martes, 6 de julio de 2010

Marx y los críticos anti-totalitarios (...de Derecha)

Por: Javier Biardeau R Fecha de publicación: 06/07/10

“(...) puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”. (Hanna Arendt)
"Estamos en mejores condiciones que Marx para responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este tipo -socialismo o servidumbre totalitaria- no sólo tiene una enorme importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad del socialismo aparece con mayor claridad." (Leon Trotsky)
"Es absolutamente indiscutible, que la dominación de un solo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen totalitario Stalinista." (Leon Trotsky)
Existen críticas del totalitarismo que tienen piernas cortas (pues son de cabo a rabo de derecha), que aún no se descentran de su implicación subjetiva en el totalitarismo suave o de baja intensidad de la sociedad capitalista de mercado y su pensamiento unilateral de apologética del “liberalismo democrático”; es decir, su fe supersticiosa en la “democracia representativa”, o más bien en el “elitismo democrático”.
La crítica anti-totalitaria de corte capitalista, repite a los cuatro vientos una racionalización defensiva de lo que Marcuse llamó “tolerancia represiva”, sin indagar su emplazamiento en los dispositivos de dominación, control social y disciplinamiento propios del auto-designado “mundo libre y democrático”; es decir, del actual Imperio global.
Plantean una suerte de apropiación de derecha de la crítica del totalitarismo duro: el nazi-fascismo y el estalinismo, pero ni una palabra sobre el colonialismo, el imperialismo o el discurso hegemónico de la sociedad de mercado neoliberal.
La crítica anti-totalitaria de derecha omite la genealogía precisa del término: la crítica en los años 20 del siglo XX del regimen fascista italiano. Omite como Neumann (1942) describio el regimen nacionalsocialista de Alemania como una economía monopolista totalitaria (¿recuerdan acaso a Speer?). Omiten a Hilferding y sus crítica al estalinismo. Incluso, se oculta que el propio Trotsky hablara de un sistema de dominio burocrático, como lo haría Bruno Rizzi y su teoría del "colectivismo burocratico".
La implicación ideológica y subjetiva queda clara de la crítica anti-totalitaria de derecha, cuando suponen que la “democracia representativa” es el fin de la historia, donde una supuesta “esfera pública” (sin incidencia de la concentración ni el control mediático), aparentemente libre de coerciones, está caracterizada por una deliberación artificiosamente “horizontal”, por el intercambio de ideas y por el pluralismo ideológico, evacuando los conflictos y antagonismos de la política, de la economía y de las ideologías. Toda una farsa disfrazada de “seriedad intelectual”.
De allí sus puntos ciegos, y su consecuente rechazo a profundizar en el vínculo entre las interpretaciones libertarias de Marx sin grandes “ismos”, la teoría crítica radical y los saberes contra-hegemónicos.
Para los críticos anti-totalitarios de derecha, no hay duda alguna de que en el corazón del pensamiento de Marx está la semilla del totalitarismo. La ecuación es simple Marx=Stalin.
Sin embargo, se quedan muy atrás de la interpretación del totalitarismo canonizada por Hanna Arendt, al confundir el pensamiento marxiano, con las codificaciones marxistas, sobre todo con el “marxismo-leninismo ortodoxo” con marca patentada por Bujarin y Stalin luego del VI Congreso de la Internacional Comunista.
Los cerebros de la derecha anti-totalitaria, desconocen de cabo a rabo la polémica interior sobre la interpretación de la obra abierta y crítica de Marx, sus procedencias, sus multiplicidades, sus tensiones e incluso, sus disyunciones. Obviamente, hay que liquidar ideológicamente al pensamiento marxiano como tal. - Muerto el perro, se acabo la rabia -, dirán.
Pero en vez de analizar a Marx, como un humano-demasiado humano, un intérprete falible pero radicalmente crítico de la realidad histórica del capitalismo, que tomó claro partido por la revolución comunista, usan el expediente religioso desde el cual muchos marxistas dogmáticos se aproximan al pensamiento de Marx, obviamente contra el propio Marx.
Confunden el pensamiento marxiano con las recepciones y codificaciones centrales del “marxismo institucional”, incluso con el “marxismo burocrático” de los aparatos estalinistas, sin pasearse por una elemental cuestión: ¿acaso la socialdemocracia alemana y el bolchevismo ruso son interpretes más o menos fieles del pensamiento crítico de Marx?.
Dejan de lado, por demás, un gran número de recepciones, traducciones y re-significaciones periféricas del pensamiento marxiano, que en muchos sentidos son más consecuentes con el espíritu libertario de Marx (Hal Draper hablaba de las dos almas del marxismo, por ejemplo), que las propias “codificaciones centrales”.
¿Cuál fue entonces el canon marxista que circuló como el verdadero marxismo?
Por tanto, aún hoy hay que acercarse sin dogmatismos a Marx y Engels. No para sacralizarlos, sino para pasearse por cierto retorno al espíritu anticapitalista que anima su pensamiento crítico y revolucionario. Retorno que toma partido y que se implica en una lectura radicalmente libertaria de la teoría crítica marxiana. Les guste o no les guste a los críticos de derecha, les guste o les guste a los sacerdotes de los aparatos políticos y sus “escuelas” para cuadricular los círculos y espirales marxianos.
Por otra parte, para desmontar la tesis de que el llamado totalitarismo estalinista es una simple desviación de las tesis de Marx o una mala praxis de los actores revolucionarios, hay que optar por algo mas contundente: el estalinismo es sencillamente una postura anti-marxiana. No es una desviación, ni una aberración, ni es un tipo de sobre-interpretación, ni una traición, es un patético contra-sentido.
Mientras la derecha anti-totalitaria construye su guión Marx=Stalin, el asunto sigue siendo des-ocultar los hilos de una operación de mistificación que trabaja en los enunciados y la fórmula política fascista como “revolución pasiva”, como defensa del gran capital utilizando, como planteaba Reich, una pasión revolucionaria con conceptos reaccionarios; recuperando la planificación autoritaria, el corporativismo y la economía dirigida, para neutralizar el movimiento revolucionario. Sin embargo, Hitler, Mussolini, Franco, Salazar y más cerca de nosotros, Somoza, Trujillo, Pinochet, Videla son las sombras de los críticos anti-totalitarios de derecha.
La derecha habla de los crímenes de Stalin, pero calla los crímenes de Mussolini, Hitler, Franco, Salazar, y de todas las Dictaduras de Seguridad Nacional en Nuestra América. Calla la recuperación y cooptación tanto de altos funcionarios del nazi-fascismo, como de sus métodos políticos, en las entrañas del establishment imperial.
Lo que quieren enterrar los críticos anti-totalitarios de derecha, es la potencia constituyente del pensamiento crítico y abierto de Marx, la visión libertaria de la revolución social, como conjunción entre emancipación social y política del proletariado, reconocer su lectura contextualizada desde las coordenadas de la modernidad europea del siglo XIX, y construir el guión de la equivalencia con el despotismo burocrático que institucionalizó el estalinismo.
Como planteaba en un claro texto Bensäid, es hora de distinguir entre comunismo y estalinismo. En consecuencia, Marx anima aún la potencialidad teórica libertaria, pero no justifica ninguna creencia doctrinaria en un “marxismo puro y dogmático”. Las únicas lecturas de Marx y Engels, que aún valen la pena realizar, son las que animan a corrientes que desborden, el dominante-totalitario con empaquetamiento “light” del capitalismo neoliberal y la “democracia de baja intensidad”, planteando la construcción de alternativas que superen el cuadro de relaciones de explotación, coerción, hegemonía, exclusión, negación y destrucción propias del metabolismo social del Capital.
Para decirlo sin ambigüedades, en Marx hay una cruda interpretación de la transición política post-capitalista en las sociedades europeas y modernas del siglo XIX. Para nadie es un secreto ni se pretende ocultar la significación histórica de la frase “dictadura revolucionaria del proletariado”, en aquellas circunstancias concretas.
Que Marx fuese partidario, luego de la experiencia de la Comuna de Paris en 1871, de la dictadura revolucionaria de la inmensa mayoría en interés de la mayoría inmensa, quien puede ponerlo en duda. Pero no hay una receta única para todas situaciones.
Ese Marx acartonado de las “leyes del desarrollo histórico” de cinco modos de producción, de la inevitabilidad de ésta o aquella fase de desarrollo, de una sola línea de evolución socio-histórica, o de unas fases de sucesión políticas necesarias, ese Marx es solo una cuadratura de círculos y espirales marxianos. Es solo un invento de manuales para fabricar la mentalidad del aparato-partido-doctrina-única.
Esto no implica, por otra parte, desconocer el modo de ocultamiento de la idea radical-democrática que anima la subversión marxiana en aquellas coordenadas históricas, para la construcción de una comunidad de productores directos libremente asociados.
Este es el rostro de Marx en pleno siglo XIX: el humanismo militante y revolucionario del proletariado como clase emergente, y como ruptura de la matriz de relaciones de fuerzas que fundan los cimientos de la economía política del Capital.
Basta revisar los textos donde Marx anticipa distintas evoluciones políticas en los países modernos e industrializados de Europa en el siglo XIX, y donde se complejiza el asunto de la transición al socialismo, para refutar la idea de un dogma político de la transición basada en la llamada “dictadura totalitaria”.
Lo que si es correcto, es colocar a Marx en la categoría de la crítica radical a la democracia capitalista; es decir, de aquella apologética de los regímenes políticos que mantienen la “esclavitud material del trabajo asalariado formalmente libre”, separando forzosamente la esfera de las instituciones políticas de la esfera económica de los regímenes sociales de producción y su división social del trabajo, junto a la cuestión social que se deriva de las relaciones de apropiación-explotación.
Para Marx, en circunstancias donde al pueblo trabajador se le oprima mediante regímenes políticos despóticos de derecha, con escasa presencia de instituciones de la democracia social y política, el conflicto de clases tiende a asumir formas violentas. Una propuesta de revolución violenta se justifica en términos marxianos, cuando están bloqueados los caminos de una revolución por vías democráticas, legales y pacíficas. No es que se justifique la violencia por la violencia, es que las clases dominantes para Marx no entregan el poder, ni el mando ni los privilegios derivados de la explotación de buena gana, respetando la legalidad, los espacios y prácticas democráticas.
Así mismo, pese a sus contrastantes posiciones con muchas de las ideas de Marx, Lenin no luchaba contra un régimen político de amplias libertades, sino contra una autocracia despótica: el régimen zarista en un país con un sistema económico y una estructura social, nada comparable a Inglaterra, a Francia o a Alemania.
Desde allí, Lenin construyó su propia versión del “marxismo revolucionario”, una variante leninista del marxismo heredado de la propia codificación de la II Internacional, en continuidad y ruptura con éste.
Los críticos anti-totalitarios de derecha suponen que el camino de Lenin debió ser una transición democrática pactada con el Zar. Allí proyectan nuestros críticos anti-totalitarios de derecha, la actitud del cinismo ilustrado y la ignorancia de las circunstancias, lo que los lleva al palabreo teórico vaciándolo de su dimensión histórica efectiva.
Lenin interpretó no solo un legado teórico, sino unas circunstancias políticas. Tampoco es cierto decir: Marx=Lenin. Entre Marx y Lenin hay muchos cortocircuitos que quieren mantenerse ocultos.
Los críticos anti-totalitarios de derecha ignoran tanto la historia efectiva de los acontecimientos singulares de la revolución rusa, como sus circunstancias específicas, desconociendo además que la propuesta de Dictadura del proletariado no es originaria realmente de Marx, sino de Augusto Blanqui, de quienes participaron activamente en los acontecimientos de la Comuna de Paris.
Marx toma y corrige con suplementos democráticos esta tesis, al diferenciar una dictadura pura y simple de una minoría conspirativa de una “dictadura revolucionaria”, pues no hay en Marx complacencia con una “revolución de minorías”, ni un concepto de Estado, que no sea traducción o expresión de correlaciones de fuerzas de clases enfrentadas.
Por tanto, nada de defensa de un Estado-arbitro, ni de síntesis de un interés general, o de una esfera pública sin conflictos ni antagonismos. La forma política de la transición al socialismo es una forma-Estado en desaparición. La acrobacia estalinista de criticar al Estado para reforzar al Estado, no es una maniobra marxiana, aunque si es atribuible justamente a una degeneración burocrática que no se prefiguró por la veneración supersticiosa del estado propia del estalinismo, sino por la propia degeneración burocrática del partido bolchevique y su planteamiento sectario del ejercicio del poder.
Lo que más le duele a la crítica anti-totalitaria de derecha contra el pensamiento crítico de Marx, es que ésta “dictadura revolucionaria” se diferencia claramente de las “dictaduras de derecha”, abiertas o encubiertas, pues efectivamente, constituye un reconocimiento realista del momento de fuerza-coerción en la forma-Estado, más aún en momentos de transición donde se pone en juego la política instituyente de la inmensa mayoría en contra de la política instituida de las clases dominantes, no solo privilegiadas sino minoritarias.
Debemos repetirlo: entre el imaginario jacobino-blanquista y el pensamiento marxiano no hay una dócil continuidad, sino cortes, discontinuidades, rupturas. En cambio, es Lenin, quién si reivindica el jacobinismo, el blanquismo, una política que re-significa el “elitismo revolucionario” hasta llegar a la prefiguración del monolitismo del partido-único.
Otra cosa sucede en Marx. El proletariado organizado en clase política gobernante actúa conforme a la resistencia violenta que opongan las clases dominantes y grupos de poder articulados al dominio capitalista. Allí hay claridad política en Marx y Engels.
En Lenin, en cambio, comienzan a hacerse patentes, las llamadas sustituciones. La vanguardia organizada en partido cumple el "rol dirigente de toda la sociedad", pues las clases trabajadoras por si mismas sólo llegan a una conciencia “tradeunionista”, o de pequeños propietarios en el caso del campesinado.
Por tanto, la idea de “profesionales de la revolución” leninista, no puede ser equivalente con aquella otra idea que plantaba que la emancipación de las clase trabajadora será obra de ella misma.
Finalmente, en Marx hay un claro compromiso entre el desarrollo de la personalidad individual y el ser social, que se entronca con el comunismo libertario de todos los pelajes. El llamado comunismo de estado es harina de otro costal.
Lo que no es Marx, es un apologeta del anarco-individualismo, ni de nuestros contemporáneos anarco-capitalistas. Pero tampoco es una apologeta del estatismo autoritario. Ya el sobrino de Bonaparte había dejado huellas bastante marcadas en el pensamiento crítico de Marx, para rechazar cualquier forma de bonapartismo, despotismo del ejecutivo y estatismo autoritario.
Quien afirme que Marx justifica que el individuo quede subsumido al Estado, demuestra una patética ignorancia. Tiene mucha razón Hanna Arendt cuando dice que es difícil pensar sobre Karl Marx.
Ya desde los primeros tiempos posteriores a su muerte, las discusiones en torno a Marx fueron duras, con el añadido de que Marx hablaba abierta y directamente de política revolucionaria. Desde nuestro punto de vista, el titulo de Lenin a aquella clásica obra siempre fue engañoso. El asunto es “El Estado ó la Revolución”.
Los críticos anti-totalitarios de derecha, podrían volver a leer en profundidad a Hanna Arendt (“Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental”), si quieren comprender que entre Marx y muchos “marx-ismos” hay cortocircuitos, pues es la mismísima Arendt quién señala hay una ruptura mucho más brutal entre Marx y el bolchevismo, que entre Marx y los precedentes pensadores políticos de Occidente. En sus propias palabras: “(...) puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”.
Lo que Arendt plantea es la insistencia en la pertenencia de Marx a la tradición del pensamiento político occidental. Pero no hay en Arendt la patética equivalencia de nuestros enanos anti-totalitarios: Marx=Stalin.
El asunto es interrogar las circunstancias, condiciones y razones para que el totalitarismo estalinista haya surgido de una de las corrientes de interpretación inspiradas en el pensamiento crítico de Marx. Hasta allí, hay un programa de investigación.
El camino implica de-construir la equivalencia Marx=Stalin, que no es más un “script” de la derecha anti-comunista. Así mismo, de-construir la equivalencia Marx=Lenin o Marx=Kaustky, para superar las codificaciones oficiosas.
Cuando Arendt plantea en su crítica a Marx que en la sociedad sin clases ni estado de Marx, el concepto de libertad pierde todo sentido, “a menos que se conciba en un sentido completamente diferente”, llega a la medula del planteamiento.
La libertad liberal, como libertad negativa, no concibe el sentido completamente distinto de la libertad en Marx. Tampoco Lenin llega a comprenderlo. Allí, la crítica anti-totalitaria de derecha se queda, sencillamente, sin aliento. Allí también Lenin comienza la historia de sus extravíos sobre la democracia y libertad en Marx. Lo que para Marx fue esencial en la construcción del Socialismo, Lenin lo reduce a prejuicios pequeño-burgueses, al liberalismo adocenado. Lenin no logró comprender la diferencia entre pensamiento liberal y pensamiento libertario.
Es este aliento libertario (que no tiene ni la derecha ni el leninismo ortodoxo), el aliento que Benjamin y Bloch muestran cuando hablan de la historia de los vencidos y del principio esperanza.
Un Marx sin “ismos”, sin sacralizaciones sigue vivo, abierto, cálido y radicalmente crítico. Un Marx herético, flexible y radicalmente libertario y anti-estatista.
En muchos de sus escritos, sigue presente el aliento a la esperanza de los que fueron vencidos, y la potencia constituyente para quienes siguen construyendo caminos de Democracia Socialista.

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