólo de la academia, sino también de las necesidades más concretas e inmediatas que tiene el pueblo. La academia es imprescindible, pero las ideas del pueblo deben de ser la fuente principal de una academia rigurosa.
Todos hemos dicho que no se trata de un dogma. Ahí está el grave error del socialismo real, lo consideró un dogma y acabó perdiendo toda realidad. Para que la idea socialista de Marx y Engels  pueda ser útil es necesario relacionarla con nuestra tradición histórica y patriótica cubana y, en especial, con el pensamiento de José Martí, como lo estamos haciendo.  Para esto hay que desmitificar la interpretación materialista de la historia de todas las erróneas interpretaciones que sufrió durante décadas.
Lo primero es recordar que el pueblo de Cuba no se hizo  socialista porque existiera la Unión Soviética —aunque ella luego nos ayudó decisivamente—, sino en virtud de una historia nacional que desde Varela hasta Fidel, pasando por Martí, poseía un amor infinito a la independencia, a la libertad y a la dignidad plena del hombre, sin lo cual no hubiéramos podido comprender el socialismo.
Para reconstruir el ideal socialista sobre el fundamento de Marx y Lenin hay que dialogar con el pueblo, y a partir de los juicios populares, de sus aspiraciones e intereses; ir elaborando, por especialistas surgidos de su propio seno, una visión humanista y universal del mundo y de su historia.
Quiero introducirme en el tema con una carta de Martí a Fermín Valdés Domínguez, que fue su amigo de la infancia.  El escribió desde Cuba, donde estaba en contacto con los incipientes gérmenes del movimiento obrero y donde tenía ya una idea socialista, y Martí le contestaba de  la forma siguiente:}
“Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas, y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquel, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo.  Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquellas verruga que le ponga la pasión humana.  Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: —el de las lecturas extrajerizas, confusas e incompletas—, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados.  Unos van, de pedigüeños de la reina. Otros pasan de energúmenos a chambelanes.  Pero en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa.  Muy bueno, pues, lo del 1º de Mayo.  Ya aguardo tu relato, ansioso”. 
Propongo introducirnos en el tema a partir de los fundamentos de la concepción de Marx acerca de la verdad sencilla, concreta, inobjetable que estos sabios elevaron a categoría filosófica, es decir, que el hombre necesita primero comer, vestir, tener un techo, y después hacer filosofía.

Nunca antes de Marx este hecho cardinal fue considerado como punto clave del pensamiento filosófico.  A lo largo de los siglos, los poderosos y los intereses que fueron creando armaron una enorme confusión intelectual sobre los temas filosóficos y de la cultura.  Se situó de forma distanciada lo espiritual y lo material, pasando por alto su relación dialéctica.
Lo hicieron para impedir que los pobres y explotados tuvieran acceso a las verdades más profundas que eran necesarias para luchar por la libertad y la independencia.  Lograban así que los explotados se vieran privados del vuelo revolucionario que podían tener la filosofía y la cultura.    Despojaban a los pueblos de las verdades más sencillas en que debe fundamentarse la filosofía para que los pobres y explotados anduvieran a oscuras y no pudieran encontrar el camino que conducía a liquidar la esclavitud.
La filosofía, desprovista de la verdad esencial de que los hombres necesitan primer comer, tener un techo y vestir, y luego crear cultura, no podía ser empleada a plenitud en favor de la liberación humana.  Los reaccionarios crearon un misterio y un prejuicio contra la filosofía y la cultura, y las situaron en un lugar que consideraron “sagrado”, inaccesible para la inmensa mayoría de la gente.
Asimismo, resultaba necesario para una elaboración filosófica superior determinado lenguaje especializado.  Se escondían, y todavía hoy se esconden en la madeja de ese lenguaje, los hechos más sencillos que son los que deben servir de fundamento a la elaboración cultural e intelectual.
Hoy que la interpretación marxista de la sociedad ha recibido un duro  golpe, hay que empezar por estas verdades simples para rescatar el pensamiento revolucionario del marasmo en que ha caído.  Solo de esta forma tendremos posibilidades de un esclarecimiento ideológico y de un fortalecimiento moral en la sociedad.
Vayamos pues a esas verdades que son comprendidas por el sentido común, o el buen sentido.  La primera y fundamental para abrirle camino a una visión filosófica de la realidad es, precisamente eso que hemos mencionado: el hombre necesita comer, vestir, tener un techo, es decir, resolver las necesidades materiales de su vida, para luego crear filosofía, cultura y vida espiritual.
No hace falta ir a la universidad para reconocer este hecho. Cualquier persona que razone lo sabe muy bien, porque es lo que objetivamente tiene que tener en cuenta todos los días de su vida.  Pues bien, en la historia de la cultura esta verdad nunca fue reconocida con categoría filosófica y con todas sus consecuencias antes de Marx y Engels. 
Como afirmó Engels ante la tumba de su genial amigo, esa verdad permaneció oculta en la maleza ideológica de siglos. El mérito de ambos fue, precisamente, darle rango filosófico a este hecho y haber extraído consecuencias prácticas del mismo.  Esto sólo lo pueden negar los que quieren enredar las cosas en provecho de sus intereses o los que se dejan confundir con la telaraña creada durante milenios alrededor de la filosofía y la cultura.
Observen ustedes algo que parece increíble. Esta simple y contundente verdad que nos confirma el sentido común  no alcanzó valor filosófico hasta el siglo XIX.  A partir de este esclarecimiento de Marx, se tejió el portentoso edificio de la filosofía materialista dialéctica.  La obra fue colosal y cualquiera sean los errores que más tarde se cometieron, bastaría con este hallazgo para que todos los hombres se sintieran agradecidos de Carlos Marx y Federico Engels.
Nunca la filosofía estuvo en posibilidades de representar de manera profunda los intereses concretos de la gente.  Ahora bien, el hombre, si bien necesita abordar, en primer lugar, los problemas de su vida material para después desarrollar cultura y vida espiritual, no es hombre sin estas últimas; o sea, que la cultura y la vida espiritual tienen influencias decisivas en el curso de la historia.

viernes, 27 de mayo de 2011

El imperialismo contemporáneo


27-05-2011

El imperialismo contemporáneo



Al concluir la segunda guerra mundial el escenario del imperialismo quedó totalmente transformado. El sostenido crecimiento y la mejora del nivel de vida inauguraron un período de significativa prosperidad en los países centrales. La reducción del desempleo creó situaciones próximas al pleno empleo, que facilitaron el aumento del consumo y la generalización de un sistema protección social.
Los principales teóricos marxistas bautizaron la nueva etapa de posguerra con distintas denominaciones (“capitalismo tardío”, “capitalismo de estado”, “capitalismo monopolista de estado”). Muchos estudios destacaron la sustitución de las formas de acumulación extensiva por mecanismos intensivos y el reemplazo del trabajo taylorista por esquemas fordistas. Otras investigaciones señalaron el nuevo gigantismo de las empresas y la inédita intervención estatal en la economía. Estos cambios modificaron el perfil del imperialismo, recreando un marco de estabilidad, en torno a nuevos equilibrios geopolíticos.
El contexto político-militar
La principal singularidad de período fue la ausencia de guerras inter-imperiales. A diferencia de la etapa clásica, los conflictos armados no desembocaron en conflagraciones generalizadas. Persistieron los enfrentamientos, pero ya no hubo confrontaciones directas por el reparto del mundo. Las rivalidades sólo generaron escaramuzas geopolíticas, que no se proyectaron a la esfera miliar.
La vieja identificación del imperialismo con el choque entre potencias capitalistas quedó desactualizada y este cambio transformó el paisaje europeo. En lugar de rivalizar por las posesiones coloniales, las competidores del Viejo Continente iniciaron un proceso de unificación regional.
El predominio estadounidense determinó el viraje de la etapa. Ningún conflicto anterior se había zanjado con semejante preeminencia. La abrumadora superioridad norteamericana quedó consagrada con la formación de una alianza atlántica (OTAN), bajo el mando del Pentágono. Estados Unidos ejerció una dominación explícita y reafirmó su autoridad con la disuasión nuclear. Impuso la localización de las Naciones Unidas en Nueva York y estableció en el Consejo de Seguridad un sistema de consultas para supervisar todos los acontecimientos mundiales.
Este reinado se asentaba también en la aplastante superioridad económica. Estados Unidos manejaba el 50% de la producción industrial, acumulaba monumentales acreencias y adaptaba el sistema monetario mundial a sus necesidades, mediante la hegemonía del dólar (acuerdos de Bretton Woods).
Pero lo más novedoso fue la estrategia que eligieron las elites norteamericanas para consolidar su supremacía. En lugar de demoler a los rivales derrotados, auspiciaron la reconstrucción económica y el sometimiento político-militar de sus adversarios. El auxilio multimillonario concedido a Europa y Japón fue la contracara de la actitud asumida por Gran Bretaña y Francia (frente a Alemania) al concluir la primera guerra mundial. En lugar del tratado de Versalles se introdujo un Plan Marshall.
Mediante esta combinación de reconstrucción económica, subordinación política y protección militar, Estados Unidos consolidó el sistema de alianzas subalternas, que posteriormente utilizó para contrarrestar el resurgimiento de sus rivales. Cuando en los años 60 Alemania y Japón recuperaron competitividad, el gendarme norteamericano hizo valer su primacía. Recurrió a drásticas medidas comerciales, tecnológicas y monetarias, para preservar sus ventajas y reformuló los términos de la convivencia con sus subordinados. Pero estas tensiones no recrearon en ningún momento, el viejo escenario de rivalidades destructivas.
Alemania y Japón aprovecharon la exención de gastos armamentistas para recuperar terreno en la producción y el comercio, pero no proyectaron estos avances al terreno militar. Tampoco contemplaron la preparación de una revancha. Aceptaron el rol protector ofrecido por Estados Unidos, avalando el “imperialismo por invitación” que les ofreció la primera potencia. Todos los conflictos que suscitó la unipolaridad estadounidense se procesaron sin alterar este dato geopolítico.
Ha sido muy frecuente relativizar la novedad de este cuadro, afirmando que el antagonismo entre superpotencias persistió durante posguerra, a través de un conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Se considera que esa confrontación fue análoga a todas las batallas precedentes por la hegemonía imperial.
Pero estas pugnas entre Occidente y el denominado “bloque socialista” incluyeron una diferencia esencial con todos los choques inter-imperiales precedentes: el carácter no capitalista del sistema vigente en la ex URSS. Existen numerosas caracterizaciones sobre este régimen social, pero nadie ha podido demostrar que estuvo gobernado por una clase dominante, propietaria de los medios de producción y guiada por la meta de acumular capital.
La burocracia que manejaba ese sistema, buscaba ampliar su influencia global y mantuvo fuertes disputas con Estados Unidos por el control de territorios estratégicos. En esas tensiones sostuvo parcialmente a los movimientos de liberación nacional, que resistían el poder estadounidense. Pero en la mayoría de los casos estas acciones eran repuestas defensivas, tendientes a preservar una coexistencia pacífica con el coloso norteamericano [3] .
El carácter no capitalista de la URSS invalida su presentación como otro actor imperial de batallas por el reparto del mundo. La capa dirigente de ese país tenía ambiciones expansionistas y reforzaba su presencia global, chocando con Estados Unidos en el manejo de las áreas de influencia. También intercalaba esas pugnas con la revisión periódica de los acuerdos de equilibrio territorial establecidos al concluir la guerra (tratado de Yalta). Pero esas pretensiones de mayor poder regional no convertían al régimen de la Unión Soviética en una variante “social-imperialista” de la expansión colonial. El uso contemporáneo del término imperialismo sólo tiene sentido para aquellas potencias que actúan bajo el mandato del capital. No se aplica a situaciones ajenas a ese principio.
Transformaciones económicas
Los cambios económicos de posguerra tuvieron el mismo alcance que las modificaciones geopolíticas, a partir del significativo avance registrado en la asociación internacional de los capitales. Se consumó un entrelazamiento financiero, comercial e industrial sin precedentes. Esta amalgama alteró radicalmente la concurrencia inter-imperial que prevaleció durante la época de Lenin. El creciente gigantismo de las empresas que subrayaba el líder bolchevique volvió a cobrar importancia con la expansión de los oligopolios, en desmedro de las pequeñas compañías. La necesidad de ampliar mercados, reducir costos y aumentar la productividad acentuó la preeminencia de las corporaciones frente a las empresas de pequeño porte.
Pero a diferencia del período precedente, las alianzas entre grandes firmas no quedaron restringidas a compañías del mismo origen nacional. Irrumpió un nuevo tipo de empresa multinacional, que asoció a los capitalistas norteamericanos, japoneses y europeos, alterado la vieja divisoria entre bloques de competidores nacionales.
En este marco, el proteccionismo perdió peso frente a las presiones librecambistas desplegadas por las empresas mundializadas. Estas compañías requirieron mayor movilidad del capital y creciente flexibilidad comercial, para actuar en todos los rincones del planeta. El cerrojo arancelario era congruente con los bloques belicistas del imperialismo clásico, pero obstruía los negocios internacionalizados de posguerra.
Este viraje de las tarifas hacia la liberalización repitió un giro ya consumado en otras oportunidades. El capitalismo nunca se atuvo a una modalidad comercial invariable. El pasaje del libre-cambio a la protección -que los teóricos clásicos observaban como un giro definitivo del sistema- constituyó en realidad, sólo un eslabón de incontables virajes.
Tampoco la primacía financiera mantuvo la irreversible hegemonía que imaginaban los analistas de la etapa precedente. Al compás del fuerte crecimiento de posguerra, los industriales recuperaron terreno y retomaron su protagonismo en la generación de plusvalía. Este resurgimiento fue en gran medida determinado por la internacionalización de las firmas norteamericanas, que implantaron filiales en Europa y Oriente
Durante este período la exportación de capital recobró un papel significativo, pero tuvo un alcance más limitado en las inversiones metropolitanas en la periferia. Las principales corrientes de colocación de fondos foráneos se consumaron entre las propias economías desarrolladas. Los capitales norteamericanos afluyeron con mayor intensidad al viejo continente que a los países dependientes y la misma dirección tuvieron las inversiones externas posteriores de Europa y Japón. Esta tendencia apuntó a reforzar una gestión internacionalizada de los negocios, en torno a las empresas multinacionales.
Pero este proceso incluyó también un aumento de las ventas mundiales y una creciente confiscación de los recursos de la periferia. El comercio entre las economías desarrolladas se intensificó, junto a la depredación de las riquezas del Tercer Mundo.
Los tres mecanismos de apropiación externa del imperialismo volvieron a coexistir, sin nítidas primacías de uno sobre otro. La remisión de utilidades por inversiones externas operó junto al comercio inequitativo y el sometimiento de las economías subdesarrolladas. La magnitud de todos estos cambios tornó impostergable la revisión de la teoría del imperialismo.
Primeras actualizaciones 
El texto de Lenin mantuvo su influencia durante la posguerra, a través de numerosas reediciones y traducciones. Este apetito de lectura sintonizaba con la expectativa de extensión del socialismo por todo el mundo . El reconocimiento logrado por el libro convalidaba sus aciertos políticos en el debate sobre la guerra y premiaba la crítica a las ingenuidades pacifistas.
La tesis leninista brindaba, además, argumentos contra las nuevas teorías socialdemócratas, que identificaban la alianza transatlántica y la descolonización con “el fin del imperialismo”. Estas concepciones omitían la persistencia de la violencia imperial, especialmente en el Tercer Mundo.
Pero las lecturas más atentas del texto comenzaron a percibir su falta de actualidad. El ensayo de Lenin describía un contexto ya inexistente de guerra inter-imperialistas. También la primacía de las rivalidades económicas había quedado neutralizada por la interpenetración mundial de los grandes capitales. La preeminencia norteamericana contradecía, además, el escenario clásico.
Estos contrastes no disminuyeron el lugar dominante del texto bolchevique, en todos los estudios sobre el imperialismo. El grueso de la producción teórica marxista intentaba actualizar con las nuevas cifras, las tendencias expuestas por Lenin. Se buscaba especialmente corroborar la continuidad del monopolio y del proteccionismo y demostrar la centralidad de las exportaciones de capital y la persistente hegemonía financiera.
Estos trabajos estaban afectados por una actitud ritualista, que eludía el análisis de las tendencias contrapuestas a la caracterización clásica. Los manuales de economía política editados en la URSS y otras elaboraciones dogmáticas expresaban esa postura acrítica [4] .
Estos enfoques transformaban el escenario inter-imperial de principio del siglo XX en un dato inmutable de la historia. Le asignaban vigencia perdurable al diagnóstico de una coyuntura. Al congelar la etapa estudiada por Lenin como el único período valedero s acralizaban el texto, olvidando la función política que tuvo cuando fue elaborado. Esta actitud cerraba todos los caminos para una actualización fructífera de la teoría del imperialismo.
Otras visiones intentaron -con muchas vacilaciones- la revisión del problema. Buscaban demostrar, por un lado, la vigencia de los rasgos clásicos, pero reconocían por otra parte las insuficiencias de la concepción tradicional. Mientras subrayaban la continuidad del monopolio y la supremacía del capital financiero, señalaban la ausencia de conflictos bélicos inter-imperialistas y la gravitación de Estados Unidos. Cuestionaban las lecturas talmúdicas de Lenin, pero preservando su visión del tema .  
La reconsideración del problema exigía ir más allá del simple cómputo de los elementos vigentes y obsoletos de la teoría clásica. Había que jerarquizar el significado de las tendencias persistentes y de los procesos ya agotados. Los enfoques acríticos diluían dos datos claves de la nueva época: la ausencia de guerras inter-imperiales y la mayor asociación económica entre capitales de distinto origen.
El diagnóstico de Lenin había quedado anacrónico por estar referido a una etapa ya concluida del desarrollo capitalista. Las tendencias de 1880-1914 no tenían vigencia en 1945-75 y por esta razón, las principales reflexiones de posguerra giraban en torno a otros problemas.
La dificultad de muchos marxistas para aceptar este cambio obedeció a una incomprensión del planteo de Lenin. Desconocían que el enfoque estaba más centrado en la crítica política al pacifismo social-patriota, que en la evaluación económica del capitalismo. La gran contribución aportada en el primer terreno, no implicaba validez de las caracterizaciones expuestas en el segundo terreno. Esta confusión obstruyó el análisis y generó muchas simplificaciones en la interpretación del imperialismo, que no distinguían la existencia de dos niveles autónomos de la reflexión sobre tema.
Los mejores estudios sobre el imperialismo de los años 70 incorporaron de hecho estas distinciones. Revisaron la teoría clásica, destacando la existencia de múltiples interpretaciones marxistas (Brown) y resaltaron el significado polisémico de la noción de imperialismo (Owen). También pusieron de relieve la ambigüedad de un concepto que incluye al mismo tiempo definiciones de la etapa, caracterizaciones de tensiones entre países centrales y evaluaciones de las relaciones entre el centro y la periferia (Sutcliffe) [5] .
Con estas miradas comenzó un rescate del significado contemporáneo del imperialismo. Se retomó el método de Lenin para interpretar una nueva realidad, observando cómo el desarrollo desigual de capitalismo genera desequilibrios, en la reproducción jerarquizada y polarizada de este sistema. Tres modelos
La primera variante -postulada por Sweezy, Magdoff o Jalee- remarcó el papel dominante de Estados Unidos, como coloso económico y gendarme mundial. Remarcó el peso de sus corporaciones industriales y su gravitación militar, mediante estudios que subrayaron también la importancia de las resistencias antiimperialistas del Tercer Mundo. Esta tesis recogió elementos de muchas teorías sobre el hegemonismo estadounidense de la época, que reflejaban el apabullante liderazgo logrado por la primera potencia [6] .
Pero las caracterizaciones superimperialistas no evaluaron el alcance de esa primacía del gigante del Norte y no llegaron a esclarecer el nuevo el tipo de relaciones establecidas entre el poder norteamericano y las restantes potencias.
La segunda corriente puso el acento en los procesos de asociación ultra-imperial, mediante importantes trabajos de Hymer, Murray y Nicolaus. Indagaron la formación de una nueva clase capitalista en torno a las empresas multinacionales, a partir de estudios del mercado del eurodólar y de distintos análisis sobre la influencia decreciente de los estados nacionales. También investigaron la forma en que este proceso erosionaba las rivalidades entre potencias y deterioraba las condiciones de trabajo [7] .
Este enfoque inauguró el estudio contemporáneo de la asociación internacional de capitales y comenzó a registrar sus consecuencias sobre los estados nacionales. Pero no logró evaluar el impacto de estos cambios sobre la dinámica del imperialismo.
La segunda vertiente fue a su vez enriquecida por los trabajos de Poulantzas, que estudiaron cómo la internacionalización de la economía incentivaba la formación de fracciones capitalistas mundializadas, al interior de los estados nacionales. Palloix aportó, además, importantes investigaciones sobre la forma en que la internacionalización de la economía globaliza la reproducción del capital, en ciclos mercantiles, monetarios y productivos [8] .
Todos estos enfoques que ponían de relieve la preeminencia de cursos ultra-imperiales, suscitaron la reacción de los defensores a ultranza de la tesis clásica. Estas críticas destacaron el reducido alcance de la actividad multinacional y el continuado protagonismo de los estados nacionales. Pero los objetores nunca lograron explicar por qué razón habían perdido fuerza las tendencias bélicas y económicas del período precedente.
Finalmente la tercera corriente encabezada por Mandel destacó la continuidad parcial de las rivalidades inter-imperiales. Cuestionó por un lado, la tesis superimperial señalando que la hegemonía norteamericana no evolucionaba hacia supremacías económicas de largo plazo. Destacó que esa hegemonía no transformaba la subordinación de las potencias asociadas en formas de sujeción colonial.
Por otra parte, objetó la perspectiva ultra-imperialista, señalando el carácter improbable de una fusión entre corporaciones de distinto origen nacional y remarcó el continuado aumento de la competencia económica, en un marco de distensión militar. De esta tendencia dedujo un pronóstico de acrecentamiento de la concurrencia intercontinental, en un cuadro alejado de la confrontación bélica [9] .
Este modelo de tensiones inter-imperiales atenuadas fue compartido por otros teóricos como Rowthorn, que cuestionaron la exageración del poder norteamericano, evaluando que el continuado antagonismo económico entre las grandes potencias, no tendría proyecciones militares [10] .
Este tercer enfoque sugirió acertadamente la preeminencia de un avance del regionalismo, que permanecería distanciado de los viejos bloques belicistas del pasado. Pero no arribó a conclusiones nítidas y tampoco elaboró conceptos representativos de la nueva situación. Vaciló en la evaluación del rol estadounidense y no logró dirimir el predominio de tendencias a la asociación o a la competencia.
Todas las caracterizaciones en juego suscitaron fuertes polémicas, acompañadas de los adjetivos y etiquetas en boga durante esa época. Los cuestionamientos a los “errores kautskianos” convivieron con los elogios a los “aciertos leninistas”. Pero esta contraposición impedía comprender lo que se intentaba indagar. La nueva integración internacional de capitales no recreaba el modelo concebido por el dirigente socialdemócrata y la competencia en curso no resucitaba el esquema postulado por el líder bolchevique.
Las investigaciones de los años 70 crearon los fundamentos para superar la obsolescencia del enfoque clásico, pero no condujeron a conclusiones satisfactorias. Su principal mérito fue incentivar el estudio de la nueva realidad con modelos de supremacía, integración y rivalidad imperial. Aunque dieron lugar a una síntesis adecuada, abrieron una discusión que puso de relieve los problemas a resolver.
La tesis superimperialista omitía la inexistencia de relaciones de subordinación entre las economías desarrolladas, equiparables a las vigentes en la periferia. El enfoque transnacionalista desconocía la continuidad de las rivalidades entre las corporaciones, ahora mediadas por otra conformación de clases y los estados. La visión de concurrencia inter-imperialista minusvaloraba la ausencia de confrontaciones bélicas y el avance registrado en la integración de los capitales [11] .
La complejidad del tema impulsó a buscar fórmulas combinatorias de las concepciones en disputa, que se mantuvieron posteriormente. Se resaltó especialmente cómo la existencia de tendencias a la asociación, genera tensiones que obligan a reforzar liderazgos, para contener la concurrencia inter-imperialista. Esta rivalidad socava la gravitación de la superpotencia impidiendo la estabilización del sistema [12] .
Esta misma idea de mayor entrecruzamiento de capitales sin desemboques definidos ha sido señalada también, para destacar la existencia de múltiples desequilibrios. Estas tensiones son generadas por una trama distante del imperialismo clásico y carente de sustituto definido [13] . En este contexto la irrupción del neoliberalismo abrió nuevas pistas de indagación . La nueva etapa
Este ataque patronal deterioró las condiciones de trabajo en los países avanzados y empobreció a la periferia, en un contexto de repliegue de los sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. Las grandes corporaciones aprovecharon las fuertes diferencias internacionales de salarios, para acrecentar sus lucros e introdujeron nuevas formas de control patronal del proceso de trabajo. Esta agresión se basó en amenazas de traslado de las firmas hacia otros países.
Este cambio en las relaciones sociales de fuerza a favor del capital desembocó, a su vez, en incrementos sustanciales de la tasa explotación, que ampliaron las desigualdades, recompusieron el nivel de los beneficios y revitalizaron la acumulación.
Al incentivar la competencia global con aumentos de la productividad desgajados de las compensaciones salariales, el nuevo modelo se distanció del fordismo. La sistemática transferencia de actividades fabriles hacia el continente asiático potenció la concurrencia por incrementar la producción, con menores costos y generar mayores ganancias.
Esta mutación se ha sostenido en una revolución informática que generaliza el uso de las computadoras, en los procesos de fabricación y en la gestión financiera o comercial de las empresas. Esta innovación radical incrementó el nivel de productividad, abarató el transporte y masificó las comunicaciones.
Las transformaciones de las últimas décadas ampliaron también el consumo, no solo de las elites y los sectores gerenciales. Un importante sector de las clases medias ha sido incorporada un nuevo patrón de adquisiciones basado en el endeudamiento creciente. Esta modalidad reforzó la gravitación de los bancos, que han cumplido un papel clave en la consolidación del neoliberalismo. Restablecieron los mecanismos de disciplina y auto-ajuste en las empresas y recompusieron el circuito de la acumulación.
El modelo actual introdujo un corte con la etapa precedente y cerró el período de convulsiones, que acompañó al agotamiento del boom de posguerra. La nueva etapa revirtió la retracción de los mercados y el deterioro de la tasa de ganancia, que predominó durante las crisis de 1974-75 y 1981-82. Sobre estos pilares se consumó la expansión de la inversión hacia las regiones favorecidas por el nuevo esquema [14] .
Este diagnóstico es frecuentemente objetado por las caracterizaciones que destacan la vulnerabilidad financiera del modelo neoliberal, su reducido aporte al crecimiento o su dependencia de los vaivenes del mercado [15] .
Pero ninguno de estos rasgos desmiente la existencia de un nuevo período. Indican la presencia de áreas de gran inestabilidad, sin refutar la vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran que el modelo actual es más inestable que su antecesor, no cuestionan la preeminencia que ha logrado. Cualquiera sean las controversias sobre el grado de coherencia que rodea al neoliberalismo, es evidente que este esquema introdujo un cambio radical en la dinámica del capitalismo.
El período actual no presenta un nítido escenario global de prosperidad o estancamiento. Aquí se evidencia una diferencia importante con los modelos precedentes del siglo XX. Mientras que las transformaciones cualitativas son incuestionables, las tendencias del nivel de actividad mantienen un alto grado de ambigüedad. Hay nuevas formas de consumo segmentado, normas de producción globalizada, tipos de comercio liberalizado, finanzas des-reguladas y otra modalidad de competencia entre las empresas transnacionales. Pero estas transformaciones no definen un perfil de intensidad o quietismo productivo.
El período actual es muy singular, puesto que no repite la tónica depresiva de 1914-1945, ni la pujanza de 1945-75. La economía mundial se ha distanciado del comportamiento homogéneo que mantuvo en los períodos precedentes. Coexisten situaciones variadas de estancamiento en Europa, ascenso y recaída de Japón, vaivenes de Estados Unidos, despliegues asiáticos y mutaciones en la semi-periferria y regresiones de la periferia.
Desequilibrios inéditos  
El nuevo contexto no se clarifica dirimiendo la presencia o ausencia de una onda larga Kondratieff. Algunos autores postulan la presencia de este ciclo, resaltando la vigencia de tasas de crecimiento elevadas en numerosas actividades y zonas geográficas. Otros objetan la existencia de este curso, subrayando el reducido promedio global de ascenso del PBI [16] .
La discusión es más conceptual que empírica, ya que no existe un dato universalmente indicativo de la tónica que asume un período. Un promedio de crecimiento elevado no tiene la misma validez para fines del siglo XIX, que para la mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento del 5% anual del PBI que se considera elevado para Estados Unidos es muy bajo para China.
En realidad, la existencia de una nueva etapa del capitalismo no requiere un correlato definido en la fase del ciclo económico. La vigencia del periodo neoliberal es parcialmente independiente de ese ritmo de la producción. La era de posguerra ha sido totalmente sustituida, sin dar lugar a otra onda de pujanza económica general.
Lo importante es reconocer que el patrón de acumulación precedente (de consumo masivo y uniformidad de producto) ha quedado reemplazado por un nuevo esquema (de consumo más flexible y producción más variada). Desde la irrupción del neoliberalismo en 1978-80, este modelo se asienta en el incremento del desempleo, la feminización del trabajo, la polarización de las calificaciones, la segmentación del mercado laboral y el uso de las nuevas tecnologías.
Algunos enfoques reconocen la magnitud de transformaciones en curso en ciertos campos, como la disminución del campesinado o la penetración del capital en numerosos ámbitos de la vida social. Pero cuestionan la existencia de rupturas significativas en el campo económico, tecnológico o cultural [17] .
Pero la universalización geográfica y sectorial del capitalismo que ha llevado a cabo el neoliberalismo, no se restringe a una u otra esfera. Ha impactado sobre el conjunto del sistema, produciendo un giro comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados del siglo XX.
Este viraje se verifica también en los desequilibrios específicos que actualmente presenta el sistema. Las crisis del neoliberalismo difieren significativamente de las convulsiones que afloraron en los años 60 o 70. Son contradicciones resultantes de nuevos problemas y no arrastres del pasado. Las tensiones que generaba el modelo keynesiano fueron clausuradas por el ascenso neoliberal, que inauguró otro tipo de desajustes.
La hipertrofia financiera actual obedece a mecanismos de titularización, derivados y apalancamientos, gestados al cabo de dos décadas de internacionalización de las finanzas, desregulación bancaria y gestión bursátil de las grandes firmas. La sobreproducción de mercancías presenta un inédito alcance global, resultante de la competencia por abaratar costos, localizando plantas en países con bajos salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo. Las desproporcionalidades mundiales -que han creado los desbalances comerciales y el endeudamiento- se desenvuelven por carriles impensables hace cuatro décadas.
El neoliberalismo cambió el escenario económico. Redujo los ingresos salariales, pero expandió el consumismo, la riqueza patrimonial y el endeudamiento familiar. Recompuso la tasa de ganancia acentuando la explotación y desvalorizando parcialmente los capitales obsoletos. Pero afectó potencialmente el nivel de rentabilidad, con aumentos de la productividad basados en tecnologías capital-intensivas que expanden el desempleo .
El nuevo modelo genera el tipo de crisis que salieron a flote durante la burbuja japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el descalabro de Argentina (2001). La eclosión financiera del 2008-09 constituye la manifestación más aguda de estos estallidos y abrió una posibilidad de ocaso del neoliberalismo, que hasta ahora no se ha verificado.
El desprestigio ideológico de este esquema no ha impedido su persistencia. Pero el modelo restableció formas descontroladas de funcionamiento capitalista erosionó los diques que morigeraban los desequilibrios del sistema. El capitalismo se ha tornado más ingobernable y opera con niveles de inestabilidad muy superiores al pasado. El imperialismo neoliberal
Se puede establecer cierto paralelo entre esta expansión y la sucesión de conquistas de la periferia que acompañaron al surgimiento del imperialismo clásico. Al principio del siglo XX y al concluir esa centuria, el modo de producción vigente incorporó vastas regiones no capitalistas, a su campo de acción.
Pero la ampliación de esa época absorbía zonas muy atrasadas y de gran subdesarrollo. En cambio en las últimas décadas el ensanchamiento se consumó en regiones que habían comenzado procesos de erradicación del capitalismo.
En múltiples terrenos hay más semejanzas con la posguerra, que con la era precedente. A diferencia de lo ocurrido durante el período clásico, el imperialismo contemporáneo refuerza la asociación económica entre empresas de distinto origen nacional. La mundialización neoliberal imprimió un nuevo impulso a este proceso.
La nueva etapa ha potenciado también la gestión internacionalizada de los negocios que realizan las grandes compañías, fragmentando los procesos de fabricación y lucrando con las diferencias nacionales de productividades y salarios.
Este curso multiplicó la movilidad de los capitales y las mercancías, restringiendo al mismo tiempo el tránsito de las personas. Los capitalistas favorecen el traslado de trabajadores para potenciar la competencia laboral, pero bloquean las corrientes emigratorias que desestabilizan su control de la vida política y social.
Las distintas tendencias en juego tienden a reforzar la asociación internacional de capitales. Esta evolución consolida el principal rasgo económico que diferenció al imperialismo de posguerra de su precedente clásico. La mayor integración diluye las posibilidades de choque entre bloques proteccionistas y acentúa el distanciamiento del periodo actual con la época de Lenin. Algunos autores han introducido el término de “imperialismo neoliberal” para describir el nuevo contexto. Esta noción podría ser utilizada para ilustrar qué tipo de articulación dominante genera a escala mundial, una nueva etapa del capitalismo [18] .
También el rasgo geopolítico que más distinguió al imperialismo de posguerra de su antecesor clásico se ha reforzado en las últimas dos décadas. La ausencia de conflictos bélicos directos entre las principales potencias ha persistido sin modificaciones bajo el neoliberalismo. El acompañamiento de Europa y Japón a las principales agresiones del Pentágono se ha mantenido como un dato clave del escenario internacional.
En las últimas tres décadas no se ha vislumbrado ningún retorno a las tensiones bélicas de principios del siglo XX. Los presagios de esta regresión que se formularon con el resurgimiento de Japón, el fin de la guerra fría o la unificación de Alemania fueron desmentidos por el curso de los acontecimientos. No existe ningún atisbo de reaparición de los bloques militares antagónicos dentro de la tríada.
Las disputas por los mercados y los abastecimientos de la periferia persisten. Pero ninguna potencia está dispuesta a poner en riesgo la continuidad del capitalismo, con agresiones que fracturen el bloque de las economías desarrolladas.
Los conflictos posibles se delinean contra las nuevas sub-potencias, que comienzan a emerger entre varios países con grandes recursos militares, demográficos y naturales o con cierta experiencia de dominación militar a escala regional (China, Rusia, India, Brasil, Sudáfrica). Estas naciones cuentan con prósperas clases capitalistas locales, que buscan ampliar su lugar en el escenario mundial y ya no aceptan el trato periférico del pasado.
El nuevo polo de acumulación asiática y la ausencia de subordinación militar a Estados Unidos por parte de Rusia y China (en contraposición a las restantes clases dominantes del planeta), constituyen dos novedades importantes, en comparación al imperialismo de posguerra. Pero todavía es prematuro evaluar cuál será el efecto de estas modificaciones, en el marco de las tensiones económico-sociales que generan la desigualdad, la exclusión y la marginalidad del capitalismo neoliberal.
Estas tensiones se manifiestan en todos los campos, pero son particularmente visibles en el plano financiero . En los ciclos de prosperidad, el crédito se expande aceleradamente a escala global, a través de los mecanismos creados por la liberalización bancaria. Pero en los períodos críticos, cualquier caída de Wall Street se transmite velozmente a todas las colocaciones especulativas del planeta. La mundialización financiera reduce drásticamente la capacidad que detentaban los estados, para afrontar de manera autónoma esos vendavales. Los dispositivos de contención que se utilizaban con instrumentos cambiarios o monetarios o bancarios han quedado seriamente afectados.
La misma interacción se verifica en el plano comercial. El grado de apertura de todas las economías se amplió significativamente, a través de un ritmo ascendente de las transacciones, que supera el nivel de actividad productiva. Con argumentos de especialización complementaria se generalizaron convenios de libre comercio, que en las fases de prosperidad benefician a las grandes empresas y en los periodos recesivos acrecientan las dificultades de colocación de las mercancías excedentes .  
Por otra parte, el avance de la internacionalización productiva reestructura la división del trabajo y acrecienta la presencia de las empresas transnacionales en el comercio mundial. Pero esta ampliación potencia también la velocidad de transmisión de los desequilibrios mundiales, especialmente en los cuellos de botella de la inversión y en los trastornos para asegurar la provisión de insumos estratégicos. El imperialismo del siglo XXI está afectado por todos los desequilibrios de la etapa neoliberal.
Este período consolida la modificación radical del escenario clásico que se produjo en la posguerra, con la desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias. El análisis del imperialismo contemporáneo requiere superar la simple repetición de la teoría tradicional y la asignación de vigencia infinita a una etapa específica de principio del siglo XX. Una interpretación actual debe registrar el impacto de la mundialización neoliberal, que ha expandido el radio de acción imperial a todo el planeta, reforzando el rol militar dominante de Estados Unidos. La comprensión de este liderazgo requiere un análisis más detallado.  
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-Wood Ellen Meiskins. Empire of Capital, Verso 2003 (Cap 6)  
RESUMEN  
Al concluir la segunda guerra mundial el escenario del imperialismo clásico quedó transformado por la nueva etapa de prosperidad y desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias. Estados Unidos logró una supremacía militar inédita y subordinó a sus rivales, en lugar de demolerlos. La confrontación con la URSS no se equiparó con los viejos choques inter-imperiales, dado el carácter no capitalista del sistema vigente en ese país.
El contexto económico quedó igualmente transformado por la nueva asociación internacional de capitales, la irrupción de compañías multinacionales, la disminución del proteccionismo, la recuperación del protagonismo industrial y la reorientación de la inversión externa hacia las económicas desarrolladas.
La actualización de la teoría del imperialismo estuvo bloqueada por una actitud ritualista hacia el enfoque clásico, que asignaba vigencia perdurable a un periodo específico del siglo XX. Esta postura impedía comprender el nuevo marco de solidaridad miliar occidental y asociación multinacional.
Tres interpretaciones de los años 70 reabrieron la investigación, al resaltar el papel superimperial de Estados Unidos, el entrelazamiento ultra-imperial de las firmas y el carácter acotado de la concurrencia inter-imperialista. Plantearon acertadamente nuevos problemas, que no lograron resolver.
La mundialización neoliberal ha introducido una nueva etapa, que universaliza el capitalismo. Hay transformaciones cualitativas en todas las áreas. La inestabilidad del modelo y la indefinición de la tónica de crecimiento, no desmienten el cierre del esquema de posguerra. Las características del nuevo período no se clarifican dirimiendo la presencia o ausencia de una onda larga. Se ha consumado un giro comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados de la centuria pasada, que genera novedosos desequilibrios financieros, productivos y comerciales.
En esta etapa se expande el radio de acción imperial a todo el planeta, con mayores entrelazamientos económicos globales que afectan a los pueblos y regiones desfavorecidas. El imperialismo neoliberal acentúa las diferencias con la era clásica y profundiza las tendencias de posguerra.  
[1] Este artículo forma parte de un libro de próxima aparición sobre las teorías actuales del imperialismo.
[2] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz   
[3] Hemos desarrollado este tema en: Katz Claudio, El porvenir del socialismo. Primera edición: Editorial. Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004 (cap 2 )
[4] Ver por ejemplo: Afanásiev L y otros autores, Manual de economía política del capitalismo, Editorial Granica, Buenos Aires, 1974. También: Testa Víctor, El Capital Imperialista, Editorial Fichas, Buenos Aires 1975  
[5] Brown Barrat Michael. “Una crítica de las teorías marxistas del imperialismo”, O wen Robert, “Introducción”, Sutcliffe Bob, “Conclusión”, en Owen Robert, Sutcliffe Bob. Estudios sobre la teoría del imperialismo, Era, México, 1978.
[6] Sweezy Paul, Magdoff Harry, ¨The crisis of American Capitalism¨.The deepening crisis of U.S. Capitalism, Monthly Review Press, 1981. Jalee Pierre El Tercer Mundo en la Economía Mundial, Siglo XXI,1976, Buenos Aires  
[7] Hymer Stephen. Empresas multinacionales e internacionalización del capital. Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1972. Nicolaus Martín. “La contradicción universal”. El imperialismo hoy, Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1971. Murray, Robin, “The Internationalization of Capital and the Nation State”, New Left Review 69, 1971.
[8] Poulantzas Nicos. “Internacionalización” Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo XXI, Madrid 1981.  Palloix Christian, La firmas multinacionales y el proceso de internacionalización, México, Siglo XXI.  Ver también: Leucate Christian. Internacionalización del capital e imperialismo, Fontamara, Barcelona 1978.
[9] Mandel, Ernest. El capitalismo tardío, ERA, México, 1978, (cap 10). Mandel Ernest, “Las leyes del desarrollo desigual”, Ensayos sobre el neocapitalismo, Era, México, 1969.
[10] Rowthorn Bob, “El imperialismo en la década de 1970”, en Capital monopolista y capital monopolista europeo, Granica, Buenos Aires, 1971.  
[11] Este balance planteamos en: Katz Claudio. “El imperialismo del siglo XXI”, ESECONOMIA, Instituto Politécnico Nacional, número 7, año 2, verano 2004, México  
[12] Ver este debate en: Husson Michel. “Le fantasme du marché mondial”. Contretemps, n 2, septembre 2001.  
[13] Ver: Ramírez Roberto, “El imperialismo en el nuevo siglo”, Socialismo o Barbarie Nº 13, noviembre 2002.    
[14] Hemos desarrollados estas caracterizaciones en: Katz Claudio, “ Las tres dimensiones de la crisis ” , Número 37/38 de la revista Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Año XX, Vol. XIX, 2010. Katz Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”, Ensayos de Economía, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, vol 13, n 22, septiembre 2003, Medellín. Katz Claudio, “Mito y realidad de la revolución informática”, Eseconomía. Instituto Politécnico Nacional, número 6, año 2, invierno 2003-04, México. Katz Claudio, “Crisis global: las tendencias de la etapa”, Aquelarre, Revista de Centro de la Universidad de Tolima, Colombia, vol 9, n 18, 2010.  
[15] Por ejemplo: O´Hara Phillip, “A new financial social structure of accumulation in the US for long wave upswing?”, Review of radical political economy, vol 34, n 3, summer 2002. O´Hara Phillip, “A new transnational corporate social structure of accumulation for long wave upswing in the world economy?”, Review of Radical Political Economics, vol 36, n 3, summer 2004. Kotz David, “Neoliberalism and the Social Structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.  
[16] En el primer caso: Martins Carlos Eduardo, “Los impasses de la hegemonía de Estados Unidos”, Crisis de hegemonía de Estados Unidos, CLACSO Siglo XXI 2007. En el segundo Wallerstein Immanuel, Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas -mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).  
[17] Por ejemplo: Wood Ellen Meiksins, "Modernity, posmodernity or capitalism?, Monthly Review, vol 48, n 3, July-August 1996.-Wood, Ellen Meiksins. "What is postmodern agenda?" Monthly Review, vol 47, n 3, july-august 1995, New York.  
[18] Dumenil Gerard, Ley Dominique. El imperialismo en la era neoliberal, Revista de Economía crítica n 3, 2005. 
 

jueves, 19 de mayo de 2011

El marxismo como teoría-matríz


19-05-2011

El marxismo como teoría-matríz




1.- PRESENTACIÓN
2.- ¿UN MUNDO ABSURDO E INCOMPRENSIBLE?
3.- LA CORTA RACIONALIDAD DEL IMPERIALISMO
4.- LA LUCHA DE CLASES Y DE LOS PUEBLOS
5.- EL MARXISMO COMO TEORÍA-MATRIZ

1.- PRESENTACION
Los y las compañeras de Askapena quieren debatir hoy sobre el marxismo y la lucha de clases. Askapena es un movimiento popular internacionalista que tiene como uno de sus objetivos ayudar a que los pueblos explotados y oprimidos entrelacemos nuestras luchas en una ágil e irrompible red que acabe con el imperialismo. Es un objetivo hermoso y necesario, y también lleno de peligros y de riesgos. Sabemos de lo que hablamos, y sabemos como nadie cual es el precio de la libertad. Cargamos sobre nuestras espaldas, en nuestro corazón y en nuestro pensamiento, con el dolor y el sufrimiento causado por la ferocidad del imperialismo. Allí donde haya una prisionera o prisionero por razones humanitarias e internacionalistas, por razones de justicia y de ética, allí estará y está Askapena. No puede ser de otro modo.
Al ser un movimiento internacionalista, la exposición que voy a hacer sobre marxismo y lucha de clases se centrará sólo en la situación mundial y no en la vasca. La tesis que voy a exponer en cuatro apartados sostiene que el marxismo es la teoría-matriz que explica la naturaleza del capitalismo y sus efectos destructores e inhumanos. Por teoría-matriz entiendo el cuerpo teórico que articula todos los restantes conocimientos críticos que estudian explotaciones e injusticias específicas de la civilización del capital. El racismo, por ejemplo, se comprende sólo si conectamos los sentimientos racistas y xenófobos, los miedos de los machos por perder “sus” mujeres a manos de hombres de otras culturas, las excusas para sobreexplotar a las y los migrantes, los sistemas represivos especialmente orientados contra los migrantes, etc., con la necesidad del capital de saquear y esquilmar a todas las sociedades del mundo dotándose de una justificación ética y cultural que no es otra que el racismo. Algo parecido a la xenofobia existía antes del capitalismo, en las culturas clásicas griega y china, pero sólo la burguesía ha creado el racismo y, lo que es peor, lo ha intentado justificar científicamente inventado la sociobiología, el darwinismo social, los supuestos “test de inteligencia”, el determinismo genético, etc.
Podemos seguir citando ejemplos --ecología, feminismo, arte, tecnociencia, religión, sexualidad…--, y siempre volveremos a la misma pregunta inevitable: ¿qué relaciones internas existen, si las hay, entre estas y otras realidades del sistema capitalista? Antes de responder vamos a recurrir a un último ejemplo especialmente valioso para un movimiento internacionalista como Askapena: la FAO afirma que un tercio de la producción mundial de alimentos, alrededor de 1.300 millones de toneladas, se desperdician todos los años debido a un conjunto de problemas. Para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad estos datos son insoportables. Son varias las razones que explican semejante despilfarro insostenible, pero todas ellas nos remiten en el momento de la síntesis a la irracionalidad global del capitalismo.
Para el tema que tratamos en esta reunión de Askapena, el marxismo y la lucha de clases y de los pueblos, la teoría-matriz dispone de los conceptos necesarios para explicar, primero, por qué las clases sociales se han de definir siempre en movimiento, como relaciones activas, en vez de cómo cosas pasivas y estáticas, de modo que definir qué es le proletariado mundial a comienzos del siglo XXI exige analizar cómo se ha movido el capitalismo en los dos últimos siglos y cómo, a pesar de esos cambios, sigue siendo el mismo; segundo, que las clase sociales no son sólo relaciones en movimiento sino a la vez unidad y lucha de contrarios irreconciliables, de manera que definir a la clase obrera exige definir en el mismo acto a la clase burguesa y viceversa; tercero, que definir las clases a comienzos del siglo XXI exige considerar los cambios en las formas de opresión y explotación precapitalistas que han sido subsumidas en el capitalismo, sobre todo y fundamentalmente la patriarcal y la nacional, para ver cómo se plasman en la lucha de clases actual; cuarto, que definir las clases sociales exige definir los movimientos de su alienación y de su conciencia, de su estado pasivo en cuanto clase en sí, y de su dinámica activa como clase para sí; quinto, que definir las realidad clasista actual exige, además, estudiar los movimientos de las “clases intermedias” entre la burguesía y el proletariado; y sexto y último, que la historia de la lucha de clases en el capitalismo y en el presente exige analizar la permanente presión del Estado burgués para debilitar en lo posible al proletariado y reforzar en lo posible a la burguesía.
Por último, es vital recuperar y desarrollar el marxismo como teoría-matriz ya que en los últimos lustros la fábrica burguesa de mercancías ideológicas ha producido en serie toda una gama de ofertar “teóricas” de usar y tirar antimarxistas que, por diversas circunstancias, han calado en amplios sectores de las viejas izquierdas desilusionadas, a la vez que han frenado cuando no impedido la toma de conciencia de grupos juveniles, disolviéndolos. Nos enfrentamos a una decisiva batalla práctica y teórica para derrotar la ideología burguesa, batalla que en realidad es parte del conflicto mundial entre el capital y el trabajo.
Dado que tenemos poco tiempo y que existen en Askapena diferentes niveles de formación y de opciones, por cuanto es un movimiento popular, voy a dividir mi charla en cuatro partes. La primera reflexión que quiere provocar es que, mirado el mundo a simple vista, parece que está sometido a fuerzas absurdas e incoherentes, que las atrocidades imperialistas no responden a planes meticulosos sino a los caprichos egoístas de una minoría. La segunda reflexión intentará explicar las razones de fondo que sustentan el brutalidad imperialista y a qué contradicciones capitalistas responder. La tercera reflexión tratará sobre qué es y cómo es la lucha de clases mundial a comienzos del siglo XXI según la cronología cristiano-occidental, y por último, la cuarta reflexión versará sobre por qué el marxismo es la teoría-matriz que no sólo explica estas situaciones sino que además argumenta cómo se puede luchar contra el imperialismo.
2.- ¿UN MUNDO ABSURDO E INCOMPRENSIBLE?
En los comienzos de la década de 1990 el optimismo burgués dominaba en el imperialismo occidental. La URSS y su bloque había implosionado; China Popular llevaba desde comienzos de los ’80 abriéndose cada vez más al mercado capitalista; Cuba, la Isla Heroica, sufría estrecheces y pobrezas sin cuento, y los medios capitalistas auguraban su debacle; Vietnam y otros países que se habían independizado gracias a sobrehumanos esfuerzos, se encontraban abocados al desastre. En las Américas, el imperialismo había acabado con Nicaragua, con las guerrillas en el Salvador y en Guatemala, y en Colombia existía una especie de empate político-militar, mientras que todo indicaba que no habría una oleada revolucionaria tras las dictaduras asesinas en Argentina y Chile. Los problemas de México podían resolverse porque su burguesía aceptaba cada vez más las exigencias yanquis, y Brasil nunca había sido un enemigo de los EEUU. Dentro de los países imperialistas reinaba el orden. Es cierto que Japón, la por entonces segunda economía mundial, había entrado en crisis pero todos esperaban que las ingentes ayudas públicas acabasen pronto con ella. Desde la mitad de los ’80 la liberalización financiera, el neoliberalismo, el ataque durísimo a las clases trabajadoras y, por no extendernos, la baratura de las materias y energías primas, todo esto, sustentaba las condiciones de la larga expansión que concluiría en 2007.
El triunfalismo sobre la “victoria de Occidente” venía reforzado por la tesis de la previsible “guerra de civilizaciones” que sobrevendría cuando el mundo atrasado, musulmán y pre-político, así lo calificaban, quisiera llegar rápidamente a los estándares de vida y consumo de la “civilización cristiana”. Había que prepararse para “defender a Occidente”, es decir, al “modelo de vida norteamericano”. El fundamentalismo cristiano yanqui, de extrema derecha racista, dominaba en el plano ideológico-cultural y propagandístico.
Si esto ocurría en el lado de la reacción, de las fuerzas vivas del capitalismo, en el lado del reformismo reapareció la vieja tesis de que ya, por fin, era posible el tránsito pacífico, legal y “democrático” a “otro” socialismo que no tuviera los errores autoritarios del que había fracasado en la URSS. La globalización, se decía, caminaba hacia un “gobierno mundial”, hacia la “gobernanza” del mundo mediante la reforma de las instituciones que ya no tenían sentido tras finiquitar la Guerra Fría. La superación de las fronteras estatales, la mundialización del mercado y la pérdida de poder de los Estados, todo esto permitía a los pueblos avanzar hacia la “democracia mundial”. Muchas envejecidas izquierdas se creyeron estas monsergas. La demagogia postmodernista, según la cual ya no tenían sentido las teorías sociales de los siglos XIX y XX, los denominados postmarxistas que decían que ya no habían lucha de clases sino demandas individuales y movimientos populistas resolubles mediante la legalidad de la “sociedad civil”, la aceptación de la aberrante tesis de las “intervenciones humanitarias” de la OTAN y la ONU, estas y otras tesis debilitaron profundamente a las izquierdas combativas pero muy poco formadas teórica, precisamente cuando el imperialismo endurecía sus ataques a los pueblos.
Mientras tanto, volcada en la preparación de una nueva y moderna “cruzada”, el grueso de la burguesía no prestó apenas atención a los crecientes indicios de que cuatro cosas empezaban a torcerse el centro imperialista: la sucesión de crisis financieras que cada vez más rápidamente estallaban en todas partes, advirtiendo de que algo profundo se estaba pudriendo en las entrañas capitalistas; la lenta recuperación de las luchas de clases en Europa, Asia, las Américas y África que, con altibajo, volvía a la escena social; la acumulación de incuestionables estudios científicos sobre la crisis ecológica; y la tendencia a la reducción de la superioridad del imperialismo occidental, liderado por EEUU, sobre las denominadas “potencias emergentes”.
De entre todos los disponibles, resaltamos tres acontecimientos que expresaban la progresiva interacción de estas dinámicas hasta entonces aisladas entre sí: el corralito argentino en 2001 y la derrota del golpe anti Chávez de 2002 en Venezuela; el fracaso de la Cumbre de Kioto celebrada en 1997, y el aumento de las luchas internacionales y antiimperialistas que se recuperaron al calor de la “antiglobalización”. En ese contexto se produjeron los ataques a las Torres Gemelas en septiembre de 2001. En muy poco tiempo se empezó a esfumar la euforia burguesa arriba vista. Pero faltaba lo peor: la crisis iniciada en 2007 y definitivamente asentada desde 2008, y sus secuelas mundiales, aunque muy especialmente en los países imperialistas. Ahora hemos leído algunas excusas de altos managers yanquis diciendo que se podría haber evitado la crisis si se hubiera hecho caso a las señales económicas. Se trata de una excusa mentirosa e ignorante porque, primero, no sólo no se imaginaron que la crisis podría estallar sino que ni siquiera creyeron que se había producido hasta que era muy tarde; y segundo, es una muestra de ignorancia porque la economía política burguesa no puede conocer teóricamente las contradicciones del capitalismo.
Pues bien, de forma acelerada desde 2008 la euforia se ha transformado en desconcierto, miedo y hasta pánico por el futuro. El rearme es una respuesta lógica del capital en situaciones como esta, y unido a él también el aumento represivo y policial. Luego veremos con más detalle el por qué. Pero si el miedo cunde en la alta burguesía, en sectores de las masas alienadas que votan al centro-derecha y al reformismo el miedo se refuerza con una mezcla de desconcierto y de autoritarismo. Una vez que se han hundido las cómodas certezas que alegraban una vida gris y anodina, la sangrante realidad es vista por esta mayoría silenciada y castrada mentalmente con una mezcla de desconcierto y pasmo y, en muchos casos, con una fuerte dosis de agresividad teledirigida por la industria político-mediática.
Las escenas del asesinato del supuesto Osama Bin Laden, los intentos de asesinato de Gadafi, el que la OTAN deje morir de sed en la mar a decenas de emigrantes, los aplausos a la entrega ilegal por Venezuela de un súbdito sueco a los torturadores colombianos, el rechazo de los europeos ricos a ayudar a los europeos empobrecidos después de haberles impuesto condiciones leoninas para entrar en la UE, estos y otros acontecimientos diarios que solamente son la cáscara de tragedias espantosas, son vistos como expresiones de un mundo absurdo y peligroso que debe ser salvado por la civilización occidental. La decisión de que los alimentos y otros productos vitales coticen en los mercados financieros, conlleva que una minoría los acapare a la espera de que se multipliquen artificialmente sus precios, sin preocuparse por las inhumanas hambrunas que proliferan. Pues bien, esta y otras decisiones son vistas con indiferencia por buena parte de las masas occidentales porque creen que es la “mano invisible” del mercado la que rige la economía, y otra parte más reducida por ahora, las aplaude.
La idea de la “mano invisible”, cargada de esoterismo idealista, fue popularizada por la primera corriente económica burguesa, y sostiene que el mercado, la economía en su conjunto, se rige por razones desconocidas en última instancia, por fuerzas invisibles e incomprensibles al conocimiento humano. Desde entonces, algunas corrientes burguesas, como la keynesiana, han tratado de iluminar con una tenue luz esa invisibilidad, pero han fracasado siempre. Ya que la economía capitalista es incognoscible en su esencia, solo podemos ayudarnos del neokantismo y del subjetivismo individualista para intuir cómo funciona. Atrapados en esta ceguera ignorante e idealista, los acontecimientos mundiales nos parecen igualmente indescifrables y absurdos.
3.- LA CORTA RACIONALIDAD DEL IMPERIALISMO
Sin embargo, en la fase imperialista del capitalismo la “mano invisible” del mercado necesita del “puño de acero” del Estado para importe a los pueblos explotados cuando han fallado otros instrumentos previos de soborno, engaño y división. La historia real del capitalismo, la que padecen las clases oprimidas, ha mostrado desde siempre que este modo de producción no ha logrado derrotar al modo feudal en Europa y expandirse luego por el planeta entero sino gracias a la fuerza armada del Estado, o como dijera Marx, gracias a los métodos terroristas, fundamentalmente. Las primeras expediciones sistemáticas europeas en busca de riquezas que robar a los musulmanes, las sanguinarias Cruzadas, ya adelantaron algunas prácticas que al poco mejorarían los aventureros portugueses y españoles cuando se lanzaron a la búsqueda de especias, esclavos y oro, en expediciones sufragadas por el Estado y por comerciantes.
Si los ejércitos estatales han sido necesarios para la victoria del capitalismo colonial, también lo han sido sus burocracias recaudadoras, administrativas, técnicas y científicas, educativas y religiosas, etc. Por ejemplo, proyectar buenos mapas resolviendo cómo trasladar a dos dimensiones una superficie esférica era tan vital como crear buena artillería, buenos barcos, buena alimentación y buena salud; y era igualmente vital resolver el problema de la latitud y de la longitud de la esfera terrestre, lo que exigía hacer precisos y fuertes relojes y minuciosas tablas matemáticas, astronómicas, de corrientes marinas y de vientos, etc. Lo que ahora llamamos ciencia creció impulsada por las exigencias implacables de la expansión militar y económica, sobre todo a partir del siglo XIX cuando la burguesía comprendió que, para imponerse a la humanidad, debía lograr la proeza científica de sintetizar y concentrar en un buque de guerra moderno toda la civilización del capital.
Estamos diciendo que existe una lógica nada absurda e irracional que explica por qué y cómo el colonialismo capitalista por expandiéndose a la vez que desarrollaba lo que se define como “logros de la civilización”, es decir, que junto a la atrocidad terrorista del exterminio de culturas y pueblos también se producía el avance de la ciencia. Se trata de una unidad dialéctica de contrarios sin la cual no entendemos nada de la historia. Esta lógica ya latente en las Cruzadas --los salvajes saqueos de Jerusalén, Constantinopla, etc.,-- se ha desarrollado luego con ritmos e intensidades diferentes, pero de forma imparable hasta que chocaban con las resistencias de las clases y de los pueblos. En el fondo de tanta brutalidad rugía y ruge la necesidad ciega de la acumulación de capital, es decir, la necesidad dictatorial de acumular cada vez más capitales, más riquezas, más tierras, más dinero, más oro, porque, bajo las leyes del capital, por un lado, los empresarios y los Estados que no mantienen este ritmo creciente son vencidos por otros Estados y empresarios, son aplastados; y por otro lado y a la vez, la clase burguesa que no explota lo suficiente a su clase trabajadora, exprimiéndole hasta el último aliento de su vida, empieza a rezagarse en la carrera por la hegemonía imperialista, lo que le debilita frente a sus competidores y también frente a su propio pueblo explotado.
Todos los ejemplos presentes que hemos visto arriba tienen su causa común en el ataque global que el imperialismo lanzó desde finales de los ’80 endureciéndolo desde 2001. Son los efectos externos de diversas estrategias que, por diferentes caminos y medios, con diferentes tácticas, buscan los mismos objetivos básicos: apropiarse de los recursos energéticos, reservas vitales y espacios productivos; arrinconar a las “potencias emergentes” para que no se atrevan a presentar una resistencia conjunta al imperialismo occidental; amenazar a los Estados y pueblos que pueden resistirse al imperialismo con su destrucción, a la vez que crear nuevos poderes colaboracionistas sobre las ruinas de los Estados destruidos; y sobreexplotar a las clases trabajadoras del centro imperialista.
Sin mayores precisiones ahora, desde finales del siglo XX hemos asistido a una secuencia marcada por los siguientes hitos: destrucción de Yugoslavia, balcanización y contrarrevoluciones “naranjas” en países de la ex URSS; primer ataque a Irak e invasión y destrucción definitiva en un segundo ataque; ataque a Afganistán y extensión de las incursiones a Pakistán; crecientes amenazas a Rusia al querer asentar la OTAN muy cerca de sus fronteras; despliegue de la IV Flota en centro y sur América, ocupación yanqui de Colombia consentida por su burguesía, extensión yanqui en la cordillera andina y cerco militar a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, etc., así como amenazas a otros Estados soberanos; creación de bases militares en el gigantesco arco que va desde los montes caucásicos, el Indukush, Asia Central y el Himalaya, hasta llegar a la Corea del Norte amenazada y al sur de China Popular; partición del Sudán para dejar sus recursos en manos de la derecha cristiana; y, por no extendernos, recomposición del poder en el norte de África y otras zonas para apropiarse de sus riquezas, y cercar y preparar un ataque a Irán. Como se aprecia, en esta breve lista no hemos introducido los ataques contra las clases trabajadoras, contra las mujeres, pueblos oprimidos y migrantes dentro de los Estados imperialistas.
Pero debemos hacernos una visión histórica de esta lógica. Ningún análisis del presente es completo si no está afianzado en las experiencias históricas anteriores. La perspectiva histórica es imprescindible para conocer el presente y saber cómo podrá ser el futuro, cómo podemos actuar hoy mismo y mañana. Veamos tres experiencias anteriores: una, la denominada “diplomacia de las cañoneras” sobre todo en la primera mitad del siglo XIX, que abarcó prácticamente a todo el mundo; dos, la reorientación del imperialismo británico tras llegar al pico de producción de carbón en su Isla, lo que le obligó a lanzarse a la conquista de otros territorios agudizando las tensiones del “Gran Juego” en Eurasia con la Rusia zarista y con otros imperialismos; tres, la estrategia yanqui de control de su “patio trasero” expulsando a españoles, británicos y franceses de las Américas; cuatro, la denominada “creación de África” mediante las pugnas y negociaciones entre potencias europeas a finales del siglo XIX; cinco, el reparto similar pero más complicado del sudeste asiático y de China entre imperialismos occidentales; y por no extendernos, la política imperialista mundial durante la “Guerra Fría” concluía a finales de los ’80.
Esta larga experiencia histórica se caracteriza por una continuidad en lo esencial de la lógica capitalista, y por una innovación muy importante añadida durante el tránsito de la fase colonial a la fase imperialista. La constante esencial es que el capitalismo siempre ha sido, es y será, invasor, esquilmador, saqueador y expoliador de los pueblos y de la Naturaleza. No tiene otra alternativa porque la lógica del máximo beneficio en el menor tiempo posible exige a las burguesías, como hemos dicho arriba, sobreexplotar a sus pueblos y a la Naturaleza y a la vez, luchar entre ella, entre las diversas burguesías, para no perder poder. Da lo mismo que en el siglo XV se buscasen especias, oro y esclavos, o que en el siglo XXI se busque litio, tierras raras, uranio, etc. Estos cambios son secundarios porque lo permanente sigue siendo la necesidad ciega de acumular capital. La innovación no es otra que con la fase imperialista adquiere preponderancia el capital financiero-industrial, que no sólo el industrial y menos aún el comercial. Desde comienzos del siglo XX y de forma creciente, la exportación de capitales se ha convertido una obsesión, y es ésta la que mejor explica el porqué de las decisiones tomadas desde la segunda mitad de los ’80, cuando EEUU y Gran Bretaña, abrieron el melón podrido de la desregulación absoluta de los movimientos financieros, decisiones que han marcado al imperialismo en su etapa más reciente.
Ocurre que los empresarios tienden a invertir en los negocios financieros lo que no invierten en la industria y en los servicios comerciales debido a que los negocios industriales y de servicios tienden a ir reduciendo sus beneficios, por razones que ahora no podemos explicar. Los capitales sobrantes son improductivos, lo que es suicida para los empresarios, así que invierten esos capitales sobrantes en la banca, en las finanzas, en la especulación de alto riesgo, etc. Se abre así una espiral mortal que hace que cada vez sobre más capital por lo que hay que presionar cada vez más para que los pueblos acepten ese capital financiero extranjero que les arruina y empobrece. Con el tiempo, se crea una burbuja financiera y de otros negocios totalmente dependientes de ella, que termina estallando en crisis cada vez más profundas, largas y dañinas. Y con cada hecatombe, el imperialismo redobla sus ataques. Ahora nos encontramos en la más reciente, demoledora y terrible crisis.
Hemos empezado este apartado hablando de la “corta racionalidad” del imperialismo. Queremos decir que, primero y efectivamente, el imperialismo es racional, no es absurdo, porque sabe buscar los medios adecuados para obtener los fines que busca. Un ejemplo de su racionalidad es su supervivencia, las victorias pírricas que ha cosechado y las derrotas que ha inflingido a la humanidad trabajadora. Pero esta racionalidad es parcial, limitada y corta, es operativa en parcelas determinadas y en tiempos breves, porque en general, vista a escala temporal larga, el imperialismo es irracional porque no puede evitar conducir a la humanidad al desastre, a la barbarie y al caos. Por ejemplo, un empresario debe llevar bien sus negocios y modernizar sus máquinas, y en este sentido es y debe ser lo más racional y lúcido posible siempre dentro de los límites capitalistas; pero cuando pasamos de un empresario individual y aislado al conjunto de la burguesía mundial, entonces no sirve la suma de racionalidades individuales, sino su sinergia sistémica, el hecho de que la resultante no es otro que la irracionalidad global del sistema capitalista. El imperialismo, como fase actual del capitalismo, lleva al extremo esta dialéctica entre la racionalidad parcial y la irracionalidad total, que es la que domina a la larga.
Para comprender mejor cómo y por qué funciona el imperialismo, y qué sucede ahora mismo, cómo interactúan en todo momento la corta racionalidad del sistema con su irracionalidad global, para esto, debemos estudiar la lucha de clases a comienzos del siglo XXI.
4.- LA LUCHA DE CLASES Y DE LOS PUEBLOS
De la misma forma en que existe una continuidad de la explotación capitalista pero también innovaciones y cambios en sus fases y etapas, también sucede lo mismo con la lucha de clases, con la misma naturaleza y composición de las clases sociales. Como hemos dicho al comienzo, no debemos pensar las clases sociales como estructuras quietas e incomunicadas, sino como contradictorios procesos sociales en lucha mutua y en cambio. Por ejemplo, a comienzos del siglo XIX la clase obrera era absolutamente minoritaria en Europa y EEUU, y sólo en Gran Bretaña aparecía como un movimiento en formación inseparable de sus formas de resistencia. Fuera de la clase obrera existían grandes masas de campesinos y artesanos arruinados que cada vez más tenían que compaginar sus labores con trabajos en pequeñas y medianas empresas. Las mujeres seguían siendo explotadas en el domicilio aunque en Gran Bretaña también en las fábricas. A finales del siglo XIX el movimiento obrero era ya una realidad temida por la burguesía, y empezaba a extenderse por otras zonas del mundo, pero también era una realidad minada por un tendencia reformista interna potente porque el capitalismo podía sobornar y corromper a amplias franjas de trabajadores. El marxismo era muy minoritario y excepto otras corrientes socialistas revolucionarias y anarquistas, la mayoría del movimiento obrero y sindical se guiaba por ideas reformistas.
Pero las contradicciones sociales minaron la dominación burguesa. La fase imperialista agudizó tales contradicciones y añadió un impresionante sujeto de masas, que ya había aparecido hacía años pero que ya era imparable a comienzos del siglo XX: las guerras de liberación nacional anticolonial y antiimperialista. Y también, y sobre todo en muchas luchas, las mujeres se reafirmaron como otro sujeto decisivo, sobre todo el feminismo socialista que desbordó al feminismo burgués anterior. Desde la Comuna de 1871 la burguesía mundial había aprendido que la clase trabajadora era su enemigo mortal, y en 1917 la revolución bolchevique lo confirmó definitivamente. Pero ya no era el proletariado inconexo y utópico de comienzos del s. XIX, sino una fuerza inquietante, y tanto más peligrosa dado que pese a estar desunida por la existencia de una corriente reformista interna, aún así había demostrado una temible fuerza. Peor aún, además de la revolución bolchevique y de la oleada que le siguió, se habían asentado las luchas de liberación antiimperialista como se demostraba en todos los continentes.
La durísima crisis mundial de 1929 dio la oportunidad al capital para reforzar su contraofensiva ya iniciada con anterioridad. Una forma de destrozar la lucha obrera fue la progresiva introducción del sistema fabril denominado como taylorismo, o producción de cadena en serie, teorizada en 1912 y demoledor para la clase obrera pretaylorista y muy beneficiosa para la patronal. Otro sistema fue el del planificar el consumismo, algunas reformas sociales y las migajas repartidas de las sobreganancias imperialistas, sin olvidarnos del nacionalismo burgués y del racismo imperialista. Pero sobre todo, en los muy contados Estados burgueses afianzados, el capital pudo contar con el apoyo del reformismo, de las ganancias imperialistas y con la propia alienación que genera la sociedad burguesa, así como de las primeras medidas keynesianas, pero también con el miedo al socialismo y con organizaciones de extrema derecha y hasta nazifascistas toleradas hasta 1940, que amenazaban al movimiento obrero. Pero el grueso de la respuesta burguesa internacional fue el endurecimiento represivo, el militarismo, el fascismo y el nazismo, la contrarrevolución sangrienta.
La crisis de 1929 reafirmó las enseñanzas de las precedentes en una cuestión ya tratada antes: el papel de las “clases intermedias”, de la pequeña burguesía y de las “clases medias”, sectores que crecen en los períodos expansivos pero decrecen durante las crisis, arruinándolos y dividiéndolos entre reaccionarios y revolucionarios, separados por una mayoría dudosa que casi siempre termina girando a la derecha más por los errores de la izquierda que por los aciertos de la derecha. La crisis de 1929, al impactar en las colonias y pueblos oprimidos, azuzó los movimientos de emancipación nacional lo que multiplicó las dificultades del imperialismo al ver reducidas sus ganancias. La existencia de la URSS, sumado a lo anterior, llenaba el cupo de lo tolerado por el imperialismo. La guerra de 1939-45 buscó antes que nada acabar con el peligro comunista y asegurar la docilidad de una clase explotada mundial, y en segundo lugar pero supeditado al primer objetivo, reordenar la jerarquía interimperialista.
La lucha de clases posterior a 1945 se caracterizó por tres novedades fundamentales: una, en el centro imperialista, por un pacto interclasista entre la burguesía y el reformismo, con el apoyo de los partidos estalinistas, de modo que el capital pudo abrir una nueva fase expansiva, pacto interclasista que estaba también sostenido por la represión selectiva pero dura de las izquierdas revolucionarias como en Alemania Occidental, Japón, USA, Gran Bretaña, y en el Estado francés por la “dictablanda” del general De Gaulle; otra, en los Estados capitalistas más débiles por diversas dictaduras y regímenes fuertes vitales para la política yanqui de cerco y agresión a la URSS, a China Popular, y a las luchas de liberación nacional en todo el tercer mundo; por último, por la definitiva burocratización de la URSS y del socialismo que representaba, de modo que internamente los pueblos iban despolitizándose y girando poco a poco hacia un capitalismo idílico e inexistente en la realidad, que más tarde les hundiría en la pobreza y destrozaría su calidad de vida, mientras que en el exterior la burocratización minó la legitimidad incuestionable de la revolución bolchevique y del marxismo --el monstruo nazi fue vencido sólo gracias a la superioridad del socialismo soviético que aplastó al 80% de los ejércitos nazifascistas-- acelerando la descomposición reformista de los PCs, y el largo desierto del marxismo frente a la ideología burguesa.
La propaganda capitalista ha manipulado la historia, ha mentido y ha creado otra historia reciente sobre la verdadera evolución de la lucha de clases mundial desde 1945 hasta ahora. Se nos ha hecho creer que los “treinta gloriosos”, las tres décadas transcurridas hasta finales de los ’70, con el inició del ataque neoliberal, fueron una demostración inequívoca de la superioridad de la “democracia occidental” sobre el socialismo. Esto es mentira. Como ya hemos dicho, sólo unos muy contados Estados burgueses, los imperialistas, pudieron desarrollar sistemas democráticos formales pero gracias a las excepcionales condiciones posteriores a 1945, gracias al despojo imperialista y gracias a una sofisticada represión interna. Las violencias de signo opuesto, la contrarrevolucionaria e imperialista y la revolucionaria y liberadora, fueron la realidad mayoritaria a nivel mundial, y muy en especial desde 1973 cuando mediante las criminales dictaduras en el cono sur latinoamericano el neoliberalismo apareció como la alternativa antisocialista y antiobrera a aplicar dentro mismo del imperialismo, como así sucede desde entonces.
Como a comienzos del siglo XX con el taylorismo y otros métodos, uno de los objetivos del neoliberalismo desde comienzos de los ’70 era y sigue siendo el de destroza la fuerza de lucha del proletariado, liquidando sus derechos, desuniéndolo, haciéndole retroceder a las brutales condiciones de explotación de finales del siglo XIX, etc. De nuevo, para saber qué son las clases debemos estudiar cómo el Estado burgués golpea muy duramente a las masas trabajadoras. Con la crisis iniciada en 2007, además del ataque a las y los trabajadores, las “clases medias” y la pequeña burguesía están siendo arrinconadas y mermadas bajo la presión de la gran burguesía. A la vez, el campesinado del mundo entero debe acelerar su emigración a las megaciudades para proletarizarse porque la agroindustria capitalista los empobrece aún más y los expulsa de sus reducidas tierras privadas y de sus tierras comunales. Simultáneamente, las mujeres campesinas, obreras y autoexplotadas en las grandes urbes, y en el centro imperialista, sufren un acoso creciente del sistema patriarcal y del terrorismo religioso.
La masa asalariada, es decir, la que vive sólo y exclusivamente de un mísero salario, la que no tiene ninguna autonomía económica, por no decir ninguna independencia productiva, esta masa que forma el componente decisivo de la humanidad trabajadora, va aumentando en todo el mundo y van reduciéndose los sectores autónomos, los que pueden compaginar el propio trabajo no explotado por nadie con un trabajo asalariado. Esta dinámica, ya teorizada por el marxismo de mediados del siglo XIX, choca cada vez más con su opuesta e irreconciliable pero unida a ella por lazos irrompibles: va reduciéndose la minoría multimillonaria poseedora de los medios de producción.
Otra característica ya anunciada por el marxismo y que se confirma día a día es la interacción entre el militarismo imperialista y la sobreexplotación de los pueblos. Malvivimos en un mundo finito, con recursos finitos en su inmensa mayoría, y en un planeta tan saturado y sobrecargado de porquería y detritus de muy difícil desintegración y asimilación, que literalmente el imperialismo se está comiendo el futuro de la siguiente generación, que no sólo de la juventud actual. Sólo la sobreexplotación de los pueblos puede sostener durante unos pocos años este desquiciado irracionalismo. Y para que las naciones empobrecidas se resignen pasivamente al expolio de ellas mismas, de su vida e historia, de su cultura y recursos, la civilización del capital se rearma al máximo, se militariza como nunca antes y advierte a viva voz al mundo entero que hará lo que le venga en gana. Las declaraciones de Obama antes y después del asesinato del supuesto Bin Laden, así lo explican sin vergüenza alguna, y encima amparándose en la voluntad de su dios cristiano.
5.- EL MARXISMO COMO TEORÍA-MATRIZ
Sumergidos en esta vorágine ¿por qué debemos recurrir al marxismo? Pues porque es la teoría que mejor ha resistido el criterio de la práctica, la prueba de los hechos. Y no hablo sólo de la teoría revolucionaria, comparando el marxismo con el anarquismo y con otras corrientes socialistas, sino fundamentalmente contratando el marxismo con la ideología burguesa. De entrada, y sin que podamos ahora extendernos en esta cuestión, el marxismo no es una “teoría”, ni una “ciencia”, y mucho menos una “ideología” y una “sociología”, en el sentido dominante de estos términos, aunque por desconocimiento o razones vulgarizadoras y pedagógicas se utilicen para explicar qué es el marxismo. En realidad es una praxis, una dialéctica entre la mano y la mente, la acción y el pensamiento, la práctica y la teoría.
El concepto de “praxis” proviene de lo mejor de la filosofía dialéctica de la Grecia clásica, y quiere decir la capacidad del ser humano libre para crear cosas nuevas. Por un lado, las diversas ramas del socialismo premarxista, desde el lassalleanismo hasta el anarquismo, se caracterizaron por repetir de algún modo anteriores concepciones sin aportar una síntesis cualitativa novedosa. Por otro lado, la ideología burguesa ha retrocedido al marginalismo del último tercio del siglo XIX, que surgió precisamente para impedir el avance del marxismo y para evitar que otros estudiosos burgueses investigasen más allá de lo alcanzado por la economía política clásica. Solamente el marxismo aportó una visión totalmente nueva, mejor dicho, esa visión se caracterizó ya entonces y sobre todo ahora, no tanto por las respuestas dadas a las preguntas ya existentes sobres las causas de la injusticia y la explotación, como muy en especial por el planteamiento de nuevas preguntas, de nuevas interrogantes que nadie se había hecho hasta entonces, y obviamente, a darles una solución inaceptable para la burguesía y de my difícil comprensión para el socialismo premarxista.
La fuerza del marxismo como teoría-matriz radica precisamente en que plantea nuevas dudas y aporta nuevas respuestas, y, además, lo hace desde una nueva concepción de lo que es el pensamiento y de lo que es la acción humana. Como no tenemos ahora espacio para desarrollar en detalle esta crucial novedad, vamos a verla en su desenvolvimiento en tres problemas decisivos en el presente y que exponen la esencia inhumana de la civilización del capital. Los tres tienen directa relación con la militancia internacionalista de Askapena.
El primero es la dinámica de formación de un “nuevo” sujeto revolucionario a escala mundial, una “nueva” clase trabajadora explotada que se crea tanto como efecto tanto de la contraofensiva general capitalista denominada neoliberalismo, como por respuesta de las propias masas explotadas que, a golpes, van aprendiendo de sus errores, de las traiciones político-sindicales, de las innovaciones represivas de la burguesía, etc. Entrecomillamos lo de “nueva” para indicar que, de hecho, mantiene lo esencial de la clase explotada ya existente a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, sobre todo lo esencial de la clase existente entre 1830 y 1871, pero con añadidos fundamentales “nuevos” como el papel decisivo de las naciones oprimidas, el papel decisivo de las mujeres, el papel decisivo de la juventud empobrecida, etc., siempre a escala mundial, planetaria.
Naturalmente, esta “nueva” clase mundial no surge de golpe sino que necesita una o dos generaciones, tal vez más, para irrumpir con fuerza renovada. Siempre ha sido así, siempre la recomposición del proletariado mundial, unida irreconciliablemente a la recomposición de la burguesía mundial, ha necesitado de atroces e insufribles experiencias para superar las cadenas mentales y materiales que ataban a la vieja clase trabajadora al reformismo de su época. Al igual que la economía capitalista tiene fases y ondas, la lucha de clases también las tiene, y la dialéctica entre ambas muestra cómo las viejas clases explotadoras y explotadas deben mudar su piel, adquirir nuevas formas externas manteniendo su naturaleza interna, para responder a las nuevas problemáticas que ellas mismas han ido generando en su lucha de clases, unas veces abierta y otras veces encubierta y latente, pero siempre activa.
El segundo es el creciente peso de las luchas tanto en defensa de las propiedades comunales y comunes que todavía resisten a los empites imperialistas, como de las luchas por recuperar de nuevo, en el actual contexto de mundialización del capital, el valor humano de la propiedad común, social, pública y/o estatal, sin matizar ahora las diferencias entre ellas. Desde la segunda mitad del siglo XIX el marxismo fue cobrando conciencia de la importancia decisiva de la propiedad comunal precapitalista no sólo en la lucha contra el colonialismo sino también en la antropogenia, en la autogénesis de la especie humana. En pugna permanente con el determinismo economicista de la cultura eurocéntrica, el marxismo, no sin dificultades, fue integrando la reivindicación de los bienes comunes precapitalistas con la reivindicación del socialismo, integración que se realizaba con naturalidad pasmosa en las lucha de liberación nacional pero que seguía, y sigue, siendo incomprendida por las izquierdas de los Estados que no sufren opresión nacional, que no están invadidos ni ocupados militarmente, y que tampoco padecen un saqueo masivo, público, notorio, sin tapujos e implacable, de sus recursos.
Pero también dentro de las sociedades imperialistas y de los pueblos no oprimidos siempre se han librado luchas populares por la recuperación de los bienes comunes. Lo que ocurre es que durante la fase de los “treinta gloriosos”, del mal llamado “Estado del bienestar” (¿?), de las políticas keynesianas, etc., estas reivindicaciones parecían haber sido conquistadas para siempre, y sólo los denominados ambiguamente “nuevos movimientos sociales” desde los ’60 en adelante plantearon algunas reivindicaciones en este sentido, sobre todo el feminista, el ecologista, el antimilitarista, el antiracista, etc. La contraofensiva neoliberal está acabando con la suicida ilusión de que la “democracia” garantizaba los “derechos sociales” para siempre y sin necesidad de luchar por ellos. Ahora es cada vez más obvio para centenares de miles de jóvenes de origen obrero y trabajador, incluso de origen pequeño burgués, que ya viven peor que sus padres, con menos derechos, con más y peor trabajo explotado y con menores sueldos, con más control, con más vigilancia y con más represión dentro de la “democracia occidental”. De nuevo, como en el pasado, lucha por una vivienda, por unos derechos laborales y sindicales, por una libertad de expresión, por unos servicios sociales y públicos, por unas ayudas institucionales, por una reducción de la dictadura empresarial, estas y otras reivindicaciones que enlazan básicamente con la lucha por los bienes comunes, vuelven a escena como en el pasado.
El tercero es la sinergia de las contradicciones clásicas y “nuevas” del capitalismo a escala mundial. Por contradicciones clásicas entendemos las que fueron teorizadas en las fases colonialista e imperialista, hasta la guerra de 1939-45: producción social versus apropiación privada, racionalidad parcial versus irracionalidad global, aumento de la producción versus disminución del consumo, desarrollo del pensamiento científico versus mercantilización de la ciencia, acumulación de capital versus explotación asalariada. Por contradicciones “nuevas” entendemos las que irrumpieron definitivamente desde 1945 en adelante aunque ya estaban embrionariamente latentes en el pasado: autodestrucción termonuclear y bioquímica versus acuerdos de paz y desarme, multiplicación exponencial del consumo versus recursos finitos, y mercantilización de la Naturaleza versus catástrofe ecológica.
La sinergia de estas contradicciones es acelerada por el movimiento de las leyes tendenciales del capitalismo: concentración, centralización y perecuación de capitales; asalarización y proletarización progresiva de la humanidad; aumento del trabajo muerto, del capital constante y fijo instalado, de la composición orgánica del capital y reducción del capital variable y del trabajo vivo; tendencia a la baja de la tasa media de beneficios, y socialización de la producción. La interacción entre las contradicciones inherentes y las leyes tendenciales se expresa mediante la lucha de clases que a su vez agudiza tal interacción en una dinámica de retroalimentación que, al final, estalla en forma de crisis cada vez más devastadoras y duraderas. Para salir de las crisis, al final el capitalismo no tiene otros recursos de la derrota inmisericorde del movimiento obrero y revolucionario, y de las naciones oprimidas que luchan por su libertad, así como la reestructuración brusca de la jerarquía interimperialista mediante implacables presiones económico-políticas, o en su defecto y fracaso, mediante guerras locales que pueden terminar y terminan en guerras mundiales. En síntesis, de las crisis el capital sale destruyendo inmensas fuerzas productivas, empezando por la fundamental, la de los seres humanos, que son sacrificados por decenas de millones en el altar de la propiedad privada. Para la civilización burguesa la muerte es la vida.
Pues bien, y concluyendo, solamente el marxismo puede actuar como teoría-matriz del resto de luchas y de pensamientos críticos parciales y sectoriales, focalizados hacia y en una opresión concreta, en una injusticia particular y en una dominación determinada. Y puede hacerlo porque sólo esta praxis ha planteado las nuevas preguntas y ha dado con las nuevas respuestas generales, comunes y básicas, con las constantes elementales y esenciales que bullen en el interior del capital y del trabajo, en el interior de su lucha permanente. Saber desarrollar de manera crítica y creativa las lecciones sustantivas del marxismo con las aportaciones particulares pero necesarias de todas las formas de lucha de la humanidad oprimida, esta permanente dialéctica, es especialmente decisiva para los movimientos internacionalistas porque ellos han de moverse en escenarios diferentes, en culturas, tradiciones e historias colectivas distintas a las de sus naciones de origen. Es por esto, que para los movimientos internacionalistas, como Askapena, el marxismo es el único instrumento emancipador válido para estudiar y conocer otras experiencias y sus conexiones de fondo con la lucha antiimperialista general.