sábado, 4 de julio de 2009

¿Se está orientando el desenlace de la crisis en favor del capitalismo?





Un antecedente: crisis y relegitimación del capitalismo tras la Gran Depresión

En el período de entreguerras el capitalismo como sistema socioeconómico, y la democracia liberal como sistema político más claramente identificado con aquél durante el siglo XX, conocieron una enorme crisis de legitimidad. Los horrores de la guerra interimperialista desatada en 1914, la gran depresión iniciada en 1929, la existencia del primer Estado obrero estable en la historia gozando en ese momento de un gran atractivo entre la clase obrera, y el fracaso de la Sociedad de Naciones, fueron los principales acontecimientos que contribuyeron a dicha crisis de legitimidad.

El desafío que suponía la alternativa comunista en medio de esa crisis de legitimidad era serio, las causas del fracaso de dicha alternativa en ese período para aprovechar ese momento de deslegitimación del capitalismo habría que buscarlas en gran parte en sus propias debilidades y errores.

Pero inmediatamente apareció un segundo desafío, no al capitalismo como sistema socioeconómico, sino a la democracia liberal, fueron los fascismos que rápidamente se extendieron, por Europa sobretodo. Se trataba de una alternativa al régimen político más peculiar del capitalismo, la democracia liberal, justamente para salvar el régimen socioeconómico. [i]

La derrota militar del fascismo en la II GM mediante una alianza entre el capitalismo de las democracias liberales anglosajonas y el comunismo stalinista llevó en lo inmediato a un refuerzo y relegitimación de ambos sistemas, que se enfrentaron inmediatamente y durante todo un período alternativo de guerra fría y coexistencia.

La legitimidad del capitalismo se mantuvo en general alta en los países centrales a pesar del desencadenamiento de diferentes crisis (económicas como la de mediados de los 70; o, políticas como la del mayo del 68, o la revolución portuguesa, por citar algunas), al contrario que en los países de la periferia y semiperiferia donde su baja legitimidad conoció desafíos importantes, algunos de ellos con éxito (China, Cuba, Vietnam).

El cenit de su legitimidad y aceptación lo alcanzó el capitalismo al terminar la década de los 80, cuando se produjo el hundimiento del socialismo eurosoviético y China comenzó su larga marcha al capitalismo. La versión neoliberal apareció entonces con un ímpetu arrollador que, justamente, provocaría la primera crisis de legitimidad de importancia del capitalismo - al menos en su versión neoliberal - desde la posguerra, centrada fundamentalmente en América Latina.

No cabe duda que esa deslegitimación es una condición importante que va a permitir el avance de los movimientos sociales que le venían ofreciendo una fuerte resistencia, y la aparición de gobiernos antineoliberales en la región.

Los países centrales, por el contrario, se mantenían inmunes a cualquier desgaste serio de esa legitimidad. El giro importante producido en EEUU en 2008 con la derrota de los republicanos de Bush por Obama no puede leerse en clave de perdida de legitimidad del capitalismo. Se ha tratado de una sana reacción del pueblo norteamericano a la política ultraconservadora y belicista de los neocon, pero no puede leerse en clave de una desautorización del capitalismo.

Es importante retener en esta diferencia de comportamiento un cambio importante sobre los actores políticosociales en América Latina y los países centrales, para el caso que nos ocupa, Europa, que es señalado por diversos analistas: “no fueron los partidos políticos los que estuvieron a la vanguardia de la lucha contra el neoliberalismo sino, por el contrario los movimientos populares. Estos movimientos surgen del marco de la crisis de legitimidad del modelo neoliberal y de sus instituciones políticas y parten de dinámicas presentes en su comunidad o espacio local. Se trata de movimientos muy pluralistas donde coexisten componentes de la teología de la liberación, del nacionalismo revolucionario, del marxismo, del indigenismo, del anarquismo.” [ii]

La crisis no consigue mellar la legitimidad del capitalismo en Europa

En los primeres meses de 2009 pareció que despegaba en el viejo continente un movimiento de protestas contra las consecuencias sociales de la crisis [iii] , pero dicho despegue se quedó, al menos de momento, en un amago sin más consecuencias.

En junio tuvieron lugar las elecciones europeas. Como es perfectamente conocido los partidos mayoritarios de los 27 países miembros (conservadores, liberales, socialdemócratas, etc.) suelen utilizar estas elecciones para desgastar al gobierno nacional de turno o para reafirmarse en el poder si forman gobierno, por lo que los temas principales de campaña suelen ser domésticos. La abstención suele ser alta, aunque in crescendo, y suele generar una reacción cínica de los principales actores de stablishment (políticos, medios de comunicación, instituciones económicas, etc.) sobre el desapego de los ciudadanos de los países miembros por la Unión Europea.

En general esta ha sido la tónica seguida también en las elecciones de este año. Ninguno de los partidos del stablishment se había planteado seriamente que pudiera expresarse un voto que significara una perdida de legitimidad del capitalismo, y a la vista de los resultados el único discurso postelectoral escuchado es el de la consabida preocupación por el desapego europeo de los ciudadanos, fruto especialmente de la propia actitud de los políticos.

Pero la izquierda transformadora, especialmente la más radical, si supuso que todo el desarrollo de la crisis, primero financiera, luego económica y, finalmente, social tendría una traducción política que se expresaría en estas elecciones. Ese fue el origen de la aparición de muchas organizaciones de la izquierda anticapitalista en diferentes países, con unos resultados electorales globalmente desastrosos.

Si como todo el mundo concuerda se ha producido en estas elecciones [iv] un avance de la derecha y la extrema derecha, un retroceso importante de la socialdemocracia, aprovechado por los verdes para dar un gran estirón, el estancamiento de la izquierda comunista clásica y el fracaso de la izquierda radical, es decir, si la legitimidad del capitalismo no ha sido en absoluto mellada, entonces, habrá que buscar alguna explicación un poco convincente. Porque luego están los centenares de explicaciones para consumo interno de la izquierda radical que interpretan que se ha producido un “abrumador rechazo popular a la Europa del gran capital” (tiene que estar encantada la derecha de que la rechacen así).

Pero antes que nada hay que aclarar un punto en el que se apoyan muchos análisis de esta izquierda para revertir a su favor lo que es un inapelable fracaso electoral, porque, como tantas veces se ha repetido la sentencia de Francis Bacon, la verdad surge con más facilidad del error que de la confusión.

Este punto se refiere a la interpretación de la alta abstención, y el interrogante planteado es el de sí se puede interpretar esa abstención como una perdida de legitimidad de las instituciones europeas y del capitalismo.

No pretendo ser contundente en el diagnóstico porque habría que hacer análisis más finos, con un manejo más exhaustivo de datos de los que en estos momentos puedo aportar, pero creo que al menos las conclusiones tan alegremente lanzadas por una parte importante de la izquierda pueden ser rechazadas.

En las siete elecciones al Parlamento Europeo [v] celebradas entre 1979 y 2009 la participación ha bajado, cita tras cita, desde el primer 61,99% al 43,24% actual. Correlativamente a cada descenso de participación en cada nueva elección correspondía con un Europa comunitaria más amplia, de los 9 miembros de 1979 se ha pasado a los 27 actuales. A mayor espacio, menor porcentaje de participación. Esto orienta hacia una primera hipótesis interpretativa, los ciudadanos europeos se sienten cada vez más extraños a unas instituciones cada vez más lejanas, siendo percibido, además, el Parlamento Europeo como un órgano sin impacto en las decisiones que les afectan. En estas circunstancias, el que se añada que esas instituciones, incluida la electiva del Parlamento, representan a la “Europa de los mercaderes”, no creo que añada un gran peso en la alta abstención.

Para empezar a plantearse que la abstención representa un rechazo difuso y no articulado a una Europa construida según los parámetros señalados por los “mercaderes”, habría que ver reflejada dicha abstención en las elecciones nacionales o de nivel administrativo inferior, lo cual no es cierto. Solo por tomar algunos ejemplos del porcentaje de participación en elecciones nacionales en los años inmediatamente anteriores a estas elecciones europeas: En 2005 en Alemania, 77,7%. En 2008 en España, 73,8%. En 2007 en Francia, 83,8%. En 2006 en Holanda, 80,4%. En 2005 en Gran Bretaña, 61,4%. En 2006 en la República Checa, 64,5%.

Y sabemos también lo que esas elecciones con una media-alta participación han arrojado como resultado, una mayoría de gobiernos de derecha en Europa.

No puede confundirse una falta de interés por las instituciones europeas, por el propio proyecto europeo, con una perdida de legitimidad del capitalismo. Los ciudadanos europeos se desentienden de esa construcción artificial que para muchos empieza a ser Europa, para volcarse en sus respectivos Estado-nación y votar conservador, o, como mal menor, socialdemócrata.

Se ha utilizado un argumento más sofisticado e interesante para intentar demostrar que Europa no es derechas, los resultados de una encuesta sobre los valores de la población de la Europa comunitaria que arrojaría una mayoría partidaria de políticas progresistas e incluso socialistas [vi] . Si a pesar de estos valores mayoritarios la socialdemocracia retrocede es porque en los últimos años se habría orientado al socialiberalismo con el abandono de las políticas redistributivas y progresistas. Ante dicho giro las clases populares que les apoyaban se han refugiado en la abstención y han permitido así el triunfo de la derecha. A esta tesis, que no se enfrenta a la pregunta clave de porque se han refugiado en la abstención y no se han desplazado a opciones más a la izquierda, se la puede oponer el mismo contra-argumento empleado anteriormente, en las respectivas elecciones nacionales la participación se mantiene alta y se eligen mayoritariamente gobiernos de derechas.

Se puede pensar que, como ocurre con las encuestas realizadas durante las campañas electorales, la prueba de la verdad es el propio resultado obtenido en las votaciones, esa es la encuesta real. También se podía pensar que la población europea sufre de disonancia cognitiva (piensa una cosa y practica otra diferente) a la vista de los resultados de la citada encuesta sobre valores y el de las elecciones. Pero la pregunta que nos interesa en este trabajo es otra: si hay razones para que la socialdemocracia esté desprestigiada, y así se refleja en los resultados electorales, también las hay ahora mismo para que esté desprestigiado el capitalismo, pero eso justamente es lo que no se refleja en los resultados electorales.

Despejado el punto de la interpretación de la alta abstención en las elecciones europeas de junio de 2009, que algunos utilizan como hoja de parra para ocultar su fracaso, pasemos, como hemos dicho, al núcleo del artículo que es explicar los pobres resultados de la izquierda (en sentido amplio, desde la socialdemocracia hasta la revolucionaria) interpretados como el mantenimiento de la legitimidad del capitalismo a pesar de los meses de crisis transcurridos y el impacto social producido.

¿Por qué la legitimidad del capitalismo en Europa resiste los efectos de la crisis?

El verano del año pasado, justo antes de desencadenarse la crisis financiera, la revista El Viejo Topo [vii] publicó una encuesta realizada entre importantes intelectuales y algunos políticos de la izquierda española con una pregunta clara ¿Por qué en España un gran número de trabajadores vota a la derecha?

Dentro de la diversidad de matices, las respuestas ofrecidas a este interrogante pueden agruparse en torno a siete bloques. En realidad son las que se exponen en la mayoría de los análisis o artículos que se han ocupado del tema más general de la crisis actual de la izquierda y, por esta razón, muchas de ellas se han terminado convirtiendo en tópicos. Dado el formato de la encuesta, tampoco los entrevistados entraron en una explicación más profunda de las razones que alegaron. Al margen de algunas causas derivadas de la situación específica de España, que no englobamos en esos siete bloques, la mayoría son extrapolables al entorno de la los países de la Unión Europa.

Esas respuestas pueden servir de punto de partida a la misma pregunta, pero formulada de manera diferente; para un espacio más amplio, los 27 países de la Unión Europea; y en un contexto diferente, la crisis económica más graves del capitalismo después de la Gran Depresión de los años 30.

La pregunta se podría formular así a la vista de los resultados de las elecciones europeas de junio de 2009: ¿por qué dicha crisis no ha mellado seriamente la credibilidad del capitalismo en Europa?

Veamos cuales fueron aquellos bloques de respuestas y su capacidad para responder también a esta última pregunta, porque, evidentemente, no es exactamente lo mismo preguntarse por qué los trabajadores votan a la derecha, que las razones por las que el capitalismo no ha perdido credibilidad en esta crisis

Lo primero que se puede constatar es que hay una jerarquía de importancia entre esas causas, en cuanto algunas son señaladas por la mayoría de los 16 encuestados y otras solo por una parte minoritaria.

La que goza de mayor aceptación es aquella que responsabiliza a las organizaciones de izquierda (partidos y sindicatos) del comportamiento electoral de una gran parte de los trabajadores, que tal vez podamos traducir por la ausencia de erosión de la credibilidad del capitalismo.

¿De que se las acusa a estas organizaciones? De no haber hecho nada por resolver los problemas reales de la gente, de renunciar a la defensa de los más débiles; de no tener un comportamiento ejemplar desde las instituciones, comportándose como los políticos profesionales de la derecha e, incluso, con casos notorios de corrupción; de haber ido aceptando progresivamente los valores de la derecha, renunciando a defender otras alternativas y diluyendo sus referencias de clase; de sus divisiones, escisiones y luchas intestinas; de la falta de referencia a la clase obrera en sus discursos, dirigiéndose a los ciudadanos o al pueblo; del abandono de todo trabajo político-social en el seno de la clase trabajadora, con una escasa presencia de activistas en las empresas y barrios obreros; del transformismo de la izquierda en el poder y de la convergencia en sus propuestas sociales y políticas con las de la derecha.

Estas críticas pueden ser dirigidas fundamentalmente a los partidos que han tenido importantes responsabilidades en diferentes niveles de gobierno, es decir, en Europa, a la socialdemocracia, aunque algunas de ellas son extensibles al conjunto de la izquierda. En este sentido explicarían no solamente la importante derrota de la socialdemocracia en las elecciones europeas de este año, sino también su constante declive desde las primeras de esas elecciones en 1979 e, igualmente, el predominio de la derecha en los distintos Estados nacionales europeos. Pero por sí solas, estas críticas no explican porque, desencantados de la socialdemocracia, los trabajadores no apoyan a las expresiones políticas a su izquierda. En los términos de nuestra pregunta ¿por qué no se produce un descrédito paralelo de la socialdemocracia y el capitalismo?

La segunda causa más señalada en la encuesta es la que tiene que ver con el gran éxito de la burguesía en imponer de manera incontestable el conjunto de sus valores, especialmente el consumismo, al conjunto de la sociedad, incluida la clase obrera, lo que ha llevado a construir un sentido común profundamente conservador. El individualismo se ha impuesto sobre la acción colectiva y se ha extendido el capitalismo popular. Esta causa es más generalista y profunda en cuanto sirve para explicar porque la posible desafección con la socialdemocracia no se traduce en un mayor apoyo a su izquierda u otros fenómenos como la baja sindicalización y militancia partidaria.

Hace referencia a lo que se puede considerar el núcleo de un sistema de dominación, la hegemonía de los valores de la clase dominante, sin la cual la dominación solo puede mantenerse por la coacción y se vuelve inestable a largo término. Pero la constatación de este axioma, común a todo sistema de dominación estable, exige que se descubra donde radica la capacidad para mantener esa hegemonía en el capitalismo actual, cual es su base de sustentación. Ésta es la respuesta ausente en la encuesta. Sin enfrentarnos a esta cuestión no podremos comprender porque no se ha producido una deslegitimación del capitalismo en esta crisis y, por lo tanto, porque retrocede la izquierda en lugar de avanzar.

Pero antes, sigamos repasando el resto de los motivos que se alegaron en la encuesta a la que estamos haciendo referencia, siguiendo el orden decreciente de las más mencionadas.

La tercera en este sentido es un fenómeno que ha aparecido en los últimos años en Europa, pero al que, sin embargo, se cita repetidamente como uno de los argumentos de la derecha que más réditos la ha producido entre las filas de la clase obrera. El rechazo al fenómeno de la inmigración esgrimido como una amenaza al empleo de los trabajadores nacionales, magnificado en una situación de crisis y destrucción de empleo como la actual (este argumento sería válido para los países más desarrollados de Europa, pero no para los más recientemente incorporados del centro y este europeo).

En realidad esta cuestión se podría plantear dentro de la causa anterior, del dominio de los valores de la burguesía. En este sentido significa la sustitución de los valores de la solidaridad por los del egoísmo, donde el adversario real, la burguesía, es sustituido por el inmigrante, quién deja de ser percibido como otro explotado más, y en peores condiciones, para ser visto como una amenaza. Representa uno de los más claros y dolorosos ejemplos de inversión de valores entre los oprimidos y explotados. Una de las más claras muestras de la hegemonía ideológica y cultural de la burguesía.

La siguiente causa apuntada como explicación del comportamiento electoral de parte de la clase trabajadora, y que estamos ahora empleando para analizar igualmente el fenómeno de la ausencia de desgaste de la credibilidad del capitalismo en esta crisis, hace referencia a los efectos del fracaso de las experiencias socialistas en la Unión Soviética y el este europeo, tanto por las consecuencias del propio fracaso, como por la incapacidad de la izquierda para levantar un modelo alternativo diferente y alejado del que representó el comunismo eurosoviético. Los efectos se hacen notar en una doble vertiente, de un lado ha llevado a un descrédito generalizado de los valores e ideales de la izquierda, no importa cual sea la escuela concreta a la que se vincule; de otro lado, se ha impuesto el sentido común de que no es posible ninguna alternativa al capitalismo, de que éste es el horizonte final de la historia.

Relacionado directamente con la causa anterior, el quinto motivo citado hace referencia a la ausencia en estos momentos de un paradigma socialista creíble. Esto es fruto, en primer lugar, de la pérdida de sus referencias históricas. Este vacío en la izquierda es un elemento importante que facilita enormemente la penetración de la cosmovisión burguesa en la conciencia de todas las clases dominadas y explotadas de la sociedad, a lo sumo se puede originar una conciencia reivindicativa por obtener un mejor equilibrio en el reparto de la riqueza o la eliminación de las injusticias más flagrantes, pero impide superar el horizonte capitalista. La ausencia de paradigma va asociado, inevitablemente, a la ausencia también de un referente político atrayente en la izquierda transformadora. La izquierda aparece polarizada entre la parte que acepta la sociedad actual, con objetivos reformistas, y la parte que “ practica una retórica ideológica antigua que resulta muy poco creíble”. Este vacío explicaría igualmente el enorme descenso de la militancia de izquierda y esa ausencia mencionada anteriormente de activistas en los lugares de trabajos y los barrios populares. Es la incapacidad para generar ilusiones y esperanzas de manera amplia.

Entre los dos últimos argumentos empleados, que son citados de manera minoritaria, hay uno de ellos que tiene una importancia singular, y se refiere a los profundos cambios producidos en la estructura social en general y, en concreto, en el seno de la clase trabajadora que se ha visto sometida a un proceso de heterogeneización profunda, entre estables/precarios, autóctonos/inmigrantes, cualificados/descualificados, hombres/mujeres, adultos/jóvenes, asalariados/autónomos. Algunas de estas líneas de división son nuevas y otras ya existían pero han sido reforzadas, y producen diferencias de situaciones laborales y de derechos que se transforman en diferencias de modos de vida y expectativas. Si la división de clases se difumina y se introduce la competencia en el interior de una clase obrera más fragmentada, entonces es inevitable el debilitamiento de los lazos sociales y de la solidaridad.

Crear un discurso y un programa que sean capaces de homogeneizar esa clase trabajadora fragmentada desde los valores de la izquierda es uno de los grandes retos hasta ahora no alcanzado y que se relacionado con el aspecto mencionado anteriormente de ausencia de alternativas creíbles.

La derecha, por el contrario, ha tenido más éxito para lograr mensajes homogeneizadores sobre la clase obrera y arrastrar a una parte importante tras de sí, y la ha sido más fácil porque apela a elementos simbólicos tradicionales de fuerte atracción en ausencia de una conciencia crítica como el patriotismo o el orden y la autoridad, pero también al miedo y al egoísmo - “ la siembra creciente de un miedo abstracto que provoca comportamientos de jauría (miedo frente al inmigrante, frente al que rompe el orden, frente al que cuestiona la irracionalidad de la nación o la religión, frente a quien tiene un trabajo peor, frente a quien desnuda al poder..” - buscando la unidad en torno al programa conservador frente al otro, al diferente. Son los discursos xenófobos, anti-inmigrantes, nacionalistas. Un discurso muy efectivo cuando se ha penetrado anteriormente en las conciencias y además hay una situación de crisis aguda. Y en una situación de este tipo, como hemos podido constatar en estas últimas elecciones, obtiene bueno resultados la extrema derecha.

Curiosamente, el motivo menos utilizado entre los consultados en esta encuesta es uno que suele ser muy popular en muchos análisis y documentos de la izquierda. El poder de los medios de comunicación del stablishment, la virtual posición monopolista de los medios burgueses. Existe, es verdad, la libertad de prensa en las democracias liberales y se puede intentar crear un medio de comunicación del tipo que se quiera, lo mismo que una fábrica de aviones, solo que se queda en eso, en una posibilidad, nadie levanta todos los días una fábrica de aviones, ni un potente medio de comunicación porque el ticket de entrada es muy costoso y difícil. Es evidente que los modernos medios de comunicación son un instrumento poderoso para crear y difundir la cosmovisión burguesa, que en ciertas coyunturas, como en la Venezuela bolivariana, han llegado a cumplir el rol de oposición política derechista cuando se han hundido los partidos burgueses, pero también se ha demostrado, como en la misma Venezuela, que su capacidad es limitada cuando se pone en marcha un proceso social liberador de fuerte arraigo popular. Su efectividad es, pues, importante cuando se encuentra ante condiciones favorables, pero disminuye en condiciones adversas.

Estas condiciones son las importantes a analizar. Los medios de comunicación contribuyen a legitimar todos los días el capitalismo, pero si éste fracasa, si las condiciones de vida de la gente se degradan durante un largo tiempo, si pierden la esperanza en recuperar su situación de bienestar anterior, si la sensación de injusticia se hace intensa, si empiezan a considerar insoportable un sufrimiento al que no ven salida en el futuro, si con ello se rompe el encantamiento de que la libertad y la democracia son monopolio del libre mercado, si aparecen alternativas creíbles e ilusionantes de un futuro mejor, si aparece un referente político que canalice los deseos de cambio, entonces aparece una dinámica política y social orientada a la transformación. Podríamos decir que, en general, estos fueron los parámetros que concurrieron recientemente en América Latina, no como consecuencia de una crisis capitalista, sino de la aplicación de las políticas neoliberales, y que dieron lugar a la dinámica actual de transformaciones.

¿Se están dando estos parámetros en los países centrales del capitalismo y, más en concreto en Europa? Veamos.

El capitalismo mantiene en Europa intacto el núcleo del sistema de dominación.

“El punto de partida del análisis de Marx sobre la naturaleza del Estado es indiscutiblemente su teoría de la explotación y las clases sociales, que suministra una explicación formal sobre el origen y la reproducción de la desigualdad social. El poder político se concibe como un aspecto esencial de la existencia de la desigualdad social. Es decir, no es posible concebir la pervivencia de una relación de dominación económica sin un factor de cohesión de naturaleza política, lo que presupone una autoridad legitimada incluso (o sobre todo) en el uso de la violencia; es decir, un Estado.” [viii]

José María Maravall cita a dos importantes sociólogos y politólogos para definir en que consiste el núcleo de la legitimidad de un sistema político, el primero es Weber, para quién “un orden legítimo sería aquel ‘que aparezca con el prestigio de ser obligatorio y modelo’ “, el segundo es Juan J. Linz, que define la legitimidad como “la creencia de que, a pesar de insuficiencias y fracasos, las instituciones políticas existentes son mejores que otras alternativas que pudieran establecerse y pueden por tanto demandar obediencia”. Y continua con un argumento que es muy pertinente en este momento, “Se ha argumentado con frecuencia que la legitimidad de las democracias disfruta de cierta independencia respecto del rendimiento de las instituciones políticas y económicas. Durante un tiempo, impreciso pero prolongado, la insatisfacción con dicho rendimiento no socavaría la lealtad de los ciudadanos respecto de los regímenes....Como consecuencia, cuando una democracia es legítima, puede sobrevivir a profundas crisis económicas”[ix]

Este argumento es traído a colación porque al haberse vinculado durante un largo período, especialmente después de la II guerra mundial, el régimen socioeconómico capitalista con la forma política de la democracia liberal, la legitimidad de esta última - basada sobretodo, pero no exclusivamente, en el aspecto procedimental, la celebración periódica de elecciones - se ha transmitido al primero. Uno de los mayores éxitos de la propaganda burguesa ha consistido en hacer aparecer como sinónimos los conceptos de libre mercado y democracia, que, a su vez, también ha conseguido hacer confundir con el modelo liberal burgués, así, la única democracia posible es la liberal burguesa cuyo supuesto de existencia es el libre mercado. En realidad el mérito de este éxito no es solo de la derecha, la izquierda también a contribuido a él con sus errores.

La lucha por la bandera de la democracia se ha convertido en un aspecto fundamental tanto de las corrientes de la izquierda que más lucidamente se han enfrentado a las experiencias del siglo XX, como por parte de diferentes instituciones conservadoras que promueven los intereses del capitalismo no a través de los golpes y las guerras - aún sostenido por su sector ultra o neocon - sino mediante ONGs, medios de comunicación, revoluciones de colores, etc. que insistentemente propagan que los únicos y genuinos candidatos o procesos democráticos son aquellos que se presentan defendiendo el “libre mercado”, en tanto sus opositores son metidos en el mismo saco de ganadores fraudulentos, dictadores en potencia o tiranos encubiertos. Por esos son tan importantes los procesos que se desarrollan en estos momentos en América Latina, porque además de representar la más importante contestación al neoliberalismo, y de ser el primer ensayo de avance al socialismo - en un modelo no claramente definido aún - después de la debacle del comunismo eurosoviético, se realizan mediante una lucha que disputa la bandera de la democracia a las fuerzas derechistas, desenmascarando su verdadera naturaleza. Esta queda en evidencia en el momento en que la burguesía nacional y el imperialismo acuden al expediente del golpismo o la insurrección ultraderechista, como en Venezuela, Bolivía y Honduras recientemente, cuando obtienen un resultado electoral desfavorable o no ven factible conseguir sus objetivos mediante los cauces democráticos.

La lucha por deslegitimar al capitalismo y relegitimar las alternativas de izquierda tiene un aspecto central en la demostración práctica de que la concepción instrumentalista de la democracia es la de la burguesía y el imperialismo. Y esa es una batalla larga y difícil porque si bien hay numerosos ejemplos históricos de este comportamiento de las fuerzas de la derecha, estos son contrapesados por la experiencia del comunismo eurosoviético o sus dos supervivencias más notables en la actualidad, China y Corea del Norte.

El Estado de Bienestar es analizado desde el marxismo como un instrumento funcional al capitalismo en cuanto mediante una serie de concesiones a la clase obrera amortigua el conflicto de clases. La dominación ideológica mencionada anteriormente de hacer aparecer como sinónimos la democracia y el mercado libre, solo sirve de refuerzo al núcleo de la dominación burguesa basada en un pacto social mediante el que los trabajadores además de ciudadanos son consumidores y beneficiarios de un sistema de derechos sociales. ¿Se ha quebrado la médula de este pacto social en Europa con la actual crisis?

Algunos analistas han adelantado la explicación de que la falta de movilizaciones frente al impacto social de la crisis se debe al hecho de que, a pesar de todo el discurso neoliberal, sin embargo, en la práctica, la mayoría de las instituciones del Estado de Bienestar se han mantenido en pie y han funcionado como paraguas protector en esta Europa tocada por la crisis.

Pero debemos preguntarnos primero si el impacto social de la crisis ha sido realmente tan importante hasta el momento. Tomando como indicador el incremento del paro en un año, de mayo de 2008 a marzo de 2009 podemos observar una fuerte dispersión en Europa. La media de la Europa de los 27 ha pasado de un 6,8% a un 8,6% de parados, es decir 1,8%, importante, pero no espectacular. El problema es que frente a una mayoría de países en ese umbral y algunos por debajo, hay especialmente 5 países donde si se ha producido un auge dramático del paro, España, pasando del 10,5% al 18,1%; Letonia, del 6,2% al 17,4%; Lituania, del 4,6% al 16,8%; Estonia, del 3,9% al 13,9%, e Irlanda, del 5,5% al 11,1%.

De los componentes de este grupo especialmente golpeados por el paro, solo Letonia conoció fuertes movilizaciones que llevaron en febrero a la caída del gobierno y la formación de otro también conservador, y el resultado de las actuales elecciones europeas arroja como el partido más votado al conservador Unión Cívica (24,29%), uno de los cinco que forman la coalición gobernante, seguido del representante de la minoría ruso-hablante (16,68%). En España, justamente fue el partido socialista, en el gobierno, el que menos perdidas sufrió entre los grandes de la familia socialdemócrata en Europa. Y la pérdida sufrida por los socialistas no fue en beneficio de su izquierda, que también descendió, sino del derechista Partido Popular.

Si, entonces, el impacto de la crisis en la eurozona no ha sido especialmente devastador en términos de pérdidas de empleo, con la excepción de los países citados, ¿es posible que, además, el mantenimiento de estructuras fundamentales del Estado de Bienestar haya desactivado, por el momento, el dramatismo de una crisis social?

Atilio A. Borón sostiene que “ Si algo ocurrió en los capitalismos metropolitanos en los últimos veinte años ha sido precisamente el notable aumento del tamaño del Estado, medido como la proporción del gasto público en relación al PIB. Lo que ocurrió desde el advenimiento de la crisis del capitalismo keynesiano, a mediados de los setenta, fue un descenso relativo en la tasa de crecimiento del gasto público, pero éste continuó creciendo sin interrupción aunque a un ritmo más lento.

Pero mientras los Estados se agigantan en el corazón de los capitalismos desarrollados, la historia en el mundo de la periferia es completamente distinta. En la reorganización mundial del sistema imperialista que tuvo lugar bajo la égida ideológica del neoliberalismo, los Estados fueron radicalmente debilitados y las economías periféricas sometidas cada vez más abiertamente, y casi sin la mediación estatal, a los influjos de las grandes empresas transnacionales y las políticas de los países desarrollados, principalmente los Estados Unidos” [x]

A partir de la ofensiva iniciada por el tandem Teatcher-Reagan, el neoliberalismo también ha impactado en las estructuras del Estado de Bienestar europeo, en unos países más que en otros, con la expansión del mercado a costa de los servicios públicos y el ataque a las políticas redistributivas. Los recortes han afectado al sistema de pensiones, a las condiciones de empleo y trabajo, a la cobertura sanitaria o al sistema educativo. Pero el núcleo ha persistido y a funcionado, al menos en la parte de la crisis que hemos sufrido hasta el momento. Analizando el ataque sufrido por el Estado de Bienestar [xi] se ha periodizado tres etapas, la de pre-crisis (anterior a 1973), la crisis (mitad de los años 70) y la poscrisis ( de los años 80 en adelante). El resultado final es que fue abandonado el primer componente, el del pleno empleo; mientras que el segundo, los servicios sociales de carácter universal, sufrió solamente de un deterioro menor; y el tercero, el mantenimiento de un nivel mínimo de calidad de vida, fue muy debilitado, produciendo como consecuencia que fuesen los grupos de rentas bajas y otras minorías vulnerables quienes sufriesen lo peor de la política neoliberal.

Es posible que los costes sociales, excepción hecha del grupo de países fuertemente golpeados por el paro, no hayan sido de una intensidad tal que pudiesen provocar una reacción más fuerte de los trabajadores y otras capas sociales.

Pero aunque la crisis hubiese tocado fondo, en primer lugar no se ha producido aún la recuperación y todo parece indicar que ésta será larga y, en segundo lugar, los déficits en que han incurrido los diferentes gobiernos por las enormes ayudas aportadas al sistema financiero y luego al resto de los sectores económicos van a lastrar las cuentas públicas por largo tiempo. En esta situación el pulso social va a continuar para dirimir que sectores sociales van a cargar con la mayor parte del sacrificio de esta crisis.

La reacción xenófoba contra los inmigrantes forma parte de este pulso, también los llamamientos cada vez más insistentes por reformar el mercado de trabajo, léase un despido más fácil y barato, por aumentar la edad de la jubilación y reducir las pensiones, por aumentar los impuestos indirectos, etc.

Europa ha crecido, desde la segunda guerra mundial, asentada en un pacto social en el que los sindicatos han sido un interlocutor importante, cuya práctica algunos analistas han llegado a denominar neocorporativismo.

Si la derecha europea es capaz de maniobrar inteligentemente, manteniendo esa práctica neocorporativista, sujetando a los sindicatos con diversas concesiones, manteniendo el núcleo fundamental del Estado de Bienestar, imponiendo sacrificios diferenciados según capas sociales para romper toda posibilidad de unidad, y difundiendo con éxito un discurso fatalista, es posible que, finalmente, la crisis se supere a costa de las capas populares, con un coste diferenciado según su debilidad y en general en detrimento de los más débiles, y con una mayor sensación de derrota y abatimiento en la izquierda.

La impresión es que la izquierda europea lo tienen difícil en esta coyuntura. Su posición política es de extrema debilidad, como ha demostrado los resultados de las recientes elecciones, su capacidad de influencia en los sindicatos tampoco es muy grande. Pero lo peor que pudiera hacer es ceder a la tentación de huida hacia delante, de utilizar un mensaje más radical cuanto menos influencia social posea, de sustituir estrategias y análisis complejos por consignas altisonantes. Debe sacar lecciones del porque las grandes manifestaciones realizadas en Europa por el movimiento altermundialista, contra la guerra de Irak, o las más recientes contra la crisis no se han transformado en posiciones de poder de la izquierda.

Sin un previo trabajo de análisis sobre la estrategia a seguir, la política de alianzas a establecer, el programa a levantar y los sujetos sociales a los que dirigirse, todo lo demás se parece a una carrera a ninguna parte.



[i] La naturaleza y la funcionalidad del fascismo para el capitalismo han sido objeto de una amplia polémica entre diferentes corrientes políticas, pero este no es el momento adecuado para hacer una exposición de la misma.

[ii] Marta Harnecker, América Latina: inventando para no errar , pág. 4

[iii] Remito a mi artículo Crisis, despegue de la contestación en Europa y las dificultades de la construcción de un nuevo paradigma emancipatorio en la izquierda .

[iv] Remito a mi artículo anterior, Su crisis, nuestra frustración, para el análisis del resultado de las elecciones europeas.

[v] Las cifras utilizadas a continuación han sido recogidas de las siguientes páginas:http://electionresources.org/eastern.europe.html, y http://www.elections2009-results.eu/es/index_es_txt.html

[vi] Vicenç Navarro, ¿Es Europa de derechas? , Rebelión, 16/06/2009

[vii] El Viejo Topo nº 246-7, 2008

[viii] Diego Guerrero (coord). Manual de economía política , pág. 327

[ix] José María Maravall, Los resultados de la democracia , pág. 251-5

[x] Atilio A. Borón, Imperio: dos tesis equivocadas , págs 8-9

[xi] Jorge Benedicto y María Luz Morán (eds.), Sociedad y política , pág. 220

No hay comentarios: