miércoles, 9 de febrero de 2011

La Revolución en el sistema mundo del siglo XXI


09-02-2011

La Revolución en el sistema mundo del siglo XXI



En una interesante reflexión titulada “La suerte de Mubarak está echada”, Fidel Castro Ruz, el líder de la Revolución cubana, analizó que el mundo se enfrenta simultáneamente y por primera vez a tres problemas: crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas; pero en otra anterior referida a “La grave crisis alimentaria” se preguntó: ¿Podrá Estados Unidos detener la ola revolucionaria que sacude al Tercer Mundo?
La racionalidad indica que en esas condiciones globales de crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas, Estados Unidos no tendría muchas posibilidades ni capacidad para resistir o detener una permanente ola revolucionaria que sacuda al Tercer Mundo. Sus poderosas armas nucleares, sus satélites y su poder mediático resultarían impotentes e inservibles frente al fervor revolucionario de los pueblos, independientemente de los colores de sus revoluciones y el contenido de sus reivindicaciones.
A inicios del siglo XXI, a Estados Unidos también le costará mucho trabajo contener el derrumbe de su imperio, causante, en su condición de primera potencia imperialista, de guerras catastróficas para la humanidad y, por supuesto, de las tres problemáticas esenciales enunciadas por Fidel en su reflexión.
Ante el empuje de una situación revolucionaria mundial frente a la crisis global del capitalismo, la Revolución y su impacto en la transformación de las Relaciones Internacionales cobra vital importancia para los pueblos. Se espera que los nuevos procesos revolucionarios que surjan en el siglo XXI contribuyan al cambio radical de las Relaciones Internacionales actuales, todavía bajo el control de un puñado de potencias que se autoproclaman la Comunidad Internacional para mantener en jaque a los países del Sur, sea mediante el control del capital, del Consejo de Seguridad de la ONU, el poder mediático o militar.
De ahí la importancia de estudiar la Revolución, desde su aspecto teórico- conceptual y su significación para transformar -ahora más que nunca- las Relaciones Internacionales. El concepto de Revolución ha sido abordado con relativa sistematización por la teoría social y existen diferentes visiones del término, según las diversas interpretaciones ideológicas, clasistas e históricas.
Desde la antigüedad los teóricos de la política estuvieron interesados en los problemas asociados al cambio cíclico de poder, los esfuerzos individuales y colectivos por derrocar un gobierno por medio de la violencia, así como en la comprensión de las justificaciones morales y económicas de la Revolución. Por lo general, le atribuían los sentimientos revolucionarios que aparecían dentro de un Estado a una discrepancia entre los deseos del pueblo y su situación perceptible, divergencia ésta que da lugar a un determinado desacuerdo político acerca de las bases sobre las cuales la sociedad debería organizarse y funcionar.
La teoría política contemporánea se ha encargado de distinguir entre las revoluciones genuinas y otros fenómenos que con frecuencia han sido llamados con el mismo nombre, por ejemplo: el golpe de Estado de carácter militar o apoyados por los militares, la prolongación ilegal del período de gobierno de un líder o mandatario y otros actos de toma del poder relativamente súbitos por pequeños grupos de individuos de alto nivel; diversas formas de revueltas o rebeliones populares, campesinas, urbanas, religiosas y hasta los procesos de desintegración o ruptura política conocidos en sus diversas formas: estatal, regional, colonial, étnica o religiosa. Sin embargo, ninguno de estos fenómenos tiene una necesaria u obligada relación directa con el cambio revolucionario verdadero de la sociedad.
En el siglo XX los enfoques teóricos burgueses de la política internacional analizaron la Revolución como una forma de conflicto violento en las Relaciones Internacionales. La escuela del realismo político ha enfatizado que las revoluciones forman parte de la dinámica conflictiva de los Estados y de la inevitable lucha por el poder entre los principales protagonistas de la política internacional.
La visión evidentemente realista de Mark N. Hagopian definió la Revolución como una prolongada crisis en uno o más de los sistemas tradicionales de estratificación (clase, condición social, poder) de una comunidad política que implica una acción deliberada y dirigida por una elite para abolir o reconstruir uno o más de dichos sistemas por medio de una intensificación del poder político y el recurso a la violencia. [1]
En esa misma línea de pensamiento, para Crane Brinton y otros teóricos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, las revoluciones tienen lugar cuando la brecha entre el poder político distribuido y el poder social distribuido dentro de una sociedad se vuelve intolerable.
En circunstancias de ese tipo las clases sociales que están experimentando algunos de los beneficios del progreso desean desarrollarse de forma más rápida que mediante las posibilidades concedidas por el sistema y por ello se sienten frustradas, paralizadas. El descontento por el reparto de los resultados económicos, el prestigio social y el poder político se extienden. Los valores tradicionales son abiertamente cuestionados y un nuevo mito social desafía el viejo. Los intelectuales se alienan de la vida política y gradualmente pasan de nuevas críticas a retirar la lealtad al sistema político. Las elites gobernantes empiezan a perder confianza en sí mismas, en sus creencias y en su capacidad para dirigir y resolver los problemas sociales. Las viejas elites devienen demasiado rígidas para atraer a las elites emergentes en sus filas y aceleran la polarización.
La Revolución también se produce cuando hay una profunda contradicción entre quienes quieren lograr un cambio rápido y aquellos opuestos al cambio. Según Crane Brinton, el punto de ruptura es alcanzado cuando los instrumentos de control social caen, especialmente el ejército, la policía, estableciendo alianzas con los elementos descontentos o el gobierno en ejercicio demuestra ser inepto para usar esos instrumentos de control social. [2]
Por su parte, los enfoques liberales o institucionalistas también perciben en las revoluciones hechos de naturaleza violenta que perturban la evolución gradual, ordenada de la sociedad. Estas nociones orientadas por las teorías del funcionalismo tuvieron preeminencia en la obra del sociólogo norteamericano Talcott Parsons, quien enfatizaba en la necesidad del consenso y el equilibrio en la sociedad, observando en el conflicto algo más bien anormal que rompe precisamente con el ordenamiento social. Parsons estaba más interesado en el orden social que en el cambio social, en la estática social que en la dinámica de los procesos, porque para su escuela el conflicto genera consecuencias perturbadoras y disfuncionales para la sociedad.
En Europa otra vertiente de esta corriente, que intenta conciliar el estudio del equilibrio y el consenso social con el conflicto, ha tenido marcada influencia a través de la obra de los sociólogos Max Weber, Ralf Dahrendorf y Emile Durkheim. Aún con sus reconocidas contribuciones teóricas sobre el comportamiento colectivo, las creencias sociales, el liderazgo político y los procesos de integración, el pensamiento funcionalista no se caracteriza por su carácter revolucionario, sino por sus finalidades pragmáticas y encaminadas a la solución de los problemas inmediatos de la sociedad para lograr la preservación del orden social capitalista.
De una forma u otra, la mayoría de los sociólogos influidos por las ideas de Carlos Marx han considerado que el conflicto puede servir para fines sociales positivos o progresistas. El conflicto violento (revolucionario) ha sido catalogado un medio útil para la resolución de disputas al interior de una sociedad y entre los Estados-naciones en el escenario internacional. Así muchos politólogos de nuestro tiempo aceptan el conflicto en calidad de una categoría explicativa central para el análisis del cambio social o el avance a partir de una teorización completa de la sociedad en sus aspectos de continuidad y cambio, que analiza en los condicionamientos clasistas y económicos la base de toda contradicción social y del conflicto revolucionario mundial.
Esa concepción científica fundamental sobre la Revolución social está expuesta en la obra de Marx, Engels y Lenin. Una premisa fundamental del marxismo ha sido que la agudización de las contradicciones del capitalismo crea las condiciones para la Revolución que habrá de derrotarlo y abrir cause a una sociedad más justa y solidaria, atendiendo a la propuesta contenida en “El Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels”. [3]
Mediante el análisis de la situación de las Relaciones Internacionales de mediados del siglo XIX, Marx y Engels diagnosticaron que la Revolución sería protagonizada por el proletariado de los países industrializados de Europa y, años más tarde, Engels previó cómo el desarrollo de Europa Occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la acción parlamentaria de la clase obrera. Posteriormente, Lenin condujo al Partido Bolchevique a romper “el eslabón más débil de la cadena imperialista” con la idea de que sería una contribución a la Revolución mundial que tendría su centro en Alemania, según la lógica del pensamiento de Marx. [4]
Las revoluciones sociales están determinadas por las leyes objetivas del desarrollo social y, en la contemporaneidad, tienen su origen en las contradicciones económicas, sociales, políticas internas del sistema capitalista. Lenin estaba convencido de que “las revoluciones no se hacen por encargo, no se pueden hacer coincidir con tal o cual momento, sino que van madurando en el proceso del desarrollo histórico y estallan en un momento condicionado por causas internas y externas”. [5]
De esta manera, la interpretación leninista sobre las revoluciones nos indica que, desde el siglo XIX y hasta la actualidad, la filosofía de Marx constituye una teoría general válida para estudiar el movimiento revolucionario de las sociedades mediante el empleo de cierto número de instrumentos específicos, categorías o variables básicas, entre los cuales resulta fundamental el concepto de Modo de Producción y de lucha de clases entre explotados y explotadores. La influencia de Marx trascenderá mucho más allá de los teóricos o historiadores que, hasta el presente, han interpretado el ámbito nacional e internacional inspirados en sus ideas, ya que su obra ofrece una visión metodológica integral y coherente para el análisis de la dinámica de los procesos sociales en la época del modo de producción capitalista.
Curiosamente, el historiador marxista británico Eric Hobsbawm señaló que el mundo capitalista globalizado, que emergió en la década de los noventa del siglo XX, ha resultado en muchas cosas enigmáticamente parecido al que había pronosticado Marx en 1848 en El Manifiesto Comunista [6] , pero ahora, sin duda, con más complejidad por los conflictos y problemas globales derivados de la interacción de múltiples fenómenos de carácter económico, financiero, militar, tecnológico y transnacional acumulados por el propio sistema capitalista que los engendra sin una perspectiva o posibilidad real de solución.
Por eso la importancia de acudir a Marx y el justo elogio a su inevitable regreso en la coyuntura internacional actual. [7]
Las condiciones que son fuente del potencial conflicto humano, es decir los problemas socioeconómicos, los impulsos violentos y agresivos originados de la frustración al medir lo concreto frente al ideal, la retirada y la alienación de las estructuras sociales existentes, más otros factores similares en la época de Marx, están volviéndose más comunes a escala planetaria.
En casi todas las latitudes del sistema mundial, por el influjo expansivo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, la brecha entre el cumplimiento esperado de las necesidades y la consumación concreta de las necesidades (aspiraciones o deseos) están ensanchándose entre muchas naciones, pueblos e individuos. Especialmente en el Tercer Mundo: Medio Oriente, Asia, África y América Latina, escenarios regionales en los que el proceso de desarrollo social, económico y político pocas veces es capaz de suministrar satisfacciones al ritmo creciente de las aspiraciones de los pueblos. En su conjunto, en esas regiones geográficas, con dos terceras partes de la humanidad en el subdesarrollo, la pobreza y la marginación, aumenta la desigualdad respecto al norte desarrollado, así como la posibilidad real de una ola revolucionaria.
En la era actual de un sistema capitalista globalizado y de avances impresionantes de la revolución científico-tecnológica, los problemas clasistas y económicos sintetizados en el conflicto o contradicción Norte-Sur ocupan un plano sobresaliente en la dinámica de las Relaciones Internacionales.
El conflicto Norte-Sur es una tendencia que se acentúa después de la desaparición de la confrontación Este-Oeste, que dominó el contexto internacional durante la prolongada “Guerra Fría”. La brecha entre ricos y pobres o entre el Norte y el Sur tiende a incrementarse a una velocidad sin precedentes, porque los países capitalistas desarrollados, donde reside poco más del 20 por ciento de la población mundial, se apropian o benefician del 80 por ciento de las riquezas productivas o naturales del planeta. En las últimas décadas del siglo XX y en la primera del XXI, las políticas económicas neoliberales ahondaron el abismo y el saqueo que aleja a los países subdesarrollados de las potencias centrales del capitalismo mundial.
Relacionado con el conflicto Norte-Sur aparecen graves problemáticas globales: el crecimiento demográfico exponencial en las regiones tercermundistas, la escases de alimentos, precisamente cuando el planeta entra en una fase crítica por el agotamiento de los recursos naturales no renovables, la crisis ecológica por el deterioro del medio ambiente, la contaminación de los mares, ríos, la reducción de los bosques, la afectación de la capa de ozono de la atmósfera superior y las evidencias del cambio climático con el paulatino derretimiento de las grandes masas de hielo concentradas en los casquetes polares de la Tierra y el consecuente calentamiento global, que amenaza con una terrible catástrofe de imprevisibles consecuencias para la supervivencia de la especie humana.
Esos problemas que aquejan a la humanidad son consecuencia directa de la desenfrenada explotación y barbarie capitalista. La máxima responsabilidad por ese estado de cosas recae en los países más desarrollados del sistema capitalista que alcanzaron altos niveles de expansión económica sobre la base de un modelo de vida y una economía altamente consumista y derrochadora.
Ante el panorama desolador del sistema capitalista, en particular de su periferia pobre y subdesarrollada, los científicos sociales vuelven al pensamiento de Marx para adoptar nuevos modelos socioeconómicos que aprovechen más eficientemente los recursos humanos y naturales, contribuyan a conservarlos, renovarlos con políticas de desarrollo sustentables en beneficio de la humanidad toda.
En el Norte también amplios sectores populares de los Estados Unidos y la Unión Europea sufren las desigualdades económicas y las injusticias propias de las sociedades capitalistas divididas en clases sociales antagónicas bajo la llamada fase tecnotrónica o postindustrial. Aún en los tiempos de la globalización económica el proceso de desarrollo capitalista siempre produce efectos perversos y asimétricos en relación con los beneficios que obtienen los pueblos. En los países del Norte y en los del Sur, la ruptura o desconexión con los mecanismos tradicionales de dominación capitalista juega un papel crucial en el crecimiento del potencial de conflicto revolucionario engendrado por las contradicciones entre ricos y pobres o entre una privilegiada minoría y las mayorías sometidas a la dictadura del capital.
La Revolución será inevitable en el sistema mundo del siglo XXI, pues a través de la historia el conflicto de clase ha sido el motor del cambio social. Las revoluciones constituyen la única vía posible para resolver la contradicción antagónica entre ricos y pobres al interior de las sociedades y en la transformación de las Relaciones Internacionales hacia un sistema verdaderamente democrático, justo y humano.
Para la búsqueda de ese objetivo, en el marxismo y las ideas de Lenin reposa la teoría y estrategia de la Revolución, porque como señalara el Che “en definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esta lucha debe ser la destrucción del imperialismo (….) El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos (...)” [8] En el pensamiento de Che sólo mediante la Revolución se puede llegar a un orden social más solidario, a la abolición del capitalismo y a la formación de un “hombre nuevo”. [9]
A la luz de los acontecimientos actuales en Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros países de América Latina, e incluso de las revoluciones pacíficas latinoamericanas del siglo XX, podríamos decir que la Revolución o la toma del poder político por los explotados no necesariamente entrañan violencia o la guerra revolucionaria. Marx era consciente del papel de la violencia en la historia, pero la estimaba menos importante que las contradicciones inherentes a la vieja sociedad para el logro del último fin de los proletarios y explotados: la derrota del capitalismo.
Marx previó una serie de choques de creciente intensidad entre el proletariado y la burguesía (explotados y explotadores) hasta la erupción de una Revolución que finalmente desembocaría en el derrocamiento de la burguesía y la edificación de una sociedad socialista. Con su propia dinámica y especificidad, en distintas regiones y países del sistema internacional, la colisión inevitable entre clases sociales antagónicas será una variable del cambio y de la emancipación humana en el siglo XXI.
Las Revoluciones y el Sistema de Relaciones Internacionales
Los teóricos marxistas no han ofrecido un estudio amplio y sistemático sobre la repercusión de las revoluciones en el sistema de Relaciones Internacionales de nuestra época. Algunos politólogos coinciden en que el sistema mundo moderno ha sido conformado en gran medida por las revoluciones, los conflictos y las guerras. [10]
Los últimos cuatro siglos transcurridos estuvieron marcados por grandes e históricas revoluciones de carácter burgués, socialistas y/o de liberación nacional. Para los teóricos marxistas las revoluciones son las locomotoras de la historia porque aceleran los procesos de desarrollo y progreso humano. Desde el siglo XVII las revoluciones hicieron importantes aportes al desarrollo de la modernidad. Las revoluciones no solo han impulsado las transformaciones políticas y sociales al interior de las naciones, sino también la dinámica misma de las Relaciones Internacionales.
El sistema internacional de escala planetaria de nuestros días es el resultado de la expansión geográfica y la complejización del sistema de Estados que emergió en Europa en el siglo XVII, después de un largo proceso histórico que, iniciado aproximadamente en los siglos XIV y XV, abarcaría varias centurias y convulsionarían ese continente.
En suma, el sistema internacional es consecuencia del surgimiento del capitalismo que estableció nuevas estructuras políticas y de la creación de los modernos Estados-nacional-territoriales, que concretaron en la práctica las aspiraciones políticas de los intelectuales del Renacimiento y de la burguesía ascendente como clase dominante. Los siglos XVII, XVIII y XIX fueron el escenario de la expansión de este sistema hasta abarcar los cinco continentes.
El triunfante capitalismo europeo, con una tecnología, una ciencia e instituciones políticas más consolidadas, sometieron a su dominación colonial a los territorios “descubiertos” y conquistados por la fuerza de las armas en América, Asia y África.
Las históricas revoluciones que impactaron esos siglos e influyeron en la evolución y conformación de un sistema de relaciones internacionales fueron las siguientes:
En el Siglo XVII: Las Revoluciones holandesa o inglesa.
En el Siglo XVIII: Las Revoluciones norteamericana, francesa, haitiana y su secuela en las revoluciones de Independencia en Latinoamericana, a inicios del siglo XIX.
En el Siglo XIX: Las Revoluciones europeas de 1848 [11] y la Comuna de París en 1871. [12]
La expansión del capitalismo creó el mercado mundial y puso en contacto a las regiones más lejanas del planeta sobre la base de la más brutal explotación, saqueo, el genocidio de las poblaciones autóctonas y la imposición de la cultura europea. En este período histórico nuevos Estados surgirían en los continentes sometidos con el consentimiento de Europa o por la lucha de los pueblos por su independencia. La inclusión de las repúblicas americanas al sistema internacional europeo que les extendió su reconocimiento de derecho, constituyó la primera gran expansión del sistema, que hasta entrado el siglo XX mantendría su centro hegemónico en la Europa burguesa dominadora.
A fines del siglo XIX, en pleno desarrollo del capitalismo monopolista en su fase imperialista, dos nuevas potencias, una en América: Estados Unidos, y otra en Asia: Japón, desafiaron a Europa su supremacía internacional. El sistema internacional a las puertas del siglo XX comienza a devenir global y el centro hegemónico inicia un desplazamiento hacia otros continentes.
Por la trascendencia de las revoluciones que estremecieron al mundo: la de Octubre o soviética de 1917, la china de 1949 y la cubana de 1959, entre otras de liberación nacional en el Tercer Mundo, el siglo XX inauguró una nueva era en la política internacional. El poderoso movimiento anticolonialista y antiimperialista, que se desarrolló particularmente después de 1945, dio el golpe definitivo al viejo sistema colonial de las principales metrópolis capitalistas. Ese proceso histórico condujo a la formación de nuevos Estados independientes en casi todos los continentes, principalmente en el Tercer Mundo.
Las revoluciones tienen una inmediata influencia más allá de las fronteras nacionales de los Estados, introducen saltos históricos y conmociones sociales que determinan o condicionan la política exterior de los países mediante una cinemática de continuidad y cambio que repercute en el ámbito global de las relaciones internacionales y contribuye a la evolución y formación del sistema internacional.
Por primera vez, en la historia de las Relaciones Internacionales, el sistema mundo alcanzó una dimensión efectivamente global o planetaria. En la actualidad es un sistema integrado por más de 190 Estados en interacción, a los que se añade una multiplicidad de entidades transnacionales no directamente estatales con influencia política, en algunos casos mayor que la política exterior individual de muchos Estados.
El sistema internacional continuó básicamente heterogéneo pese al colapso o la renuncia estratégica de la Unión Soviética y el bloque socialista europeo, lo cual determinó el fin de la confrontación Este-Oeste y un cambio coyuntural en la correlación de fuerzas favorable al sistema capitalista con Estados Unidos embriagado en su liderazgo unipolar. Esas modificaciones abruptas del mapa geoestratégico mundial colocaron a la formación económico-social capitalista en una supremacía incuestionable durante un determinado período histórico del sistema mundial.
Sin embargo, desde la izquierda, pensamos que el sistema internacional prosigue en una época de tránsito del capitalismo al socialismo dado que en él coexisten todavía en un dilema de cooperación y hostilidad Estados capitalistas, imperialistas, socialistas, desarrollados y subdesarrollados con regímenes de diversos tipos: reaccionarios y revolucionarios. Debe tenerse en cuenta que la dinámica política internacional ya no sólo se desarrolla entre los Estados, pues la solidaridad internacionalista entre los pueblos, las sociedades y sectores sociales disímiles, que luchan por un mundo mejor y posible, ha comenzado a desbordar los marcos nacionales para convertirse en una fuerza esencial de la transformación revolucionaria de las Relaciones Internacionales.
Con las crisis múltiples que atraviesa la humanidad: crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas, el escenario de la política mundial podría estar signado por nuevos procesos revolucionarios en lo que Lenin denominó los “eslabones más débiles de la cadena imperialista”. Las características especificas de esos cambios podrían aportar elementos cualitativamente nuevos para la construcción de un sistema internacional pluripolar en alternativa a la recomposición multipolar de las Relaciones Internacionales por iniciativa de Estados Unidos y la Unión Europea, potencias interesadas en la consecución de un equilibrio de poder mundial que sirva para perpetuar la dominación de los Estados más débiles del sistema y la práctica de una política coordinada hacia la contención o el retroceso del fenómeno revolucionario global.
En ese escenario, las revoluciones en Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador representan la concertación de una avanzada del polo de Sudamérica hacia la construcción de cinco polos de poder plural e ideales que favorezcan un genuino proceso revolucionario hacia el Socialismo en el siglo XXI, cuando todavía el imperialismo sigue siendo la antesala de la Revolución social, como lo advirtió Lenin en 1917, pero ahora en una proporción más globalizada del conflicto Norte-Sur en las Relaciones Internacionales.
Los más recientes ejemplos de insurrección en Túnez y Egipto lo atestiguan. Y es solamente una avanzada.


Notas:
Correo Electrónico del autor: leyder34@yahoo.com


[1] Referencia de su obra: “The Phenomenon of Revolution and International Politics”, New York, Dodd, Mead, 1974, p. 1, citado por James E. Dougherty, Robert L. Pfaltzgraff en: Teorías en pugna en las relaciones internacionales, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1993, p. 323.
[2] Alusiones sobre la Revolución tomadas de la obra de Crane Brinton: “Anatomy of Revolution”, New York, Norton, 1938. Véase también sobre el tema de Lyford P. Edward: “The Natural History of Revolution”, Chicago, 1927, y George Pettee: “The Process of Revolution”, New York, Harper & Row, 1938. Ibídem.
[3] Para Marx y Engels la abolición de la propiedad privada es un objetivo esencial de la revolución Véase “El Manifiesto del Partido Comunista”. Editora Política, La Habana , 1982, p. 31.
[4] Lenin continuó los estudios de Marx sobre la revolución en la época de una nueva fase del capitalismo, véase entre otros trabajos: “El imperialismo, fase superior del capitalismo, Obras Escogidas, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, p. 689; y sobre la doctrina marxista y las tareas del proletariado en la revolución, véase “El Estado y la Revolución ”, Editora Política, La Habana, 1963.
[5] Informe en la Conferencia provincial de Moscú de los comités fabriles, 23 de julio de 1918, Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, t. 36, p. 475.
[6] Breve artículo titulado “Marx y la globalización”, que constituye la intervención del célebre historiador marxista en un debate sobre Marx con el escritor Jacques Attali, el 2 de marzo del 2006, durante la Semana del Libro Judío en Londres. Véase en Rebelión: www.Rebeli o n.org
[7] Véase el folleto: “Efectivamente Marx está regresando: un artículo en la prensa norteamericana y precisiones indispensables”, que contiene el artículo de John Cassidy, “El regreso de Carlos Marx, publicado en The New Yorker, 20-27 de octubre de 1997, y los comentarios de Raúl Valdés Vivó, sobre ese revelador artículo, Editora Política, La Habana , 1998.
[8] Ernesto Che Guevara. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la continental. 1967. Escritos y discursos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana , 1977, t. 9, p. 397
[9] Véase esa concepción en el trabajo de Ernesto Che Guevara: “El Socialismo y el hombre en Cuba”. 12 de marzo de 1965, Ibídem, t. 8, p. 256.
[10] Véase de Hannah Arendt: “On Revolution”, Nueva York, Viking, 1965. Sobre la Revolución y las Relaciones Internacionales, consúltese del teórico marxista británico Fred Halliday, el capítulo 6 de su importante obra “Rethinking International Relations, The Macmillan Press, Ltd, London, 1994.
[11] La historia de Europa de 1789 a 1848 es la historia de las grandes transformaciones económicas, sociales y políticas que asentaron, de forma definitiva, el capitalismo industrial, véase de Eric Hobsbawn, “Las Revoluciones Burguesas”, Selección de Lecturas, Editorial Pueblo y Educación, La Habana , 1982.
[12] Marx y Engels utilizaron ampliamente la experiencia del movimiento revolucionario durante el último tercio del siglo XIX para desarrollar su teoría de la Dictadura del Proletariado. Durante ese período de la vida de Marx y Engels aparecieron obras clásicas tales como: La guerra civil en Francia y Crítica del Programa de Gotha, de Marx, los tomos II y III de El Capital, obra finalizada por Engels después de la muerte de Marx, Anti-Duhring, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana y Origen de la familia, la propiedad privada y el estado, de Engels, entre las obras principales. Marx y Engels acompañaron su obra teórica de una intensa actividad revolucionaria práctica.

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