06-09-2011 |
La crisis epocal del capitalismo en el siglo XXI y sus disyuntivas
Cátedra Marx/Rebelión
1.- La crisis actual del mito del progreso
La crisis global contemporánea que apenas estamos viendo nacer, como constatan las profundas desestabilizaciones económicas recientes de Europa y EU derribando la ilusión de que conformaba un fenómeno puramente pasajero, constituye, sin duda, la crisis más compleja, de mayores alcances e inéditos riesgos, de la historia del capitalismo. Ha llegado cimbrando y haciendo pedazos la imagen promovida por el discurso del poder “neoliberal” en la vuelta de siglo, ante todo con el crecimiento de EU y el acelerado posicionamiento de China en la economía del orbe, de que presuntamente había sucedido ya el ingreso irreversible a una nueva belle époque .
Reeditando la euforia que acompañó las fases de auge de la acumulación capitalista en el pasado –euforia que estuvo ahí en el primer auge que generó la edificación de la economía moderna en Occidente en los siglos XVIII y la primera mitad del siglo XIX, que volvió a suscitarse con el segundo auge que se dio en el tránsito del siglo XIX al siglo XX y que nuevamente existió en el marco del crecimiento de postguerra que integró lo que los franceses califican como los trente glorieuses –, el crecimiento de fin de siglo XX y primeros años del siglo XXI fue precipitadamente exacerbado como el símbolo no solo de un progreso económico y político garantizado para todas las naciones, sino como el símbolo de un nuevo capitalismo que, al “globalizarse” con el “neoliberalismo”, llegaba para vencer y dejar atrás la repetición cíclica de las crisis.
Una mirada panorámica a la historia del discurso convencional sobre la economía moderna puede rápidamente reconocer que en él, metamorfoseándose para transitar de una forma a otra, el desarrollo del poder planetario, con sus efectos depredatorios del mundo social y natural, ha sido y sigue siendo sistemáticamente objeto de una inversión con la que se le recubre bajo la ilusión de un progreso económico y social presuntamente indetenible. Sin embargo, de modo incluso más radical a los impactos contra el mito del progreso que trajeron consigo el surgimiento de las grandes crisis en la historia anterior, la nueva crisis mundial ha explotado haciendo estallar la ilusión de que el capitalismo del siglo XXI había surgido de un cambio epocal con el que las crisis quedaban reducidas a un supuesto fenómeno del pasado. La crisis en la realidad histórica, chocando contra él, ha vuelto inocultable la crisis del mito del progreso.
Primero, frente a la economía convencional marginalista y neoclásica que, a lo largo de casi medio siglo, había enarbolado al libre juego de las fuerzas del mercado como presunto fundamento imbatible de un crecimiento económico irreversible, llegó la crisis del 29 entrando en escena para pulverizar su perspectiva. Después, ante la ilusión de una economía de bienestar generalizable fomentada por el keynesianismo, no con el principio laissez faire laissez passer sino, al revés, con el Estado social como su soporte, entró en vigor la crisis que empezó en los setenta del siglo pasado poniendo en cuestión su horizonte. Ahora, frente a la obstinada insistencia en los mercados como infalibles mecanismos autoregulados, la crisis que ha explotado hacia el cierre de la primera década de este siglo lo ha hecho haciendo venirse abajo la ilusión “neoliberal” de que ese sería el fundamento no solo del equilibrio económico sino, como se hizo con el planteamiento de las reglas de Hotelling, incluso del equilibrio ecológico, que supuestamente producirían los movimientos de la tasa de interés para propiciar un uso óptimo de la naturaleza y sus recursos. 1 Que alguien como Paul Krugman advierta que, adelantándose a la marcha de la crisis mundial, Japón perdió una década aplicando una tras otra las medidas económicas recomendadas para encarar su estancamiento sin lograr nada, constituye una ventana a la incapacidad explicativa de la economía convencional. En la historia de la modernidad, cada gran crisis ha puesto en jaque el discurso económico preponderante hasta antes de su estallido y la metamorfosis de éste le ha permitido abrirle camino al mito de que el cambio de política económica podría garantizar el progreso. Pero la crisis actual, justo por su especificidad doblemente global, es decir, debido a que impacta a la globalidad del mundo y, a la par, porque penetra la globalidad de dimensiones de la vida social moderna, está colocando al mito del progreso en su crisis más radical. La ilusión que tanto fomenta el ethos realista, que la modernidad realmente existente constituye la única forma de modernidad posible y que lo es para beneficio de todos, está revelando que ha conducido al pensamiento económico a un cul de sac .
A contrapelo de estas diversas modalidades del mito del progreso, una intervención como la de Horkheimer resulta muy aleccionadora porque puso a descubierto que la necesidad de una teoría crítica proviene de que la modernidad esta colocada en una profunda situación crítica . Actualizando ese planteamiento podría expresarse con las siguientes palabras: la crisis más radical de la historia, la situación crítica en la realidad mundial del capitalismo, es el fundamento que torna imprescindible en esta era a la teoría crítica . 2 La crítica es imperiosa para descifrar una crisis que siendo económica, desborda a ésta, precisamente, porque están en juego múltiples crisis de la vida civilizada haciendo de ella una crisis global, esto es, la crisis de una época.
Frente y contra ella, luego de la caducidad decimonónica que tanto pretendieron adjudicarle la cultura política postmodernista y el pensamiento único, la crisis mundial contemporánea ha llegado sacando a relucir la teoría crítica de Marx y su vigencia en el siglo XXI.
La mayor radicalidad de su vigencia puede percibirse cuando se observa que, desde el mirador en torno al valor de uso que funda la perspectiva de Marx, la esencia de las crisis propias de la modernidad capitalista consiste en que, desbordando el mero impacto desestabilizador sobre la forma valor y la acumulación del capital que la repetición de las crisis con la caída de la tasa de ganancia cíclicamente propicia, en ellas, de modo cada vez más peligroso y desestabilizador, se entrecruzan y combinan para mutilar la vida de la humanidad planetaria: progreso y devastación . El dilema consiste en que, sin dejar de ser efectivos los adelantos de la técnica moderna, otras trayectorias enteramente posibles de desarrollo tecnológico son cerradas, bloqueadas y vencidas para imponer las trayectorias concretas que regidas por el apuntalamiento del poder del capitalismo mundializado no se detienen al generar catástrofes. Cuando se mira a fondo los alcances de las crisis en la modernidad capitalista puede percibirse que, sujetando y revirtiendo las potencialidades más positivas contenidas en el desarrollo de la técnica moderna, que perfectamente podrían abrir la edificación del mejoramiento del mundo humano de la vida, el capitalismo subordina o subsume realmente la modernización tecnológica dirigiéndola por trayectorias dirigidas a apuntalar el poder planetario, sin detenerse en la devastación que acarrea contra el proceso de reproducción de la sociedad mundial y la naturaleza. Esta ambivalencia, es decir, esta combinación invariablemente autocontradictoria de progreso y devastación, integra la legalidad que rige la marcha de la mundialización.
Desde esta perspectiva, a la hora de indagar la especificidad de la crisis mundial contemporánea puede reconocerse que definiéndola con una peculiar complejidad crisis de tres órdenes disímiles pero unificados se sobreponen o yuxtaponen, uno sobre otro interactuando recíprocamente entre sí, para conformar la crisis de mayores alcances y riesgos de la historia social moderna . Son: 1) las crisis o los colapsos suscitados por décadas de existencia de la configuración inadecuadamente denominada “neoliberal” del capitalismo; 2) la 4ª gran crisis de la historia del capitalismo moderno , que explotó casi a la par que los colapsos producidos por el “neoliberalismo”; y 3) la crisis ambiental mundializada , una crisis que se yuxtapone con las demás pero las rebasa puesto que con ella, precisamente, apunta a ponerse en jaque el futuro mismo de la civilización.
2.- Las crisis o los colapsos suscitados por el capitalismo cínico
La primera dimensión de la crisis epocal en el siglo XXI no pone de relieve los límites históricos del capitalismo, sino los colapsos generados por una de sus formas . Los de esa configuración a la cual en las últimas décadas equivocada y, más bien, demagógicamente se le ha denominado “neoliberal”. Si nos negamos a hacerle concesiones al discurso del poder al ponerle nombre a la vuelta de siglo debería afirmarse que la configuración que asumió la mundialización capitalista en las últimas décadas lejos de ser liberal, más bien, ha sido cínica.
Para poder aproximarse a ella descifrando su peculiaridad es imprescindible contrastarla con las otras configuraciones que el capitalismo ha adquirido en la marcha de su historia: la configuración liberal y la configuración fascista. Ya que, aunque rebasa la medida de violencia histórica que caracteriza a la primera de éstas y alimenta una violencia de orden mayor, la configuración cínica del capitalismo no es idéntica a su forma fascista, pero, sin embargo, le abre camino. Entre aquellas, constituye una forma intermedia pero compleja.
Stricto sensu, liberal es aquella forma con la que, ante la violencia económica anónima propia del funcionamiento del progreso tecnológico-capitalista –que opera como punta de lanza de una ofensiva, en la cual el acrecentamiento insaciable del cúmulo del plusvalor y las ganancias, cercena y mutila grandes sectores de la sociedad condenándolos al dolor y la muerte a través del desempleo y la miseria–, el capitalismo responde imprimiéndole al Estado una configuración que lo activa como contrapeso complementario de esa violencia. En este sentido, de ninguna manera por filantropía sino con el objetivo estratégico de contención de las “clases peligrosas”, el Estado liberal siempre se caracterizó por impulsar la elevación del estándar de vida de su población y, a la par, implementar procesos electorales como plataforma de la sucesión gubernamental y una u otra forma de afirmación de la soberanía nacional (con diversas medidas y figuras de racismo). Su función jamás ha sido desmontar la violencia económica anónima del progreso tecnológico-capitalista, sino dotar al capitalismo de una forma que le permita hacer esa violencia efectiva y administrable.
Al escudriñar esta forma hacia atrás puede verse la funcionalidad de sus modos de contención en la geohistoria del capitalismo. Como ha formulado Wallerstein, entre 1848 y 1914/17 el capitalismo implementó su configuración liberal para contener a las “clases peligrosas” en el Norte, mientras que entre 1914/17 y 1971 utilizó esta configuración para contener a estas clases en el Sur. Lo que nos lleva a que ha cruzado el fin de siglo y la entrada al siglo XXI desactivando a la que ha funcionado históricamente como su principal fuerza de neutralización y estabilización social: el Estado liberal. 3
Fascista , en cambio, esencialmente es la forma que la modernidad capitalista adquiere cuando a la violencia económica anónima de su funcionamiento suma complejizándola una violencia política de orden destructivo. 4 Cuando para garantizar abrir el acceso al bienestar y el confort a ciertos Estados o elites, acepta y asume como inevitable tener que condenar al perecimiento y la destrucción a otras naciones o grandes conglomerados sociales. Esta constituye una forma a la que no le interesa hacer manejable la violencia histórica de la modernidad capitalista, sino radicalizarla. Fue la que desplegó la Italia de Mussolini inspirada en los “camisas rojas” de Garibaldi y que realizó la Alemania hitleriana con su proyecto del planet Management . Y que ahora, lejos de quedar como una forma del pasado supuestamente contingente o ajena frente a la marcha de la modernidad capitalista, diversas fuerzas políticas buscan reactivar mediante una metamorfosis que dota al nazismo de una forma histórica inédita. 5 Capitalismo y nazismo no son dos formas inconexas entre sí, éste constituye la forma que radicaliza in extremis su destructividad.
Por contraste con las anteriores pero vinculada a ellas como una configuración más agresiva que la forma liberal y a la vez como antesala de la forma fascista, cínica es aquella configuración que el capitalismo se adjudica a sí mismo cuando, haciendo ofensivamente a un lado al Estado como contrapeso, hace operar sin restricciones al laissez faire laissez passer para volver al mercado la entidad que define los heridos y los muertos. Sin reducir de ningún modo el Estado a un Estado mínimo, ni cancelar la intervención estatal en la economía, el capitalismo cínico introduce un agresivo reordenamiento para conformar propiamente un Estado autoritario , esto es, un Estado que, bajo el eufemismo del libre juego del mercado, garantiza y hace valer por la fuerza el traslado del centro de mando hacia los capitales privados. 6 Constituye una forma a la que no le interesa hacer la violencia histórica del capitalismo manejable, pero que tampoco le adiciona sistemáticamente violencia política destructiva, aunque con frecuencia no tiene ningún reparo en desplegarla, de suerte que, fácilmente hace del cinismo histórico antecedente o caldo de cultivo del fascismo.
Como puede verse, en rigor, la configuración que la mundialización capitalista mantuvo en la vuelta de siglo no fue neo sino, más bien, anti-liberal . El capitalismo mal llamado “neoliberal” nunca impulsó el ascenso del nivel de vida social de las naciones, en lugar de eso reprimió el salario tanto directo –que se percibe como un ingreso monetario con el cual se compran los medios sociales de consumo– como indirecto –que, con base en la venta de la fuerza de trabajo, se percibe como un servicio que el Estado esta obligado a proporcionar y que se encuentra conquistado como un derecho constitucionalmente establecido–. Tampoco defendió la soberanía nacional, más bien, ha renegado de ella tanto en los Estados de las periferias –que cedieron su soberanía a los capitales transnacionales–, como en los Estados metropolitanos –que transfirieron su soberanía a los capitales privados–. A la vez que la tan difundida “transición a la democracia”, si bien llegó sustituyendo con procesos electorales las dictaduras militares en el ex Tercer Mundo y los regímenes de partido único en el ex Segundo Mundo, se convirtió en un simulacro histórico, puesto que jamás se ha posicionado a demos (el pueblo) como una auténtico kratos (o sea, como una autoridad política efectiva). 7
En la medida en que el cinismo constituyó una configuración que desmontó múltiples restricciones anteriormente existentes, por un lado, abriendo amplios procesos de privatización y arrebato de riqueza económica pública en beneficio de los capitales mejor posicionados en la estructura de poder del Estado, a la vez que, por otro, se instalaron agresivos procesos de subordinación de las naciones al mercado planetario, esta forma de funcionamiento propició desregulaciones de tal alcance que, además de impactar de modo sumamente nocivo en el proceso de reproducción social de las naciones, terminó acarreando una creciente inestabilidad económico-política en la relación entre capitales y sus procesos de acumulación. Este es el fundamento de que el capitalismo cínico haya generado múltiples crisis.
Siendo sumamente relevante para la relación capital-capital la grave desestabilización en la que invariablemente tenía que desembocar la desregulación de los mercados financieros, ya que desató ingentes transferencias recomponiendo a la clase dominante –mediante los derivados como “armas de destrucción masiva”, operaciones especulativas sumamente riesgosas y fraudes enormes–, distintas de la crisis financiera aunque se entrecruzan con ella, son dos las crisis con las que el capitalismo cínico ha golpeado de forma directa el proceso de reproducción social llevándolo a una situación límite cada vez más inestable. En la relación capital-trabajadores, los resultados más dolorosos de décadas de capitalismo cínico son: la crisis mundial alimentaria y la crisis fundada por la mundialización de la pobreza.
2.1.- La crisis alimentaria mundial como colapso suscitado por el capitalismo cínico
Para empezar hay que decir que la crisis alimentaria mundial del siglo XXI es sumamente peculiar: su singularidad histórica consiste en que esquizofrénicamente se genera hambre justo en una era en la que existe la capacidad tecnológica y económica para alimentar a la totalidad de la sociedad planetaria . 8
Para entender la forma de dominación en curso es decisivo mirar panorámicamente la historia de la mundialización para especificar la fase actual de la reproducción alimentaria. Desde un ángulo así puede verse que son tres las configuraciones que ha adquirido la economía mundial alimentaria en el curso del último siglo.
A fines de los treinta , Europa Occidental era la única región importadora de cereales; las exportaciones de cereales de Latinoamérica superaban prácticamente al doble las de Norteamérica y Europa Oriental (incluyendo a la URSS). EU no era el único exportador, ni siquiera el más importante. En ese periodo, la plataforma de la economía mundial alimentaria la constituyó la capacidad de múltiples naciones para autoalimentarse. La configuración de la reproducción alimentaria de la sociedad mundial giraba en torno a la soberanía alimentaria.
Pero con la mundialización “neoliberal”, desde los setenta del siglo pasado y cada vez más en las décadas ulteriores, se recrudeció un mecanismo de poder que venía avanzando gradualmente en la postguerra, de modo que, el mercado mundial alimentario cambio drásticamente su configuración. El reordenamiento de la economía mundial con el libre comercio usó el desfinanciamiento estratégico con el que fue impactado el campo por el Estado cínico en prácticamente todos los países subdesarrollados, a la vez que, complementariamente, se lanzaban enormes subsidios como financiamiento estratégico a la producción cerealera en EU. Derrotadas en el marco de la competencia asimétrica, el grueso de naciones que previamente ejercieron soberanía alimentaria, sencillamente, la perdieron. Latinoamérica, Europa Oriental, Asia y África pasaron a ser crecientes importadores de cereales. Y EU se levantó como el centro hegemónico del mercado mundial cerealero. Apuntalando su posición como hegemón al hacer de su poder económico en el mercado alimentario una de sus fuerzas estratégicas, puesto que cuando se controla la reproducción alimentaria de una nación se subordina uno de los núcleos estratégicos más sensibles de su reproducción vital. Así, con el cinismo histórico la configuración de la economía mundial alimentaria experimentó un giro y pasó a regirse por la subordinación y la dependencia alimentaria del grueso de naciones: hoy 70% de los países subdesarrollados son importadores netos de alimentos.
En estos años esa configuración ha llegado a un límite inintencional pero inevitable. La subordinación del proceso de reproducción alimentario de la sociedad mundial a los centros del mercado alimentario ha requerido la instalación de una parálisis radical pero artificial para múltiples naciones, que ahora desemboca en el tránsito de la vulnerabilidad –esto es la delicada dependencia de la importación de alimentos– a la crisis alimentaria –es decir al férreo bloqueo del acceso a los alimentos y, por tanto, al hambre–. No es que múltiples naciones no cuenten con la capacidad productiva para autoalimentarse, más bien, es que sus capacidades económicas son cínicamente refrenadas para garantizar la apropiación de ganancias extraordinarias en beneficio de las corporaciones transnacionales.
Las consecuencias son devastadoras para aquellos grupos y naciones pobres que dedican un elevado porcentaje de sus ingresos a la adquisición de alimentos. En EU, los pobres gastan 16% de su ingreso en alimentos, pero en Indonesia usan el 50%, en Vietnam gastan un 65% y en Nigeria incluso el 73%. En síntesis, la mitad de la población mundial, la que vive con 2 dls al día (3 mil millones de pobres extremos), está colocada en una crisis alimentaria radical. Por eso, el mismo presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, declaró: “Para países donde los alimentos representan la mitad o tres cuartas partes del consumo, no hay margen para la supervivencia”.9
La crisis alimentaria va a durar mucho más allá de 2015, justo porque lo que está contradictoria e inciertamente intentando abrirse camino es un nueva transición hacia otra configuración de la reproducción alimentaria de la sociedad mundial. Una transición que redefina las posiciones en el mercado mundial alimentario. Diversos Estados han empezado a implementar políticas de control de su mercado con la perspectiva de garantizar su seguridad alimentaria. China, Rusia, Argentina, India, Ucrania, Kazajstán, Vietnam, Egipto y Camboya están reduciendo o cancelando sus exportaciones de granos. Los desenlaces, alcances y ritmos de esta nueva transición están por definirse pero lo innegable es que la crisis alimentaria global contemporánea ha hecho estallar límites con el que el cinismo no sólo golpea la reproducción de la sociedad planetaria, sino desestabiliza al capitalismo poniendo en jaque la reproducción de la fuerza de trabajo en múltiples zonas y naciones.
2.2.- La mundialización de la pobreza como colapso suscitado por el capitalismo cínico
Junto a la crisis mundial alimentaria, la mundialización de la pobreza revela el profundo impacto generado por el cinismo histórico.
No por casualidad el “desafío de los slums” –es decir, la creciente multiplicación de áreas urbanas hiperdegradadas sobre el orbe– es el nombre que la ONU, explorando la situación límite hacia la que condujo el cinismo como forma histórica, decidió darle a lo que, sin duda, es el más relevante informe elaborado por un organismo internacional que reconoce por primera vez la mundialización de la pobreza como peculiaridad de nuestra era.10 Rompiendo con el Consenso de Washington, poco años antes del colapso o el agotamiento del cinismo histórico, e interesada en empujar hacia una transición que reconfigure neokeynesianamente la mundialización en el siglo XXI, la ONU le atribuye al “neoliberalismo” una responsabilidad directa en la constitución de una auténtica regresión histórica hacia el degradado ambiente del siglo XIX propiciada por la mundialización de la pobreza.
Las áreas urbanas hiperdegradadas y la pobreza urbana no son sólo la manifestación de la explosión poblacional y el cambio demográfico… Las políticas neoliberales han reestablecido un régimen internacional similar al que existía en el siglo XIX… La dirección dominante de las intervenciones tanto a nivel nacional como internacional desde 1975, en realidad, ha incrementado la pobreza urbana y las áreas urbanas hiperdegradadas, ha intensificado la exclusión y la desigualdad… Los pobres urbanos están atrapados en un mundo informal e `ilegal´, que con sus áreas urbanas hiperdegradadas no se refleja en los mapas. 11
Hablar de mundialización de la pobreza como una tragedia cuya expresión paradigmática es ante todo urbana pone de manifiesto que, clausurando y venciendo otras trayectorias que perfectamente podría haber adquirido, la cuarta revolución tecnológica fue conducida por esta trayectoria que impuso el cinismo como forma del capitalismo mundializado. La informatización del proceso de trabajo tanto productivo como improductivo, junto con el internet y la red satelital global, sin liberar el movimiento de la fuerza de trabajo sobre la economía mundial, dotó al capital de su mayor movilidad histórica permitiéndole agudizar radicalmente la competencia y la confrontación de los distintos destacamentos nacionales de la clase trabajadora en el mercado laboral mundializado. La fácil migración del capital de un país a otro, en la búsqueda constante de los salarios más bajos, las mejores reservas de recursos naturales y los paraísos fiscales, constituyó una de las punta de lanzas del cinismo histórico justo porque la amenaza silenciosa pero efectiva que lanzó fue cercenen sus salarios y mutilen su fondo de consumo o intégrense al ejército internacional de reserva. La configuración cínica de la cuarta revolución tecnológica, bloqueando el potencial positivo que significa la era del mayor desarrollo tecnológico alcanzado por la historia de la humanidad, hizo de este progreso la plataforma de una drástica reducción de la tasa salarial internacional y la formación del ejército de reserva más grande de la historia moderna. 12
Inspeccionando los alcances de esta configuración histórica para buscar contrarrestar la desestabilización política que trae consigo, The Challenge of Slums reconoce que en estas áreas hiperdegradadas ya habita un tercio de la población urbana mundial.13 A principios de este nuevo siglo y milenio, el número total de habitantes en slums en el mundo alcanzó los 924 millones de personas. Lo que significa alrededor del 32% de la población urbana del planeta. Si se avanza concentrando la mirada en las regiones en vías de desarrollo la proporción se acrecienta hasta corresponder al 43%, si se va más lejos y se concentra la mirada en los países menos desarrollados se descubre que los habitantes de slums equivalen al 78.2% de la población urbana.14 Esto significa que actualmente cuatro quintas partes de la población urbana de los países más pobres vive en áreas urbanas hiperdegradadas. Y la tendencia para las próximas décadas es auténticamente atroz: The Challenge of Slums calcula que, para 2030 o 2040, los habitantes de slums en el orbe aproximadamente serán dos mil millones.15
Las áreas urbanas hiperdegradadas no están sólo en el Sur, existen asimismo en el Norte. Aunque, por supuesto, se han multiplicado mayormente en aquel, principalmente en Asia, su creciente presencia en éste revela el impacto del camino por el que el capitalismo de la vuelta de siglo condujo la mundialización de la técnica moderna. Términos como umjondolo en África o bidonvilles en Francia, tanake en Líbano o trushchobi en Rusia, chawls en India o ghetto en EU, baladi en Egipto o cortiço en Brasil, entre otros, le dan cuerpo y concreción histórica a una mundialización capitalista efectivamente cínica que ya ha integrado alrededor de 250 mil o más áreas urbanas hiperdegradadas.
Los slums son la concreción histórica de esta forma epocal. El lugar, que para muchos se convierte en un punto de no retorno, donde es colocada, como un excedente permanente de población o pluspoblación estructural, un segmento nada menor de la fuerza laboral –ante todo juvenil– que es condenado como un peso urbano que no podrá ser absorbido ni por la economía ni por la sociedad en el presente o en el porvenir. En efecto, los slums proyectan una época porque incluso con crecimiento económico el capitalismo de la vuelta de siglo produjo el mayor ejército internacional de reserva de su historia, pero lo más delicado consiste en que esta tendencia avanza hacia su agudización ahora que ha estallado la nueva gran crisis de la mundialización capitalista.
Ahora bien, poniéndose a flote el carácter esquizoide de la pobreza del siglo XXI, no es la carencia de desarrollo tecnológico sino justo la trayectoria que el cinismo histórico le imprime a la actual revolución tecnológica la que opera como fundamento de la mundialización de la pobreza, no sólo al generar pobreza urbana sino también pobreza rural. La biotecnología moderna subsumida a la acumulación capitalista contribuye a través de una doble vía. Por un lado, porque después de siglos de un acorralamiento con el que el capitalismo periférico condujo las etnias indígenas a implementar una estrategia mixta de sobrevivencia combinando la producción comunitaria de bienes para autoconsumo con una relación siempre inestable entablada con el mercado con base en la venta de la fuerza laboral, la conversión de los territorios que habitan etnias indígenas, debido a la riqueza que contiene su biodiversidad, en zonas estratégicas para los canales de acumulación abiertos por las corporaciones transnacionales dedicadas a la ingeniería genética, ha desatado una presión que apunta a llevar a una situación límite definitivamente insostenible la pobreza que históricamente han padecido múltiples conjuntos étnicos con tal de arrebatarles esas zonas y sus recursos. Por otro lado, si ya con el Estado cínico el capitalismo se había embarcado en un ataque masivo a la producción campesina del ex Tercer mundo para trasladar hacia los capitales metropolitanos el control del mercado mundial alimentario, con la biotecnología moderna está apuntando a llevar mucho más lejos ese proceso colocando la producción campesina de la periferia en un estado de dependencia artificial pero radical. A partir de la invención de las semillas transgénicas ha buscado dotarse de medios estratégicos de subsunción real de la producción campesina al capital transnacional. Las semillas “suicidas” –que sólo duran un solo ciclo productivo generando dependencia de los aprovisionamientos respecto de la corporación multinacional que las fabrica–, las semillas condicionadas agroquímicamente –que no crecen a menos que se cultiven utilizando fertilizantes producidos por la misma corporación que las comercializa– y, por si fuera poco, además las semillas ecocidas –que depredan la variedades tradicionales–, pretenden consolidar la instalación de lo que constituye una nueva dependencia tecnoalimentaria centro-periferia que abre amplios canales de acumulación, a la vez que levantan un gran oleaje de empobrecimiento por la devastación que acarrean sobre la producción rural periférica.
De este modo, entre la conformación del ejército internacional de reserva más grande de la historia moderna, la pauperización de la producción campesina y la expropiación capitalista de recursos naturales estratégicos a etnias indígenas, el capitalismo cínico ha vuelto la pobreza un padecimiento mundializado .
Así, lo que Nigel Harris calificó como la posibilidad de la muerte o el “ fin del tercer mundo ” porque países –como Corea– se incorporarían al primer mundo, 16 ha resultado más bien en el nacimiento del cuarto mundo. Un “mundo”, a diferencia de los tres “mundos” que caracterizaron al siglo anterior, que no posee fronteras circunscritas e incluye por igual zonas tanto de las periferias como de los centros del capitalismo contemporáneo. Donde, por contraste con la segregación tradicional –determinada en función de la identidad étnica, racial o religiosa–, la exclusión –que, en tanto producto de la actual revolución tecnológica, no constituye un fenómeno ajeno sino integrado a la fase actual de la mundialización capitalista– impacta a barrios, ciudades, Estados y hasta regiones enteras. Puede reconocerse en las favelas brasileñas y el sur del Bronx, en Burkina Faso y La Courneuve, en Kamagasaki y Chiapas, en Sachsen-Anhalt y las chabolas de Bangalore, en los barrios marginales mexicanos o el sur de Irak. 17
3.- La cuarta gran crisis de la historia económica de la modernidad
La especificidad histórica del conformación multidimensional de la crisis mundial contemporánea posee una peculiar complejidad. Su especificación no se alcanza con poner énfasis en esta multidimensionalidad que se ha vuelto inocultable. Exige descifrar la especificidad de cada una de sus dimensiones y el entrecruzamiento de ellas que configura a ésta como una crisis de carácter único. En este sentido, cabe decir que mientras la crisis financiera global, la mundialización de la pobreza y la crisis alimentaria mundial son resultados de una forma del capitalismo, es decir, del cinismo histórico, la crisis económica global constituye una gran crisis dentro de los ciclos de la acumulación del capital mundial. Son crisis que inevitablemente se yuxtaponen y entreveran pero de distintos órdenes.
Cuando se lanza una mirada a la explosión de las grandes crisis en la historia del capitalismo puede verse que tres y, con la que actualmente esta en curso, más bien cuatro, son las crisis con las que pueden periodizarse sus ciclos y su desarrollo global.
Examinando la desestabilización económica en curso desde las lecciones arrojadas tanto por la Larga Depresión que estalló tras el Pánico de 1873 como por la Gran Depresión que siguió a la crisis financiera de 1929-31, porque ambas constataron que la inexistencia de un declive ininterrumpido no canceló la gran crisis justo debido a que los periodos intermitentes de crecimiento nunca lograron absorber los daños causados por la explosión que inicialmente había surgido, el Premio Nobel Paul Krugman, define la crisis mundial de nuestro tiempo no como una recesión sino como la Tercera Depresión . Su perspectiva neokeynesiana, que le permite rebasar el conveniente desconocimiento “neoliberal” de ésta como una depresión, revela su límite en que, cercenando la periodización histórica de las grandes crisis, introduce otro desconocimiento: el de la crisis que pese a décadas de keynesianismo finalmente sobrevino en los setenta del siglo anterior. Si el fundamento de las grandes crisis no se reduce unívocamente a la política económica de los Estados modernos y, sin dejar de contar ella, se escudriña en la legalidad esquizoide de la modernidad del capitalismo y sus ciclos económicos de sobreproducción y sobrefinanciamiento, al lanzar una mirada panorámica puede verse que la actual no constituye la 3ª sino la 4ª gran crisis de la historia del mundo moderno.
Después de la 1ª revolución tecnológica (1735-1873), que el capitalismo desplegó para instalar la plataforma de su modernidad en Occidente, el progreso tecnológico se volvió un obstáculo y explotó la 1ª gran crisis, entre 1873 y 1891. La respuesta para contrarrestarla fue una 2ª revolución tecnológica (1882-1930) que desembocó provocando nuevamente el estallido de una gran crisis, pero ante ella, dada la medida problemática de progreso tecnológico que se había extendido sobre Europa, EU y Japón, el capitalismo requirió responder con medidas superiores a las de una guerra comercial, esto es, con una guerra militar. Así, mostrando lo lejos que puede llevar su combinación de progreso y devastación, el capitalismo del sigo XX articuló la crisis del 29 con la Segunda Guerra Mundial como su respuesta. Para salir de esa crisis, a partir de aprovechar la vasta destrucción realizada, impulsó la 3ª revolución tecnológica (1930-1970) que hizo de la reconstrucción plataforma de un nuevo tiempo de auge con los “treinta gloriosos”. Cuyo desenlace fue otra vez una crisis, la crisis de los setenta y ochenta del siglo pasado. A la cual se contestó con una 4ª revolución tecnológica que, integrando el más reciente episodio de esta tragedia económica, ha desembocado en la gran crisis de la economía mundial contemporánea.
Las grandes crisis constituyen las coordenadas históricas que delimitan la expansión de la modernidad industrial capitalista sobre el mundo. En términos de sus alcances geohistóricos, cabe resaltar que mientras la 1ª gran crisis fue continental porque sólo involucró al capitalismo europeo y la 2ª gran crisis fue intercontinental porque además de Europa impactó a Japón y EU, la 3ª gran crisis se bosquejó como una crisis mundial pero, por la presencia de África como apartheid tecnológico, no llegó a serlo. Diferenciándose de la crisis de 1970/90, sin ser de ningún modo su nuevo episodio, la que ha empezado en el segundo quinquenio del siglo XXI constituye la 4ª gran crisis cíclica y la primera crisis específicamente mundializada del capitalismo .
La mejor prueba de que la crisis actual de ningún modo constituye la continuación de la 3ª gran crisis que sucedió el siglo pasado la ofrece el hecho de que como respuesta a aquella se activó el mecanismo esencial para contrarrestar las crisis del capitalismo: una nueva revolución tecnológica que con la informatización del proceso de trabajo planetario, tanto productivo como improductivo, modificó sustancialmente los corredores tecnológicos de la acumulación capitalista a partir de descohesionarlos horizontalmente en las economías periféricas para cohesionarlos verticalmente con la economía global comandada por los capitalismos de la metrópoli. Con la industria automotriz como punta de lanza del proyecto de la “producción global”, la informatización del proceso de trabajo, basada en la microcomputación, internet y la red satelital, encabezó una reorganización entera de la economía mundial que interconectó múltiples ramas en tiempo real, complementando el diseño virtual de una mercancía en una latitud mientras incluso en la latitud exactamente contraria se realizaba su fabricación material u objetiva. La crisis contemporánea no puede ser continuación de la 3ª gran crisis, precisamente, porque es el resultado de la revolución tecnológica que sirvió justo como mecanismo central de contratendencia ante la gran crisis anterior.
La 4ª gran crisis comenzó como una crisis de sobrefinanciamiento pero, casi de inmediato, reveló que el sobrefinanciamiento estaba postergando, aunque a la vez preparando, el estallido de una crisis de sobreproducción . La restructuración de la economía mundial, generada con base en la informatización del proceso de trabajo, ha comenzado a proyectar sus límites cuando su capacidad tecnológica para acrecentar la producción de la riqueza se estrella con una amplia masificación del ejército mundial de desempleados y una tendencia internacional decreciente de los salarios, que bloquean la realización de esa riqueza que se produce en escala cada vez mayor. No se trata sólo de una crisis de subconsumo , por asfixia de los canales de realización y los mercados. Se trata de que, en la dimensión del valor, el capital se torna excesivo respecto de sí mismo como expresión de que, en la dimensión del valor de uso, el nivel de desarrollo tecnológico alcanzado, luego de haberle servido para acrecentar la tasa internacional de ganancia, se vuelve excesivo para el capitalismo: ahí reside el núcleo de una crisis de sobreproducción. Una crisis que pone al descubierto que cada revolución tecnológica se termina convirtiendo en una contrariedad antifuncional para el capitalismo porque genera más capital del que es capaz de absorber en términos productivos. La crisis inmobiliaria, agudizada con hipotecas de tipo subprime – cuya voracidad apuesta por la obtención de un tipo de interés superior a la media a partir de conceder préstamos con un nivel de riesgo de impago superior a la media–, pronto volvió inocultable su irreductibilidad al campo financiero. Develó una crisis clásica de sobreproducción: la producción de mayor vivienda de la que los mercados pueden absorber. Paralelamente, la crisis financiera se conectó con la crisis de sobreproducción en la industria pionera en la informatización del proceso productivo globalizado, la industria automotriz. La crisis en la industria manufacturera, la industria minera, los servicios de seguros, en fin, en un gran abanico de departamentos, dieron forma a un amplio e innegable efecto dominó que ha puesto de manifiesto una crisis de sobreproducción mundializada. Crisis que, por cierto, ya había proyectado su primer atisbo con la crisis en la industria electrónica informática de 2001-2002. Ahora con los paquetes de rescate, el sobrefinanciamiento, en la medida en que posibilita la continuidad del ciclo económico neutralizando los impactos por asfixia de los mercados y, más aún, en la medida en que permite que el crecimiento de la composición orgánica del capital siga su marcha, contradictoriamente, suspende la expresión de la sobreproducción capitalista, pero sin poder contrarrestarla. Estamos lejos de una recesión que ya quedó atrás. La crisis de sobreproducción mundial del siglo XXI, con epicentro en las potencias capitalistas, apenas está comenzando .
La articulación, postergable pero ineludible, de cada revolución tecnológica con una gran crisis torna inocultable el sentido invariablemente esquizoide que el capitalismo le imprime no sólo a los ciclos de su sistema económico, sino a la historia misma de la modernidad. La historia de los últimos tres siglos está regida por la tragedia de esta forma ambivalente de modernización que se torna cada vez más radical. En la modernidad del capitalismo, cada revolución tecnológica desemboca en una gran crisis y de cada gran crisis se sale con una nueva revolución tecnológica. Sin embargo, la entrada de cada nuevo oleaje modernizador está siempre precedida por una u otra forma de un profundo proceso devastador que le abre camino. Una vez que las crisis explotan, la destrucción que realizan se convierte en la premisa imprescindible para una ulterior redinamización de proceso de acumulación del capital. De este modo, la tendencia de esta tragedia, lejos de remitirse a la repetición interminable de las crisis como fenómeno puramente cíclico, marcha hacia una creciente exacerbación del entrecruzamiento esquizoide de progreso y devastación. El siglo XXI constituye un tiempo en el que convive el mayor avance de la técnica planetaria al lado de los mayores peligros, tanto potenciales como efectivos, de su canalización hacia la devastación.
La 4ª gran crisis ha llegado poniendo inconfundiblemente a descubierto que la modernidad específicamente capitalista ya es global. Y que su mundialización, lejos de llevar el mayor progreso tecnológico de la historia de las civilizaciones al mejoramiento generalizado del mundo humano de la vida, ha llevado la potencialidad de la catástrofe hasta un nivel anteriormente inédito.
Pueden empezar a reconocerse los alcances potenciales de esta catástrofe cuando se observa que la explosión paralela de la crisis del capitalismo cínico y la 4ª gran crisis capitalista por embonarse desatan un profundo proceso de retroalimentación de los efectos destructivos que les son inmanentes a cada una por separado. La 4ª gran crisis, por contraste con la crisis de los setenta que vino después de los “treinta gloriosos”, no ha estallado teniendo como antecedente una fase de crecimiento económico con ascenso de los niveles sociales de vida. Al revés, después de que el crecimiento económico de las últimas dos décadas se caracterizó por ser históricamente peculiar, precisamente, porque el cinismo histórico lo convirtió en el primer periodo de crecimiento económico sin mejoría social del estándar de vida social, ahora la 4ª gran crisis, con su pronosticable baja del crecimiento o incluso con el franco decrecimiento económico, va a desplegar sus golpes sobre un escenario cercenado por la mundialización de la pobreza y la crisis alimentaria mundial. El aumento de los oleajes de desempleo mundial, la agudización de la caída salarial internacional, la drástica disminución de las remesas y el retorno de migrantes a sus países de origen, está integrando un delicado círculo de retroalimentación de la 4ª gran crisis con los colapsos generados por el capitalismo cínico.
Con la mitad de la población planetaria hundida en la pobreza y un fuerte porcentaje de la población juvenil expulsada del mercado formal, no es casual que en la vuelta de siglo se haya efectuado una transición epocal retrógrada o decadente que hizo de la mundialización de la economía criminal una nueva forma histórica del capitalismo. El mercado negro de drogas, armas, migrantes, órganos, automóviles, mujeres, pornografía y niños, de ningún modo conforma una anomalía en la acumulación de capital contemporánea. La economía criminal, ante todo la narcoeconomía global, constituye uno de los principales canales de acumulación en la mundialización capitalista que, convertido en dimensión estructural de la economía, funciona imprescindiblemente vinculado con la economía legal, no para utilizarla solo como recubrimiento o camuflaje, sino para canalizar también hacia ella enormes inversiones de capital que no pueden operar por su gran magnitud exclusivamente en la esfera de la economía ilegal. Con el estallido de la 4ª gran crisis capitalista y la difusión de sus impactos, es enteramente predecible que la mundialización de la economía criminal se va a consolidar como una época.
Siendo radicalmente nocivos, estos efectos no son suficientes para describir la destructividad que el capitalismo despliega con sus crisis. Ya que, para revertir la caída de la tasa internacional de ganancia, el capitalismo necesita contrarrestar la modernización tecnológica que lo lleva a sobreproducir capital. Contrarrestar la modernización tecnológica exige ineludiblemente, entonces, destruir y devastar.
En este tiempo, suponer que el riesgo de guerras, incluso nucleares, esta rebasado es una ilusión. Aunque es poco probable que la crisis contemporánea desemboque a corto plazo en una confrontación bélica entre potencias –de modo similar a como la crisis del 29 condujo a la Segunda Guerra Mundial–, sin embargo, guerras asimétricas Norte-Sur o Sur-Sur en la periferia del sistema mundial perfectamente pueden ser desplegadas. De ningún modo hay que menoscabar el hecho de que nos encontramos ubicados en el periodo de mayor arsenal atómico en la historia mundial.18 Además de la reclasificación que tanto EU como Francia ya realizaron permitiendo su utilización en guerras convencionales,19 las armas nucleares podrían ser empleadas incluso en una confrontación Sur-Sur, destruyendo capital al mismo tiempo que se juega la disputa por el control de recursos naturales estratégicos.
Comprender la radicalidad de la encrucijada epocal en la que nos encontramos insertos, exige percibir que, del lado de la modernidad capitalista, dos tendencias de sentido formalmente contrario se encuentran jaloneando y chocando entre sí por definir la configuración de la mundialización para las próximas décadas de este siglo. Una tendencia parte de que se ha llegado muy lejos en la ofensiva lanzada contra el proceso de reproducción de la sociedad planetaria por el cinismo histórico y, no por filantropía sino buscando conformar una administración de la lucha mundializada de clases que dote de cierta estabilidad económico-política al capitalismo para atravesar esta crisis global, empuja por imprimir una forma neokeynesiana o, más aún, una forma que despliegue un nuevo tipo de auténtico liberalismo al capitalismo del siglo XXI. Otra tendencia parte, igual que la anterior, del reconocimiento de que la situación en que ha desembocado el cinismo histórico es de una inestabilidad radical, asume que el “libre juego de las fuerzas del mercado” propicia un desorden que se está saliendo de las manos, pero, negándose a ceder ante las ventajas ganadas por el cinismo histórico en la vuelta de siglo, presiona por radicalizar la ofensiva para avanzar gradual pero crecientemente hacia un reordenamiento neo-autoritario o, más aún, neonazi de la mundialización capitalista este siglo.
Está claro que para la tendencia que cabe denominar neokeynesiana –que representa efectivamente el nuevo tipo de liberalismo del siglo XXI– la mejor opción para enfrentar la necesidad actual de destructividad capitalista reside en dotar a los Estados modernos de una forma que les permita intentar disminuir y contener los riesgos de explosiones políticas, económicas y militares para estabilizar la lucha de clases en un tiempo de convulsión y transición. Está claro que, oponiéndosele, la tendencia neofascista –que reedita pero desde su metamorfosis el nazismo del siglo pasado, sin desplegar antisemitismo ni formular la multiplicación de campos de concentración– asume que la violencia económica y política del capitalismo requiere ser imprescindiblemente radicalizada para asegurar el traslado de los costos de la crisis contemporánea hacia abajo a los dominados modernos, a la vez que busca garantizar con el uso de la fuerza el dominio de los recursos de la economía planetaria a favor de ciertos Estados y sus capitales.
Contrarrestar la euforia que mira como destino la historia al abrigo de la ilusión de que la tendencia que presiona por una transición neokeynesiana ya alcanzó un triunfo definitivo o irreversible, es decisivo. A todas luces, la tendencia que empuja por un reordenamiento neoautoritario y hasta neofascista del capitalismo cuenta con diversas fuerzas políticas a nivel internacional, ejerce una influencia de peso que define la configuración de la lucha de clases en múltiples Estados, a un grado tal que en varios detenta el control del gobierno. Hasta podría decirse que la mayor oportunidad para su expresión está por venir. Justo cuando se arribe a los límites del programa económico con el que varios Estados han girado, sin planearlo ni elegirlo de antemano, pasando del “neoliberalismo” a una especie de neokeynesianismo fáctico pero bastardo. Esto es, a un nuevo tipo de Estado interventor que propulsa redinamizar la demanda financiando con recursos públicos la neutralización de la crisis aunque de modo nítidamente unilateral y abusivo, en beneficio unívoco de grandes bancos y corporaciones, sin apoyar la capacidad social de consumo.
El neokeynesianismo del siglo XXI enfrenta retos históricos que el keynesianismo del siglo pasado nunca encaró, ante todo, la mundialización de la pobreza, la crisis alimentaria mundial, la crisis ambiental mundializada y la transición a un patrón energético postfosilista. Configurado como neokeynesianismo bastardo, no podrá más que, finalmente, ser un pesudokeynesianismo absorbido y vencido por el capitalismo cínico. En este sentido, está por definirse no sólo la forma que finalmente esta otra tendencia le imprimirá a la necesidad economicista actual de destrucción de progreso tecnológico y pluspoblación, sino incluso si podrá salir avante.
J aloneando entre sí, estas dos tendencias se encuentran actualmente en combate. Q ue la tendencia neokeynesiana no haya arribado a un triunfo consistente y efectivo no es sinónimo de que la tendencia neofascista esté destinada a vencer; viceversa, que la tendencia neonazi no esté derrotada no es sinónimo de que su destino ineluctable sea el triunfo. Mientras la necesidad de destructividad y, asimismo, la necesidad de dominar recursos naturales estratégicos y garantizar la subordinación de naciones al capital mundial dota de posibilidades de desarrollo al neofascismo; la necesidad de estabilidad política como recurso de contención de las “clases peligrosas” y, asimismo, la necesidad de contrarrestar la crisis ambiental mundializada para brindar continuidad histórica a la mundialización capitalista, confieren posibilidades efectivas de éxito al neokeynesianismo. De ningún modo se podría decir que el rumbo del siglo XXI éste ya decidido. El colapso del cinismo histórico como forma de mundialización llegó yuxtaponiéndose con la explosión de la 4ª gran crisis de la mundialización capitalista. Y esta yuxtaposición ha agudizado una colisión cuyo desenlace definirá la forma de la mundialización capitalista en el siglo XXI.
4.- La crisis ambiental mundializada y sus principales desafíos
Siendo ya, como hemos visto, sumamente compleja la amalgama de los colapsos suscitados por el capitalismo cínico con el estallido de la 4ª gran crisis, esa yuxtaposición no da cuenta suficientemente de la especificidad histórica de la crisis mundial contemporánea. Esta sólo se descifra por completo cuando se observa que, desbordando los alcances tanto de una crisis exclusivamente referida a una configuración del capitalismo como los de una crisis puramente cíclica, con esas crisis se sobrepone y entrevera la crisis ambiental mundializada, revelando límites potenciales pero de ningún modo definitivos del capitalismo como sistema histórico.
Los niveles de CO2 emitidos en estos primeros años del siglo XXI rebasaron todos los pronósticos del Panel Intergubernamental de la ONU sobre el Cambio Climático, que en sus Informes ya ha dejado claro que es innegable que el sobrecalentamiento planetario tiene como su fundamento el patrón energético fosilista.
La tendencia de la crisis ambiental mundializada revela sus mayores riesgos cuando se consideran los factores de retroalimentación. Cuando se comprende la circularidad del complejo impacto con el cual la grave desestabilización producida por la emisión de combustibles fósiles sobre los procesos del equilibrio térmico y atmosférico mediante los que opera la Tierra, desata un efecto de retroacción que lleva aún más lejos el sobrecalentamiento planetario. De los 16 factores de retroalimentación producidos por desestabilizar el funcionamiento del planeta azul como sistema gaia, dos son los más delicados: 1) la vulnerabilidad de las reservas de metano contenidas en el permafrost y 2) la desestabilización térmica del albedo en el Ártico.
Ya a fines del siglo XX, se calculaba que de mantenerse la tasa de producción/consumo de combustibles fósiles con el ritmo de ese momento, hacia el año 2030 podría abrirse un escenario inédito en la evolución del mundo porque la duplicación de los niveles atmosféricos de bióxido de carbono comenzaría a desencadenar la liberación, potencialmente irreversible, de las reservas de metano. Al comienzo desde las turbas de la tundra y después con la descomposición de los enormes depósitos contenidos en el permafrost siberiano. Las primeras fisuras se empezaron a abrir hacia el cierre del siglo pasado, pero la liberación, que ya se encuentra en curso, ha llegado ya a ser, en varios puntos del permafrost, hasta 60% mayor a la originalmente pronosticada. Actualmente se están liberando 4 millones de toneladas de metano desde los lagos y humedales de Siberia. Es, en efecto, una enormidad. Alcanza a verse su significado para la evolución de nuestro planeta, como plantea el British Antartic Survey, cuando se observa que desbordando los niveles de los últimos 800,000 años, en los que el metano nunca había superado 750 partes por billón (ppb), ahora alcanza la magnitud de 1,780 ppb. en la atmósfera. La tendencia de la desestabilización térmica mundial agudizada por este factor de retroalimentación es sumamente grave, ya que, el metano genera un efecto de sobrecalentamiento 30 veces superior al CO2. Su peor escenario de riesgo consiste en que la liberación del metano apunta directamente hacia un desbocamiento termal para la segunda mitad del siglo XXI y principios del siglo XXII.
Impedir la activación de este factor de retroalimentación exigía reducir en un 60% el consumo mundial de combustibles fósiles en la última década del siglo XX. No hacerlo, debería llevar a una disminución de una magnitud mucho mayor en estas primeras décadas del nuevo siglo. Pero no sólo estas medidas han estado lejos de su aplicación, incluso el consumo mundial de petróleo ha crecido.
A lo cual hay que agregar la desestabilización del albedo en el Ártico. El albedo constituye un proceso decisivo para el equilibrio térmico total del planeta, que se logra mediante el reflejo de una gran cantidad de la energía solar recibida por la Tierra volviéndola a emitir hacia el cosmos exterior. Sucede sobre la totalidad del planeta, pero la vasta extensión de hielo en el Ártico reflejaba, aproximadamente, 80% de la radiación solar que captaba. El acelerado derretimiento de sus hielos, además de lanzar grandes cantidades de agua que desequilibran los ciclos oceánicos del mundo (entre ellos vertederos marítimos de carbono atmosférico) y estimular tanto la multiplicación como la intensificación de los tifones, huracanes y ciclones, viene produciendo una desestabilización térmica de la totalidad del orbe debido a que cada vez es mucho menor la radiación solar reflejada desde el Ártico.
De hecho, el impresionante cálculo de que la tendencia de este derretimiento conducía a tener, hacia el 2050, un Ártico enteramente libre de hielo en verano, ha recibido ajustes y ya se pronostica que esto podría suceder en el 2030 o incluso antes. El verano de 2008 pasó a la historia como el año en que, por primera vez, los pasos del noroeste del Ártico, a lo largo de las costas americanas, y del noreste, a lo largo de Rusia, estuvieron sin hielo en el mismo momento durante algunas semanas. Parece que la frontera sin retorno en la trayectoria hacia veranos deshielados ya se cruzó . La desestabilización térmica del albedo ha convertido al Ártico en la región que padece la tasa de calentamiento más elevada a nivel mundial . Este fenómeno que se preveía factible hasta dentro de algunas décadas, ya está aquí. Las lecturas de temperatura en octubre de 2008 fueron significativamente más altas de lo normal. En toda la región ártica oscilaron entre 3 y 5 grados centígrados arriba del promedio, pero en ciertas zonas fueron delicadamente mucho mayores. En el mar de Beaufort, al norte de Alaska, las temperaturas del aire cercanas a la superficie fueron 7 grados superiores a lo normal. El impacto que con la acumulación de calor en esta zona se difunde a través del fenómeno conocido como amplificación ártica es de consecuencias globales e históricas y apunta a ser irreversible. No hay evasiva: 2030 es una fecha límite para la ecología mundial.
La yuxtaposición de la crisis ambiental mundializada con la 4ª gran crisis capitalista y el colapso del cinismo histórico genera una encrucijada epocal sumamente compleja. Además de estar en juego la definición de quién va a cargar con los costos del reequilibrio ambiental –los ricos o los pobres, el Norte o el Sur–, la crisis ambiental mundializada podría efectivamente convertirse en un límite histórico insuperable para el capitalismo, aunque esa posibilidad no es sinónimo de destino.
Esta peculiar ambivalencia proviene de la asimetría radical que existe entre los tiempos de una transición postfosilista ecológicamente regulada y los tiempos de una transición capitalistamente regida.
Hasta ahora la mundialización capitalista ha operado con base en un patrón tecnoenergético fosilista, pero capitalismo y fosilismo no guardan entre sí la relación de una simbiosis. En la medida en que la modernidad capitalista gira en torno a la generación de riqueza abstracta, es decir de valor y plusvalor, no está atada a ningún valor de uso o fuente energética concreta específica. Cuenta con la potencialidad que le permitiría implementar su propia metamorfosis histórica para adaptarse y transitar hacia un patrón postfosilista. Después de tantas victorias impuestas por su dominio sobre la naturaleza, encara la “venganza de la Tierra” de la cual habla Lovelock.20 Así , redefine su depredación de la naturaleza o enfrenta una tendencia que podría conducir la acumulación capitalista a una desestabilización insostenible y definitiva.
Frente a esta encrucijada, el capitalismo de ningún modo necesita volverse totalmente verde o ecologista. En verdad, debido a la legalidad ineludible de su voracidad economicista, esa sí sería una transición epocal imposible. Lo que necesita, de hecho, es reconfigurar su depredación de la Tierra contrarrestando específicamente el sobrecalentamiento planetario que lo desestabiliza. Perfectamente, podría continuar con otras formas depredatorias que viene desplegando con la biotecnología moderna y el nacimiento de la nanotecnología.
El problema no reside simplemente en si el capitalismo tiene el potencial para metamorfosearse postfosilistamente. Su reto consiste en si la rapport de forces de los capitalismos de los centros y las periferias, y ahí la correlación entre los distintos sectores de la clase dominante a nivel mundial, consiguen neutralizar sus contradicciones económicas, a partir de reordenar el modo en que actualmente opera la disputa por el control del mercado mundial en la que nadie cede ventajas, llegando a un pacto histórico que les permita asumir a tiempo la transición postfosilista.
Hasta ahora, dentro del choque por definir la configuración de la mundialización capitalista, el neokeynesianismo en el campo ambientalista ha tenido su máxima posición en el Informe Stern,21 mientras la tendencia neoautoritaria la ha tenido en lo que el experto en seguridad internacional, Michael Klare, denomina energofascismo –esto es, en el aferramiento al patrón tecnoenergético fosilista que lleva a disputar militarmente el control de los yacimientos de petróleo y gas–.22
Sin embargo, de no disminuir en serio la emisión de combustibles fósiles antes del 2030, el desbocamiento termal puede tornarse enteramente inmanejable. Múltiples desastres “naturales” ya son incontenibles e inevitables. Si la asimetría entre los tiempos de una transición ecológicamente regulada y los de una transición capitalistamente regida no se contrarresta, el capitalismo puede fracasar en su intento por vencer la “venganza de la Tierra”.
5.- Soberanía y desmercantificación como principios de una estrategia transcapitalista ante la crisis epocal del capitalismo
Aunque las crisis de cada uno de estos órdenes tienen distintos puntos de partida en el tiempo –porque la identificación de la mundialización de la pobreza puede fecharse en 1990 23 y las explosiones de la crisis alimentaria mundial y la 4ª gran crisis en 2007-2008, mientras el origen de la crisis ambiental mundializada se corre hasta los setenta del siglo anterior– 24 , no puede descifrarse la especificidad de la crisis global actual formulando sin más que comenzó hace varias décadas, ya que, lo que se introduciría así sería su desespecificación histórica. Sin dejar de ser esencial, no es una u otra de sus dimensiones por separado lo que la caracteriza. Justo es la unificación de todas estas crisis la que constituye una era peculiar en la historia de la mundialización capitalista. Sin embargo, una vez que se especifica su totalidad puede precisarse el surgimiento de cada una de sus crisis de carácter mundial pero a la vez particular. Desde allí, laxamente, podría decirse que ciertas crisis particulares de la crisis actual emergen en las últimas tres décadas del siglo XX y la van gestando, pero, en rigor, es hasta el segundo quinquenio del siglo XXI que la totalidad de su multidimensionalidad es la que hace a la crisis global fundar una época. Y si la crisis global se torna época es porque, además de comprender en este sentido varias décadas hacia atrás, ya puede asegurarse que va a incluir varias décadas hacia adelante. Las evaluaciones estratégicas de varios organismo internacionales consideran que la crisis alimentaria mundial impactará hasta 2020, siempre y cuando para esa fecha se reconstituya la soberanía alimentaria en múltiples naciones, de otro modo llegará más lejos. La mundialización de la pobreza con certeza va a ir más allá. E incluso si el capitalismo sale de su 4ª gran crisis, no podrá inaugurar una nueva belle époque. En el caso de que lograra salir avante de su 4ª gran crisis, invariablemente, tendrá que vérselas, si no con la totalidad de la crisis ambiental mundializada, sí con el sobrecalentamiento planetario. El escenario dependerá de la re-estructuración de la técnica planetaria y de la configuración de la mundialización capitalista que la rapport de forces defina para el siglo XXI.
Sin embargo, a la hora de explorar críticamente la encrucijada de nuestro tiempo en toda su complejidad es decisivo resaltar que de ningún modo exclusivamente se encuentra en curso la disyuntiva epocal en la que, ante el colapso del cinismo histórico, se juega la pugna de una tendencia neokeynesiana o, mejor aún, de un nuevo liberalismo genuino, contra otra tendencia neoautoritaria y, más bien, neofascista. Sobre esa encrucijada, en la que lidian reconfiguraciones del capitalismo para definir la mundialización desarrollando su poder, desde otras potencialidades históricas, se encuentra instalada una disyuntiva divergente. Frente y contra la tendencia que lleva hacia una reconfiguración bajo una forma u otra de la mundialización capitalista, empuja otra tendencia en la que pugnan por abrirse camino tanto la necesidad como la viabilidad de un proyecto de modernidad anti y transcapitalista. Un proyecto que rechaza radicalmente el entrecruce interminable de progreso y devastación. Y que necesita articular, de modo plural y democrático, las negaciones al capitalismo que están surgiendo desde diversos puntos teniendo clara su dirección para generar condiciones de futuro y trascender.
En términos negativos, podría decirse que la mundialización de la pobreza ha puesto al descubierto que el capitalismo está llevando la historia de nuestro tiempo hacia la reedición pero ahora a nivel planetario del ambiente que vivió Europa Occidental en 1848. Junto con la mundialización de la pobreza, la crisis mundial alimentaria, la 4ª gran crisis y la crisis ambiental mundializada se combinan para poner en el escenario, con la existencia de grandes masas de sujetos asfixiados en sus condiciones materiales de reproducción vital, la necesidad de un profundo cambio histórico.
A la vez, en términos positivos, debe señalarse que el desarrollo alcanzado de la técnica moderna para dotarla del estatus de técnica planetaria significa que, teniéndola como plataforma, en nuestro tiempo existe la capacidad material para volver realidad medidas de respuesta históricamente inéditas ante la crisis. La potencialidad de la técnica planetaria para andar trayectorias transcapitalistas no es sólo para el porvenir. Aquí y ahora pueden ganarse otras trayectorias para su desarrollo, que virtualmente están allí, pero concretarlas exige empezar por reconocer que sus posibilidades están abiertas, para pasar a luchar por alcanzar formas de anticrisis que hagan valer anti y transcapitalistamente principios de seguridad de la reproducción nacional e internacional.
En el abanico de potencialidades transcapitalistas de organización socioeconómica en este siglo, el proyecto del ingreso ciudadano universal (ICU) formulado por André Gorz,25 originalmente para Europa pero que viene difundiéndose creativamente por Latinoamérica, propone el fomento de estrategias inéditas de reproducción social que concreten el principio de la desmercantificación. Un principio que se rige por el objetivo de inventar y desarrollar formas inéditas que instauren y garanticen la reproducción vital de la sociedad desestructurando la mediación del mercado. Su objetivo histórico es contrarrestar el poder del capital y marchar hacia la desestructuración de la mercantificación de la fuerza laboral.
El derecho a la seguridad social que garantice un ingreso desmercantificado para los niños pobres como lo ha formulado Peter Townsend,26o, mejor aún, el ingreso alimentario ciudadano universal (IACU), como lo ha denominado Julio Boltvinik, pueden constituir formas germinales de desmercantificación. Mientras el ingreso desmercantificado para combate de la pobreza infantil tiene por sentido asegurar un nivel mínimo de reproducción para los niños que la padecen, lo que para muchos significaría salvarlos de la muerte; conquistar el ingreso alimentario ciudadano universal permitiría garantizar políticas de seguridad nacional para contrarrestar la crisis alimentaria contemporánea, lo que exige arrebatar recursos al capital y al Estado para asegurar constitucionalmente que nadie, independientemente de que consiga o no vender su fuerza de trabajo, padecerá hambre.
Frente a la complejidad específica de la crisis contemporánea, medidas de este orden son urgentes y decisivas. Aunque la tendencia neokeynesiana, siempre limitando la desmercantificación a sus formas germinales, podría asentirlas explorando su aplicación como medidas de contrapeso estabilizador ante la violencia económica anónima de la crisis actual, la tendencia transcapitalista puede insertar las formas germinales de desmercantificación dentro de una estrategia que las redimensione imprimiéndoles alcances mucho mayores. Para empezar, su redondeo pugnando por el ingreso ciudadano universal o renta básica (basic income) permitiría avanzar hacia la fundación de formas de reproducción que ofrezcan una sólida medida de seguridad a la reproducción nacional, desestabilizando las formas del valor y la mercantificación de la fuerza de trabajo. Para los dominados modernos, el ICU instalaría un cierto grado de independencia económica ante el capitalismo, garantizando su sobrevivencia al margen del reconocimiento de su capacidad laboral como capitalistamente necesaria. Incluso, impactaría en las relaciones de poder interpersonales que se ejercen entre los géneros o intergeneracionalmente en las familias. Cimbrando las relaciones de poder tanto entre clases como interpersonales, edificaría una plataforma inédita para desarrollar la soberanía social.
El hecho de que en esta era la técnica moderna tenga el estatuto de técnica planetaria proyecta potencialidades nuevas. Arrebatarle la apropiación de porcentajes importantes del producto nacional al capital, de ningún modo llevaría a la conformación de un “Estado paternalista” o al “fin del trabajo”. Al revés, requiere de una movilización con la que la sociedad, asumiendo la creación de su propia historia, modifique la rapport de forces conduciendo por otras trayectorias las potencialidades de la técnica moderna para inventar una estrategia transcapitalista de defensa inédita ante la crisis. Desde las formas germinales de desmercantificación, se puede apuntar a generar y edificar la comprensión y lucha histórica por formas desmercantificadoras de la reproducción social más avanzadas. Con base en las cuales, contrarrestando la apropiación capitalista de la riqueza social, se busque instaurar nuevas modalidades de organización socio-económica que garanticen regresarle a la nación lo que ella misma produce, pero a partir de desestructurar al mercado capitalista como mediación ineludible.
Semejante conquista exige invariablemente una lucha por la defensa de la soberanía nacional que se articule con la construcción de una soberanía transcapitalista internacionalista.27 De otro modo, no puede disponerse soberanamente de la riqueza nacional.
Contrarrestar la subordinación global que detenta el capital transnacional sobre una nación, lleva a avanzar hacia la autodeterminación social de la plataforma material de la reproducción nacional. Los núcleos de cada uno de los tres sectores de la estructura económica requieren ser reorganizados con base en principios de afirmación de la soberanía nacional y democrática. Es decir, exige empujar por alcanzar, en el sector I, la soberanía tecnológica y la soberanía sobre los recursos naturales estratégicos; en el sector II, ante todo, la soberanía alimentaria; y, en el sector III, la soberanía financiera, la soberanía educativa y la soberanía en el proceso de comunicación social. La subordinación global de la nación al capital mundial se revierte a partir de garantizar la autodeterminación nacional de los núcleos de los sectores económicos. Dotándose de las condiciones para afirmar su soberanía económica, una nación puede alcanzar crecientemente la afirmación de su soberanía política.
Lo que le da su más profundo sentido a empujar por la edificación de formas históricas de soberanía nacional es que se inserten en la estrategia de invención y edificación de nuevas formas transcapitalistas de desarrollo de la soberanía.
Las dos dimensiones centrales de la crisis ambiental mundializada, las nuevas epidemias del siglo XXI y el sobrecalentamiento planetario, exigen de una reestructuración ecologista tanto de la técnica moderna como del patrón de producción/consumo internacional que no puede remitirse a los tiempos ni alienarse a las formas de una transición regida capitalistamente. Los movimientos transcapitalistas necesitan impulsar la construcción de una reconfiguración tecnoeconómica que reequilibre la unidad metabólica sociedad-naturaleza.
La crisis ambiental mundializada radicaliza la necesidad una modernidad alternativa. No obstante, el derrumbe capitalista no puede tener un fundamento objetivista. La dialéctica de la interacción entre necesidades de otra historia y capacidades para edificarla está en curso. Pero impulsarla exige rebasar todo determinismo histórico.
Ni el neofascismo o, incluso, el neokeynesianismo como formas de la mundialización capitalista, pero tampoco el derrumbe del capitalismo y la transición postcapitalista son destino ineluctable. Más bien, la historia del siglo XXI constituye un complejo proceso abierto en el que su desenlace está por definirse, en función del impacto de la acción o la inacción de la sociedad planetaria en la doble encrucijada yuxtapuesta de nuestra era. La encrucijada en la que combaten entre sí la tendencia neofascista y la tendencia neokeynesiana se entrecruza con la encrucijada en la que se enfrentan la tendencia por reconfigurar la mundialización capitalista y la tendencia transcapitalista hacia una modernidad alternativa.
Estos tiempos de crisis son ineludiblemente tiempos de peligro, pero también constituyen tiempos de apertura de oportunidades inéditas. La historia nos convoca a inventar el ejercicio de formas inéditas de soberanía.
Notas:
1 Elmar Altvater ha demostrado que, lejos de traer consigo el equilibrio económico y hasta ecológico, los vaivenes de la tasa de interés en la economía mundial han activado un complejo “mecanismo de retroacción” [positive feedback mechanism] que, a través del “efecto antiecológico de la deuda”, interconecta la crisis económica con la crisis ambiental. Ya que, buscando contrarrestar su crisis económica los países de las periferias de la economía mundial adquirieron y acrecentaron una deuda externa que los ha conducido a depredar cada vez más sus recursos naturales para producir los recursos económicos que les permita cubrir el servicio de la deuda, lo que los ha hecho ingresar a un círculo en el que la crisis ecológica activada como presunto mecanismo de contratendencia ante la crisis económica, no puede terminar más que agudizando ésta, justo porque al depredar sus recursos naturales para transferir sus ventajas al capital exterior estos países arruinan la plataforma natural de sus sistemas económicos. Articulando, así, dos crisis que lejos de resolverse se entrecruzan, a la vez que recíprocamente se complejizan. Con base en esta fundamentación Altvater pulveriza la ilusión de las reglas de Hotelling que conciben la tasa de interés como fuerza generadora de equilibrio ambiental. Véase mi traducción de “Hacia una crítica ecológica de la economía política” (primera parte), Mundo Siglo XXI no. 1, CIECAS, IPN, verano 2005, pp. 9-12.
2Teoría crítica, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2003, 245-251.
3 Immanuel Wallerstein, “El colapso del liberalismo” en Después del liberalismo, Siglo XXI, México, 1996.
4Bolívar Echeverría, “Violencia y modernidad”, ensayo contenido en Valor de uso y utopía, Siglo XXI, México, 1998, p. 117.
5 Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, FCE, México, 2002.
6 Bolívar Echeverría, op. cit., pp. 100-105.
7 Deterring democracy –una expresión que cabe traducir como “democracia disuasiva” más que como “democracia refrenada”– es el término con el que alguien como Noam Chomsky describe este proceso histórico para dar cuenta de cómo la implementación de procesos electorales se trastoca para rotar el gobierno entre diferentes grupos de la clase política funcionales al poder empresarial, de modo que, a la nación se le concede el derecho electoral a cambio de disuadirla de intervenir en toda toma decisión efectiva respecto del rumbo económico-político del Estado. Deterring democracy , Hill & Wang, USA, 1992.
8 No es históricamente nuevo que existiendo la capacidad económica para vencer el hambre, se le reinstale de modo artificial. La tragedia de este dolor implementado como arma de control político se padeció en África, en Asia y también en América Latina, en especial, en las últimas dos décadas del siglo pasado. Lo nuevo consiste en que el cinismo histórico como forma del poder planetario le permitió al capitalismo dotarse de mecanismos de agresivo arrebato de riqueza a las naciones a través del encarecimiento artificial de los alimentos impuesto por la monopolización no de su existencia presente sino futura mediante las commodities. Este es el detonante –no el boom de los agrocombustibles, ni el ascenso de la demanda china e hindú o el oleaje de sequías– de la crisis alimentaria mundial del siglo XXI. Sobre el hambre al fin del siglo XX, véase Acción contra el Hambre, Geopolítica del hambre. Cuando el hambre es un arma, Icaria, Barcelona, 1999.
9Explorando el entrecruzamiento e interrelación de la crisis financiera con la crisis alimentaria dentro de la crisis mundial contemporánea y el alza de los precios internacionales de los alimentos en 2010-2011 como la 2ª etapa de un proceso cuya 1ª etapa se desplegó con el alza en 2008, Blanca Rubio elaboró el ensayo “La nueva fase de la crisis alimentaria mundial”, Mundo Siglo XXI no. 24, CIECAS-IPN, México, 2011.
10 UN-Habitat, The Challenge of Slums, Global Report on Human Settlements 2003, Earthscan Publication Ltd, UK/USA. Texto que tiene un documento complementario, Slums of the World: The face of urban poverty in the new millennium?, New York, 2003.
11 The Challenge of Slums, pp. 40-41.
12He conceptualizado la articulación de la derrota del doble monopolio defensivo ejercido por el ex Tercer y el Ex Segundo Mundos, sobre su fuerza de trabajo nacional y sus reservas de recursos naturales estratégicos, con la configuración cínica de la cuarta revolución tecnológica y del Estado, caracterizándola como el triple fundamento de la mundialización de la pobreza desde “El florecimiento humano como mirador iconoclasta ante la mundialización de la pobreza”, Desacatos no. 23, CIESAS/Occidente, México, enero-abril 2007, pp. 106-114.
13 The Challenge of Slums, p. XXIX.
14 Op. cit, p. VI.
15 Op. cit, p. XXV.
16The End of the Third World , Harmondsworth, Middx, UK, Penguin, 1987.
17 Manuel Castells, La era de la información, Vol. III, Siglo XXI, México, 1999, cap. 2. Aunque sugerente porque asume el reconocimiento de que, una vez sucedido el derrumbe de la Unión Soviética, el desdoblamiento del mundo en tres mundos ya no responde a nuestra época, la noción del “fin del tercer mundo” –que Castells retoma de Harris– introduce la ilusión de que su derrumbe desactiva las relaciones de poder centro-periferia y, por tanto, que asistimos a un proceso histórico de “nivelación de oportunidades económicas”. Por eso, problematizando su conceptualización para demostrar que, lejos de su desactivamiento, más bien, sucede el apuntalamiento histórico de las relaciones de poder centro-periferia, Giovanni Arrighi y Beverly Silver prefieren hablar de la “extraña muerte del tercer mundo”. Véase mi traducción de su ensayo “Trabajadores del Norte y del Sur”, revista eseconomía no. 5, ESE/IPN, México, 2005.
18 EU, Rusia, Francia, Reino Unido y China están reconocidos como Estados “nuclearmente armados” por el Tratado de No Proliferación Nuclear –que es un tratado diseñado no para garantizar la paz mundial, sino el monopolio de las armas atómicas en beneficio unilateral de ciertas potencias–. Pero también han realizado pruebas con este tipo de armas India, Pakistán y Corea del Norte. Lo que no agota la lista de quienes cuentan con capacidad nuclear, puesto que Canadá, España, Japón, Lituania, Noruega y Países Bajos, con la forma de tecnología productiva, tienen una capacidad nuclear desde la que pueden desarrollar tecnología militar atómica. Hay que sumar a Brasil, Sudáfrica, Australia, Egipto, Libia, Polonia, Rumania, Corea del Sur, Suecia, Suiza, Taiwán y Argentina porque son Estados que han contado con armas nucleares o con programas para desarrollarlas, es decir, que tienen a su alcance por lo menos el camino para generarlas. Alemania, que esta clasificada oficialmente como Estado no nuclear, es un caso especial, porque produce ojivas nucleares para Francia y también le vende a Israel, que es el Estado más armado nuclearmente en Medio Oriente y que recibe aprovisionamiento de EU. Como puede verse, en su fondo, delicada e inestable, la situación geopolítica del siglo XXI revela que ningún país está al margen de los peligros que acarrea la proliferación de armas nucleares sobre el orbe.
19A partir de la invención de las mininukes –un nuevo tipo de armas atómicas clasificadas como tácticas debido a que al explotar impactan en un radio inmediato de acción equivalente a un tercio de la lanzada en Hiroshima–, sucedió una reclasificación de la tecnología militar atómica que, haciendo a un lado su status de armas de última instancia, autorizó su uso en guerras convencionales, presuntamente, porque con ellas se puede dirigir su efecto hacia blancos selectivos sin dañar ciudades enteras y poblaciones inocentes. Lo que es completamente falso, ya que, las mininukes tienen una capacidad mayor de devastación a las bombas lanzadas de Hiroshima. Michel Chossudovsky ha analizado la Nueva Doctrina Nuclear de EU y las posiciones de Alemania, Francia e Israel frente al insistente proyecto del Pentágono de estrenar las mininukes en una guerra contra Irán. Véase mi traducción de su ensayo “Los peligros de la guerra nuclear en Medio Oriente” en Mundo Siglo XXI no. 8, CIECAS, IPN, México, 2007, pp. 5-16.
20 La venganza de la Tierra, Planeta, México, 2007.
21Cuestionando lo lejos que han llegado los efectos destructivos desatados por el neoliberalismo al compararlos con las perturbaciones provocadas por las dos guerras mundiales y la gran depresión del siglo pasado, Nicholas Stern –el economista al cual el gobierno británico encargó realizar un estudio pormenorizado de la crisis ambiental y su impacto en la economía mundial– explícitamente planteó que “el cambio climático es el mayor y más generalizado fracaso del mercado jamás visto en el mundo”. Proyectándose como uno de los pioneros de lo que cabe denominar neokeynesianismo ambientalista, y dejando atrás la evasiva adjudicación del cambio climático a presuntos procesos naturales al dar cuenta de su inocultable fuente causal en las actividades industriales, Stern calculó que mientras los daños del cambio climático generarán pérdidas que van a oscilar entre el 5 y hasta el 20% del PIB mundial anual, aplicar una estrategia de estabilización de los gases invernadero sólo exigiría un gasto constante en medidas ambientalistas del 1% de ese PIB. Por asumir como objetivo reducir en un 25% la emisión actual global de CO2 para mediados del siglo XXI, su propuesta fue más allá del Protocolo de Kyoto. El Informe Stern, Paidós, España, 2007.
22 Michael Klare analizó los peligros y las consecuencias de la dependencia de EU del petróleo, mostrando que, compensar el agotamiento de sus propios pozos, lo llevaría a buscar asegurar su aprovisionamiento desde zonas crónicamente inestables y diáfanamente antiamericanas –como el golfo Pérsico y el mar Caspio–, por lo que el aferramiento al patrón fosilista acarrearía crecientes implicaciones militares. Petróleo y sangre, Tendencias Editores, Barcelona, 2006. Por mi parte, en polémica con André Gorz, construí mi versión del concepto tecnofascismo mostrando el modo en que el aferramiento al patrón fosilista agudizando la crisis ambiental mundializada conduce a un amplio abanico de confrontaciones internacionales y guerras civiles por la disputa de los recursos naturales vitales y estratégicos en “La crisis ambiental mundializada y sus disyuntivas”, Mundo Siglo XXI no. 3, México, CIECAS/IPN, Invierno 2005-2006.
23 El Informe sobre desarrollo mundial 1990 del Banco Mundial constituye una excelente coordenada de periodización del surgimiento de la mundialización de la pobreza porque se trata de la primera vez que un organismo internacional asume la pobreza mundial como un problema estratégico del capitalismo. La línea cínica de pobreza del Banco Mundial, 1 dlr. diario, que equivale a la adquisición de alimentos crudos, lo que quiere decir que si no se cuenta con capacidad ni para adquirir éstos lo que sigue es la muerte, revela que, sin reducirse a escamotear la auténtica magnitud de la pobreza mundial, con ella lo que se indaga es la ubicación de aquellos puntos geográficos de la economía mundial donde existen grupos sociales colocados en una radical situación límite, en la cual el peligro de muerte genera potenciales focos de estallido político. En este sentido, si el capitalismo cínico implementa sistemáticamente programas de combate a la pobreza es porque, sin tener como objetivo superarla, más bien, funcionan como programas de combate contra los pobres, esto es, como programas de contención político-estratégica.
24 El Informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento, aunque con una plataforma giratoria que adjudica al crecimiento y no a la modernidad capitalista el fundamento histórico de la crisis ambiental mundializada, constituye una excelente coordenada para periodizar el origen de la misma justo porque se trata de la primera vez que un organismo privado de científicos, políticos y empresarios, a partir de demostrar su existencia, intenta calcular la tendencia a la devastación ecológica global desde el siglo XX hacia mediados del siglo XXI.
25Miserias del presente, riqueza de lo posible, Paidós, Barcelona, 2003.
26 “La abolición de la pobreza infantil y el derecho a la seguridad social: ¿un modelo posible para la ONU de beneficio a los niños?” fue la última publicación de Peter Townsend vivo. Quien directamente agradeció la traducción que realizamos en Mundo sigo XXI no.15, CIECAS, IPN, México, 2008-2009, pp. 5-22. Sirva esta mención como homenaje póstumo a este destacado investigador de la Universidad de Bristol y la London School of Economics, de tan prolífica contribución para el debate mundial sobre pobreza.
27 En la historia del marxismo clásico es Rosa Luxemburgo quien mejor ha descifrado la dialéctica de la relación que puede llegar a integrarse entre la lucha por la autodeterminación nacional y la lucha por la autodeterminación internacional, demostrando que, lejos de ser antinómica su relación, perfectamente podría insertarse dentro de una estrategia anticapitalista. Sobre esta dialéctica véase el prólogo de Bolívar Echeverría a las Rosa Luxemburgo Obras Escogidas , T. II, Era, México, 1981, pp. 17-23.
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