Bohemia (revista cubana)
HONDA MARTIANA 10-2011
Necesidad del marxismo (I)
Por: ARMANDO HART DÁVALOS (redaccion@bohemia.co.cu)
(11 de mayo de 2011)
Cuba está viviendo un momento muy singular de su excepcional historia en que debemos pensar cómo hacer revolución de una manera distinta a la que tradicionalmente hemos hecho. Lo primero que hay que cambiar en un mundo que llaman postmoderno es la forma de hacer revolución. Si no lo asumimos así retrocederemos y esto último no sucederá.
Recuerdo la noche memorable del 28 de septiembre de 1960, cuando en el antiguo Palacio Presidencial, ante la multitud allí congregada se escuchó el estallido de las bombas puestas por los enemigos, y Fidel convocó a todos los vecinos y trabajadores a organizarse por cuadras y manzanas para defender la Patria con la vigilancia revolucionaria.
Entonces nuestra heroicidad y decisión se referían a cuestiones muy concretas como la lucha a muerte contra el enemigo y sus agentes y aliados dentro de nuestro territorio.
Hemos recorrido un largo camino y combatido en medio de gigantescas dificultades y en un período de más de tres décadas en que se produjo el descenso del movimiento revolucionario mundial, que acabó en la caída del muro de Berlín y la extinción de la Unión Soviética. No hemos estado exentos de errores propios de toda obra humana, sin embargo, aquí están los CDR con la guardia en alto. Esto es ya un símbolo de nuestra principal victoria.
Hoy los problemas son, en sus más puras esencias, los mismos que hace 35 años, pero sus formas de expresarse y las maneras de enfrentarlos resultan infinitamente más complejas que en los tiempos de fundación. En este plazo hemos adquirido una amplia instrucción y una vasta experiencia para resolverlos.
Alguien me dijo una vez en una reunión de ministros de Cultura de Latinoamérica que los cubanos éramos náufragos del sistema socialista disuelto. Le respondí: los sobrevivientes nadamos hacia tierra firme y somos los que más tenemos que contar de ese desastre.
Durante años nos acostumbramos a aceptar como algo natural que el materialismo histórico y dialéctico, es decir, una concepción filosófica tan compleja de entender en sus esencias, constituía la base de toda nuestra política, de nuestra acción, y llegamos a comprender, como en efecto era cierto, que sin esta filosofía era imposible hacer revolución en nuestros tiempos. Ahora hay quien puede asombrarse del hecho real de que sea esta una necesidad de nuestra práctica inmediata.
Cuando el pensamiento filosófico, social y económico de Carlos Marx y Federico Engels sufrió un duro golpe a escala internacional, nosotros los cubanos lo seguimos considerando un arma fundamental en la lucha para defender la Revolución, salvar las conquistas socialistas y continuar marchando hacia adelante.
Pero ahora la cuestión de la validez de esa filosofía hay que explicarla a la luz no sólo de la academia, sino también de las necesidades más concretas e inmediatas que tiene el pueblo. La academia es imprescindible, pero las ideas del pueblo deben de ser la fuente principal de una academia rigurosa.
Todos hemos dicho que no se trata de un dogma. Ahí está el grave error del socialismo real, lo consideró un dogma y acabó perdiendo toda realidad. Para que la idea socialista de Marx y Engels pueda ser útil es necesario relacionarla con nuestra tradición histórica y patriótica cubana y, en especial, con el pensamiento de José Martí, como lo estamos haciendo. Para esto hay que desmitificar la interpretación materialista de la historia de todas las erróneas interpretaciones que sufrió durante décadas.
Lo primero es recordar que el pueblo de Cuba no se hizo socialista porque existiera la Unión Soviética —aunque ella luego nos ayudó decisivamente—, sino en virtud de una historia nacional que desde Varela hasta Fidel, pasando por Martí, poseía un amor infinito a la independencia, a la libertad y a la dignidad plena del hombre, sin lo cual no hubiéramos podido comprender el socialismo.
Para reconstruir el ideal socialista sobre el fundamento de Marx y Lenin hay que dialogar con el pueblo, y a partir de los juicios populares, de sus aspiraciones e intereses; ir elaborando, por especialistas surgidos de su propio seno, una visión humanista y universal del mundo y de su historia.
Quiero introducirme en el tema con una carta de Martí a Fermín Valdés Domínguez, que fue su amigo de la infancia. El escribió desde Cuba, donde estaba en contacto con los incipientes gérmenes del movimiento obrero y donde tenía ya una idea socialista, y Martí le contestaba de la forma siguiente:}
“Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas, y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquel, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo. Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquellas verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: —el de las lecturas extrajerizas, confusas e incompletas—, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados. Unos van, de pedigüeños de la reina. Otros pasan de energúmenos a chambelanes. Pero en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa. Muy bueno, pues, lo del 1º de Mayo. Ya aguardo tu relato, ansioso”.
Propongo introducirnos en el tema a partir de los fundamentos de la concepción de Marx acerca de la verdad sencilla, concreta, inobjetable que estos sabios elevaron a categoría filosófica, es decir, que el hombre necesita primero comer, vestir, tener un techo, y después hacer filosofía.
Nunca antes de Marx este hecho cardinal fue considerado como punto clave del pensamiento filosófico. A lo largo de los siglos, los poderosos y los intereses que fueron creando armaron una enorme confusión intelectual sobre los temas filosóficos y de la cultura. Se situó de forma distanciada lo espiritual y lo material, pasando por alto su relación dialéctica.
Nunca antes de Marx este hecho cardinal fue considerado como punto clave del pensamiento filosófico. A lo largo de los siglos, los poderosos y los intereses que fueron creando armaron una enorme confusión intelectual sobre los temas filosóficos y de la cultura. Se situó de forma distanciada lo espiritual y lo material, pasando por alto su relación dialéctica.
Lo hicieron para impedir que los pobres y explotados tuvieran acceso a las verdades más profundas que eran necesarias para luchar por la libertad y la independencia. Lograban así que los explotados se vieran privados del vuelo revolucionario que podían tener la filosofía y la cultura. Despojaban a los pueblos de las verdades más sencillas en que debe fundamentarse la filosofía para que los pobres y explotados anduvieran a oscuras y no pudieran encontrar el camino que conducía a liquidar la esclavitud.
La filosofía, desprovista de la verdad esencial de que los hombres necesitan primer comer, tener un techo y vestir, y luego crear cultura, no podía ser empleada a plenitud en favor de la liberación humana. Los reaccionarios crearon un misterio y un prejuicio contra la filosofía y la cultura, y las situaron en un lugar que consideraron “sagrado”, inaccesible para la inmensa mayoría de la gente.
Asimismo, resultaba necesario para una elaboración filosófica superior determinado lenguaje especializado. Se escondían, y todavía hoy se esconden en la madeja de ese lenguaje, los hechos más sencillos que son los que deben servir de fundamento a la elaboración cultural e intelectual.
Hoy que la interpretación marxista de la sociedad ha recibido un duro golpe, hay que empezar por estas verdades simples para rescatar el pensamiento revolucionario del marasmo en que ha caído. Solo de esta forma tendremos posibilidades de un esclarecimiento ideológico y de un fortalecimiento moral en la sociedad.
Vayamos pues a esas verdades que son comprendidas por el sentido común, o el buen sentido. La primera y fundamental para abrirle camino a una visión filosófica de la realidad es, precisamente eso que hemos mencionado: el hombre necesita comer, vestir, tener un techo, es decir, resolver las necesidades materiales de su vida, para luego crear filosofía, cultura y vida espiritual.
No hace falta ir a la universidad para reconocer este hecho. Cualquier persona que razone lo sabe muy bien, porque es lo que objetivamente tiene que tener en cuenta todos los días de su vida. Pues bien, en la historia de la cultura esta verdad nunca fue reconocida con categoría filosófica y con todas sus consecuencias antes de Marx y Engels.
Como afirmó Engels ante la tumba de su genial amigo, esa verdad permaneció oculta en la maleza ideológica de siglos. El mérito de ambos fue, precisamente, darle rango filosófico a este hecho y haber extraído consecuencias prácticas del mismo. Esto sólo lo pueden negar los que quieren enredar las cosas en provecho de sus intereses o los que se dejan confundir con la telaraña creada durante milenios alrededor de la filosofía y la cultura.
Observen ustedes algo que parece increíble. Esta simple y contundente verdad que nos confirma el sentido común no alcanzó valor filosófico hasta el siglo XIX. A partir de este esclarecimiento de Marx, se tejió el portentoso edificio de la filosofía materialista dialéctica. La obra fue colosal y cualquiera sean los errores que más tarde se cometieron, bastaría con este hallazgo para que todos los hombres se sintieran agradecidos de Carlos Marx y Federico Engels.
Nunca la filosofía estuvo en posibilidades de representar de manera profunda los intereses concretos de la gente. Ahora bien, el hombre, si bien necesita abordar, en primer lugar, los problemas de su vida material para después desarrollar cultura y vida espiritual, no es hombre sin estas últimas; o sea, que la cultura y la vida espiritual tienen influencias decisivas en el curso de la historia.
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