viernes, 16 de julio de 2010

La metodología de Marx y de la escuela histórica (III)

16-07-2010
La segunda arista de la concepción marxista del mundo (vigésima aproximación)
Salvador López Arnal
Rebelión

Sacristán proseguía su comentario sobre el socialismo de cátedra y su influencia política recordando que, como era sabido, los comienzos del denominado “Estado social”, los seguros sociales generalizados, el seguro médico asistencial, habían llegado a Europa en el Estado más conservador de la época, salvado el zarista, “de Prusia y de un gobierno particularmente conservador y derechista, el de Bismarck” [1]. Pues bien, comentaba el germanista traductor de Heine, “la teoría y posibilidad de un tipo de Estado así, que garantizara la asistencia médica y ciertos seguros de desempleo” y la transición protegida de un oficio a otro, Bismarck lo había decidido, aparte, admitía Sacristán, de por su extraordinaria astucia política –“al mismo tiempo que perseguía al partido socialista iba haciendo esta legislación social”- por lo que había aprendido de la escuela histórica. No afirmaba Sacristán que la escuela histórica tuviera un ala tan de derecha que resultara bismarckiana. No, en absoluto, siempre se habían mantenido “en la derecha socialdemócrata y en el socialismo de cátedra”, sino porque habían llegado a tener una tal influencia cultural que incluso un gobierno como el bismarckiano se había sensibilizado ante este tipo de problemática y había puesto en práctica una legislación protectora.
Si el principal representante de la escuela histórica antigua había sido Roscher, el representante de la escuela histórica media (o moderna, como indistintamente se le llamaba) había sido Gustav Schmoller, un gran autor, en opinión de Sacristán. Schmoller había dirigido durante muchos años las dos instituciones principales de la escuela histórica: un Anuario, que haía publicado la escuela histórica durante medio siglo aproximadamente, y la Asociación de Política Social, en la que incluso quedaba institucionalmente recogida “esta curiosa tendencia, a la que me he referido, de una escuela puramente histórica en sus inicios a cuajar en corriente también política, de teoría económica”.
Antes de contar la disputa, la Methodenstreit, la disputa del método en economía, Sacristán citaba el juicio de Schumpeter sobre la fuerza de la escuela histórica. Eran cinco líneas tan sólo: “La escuela histórica no se puede decir que haya sido nunca predominante en ningún país, pero fue con mucho el factor científico más importante en la economía alemana durante las dos o tres últimas décadas del siglo XIX”.
Dos o tres últimas décadas quería decir el final, el apogeo del Imperio prusiano. La guerra franco-prusiana había terminado, en 1873, con la derrota de Napoleón III. Se abrió entonces un período de casi treinta años, cuarenta si se contaba hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, que había sido de verdadera hegemonía prusiana en el continente y de hegemonía inglesa en el mar.
Durante esos años de hegemonía de un poder tan conservador como el alemán del Kaiser, llevaba mucha razón Schumpeter, en opinión de Sacristán, al registrar que a pesar de esa hegemonía política la ideología dominante en el área de la economía académica había sido generada por la escuela histórica, “una escuela que, vista al menos con perspectiva de hoy, es una escuela socializante e incluso militantemente socialista”, escuela que, además, en el momento del estallido de la crisis europea a raíz de la Primera Guerra Mundial, había dado de sí también, además de un socialismo o una socialdemocracia conservadora cuyas consecuencias se veían bien a las claras en la Alemania, en la República Federal alemana de aquellos años ochenta, una extrema izquierda con figuras como Bauer o Adler que habían protagonizado “acciones bastantes revolucionarias”.
¿Qué sentido tenía contar esas historias, se preguntaba en voz alta Sacristán? Esas narraciones tenían la intención de mostrar lo complicado que eran los caminos ideológicos y hasta qué punto eran falsas “las simplificaciones que siempre adscriben sin vacilar determinados pensamientos metodológicos a determinadas actitudes políticas”.
La célebre disputa del método era presentada por Sacristán del siguiente modo:
Karl Menger había publicado sus Investigaciones sobre del método de las ciencias sociales y de la economía política en particular. Fue en 1883, el año de la muerte de Marx. “Ese año de 1883, que no sé si he citado ya alguna vez, no sé si he comentado ya en clase la cantidad de cosas que se acumulan en 1883, que es un año para recordar en la historia de las ciencias sociales, y del pensamiento económico en particular”. Había sido el año de la muerte de Marx, el año de la aparición del libro de Menger que iniciaba la disputa del método en la economía, el año de la aparición de la Introducción a las ciencias del espíritu de Dilthey, que era el principal monumento de pensamiento historicista en filosofía, y también el año de la Historia de la mecánica de Mach [2], los comienzos del neopositivismo. “Todo junto, pero, como he comentado más de una vez, sin mezclarse”. Era bastante evidente que ninguno de estos acontecimientos había tenido ninguna repercusión en los otros: Menger, por ejemplo, no había tenido ni recuerdo de Marx, ni había sabido quien era.
Los miembros de la escuela histórica, por el contrario, Schmoller, Sombart, por ejemplo, y otros autores de la escuela, sí que habían sabido quien era Marx. Lo conocieron y polemizaron con él. Dilthey, por el contrario, tampoco supo de la obra de Marx. “Que yo recuerde en toda la descomunal obra de Dilthey no hay una sola cita de Marx”. La había en otros autores de la escuela de Dilthey, en Rickert por ejemplo, pero “en Dilthey mismo yo no recuerdo. Puede habérseme pasado, seguro, pero en todo caso no tendrá mucha relevancia”.
Era una diferencia con la época en que se vivía. Era ya inimaginable “que aparecieran simultáneamente en un año el libro de Mach, el de Menger y el de Dilthey y no aparecieran en el suplemento de cualquier periódico juntos, o, por lo menos, en suplementos sucesivos”.
Sin embargo, todavía hacía un siglo, “porque de 1883 hace un siglo incompleto[1982]”, la vida europea era tan diferente de lo que era entonces como “para que cosas así, de tanta influencia posterior, pudieran producirse en incompleta comunicación unas con otras”.
El libro de Menger era, pues, de 1883. Casi inmediatamente, en el Anuario, la revista de la escuela histórica, Schmoller había publicado una crítica muy negativa del libro “calificándolo de puro juego formal, de ajedrez, de inutilidad para la interpretación de la vida social”. El libro de Menger, en cambio, no contenía ningún ataque, “críticas sí pero más bien implícitas”. El libro de Menger no contenía ninguna polémica directa con la escuela histórica. Era una exposición “al estilo de [Edward] Gibbon, de la teoría económica de la época”, sin partes polémicas importantes. La respuesta de Schmoller había sido, en cambio, pura polémica.
Menger había contestado ya polémicamente en 1884 con un libro breve, de 180 páginas, titulado Los errores del historicismo en la economía nacional alemana. En este segundo libro, aparecían la mayoría de los argumentos que se solían esgrimir en favor de la economía positiva. A saber: “operatividad, predictibilidad, inoperancia, para cuestiones de política económica quiere decirse, del tratamiento sociológico”. Todas esas consideraciones estaban ya ahí. Menger había sido un autor muy agudo que se había anticipado mucho a motivaciones posteriores.
La polémica todavía coleaba a finales de siglo, proseguía Sacristán. Su último documento importante había sido un libro de Schmoller de 1897: Cuestiones fundamentales de política social y de teoría económica.
Asombrosamente, Schmoller no había sido traducido entonces al castellano [3]. Estaba traducido, en cambio, un autor de la misma fase final de la escuela histórica, de mucho menos peso en opinión de Sacristán, pero de lectura también agradable. Se trataba de Sombart, d quien estaba traducido en FCE un libro en dos volúmenes, El apogeo del capitalismo. Se leía muy bien y era “muy característico de la escuela, aunque más ligero que las investigaciones fundamentales de Menger”. Aunque no era un grandísimo libro, era adecuado para hacerse cargo de lo que decía Schumpeter sobre el programa de totalización.
Sombart planteaba su libro como el estudio “de un individuo histórico”, el capitalismo, no como el estudio de leyes generales, “no como el estudio de un proceso entre otros”. Sino como el intento de reconstrucción de “la entidad individual de un todo”, al que consideraba oportuno dar el nombre de “capitalismo” y que era la sociedad contemporánea del propio Sombart. El libro era de 1902, la traducción castellana era de los años cuarenta.
También estaba traducido y era de lectura aconsejable, “aunque en vacaciones porque es bastante largo”, el que era, en opinión de Sacristán, el último gran libro de la escuela histórica, “ya con mucho eclecticismo”. Se trataba de Economía y sociedad de Max Weber. Lo había traducido el FCE por los años cuarenta en cuatro tomos. Era, como todos los libros de cualquier escuela histórica, ya fuera la del Derecho, ya fuera la económica o la filosófica, “un libro de muy buena lectura por lo mucho que instruye”. Los miembros de cualquier escuela histórica eran siempre muy eruditos. “Parece que vaya con la vocación histórica la vocación de erudición”. Eran libros, “por decirlo ingenuamente”, en los que se aprendía mucho y además se leían muy bien. Economía y sociedad un poco “menos bien” que El apogeo del capitalismo de Sombart. En todo caso, eran “las dos lecturas de la escuela histórica que yo recomendaría para unas vacaciones”.
Desde el punto de vista de Schumpeter, que escribía en los años treinta, en una época en que no se había publicado todavía más que un libro de cierta importancia antiformalista, de vuelta al empirismo, el de Hutchison, el primer libro de Terence H. Hutchinson, La significación de los postulados básicos de la teoría económica, en 1938, el primer libro importante que pone en duda la euforia del formalismo económico desde los años treinta, Schumpeter escribe desde esa euforia, para él, está claro que la escuela histórica no tenía ninguna razón en negarse a admitir la utilidad del aparato formal a lo Walras.
La posición de Sacristán era nítida: en ese punto se podía estar de acuerdo con Schumpeter. Sin vacilación. Negar que tenga interés practicar el formalismo económico, hacer econometría, por ejemplo, era absurdo. “No hay por qué negar nunca interés a una investigación”. Primero había que hacerla, luego ya se vería. Negar interés a priori a toda esta línea, como había hecho la escuela histórica, era impropio.
Pero el interés de una investigación puramente formal, añadía Sacristán, era un interés muy teórico. “De decir que las posiciones y la disputa de la escuela histórica no tienen interés para el análisis, en el sentido de Schumpeter, pasar a decir que no tienen interés para el pensamiento económico-social”, eso ya le parecía un paso demasiado grande, excesivo, porque la escuela histórica no tenía nunca razón cuando negaba utilidad al formalismo, pero para Sacristán “casi siempre tiene razón cuando se presenta en la forma más moderada de decir: el formalismo no lo es todo, hay que echar a eso sociología, hay que echar a eso derecho, hay que añadir historia”.
La disputa no era tan necia y el hecho de que no lo fuera quedaba claramente ejemplificado por la circunstancia de que, a pesar de ese juicio de Schumpeter, restos metodológicos de la escuela histórica seguían existiendo en la actualidad. Y con cierta importancia. Quizá no tanto en economía, “aunque sí que siguen vivos los descendientes directos de la escuela histórica que veremos el próximo día, los institucionalistas”. Para decirlo un poco espectacularmente, sostenía Sacristán: Galbraith era inimaginable sin Schmoller. Literalmente: no existiera Galbraith sin la escuela histórica alemana aunque los separase un siglo. “Por tanto, tan muerto no está, tan acabada la cosa no está ni mucho menos, si tenéis en cuenta que Galbraith ha sido un consejero de John F. Kennedy, no un hombre tirado en un rincón”. Por no hablar ya del de New Deal de Roosevelt, presidido por herederos de la escuela histórica, del institucionalismo norteamericano de los años treinta.
El punto de vista de Schumpeter estaba justificado en la medida en que hablaba de lo que llamaba “análisis”, del tipo de teoría económica más autocontenida, más matematizada. No lo estaba desde el punto de vista de una historia del pensamiento económico en general. A Sacristán esa posición le parecía excesiva. “Decir que eso no es nada, que es sólo un incidente histórico, sin mayor trascendencia, no me convence, aunque esté dispuesto a reconocer lo primero”. Si lo que se estaba discutiendo era sobre la justificación del formalismo, entonces, en su opinión, llevaba razón Schumpeter. Negar eso era anacronismo, prejuicio.
La metodología de Marx había bebido de estas fuentes.
Notas:
[1] Manuel Sacristán, Sobre dialéctica. Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2009, pp. 187-205.
[2] Dos aproximaciones a Mach de Sacristán. La primera, del Diccionario de Filosofía de Dagobert D. Runes (p. 242), cuya traducción coordinó él mismo:
“Profesor de física y de filosofía en Viena de 1895 a 1901. Profesó en teoría del conocimiento tesis sensistas y fenomenistas. En teoría de la ciencia, Mach ha contribuido considerablemente al renacimiento del positivismo en el siglo XX. Para Mach las leyes científicas no son explicaciones causales ni genéticas, sino descripciones condensadas y útiles de los fenómenos, de acuerdo con un principio de “economía de pensamiento” y cuya justificación es pragmática. Con ese punto de vista, y como fruto de sus importantes investigaciones de historia de la ciencia, Mach ha aportado criterios para la comprensión de la estructura de las teorías científicas. Entre los grupos iniciadores del Círculo de Viena se encontraba el Verein Ernst Mach [Asociación E.M.], inspirado por su obra.
Die Geschichte und die Wurzel des Satzes von der Erhaltung der Arbeit [La historia y la raíz del principio de conservación del trabajo], 1872; Die Mechanik in ihrer Entwicklung historisch-kritisch dargestellt [Exposición histórico-crítica de la evolución de la mecánica], 1883; Die Principien der Wärmelehre, historisch-kritisch entwickelt Exposición histórico-crítica de los principios de la termodinámica], 1896; Die Analyse der Empfindungen,1900 (trad. castellana, Análisis de las sensaciones, 1925); Erkenntnis und Irrtum, 1905 (trad. castellana, Conocimiento y error,1940).
La segunda, una aproximación a Mach como precursor de los estudios epistemológicos en su trabajo sobre el filosofar de Lenin (M. Sacristán, “El filosofar de Lenin”, Sobre Marx y marxismo, Icaria, Barcelona, 1983, pp.137-138):
“[…] Ya en lo puramente filosófico los empiriocriticistas -no sólo Mach- con su neutralismo epistemológico y su noción de experiencia pura sustraída a la distinción sujeto/objeto, aportan un punto de vista que se aleja considerablemente del de Berkeley y no tiene con el de Hume y el de Kant sino el parecido -importante, pero no identificador- de la filiación histórica. Mas la peculiaridad importante del “machismo” no está en ese terreno de la filosofía del conocimiento, sino en el de la teoría de la ciencia y en el de la división del trabajo científico. Mach ha sido un precursor inmediato de técnicas y operaciones intelectuales hoy de uso común. Se trata de unas técnicas de análisis de los conceptos, del lenguaje de las teorías científicas, o de las disciplinas científicas en vías de teorización, destinadas a poner de manifiesto la estructura y el funcionamiento interno de esos aparatos intelectuales. La aportación de Mach (y de otros autores relacionados con él por comunidad de temática más que de escuela, como Duhem) a la comprensión del modo de constituirse y del funcionamiento de las teorías científicas ha sido de considerable importancia para que se tomara consciencia de problemas de metodología formal y de análisis de los varios planos de los lenguajes científicos (su esqueleto gramatical, sus modos de significar, su eficacia informativa, su mejor o peor disposición respecto de las operaciones de verificación). Estos problemas, dicho sea de paso, tienen que ver con algunos que hoy va sugiriendo la misma producción material, a través de sus incipientes momentos cibernéticos. El libro de Mach, La mecánica expuesta histórico-críticamente en su evolución (1883) es un temprano clásico, de ese análisis interno de las disciplinas científicas. Se podría incluso decir, aun reconociendo la importancia en este campo de las inspiraciones de Hume y Kant, que la aportación del empiriocriticismo es la invención de esta problemática que no se refiere directamente al mundo natural y social, sino a ciertos instrumentos útiles para el conocimiento del mundo: las teorías y los conceptos científicos (los cuales son también, desde luego, parte del mundo social)”.
[3] La editorial Comares publicó en 2007 La política social y economía política de Schmoller, con traducción de José L. Monereo Pérez. Agradezco a David Casassas esta referencia.
Referencia Prólogo:
El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114

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