domingo, 25 de abril de 2010

Mario Bunge

Jordi Soler Alomà
Rebelión

"En este artículo voy a criticar, con gran pesar, a un amigo intelectual al que admiro con toda mi alma y a quien considero el mejor filósofo de la ciencia de todos los tiempos: Mario Bunge, porque soy más amigo de la verdad que de él. (Aristóteles dijo en griego, aunque se cite en latín, Amicus Plato, sed magis amica veritas, que significa “soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” a mi no me queda más remedio que ser más amigo de la verdad que de Bunge).Coincido con Mario Bunge en todo su arduo peregrinaje iconoclasta, durante el cual, con gran autoridad y magisterio, desenmascara impostores y proyecta poderosos haces de luz a través de las tinieblas de la pseudofilosofía y la pseudociencia.
Llega un momento, empero, en que ya no puedo seguir al lado del maestro; en este punto del camino hay un cartel con el rótulo “MARX”, y una bifurcación con dos indicadores, uno para el lado izquierdo donde pone “Lectores de Marx” y otro para el lado derecho con el rótulo “Opinantes sobre Marx”. Yo tomo el sendero de la izquierda, mientras que Bunge toma el mejor pavimentado camino de la derecha.
Realicé mi tesis doctoral sobre el concepto más problemático del denso y profundo pensamiento de Karl Marx: el concepto de alienación. Me vi obligado, por lo tanto, a estudiar la voluminosa producción intelectual de Marx, y a analizar la extensísima bibliografía existente sobre el genial pensador. Por consiguiente, creo que tengo permiso para hablar de Marx y de marxismo con conocimiento de causa.
Es sabido que Marx, en vista de las especies que algunos de sus seguidores (entre los cuales se hallaban sus dos yernos) propalaban como marxismo, espetó la célebre frase “¡yo no soy marxista!” Pues bien, a través de mi fatigoso análisis pude comprobar que, efectivamente, el pensamiento de Marx y el marxismo son dos cosas distintas, que raramente coinciden y que en algunas ocasiones incluso llegan a ser opuestas. A algunos escritores marxistas se les ve a la legua que no han leído ni siquiera el primer tomo de Das Kapital, la obra más importante de Marx, y en otros es vergonzosamente evidente que no han leído directamente a Marx, sino obras de autores que han escrito sobre él. En la época en que ser marxista confería un cierto prestigio había mucho “intelectual marxista”. Algunos de ellos ahora son neocons o socialdemócratas (todos nadan en la misma charca).
El amigo Bunge, que es tan sutil a la hora de expulsar del templo de la ciencia a los mercaderes de la pseudociencia (Jun, Freud & Co), y tan fino a la hora de distinguir lo que es verdadero pensamiento filosófico de lo que no es más que charlatanería de feria (Feyerabend, Heidegger & Co) no es capaz de distinguir entre el pensamiento de Marx y el marxismo, a los que mete en el mismo saco. No sólo eso: atribuye a Marx doctrinas parafilosóficas que no son suyas (como el materialismo dialéctico, un invento del marxismo leninismo mal cocinado a partir de ciertos esbozos de Engels, y que es una asignatura pendiente de la filosofía, que no ha sabido dar cuenta cabal del mismo).
Cuando Mario Bunge se refiere a Marx, lo hace desde su pedestal de filósofo científico que está por encima de todo, tratando a Marx como “perro muerto”, tal como hicieron en su tiempo con Hegel, cosa que provocó las protestas de Marx (quien no obstante fue su crítico más profundo).
La actitud que tiene Bunge hacia Marx proviene del hecho de que, al contrario que su admirado colega Piaget, es alérgico a la dialéctica, y por ello no se puede enfrentar sin prejuicios a la obra de Marx, porque toda ella transpira dialéctica. Parece ser que para Bunge, todo lo que no se pueda poner en forma matemática, no es científico, y si no es científico, no tiene interés alguno. Bunge no puede admitir que la dialéctica es la lógica (el logos) del movimiento de lo viviente y de lo pensante: para él sólo existe la lógica matemática, y no soporta que la dialéctica soslaye el sagrado dogma del principio de no contradicción. La física (especialidad de Bunge) no puede explicar procesos como el movimiento del pensamiento (por ejemplo cuando abstrae de lo concreto para volver a concretarlo sobre una base conceptual); como máximo, y con la ayuda de la química y de la neurología, puede averiguar los intercambios intersinápticos que envuelve este hecho y en qué partes del cerebro predomina la actividad neuronal. Este proceso, según Marx y Piaget, es dialéctico.
Pero, si bien le podemos perdonar a Bunge el pecado de no comulgar con la dialéctica (la cual, a pesar suyo, usa sistemáticamente a lo largo de toda su obra) no le podemos pasar por alto la superficialidad y la soberbia con la que trata al pensador más importante de todos los tiempos, a quien a veces cae en la bajeza de atacar en lo personal (indirectamente lo hizo en un artículo publicado recientemente en Rebelión, cuando lo acusa de publicar artículos de Engels bajo su firma; si no sabe por qué motivo sucedió eso, lo mejor es callarse, y si lo sabe, es una impostura indigna de un sabio; en ambos casos es una falacia, y las falacias se usan a falta de argumentos sólidos).
En el artículo “Del mal metafísico al bien público” ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=100105) escribe Bunge
“Recordemos dos casos que, aunque muy diferentes, se parecen en que ponen en evidencia la necesidad de construir una visión inteligente del porvenir en lugar de dejarse arrastrar por la corriente o de escuchar los llamados de individuos aquejados de mal metafísico… El primer caso es el de los autores de las dos revoluciones rusas de 1917. La primera fracasó porque los socialistas de Kerensky no ofrecieron lo que quería la gente: paz y pan. La segunda revolución, encabezada por Lenin, no fue guiada sino por dos objetivos: la paz y el desmantelamiento del orden semifeudal. Los bolcheviques no tenían una visión de la nueva sociedad porque creían que ella vendría espontáneamente. Siguiendo a Marx [y Engels], creían que planear el futuro era sueño utópico.”
¿Así que “siguiendo a Marx”? ¿Dónde dijo Marx que no había que planificar la sociedad del futuro? ¿No dijo Marx que sin una buena teoría no puede haber una buena práctica? ¿Si la práctica es la revolución la teoría no involucra el nuevo modelo de sociedad, es decir, el sentido de la revolución? Precisamente durante el establecimiento de la Comuna de París lo que más preocupaba a Marx era que no había un diseño claro del nuevo modelo y que todo debía irse improvisando (así y todo, fue el momento histórico más democrático que ha vivido Francia). Bunge sólo tiene razón en que los bolcheviques no habían diseñado el nuevo modelo, pero es falso que fueran tan ingenuos como para creer que la nueva sociedad vendría espontáneamente (“siguiendo a Marx i Engels”). ¡Che, Mario, no seás tan boludo, viejo!
En su obra “La relación entre filosofía y sociología” escribe, en la página 25 (EDAF), que Marx, por culpa de su adhesión a su héroe Hegel (sic), no aportó ninguna nueva técnica a la filosofía. En primer lugar, si Hegel tuvo un crítico radical, objetivo y contundente después de Feuerbach este fue Marx. No fue la “adhesión a su héroe” lo que le impidió a Marx penetrar en la esencia de la mercancía; su eficaz y original enfoque dialéctico al efectuar el análisis constituye una nueva metodología y, por tanto, un aporte histórico no sólo a la filosofía sino también a la ciencia. Además: si bien la técnica de abstraer del contexto, que Marx también aplicó al análisis de la mercancía, ya vigía desde la época de los griegos (y es un proceso fundamental en todas las ciencias que matematizan), Marx innovó también al aportar la técnica para investigar en lo a priori, que otros filósofos sólo habían nombrado e imaginado como algo muy elemental, para poner de manifiesto todo lo dado por supuesto, desvelar las reglas del juego que ya encontramos de antemano como preestablecidas y que nunca nos cuestionamos porque el hecho de no cuestionárselas forma parte del juego. Esto le permite desentrañar la esencia más escondida: la del dinero (que es el valor, una relación social “cosificada”), contribuyendo por lo tanto a poner en evidencia en qué consiste lo que Aristóteles veía como la causa de todos los males de la sociedad. Marx descubrió que lo a priori es mucho más complejo de lo que se había imaginado por ejemplo Kant, y demostró que nuestra práctica diaria está llena de juicios sintéticos a priori dialécticos, de los cuales no somos conscientes.
Más adelante [p. 31] Bunge acusa a Marx de concebir el individuo como un elemento pasivo en una red que lo controla. En primer lugar, va de suyo que si Marx hubiera creído eso no se hubiera molestado en escribir sobre la revolución, la cual supone un papel activo y consciente del individuo (la revolución es un proceso objetivo y subjetivo). Por otro lado, tampoco habría afirmado que la teoría se convierte en una fuerza material cuando es asimilada por la gente (“cuando prende en las masas”). Si bien es cierto que Marx concebía la sociedad como alienada, tanto objetiva como subjetivamente, precisamente la única manera que concebía de salir de esta situación histórica era a través de la autoliberación de las consciencias mediante la crítica de la ideología, que es al mismo tiempo una “autocrítica”, porque la ideología la llevamos dentro. (Por cierto, a pesar de la importancia del concepto de alienación en el pensamiento de Marx, Bunge no lo menciona ni una sola vez).
Una páginas después [p. 39] dice Bunge que la teoría de Marx ha fracasado (y se queda tan ancho). En este punto comete la frivolidad de la que acusa a otros: descalificar sin pruebas. Cuando se hacen afirmaciones de este calibre, amigo, hay que argumentarlas sólidamente; no se puede soltar la frase y quedarse tan tranquilo. Si fracasó como teoría, hay que aportar datos sobre quién, dónde y cuándo demostró que la teoría de Marx no era consistente; si fue en la práctica (que es por donde me imagino que van los tiros) se trata de una falacia, porque, lamentablemente, Marx no llegó a diseñar un modelo de sociedad (aún tenía que terminar los tomos II i III de Das Kapital, y un cuarto tomo que tenía en mente).
En la pág. 45 atribuye a Marx una frase sacada de contexto “la violencia es la comadrona de la historia”, y acusa a Marx de partidario de la violencia. Cuando Marx menciona la violencia lo hace en el contexto de la lucha de clases. Tal como dice en el Manifiesto, “la historia, hasta nuestros días, ha sido la historia de las luchas de clases”. Es sabido que quien ejerce la violencia es precisamente la clase que tiene el poder y que oprime a las clases subyugadas, y que no duda en enviar las fuerzas represivas, incluso el ejército si hace falta, para reprimir las protestas contra el orden establecido; por lo tanto, si no hay otro medio, las clases oprimidas deberán derrocar el poder opresor con medios materiales. ¿Alguien es tan ingenuo de creer que, por ejemplo, la red mafiosa del capital especulativo va a renunciar a su poder a favor de una sociedad más justa si intentamos conmover a esos vampiros inhumanos a través de buenas palabras? ¿No se ha podido comprobar la calaña de estos personajes carentes de moral y de escrúpulos cuando se los ha subvencionado con dinero público y ya están conspirando, aprovechándose de la crisis, para especular contra los propios países que los han salvado del desastre? Antes que perder su poder el capital es capaz de volver a iniciar otra guerra mundial, soltando los perros del fascismo, el cual están dejando crecer y organizarse en Europa y USA, o lo que haga falta. Precisamente describiendo este tipo de situación histórica Marx escribe, en Das Kapital, que “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”; ¿por qué? Pues porque la vieja sociedad, con todo su entramado de chanchullos, cargos, prebendas y privilegios, no está dispuesta a una transformación que implique la desaparición de esa estructura, resistiéndose con uñas y dientes… y esto no es más que una constatación histórica, no un eslogan a favor de la violencia, que es lo que Bunge atribuye a Marx.
En fin, amigo Bunge, te recomiendo que, pertrechado con toda tu sabiduría pero también con un poco de humildad, te leas, si más no, el primer tomo de El Capital.
* El autor es doctor en Filosofía.

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