27-11-2010 |
En una entrevista del último número de La Hiedra (http://www.rebelion.
Su objetivo expreso es el de “aportar caminos sobre los que avanzar aprendiendo y debatiendo”. Ciertamente las rutas señaladas en sus obras han abierto muchos debates, el autor es uno de los escritores marxistas que más se comenta. Su análisis ofrece muchos aciertos, como por ejemplo (en Cambiar el mundo…) que la naturaleza ‘social’ y ‘territorial’ de los estados inevitablemente lleva a que cualquier ‘izquierda’ que intente apropiarse de sus estructuras acabe traicionándose.
Pero aunque acepto su meta de superar el capitalismo, en general sus ideas no nos ayudan a avanzar en esa dirección. Trataré tres elementos.
Primero, el autor, aplicando las ideas de Marx sobre el trabajo como mercancía en el capitalismo, defiende el paso de un sistema basado en el ‘trabajo abstracto’ (trabajo valorado sólo según su capacidad de producir beneficios) a otro del ‘trabajo creativo’ (o ‘libre’) donde producimos las cosas por necesidad/interés.
En Cambiar el mundo… defiende que los dirigentes mandan por la fuerte desigualdad de poder, fruto de la explotación laboral de la mayoría, y que esta última acabe venerando a los poderosos.
Hay algo de verdad en esta teoría, tal y como demuestra la popularidad de la prensa rosa, dedicada a las vidas de los ricos. No obstante no se puede reducir la explotación a un mero engaño de la clase dirigente. La mayoría nos dejamos explotar en el mundo laboral precisamente porque no poseemos los medios (capital) para ganarnos la vida de otra forma.
Cuando, a principios del capitalismo en Gran Bretaña, la gente sí tenía otros medios como el cultivo de tierras comunales, el Estado se apropió de éstas, a la vez que aprobó leyes contra el vagabundeo, obligando a las personas a entrar en las fábricas. Hoy en día la coerción para trabajar es normalmente económica, no física, pero la huida del sistema que predica Holloway sigue sin ser una opción real.
El segundo problema es que el Estado tampoco dejaría —si existiera la posibilidad— que los espacios autónomos simplemente lo superasen. Los zapatistas, que Holloway cita a menudo, lo saben muy bien por el acoso que han sufrido a manos del ejército. Y tenemos el ejemplo del golpe sangriento en Chile, en 1973, cuando la lucha social llegó a preocupar al sistema.
Así que, en tercer lugar, tenemos que prescindir de la estrategia (o ‘caminos’) que defiende Holloway. Ésta se basa en que lo único importante es ahondar en las ‘brechas’ (cracks) existentes en el capitalismo, multiplicarlas y hacerlas confluir. Sugiere que están en el mismo nivel “las personas que hacen crecer un jardín donde antes había un aparcamiento”, el levantamiento zapatista, o una huelga. Pero no son iguales. En su momento la insurrección zapatista tuvo un impacto mundial, ayudando a impulsar la red internacional que organizó las protestas de Seattle. ¡No es comparable con un proyecto de jardín! Y para que la lucha sea efectiva también es importante el dónde, quién y cómo se organiza.
Estas cuestiones son aún más importantes pues los anticapitalistas somos una minoría en la sociedad y necesitamos priorizar las intervenciones basándonos en el análisis político.
Además, los modelos que ofrece Holloway no han funcionado. Un ejemplo de ello es el gran movimiento social —en el que sus ideas tuvieron algún impacto— generado durante la crisis argentina. Lo formaron movimientos en los barrios (asambleas populares), organizaciones de parados (piqueteros) y un sector minoritario de los trabajadores (fábricas recuperadas). Pero faltaban los grandes sindicatos y el movimiento no tuvo el peso económico y social suficiente para romper con el sistema.
Así que para llegar a un mundo sin capital tendremos que seguir caminos diferentes a los ofrecidos por Holloway. Sí habrá mucho que aprender y discutir por el camino, pero éste seguro que pasa por la lucha de clases y la revolución.
* Luke Stobart es activista de En lluita / En lucha.
Fuente: http://enlucha.org/?q=node/
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