25-08-2011
PRESENTACIÓN
A continuación ofrecemos un fragmento del texto de Alex Callinicos publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011. En él, Callinicos vuelve sobre el concepto del imperialismo a la luz de la crisis actual del capitalismo y en el contexto de la arquitectura financiera mundial vigente. Señala analogías y diferencias con el nacimiento del imperialismo británico en el siglo XIX, el papel de Alemania y el proceso que llevó durante la pasada centuria a la hegemonía de Estados Unidos. Focaliza en su trabajo la especificidad del imperialismo estadounidense, que se conforma al finalizar la Guerra Fría y los nuevos actores de la geopolítica mundial en los albores del siglo XXI y sus relaciones complementarias y/o competitivas. Entre ellos, el presente y el futuro de las relaciones Estados Unidos-China.
La especificidad del imperialismo estadounidense Robert Wade sugirió el siguiente experimento mental:
Suponga que usted es un aspirante a emperador romano en el mundo de hoy, de Estados soberanos, mercados internacionales y economías capitalistas. Para no tener que desplegar frecuentemente su peso militar necesitará actuar mediante la hegemonía en lugar de la coerción, y los demás deberán pensar que su predominio es el resultado natural de arreglos institucionales, fundados en el sentido común, que son justos y equitativos. Si usted –un actor unitario– pudiera crear resueltamente un marco internacional de normas de mercado para promover sus intereses, ¿qué tipo de sistema crearía? (2003: 77).
Wade imagina una “arquitectura financiera internacional” que no implica al patrón oro, actuando en su lugar la moneda de la potencia hegemónica como la principal moneda de reserva internacional, sus mercados financieros “dominantes en las finanzas internacionales” y “un solo capital privado integrado al mercado mundial”, sin barreras de entrada o de salida, y todo bajo la supervisión de “una flotilla de organizaciones internacionales que se parecen a las cooperativas de los Estados miembro y que otorgan la legitimidad del multilateralismo, pero a las que usted (es decir, la potencia hegemónica) puede controlar mediante el establecimiento de normas y el bloqueo de los efectos que no le gusten”, y defendido por “un gran ejército, a fin de poder respaldar su hegemonía con coerción”. La arquitectura financiera mundial le permite financiar una fuerza militar abrumadora y “barata”. El resultado es el siguiente:
Esta arquitectura económica internacional le permite a su pueblo consumir mucho más de lo que produce, permite a sus empresas y sus capitales entrar y salir, rápidamente, de otros mercados, maximizando los rendimientos a corto plazo; cierra los flujos netos de las rentas de tecnología del resto del mundo por décadas y, por lo tanto, aumenta los incentivos para innovar de sus empresas y por medio de las fuerzas del mercado, aparentemente libres de poder político, refuerza su dominio geopolítico en otros Estados. Mejor aún si sus científicos sociales le explican al público que un proceso de globalización desestructurado y sin agentes –el implacable cambio tecnológico que reduce tiempo y distancias– está detrás de todo esto, causando que todos los Estados, incluido el suyo, pierdan poder vis à vis mercados. Usted no quiere que los demás piensen que la globalización, dentro del marco que ha construido, aumenta su capacidad de tener tanto un gran ejército como un próspero sector civil, mientras disminuye la de todos los demás (Wade, 2003: 78, 80-82).
Este experimento mental se ajusta, por supuesto, a la hegemonía estadounidense contemporánea como un guante. La debilidad del bosquejo un tanto irónico de Wade es que tal vez basa demasiado la “arquitectura económica internacional actual” en el concreto de la necesidad histórica. Por lo tanto, durante la era de Bretton Woods en los años cincuenta y sesenta, cuando podría decirse que la preeminencia de los Estados Unidos en el mundo capitalista avanzado era mayor económica y geopolíticamente de lo que es hoy, el dólar estaba aún respaldado por el oro; la hegemonía británica decimonónica también implicó la generalización del patrón oro. Por otra parte, como Wade reconoce, el papel del dólar como principal moneda de reserva internacional es una espada de doble filo2. Sin embargo, tiene razón al insistir que las estructuras y las instituciones contemporáneas transnacionales trabajan para aventajar específicamente al capitalismo estadounidense. Recordemos la pregunta de Brenner:
¿Por qué, en relación con el mundo capitalista avanzado, la expansión imperialista, que condujo a la rivalidad interimperialista que llevó a la guerra que prevaleció antes de 1945, no lo consiguió después? ¿Por qué, con respecto a Europa, Japón y, de hecho, gran parte de Asia Oriental, la hegemonía estadounidense durante gran parte del período de la posguerra no pudo tener una forma imperialista –en el sentido que Harvey otorga a la palabra–, es decir, la aplicación del poder político para consolidar, exacerban, y hacer permanente la ventaja económica ya existente? (2006b: 90).
Responder a estas preguntas implica considerar los intereses de Estados Unidos y los demás países capitalistas avanzados. En el caso de Estados Unidos, la respuesta, en un sentido general, es que la estructura específica y el peso mundial del capitalismo estadounidense le dio la capacidad de dominar y conducir a los principales Estados capitalistas sin construir un imperio territorial tradicional: el imperialismo no territorial de Puerta Abierta fue más adecuado a los intereses de Estados Unidos. Pero la manera en que Brenner plantea la cuestión implica que la hegemonía estadounidense no ha funcionado para servir a los intereses de los capitales de Estados Unidos, en oposición a aquellos capitales basados en economías avanzadas. En un artículo inédito sostiene que la hegemonía de Estados Unidos operó para institucionalizar las condiciones generales favorables para todos los capitales, estadounidenses y extranjeros (Brenner, 2007b). Simon Bromley, al argumentar acerca de la relación entre la invasión de Irak y la estrategia estadounidense del petróleo, sostiene la misma línea:
La forma de control que Estados Unidos está buscando delinear ahora [en Irak] es la que está abierta al capital, commodities e intercambio entre muchos Estados y empresas. No puede ser vista (¿todavía?) como una estrategia exclusiva económicamente, como parte de una forma depredadora de la hegemonía. Por el contrario, Estados Unidos utilizó su poder militar para diseñar un orden geopolítico que sirva de fundamento político para su modelo preferido de economía mundial: esto es, un orden internacional liberal cada vez más abierto. La política de Estados Unidos apuntó a la creación de una industria del petróleo internacional abierta, en la cual los mercados, dominados por las grandes empresas multinacionales, asignan capital y materias primas. El poder del Estado de Estados Unidos se despliega, no sólo para proteger los intereses particulares de las necesidades de consumo y empresas de Estados Unidos, sino para crear las precondiciones generales de un mercado mundial petrolero, confiado en la expectativa de que, como la economía líder, será capaz de satisfacer todas sus necesidades por medio del intercambio comercial (Bromley, 2005: 253-254).
Es importante distinguir aquí tres puntos diferentes. En primer lugar, como ya argumenté, los Estados Unidos practican una forma de imperialismo no territorial, basado en la regla básica de que un orden liberal internacional abierto beneficiará, por lo general, a los capitales asentados en Estados Unidos. En segundo lugar, para que esta hegemonía funcione de manera, en general, estable tendría que, en todo caso, asegurar beneficios significativos para otros Estados capitalistas. Pero, en tercer lugar, no se evidencia en lo más mínimo que las instituciones que Estados Unidos construye, y las políticas que lleva a cabo, sean neutrales con respecto a los intereses de los capitales asentados en su territorio y los asentados en otros Estados. Desde una perspectiva liberal internacionalista, John Ikenberry sostiene que en los dos momentos históricos en que el poder relativo de Estados Unidos fue mayor, luego de 1945 y al final de la Guerra Fría, este país renunció temporariamente a las ventajas e hizo importantes concesiones a otros Estados con el fin de institucionalizar un “orden constitucional” internacional que maximizaría los intereses a largo plazo de todos los Estados. Ikenberry señala: “Ordenes estables son aquellos en los cuales el reembolso al poder es relativamente bajo y, a las instituciones, relativamente alto. Estas son, precisamente, las circunstancias que caracterizan los órdenes constitucionales más desarrollados” (2001: 255).
Pero este argumento no explica suficientemente la cuestión de cómo son distribuidos “los reembolsos a las instituciones”. Consideraremos dos casos que resultaron caros para Estados Unidos en relación con otros Estados. El primero se refiere a la arquitectura financiera internacional, que Wade alega que opera en interés del capitalismo estadounidense. Peter Gowan sostiene, también, que los Estados Unidos aprovecharon la inestabilidad financiera de los años setenta y ochenta, particularmente después del “shock Volcker” de octubre de 1979, cuando Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, elevó sensiblemente las tasas de interés, imponiendo una dura disciplina monetaria a las economías de Estados Unidos y el mundo, para construir lo que él llama el régimen del dólar de “Wall Street”, en torno a un dólar que, si bien ahora es una moneda puramente fiduciaria sin respaldo del patrón oro, permaneció como el eje central del sistema financiero internacional, ventaja que Washington utilizó para promover en todo el mundo las políticas neoliberales favorables a los intereses de los bancos de inversión estadounidenses y corporaciones transnacionales (Gowan, 1999)3. De este modo, el gobierno de Clinton provocó profundas tensiones con Gran Bretaña y Alemania, en particular, cuando respondió a la crisis financiera mexicana de 1994-1995 presionando al Grupo de los Siete para que liderase a los países industriales en la creación de un paquete de rescate que benefició principalmente a los inversionistas estadounidenses. Notoriamente, la misma administración durante la crisis de Asia del Este de 1997-1998 bloqueó la propuesta japonesa de un Fondo Monetario Asiático, que habría limitado la capacidad del Fondo Monetario Internacional (FMI ) para gestionar la crisis, y juntamente con el FMI impulsó, en los gobiernos de Asia, políticas de liberalización económica diseñadas tanto para debilitar el denominado “capitalismo de amigos” (con estrechos vínculos entre el Estado, los bancos y las corporaciones privadas, distintivos del modelo económico de Asia del Este) como para volver a las economías afectadas más permeables al capital estadounidense. En su análisis de esta crisis, Robert Wade y Frank Veneroso (1998) describen el complejo “Wall Street-Tesoro de Estados Unidos-FMI ” con el fin de resaltar el nexo que une a las instituciones financieras internacionales con los intereses específicamente estadounidenses.
Un segundo ejemplo importante, que también data de la administración Clinton, consiste en la expansión primero de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y, luego, de la Unión Europea (UE) en Europa Oriental y Central. Esta política representa una violación del acuerdo alcanzado entre Mijail Gorbachov, el último presidente soviético, el canciller alemán Helmut Kohl y James Baker, el secretario de Estado de Estados Unidos, durante las negociaciones en 1990-1991 que permitieron a Alemania unificada permanecer en la OTAN a cambio de la seguridad de que, en palabras de Baker, “no habrá extensión de la jurisdicción actual de la OTAN hacia el Este”4. La idea, detrás de la violación de esta promesa por el gobierno de Clinton, fue expresada muy claramente por Zbigniew Brzezinski, el principal pensador geoestratégico del Partido Demócrata. Brzezinski argumenta que la UE es “el puente eurasiático del poder estadounidense y un trampolín en potencia para la expansión del sistema democrático mundial en Eurasia”.
La ampliación de la OTAN y la UE hacia Europa Central y Oriental extendería, en consecuencia, el poder estadounidense: “Si la Unión Europea se convierte en una comunidad geográficamente más grande […] y si Europa basa su seguridad en una alianza continua con los Estados Unidos, entonces se deduce que Europa Central, su sector geopolíticamente más expuesto, no puede ser excluido de compartir el sentido de seguridad de que el resto de Europa goza mediante la ‘alianza transatlántica’” (Brzezinski, 1998: 74-79). Stephen Cohen describió la “verdadera política de Estados Unidos” hacia Rusia “como la explotación implacable, al estilo de el ganador se lo lleva todo, de la debilidad rusa post 1991”, que incluye el “cerco militar creciente de las bases de Estados Unidos y la OTAN a Rusia, en y cerca de sus fronteras –que ya están instaladas o en vías de–, en por lo menos la mitad de las otras 14 repúblicas de la ex Unión Soviética, desde el Báltico y Ucrania hasta Georgia, Azerbaiyán y los nuevos Estados de Asia Central. El resultado es una cortina de hierro inversa construida por Estados Unidos y la remilitarización de las relaciones ruso-estadounidenses”, que a su vez provocó una política exterior de Moscú más asertiva con Vladimir Putin (Cohen, 2006)5. Los peligros de la estrategia de Washington fueron ampliamente demostrados por la guerra que estalló entre Rusia y Georgia en agosto de 2008, tras el intento del ejército georgiano, equipado y entrenado por los Estados Unidos e Israel, por capturar el enclave de Osetia del Sur protegido por Moscú.
[…]
¿Capitalismo mundial en los pilares de Hércules?
Al debatir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y sus contratendencias, Gramsci pregunta: “¿Cuándo puede uno imaginar que la contradicción llegue a su nudo gordiano, un momento normalmente insoluble que requiere la intervención de Alejandro con su espada? Cuando toda la economía mundial se vuelva capitalista y llegue a cierto nivel de desarrollo, es decir, cuando la ‘frontera móvil’ de la economía capitalista mundial llegue a los pilares de Hércules (1995: 429-430). La idea de que el capitalismo, de hecho, llegó a sus pilares de Hércules es un lugar común hoy día, por ejemplo, en la afirmación mucho más optimista de Thomas Friedman de que la globalización “está aplanando y achicando el mundo”, y “por lo tanto va a estar impulsada, cada vez más, no sólo por individuos sino también por un grupo mucho más diverso de individuos (ni occidentales, ni blancos). Individuos de todos los rincones del mundo plano se están empoderando” (2005: 12). De hecho, que un periódico serio como el Financial Times debiera conceder a tal sobrecrecimiento su premio Business Book de 2005, se explica sólo por la euforia que rodea a los “mercados emergentes” –y especialmente al BRIC (Brasil, Rusia, India y China)– durante la burbuja crediticia de mediados de 2000.
Comprender hoy los contornos reales de la economía mundial es importante si queremos obtener una medida exacta de la evolución futura del imperialismo. La teoría principal de las Relaciones Internacionales trató de resolver el problema del formato geopolítico desde el fin de la Guerra Fría. Los realistas estructurales se apresuraron a predecir que la forma, aparentemente unipolar, que asumió el sistema estatal tras el colapso de la Unión Soviética sería meramente una fase de transición en la cual la primacía de Estados Unidos provocó la formación de una coalición que busca equilibrarse en su contra. Como Kenneth Waltz escribió en 1993, “la respuesta de otros países a uno de ellos que busca o gana preponderancia es tratar de equilibrarse en su contra. La hegemonía conduce al equilibrio […]. Esto está sucediendo ahora, pero vacilantemente (1993: 77). Enfrentado por la no emergencia de tal coalición, nuestro autor sostiene que su predicción fue correcta, pero que el momento de su advenimiento es imposible de determinar: “La teoría realista predice que los balances interrumpidos serán restaurados algún día. Una limitación de la teoría, limitación común a las teorías de las ciencias sociales, es que no se puede decir cuándo” (Waltz, 2000: 27). Fiel a las premisas estructurales realistas, William Wolforth afirma que la unipolaridad posterior a 1991 representa un punto de descanso estable, en lugar de un momento pasajero, porque las capacidades de Estados Unidos, tanto duras como blandas, son mucho mayores que las de cualesquiera de los otros poderes, y porque la fragmentación geopolítica de Europa y Asia del Este dificulta que cualquier otro Estado logre la centralización política y la concentración de recursos necesarios para desafiar la hegemonía estadounidense (Wolforth, 1999).
Las relaciones económicas figuran en tales explicaciones sólo en la medida en que afectan la capacidad material y, por lo tanto, el poder relativo de los Estados. Por el contrario, los internacionalistas liberales argumentan que el desarrollo de la moderna economía capitalista mundial convirtió al comercio internacional en un juego de suma positiva que da a los Estados, cuyas estructuras sociopolíticas internas son liberales y capitalistas, un incentivo para cooperar y para institucionalizar esta cooperación, y en consecuencia reduce bastante la probabilidad de guerra entre ellos. Como Andrew Moravcsik postula en una reafirmación sofisticada de la teoría liberal de las Relaciones Internacionales, “el desarrollo económico mundial, en los últimos 500 años, ha estado estrechamente relacionado con una mayor riqueza per capita, la democratización, los sistemas educativos que refuerzan nuevas identidades colectivas, y mayores incentivos para las transacciones económicas transfronterizas. La teoría realista no les otorga a estos cambios importancia teórica alguna” (1997: 535). Aquí hay una superposición entre el internacionalismo liberal y el marxismo clásico, que tampoco refiere a la economía mundial capitalista como un juego de suma cero: el desarrollo dinámico de las fuerzas productivas bajo el capitalismo puede, en condiciones adecuadas, aumentar tanto los beneficios como los salarios reales. Estas condiciones fueron obtenidas en gran medida durante el gran boom de los años cincuenta y sesenta en las economías avanzadas. Por otra parte, es una implicancia de la concepción de la hegemonía capitalista mundial con que trabajé que la potencia hegemónica suministre bienes públicos (por ejemplo, un sistema monetario internacional estable) que otorgue a otros Estados un incentivo para obedecer y cooperar. Pero la convergencia entre el marxismo y el liberalismo es sólo parcial. La economía política marxista conceptualiza al capitalismo como un proceso inherentemente contradictorio e inestable, constituido por la explotación del trabajo asalariado, responsable de crisis periódicas destructivas, y generador sistémico de desarrollo desigual. Cualquier evaluación honesta de la economía mundial contemporánea tendría que conceder que brinda mucho para afirmar este punto de vista sobre el capitalismo. […]
1 El presente texto es un extracto del publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011 también disponible en www.biblioteca.clacso.edu.ar. Originalmente publicado en Callinicos, Alex. Imperialism and global political economy (Cambridge, UK: Polity Press, 2009). Traducción de Eugenia Cervio.
2 Ver “Una redistribución del poder económico mundial”, pág 137.
3 Ver también Parboni (1981: Cap. 1).
4 Hubo un debate considerable entre los participantes sobre si esa promesa fue parte del acuerdo final en la unificación alemana; ver Gordon (1997). Pero la historia estadounidense semioficial de las negociaciones clarifica que fue un trago amargo para Gorbachov y su equipo que incluso los miembros de la República Federal incorporaran a Alemania del Este a la OTAN. Ver Zelikow y Rice (1997).
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