Rebelión
El caso de la muerte de Zapata Tamayo después de una larga huelga de hambre ha servido de excusa para una intensa campaña de la derecha internacional contra el régimen cubano. La manipulación ha sido la nota característica de esta campaña que teniendo a los medios de comunicación como punta de lanza, sin embargo a implicado a otras instituciones de las democracias liberales, como parlamentos, gobiernos y partidos.
Las reacciones de los simpatizantes de la revolución cubana, incondicionales o críticos, han tenido, en general, un tono de defensa de la revolución y argumentado que contrasta con la visión manipulativa de los grandes medios occidentales. Pero esta campaña ha sacado una vez más a la superficie algunos problemas más amplios de las condiciones de lucha de la izquierda en las sociedades capitalistas.
Empecemos por el tema de la agresividad de la ofensiva derechista. Podría mencionarse el caso de la derecha republicana en EEUU, de la oposición en Argentina, de la derecha berlusconiana en el poder, de las derechas reaccionarias insurgentes en Bolivia o Venezuela, u otros muchos ejemplos que demuestran la reacción visceral y violenta de esa derecha mundial ante el mínimo avance, no ya de fuerzas revolucionarias, sino simplemente progresistas. Pero permítanme que ponga como ejemplo de todo ello la sociedad que mejor conozco, la española.
En España la virulencia de la campaña contra Cuba desatada por la derecha con la excusa del caso Zapata se enmarca en una campaña sistemática y sostenida de dicha derecha desde que perdió las elecciones en el año 2006 y un gobierno de derecha extrema presidido por José María Aznar dio paso al gobierno socialdemócrata de Rodríguez Zapatero. La diferencia más remarcable en este caso es que a la campaña anticubana, lo mismo que a la antichavista, se suma en posiciones de adelantados los medios vinculados a Prisa, de manera notable el diario El País, que se ha ido alejando cada vez más rápidamente de la posición de referente progresista que gozó en sus inicios, lo que se acentuará previsiblemente aún más con la participación en su accionariado de un poderoso fondo de inversión norteamericano.
Cualquier medida del actual gobierno socialdemócrata español, sean leyes ampliando los derechos de minorías como los homosexuales o los inmigrantes, de ampliación de la ley del aborto, la retirada de Afganistán, o incluso una simple y tímida ley antitabaco han sido objeto de unas campañas mediáticas de un carácter manipulativo nauseabundo. Pero no solo eso, sus movilizaciones en la calle han conseguido importantes audiencias apoyándose en una Iglesia retrograda o en asociaciones manipuladas como las de las víctimas del terrorismo. Carcomida por una corrupción galopante en su seno, esta derecha extrema intensifica sus campañas al límite. Llegamos así al dramático esperpento, que debe tener atónitos no solamente a los ciudadanos decentes de este país, sino a los del mundo entero, mediante el cual un juez de reconocido prestigio internacional como Garzón puede ser procesado, con casi total seguridad, por abrir una causa sobre el franquismo, en la que sus acusadores son la extrema derecha española (entre ellas Falange, la organización que sirvió de sostén ideológico y organizativo al régimen franquista).
Ante esta ofensiva intensa y sin cuartel desplegada por la derecha, el gobierno socialista aparece temeroso y conciliador, cediendo posiciones y haciendo llamamientos a la sensatez, al respeto de las leyes y la Constitución. Su batalla en los medios de comunicación le deja a merced de medios privados que no controla y de forma mayoritaria no le son favorables, pero también se ha dejado quitar la calle y no utiliza la tribuna del Parlamento para revertir la ofensiva derechista. A su izquierda, apenas son audibles sus propuestas o posiciones.
Este ejemplo sirve de muestra para pensar que definitivamente los comités de Agipro propios de la época clásica de los PPCC han pasado a ser patrimonio de la derecha, lo mismo que las formas de lucha utilizadas en otras épocas por el movimiento obrero, las movilizaciones masivas callejeras, las huelgas políticas, incluso las insurrecciones. Pero su capacidad es más nociva, pues cuenta además con unos poderosos medios de comunicación, con una profunda influencia en los medios judiciales, o la incondicionalidad de la jerarquía eclesiástica y, en caso extremo, moviliza a su favor el recurso último de su defensa, las fuerzas e institutos armados. Honduras recuerda claramente que no es un recurso de otras épocas históricas.
Justamente la comparación del caso actual de la muerte de Zapata Tamayo tras la huelga de hambre y el golpe militar reciente en Honduras (por no citar una lista interminable de otros casos como Colombia, Gaza, Afganistán, etc.) muestra claramente la posición ofensiva de la derecha a nivel internacional, y la posición defensiva de la izquierda. Independientemente de la valoración y los matices que puedan alegarse, la gravedad de ambos casos no admite comparación. Sin embargo la campaña contra la consolidación del golpe hondureño terminó fracasando y éste termino siendo presentado a la opinión pública mundial como un incidente dentro de la continuidad de un régimen liberal-democrático. Los apoyos que posibilitaron la consolidación del golpe, especialmente el de EEUU, no se tradujeron en un desprestigio o deslegitimación de esos gobiernos o de la democracia burguesa en general. La opinión pública quedó una vez más anestesiada.
Ello nos lleva a analizar dos aspectos relacionados con los éxitos de esta ofensiva derechista, el de los poderosos medios de comunicación y su influencia, y, especialmente, el de la desorientación de la izquierda.
Más manipulados, no más informados.
Respecto a los medios de comunicación, cada vez es más evidente el enorme poder que suponen en el mundo actual. Existen numerosos estudios que lo han demostrado, que han denunciado el grave peligro que suponen incluso para la degradación de la naturaleza de la propia democracia liberal. La expansión de la prensa escrita a la radio, de ésta a la televisión y, finalmente, al mundo de Internet, se ha hecho siempre en detrimento de las fuerzas progresistas. Hubo momentos en la historia del movimiento obrero en que las organizaciones políticas que le representaban contaban con diarios y revistas de gran difusión. Nada de esto existe hoy, donde el acceso a las audiencias amplias queda mediatizado por los grandes medios propiedad de empresas privadas. En Internet abundan las páginas de la izquierda, pero su audiencia son los ya convencidos, su papel es el de las revistas especializadas de épocas pasadas, importantes para los militantes o simpatizantes comprometidos, pero, lógicamente, de impacto reducido.
La creación y mantenimiento de un medio con capacidad mínima de impacto en un entorno altamente competitivo y saturado supone unos recursos económicos enormes que solo los poderosos medios empresariales privados o los gobiernos pueden hacer frente. Pero aún mayor que esta dificultad económica para poner en marcha medios alternativos, es la dificultad de vencer la cultura imperante en los medios actuales basada en la banalidad y la manipulación grosera en la que han educado y socializado a la opinión pública mundial.
Estos poderosos medios de comunicación han levantado una barrera casi infranqueable entre las ideas y análisis de la izquierda y la opinión pública que solo en situaciones excepcionales puede superarse. De esta manera la hegemonía de las clases dominantes se mantiene imperturbable incluso en medio de graves crisis como la actual.
Las debilidades de la izquierda
1) El proceso inconcluso en América Latina
Esta es parte de la explicación a dos fenómenos de difícil encaje en las dos últimas décadas. El primero en el tiempo lo representa la ofensiva popular que en América Latina consiguió provoca importantes derrotas al neoliberalismo y a algunos de sus gobiernos en la región. En Argentina, Bolivia o Ecuador distintos gobiernos cayeron bajo la presión de acciones de masas populares. Pero a este impulso desorganizador del poder de las clases dominantes no le siguió un impulso organizador del poder de las clases dominadas. Faltaban elementos importantes para dar ese paso fundamental, faltaba un proyecto claro, faltaba una estrategia elaborada y depurada a partir del análisis complejo de una sociedad internacional compleja, faltaba la organización capaz de implementar ese proyecto y todo una etapa histórica en la que ese proyecto hubiese ido calando en el bloque de clases capaz de llevarle a cabo.
En su ausencia, un agregado de movimientos sociales toma las iniciativas y se construye un discurso de carácter espontaneísta, en algunos casos y momentos con acentos milenaristas. Y así se desemboca en procesos vinculados a personalidades, con las que se identifican más o menos esos movimientos, no a proyectos, como es el caso de Lula, Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, o, en el peor de los casos, el movimiento se agota y es recuperado, caso de Argentina.
2) La falta de respuesta a la crisis capitalista
El segundo fenómeno es más reciente y se refiere a la crisis más grave del capitalismo después de la que atravesó en los años 30. El impacto ha sido demoledor a nivel económico y sus efectos en profundidad aún se mostrarán durante largo tiempo, pues han afectado a la arquitectura básica que el modo de producción capitalista adoptó en los últimos decenios.
Económicamente esos efectos impactaron inicialmente en el centro originario del problema, el sector financiero, y se extendieron rápidamente al sistema productivo; pero la ausencia de actuaciones sobre la causa originaria, la libertad mundial de capital especulativo, ha hecho que la segunda onda de choque se centré en estos momentos en los déficit públicos de algunos países; y con bastante probabilidad se encadenarán otros efectos en el futuro.
Socialmente el primer impacto fue el ascenso de las cifras de parados a nivel mundial. El previsible movimiento de protesta, por el contrario, está despuntando de manera descoordinada y con objetivos defensivos, que por el momento hace que los distintos focos sean fácilmente sofocados. El más importante es hasta el momento el conformado por las huelgas y movilizaciones en Grecia.
Políticamente, la crisis está teniendo resultados contradictorios. En EEUU ayudó a consolidar la tendencia que llevó a Obama a la presidencia, derrotando a los neoconservadores, pero las esperanzas en la nueva presidencia rápidamente fueron defraudadas. En Europa las elecciones al Parlamento europeo supusieron una derrota de la socialdemocracia, una consolidación de los partidos conservadores, un pequeño despunte de las organizaciones a la izquierda de los socialistas y un preocupante auge de la extrema derecha. No obstante, tampoco estos datos son definitivos, como lo demuestran las victorias socialistas recientes en Grecia y Francia. Pero especialmente la segunda onda de choque que hemos mencionado está poniendo a prueba la solidez de la Unión Europea; la crisis griega y el comportamiento de los distintos socios europeos ante ella ha abierto la crisis más seria desde el inicio de este proceso en Europa. En América Latina el pulso se mantiene incierto, victorias derechistas en Chile y Colombia, consolidación del golpe de Estado en Honduras, victorias progresistas en Uruguay, El Salvador y Bolivia; incertidumbre sobre el resultado de las próximas elecciones en Brasil.
Una comparación errónea y demasiado optimista.
Algunos autores se han apresurado a comparar la caída del muro de Berlín con la caída del banco Lehman Brothers. El primero representó históricamente la debacle subsiguiente del campo socialista, el segundo debería representar la debacle del capitalismo (o al menos del neoliberalismo). Pero no está sucediendo así. La comparación es falsa. En el primer caso los acontecimientos se sucedieron rápidamente y los cambios se precipitaron en todos los países del bloque eurosoviético. También es verdad que ya se había resquebrajado el edificio, especialmente en Polonia.
Pero la clave de la explicación del diferente comportamiento está en otro lugar. A pesar de la posibilidad de acceder a los medios de comunicación occidentales, el monopolio de la comunicación en cada uno de los países del bloque oriental pertenecía a sus respectivos gobiernos. Pero esto fue intrascendente en ese proceso. El sistema estaba, en su conjunto, profundamente deslegitimado, como lo demostró el hecho de que fuese mayoritariamente repudiado y no se produjesen ni represión gubernamental, ni conatos de guerra civil entre sectores de población enfrentados. Solo faltaba un elemento precipitante y éste fue la perestroika de Gorvachov. Tampoco existían fuerzas importantes políticas o sociales de oposición que estuviesen minando el sistema, con la excepción de Solidaridad en Polonia. El punto clave era que frente a un sistema profundamente deslegitimado, la mayoría de la población de esos países consideraba que había una alternativa deseada y funcionando en la realidad, las democracias liberales capitalistas de occidente. Sin ese dato no se puede explicar la debacle del comunismo eurosoviético. Un sistema capitalista en grave crisis económica, social y política, con serios conflictos en sus seno no hubiese precipitado ni la debacle eurosoviética ni la deriva capitalista en China. Se puede alegar lo que se quiera sobre la percepción deformada que los pueblos del este europeo tenían sobre la naturaleza real del capitalismo, pero sabían que no se trataba simplemente de la promesa de una teoría, sino de algo real en funcionamiento.
Pero cuando se produce el hundimiento del Lehman Brhoders y el capitalismo se asoma al abismo por segunda vez en su historia no se produce en medio de una deslegitimación profunda de éste sistema, ni siquiera el desarrollo posterior de la crisis hace avanzar claramente esa deslegitimación. Los sectores sociales a los que golpea la crisis no pueden fijarse en un sistema que funciona mejor, que produce menos injusticias e incertidumbres. Saben, por el contrario, y la propaganda occidental ha incidido intensamente en ello, que el intento más serio de alternativa a dicho sistema se hundió hace ya dos décadas y que las organizaciones políticas que de una manera u otra estaban vinculadas a esa alternativa son marginales. Pensar que esa crisis fuese a generar movilizaciones más allá de un carácter defensivo ante sus consecuencias, era pecar de un optimismo no realista.
Una izquierda desorientada.
La desorientación de la izquierda en la actualidad es un tema recurrente que ha quedado demostrado en la parálisis ante situaciones globales como la crisis actual; en la perdida de oportunidades históricas, como durante la insurrección popular argentina en 2001; en la asimilación por el stablishment liberal, como en el caso del PT brasileño; en la falta de un objetivo claro a alcanzar, como en las experiencias de Bolivia y Venezuela; en la marginación absoluta producida por la perdida de referentes, como es el caso italiano; en la pérdida de aliento del Foro Social Mundial, etc.
La crisis de la izquierda se arrastra desde hace varios decenios, el hundimiento de socialismo eurosoviético y la deriva capitalista de China fueron su colofón. Quedaban abiertas varias cuestiones vitales que no terminan de responderse, 1) ¿cuáles fueron las causas profundas que llevaron a ese histórico fracaso? 2) ¿cuál es la estrategia de la izquierda adecuada a las condiciones históricas del siglo XXI? 3) ¿cuáles son lo sectores y fuerzas sociales interesadas en la superación socialista del capitalismo? 4) ¿cuáles son las características de la sociedad que se desea construir?
Si se señalan como causas del fracaso la concepción centralista de la organización revolucionaria y el carácter estatista y autoritario con ausencia de democracia del proyecto original, entonces algunas de las respuestas ensayadas desde la debacle han intentado corregir esos defectos. Con poco éxito, e incluso claros fracasos.
Esas respuestas se han orientado en dos direcciones opuestas, aunque en su seno caben muchos matices. La primera fue la adoptada por los partidos comunistas e incluso algunas organizaciones marxistas que habían mantenido una lucha guerrillera anteriormente. Su ejemplo más conocido fue el eurocomunismo, iniciado antes de la debacle, pero profundizado con ella. El resultado no fue exitoso, la mayoría de los partidos adscritos a esa corriente sufrieron escisiones, abandonos y una fuerte disminución de su presencia política y social, el caso más penoso fue el del PCI, que después de ser el partido comunista más poderoso de occidente desapareció sin pena ni gloria y dejo a la izquierda italiana en un estado de confusión del que aún no se ha repuesto. Un caso parecido fue el de las organizaciones guerrilleras de América central que tras la debacle del comunismo eurosoviético y la derrota sandinistas dieron por finalizado el ciclo de luchas antiimperialistas y levantaron proyectos reformistas de sustitución.
El fracaso de esta respuesta nos lleva a la pregunta sobre las causas del mismo. Las explicaciones pueden situarse en dos grandes campos. El primero se encuentra en la falta de condiciones sociales y políticas de las sociedades donde intentaron desarrollarse. En unos casos se trataba de las sociedades desarrolladas de la Europa occidental, donde el campo mayoritario de la izquierda estaba monopolizado por las tradiciones socialdemócratas o por los nuevos movimientos sociales formados por ecologistas, pacifistas o feministas. Intentar en las condiciones de estabilidad relativa de esas sociedades crear una alternativa transformadora de amplia audiencia era una empresa sumamente difícil. Pero los intentos no han cesado y actualmente asistimos a un nuevo ensayo con las nuevas organizaciones o alianzas como el NPA en Francia, La Izquierda en Alemania o el Bloque de Izquierdas en Portugal. En otros casos se trataba, por el contrario, de sociedades en desarrollo basadas en profundas diferencias sociales que hacía virtualmente imposible bien la existencia de un pacto como el que propició las políticas socialdemocráticas europeas después de la segunda guerra mundial, bien una vía diferente de la socialdemócrata o la insurreccional que acababan de abandonar.
El segundo tipo de explicaciones se sitúa en la falta de un pensamiento elaborado para la nueva situación a la que se enfrentaba el movimiento socialista tras la debacle eurosoviética. Recapitulemos, a grandes rasgos este pensamiento había correspondido en el pasado a tres grandes etapas. Derivado en las dos primeras del pensamiento marxista, en realidad fueron desviaciones del mismo. La época de dominio socialdemócrata, con el SPD a la cabeza, que duró hasta la primera guerra mundial, estuvo marcada por el reformismo de Kautsky y Bernstein, en lucha con la tendencia revolucionaria representada sobretodo por Rosa Luxemburgo. La época de dominio soviético, con el PCUS a la cabeza, que se extendió entre 1917 y 1989, fue dominado por el marxismo-leninismo como expresión del stalinismo, en lucha con la tendencia crítica representada sobretodo por el trotskismo, y del que el maoísmo sería una variante. Paralelamente, la socialdemocracia posterior a la segunda guerra mundial, abandonaría definitivamente el marxismo por el keynesianismo en que se basaba el Estado de Bienestar levantado en Europa.
Cuando el vendaval desatado en 1989 barrió el dominio soviético tanto en el plano práctico, pues dejaba de existir el campo socialista, como el teórico, - la revolución de octubre y todos sus supuestos habían degenerado bajo la práctica stalinista - era necesario un paradigma teórico que acompañase a las nuevas prácticas que se querían establecer. Pero en los tres ejemplos precedentes la práctica precedió a la teoría, se apoyó en un cuerpo de doctrina existente, el mismo en los dos primeros casos, para racionalizar su práctica. Ahora, sin práctica exitosa no existía cuerpo teórico que la justificase. Si la práctica que se experimenta en América Latina en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador se consolidase como una nueva vía de emancipación socialista, su cuerpo teórico estaría más distante aún del marxismo que las dos experiencias anteriores.
Ahora bien, y tal como se apunta en la obra La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, y analizando el nacionalismo, éste ha contado con pocos pensadores importantes y con una doctrina más superficial que el socialismo o el capitalismo, y sin embargo, el triunfo mundial de la idea nacional demuestra claramente que no hay relación entre profundidad intelectual de una idea y su impacto.
Como se apuntaba anteriormente, se produjo una segunda dirección en las respuestas ante el fracaso mencionado y que tomó un rumbo más distante aún del paradigma que informó a las experiencias fracasadas del comunismo eurosoviético y la deriva hacia el capitalismo del asiático. Fue el protagonismo creciente de los movimientos sociales. Las experiencias en este caso fueron variadas. Su teorización más extrema fue aquella que levantó la consigna de “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
También en este segundo bloque de respuestas los resultados han sido variados pero sin éxitos claros. Sus acciones han sido espectaculares en algunos casos como las movilizaciones de Seattle, la irrupción del movimiento zapatista, las movilizaciones contra la guerra de Irak, o el rechazo al proyecto de Constitución neoliberal europea, pero no se han plasmado en un cambio de correlación de fuerzas ni a nivel internacional ni a nivel de algún Estado en concreto.
En otros casos han impulsado a nuevos partidos al gobierno como es el caso del PT en Brasil o el MAS en Bolivia, pero aunque hayan obtenido éxitos importantes como la incorporación política de los movimientos indígenas, la reducción del nivel de pobreza o la recuperación nacional de las riquezas naturales, no se han orientado a la superación del capitalismo.
En estos casos puede hablarse de éxitos iniciales espectaculares pero sin apenas consecuencias persistentes, unas veces porque no se han plasmado en un cambio estable en la correlación de fuerzas, y otras porque los partidos que accedieron al gobierno con grandes expectativas de cambio fueron perdiendo rápidamente impulso en una gestión pragmática del poder. En el fondo ninguno tenía claro una estrategia de transformación, más allá de la crítica del sistema capitalista y sus males, y su voluntad de oponérsele.
La improvisación de la izquierda.
Durante mucho tiempo prevaleció en el pensamiento de una parte importante de la izquierda un cierto determinismo histórico. Primero porque así se derivaba de la obra de Marx y, después, porque la revolución de octubre y los acontecimientos que se derivaron de ella parecían confirmar esta línea de pensamiento. Pero si nos situásemos en vísperas de la primera guerra mundial quizás tendríamos, salvadas las distancias, una situación similar a la actual para la izquierda. Similar en el sentido de que no había obtenido ninguna victoria decisiva frente al capitalismo en ninguna parte y que la vía parlamentaria y el discurso kautskista se estaba agotando. En esa situación se precipitó la primera guerra mundial y el terrible fracaso político y moral de la segunda internacional.
Solo la concurrencia en el tiempo de las terribles consecuencias de esa guerra, su impacto sobre el poder político en la Rusia zarista y la existencia de un partido como el bolchevique hizo posible el éxito de la revolución rusa. En otras partes de Europa, como en Alemania, concurrieron las dos primeras premisas, pero al fallar la tercera no revolución no tuvo éxito. Nadie había previsto una situación así y una estrategia para ella. Podríamos decir que en el caso de la revolución rusa se trataba de una improvisación exitosa al hilo de los acontecimientos. Lo que ocurrió es que esa improvisación debió hacer frente, de una lado, a los acontecimientos que no estaban previstos como el fracaso de la revolución en Europa, la intervención de las potencias capitalistas en la guerra civil posterior, o la construcción del socialismo en un país de base agraria y con lo mejor del partido diezmado en la guerra, y de otro lado, a algunas contradicciones explosivas como las que se daban entre un partido vanguardista y centralizado y una estructura de soviéts justamente por naturaleza lo contrario; o entre un partido representante de la clase y revolución obrera y una base social mayoritariamente campesina.
Visto ahora en perspectiva la situación, el dilema realmente era dramático para la izquierda. La decisión bolchevique abrió un período convulso de revoluciones en el mundo y, después de extender su modelo de partido, Estado y sociedad a una gran parte de la humanidad, después de crear durante decenios la esperanza en la superación del capitalismo, todo se hundió de manera espectacular.
Pero sin la decisión bolchevique, independientemente de los derroteros imposibles de adivinar que hubiera seguido la historia, lo cierto es que ningún movimiento insurreccional de carácter consejista, anarquista o sindicalista obtuvo nunca la victoria, y que ninguna vía parlamentaria superó el horizonte capitalista.
Desde ángulos diferentes, tan grave es para el proyecto de emancipación socialista el fracaso final de las experiencias derivadas de la revolución de octubre, como la impotencia persistente de las tendencias consejistas o anarquistas o la asimilación de las prácticas parlamentarias socialdemócratas. Y esta es la gran diferencia actual con la situación de la izquierda anterior a la primera guerra mundial, que todas ellas han tenido su oportunidad y no han dado resultados. El caso de la revolución cubana sería, hasta el momento, un caso particular en cuanto representa una férrea resistencia pese al hundimiento del comunismo en Europa y la deriva en Asia, pero sus problemas internos y sus condiciones especiales no la hacen aparecer como un modelo a seguir en otras partes, independientemente de la solidaridad y apoyos que suscite por su resistencia al imperialismo.
Puede que esta situación esté pesando en los que proponen consignas como las de cambiar el mundo sin tomar el poder; en los que plantean que en la situación actual solo se pueden acumular fuerzas, pero no intentar superar el capitalismo; en los que estando gobernando con fuerzas progresistas den pasos cautelosos de reformas. En que la derecha esté en posición ofensiva pese a la crisis y la izquierda en posición defensiva, pese a las oportunidades que una situación como la actual podría brindarla.
(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
Las reacciones de los simpatizantes de la revolución cubana, incondicionales o críticos, han tenido, en general, un tono de defensa de la revolución y argumentado que contrasta con la visión manipulativa de los grandes medios occidentales. Pero esta campaña ha sacado una vez más a la superficie algunos problemas más amplios de las condiciones de lucha de la izquierda en las sociedades capitalistas.
Empecemos por el tema de la agresividad de la ofensiva derechista. Podría mencionarse el caso de la derecha republicana en EEUU, de la oposición en Argentina, de la derecha berlusconiana en el poder, de las derechas reaccionarias insurgentes en Bolivia o Venezuela, u otros muchos ejemplos que demuestran la reacción visceral y violenta de esa derecha mundial ante el mínimo avance, no ya de fuerzas revolucionarias, sino simplemente progresistas. Pero permítanme que ponga como ejemplo de todo ello la sociedad que mejor conozco, la española.
En España la virulencia de la campaña contra Cuba desatada por la derecha con la excusa del caso Zapata se enmarca en una campaña sistemática y sostenida de dicha derecha desde que perdió las elecciones en el año 2006 y un gobierno de derecha extrema presidido por José María Aznar dio paso al gobierno socialdemócrata de Rodríguez Zapatero. La diferencia más remarcable en este caso es que a la campaña anticubana, lo mismo que a la antichavista, se suma en posiciones de adelantados los medios vinculados a Prisa, de manera notable el diario El País, que se ha ido alejando cada vez más rápidamente de la posición de referente progresista que gozó en sus inicios, lo que se acentuará previsiblemente aún más con la participación en su accionariado de un poderoso fondo de inversión norteamericano.
Cualquier medida del actual gobierno socialdemócrata español, sean leyes ampliando los derechos de minorías como los homosexuales o los inmigrantes, de ampliación de la ley del aborto, la retirada de Afganistán, o incluso una simple y tímida ley antitabaco han sido objeto de unas campañas mediáticas de un carácter manipulativo nauseabundo. Pero no solo eso, sus movilizaciones en la calle han conseguido importantes audiencias apoyándose en una Iglesia retrograda o en asociaciones manipuladas como las de las víctimas del terrorismo. Carcomida por una corrupción galopante en su seno, esta derecha extrema intensifica sus campañas al límite. Llegamos así al dramático esperpento, que debe tener atónitos no solamente a los ciudadanos decentes de este país, sino a los del mundo entero, mediante el cual un juez de reconocido prestigio internacional como Garzón puede ser procesado, con casi total seguridad, por abrir una causa sobre el franquismo, en la que sus acusadores son la extrema derecha española (entre ellas Falange, la organización que sirvió de sostén ideológico y organizativo al régimen franquista).
Ante esta ofensiva intensa y sin cuartel desplegada por la derecha, el gobierno socialista aparece temeroso y conciliador, cediendo posiciones y haciendo llamamientos a la sensatez, al respeto de las leyes y la Constitución. Su batalla en los medios de comunicación le deja a merced de medios privados que no controla y de forma mayoritaria no le son favorables, pero también se ha dejado quitar la calle y no utiliza la tribuna del Parlamento para revertir la ofensiva derechista. A su izquierda, apenas son audibles sus propuestas o posiciones.
Este ejemplo sirve de muestra para pensar que definitivamente los comités de Agipro propios de la época clásica de los PPCC han pasado a ser patrimonio de la derecha, lo mismo que las formas de lucha utilizadas en otras épocas por el movimiento obrero, las movilizaciones masivas callejeras, las huelgas políticas, incluso las insurrecciones. Pero su capacidad es más nociva, pues cuenta además con unos poderosos medios de comunicación, con una profunda influencia en los medios judiciales, o la incondicionalidad de la jerarquía eclesiástica y, en caso extremo, moviliza a su favor el recurso último de su defensa, las fuerzas e institutos armados. Honduras recuerda claramente que no es un recurso de otras épocas históricas.
Justamente la comparación del caso actual de la muerte de Zapata Tamayo tras la huelga de hambre y el golpe militar reciente en Honduras (por no citar una lista interminable de otros casos como Colombia, Gaza, Afganistán, etc.) muestra claramente la posición ofensiva de la derecha a nivel internacional, y la posición defensiva de la izquierda. Independientemente de la valoración y los matices que puedan alegarse, la gravedad de ambos casos no admite comparación. Sin embargo la campaña contra la consolidación del golpe hondureño terminó fracasando y éste termino siendo presentado a la opinión pública mundial como un incidente dentro de la continuidad de un régimen liberal-democrático. Los apoyos que posibilitaron la consolidación del golpe, especialmente el de EEUU, no se tradujeron en un desprestigio o deslegitimación de esos gobiernos o de la democracia burguesa en general. La opinión pública quedó una vez más anestesiada.
Ello nos lleva a analizar dos aspectos relacionados con los éxitos de esta ofensiva derechista, el de los poderosos medios de comunicación y su influencia, y, especialmente, el de la desorientación de la izquierda.
Más manipulados, no más informados.
Respecto a los medios de comunicación, cada vez es más evidente el enorme poder que suponen en el mundo actual. Existen numerosos estudios que lo han demostrado, que han denunciado el grave peligro que suponen incluso para la degradación de la naturaleza de la propia democracia liberal. La expansión de la prensa escrita a la radio, de ésta a la televisión y, finalmente, al mundo de Internet, se ha hecho siempre en detrimento de las fuerzas progresistas. Hubo momentos en la historia del movimiento obrero en que las organizaciones políticas que le representaban contaban con diarios y revistas de gran difusión. Nada de esto existe hoy, donde el acceso a las audiencias amplias queda mediatizado por los grandes medios propiedad de empresas privadas. En Internet abundan las páginas de la izquierda, pero su audiencia son los ya convencidos, su papel es el de las revistas especializadas de épocas pasadas, importantes para los militantes o simpatizantes comprometidos, pero, lógicamente, de impacto reducido.
La creación y mantenimiento de un medio con capacidad mínima de impacto en un entorno altamente competitivo y saturado supone unos recursos económicos enormes que solo los poderosos medios empresariales privados o los gobiernos pueden hacer frente. Pero aún mayor que esta dificultad económica para poner en marcha medios alternativos, es la dificultad de vencer la cultura imperante en los medios actuales basada en la banalidad y la manipulación grosera en la que han educado y socializado a la opinión pública mundial.
Estos poderosos medios de comunicación han levantado una barrera casi infranqueable entre las ideas y análisis de la izquierda y la opinión pública que solo en situaciones excepcionales puede superarse. De esta manera la hegemonía de las clases dominantes se mantiene imperturbable incluso en medio de graves crisis como la actual.
Las debilidades de la izquierda
1) El proceso inconcluso en América Latina
Esta es parte de la explicación a dos fenómenos de difícil encaje en las dos últimas décadas. El primero en el tiempo lo representa la ofensiva popular que en América Latina consiguió provoca importantes derrotas al neoliberalismo y a algunos de sus gobiernos en la región. En Argentina, Bolivia o Ecuador distintos gobiernos cayeron bajo la presión de acciones de masas populares. Pero a este impulso desorganizador del poder de las clases dominantes no le siguió un impulso organizador del poder de las clases dominadas. Faltaban elementos importantes para dar ese paso fundamental, faltaba un proyecto claro, faltaba una estrategia elaborada y depurada a partir del análisis complejo de una sociedad internacional compleja, faltaba la organización capaz de implementar ese proyecto y todo una etapa histórica en la que ese proyecto hubiese ido calando en el bloque de clases capaz de llevarle a cabo.
En su ausencia, un agregado de movimientos sociales toma las iniciativas y se construye un discurso de carácter espontaneísta, en algunos casos y momentos con acentos milenaristas. Y así se desemboca en procesos vinculados a personalidades, con las que se identifican más o menos esos movimientos, no a proyectos, como es el caso de Lula, Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, o, en el peor de los casos, el movimiento se agota y es recuperado, caso de Argentina.
2) La falta de respuesta a la crisis capitalista
El segundo fenómeno es más reciente y se refiere a la crisis más grave del capitalismo después de la que atravesó en los años 30. El impacto ha sido demoledor a nivel económico y sus efectos en profundidad aún se mostrarán durante largo tiempo, pues han afectado a la arquitectura básica que el modo de producción capitalista adoptó en los últimos decenios.
Económicamente esos efectos impactaron inicialmente en el centro originario del problema, el sector financiero, y se extendieron rápidamente al sistema productivo; pero la ausencia de actuaciones sobre la causa originaria, la libertad mundial de capital especulativo, ha hecho que la segunda onda de choque se centré en estos momentos en los déficit públicos de algunos países; y con bastante probabilidad se encadenarán otros efectos en el futuro.
Socialmente el primer impacto fue el ascenso de las cifras de parados a nivel mundial. El previsible movimiento de protesta, por el contrario, está despuntando de manera descoordinada y con objetivos defensivos, que por el momento hace que los distintos focos sean fácilmente sofocados. El más importante es hasta el momento el conformado por las huelgas y movilizaciones en Grecia.
Políticamente, la crisis está teniendo resultados contradictorios. En EEUU ayudó a consolidar la tendencia que llevó a Obama a la presidencia, derrotando a los neoconservadores, pero las esperanzas en la nueva presidencia rápidamente fueron defraudadas. En Europa las elecciones al Parlamento europeo supusieron una derrota de la socialdemocracia, una consolidación de los partidos conservadores, un pequeño despunte de las organizaciones a la izquierda de los socialistas y un preocupante auge de la extrema derecha. No obstante, tampoco estos datos son definitivos, como lo demuestran las victorias socialistas recientes en Grecia y Francia. Pero especialmente la segunda onda de choque que hemos mencionado está poniendo a prueba la solidez de la Unión Europea; la crisis griega y el comportamiento de los distintos socios europeos ante ella ha abierto la crisis más seria desde el inicio de este proceso en Europa. En América Latina el pulso se mantiene incierto, victorias derechistas en Chile y Colombia, consolidación del golpe de Estado en Honduras, victorias progresistas en Uruguay, El Salvador y Bolivia; incertidumbre sobre el resultado de las próximas elecciones en Brasil.
Una comparación errónea y demasiado optimista.
Algunos autores se han apresurado a comparar la caída del muro de Berlín con la caída del banco Lehman Brothers. El primero representó históricamente la debacle subsiguiente del campo socialista, el segundo debería representar la debacle del capitalismo (o al menos del neoliberalismo). Pero no está sucediendo así. La comparación es falsa. En el primer caso los acontecimientos se sucedieron rápidamente y los cambios se precipitaron en todos los países del bloque eurosoviético. También es verdad que ya se había resquebrajado el edificio, especialmente en Polonia.
Pero la clave de la explicación del diferente comportamiento está en otro lugar. A pesar de la posibilidad de acceder a los medios de comunicación occidentales, el monopolio de la comunicación en cada uno de los países del bloque oriental pertenecía a sus respectivos gobiernos. Pero esto fue intrascendente en ese proceso. El sistema estaba, en su conjunto, profundamente deslegitimado, como lo demostró el hecho de que fuese mayoritariamente repudiado y no se produjesen ni represión gubernamental, ni conatos de guerra civil entre sectores de población enfrentados. Solo faltaba un elemento precipitante y éste fue la perestroika de Gorvachov. Tampoco existían fuerzas importantes políticas o sociales de oposición que estuviesen minando el sistema, con la excepción de Solidaridad en Polonia. El punto clave era que frente a un sistema profundamente deslegitimado, la mayoría de la población de esos países consideraba que había una alternativa deseada y funcionando en la realidad, las democracias liberales capitalistas de occidente. Sin ese dato no se puede explicar la debacle del comunismo eurosoviético. Un sistema capitalista en grave crisis económica, social y política, con serios conflictos en sus seno no hubiese precipitado ni la debacle eurosoviética ni la deriva capitalista en China. Se puede alegar lo que se quiera sobre la percepción deformada que los pueblos del este europeo tenían sobre la naturaleza real del capitalismo, pero sabían que no se trataba simplemente de la promesa de una teoría, sino de algo real en funcionamiento.
Pero cuando se produce el hundimiento del Lehman Brhoders y el capitalismo se asoma al abismo por segunda vez en su historia no se produce en medio de una deslegitimación profunda de éste sistema, ni siquiera el desarrollo posterior de la crisis hace avanzar claramente esa deslegitimación. Los sectores sociales a los que golpea la crisis no pueden fijarse en un sistema que funciona mejor, que produce menos injusticias e incertidumbres. Saben, por el contrario, y la propaganda occidental ha incidido intensamente en ello, que el intento más serio de alternativa a dicho sistema se hundió hace ya dos décadas y que las organizaciones políticas que de una manera u otra estaban vinculadas a esa alternativa son marginales. Pensar que esa crisis fuese a generar movilizaciones más allá de un carácter defensivo ante sus consecuencias, era pecar de un optimismo no realista.
Una izquierda desorientada.
La desorientación de la izquierda en la actualidad es un tema recurrente que ha quedado demostrado en la parálisis ante situaciones globales como la crisis actual; en la perdida de oportunidades históricas, como durante la insurrección popular argentina en 2001; en la asimilación por el stablishment liberal, como en el caso del PT brasileño; en la falta de un objetivo claro a alcanzar, como en las experiencias de Bolivia y Venezuela; en la marginación absoluta producida por la perdida de referentes, como es el caso italiano; en la pérdida de aliento del Foro Social Mundial, etc.
La crisis de la izquierda se arrastra desde hace varios decenios, el hundimiento de socialismo eurosoviético y la deriva capitalista de China fueron su colofón. Quedaban abiertas varias cuestiones vitales que no terminan de responderse, 1) ¿cuáles fueron las causas profundas que llevaron a ese histórico fracaso? 2) ¿cuál es la estrategia de la izquierda adecuada a las condiciones históricas del siglo XXI? 3) ¿cuáles son lo sectores y fuerzas sociales interesadas en la superación socialista del capitalismo? 4) ¿cuáles son las características de la sociedad que se desea construir?
Si se señalan como causas del fracaso la concepción centralista de la organización revolucionaria y el carácter estatista y autoritario con ausencia de democracia del proyecto original, entonces algunas de las respuestas ensayadas desde la debacle han intentado corregir esos defectos. Con poco éxito, e incluso claros fracasos.
Esas respuestas se han orientado en dos direcciones opuestas, aunque en su seno caben muchos matices. La primera fue la adoptada por los partidos comunistas e incluso algunas organizaciones marxistas que habían mantenido una lucha guerrillera anteriormente. Su ejemplo más conocido fue el eurocomunismo, iniciado antes de la debacle, pero profundizado con ella. El resultado no fue exitoso, la mayoría de los partidos adscritos a esa corriente sufrieron escisiones, abandonos y una fuerte disminución de su presencia política y social, el caso más penoso fue el del PCI, que después de ser el partido comunista más poderoso de occidente desapareció sin pena ni gloria y dejo a la izquierda italiana en un estado de confusión del que aún no se ha repuesto. Un caso parecido fue el de las organizaciones guerrilleras de América central que tras la debacle del comunismo eurosoviético y la derrota sandinistas dieron por finalizado el ciclo de luchas antiimperialistas y levantaron proyectos reformistas de sustitución.
El fracaso de esta respuesta nos lleva a la pregunta sobre las causas del mismo. Las explicaciones pueden situarse en dos grandes campos. El primero se encuentra en la falta de condiciones sociales y políticas de las sociedades donde intentaron desarrollarse. En unos casos se trataba de las sociedades desarrolladas de la Europa occidental, donde el campo mayoritario de la izquierda estaba monopolizado por las tradiciones socialdemócratas o por los nuevos movimientos sociales formados por ecologistas, pacifistas o feministas. Intentar en las condiciones de estabilidad relativa de esas sociedades crear una alternativa transformadora de amplia audiencia era una empresa sumamente difícil. Pero los intentos no han cesado y actualmente asistimos a un nuevo ensayo con las nuevas organizaciones o alianzas como el NPA en Francia, La Izquierda en Alemania o el Bloque de Izquierdas en Portugal. En otros casos se trataba, por el contrario, de sociedades en desarrollo basadas en profundas diferencias sociales que hacía virtualmente imposible bien la existencia de un pacto como el que propició las políticas socialdemocráticas europeas después de la segunda guerra mundial, bien una vía diferente de la socialdemócrata o la insurreccional que acababan de abandonar.
El segundo tipo de explicaciones se sitúa en la falta de un pensamiento elaborado para la nueva situación a la que se enfrentaba el movimiento socialista tras la debacle eurosoviética. Recapitulemos, a grandes rasgos este pensamiento había correspondido en el pasado a tres grandes etapas. Derivado en las dos primeras del pensamiento marxista, en realidad fueron desviaciones del mismo. La época de dominio socialdemócrata, con el SPD a la cabeza, que duró hasta la primera guerra mundial, estuvo marcada por el reformismo de Kautsky y Bernstein, en lucha con la tendencia revolucionaria representada sobretodo por Rosa Luxemburgo. La época de dominio soviético, con el PCUS a la cabeza, que se extendió entre 1917 y 1989, fue dominado por el marxismo-leninismo como expresión del stalinismo, en lucha con la tendencia crítica representada sobretodo por el trotskismo, y del que el maoísmo sería una variante. Paralelamente, la socialdemocracia posterior a la segunda guerra mundial, abandonaría definitivamente el marxismo por el keynesianismo en que se basaba el Estado de Bienestar levantado en Europa.
Cuando el vendaval desatado en 1989 barrió el dominio soviético tanto en el plano práctico, pues dejaba de existir el campo socialista, como el teórico, - la revolución de octubre y todos sus supuestos habían degenerado bajo la práctica stalinista - era necesario un paradigma teórico que acompañase a las nuevas prácticas que se querían establecer. Pero en los tres ejemplos precedentes la práctica precedió a la teoría, se apoyó en un cuerpo de doctrina existente, el mismo en los dos primeros casos, para racionalizar su práctica. Ahora, sin práctica exitosa no existía cuerpo teórico que la justificase. Si la práctica que se experimenta en América Latina en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador se consolidase como una nueva vía de emancipación socialista, su cuerpo teórico estaría más distante aún del marxismo que las dos experiencias anteriores.
Ahora bien, y tal como se apunta en la obra La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, y analizando el nacionalismo, éste ha contado con pocos pensadores importantes y con una doctrina más superficial que el socialismo o el capitalismo, y sin embargo, el triunfo mundial de la idea nacional demuestra claramente que no hay relación entre profundidad intelectual de una idea y su impacto.
Como se apuntaba anteriormente, se produjo una segunda dirección en las respuestas ante el fracaso mencionado y que tomó un rumbo más distante aún del paradigma que informó a las experiencias fracasadas del comunismo eurosoviético y la deriva hacia el capitalismo del asiático. Fue el protagonismo creciente de los movimientos sociales. Las experiencias en este caso fueron variadas. Su teorización más extrema fue aquella que levantó la consigna de “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
También en este segundo bloque de respuestas los resultados han sido variados pero sin éxitos claros. Sus acciones han sido espectaculares en algunos casos como las movilizaciones de Seattle, la irrupción del movimiento zapatista, las movilizaciones contra la guerra de Irak, o el rechazo al proyecto de Constitución neoliberal europea, pero no se han plasmado en un cambio de correlación de fuerzas ni a nivel internacional ni a nivel de algún Estado en concreto.
En otros casos han impulsado a nuevos partidos al gobierno como es el caso del PT en Brasil o el MAS en Bolivia, pero aunque hayan obtenido éxitos importantes como la incorporación política de los movimientos indígenas, la reducción del nivel de pobreza o la recuperación nacional de las riquezas naturales, no se han orientado a la superación del capitalismo.
En estos casos puede hablarse de éxitos iniciales espectaculares pero sin apenas consecuencias persistentes, unas veces porque no se han plasmado en un cambio estable en la correlación de fuerzas, y otras porque los partidos que accedieron al gobierno con grandes expectativas de cambio fueron perdiendo rápidamente impulso en una gestión pragmática del poder. En el fondo ninguno tenía claro una estrategia de transformación, más allá de la crítica del sistema capitalista y sus males, y su voluntad de oponérsele.
La improvisación de la izquierda.
Durante mucho tiempo prevaleció en el pensamiento de una parte importante de la izquierda un cierto determinismo histórico. Primero porque así se derivaba de la obra de Marx y, después, porque la revolución de octubre y los acontecimientos que se derivaron de ella parecían confirmar esta línea de pensamiento. Pero si nos situásemos en vísperas de la primera guerra mundial quizás tendríamos, salvadas las distancias, una situación similar a la actual para la izquierda. Similar en el sentido de que no había obtenido ninguna victoria decisiva frente al capitalismo en ninguna parte y que la vía parlamentaria y el discurso kautskista se estaba agotando. En esa situación se precipitó la primera guerra mundial y el terrible fracaso político y moral de la segunda internacional.
Solo la concurrencia en el tiempo de las terribles consecuencias de esa guerra, su impacto sobre el poder político en la Rusia zarista y la existencia de un partido como el bolchevique hizo posible el éxito de la revolución rusa. En otras partes de Europa, como en Alemania, concurrieron las dos primeras premisas, pero al fallar la tercera no revolución no tuvo éxito. Nadie había previsto una situación así y una estrategia para ella. Podríamos decir que en el caso de la revolución rusa se trataba de una improvisación exitosa al hilo de los acontecimientos. Lo que ocurrió es que esa improvisación debió hacer frente, de una lado, a los acontecimientos que no estaban previstos como el fracaso de la revolución en Europa, la intervención de las potencias capitalistas en la guerra civil posterior, o la construcción del socialismo en un país de base agraria y con lo mejor del partido diezmado en la guerra, y de otro lado, a algunas contradicciones explosivas como las que se daban entre un partido vanguardista y centralizado y una estructura de soviéts justamente por naturaleza lo contrario; o entre un partido representante de la clase y revolución obrera y una base social mayoritariamente campesina.
Visto ahora en perspectiva la situación, el dilema realmente era dramático para la izquierda. La decisión bolchevique abrió un período convulso de revoluciones en el mundo y, después de extender su modelo de partido, Estado y sociedad a una gran parte de la humanidad, después de crear durante decenios la esperanza en la superación del capitalismo, todo se hundió de manera espectacular.
Pero sin la decisión bolchevique, independientemente de los derroteros imposibles de adivinar que hubiera seguido la historia, lo cierto es que ningún movimiento insurreccional de carácter consejista, anarquista o sindicalista obtuvo nunca la victoria, y que ninguna vía parlamentaria superó el horizonte capitalista.
Desde ángulos diferentes, tan grave es para el proyecto de emancipación socialista el fracaso final de las experiencias derivadas de la revolución de octubre, como la impotencia persistente de las tendencias consejistas o anarquistas o la asimilación de las prácticas parlamentarias socialdemócratas. Y esta es la gran diferencia actual con la situación de la izquierda anterior a la primera guerra mundial, que todas ellas han tenido su oportunidad y no han dado resultados. El caso de la revolución cubana sería, hasta el momento, un caso particular en cuanto representa una férrea resistencia pese al hundimiento del comunismo en Europa y la deriva en Asia, pero sus problemas internos y sus condiciones especiales no la hacen aparecer como un modelo a seguir en otras partes, independientemente de la solidaridad y apoyos que suscite por su resistencia al imperialismo.
Puede que esta situación esté pesando en los que proponen consignas como las de cambiar el mundo sin tomar el poder; en los que plantean que en la situación actual solo se pueden acumular fuerzas, pero no intentar superar el capitalismo; en los que estando gobernando con fuerzas progresistas den pasos cautelosos de reformas. En que la derecha esté en posición ofensiva pese a la crisis y la izquierda en posición defensiva, pese a las oportunidades que una situación como la actual podría brindarla.
(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
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