Sin Permiso
Sin Permiso (28/02/10 , http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3140 ) ha aparecido recientemente una versión en castellano de un texto de Mandel sobre “Déficit presupuestario e internacionalización del capital en la teoría marxista”. El artículo, publicado originalmente hace ya casi veinte años, en 1992, tiene muchos aspectos de interés y de gran actualidad, como señala la introducción al mismo. En estos tiempos en los que parecería por lo que sugieren algunos que el principal peligro para los puestos de trabajo de los trabadores de occidente son los trabajadores chinos o hindúes que trabajan por salarios de miseria en sus países, o los trabadores inmigrantes que a menudo han de aceptar los trabajos ilegales, con salarios incluso por debajo del mínimo, es especialmente importante enfatizar la solidaridad internacional de los trabajadores, como hace Mandel. Solo cuando los trabajadores en particular y la humanidad en general asumamos plenamente que hemos de defender los intereses comunes y no las falsas divisiones que nos separan podrá la especie humana dar un paso adelante hacia un mundo más solidario, más justo y más sostenible.
Algunas afirmaciones que contiene el artículo de Mandel me parecen sin embargo cuestionables. Afirma por ejemplo que para que el déficit presupuestario no genere inflación antes de que se alcance el pleno empleo es necesario que los impuestos directos aumenten en la misma proporción que las rentas. Pero eso parece desmentido por la realidad empírica de las últimas tres décadas. Desde la época de Reagan e incluso desde antes, los impuestos directos en EE.UU. en general disminuyeron, mientras que “las rentas” en general aumentaron y la inflación ha sido muy pequeña, casi nula si se usan estándares históricos.
Ignoro qué término usaría Mandel en su original (que probablemente fue escrito en francés), pero el término “rentas” en castellano es muy ambiguo y a mi juicio debería evitarse usarlo en contextos económicos sin explicitar claramente a qué se refiere, ya que puede indicar muy distintas cosas. Unas veces “rentas” alude a ingresos en general (como parece ser el significado en este contexto, equivalente al significado de income o revenue en inglés), pero otras veces alude a flujos de ingreso derivados del pago por el uso de determinados bienes físicos (tierras, edificios, máquinas, lo que en inglés se indica con la palabra rent) o de los pagos de intereses por la posesión de activos financieros, sean bonos del tesoro, dinero a plazo fijo, u otros activos financieros. Los “rentistas”, tan a menudo aludidos por Keynes y sus seguidores, serían quienes viven de ese tipo de rentas.
Por otra parte, según el artículo, Keynes admitía con cierto cinismo que los asalariados «serían más sensibles» a una reducción de los salarios nominales y de las prestaciones de la seguridad social que a una reducción efectiva de los salarios reales netos, acompañada de una subida de los salarios nominales. En este caso la traducción del texto de Mandel probablemente se entendería mejor si dijera que los asalariados serían no más sensibles sino “más reacios” a la primera opción que se da, a saber, un recorte de salarios reales conseguido mediante recorte de salarios nominales con precios estables. La segunda opción, que Keynes sugiere como más “tragadera” por los asalariados (de ahí el cinismo al que alude Mandel) sería un recorte de salarios reales conseguido mediante aumentos de salarios nominales combinados con aumentos proporcionalmente mayores de los precios.
Una confusión importante que parece sugerir Mandel mismo es la frase donde dice: «Pero ¿el crecimiento de las rentas de los capitalistas no estimula las inversiones y, por lo tanto, el empleo? Esta es la tesis de los defensores de la recuperación a través de las "políticas de oferta", adversarios de Keynes en los años treinta y que han tenido una gran influencia sobre Reagan y la Sra. Thatcher.»
¿Qué quiere decir esto? Lo que parece cuestionar aquí Mandel es que el aumento de las ganancias (“rentas de los capitalistas”) aumenta las inversiones y por tanto el empleo, idea que sería propia no solo de los adversarios de Keynes, sino de los Reagan y Thatcher. Lo interesante es, sin embargo, que esta idea que al parecer se atribuye a la reacción, es precisamente una idea clave de Marx. Marx ve en la ganancia el estímulo principal, el acicate que estimula la acumulación, o sea, las inversiones. Y como las inversiones son las que crean puestos de trabajo, que se mantengan (y se incrementen incluso) las ganancias del capital es fundamental para que se creen puestos de trabajo. Marx explicó muy bien todo eso en varias partes de su obra, especialmente al ocuparse del proceso de acumulación del capital (en el capítulo 25 del tomo I de El Capital).
Las consecuencias de eso para la política sindical son peliagudas, porque indudablemente la lucha de los asalariados por mejores condiciones de trabajo recorta las ganancias del capital y en alguna medida crea condiciones para el aumento del desempleo. En épocas de crisis económica cuando el desempleo se generaliza, la alternativa es, o agachar la cabeza y aceptar una mayor explotación, lo que podría facilitar quizá la recuperación económica, o luchar por mantener los salarios y las conquistas sociales, lo que probablemente prolongará la crisis. Si se parte de una visión en la que lo que prima es la lucha contra el sistema de explotación, se optará por lo segundo. Lo que no se puede hacer es promover a la vez los intereses de los asalariados y los intereses del sistema.
Lamentablemente, desde época inmemorial los sindicatos en general han negado esa realidad mediante una visión subconsumista de las crisis económicas. En la perspectiva subconsumista, que Keynes heredó de Malthus, y que tan frecuente es entre “gente de izquierda”, la falta de poder adquisitivo de “los consumidores” reduce la demanda efectiva y es la causa de que acabe la expansión y comience la recesión. Reclamar aumentos salariales que van a favor de los intereses de clase, sería así también apropiado como política para resolver la crisis. Lo que es bueno para los trabajadores, mejores salarios, sería también bueno para el sistema, que se recuperará antes de la crisis. Esa visión que es propia de Keynes y de la socialdemocracia europea, y quizá también, en algún aspecto, del jóven Marx que escribió el Manifiesto comunista con Engels, no es la del Marx economista “rojo” que escribió El capital, donde la rentabilidad empresarial (o sea, las “rentas del capital”) es el principal determinante de la inversión, que es a su vez el principal determinante del estado de expansión o contracción del sistema.
En un pasaje a menudo citado del tomo II de El capital (capítulo 20, cito en la traducción de W. Roces), Marx afirma que el hecho de que las mercancías queden invendibles durante las crisis:
“… quiere decir sencillamente que no se encuentran compradores o, lo que tanto vale, consumidores solventes para ellas (lo mismo si las mercancías se destinan en última instancia al consumo productivo que si se destinan al consumo individual). Y si se pretende dar a esta perogrullada una apariencia de razonamiento profundo, diciendo que la clase obrera percibe una parte demasiado pequeña de su propio producto y que este mal puede remediarse concediéndole una parte mayor, es decir, haciendo que aumenten sus salarios, cabe observar que las crisis van precedidas siempre, precisamente, de un período de subida general de los salarios, en que la clase obrera obtiene realmente una mayor participación en la parte del producto anual destinada al consumo. En rigor, según los caballeros del santo y “sencillo” (!) sentido común, estos períodos parece que debieran, por el contrario, alejar la crisis. Esto quiero decir, pues, que la producción capitalista implica condiciones independientes de la buena o la mala voluntad de los hombres, que sólo dejan un margen momentáneo a aquella prosperidad relativa de la clase obrera, que es siempre, además, un pájaro agorero de la crisis.”
Lamentablemente, durante la segunda mitad del siglo XX la (con)fusión del keynesianismo con las ideas de Marx fue muy frecuente, alimentada en buena parte por los trabajos de Baran y Sweezy. Y dado lo complicadas que son las cuestiones económicas y lo arduos que son los textos económicos de Marx y Keynes, no parece que esa confusión vaya a resolverse a corto plazo.
José A. Tapia Granados es investigador en el Institute for Social Research de la Universidad de Michigan, Ann Arbor . Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3145
Algunas afirmaciones que contiene el artículo de Mandel me parecen sin embargo cuestionables. Afirma por ejemplo que para que el déficit presupuestario no genere inflación antes de que se alcance el pleno empleo es necesario que los impuestos directos aumenten en la misma proporción que las rentas. Pero eso parece desmentido por la realidad empírica de las últimas tres décadas. Desde la época de Reagan e incluso desde antes, los impuestos directos en EE.UU. en general disminuyeron, mientras que “las rentas” en general aumentaron y la inflación ha sido muy pequeña, casi nula si se usan estándares históricos.
Ignoro qué término usaría Mandel en su original (que probablemente fue escrito en francés), pero el término “rentas” en castellano es muy ambiguo y a mi juicio debería evitarse usarlo en contextos económicos sin explicitar claramente a qué se refiere, ya que puede indicar muy distintas cosas. Unas veces “rentas” alude a ingresos en general (como parece ser el significado en este contexto, equivalente al significado de income o revenue en inglés), pero otras veces alude a flujos de ingreso derivados del pago por el uso de determinados bienes físicos (tierras, edificios, máquinas, lo que en inglés se indica con la palabra rent) o de los pagos de intereses por la posesión de activos financieros, sean bonos del tesoro, dinero a plazo fijo, u otros activos financieros. Los “rentistas”, tan a menudo aludidos por Keynes y sus seguidores, serían quienes viven de ese tipo de rentas.
Por otra parte, según el artículo, Keynes admitía con cierto cinismo que los asalariados «serían más sensibles» a una reducción de los salarios nominales y de las prestaciones de la seguridad social que a una reducción efectiva de los salarios reales netos, acompañada de una subida de los salarios nominales. En este caso la traducción del texto de Mandel probablemente se entendería mejor si dijera que los asalariados serían no más sensibles sino “más reacios” a la primera opción que se da, a saber, un recorte de salarios reales conseguido mediante recorte de salarios nominales con precios estables. La segunda opción, que Keynes sugiere como más “tragadera” por los asalariados (de ahí el cinismo al que alude Mandel) sería un recorte de salarios reales conseguido mediante aumentos de salarios nominales combinados con aumentos proporcionalmente mayores de los precios.
Una confusión importante que parece sugerir Mandel mismo es la frase donde dice: «Pero ¿el crecimiento de las rentas de los capitalistas no estimula las inversiones y, por lo tanto, el empleo? Esta es la tesis de los defensores de la recuperación a través de las "políticas de oferta", adversarios de Keynes en los años treinta y que han tenido una gran influencia sobre Reagan y la Sra. Thatcher.»
¿Qué quiere decir esto? Lo que parece cuestionar aquí Mandel es que el aumento de las ganancias (“rentas de los capitalistas”) aumenta las inversiones y por tanto el empleo, idea que sería propia no solo de los adversarios de Keynes, sino de los Reagan y Thatcher. Lo interesante es, sin embargo, que esta idea que al parecer se atribuye a la reacción, es precisamente una idea clave de Marx. Marx ve en la ganancia el estímulo principal, el acicate que estimula la acumulación, o sea, las inversiones. Y como las inversiones son las que crean puestos de trabajo, que se mantengan (y se incrementen incluso) las ganancias del capital es fundamental para que se creen puestos de trabajo. Marx explicó muy bien todo eso en varias partes de su obra, especialmente al ocuparse del proceso de acumulación del capital (en el capítulo 25 del tomo I de El Capital).
Las consecuencias de eso para la política sindical son peliagudas, porque indudablemente la lucha de los asalariados por mejores condiciones de trabajo recorta las ganancias del capital y en alguna medida crea condiciones para el aumento del desempleo. En épocas de crisis económica cuando el desempleo se generaliza, la alternativa es, o agachar la cabeza y aceptar una mayor explotación, lo que podría facilitar quizá la recuperación económica, o luchar por mantener los salarios y las conquistas sociales, lo que probablemente prolongará la crisis. Si se parte de una visión en la que lo que prima es la lucha contra el sistema de explotación, se optará por lo segundo. Lo que no se puede hacer es promover a la vez los intereses de los asalariados y los intereses del sistema.
Lamentablemente, desde época inmemorial los sindicatos en general han negado esa realidad mediante una visión subconsumista de las crisis económicas. En la perspectiva subconsumista, que Keynes heredó de Malthus, y que tan frecuente es entre “gente de izquierda”, la falta de poder adquisitivo de “los consumidores” reduce la demanda efectiva y es la causa de que acabe la expansión y comience la recesión. Reclamar aumentos salariales que van a favor de los intereses de clase, sería así también apropiado como política para resolver la crisis. Lo que es bueno para los trabajadores, mejores salarios, sería también bueno para el sistema, que se recuperará antes de la crisis. Esa visión que es propia de Keynes y de la socialdemocracia europea, y quizá también, en algún aspecto, del jóven Marx que escribió el Manifiesto comunista con Engels, no es la del Marx economista “rojo” que escribió El capital, donde la rentabilidad empresarial (o sea, las “rentas del capital”) es el principal determinante de la inversión, que es a su vez el principal determinante del estado de expansión o contracción del sistema.
En un pasaje a menudo citado del tomo II de El capital (capítulo 20, cito en la traducción de W. Roces), Marx afirma que el hecho de que las mercancías queden invendibles durante las crisis:
“… quiere decir sencillamente que no se encuentran compradores o, lo que tanto vale, consumidores solventes para ellas (lo mismo si las mercancías se destinan en última instancia al consumo productivo que si se destinan al consumo individual). Y si se pretende dar a esta perogrullada una apariencia de razonamiento profundo, diciendo que la clase obrera percibe una parte demasiado pequeña de su propio producto y que este mal puede remediarse concediéndole una parte mayor, es decir, haciendo que aumenten sus salarios, cabe observar que las crisis van precedidas siempre, precisamente, de un período de subida general de los salarios, en que la clase obrera obtiene realmente una mayor participación en la parte del producto anual destinada al consumo. En rigor, según los caballeros del santo y “sencillo” (!) sentido común, estos períodos parece que debieran, por el contrario, alejar la crisis. Esto quiero decir, pues, que la producción capitalista implica condiciones independientes de la buena o la mala voluntad de los hombres, que sólo dejan un margen momentáneo a aquella prosperidad relativa de la clase obrera, que es siempre, además, un pájaro agorero de la crisis.”
Lamentablemente, durante la segunda mitad del siglo XX la (con)fusión del keynesianismo con las ideas de Marx fue muy frecuente, alimentada en buena parte por los trabajos de Baran y Sweezy. Y dado lo complicadas que son las cuestiones económicas y lo arduos que son los textos económicos de Marx y Keynes, no parece que esa confusión vaya a resolverse a corto plazo.
José A. Tapia Granados es investigador en el Institute for Social Research de la Universidad de Michigan, Ann Arbor . Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3145
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