19-11-2010 |
SENZA CENSURA N. 33 Noviembre ’10 – Febrero ‘11
Hemos pedido una contribución sobre la situación de crisis en el contexto europeo a Iñaki Gil de San Vicente, pensador marxista interno a la Izquierda Independentista Vasca, y militante teórico-práctico de la revolución vasca y mundial. Os lo proponemos enseguida. (Señalamos que un archivo de los materiales de Iñaki Gil de San Vicente se encuentra en español en www.rebelion.org/autores.php?tipo=5&id=49&inicio=0Entre los otros, recomendamos la lectura de El independentismo come hegemonía popular, del 5 de julio de 2010, que analiza la situación en el País Vasco a partir del paro general del pasado 29 de mayo; este material se puede descargar en español en www.rebelion.org/noticia.php?id=109133 )
1.- ¿QUÉ CRISIS EUROPEA?
La interpretación oficial de la crisis es que ésta es una severa crisis financiera surgida por la “excesiva liberalización de los mercados de dinero”, “descontrolados” por cinco razones: una, por el egoísmo humano que ha desbordado los controles inherentes a la “mano invisible del mercado”; dos, egoísmo especialmente perverso de la clase trabajadora que impide la recuperación económica con sus exigencias de incrementos salariales, de mayores gastos públicos y sociales, más derechos y menos trabajo, etc.; tres, la crisis se alarga por la caída de los beneficios al desplomarse la capacidad de compra por la restricción del crédito; cuatro, a todo esto hay que sumar la tardanza en la toma de medidas por parte de los Estados lo que agrava el problema; y, cinco, las masivas pero tardías ayudas a fondo perdido al capital financiero han multiplicado exponencialmente la deuda pública y privada que lastra como un ancla de plomo el despegue económico.
Esta interpretación es muy pobre, muy limitada históricamente y falsea las verdaderas razones de la crisis, su alcance, y las salvajes medidas que se van a imponer. El problema crucial radica en lo que no dice, en lo que falsifica y miente al reducir la crisis a su forma superficial más limitada, reduciendo el capitalismo al subjetivismo marginalista, a la idea de que el dinero crea dinero y de que, por tanto, es el capital financiero el decisivo, el que domina sobre las otras formas de capital. Se niegan así cuestiones decisivas como la importancia clave del capital industrial, las leyes de concentración y centralización del capital y de la perecuación de capitales, la importancia del Estado y de la violencia burguesa y, como síntesis, la decisiva trascendencia de la lucha de clases. Todo esto se escamotea y se restringe el debate a lo que le interesa a la burguesía: cómo volver contra el movimiento obrero y revolucionario a los sectores reformistas y conservadores de la clase obrera; cómo movilizar a favor del capital a la pequeña burguesía para que actúe como movimiento reaccionario de masas, y cómo derrotar a la clase trabajadora en su conjunto, aumentando lo más posible su explotación. Por tanto, debemos restablecer la realidad innegable de la lucha de clases como motor de la historia, su existencia objetiva al margen de las ilusiones subjetivas, de sus vaivenes y períodos de latencia y de aparente extinción.
La financierización ha sido la chispa que ha prendido el fuego de la crisis porque antes ya había combustibles de sobra para el incendio: la larga lista de problemas de todo tipo que cada vez más dificultan la realización del beneficio del capital industrial desde los años setenta del siglo XX y que podemos resumir en la dialéctica entre el accionar de la ley tendencial de la caída de la tasa de beneficios, por un lado, y, por otro, la agudización de otras crisis como la ecológica, la del agotamiento de los recursos, la alimentaria y sanitaria, etc. La crisis ha estallado porque han fracasado las sucesivas “soluciones” que las burguesías han ido aplicando para aumentar sus beneficios en un contexto mundial de sobreproducción excedentaria que no encuentra salida en los mercados y estas soluciones se han basado en la manipulación financiera, en la ingeniería bancaria llevada a lo irracional. Marx advirtió que antes de cada crisis surgía una euforia crediticia destinada a reactivar la economía minada en el fondo pero pletórica en su apariencia externa, de madera que si en una primera instancia el crédito sirve para engrasarla, con el tiempo ese mismo crédito se lanza a la especulación desmedida agravando las contradicciones que emergen en una nueva crisis. Pero en el análisis de Marx hay un “factor” que ha sido olvidado posteriormente: el papel crucial del Estado como fuerza decisiva. Todas las contratendencias que impone la burguesía para revertir la caída tendencial de los beneficios nos remiten directa o indirectamente al papel de su Estado.
La dialéctica de lo endógeno en la economía, sus leyes tendenciales, y lo exógeno, el papel del Estado, en la marcha del capitalismo, se ve en las reordenaciones europeas desde el siglo XVII. Antes de seguir, debemos aclarar dos cosas. Una es que la interacción entre lo estrictamente económico y lo estrictamente político-estatal es decisiva para entender el capitalismo como totalidad movida por la unidad y la lucha de contrarios irreconciliables como son la burguesía y el proletariado, por la lucha de clases. Si negamos o minusvaloramos esta dialéctica caemos en dos errores desastrosos como son el determinismo economicista y el subjetivismo idealista. La otra es el concepto de reordenamiento: son los momentos en los que se fusionan políticamente las distintas contradicciones dando el salto a una nueva fase global del capitalismo. El capitalismo sufre fases en sus formas pero mantiene su esencia explotadora basada en la extracción de plusvalía por la clase propietaria de las fuerzas productivas. La esencia permanece inalterada mientras subsista este modo de producción, aunque sus formas externas cambien en el tiempo. No nos extendernos ahora en la categoría dialéctica de lo mutable y de lo permanente, de la forma y del contenido, del fenómeno y de la esencia, etc., ni en una complejidad de las interacciones entre lo económico, político-estatal, militar, cultural e ideológico, etc., que se dan en las sucesivas fases en las que la explotación adquiere nuevas formas exteriores.
2.- REORDENACIONES Y CRISIS
Las reordenaciones sancionan el cierre de una fase global de la explotación y el comienzo de otra, permitiendo al capitalismo lanzarse con todos sus bríos por nuevas sendas una vez puesto orden en su interior. ¿Qué orden? Pues el que atañe a las contradicciones fundamentales del sistema: aplastar a las clases trabajadoras; destruir masivamente las obsoletas fuerzas productivas y facilitar la aplicación masiva de nuevas tecnologías; derrotar a las burguesías y Estados competidores obligándoles a aceptar las exigencias de las burguesías victoriosas; imponer nuevas monedas fuertes, nuevas leyes económico-financieras y de regulación del mercado internacional, y extender e intensificar la expansión mundial del capitalismo bajo una nueva hegemonía imperialista. Hasta el presente, las reordenaciones se han desplegado sólo después de atroces guerras internacionales en las que ha vencido un bloque burgués sobre otras burguesías, y la burguesía en conjunto sobre las clases trabajadoras y las naciones oprimidas.
Según el resultado de las guerras, las reordenaciones se institucionalizan, adquieren carácter oficial e internacional, bien mediante la rendición incondicional o pactada del bloque social vencido, o mediante algunas negociaciones formales que sancionan legal e internacionalmente las exigencias del vencedor sobre el vencido. No profundizamos ahora en el papel de la guerra en el capitalismo sobre todo en sus momentos de crisis sistémica, pero sabemos que éstas comienzan por contradicciones económicas endógenas, que rápidamente adquieren contenido político acelerando las tendencias objetivas hacia la militarización y la guerra. En la historia de Europa ha habido tres grandes reordenaciones de esta índole: la que tomó cuerpo legal en el Tratado de Westfalia de 1648 tras la guerra de los Treinta Años; la que tomó cuerpo en el Congreso de Viena de 1815 tras las guerras napoleónicas; y la que tomó cuerpo en los acuerdos de Yalta y Potsdam en 1945 tras la gran crisis de 1914-1945. Estamos en la cuarta, pero sin un recurso a la guerra, por ahora.
Desde el siglo XVII, dos leyes capitalistas destacan en el accionar las reordenaciones Una es la ley de la perecuación que explica por qué los capitales abandonan los negocios menos rentables para ir a los más rentables. Y la otra es la de la concentración y centralización, que explica que los capitales más fuertes se comen a los más débiles a la vez que se reducen los propietarios de capital. La historia político-económica, diplomática y militar muestra cómo las burguesías se apoyan cada vez más en sus Estados para dirigir esas leyes en su beneficio exclusivo y para debilitar a las burguesías competidoras, obligándoles a aceptar sus condiciones de inversión, la absorción de sus capitales por los capitales extranjeros, etc. El capitalismo funciona, durante los períodos de relativa “normalidad”, sin mayores ingerencias estatales, pero según aumentan las dificultades de realización del beneficio, las resistencias obreras, la competencia de otras burguesías, y según avanza la crisis, las burguesías refuerzan sus Estados, sus ejércitos, etc., a la vez que exigen sumisión pasiva a las clases explotadas y claudicaciones a las burguesías competidoras.
Los Estados más poderosos presionan para que sus capitales se inviertan en las mejores condiciones en mercados exteriores, en detrimento de los autóctonos. El “libre cambio” exterior y el proteccionismo interior no son una invención reciente del neoliberalismo sino que existían antes del capitalismo y lo encontramos muy activo ya en los siglos XIV y XV. La “libertad de mercado”, la “globalización”, etc., son tan antiguas y permanentes como la economía comercial y mercantil aunque sea precapitalista, pero sólo con el capitalismo han desarrollado todo su poder expansivo y exterminador, como queda tan impresionantemente demostrado en el Manifiesto Comunista escrito en 1848. Las reordenaciones europeas han respondido a estas interacciones entre las fuerzas económicas y políticas, que han llegado a plasmarse en guerras internacionales para acelerar así su funcionamiento.
La crisis actual es el resultado de la política imperialista de Estados Unidos desde que impuso en 1944-1948 las instituciones internacionales decisivas para su futuro dominio mundial: FMI, Banco Mundial, ONU, GATT y poco más tarde la OTAN y el resto de aparatos que padecemos ahora. Política destinada a derrotar a la URSS, al movimiento obrero internacional y a las guerras de liberación nacional y antiimperialista, y que en la década de los años cincuenta dirigió desde la trastienda los primeros pasos de la llamada “Europa del carbón y del acero” y del Tratado de Roma de 1957. Había comenzado la cuarta reordenación europea con dos características diferentes a las tres anteriores: se desarrolla bajo el control abierto o distante de una potencia, Estados Unidos, no europea; y se realiza sin el recurso a una nueva guerra total dentro de Europa, aunque sí con guerras locales y fortísimas presiones económico-políticas de las potencias más fuertes sobre las burguesías restantes y más débiles.
La cuarta reordenación avanzó lentamente hasta que coincidieron tres dinámicas decisivas desde finales de los años ochenta: una, la imposición por Estados Unidos y Gran Bretaña de la financierización para reforzar el neoliberalismo, dando un impulso a las ganancias burguesas pero acumulando los problemas que estallarían luego; dos, la implosión de la URSS y de su bloque, y el giro al capitalismo de China Popular, y tres, la recuperación de las luchas mundiales desde la mitad de los años noventa. Dinámicas activas dentro de la creciente contradicción entre la tendencia imparable a la sobreproducción excedentaria y los sucesivos fracasos de todas las “soluciones milagrosas” que inventaba el neoliberalismo para detener la sangría de pequeñas crisis parciales que estallaban cada vez más rápidamente en todo el mundo. El Tratado de Maastricht de 1992 quiso cerrar una fase vieja y abrir la nueva, alumbrando “por métodos pacíficos y democráticos” a la Unión Europea.
Pero han estallado las cargas de profundidad que se acumulaban en el subsuelo social, no desactivadas por las sucesivas tácticas burguesas ni por una nueva guerra internacional que impusiera, como ocurrió en el pasado, una nueva jerarquía imperialista. Ahora, sobra potencial productivo por todo el mundo que no se vende; los Estados, la banca y la economía privada están en números rojos con unas deudas que superan lo imaginable y que pueden desplomarse arrastrando a la ruina a países enteros; se va agudizando la lucha de clases y la resistencia de los pueblos al imperialismo; las potencias “emergentes”, algunas de las cuales son semi imperialistas, no se resignan a aceptar, como en el pasado, las cada vez más duras exigencias del imperialismo occidental liderado por Estados Unidos, liderazgo que es parcialmente cuestionado por el euro imperialismo; la rápida agudización de la crisis ecológica amenaza en dar el salto a catástrofe mundial, sin olvidar el agotamiento de los recursos energéticos y alimentarios, del agua potable, etc.; y aumenta el armamentismo en todos los aspectos, sobre todo en el nuclear y bioquímico.
La crisis de la Unión Europea es así parte de la crisis mundial agudizada por dos factores que no existieron en el pasado: uno, que ya no es ni será jamás la potencia hegemónica a nivel mundial en lo económico y en lo militar; y, otro, que a diferencia del pasado, ahora depende mucho más de los recursos energéticos exteriores para mantener una forma de vida interna que siga atolondrando a sus clases trabajadoras. Dos ejemplos, una de las bazas de las burguesías europeas para evitar las revoluciones era la emigración masiva a otros continentes de la sobrepoblación empobrecida, lo que ahora es ya imposible, y basta una negativa de Rusia o de Estados Unidos, o de cualquier otro país, para que el petróleo, el gas y otros materiales estratégicos dejen de fluir en la misma cantidad a la Unión Europea. Para recuperar su peso imperialista, la Unión Europea necesita de un ejército como el de Estados Unidos, lo que le exigiría muchos años de inmensas inversiones de capital en gastos militares y de absoluta docilidad de las clases explotadas, y esto no es posible en las condiciones actuales.
3.- CRISIS Y LUCHA DE CLASES
Solamente hay tres grandes soluciones para el capital europeo: aplastar sin contemplaciones a las clases trabajadoras para aumentar la tasa de beneficio y la acumulación ampliada de capital; imponer mediante severas medidas de presión interna a las burguesías más débiles una férrea jerarquía interna de modo que la Unión Europea adquiera una mínima coherencia interna y externa; y aceptar la dirección yanqui en los problemas vitales para la supervivencia del imperialismo occidental como el dominante en el planeta, cosa que sólo puede lograrse con las armas y recursos de control financiero y chantaje económico que todavía posee Estados Unidos.
3.1.-
La primera, el aplastamiento de la clase obrera es urgente, y tiene a su favor cuatro grandes bazas. Una es la capacidad de alienación y mansedumbre que produce la vida asalariada por sí misma, sobre todo mediante el efecto narcótico que nace del fetichismo de la mercancía. Se trata de un poder fetichizante y alienador inherente a la relación capital-trabajo y a su lógica mercantil. También actúa la denominada por Marx “coerción sorda” del capital sobre el trabajo, que paraliza por el miedo al despido y al desempleo, por la violencia latente y preventiva inserta en la disciplina laboral. No olvidemos el efecto integrador del consumismo y de la propaganda capitalista, de sus medios represivos preventivos, de sus especialistas en contrainsurgencia y en manipulación psicopolítica de masas mediante la teledirección y hasta la provocación de la irracionalidad y de los miedos inconscientes en la estructura psíquica de masas. Desgraciadamente, casi todas las izquierdas revolucionarias han olvidado o no saben luchar contra esta problemática inherente al capital, o se niegan a hacerlo porque piensan con criterios economicistas, deterministas y objetivistas que no comprenden la importancia del denominado “factor subjetivo”.
El reformismo y el sindicalismo economicista centrados sólo en el salario, tienen su fundamento ideológico en el fetichismo de la mercancía, en la cosificación y reificación de la existencia. La II Internacional y también la III, desde finales de los años veinte, desconocieron o abandonaron la lucha contra la alienación y el fetichismo, aceptando un economicismo que reforzaba ideológicamente la visión burguesa centrada en la mercancía. Los efectos negativos del reformismo político-sindical no se limitan al apoyo político al capital, sino también al fortalecimiento del interclasismo en las clases explotadas porque jamás atacan la cosificación de la existencia, la reificación de las relaciones y la reducción de éstas a simples luchas entre fetiches mercantiles. Existe una conexión profunda entre la burocracia sustitucionista inherente al reformismo y la fetichización, irreconciliables ambas con la conciencia comunalista, colectivista y tendente a la autoorganización que hay que (re)construir en las clases trabajadoras.
Otra baza, relacionada con la anterior, y muy efectiva, es el nacionalismo imperialista permanentemente actualizado por las burguesías, y la incapacidad de las izquierdas revolucionarias para combatirlo. El grueso de las izquierdas ha olvidado la gran experiencia de las luchas populares contra el nazifascismo, de la resistencia interna contra el ocupante que era a la vez una lucha de clases contra la burguesía propia que colaboraba activamente con el nazifascismo. Y hablamos sólo de la experiencia más reciente, sin remitirnos al papel progresista de los sentimientos nacionales de las clases y de los pueblos en las oleadas revolucionarias anteriores, la de 1848-1849, la de 1871, la de 1917-1936. En todas ellas chocaron el nacionalismo burgués y los sentimientos nacionales de las clases trabajadoras que luchaban por otro modelo nacional incompatible con el burgués. Ahora sólo existe el nacionalismo imperialista y su aceptación acrítica o ferviente por las clases explotadas, aceptación que se muestra en el racismo, en el neofascismo y fascismo en aumento, en el machismo y en el sexismo, etc.
En las crisis, las burguesías azuzan el nacionalismo y las izquierdas revolucionarias son incapaces de extender un internacionalismo opuesto al nacionalismo de sus burguesías. El lógico euroescepticismo de las clases trabajadoras es manipulado por el capital para que no se convierta en lucha por una Europa Socialista e Internacionalista, mientras crecen los nacionalismos burgueses que enfrentan a las clases obreras entre sí y a ella como conjunto contra los pueblos trabajadores del mundo y especialmente contra los oprimidos por el imperialismo. El capitalismo también crea dependencia consumista en las masas trabajadoras que intuyen o saben que parte de su actual forma de vida depende del saqueo de otros pueblos, del euro imperialismo y de la ayuda del “amigo norteamericano”. Pese a su euro escepticismo, amplias masas apoyan el euro imperialismo como lo hizo una parte significativa de la II Internacional con la excusa de impulsar la civilización y el progreso. Las izquierdas europeas están ciegas, sordas y mudas ante estos problemas que atañen a la decisiva y extrema complejidad del “mundo subjetivo” como fuerza material, mundo en el que los sentimientos colectivos profundos, las identidades y los imaginarios, las culturas y las tradiciones populares, con sus contradicciones internas fácilmente manipulables, juegan un papel muy importante.
La burguesía tiene la baza del olvido por las masas trabajadoras del valor de lo colectivo, de los bienes comunales, de la vida común y en cooperación desmercantilizada, de la autoorganización y de la horizontalidad de base, asamblearia y consejista. Recordemos lo dicho sobre el antagonismo entre el reformismo fetichista y la conciencia colectiva, libre y crítica. La herencia de la II Internacional, de la III en su período estalinista y del eurocomunismo, es la responsable en buena medida de que las izquierdas avancen lentamente en la autoorganización obrera. Se recupera lentamente lo esencial de la explosión de creatividad teórica ocurrida entre finales de los años sesenta y mediados de los ochenta, porque apenas penetró en las jóvenes generaciones obreras, limitándose en la mayoría de los casos a la juventud radicalizada pequeño burguesa, apenas al proletariado. El devastador ataque represivo y los efectos rompedores del ataque a la centralidad obrera realizados por el neoliberalismo explican, entre otras razones, las grandes dificultades de las clases trabajadoras para recuperar su conciencia y orgullo de clase, inseparables de la práctica de lo colectivo.
Sin embargo, esta praxis es vital porque atañe a la decisiva cuestión del poder, del proceso que va del contrapoder al poder popular pasando por el doble poder. Conforme avanza la crisis las clases explotadas empiezan poco a poco a recuperar experiencias de autoorganización asamblearia, de coordinación horizontal y de base, de control de su propia vida en una dinámica que va de la autoorganización a la autodefensa pasando por la autogestión y la autodeterminación. El burocratismo dirigista necesita cortarlas de raíz, pero también muchas izquierdas han caído en el error contrario al sobrevalorar de forma idealista la capacidad espontánea de las clases explotadas negando la imprescindible interacción entre espontaneidad y organización. Así, sumando ambos motivos, fracasan al poco de nacer la mayor parte de las luchas aisladas, que apenas avanzan a una mayor coordinación porque son destrozadas por la burocracia o dirigidas al pantano del aislamiento sectario por los divididos y enfrentados grupitos de izquierda, más obsesionados por agudizar lo que les separa que por acercarse en lo que les une.
La última baza es la dificultad de las izquierdas para elaborar una teoría práctica y una práctica teórica que guíe la lucha contra la multidivisión y fraccionamiento de la clase obrera que el capital agranda a diario. Las crisis son usadas por el capital para romper la centralidad proletaria, para pulverizar su unidad y multiplicar su segmentación. Ahora está sucediendo lo mismo. Parte de la izquierda se ha creído la mentira de la pérdida de la centralidad proletaria en el capitalismo actual, disgregándose en los “movimientos sociales” y reduciendo la realidad objetiva estructurante de la lucha de clases a una mera “lucha social” más, como otra cualquiera, sin mayor peso político que la lucha por un derecho particular. La debilidad de la práctica teórica facilita la proliferación de reformismos parciales, de escapismos apolíticos y de alternativas sectoriales que no van nunca a la raíz del problema, la dictadura asalariada que determina todas las formas específicas de explotación por suave e invisible que parezcan.
No negamos la importancia de los “movimientos sociales”, al contrario, pero reafirmamos la cuestión decisiva: el poder estatal defensor de la propiedad privada de las fuerzas productivas. La centralidad proletaria es la única garantía existente frente a la centralidad burguesa. Para anular dicha garantía, el capital intenta destrozarla como sea, en lo material y en lo teórico. Modas ideológicas reformistas han facilitado el debilitamiento de la centralidad proletaria desde los años setenta, con tesis sobre “la muerte del proletariado”, los “nuevos sujetos sociales”, la “desaparición del poder estatal” y la aparición de “poderes diversos e inconexos”, la “desaparición de los grandes relatos” y de la “centralidad de la producción fabril”, etc., siendo ampliamente difundidas por la industria político-mediática capitalista. El desierto teórico impuesto por la URSS facilitó el giro a la nada de la “nueva izquierda”. Las fuerzas revolucionarias actuales todavía no han modernizado del todo la práctica teórica capacitándola para luchar contra la ampliación e intensificación de las explotaciones burguesas concretas, y contra la esencia misma inalterable del poder del capital.
3.2.-
La segunda solución es imponer la hegemonía interna de la burguesía alemana apoyada por fracciones de otras burguesías interesadas en secundarla, sobre las restantes burguesías para disciplinar la Unión Europea frente a un mercado mundial cada día más competitivo y menos controlable; y para dirigir la represión del movimiento obrero y revolucionario de la UE de forma más ágil y rápida, aumentando los poderes represivos estatales pero guiándolos a escala europea. Estas dos necesidades han aparecido también en las anteriores reordenaciones, con las formas adecuadas en cada momento. Ahora, las burguesías más poderosas no pueden recurrir a la guerra abierta para imponerse, por lo que aplican presiones múltiples sobre las débiles y la “guerra social” contra las clases trabajadoras. Las exigencias implacables y feroces aceptadas por las burguesías griega y española son un ejemplo aplastante que será seguido por otras burguesías, incluso por una tan poderosa como la británica que ya ha anunciado tremendos golpes antiobreros que serán aplicados en lo básico por absolutamente todos los Estados de la Unión Europea porque tienen más miedo a la revolución socialista que a Alemania.
La tercera solución es una ágil autonomía con respecto a Estados Unidos para lograr su protección militar y político-económica, pero con cotas movibles de libertad de acción en las pugnas no decisivas con transnacionales y grandes corporaciones yanquis por el control de determinados mercados y yacimientos de productos vitales. La dependencia europea hacia Estados Unidos fue notoria ya a finales de la guerra de 1914-1918, vital a partir de la guerra de 1939-1945 y se transformó en sumisión estratégica definitiva durante la guerra de Suez en 1957. Incluso el Estado francés ha tenido que claudicar entrando en la OTAN y aceptando el control yanqui sobre sus armas nucleares. La Unión Europea no puede obviar que Gran Bretaña y otros Estados tienen relaciones directas con los yanquis, y que actúan como agentes suyos en las decisiones europeas. Mantener este equilibrio es muy importante, pero lo decisivo es disponer de un protector armado hasta los dientes.
Resumiendo, la crisis de la Unión Europea refleja la decadencia irreversible de la que fue la primera potencia burguesa mundial, que ya no puede seguir siéndolo y que está dispuesta a todo con tal de mantener su segundo puesto en la hegemonía imperialista, ayudando a Estados Unidos, de quien depende en lo estratégico. Las clases trabajadoras y las naciones oprimidas son las víctimas sacrificadas en el altar de la acumulación capitalista europea.
Fuente: www.senzacensura.org
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