miércoles, 7 de julio de 2010

Crítica del Pensamiento Crítico

07-07-2010
Constantino Bértolo
Rebelión

Acudiendo al esquema dinámico –lo emergente, lo hegemónico y lo residual- con que Raymond Williams diseñó la posición relativa de las tendencias culturales en una determinada sociedad durante un espacio temporal concreto, resulta curioso abordar la situación que hoy ocupa entre nosotros el llamado Pensamiento Crítico. Ya delimitar el concepto deviene complicado no tanto por su presunta complejidad epistemológica como por las fanfarrias que generan los combates por su apropiación. Grosso modo cabría manifestar y denunciar que actualmente “toda crítica” pretende investirse con los ropajes del Pensamiento Crítico, más, entiendo, por miedo a que el capital simbólico que porta el concepto pueda ser disfrutado por otros que por deseos de autodistinción. Quizá por eso sea bueno, antes de proseguir, señalar que, tan codiciado capital simbólico, obtuvo gran parte de su actual atractivo al contraponerse a lo que antaño, antes de la derrota ideológica y política de las izquierdas marxistas, se llamaba Pensamiento Revolucionario, paradigma éste del que ya casi nadie se reclama.
Sucede además que en nuestra geografía intelectual, por tradición y conformación histórica, -no olvidemos que durante siglos fuimos “martillo de herejes”– el pensamiento crítico se ha venido confundiendo con el “llevar la contraria” o el “ya os lo decía yo” y, visto lo visto, parece, en efecto, que la crítica, en tanto exteriorización de ese presunto pensamiento consiste hoy, de manera hegemónica, en la descalificación del adversario ya electoral ya empresarial, si fuese el caso de poder hacer distingos entre ambos socios o hermanos siameses. El Pensamiento Crítico, en este contexto de bipolarización partidista, detenta hoy aquel espacio hegemónico del que hablaba Williams; un espacio de tenebrosa amplitud y que ocuparía, hablando geométricamente, un 80% del espectro social, para dejar libre un escaso 20% que se repartiría entre lo residual y lo emergente. Mucho espacio hegemónico y mediático, poco pensamiento y mucho criticar: que si el Gobierno nos lleva a la ruina, que si el PP hace tremendismo, que si hay que subir, -discretamente-, los impuestos a los magnates, que si hay que apoyar, -todavía más-, al empresariado, que si veintidós o doce días por año, que si prórrogas o no a las centrales nucleares, que si literatura del yo o literatura del yo-yo comercial, que si España y el desenladrillador que la desenladrille. Lo que se trata simple y repetidamente de llevar la contraria, de legitimar el cotilleo y de argumentar la maledicencia, sin que falte el elevado sermoneo humanista y abstracto, el encomio del santo escepticismo o el dogmatismo travestido en fiero e inquisitorial antidogmatismo.
Con un espacio hegemónico tan invadido por este “pensamiento criticón”, nada de extraño tiene que, si atendemos a la producción editorial relacionada, nos encontremos con algunos datos que entiendo más significativos que anecdóticos. De cien títulos que se recogen en la Editorial Katz, sin duda una de las empresas más volcadas últimamente hacia el pensamiento si no crítico al menos inquieto, tan sólo aparecen cinco libros de autoría nacional. En otra de las editoriales señeras al respecto, Paidos, y en su colección de Ciencias Sociales, entre ciento treinta y nueve títulos sólo un 14% corresponden a pensadoras o pensadores patrios, y si atendemos a las obras que se agrupan bajo el rótulo Política, la cifra desciende a un 6%. En Crítica, editorial también emblemática, esa presencia, en la colección Pensamiento, se levanta hasta un 25% para menguar a un 14% en su Serie Mayor y precipitarse hasta un 1,5% en la colección marcada como Memoria Crítica. Y estamos hablando de tres casas editoriales de prestigio, bien asentadas en el campo editorial, y representativas en el campo del ensayo y el pensamiento. Cualquiera que se asome a las mesas de novedades podrá ir comprobando como el mundo editorial abandona esos espacios para inclinarse con mayor o menos descaro, con mayor o menor prisa, hacia la llamada “non-ficción”, término adoptado de la jerga editorial anglosajona y que viene a ser algo semejante a lo que la telenovela representa respecto a la novela. En definitiva: pensamiento domesticado y precocinado.
En los márgenes y sin saberse muy bien si lo que se presenta con vocación emergente está destinado a lo residual mientras que lo llamado residual trata una y otra vez de refundarse como emergente, conviven los distintos herederos de aquel Pensamiento Critico Revolucionario ahora atravesado de nuevas aportaciones desde el campo de la políticas de género, las biopolíticas o la ecología radical. Durante décadas este pensamiento se ejerció fundamentalmente como pensamiento autocrítico y de mea culpa y este carácter de izquierda acomplejada está todavía muy presente en su pensar. Lo cierto es que si por pensamiento crítico entendemos aquel encaminado a un conocer para transformar los sustentamientos del actual sistema, hacia una teorización no desligada de la praxis, es aquí, en esa zona de arenas movedizas, donde se encuentra vivo, aunque sea en minoría, nuestro real Pensamiento Crítico. Nada extraño por tanto que si consultamos los catálogos de editoriales afines a esos territorios, El Viejo Topo, Virus, Hiru, nos encontremos, en contraste con lo antes recordado, con el dato, optimista, de que más del 50% de sus publicaciones tienen firmas de autores y autoras que realizan su trabajo dentro de nuestras fronteras (actuales).
Lo sorprendente sin embargo, y me refiero ahora a la actividad de este Pensamiento Crítico que se expresa en los márgenes, es que, en respuesta a la actual crisis económica, apenas esté generando propuestas concretas de actuación revolucionaria, y pueda detectarse, en su conjunto, aquel “ya lo decía yo” del que anteriormente hablamos. Parecería que el pensamiento crítico se estuviese limitando, al menos por ahora, a celebrar autosatisfecho que la crisis le hubiera dado la razón, analizando una y otra vez lo inevitable de las crisis capitalistas, descubriendo el mediterráneo que Marx puso en el mapa y sin plantearse cómo organizar a ese sujeto histórico que durante su tránsito de pensamiento revolucionario al pensamiento crítico, alguien debió dejarse olvidado en el camino.

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